martes, 29 de septiembre de 2015

DIMELO: CAPITULO 9





Atrás ha quedado la exitosa gala benéfica del sábado. Estoy orgullosa de las cuantiosas donaciones que conseguí y, sobre todo, me sentí muy útil, como hacía tiempo que no lo hacía. El domingo, sin embargo, me lo pasé trabajando en Saint Clair. Benoît no se extrañó al verme llegar en día festivo al edificio de oficinas de La Défense; lo cierto es que fui porque debía adelantar asuntos pendientes, ya que en breve deberé alejarme durante varios días de la empresa para realizar la campaña publicitaria de la temporada.


El resto de los días me los paso en reuniones de trabajo y visitando los talleres donde se confeccionan las prendas. La colección ya está en marcha y, al parecer, llegaremos a tiempo con todo. El miércoles por la mañana me levanto muy optimista. Marcos continúa sin llamarme, pero increíblemente parece que no le echo de menos. Los primeros días han sido difíciles, una ruptura siempre significa una frustración y lo cierto es que no estoy acostumbrada a ellas, pero ahora, aunque han pasado tan sólo unos pocos días, todo parece muy lejano... He logrado sobreponerme muy pronto.


Por la mañana, cuando llego a la oficina, soy de las primeras en hacerlo; hay demasiado silencio en el piso, pero poco a poco el caminar y el murmullo de mis empleados empieza a inundar la planta cuarenta de Saint Clair.


—Buenos días, Paula, no sabía que ya habías llegado, disculpa por entrar sin llamar.


—Buenos días, Juliette, no te preocupes.


—Tan sólo venía a ver si todo estaba en orden para cuando aparecieras.


—He venido temprano. Toma estas carpetas, puedes llevártelas y archivarlas, ya están revisadas.


—Perfecto. ¿Deseas un café?


—Un té de jengibre mejor.


—Ahora te lo traigo. Cuando quieras comenzamos con tu agenda del día.


—Gracias.


Cuando mi secretaria se está retirando, llega Estela.


—¿Quiere tomar algo, señorita Saunière?


—Un café, por favor, Juliette.


—Hola, preciosa, ¿qué me cuentas?


—Que tengo un sueño que no veo. Anoche casi amanecí terminando los diseños que faltaban, te los he traído para que los mires.


—¡Genial! Déjamelos, que ahora los reviso.


—En cuanto los apruebes, los enviaré para que comiencen a confeccionarlos; con esto cerramos la colección.


—No te preocupes, llegaremos a tiempo con todo. Me siento muy positiva, y creo que, si nada se complica, incluso nos sobrará tiempo.


—Me encantaría tener tu optimismo y tu energía, no sé cómo lo haces para estar siempre radiante, y eso que no paras. —Me encojo de hombros. Tengo la respuesta pero prefiero callarla para que no me diga que soy obsesiva; de todas formas, la verdad es que amo este pedacito de mi universo que es la empresa.


—Dejando el trabajo de lado, dime: ¿hay novedades de André?


—Esta noche hemos quedado.


Sin poder contener mi alegría, grito por la noticia.


—Me encanta saber que repetiréis.


—Me ha invitado a cenar en Bofinger, en la calle Bastille. Le comenté que me gusta la langosta y no lo ha olvidado; dice que allí se come la mejor langosta que jamás probaré. Estoy muy entusiasmada con la salida, más que nada porque temía que todo quedara en lo que pasó la vez anterior. A mí me pareció todo perfecto, pero..., ya sabes, a veces el otro no siente lo mismo. Por eso, cuando ayer me llamó para invitarme, casi toco el techo con las manos. Ése es el motivo por el que anoche me quedé terminándolo todo: hoy no estoy para nadie, sólo para André Bettencourt.


Ambas nos carcajeamos.


—Tu noche es muy prometedora, cielo. André es una buena persona y me gusta la pareja que formáis.


—Si es como la otra noche, te aseguro que será perfecta, André es todo fuego y pasión.


—Me encanta verte tan entusiasmada. —En ese momento Juliette llama a la puerta y nos trae lo que le hemos pedido.


