jueves, 22 de octubre de 2015

EL DESAFIO: CAPITULO 15





–Si tienes algo que decir, papá, ¡por favor dilo! –dijo Paula mientras los dos estaban en la limusina de camino a la inauguración. El tráfico de Nueva York era tan denso y ensordecedor como de costumbre, y el sol de la tarde se colaba entre los rascacielos y resplandecía contra las ventanas tintadas del coche.


–¿Sobre qué, maya doch?


–No te andes con remilgos, papá.


–¿En qué sentido?


Ella suspiró.


–No has dicho nada, pero no finjamos que no sabes que el jueves pasé la noche en el piso de Pedro.


Su padre se encogió de hombros.


–Bueno, eso es asunto tuyo, ¿no?


Ella abrió los ojos de par en par.


–La otra noche le advertiste que se mantuviera alejado de mí –le recordó.


–Ah, te lo ha contado…


–Oh, sí.


–No le hizo gracia mi advertencia, tal como me había imaginado.


–Y sabías que a mí tampoco me gustaría, así que, ¿por qué lo hiciste?


–Para ver cómo reaccionaba Pedro, por supuesto –respondió con satisfacción.


–¿Estabas poniéndolo a prueba? –le preguntó incrédula.


–Estaba intentando ver qué clase de hombre es, sí –admitió sin sentirse culpable.


–¿Y?


Damian esbozó una media sonrisa.


–Al invitarte a salir y pasar la noche contigo a pesar de mi advertencia ha demostrado ser un hombre que no se deja amilanar ni por mí ni por el apellido Chaves.


Y por mucho que quería a su padre, sabía que había llegado el momento de que ella también hiciera lo mismo.


Respiró hondo.


–A Pedro le gustan las vitrinas que he diseñado para tu colección y me ha ofrecido diseñar más para las galerías Arcángel –reveló con tono bajo.


Una emoción difícil de descifrar se reflejó en los ojos de su padre antes de que pudiera enmascararla.


–¿Y deseas hacerlo?


–Sí, mucho.


–Ahora te gusta –fue una afirmación más que una pregunta.


–¡Al menos lo suficiente como para haber pasado una noche con él!


–Tal vez deberíamos discutir esto cuando lleguemos a casa esta noche –sugirió su padre cuando la limusina se detuvo frente a la puerta trasera de la galería.


Damian había querido bajar del coche y subirse a la silla de ruedas ahí en lugar de delante de todos los fotógrafos congregados a la entrada de la galería.


–Hay más cosas que tengo que contarte… sobre el pasado, maya doch. Pero este no es ni momento ni lugar para hacerlo.


Paula miró a su padre y vio una expresión de dolor y tensión.


–¿Estás bien, papá? –puso una mano sobre su hombro y notó cómo le temblaba bajo sus dedos–. Si no estás bien, no tenemos por qué asistir a la gala.


–Estoy perfectamente de salud, hija. Lo de mi corazón y mi mente ya es otra cosa, en cambio. Pero ahora no, Paula –le apretó con fuerza la mano al ver su gesto de nerviosismo–. Disfrutaremos de la gala, tal como habíamos planeado, y hablaremos de todo esto más tarde. Solo espero que puedas perdonarme… –se detuvo.


–¿Perdonarte por qué, papá? –preguntó temiendo que el nerviosismo de su padre tuviera algo que ver con el destino que habían encontrado los tres secuestradores.


–Luego hablamos –repitió con determinación.


Y, por el momento, ella no pudo más que darse por satisfecha con esa respuesta.


Aunque no lo estaba.


Acababa de ver una oscuridad, un dolor profundamente arraigado que nunca antes había visto en la mirada de su padre. Pero ahora mismo no podía pensar en ello; no, cuando tenía que enfrentarse a la odisea de volver a ver a Pedro…







EL DESAFIO: CAPITULO 14







No vas a salir esta noche?


Pedro se giró y se encontró a su hermano mayor mirándolo.


–La ropa te ha delatado, ¿eh? –los vaqueros desteñidos y la camiseta negra que se había puesto al llegar a casa no eran algo con lo que habría salido nunca un viernes por la noche.