—Paula, te recuerdo que a las diez hay junta de evaluación de fin de mes.


—Menos mal que lo has mencionado, July. Creo que Louisa me lo dijo —comenta mi amiga—, pero he llegado tan dormida que sólo he podido procesar la mitad de mi agenda.


Estela parece una zombi y nos reímos de su expresión.


—Toma, acaban de enviar esto del departamento legal: es el contrato del señor Alfonso; en cuanto lo revises, lo envío a Recursos Humanos para que lo llamen —me informa Juliette.


—De eso me encargo yo; quiero preparar algo con Bettencourt para la firma de ese contrato, así tomará unas fotos y luego podremos subirlas a las redes sociales.


—Perfecto. ¿Quieres que te ponga en contacto con el señor Bettencourt?


—Por favor. Apenas lo tengas al teléfono, pásame la llamada.


Estela sorbe de una sola vez lo que queda de su café y me dice:
—Te dejo para que repases eso; yo iré a preparar lo de la junta.


—Vale, nos vemos en un rato.



****


La valoración de la junta ha sido muy positiva y eso me hace muy feliz. La mayoría de los departamentos han alcanzado cinco de las siete metas que nos proponemos cada mes, y algunos las han completado, así que no hay mayores preocupaciones.


Casi es mediodía. Estoy en mi despacho y tengo revisado el contrato de Pedro; también tengo todo planeado con el fotógrafo, así que hablo con mi secretaria por el interfono:
—Juliette, necesito que me pongas con el señor Alfonso; pide su teléfono a Recursos Humanos.


—Ahora mismo lo hago.


Apenas tarda unos pocos minutos en pasarme la llamada.


Me aclaro la voz antes de contestar, Pedro sigue intimidándome con sólo imaginarlo.


—Buenos días, monsieur Alfonso.


—Hola, buenos días. Veo que volvemos a ser monsieur Alfonso y mademoiselle Chaves; muy bien, como usted guste.


—Lo siento, Pedro, había olvidado que ya nos tuteábamos. —No era del todo cierto, pero no iba a quedar expuesta frente a él con mis inseguridades.


—No hay problema, tú dirás.


—Te llamo por la firma del contrato.


—Creí que lo haría el departamento de Recursos Humanos.


Puedo sentir cómo se sonríe y, para sacarlo de sus fanfarronerías, me apresuro a explicarme:
—Lo he hecho yo porque, en el último momento, se me ha ocurrido hacer una pequeña producción fotográfica para que la firma quede plasmada y pueda subirla a las redes sociales. Por eso he preferido comunicarme yo misma contigo y con André. Así que quería saber si te es posible venir mañana por la tarde. ¿Te parece sobre las... tres?


—Perfecto, ahí estaré. ¿Cómo quieres que vista? ¿Formal, informal o casual?


—No te preocupes por eso. Aquí habrá ropa preparada para ti, usarás prendas de nuestra marca.


—En ese caso, no hay nada más que decir. Mañana nos vemos a las tres de la tarde; no te preocupes, seré puntual, tu agenda debe de ser muy apretada.


—Sí, Pedro, siempre es así.


—Me lo imagino.


—Hasta mañana, Pedro.


—Hasta mañana, Paula.


Cuelgo el teléfono y me quedo con el aparato en la mano, considerando que no es buena la forma en que me late el corazón por sólo haber hablado con él.









DIMELO: CAPITULO 8




La guío hasta mi automóvil. Estoy asombrado porque no parece la misma persona de ayer; está mansa, dócil, me ha extrañado la rapidez con la que ha aceptado que la lleve hasta su casa. Menos mal que está en plan tranquilo, porque no me gustaría tener que arrepentirme de haberla ayudado.


—Perdóname por lo grosera que fui ayer, no había tenido un buen día.


—Creo que, en realidad, ambos estuvimos a la defensiva todo el tiempo. Tal vez por la forma en que nos conocimos y por lo intratable que me comporté por la mañana. —Frunzo los labios—. Tendría que haberme preocupado de que estuvieras bien y no por el arañazo del coche.