–Más o menos. Pedro, ¿puedes dejar de moverte de un lado para otro y contarme qué pasa? –añadió con impaciencia mientras Pedro seguía moviéndose por el salón.


Porque se encontraba demasiado inquieto como para sentarse al lado de su hermano, al igual que había estado inquieto para ocuparse de todo el trabajo que se le había acumulado sobre la mesa del despacho. ¿Cómo habría podido concentrarse en el trabajo sabiendo que Paula había estado abajo, preparando la colección tan tranquila y sin pararse a pensar en él ni un segundo?


Tenía que admitirlo, era un poco extraño que una mujer lo dejara. Más que extraño, era algo único. Y frustrante, porque no estaba listo, ni por asomo, para haberla dejado marchar.


Esa mañana se había mostrado muy fría y distante al decirle que su relación había terminado. ¿Era esa la impresión que les había transmitido él a todas las mujeres a las que había dejado? ¿Se había mostrado tan frío y distante? ¿Y esas mujeres lo habían odiado del mismo modo que él ahora…?


¿Ahora qué? ¿Ahora odiaba a Paula?


¡Por supuesto que no la odiaba! ¿Cómo iba a odiarla cuando aún la deseaba tantísimo?


Estaba furioso y frustrado, nada más, pero era su ego el que se había visto resentido, y solo por el hecho de que era la primera vez que le pasaba algo así.


–¿Pedro?


Miró a Miguel sabiendo que su hermano estaba preocupado por verlo así.


–No pasa nada. ¿Quieres que pidamos algo para cenar? –fue a sacar las cartas de los restaurantes a los que solía pedir comida las raras ocasiones en las que pasaba la noche en casa.


Pedro se preguntó qué haría Paula esa noche. Seguro que tenía cosas que explicarle a su padre; hasta él mismo había pensado que habría tenido que darle alguna que otra explicación. Sin embargo, la llamada de Damian exigiéndole explicaciones nunca había llegado y eso lo había dejado algo decepcionado. Se había pasado el día queriendo discutir con alguien y habría disfrutado mucho diciéndole al hombre… ¡aun a riesgo de poner en peligro la exposición!… que se mantuviera alejado de sus asuntos y de los de Paula, y lo que pensaba de él por haber arruinado la vida de su hija.


Pero en todo el día había recibido una sola llamada de los Chaves.


–¿Pedro, qué te pasa esta noche? –le preguntó Miguel con impaciencia.


–¿Qué?


–Llevas cinco minutos con esas cartas de comida en la mano, sin decir nada, solo mirando al infinito.


Sí, así era, admitió con disgusto.


–¿Y? –preguntó desafiante al entregarle los folletos a su hermano.


–Pues que es la clase de actitud taciturna que me había acostumbrado a ver en Gabriel antes de que volviera a estar con Valeria, pero no en ti.


–¿Qué significa eso?


–Significa que llevas toda la noche embobado.


–Es que estoy un poco distraído, eso es todo.


–¿Estás teniendo problemas con los Chaves?


Pedro se tensó.


–No que yo sepa –respondió con cautela.


–¿Has hablado con su hija?


La tensión de Pedro aumentó.


–¿Sobre qué?


–Sobre tu idea de encargarle las vitrinas de exposición para las galerías, por supuesto –respondió con impaciencia–. ¡Por el amor de Dios, espabila! ¡Fuiste tú el que sugirió que se lo propusiéramos!


Sí, así era, y fue una sugerencia de la que ahora se arrepentía, porque parecía que Paula iba a aceptar, ¿y cómo iba a soportar él trabajar a su lado si solo con mirarla ya la deseaba?


–Le parece bien la idea. Ha dicho que hablaría contigo mañana por la noche.


–¿Conmigo?


–Sí… contigo –le confirmó Pedro con desdén–. Está claro que la señorita Chaves considera que, ya que eres el hermano mayor, eres tú con el que debería hablar en lugar de con tu hermano pequeño, el de la mala fama.


–¿Es que no sabe que yo soy el empresario de la familia, Gaby el artístico, y tú el hombre de las nuevas ideas para todas las galerías Alfonso?


–¿Acaso lo sabe alguien?


–¿Y quién tiene la culpa?


–Yo –suspiró–. Y nunca antes me había molestado.


–¿Pero ahora sí?


Ahora sí. Porque por primera vez en su vida Pedro quería que alguien, Paula, no lo viera por lo que parecía, sino por cómo y quién era realmente, el «hombre de las ideas» de la familia Alfonso.


Justo hacía un momento los dos hermanos habían hablado sobre otro nuevo proyecto en el que llevaba pensando unos días, uno que tomaba la idea de Gabriel de un concurso de nuevos pintores y ampliaba el espectro para incluir todo tipo de artistas, desde escultores hasta diseñadores de joyas.


 Los dos concursos de París y Londres habían sido un gran éxito y un tercero tendría lugar en Nueva York en unos meses, así que si se basaban en esos éxitos, no había motivos para no expandir la idea.


Supondría mucho trabajo para los tres, pero Pedro creía que merecería la pena porque en lugar de limitarse a vender o exponer arte, también lo descubrirían.


Miguel ya se había ilusionado con la idea y los dos lo hablarían con Gabriel en cuanto volviera de la luna de miel.


–Puede.


–¿Te estás cansando un poco de la etiqueta de playboy?


–Creo que sí –¡sobre todo si eso era lo único que veía Paula!


–¡Pues ya era hora!


–¿Ah, sí?


–Estaba bien cuando tenías veinte años, pero me gusta ver que ahora no te conformas con eso. Eres un hombre con unas ideas brillantes, Pedro, siempre has sabido exactamente en qué dirección teníamos que llevar las galerías. Me gustaría que todo el mundo te valorara tanto como Gaby y yo. Y sí, mañana hablaré con la señorita Chaves, pero solo para decirle que tú estás al mando del proyecto, al igual que te ocupas de todos los nuevos proyectos de Arcángel.


Podría ser una auténtica tortura trabajar con Paula teniendo en cuenta cuánto la deseaba, pero no iba a permitir que ella se saliera con la suya y lo esquivara.


A lo mejor a Paula no le gustaba, pero si de verdad se tomaba en serio el trabajo de diseñar las nuevas vitrinas, se quedaría a su lado mientras durara el proyecto.


Miró a su hermano.


–Ni… Alguien me hizo un comentario hace unos días insinuando que tú siempre has sido el serio de los tres porque tuviste dos hermanos pequeños muy traviesos.


–¿Alguien?


–Alguien. ¿Es verdad eso?


–A lo mejor. Como hermano mayor, siempre sentí que tenía que ser más responsable que tú y que Gaby.


–¿Entonces no te has divertido mucho?


–¿Te ha parecido divertido ser el mediano, sentir que siempre tienes algo que demostrar y ser el graciosillo para llamar la atención?


–No.


–¿Estás cansado de ese papel, verdad?


Sí, sí que lo estaba, y si no tenía cuidado, Miguel no tardaría en preguntarle a qué se debía.


–Vamos a pedir la cena, ¿vale? –dijo decidido a cambiar de tema y a no pensar en Paula.


¡Ya tendría que verla la noche siguiente en la gala de inauguración de la colección de su padre!







EL DESAFIO: CAPITULO 13





Qué demonios crees que estabas haciendo?


Paula, que estaba colocando las joyas en una de las vitrinas, se detuvo en seco al oír la voz de Pedro. Se levantó lentamente y se giró hacia él comprobando que, efectivamente, estaba muy enfadado, tal como indicaban el brillo de sus ojos y la tensión de su mandíbula. En su rostro ya no quedaba ni un ápice del amante apasionado e indulgente con el que había pasado la noche.


Una noche de tanta intensidad y tanto placer que había resultado toda una revelación para ella, y que había reducido a la nada sus dos experiencias previas. Pedro había sido un amante tierno, apasionado y sensual, que la había llevado al clímax una y otra vez mientras exploraba y reclamaba cada centímetro de su cuerpo a la vez que le había permitido y la había animado a hacer lo mismo con el suyo. Se sonrojó solo de recordar la intimidad que habían compartido durante la noche. No había ni un solo centímetro de su cuerpo que hubiera quedado intacto, insatisfecho o a salvo de las manos y la boca de Pedro, y estaba segura de que ahora conocía el cuerpo de Pedro mucho mejor de lo que conocía el suyo propio.