—Tenías razón en ofuscarte como lo hiciste, sólo una necia puede salir sin mirar el tráfico de la avenida.


—Son distracciones, a veces los problemas nos superan.


No contesta y se queda en silencio, con la vista perdida en el camino. Podría jurar que se ha quedado pensando en mi última frase. De vez en cuando ladeo la cabeza y la miro sin desatender la conducción. Es muy hermosa; a decir verdad, es asombrosamente bella. Mientras realizo ese escrutinio, conjeturo que nadie puede saber con seguridad cómo son los ángeles, pero en ese momento, mientras la observo, creo adivinarlo: estoy seguro de que deben parecerse a ella. Me
encanta la carnosidad de sus labios cuando habla; tiene una boca muy apetitosa, que provoca querer darle un mordisco. 


En este instante quiero cogerla del mentón para indicarle que me mire; reprimo las ganas de acariciarle el pómulo y me asombro porque estoy ansiando que descanse su rostro sobre mi mano... Es demasiado bonita, casi un pecado, pero se la ve cansada y su mirada está apagada, no tiene la chispa que he advertido en ella las veces que la he visto enfadada.


Considero si es prudente preguntarle si le ocurre algo, pero lo cierto es que... ¿quién soy yo para meterme en su vida?


«¿Por qué los hombres siempre somos tan bobos y nos sentimos como Superman cuando vemos a una mujer que nos parece que no lo está pasando bien?»


Se produce un profundo silencio; ambos estamos midiendo al otro y estamos siendo muy cuidadosos para no volver a caer en un momento nefasto.


—Creo que yo hubiera gritado el doble si la imprudencia hubiera sido tuya —reflexiona mientras decide romper el hielo; luego cambia bruscamente de tema—. Esta semana te llamarán los de Recursos Humanos por tu contrato.


—¿Aún te interesa contratarme? —Elevo las cejas y me sonrío con la cabeza de lado mientras le pregunto.


—¿Aún te interesa trabajar en la campaña de Saint Clair?


Estaciono el coche, hemos llegado. Me quito el cinturón y me giro hacia ella para hablarle.


—Me interesa, porque, como te dije en la entrevista, necesito el trabajo. Hace dos semanas que estoy en París y no he podido conseguir nada aún, y mis reservas de dinero están casi en números rojos. André me comentó que pagas muy bien, así que bienvenido sea ese contrato. —Ella se sonríe y,
por primera vez desde que la he visto hoy, deja que la sonrisa le llegue a los ojos y se relaja.


Desabrocha el cinturón de seguridad y se lo quita; imitándome, se pone de lado para mirarme también de frente.


—Seguramente tendremos que viajar juntos a algunas localizaciones; esta semana André me presentará los lugares; él viajará con nosotros, y también otras personas más; haremos muchos exteriores. Supongo que dispones de flexibilidad horaria, porque la necesitarás.


—Por eso no hay problema.


Mueve la cabeza afirmativamente ante mi respuesta.


—Sales bien en cámara, deberías pensar en ser modelo profesional. ¿A qué te dedicas? Exactamente, ¿cuál es tu profesión?


—Lo mío es el área de finanzas.


—Vaya, no tiene nada que ver con esto, y sin embargo has demostrado mucha seguridad. Bueno, las finanzas, en cierto modo, también necesitan de una actitud segura, así que no me extraña que manejes tan bien tu temperamento; cuando uno negocia es muy importante conservar la calma y no mostrarse ansioso.


—Exacto, tú te dedicas a las finanzas y también eres modelo. Al parecer son actividades compatibles.


—Tienes razón.


Se sonríe con más libertad.


—¿Puedo preguntar qué pasó con tu anterior trabajo? Porque presumo que tenías uno.


—Es muy largo y no quiero aburrirte con esa historia. Tal vez otro día te la cuente, aunque en realidad es un tema que preferiría dejar de lado.


—No pretendía ser indiscreta.