–No pasa nada –les aseguró a Rich y a Andy al verlos moverse en dirección a Pedro.


Pedro estaba en la puerta de la sala, con ese aire tan sofisticado que desprendía siempre y un aspecto muy parecido al que había lucido la mañana que se habían conocido. Solo habían pasado tres días en tiempo real, pero toda una vida en cuanto a los cambios que habían supuesto para Paula. Y no solo se refería al placer físico que había experimentado con él la noche anterior.


Esos últimos días con Pedro y las cosas que le había dicho la noche anterior le habían hecho cuestionarse su vida y el modo en que la vivía. Bien sabía Dios que jamás querría hacerle daño a su padre, pero algunas de las cosas que Pedro le había dicho le habían calado muy hondo y habían rasgado el frágil caparazón que había instalado alrededor de sus esperanzas y sueños de futuro, obligándola a preguntarse si después de tantos años de verdad era necesario que viviera su vida bajo la sombra constante de su padre.


¿Seguro que no había algún modo de seguir sus sueños y asegurarle a su padre al mismo tiempo que estaría a salvo? ¿Un modo de poder vivir su vida sin sentirse dentro de una jaula?


–Sí que pasa –dijo mirando a los dos guardaespaldas–. Vamos a ir a mi despacho a hablar.


Al ver el brillo de sus ojos y la tensión de su boca y su mandíbula, Paula supo que Pedro estaba conteniendo su furia. 


Una furia que hasta ese momento había desconocido que tuviera ya que, normalmente, se había mostrado como un hombre despreocupado que parecía reírse del mundo.


Por otro lado, no entendía a qué venía esa actitud de ahora. 


Los dos habían salido a cenar la noche anterior y después habían pasado la noche juntos, habían disfrutado el uno del otro hasta el máximo… tal como aún lo atestiguaba todo su cuerpo… Así que, ¿qué le pasaba?


–Estoy ocupada, Pedro.


–¡Ahora, Paula! –bramó con brusquedad.


–Creo que no debería hablar a la señorita Chaves en ese tono, señor Alfonso.


–¡No te metas en esto! –le gritó Pedro al guardaespaldas. Rich o Andy, para él eran lo mismo.


Tras aceptar que Paula se hubiera marchado de su casa sin despedirse siquiera, se había enfadado al darse cuenta de que no tenía ni un número personal al que llamarla, y tampoco había tenido ganas de llamar a su padre para pedírselo… aunque, de todos modos, seguro que el hombre no lo habría ayudado lo más mínimo en ese aspecto.


Ducharse corriendo e ir al piso de Paula tampoco había resultado nada productivo porque los dos hombres apostados en la recepción se habían negado a decirle nada más que: «la señorita Chaves no se encuentra en casa en este momento». Una respuesta ambigua que le había hecho preguntarse si es que no estaba en casa de verdad o si, directamente, no quería recibirlo allí.


Enfadado, frustrado y más que un poco preocupado por las posibles razones por las que podría haberse marchado de ese modo tan repentino, había conducido hasta Arcángel, donde le habían informado de que se encontraba allí, trabajando en el ala este. Había ido directo a la sala y la había encontrado de rodillas en el suelo colocando las joyas en una de las vitrinas, así tal cual, como si no hubiera pasado nada. Verla tan tranquila lo había encendido de furia.


Una furia que, entendía, se debía al hecho de que se había entregado por completo a esa mujer la noche anterior.


–Podemos hablar aquí, Paula, o podemos hablar en mi despacho. Tú eliges.


–Muy bien, será mejor que os quedéis vigilando la colección –les ordenó a Andy y a Rich–. Solo serán unos minutos –les aseguró.


–Yo no estaría tan segura –le susurró Pedro cuando pasó por delante de él hacia la puerta.


Paula iba enfadándose cada vez más al ver a Pedro a su lado con ese gesto tan adusto, y su rabia aumentó al ver que no hizo ningún esfuerzo por explicarse, ni fuera en el pasillo, ni mientras subían al despacho.


Todo eso cambió en el momento en que entraron en él y, de pronto, se vio con la espalda pegada a la puerta y Pedro sobre ella, con las manos plantadas a ambos lados de su cabeza y mirándola fijamente. Se sintió molesta al verse aprisionada por sus manos y por su cercanía; una cercanía a la que su traicionero cuerpo reaccionó de inmediato excitándose, inflamando sus pezones bajo la camiseta y empapando la unión de sus muslos.


–¿A qué viene todo esto, Pedro? –preguntó irritada.


–Te has marchado.


–¿Qué?


–¿Por qué te has marchado esta mañana, Paula?


–No entiendo la pregunta.


–¿He de asumir por tu respuesta que tienes la costumbre de marcharte a hurtadillas de la casa de un hombre sin despedirte después de haber pasado la noche con él? –preguntó con dureza.


–Yo no me he marchado a hurtadillas.


–¿Cómo, si no, lo llamarías?


–¡Estabas durmiendo cuando me he despertado y tenía que volver a mi casa para ducharme y cambiarme antes de ir a trabajar! –le contestó con desdén.


–¿Sin dar los buenos días ni decir adiós?


–Como te he dicho, estabas durmiendo.


–Acabábamos de pasar una noche increíble juntos, ¿no se te ha ocurrido despertarme?


–No. Me dijiste que Miguel volvería hoy.


–Esta tarde, no esta mañana. Además, dudo que mi hermano se llevara un impacto si se encontrara a una mujer en casa.


–Probablemente no, claro –respondió suponiendo que eso era lo habitual si los tres compartían pisos por el mundo. 


Estaba segura de que los hermanos estaban acostumbrados a toparse con las amantes de unos y otros por las mañanas. Incluso el esquivo Miguel, aunque sin duda más discreto en sus relaciones que sus dos hermanos, era demasiado carismático y guapo como para que por su cama no hubieran desfilado muchas mujeres.


Pedro la miró durante varios segundos antes de apartarse de la puerta para situarse frente a la ventana de espaldas a ella. 


Se metió las manos en los bolsillos para contener las ganas de agarrarla por los hombros y zarandearla. Estaba más que enfadado consigo mismo porque quería volver a besarla, hacerle el amor otra vez en lugar de seguir con esa conversación tan poco satisfactoria.


–¿Por qué te has marchado, Paula? –repitió.


–¿De eso se trata? –le preguntó con incredulidad–. ¿Todo esto es porque he osado a marcharme del piso de Pedro Alfonso esta mañana sin que él me lo haya permitido?


–No necesitabas mi permiso para marcharte –le contestó girándose bruscamente.


–¿No? ¡Pues no es lo que me ha parecido!


–¿Y qué te ha parecido?


–Que Pedro Alfonso suele ser el que se marcha. Que no pasa nada si es él el que se va del piso de una mujer por la mañana, ¡pero que enfurece si una mujer se atreve a hacerle lo mismo a él!


Había algo de verdad en su acusación y eso lo enojó aún más. Irse a la cama con una mujer nunca había sido un problema para él, pero jamás se había quedado a pasar la noche.


Con Paula había sido distinto. No solo había sido la primera mujer en la que había confiado, sino que además había sido la primera a la que había llevado al piso de su familia, y hasta había estado deseando hablar y reírse con ella mientras desayunaban, ya fuera en la cama o en la cocina.


–Yo nunca llevo a mujeres a mi piso.


–¿No?


–No.


–¿Pero a mí sí me has llevado?


–Sí.


–¿Por qué?


–En este momento no tengo ni idea –contestó fríamente.


–Oh.


–Sí.


–¡Esa no es razón para que ahí abajo te hayas comportado como un Neandertal!


–¿Un qué? –preguntó Pedro incrédulo y con los ojos abiertos de par en par.


–Un Neandertal. Un hombre primitivo.


–Ya sé lo que es, gracias –dijo Pedro ahora divirtiéndose un poco con la acusación de haberse comportado como un hombre de las cavernas, la cual era cierta.