—No lo has sido. —Agito la cabeza y siento cómo mis fosas nasales se abren mientras corroboro—: Supongo que, al ser mi jefa, te interesa saber si soy un timador. Y ya que no tengo referencias de trabajos anteriores en este campo, quizá debería contártelo... Pero puedes estar tranquila: soy un hombre muy honesto.


—Si te recomendó André, no lo pongo en duda. Aunque ayer me comportase como una loca, no siempre saco conclusiones apresuradas sobre las personas.


—Dejemos ese episodio aparcado de una buena vez, por favor; yo tampoco estuve muy agradable. Posiblemente deberíamos darnos la mano y presentarnos de nuevo. Pedro Alfonso, encantado —bromeo mientras le tiendo la mano; ella se carcajea.


—Paula Chaves, el gusto es mío.


Nos saludamos con un apretón y nos miramos a los ojos sin parar de reír.


Un bocinazo nos interrumpe; alguien necesita salir por el portón de rejas negras y mi coche está obstaculizando el paso. Miro hacia delante, pero no puedo avanzar porque hay otro coche estacionado; tampoco puedo ir hacia atrás, así que nos despedimos rápidamente con un beso.


Paula se baja del coche y yo me marcho.


Mientras mi vehículo atraviesa las calles de París de camino a mi apartamento, me pongo a repasar todo lo que ha ocurrido. Descubro que me gusta la Paula accesible tanto como me gusta la combativa, y me extraña estar pensando algo así, ya que por lo general las mujeres rubias no me atraen. Pero ella..., ella no es cualquier rubia, es la rubia con la que todo hombre desearía estar. De todas formas, debo tener en cuenta que es la jefa. Aunque vayamos a compartir la producción fotográfica, no deja de ser la CEO de Saint Clair; si yo fuera ella, jamás saldría con ninguno de mis empleados, así que resulta fácil presumir que ella debe de tener esa misma política.


Aprieto el acelerador para acortar el viaje.







DIMELO: CAPITULO 7




Llego desganada y no tengo voluntad de subir la escalera, así que camino hasta el final del corredor principal para coger el ascensor privado que hay en mi apartamento, que raramente uso, ya que prefiero subir y bajar a pie para ejercitar mis piernas y mantenerlas en forma. Bajo en la segunda planta, donde se encuentra mi dormitorio. Continúo contrariada; me he portado como una verdadera niña rica caprichosa y petulante. Pero es que Pedro me desencaja; ese hombre me convierte en una pila de nervios incontrolables y mis inseguridades afloran con su cercanía. 


No puedo entender lo que me sucede cuando estoy junto a él, pero no quiero darle más vueltas al asunto. Necesito dormir, necesito descansar.


Me estoy despojando de toda mi ropa cuando mi teléfono comienza a sonar.


—Hola, Estela, ¿qué pasa?


—Nada, solamente quería saber si habías llegado bien; te fuiste tan descompuesta...


—Basta, por favor, basta por hoy —le ruego, desconociéndome a mí misma.


—Tómate un calmante para relajarte, debes descansar y dejar de pagarla con todos por culpa del infantil de Marcos. 
—Finalmente, cuando Pedro ya se había ido, me dirigí al baño y Estela me siguió; allí le conté todo lo concerniente a mi exnovio—. Siempre te lo he dicho: el que se acuesta con niños, meado se levanta.


—Vale, tampoco hay para tanto... Soy sólo cuatro años mayor que él. No te preocupes más por mí, estaré bien; mañana todo estará más asimilado. Disfruta el resto de la noche. Espero que mañana me cuentes cómo te ha ido con André.


—Estoy en el baño de su apartamento —me dice de pronto entre dientes y puedo notar su entusiasmo.


—Me alegro de que tengas tu oportunidad, sé que te gusta desde hace tiempo. Cuelga y ve a devorar a ese hombre.


—Es lo que pienso hacer, te aseguro que no tengo otros planes. Mañana charlamos.


El sonido del teléfono me despierta. Había seguido el consejo de Estela y me había tomado un sedante; palpo a ciegas el iPhone y cojo la llamada.