¿Había reaccionado así solo porque Paula se había marchado o por algo más? No había duda de que lo había atraído como ninguna otra mujer, pero seguro que eso no
significaba que…


–¿Entonces por qué te molestas en preguntar? –le dijo con impaciencia.


Tenía las manos metidas en los bolsillos traseros de esos vaqueros tan ajustados y el pecho hacia fuera mientras lo miraba, una pose que hizo que el cuerpo de Pedro comenzara a palpitar de deseo por volver a hacerle el amor.


¿Qué tenía esa mujer para haberle confiado todas esas cosas sobre él la noche anterior? ¿Qué tenía para hacer que se excitara solo con mirarla a los ojos, a esos labios carnosos, y a esos pechos coronados por pequeños puntos visibles contra su camiseta? ¡No lo sabía!


–Sí, de acuerdo, puede que ahí abajo me haya pasado un poco.


–¿Un poco? –preguntó ella al comenzar a moverse de un lado a otro como una fiera enjaulada–. No solo te has puesto en ridículo, sino que también me has avergonzado a mí. Rich y Andy saben exactamente dónde he pasado la noche y eso me hace sentir incómoda, así que lo último que necesitaba era que entraras en la galería comportándote como un cavernícola…


–Creo que esa parte de la conversación la he captado.


–Pues entonces te sugiero que tomes nota para relaciones futuras porque las mujeres hemos avanzado mucho desde que vivíamos en cuevas.


–Estoy perfectamente feliz con la relación que tengo ahora mismo, muchas gracias.


–Nosotros no tenemos una relación, Pedro.


–Anoche…


–Eso fue anoche y una noche no hace una relación –añadió con decisión.


–¿Y qué hace entonces?


Paula se encogió de hombros.


–En el caso de anoche, unas cuantas horas muy agradables en la cama –aceptaba que para Pedro no hubiera sido más que otra conquista, una más de tantas que se rendían a su encanto. Pero eso ya lo había sabido al meterse en la cama con él, así que no tenía nada que recriminarle. No era culpa suya que sus emociones se hubieran visto implicadas hasta el punto de no saber si ya estaba medio enamorada.


–¿Y este es tu modus operandi habitual? ¿Pasar la noche con un hombre y largarte sin más? 


Pedro podía dar la impresión de ser un hombre encantador y relajado, pero tras su conversación de la noche anterior, Paula ahora sabía que había otro hombre oculto tras esa fachada. Un hombre de gran inteligencia, astucia y curiosidad. Y la inteligencia y la curiosidad eran cosas que no podía permitirse en lo que respectaba al pasado de su padre. Sin embargo, eso no impedía que deseara que la cosa hubiera sido distinta.


Se había despertado poco después de las seis de la mañana con el cuerpo dolorido de placer y, al girarse, se había encontrado a Pedro durmiendo a su lado y no había podido resistirse a quedarse unos minutos contemplándolo bajo la luz del sol que se colaba por las ventanas.


Su rostro se veía relajado, enmarcado por la oscuridad de su sedoso cabello negro, con unas largas pestañas que descansaban sobre sus afilados pómulos y unos labios esculpidos en forma de sonrisa. La sábana la tenía por la cintura y dejaba al descubierto su pecho bronceado y musculoso, cubierto de un fino vello color ébano que formaba una V y descendía hasta donde su miembro yacía excitado contra su estómago.


Sin duda, Pedro era el hombre más guapo que había visto en su vida.


Y la noche anterior había sido todo suyo, para besarlo y acariciarlo. El modo en que habían hecho el amor no se había parecido a nada que hubiera podido imaginarse, sus
cuerpos habían estado totalmente sintonizados para darse placer, y cada beso y cada caricia había sido como una sinfonía de ese placer.


Había sido una noche preciosa, una que Paula no pretendía olvidar jamás. Sin embargo, mientras había estado tumbada al lado de Pedro, había sabido que se había terminado. Que, por su bien, tenía que terminar.


No pondría a su padre en peligro ni se convertiría en la chica eventual de Pedro.


–No hay nada peor que despertarte por la mañana, girarte y lamentar que la persona que tenías al lado sigue ahí.


Pedro respiró hondo.


–¿Y es eso lo que te ha pasado? ¿Te has despertado, me has mirado y te has arrepentido de lo de anoche?


–No seas tonto, Pedro –dijo forzando una risa y sabiendo que nunca, jamás, lamentaría haber despertado al lado de Pedro–. Los dos tenemos una relación laboral y creo que es más importante que la mantengamos en lugar de ir persiguiendo un placer pasajero.


–Una relación laboral.


Ella asintió.


–Está la exposición de mi padre y me pediste que me planteara diseñaros algunas vitrinas para las galerías –le recordó.


–Una oferta que creo recordar que rechazaste.


Paula esquivó su penetrante mirada.


–Y que me estoy replanteando ahora… A menos que hayas cambiado de opinión.


–No, no lo he hecho, pero tengo curiosidad por saber qué te ha hecho cambiar de opinión a ti.


Era una buena pregunta y la sencilla respuesta residía en la decisión que había tomado durante la noche. Por mucho que su padre luchara contra ello, había llegado el momento de que empezara a liberarse de las limitaciones que le había impuesto. Y el mejor modo que se le ocurría para hacerlo era dar comienzo a esa carrera profesional sin la ayuda de su padre y, por supuesto, sin seguir acostándose con el hombre responsable de ofrecerle el trabajo que sería el trampolín para su futuro profesional.


Las galerías Arcángel de Nueva York, París y Londres eran las más prestigiosas del mundo, y que sus vitrinas se mostraran en ellas haría que otros coleccionistas y galerías se fijaran en su trabajo.


–He pensado que debía intentarlo ya que tengo mi primer encargo.


Pedro no podía decir que no estuviera sintiendo cierta satisfacción al oírle decir que por fin había decidido liberarse de su padre y hacer lo que quería, pero sí que se preguntaba los motivos por los que decidía hacerlo ahora. Y, por otro lado, no le había hecho ninguna gracia que descartara la idea de que pudiera llegar a existir una relación entre los dos.


–Si crees que podría suponer un problema para los dos después de lo de anoche, puedo contarle mis ideas a Miguel mañana cuando lo vea.


Pedro se tensó al verse sacudido por un golpe de… ¿Qué? ¿Celos? ¡Nunca en su vida había sentido celos por una mujer! Nunca se había implicado tanto emocionalmente como para sentir algo tan básico como los celos, lo cual tal vez indicara que lo que sentía por Paula no se parecía a nada que hubiera sentido por ninguna mujer antes.


Le gustaba, había disfrutado mucho haciendo el amor con ella, pero ahí quedaba todo. Por supuesto que no estaba celoso ante la idea de que pasara tiempo con Miguel.


–Fue idea mía, mi proyecto, así que Miguel también insistirá en que trates el asunto directamente conmigo y no con él.


Paula abrió los ojos de par en par ante la dureza de su tono, para la que no encontraba motivos. Cualquier mujer que ignorara su aversión por las implicaciones emocionales se habría pensado que estaba expresando celos, pero no. Pedro Alfonso no sentía celos. ¿Por qué iba a hacerlo cuando podía tener a la mujer que quisiera solo con mover un dedo?


No, lo que le pasaba era que seguía enfadado con ella por haberse marchado de su apartamento esa mañana sin decir adiós. Pero tan enfadado como estaba él, estaba ella de aliviada por haber encontrado la fuerza para hacerlo.


Habría sido mucho más sencillo no marcharse, haber despertado a Pedro, haber pasado la mañana en la cama haciendo el amor. Pero ya sentía demasiado por él como para permitirse más, y sabía que si seguían intimando sería como estar pidiendo que le partieran el corazón.


Eso, contando con que no fuera ya demasiado tarde.


Nunca había conocido a nadie como Pedro. Un hombre que lo tenía todo, que tenía éxito en el trabajo, era rico y tan guapo que hacía que se le acelerara el pulso con solo mirarlo. Tan encantador que se requería de mucha fuerza de voluntad para no darle lo que fuera que pidiera. Un amante tan indulgente y experimentado que Paula había perdido la cuenta de todas las veces que había llegado al clímax en sus brazos esa noche.