—Hola, ¿cómo estás, mi vida? —Esa voz la conozco muy bien, es la de mi madre—. Estamos en París este fin de semana, ¿lo recuerdas? ¿Tienes tiempo para almorzar con nosotros?


—Hola, mamá. Me parece un plan perfecto. ¿Qué hora es?


—Las ocho... ¡Increíble, y tú durmiendo!


—Anoche salí con Estela y unos amigos a tomar una copa.


—¿Amigos? ¿Y Marcos?


Pienso que es muy temprano para dar explicaciones por teléfono. Definitivamente no quiero que mi madre me tenga una hora pegada al móvil intentando hacer de psicólogo conmigo.


—Marcos, bien. Charlaremos durante el almuerzo.


—Nos encontramos a las doce y media en Le Meurice, ¿te parece?


—Genial, allí estaré.



****


Entro por la majestuosa puerta de cristal y chapados dorados al opulento restaurante Le Meurice, un auténtico palacio inspirado en el salón de la Paix, en el palacio de Versalles, donde no se puede dejar de admirar el esplendor del recinto en el conjunto que conforman las arañas de cristal, los bronces, los mármoles, los frescos y los espejos antiguos. Es el acabose de la elegancia y jamás dejo de asombrarme cuando lo visito.


Mi madre y Alain me hacen señas nada más me ven entrar, así que me disculpo con el relaciones públicas y me dirijo a la mesa donde me esperan.


—Alain, mami —saludo a mi madre con un beso y un cálido abrazo; Alain, su esposo desde hace diez años, me abraza con mucho cariño cuando me acerco a él. A pesar de que no soy su hija, siempre me ha tratado con mucho afecto, y yo le tengo también un gran aprecio. Me acomodo en la silla que muy caballerosamente Alain retira para que me siente.


—¿Una copa de champán, cariño?


—Desde luego, Alain, muchas gracias. No recordaba que era este fin de semana el que veníais a París, siento mucho el descuido. Es que ayer fue un día de locos en la empresa, porque estamos con los preparativos de la nueva campaña de esta temporada; hemos empezado a organizar la muestra también.


—Supuse que lo habías olvidado, pero no te preocupes, tesoro, comprendo perfectamente que tu agenda es apretadísima. ¿Y Marcos? ¿Por qué no ha venido?


Ahí está otra vez el interrogatorio de mi madre, así que, esperando que deje el tema de lado bien rapidito, decido hablar de una buena vez:
—Marcos y yo hemos terminado, y no quiero hablar al respecto.


—¡Oh! —Mi madre se lleva una mano al pecho—. ¿Qué ha ocurrido? ¡La última vez que estuvisteis en Montpellier se os veía tan bien!


—Jeanette, cariño, ¿no has oído que no quiere hablar del tema? Brindemos por tu soltería, tesoro. —Alain levanta la copa y la choca con la mía.


—Gracias, Alain. —Él siempre es un gran mediador entre mi madre y yo.


—Brindo, pero soy tu madre y me gustaría que me dijeras, al menos, si estás bien; quisiera saber si ha sido decisión tuya cortar con la relación, y estar al tanto de tu estado de ánimo.


—Deja de lado tu plan de psicóloga conmigo, tengo mi terapeuta si lo necesito. Y no, no he sido yo quien ha cortado la relación, pero estoy increíblemente bien, ¿acaso no me ves?


—Porque te veo y porque te conozco, sé que tienes la particularidad de guardarte las cosas como si fueras de acero y jamás exteriorizas lo que sientes... ¿O debo recordarte en qué terminó tu anterior ruptura? ¿Estás comiendo bien?


—Ay, mamá, por favor, no hagas que me arrepienta de haber venido. Respeta mi decisión de guardarme mis sentimientos.


—Jeanette, cariño, déjame recordarte que ahora tu hija es una persona madura y adulta, ha crecido y seguramente nada será como antes.


—Eso mismo, Alain, muchas gracias. Me encantaría que me comprendieras como lo hace él.