Y por todo ello temía haber sido tan estúpida como para haberse enamorado de él.


–Vale, muy bien. ¿Eso es todo? La inauguración es mañana por la noche y tengo que volver a la galería y terminar de colocar las joyas en las vitrinas.


Pedro apenas logró contener su rabia, su frustración con esa conversación, con Paula; con el hecho de que ella hubiera logrado responder, sin responder al mismo tiempo, una de las preguntas que le había formulado.


¿Por qué se había marchado de ese modo por la mañana? ¿Era su forma de actuar con los hombres? ¿Se habría arrepentido de haber pasado la noche con él? ¿Y por qué había elegido precisamente ese día para empezar a alejarse del yugo de su padre, para empezar su propia carrera aceptando su encargo de diseñar las vitrinas para las galerías Arcángel?


Todas las respuestas que le había dado habían sido elusivas, pura palabrería, y eso era algo que jamás habría asociado con Paula y que encontraba irritante porque le impedía acercarse a ella.


Suspiró con frustración ante la situación.


–¿Vas a tener algún problema con tu padre por haberte quedado a dormir en mi piso anoche?


Paula aún no había visto a su padre, pero no tenía duda de que a esas alturas ya sabría que había pasado la noche con Pedro en su piso. Al igual que no tenía duda de que se lo mencionaría en cuanto la viera por la noche.


Sin embargo, no tenía la más mínima idea de qué iba a decirle ella.


–Es un poco tarde para pensar en eso, ¿no, Pedro?


Él se encogió de hombros.


–Hablaré con él si eso te facilita las cosas.


–¿Y qué le dirás exactamente?


–Que no es asunto suyo dónde demonios pases la noche.


–No, gracias, creo que mejor me ocupo yo –respondió ella riéndose y recordando la conversación telefónica que había tenido con su padre la primera vez que él se había enterado de que había estado con un hombre. Había sido embarazoso para los dos, pero ahí había quedado todo porque por mucho que quería protegerla y mantenerla a salvo, su padre
también quería que disfrutara… siempre que fuera dentro de su círculo de protección.


–Esta no es la primera vez que ha pasado, ¿verdad?


–Ahora estás volviendo a ser deliberadamente insultante –dijo mirándolo con reprobación.


–¿Sí? –cruzó la habitación con pasos decididos y se sentó en su silla–. A lo mejor es porque toda esta conversación me está resultando insultante. Fue una velada agradable, quitando el rato en el que te hice llorar –añadió–. Pero lo superamos y pasamos una noche aún mejor y, aun así, esta mañana me dices que no quieres volver a salir conmigo porque quieres concentrarte en tu carrera.


–No recuerdo que me hayas pedido que vuelva a salir contigo, pero tienes razón al dar por hecho que mi respuesta habría sido «no» –continuó con firmeza–. Es verdad que pasamos una noche fantástica, pero ahora es momento de volver al mundo real.


–Y en tu mundo real no hay espacio para mí –fue una afirmación más que una pregunta.


El único espacio que quería que Pedro ocupara en su vida era uno que nunca podría tener y que él no estaría interesado en llenar. A pesar de la otra faceta suya que había descubierto por la noche mientras habían charlado, él nunca había pretendido ser otra cosa distinta de un soltero de treinta y cuatro años, guapo y cotizado, que disfrutaba con las mujeres… con muchas.


Por desgracia, Paula sabía que ella no encajaba en su vida, razón por la que era mejor para las dos que todo terminara ya. Y no solo por su padre. Tenía que terminarlo antes de que ella misma perdiera el orgullo, además del corazón, hasta el punto de terminar totalmente hundida cuando Pedro le pusiera punto y final a la relación al cabo de unas semanas. Porque eso era lo que haría.


Levantó la barbilla con gesto de determinación.


–En este momento no.


–¿Y crees que habrá un momento en que eso cambie?


–No.


–De acuerdo –respondió con brusquedad. 


No iba a suplicar. 


Si una noche era todo lo que Paula quería de él, pues una noche sería todo lo que tendrían.


Todo lo que habían tenido.


Porque estaba claro que Paula los veía ya como parte del pasado.