—Contra vosotros dos no hay quien pueda, y menos mal que no está tu padre aquí, porque, si no, conformaríais un gran trío los tres.


—Mamá, te agradezco que te preocupes por mí, de verdad, sé que tu interés es sincero. Para que te quedes tranquila, diré que creo que la decisión que ha tomado Marosc es la que yo no me atrevía a tomar. Todo está muy bien.


Finalmente hacemos nuestra comanda; pedimos el menú fijo del almuerzo, que tiene muy buena pinta, sólo que resuelvo cambiar el entrante, ostras por cangrejos, que me gustan mucho más. Mi madre se calma al fin y decide confiar en que estoy bien; además, estar con ella me levanta el ánimo y me río mucho con las ocurrencias de Alain, es un bromista nato.


—¿Vendréis al desfile de este año?


—¿Cuándo nos perdemos un desfile tuyo, cielo?


—Lo sé, mamá, pero es bueno preguntar para saber de antemano que puedo contar con las personas que quiero; eso me da un incentivo extra, porque me siento apoyada. Esta noche acudiréis a la gala benéfica, ¿verdad?


—Sí —contesta Alain mientras me coge la mano—. ¿Por qué no vienes con nosotros?, como cuando eras más pequeña.


Me río por lo de «más pequeña»; a veces siguen tratándome como si todavía lo fuera.


—Te lo agradezco sinceramente, pero creo que paso: habrá prensa y luego saldrá en todas partes que llegué sola a la gala. Mejor no.


—Mira, cariño, al mal tiempo hay que ponerle buena cara y, cuanto más pronto pase todo, mucho mejor. Además, ¿quién te dice que él no aparecerá en alguna revista con otra mujer, y entonces ya sabrán que lo tuyo está superado?


—Gracias, mamá, por hacerme pensar en Marcos con otra mujer.


—Igual no debería importarte. ¿No has dicho antes que estás de acuerdo con la decisión?


—No es que me interese, pero supongo que, aun así, vivo un duelo por el fracaso que ha significado.


—Lo siento, cielo, tienes razón, pero sabes que soy muy pragmática.


—Sé perfectamente que tu profesión hace que quieras que todos afrontemos las cosas con total naturalidad, pero todos no tenemos tus mismos tiempos para asimilar los acontecimientos. —Me detengo unos segundos para pensar—. De acuerdo, acudiré a la gala. ¿Puedo ir con Estela, si es que no tiene mejor plan?


—¿Qué preguntas, Paula? Sabes que somos los organizadores, puedes venir con quien desees.


Perfecto, me hará bien hacer un poco de beneficencia para los niños huérfanos de Francia. Inscribidme para servir las mesas, quiero hacerlo como cuando era una adolescente; creo que podré conseguir buenas propinas. Después os diré si Estela también participará.


—¡Esto es genial! —señala mi madre mientras aplaude, pletórica.


La gala consiste, exactamente, en una cena en el hotel donde estamos almorzando. Los organizadores son mi madre y mi padrastro, ambos comparten la misma profesión: son psicólogos infanto-juveniles y especialistas en autoayuda. Hace exactamente veinte años que organizan la misma gala benéfica anual, que se llevaba a cabo en París, Niza y Montpellier; ésta consiste en reunir a personalidades significativas de la sociedad francesa para que asistan al evento; algunos lo hacen como comensales, otros se prestan esa noche para hacer de camareros y así conseguir cuantiosas propinas que, en realidad, son las donaciones que hacen que la fundación que mi madre y mi padrastro presiden pueda seguir funcionando. Ellos se conocieron gracias a este proyecto.


Terminamos de almorzar. Todo ha estado exquisito, como de costumbre.


—Bueno, yo os dejo. Seguramente aún tenéis que ajustar detalles para esta noche, así que nos veremos más tarde.


—Estupendo, hija. Por cierto, creo que ya te lo dije, pero el vestido que me enviaste me queda perfecto.


—Me alegro de que te guste, mamá.


Me despido y salgo de allí con un plan forjado en mi cabeza. 


Mientras almorzábamos, he estado mirando por los ventanales que dan al jardín de las Tullerías y me han entrado ganas de caminar un rato; después de todo, me vendrá bien airearme y gozar de un paseo diferente.


Llego a los jardines. El día está espléndido, y el lugar, lleno de gente. Saco mi iPod y me coloco los auriculares en los oídos; luego busco una carpeta de música con una selección muy ecléctica. La pongo a reproducir y me siento en uno de los bancos junto al estanque; hay niños correteando por doquier, enamorados tumbados en el césped, gente tomando el sol, otros merendando... Detrás de mí se halla el museo del Louvre; al fondo, al otro lado y en línea recta, está el Obelisco; tras los campos Elíseos se observa más lejos aún el Arco de Triunfo. Admiro el paisaje: París es majestuosa. Disfruto del sol que acaricia mi rostro y me relajo. Encandilada y gozando de un remanso de paz, cierro los ojos para regocijarme con las notas de la canción interpretada por Maroon 5, Let’s Stay Together.


Distendida, y mientras gozo de la naturaleza, me quedo dormida durante algunos minutos. De pronto despierto y a mi alrededor noto que hay bastante gente sacándome fotos. 


Aunque no es mi intención, me asusto; me pongo en pie y algunos se acercan un poco más para pedirme una fotografía más personal, pero todo está un poco descontrolado. Me niego; la situación me sobrepasa y quiero apartarme de ahí, pero la gente sigue insistiendo. Siento que me cogen de la mano y tiran de mí; a continuación, unos fuertes brazos me envuelven y una voz que me resulta inconfundible me susurra al oído:
—Tranquila, estoy contigo. —Lo miro a los ojos y asiento con la cabeza, mientras él coge mi bolso y se hace cargo de la situación—. ¿Dónde está tu coche? —me pregunta, y aún no entiendo si estoy dentro de un sueño, pero de todas formas le contesto:
—No he venido en coche.


—Ven conmigo.


Pedro me toma por la cintura y me guía mientras con su cuerpo se abre camino para que nos dejen pasar. Su mano en mi talle parece grandiosa, protectora; me hace sentir muy segura y agradezco en silencio que haya estado ahí. 


Comprendo que no es un sueño, es él, y está conmigo. No
quiero que me suelte, pero no tiene demasiado sentido que continuemos tan cerca; cuando ya no hemos alejado lo suficiente, aparta su brazo pero me coge la mano mientras me sonríe, y yo creo que la situación es aún más irreal que el tumulto anterior.


—Gracias —le digo, recomponiéndome.


—Creo que no ha sido buena idea echarte a tomar el sol en un lugar público. Eres muy conocida.


—No he medido las consecuencias. Jamás me expongo y, además, nunca me había pasado una cosa así.


—Ha sido una suerte que pasara por ahí.


—Sí, gracias, ha resultado un momento incómodo.


—Toma —me dice a la vez que me entrega el bolso—. ¿Quieres que te acerque a algún lado?


—Pillaré un taxi, muchas gracias, ya has hecho demasiado.


—Te llevo, de verdad que no tengo inconveniente en hacerlo.


Lo pienso apenas un instante.


—Voy a mi casa —le digo tímidamente; no quiero seguir siendo descortés.


—Perfecto, sé dónde queda. Bueno, eso creo... —rectifica—. ¿Es de donde salías ayer por la mañana?


—Sí, ahí mismo.


Posa su mano, ligera, casi rozándome, en mi cintura y con la otra señala el lugar al que debemos ir. Andamos en silencio.


Pedro es alto, y su espalda, muy ancha; viste una camiseta gris con rayas negras y un pantalón color caqui. Miro sus antebrazos: se ven fuertes y sus venas resaltan. Su piel es muy blanca. Sus pestañas, larguísimas, enmarcan a la perfección el azul de su intensa mirada; cuando sonríe se le marcan líneas de expresión en la comisura de la boca; tiene una sonrisa fresca, casi inocente, aunque percibo, por cómo me mira, que él, de inocente, tiene lo que yo de santa.