martes, 3 de octubre de 2017

RUMORES: CAPITULO 20





-HAS acabado?- Paula abrió un ojo y miró esperanzada a su cuñado.


-Por completo.


-¡No he sentido nada! -se maravilló Paula mirando con ojos críticos su pierna pálida y la sierra antes de agitar los dedos-. Esa cosa hace un ruido horrible.


-Ya eres una niña grande -bromeó Alejo-, y espero que comprendas que normalmente no me dedico a tareas tan mundanas.


-Me siento honrada.


-Eres una paciente terrible. Debe ser genético.


-Ana es mucho peor.


-Ya te lo he dicho. Debe ser genético. ¿Vas a ir directamente a Londres?


-Te mueres de ganas de deshacerte de mí, ¿verdad? -bromeó Paula.


-Encima échame mi hospitalidad a la cara


Paula sonrió.


-Lo cierto es que ya he hecho el equipaje, pero pensaba parar por la granja para ver cómo van las obras. Mañana leo mi papel.


-Al West End, ¿eh? ¿No estás nerviosa?


-Aterrada -confesó ella-. Pero excitada. La idea de trabajar en los escenarios es algo con lo que siempre he soñado. Todavía no puedo creerme que me hayan dado una oportunidad así.


-¿Y no sería más habitual que la suplente se metiera en el papel de la estrella? -preguntó con curiosidad Alejo.


-Normalmente sí y lo está haciendo ahora mismo, pero tiene unas náuseas matutinas muy fuertes, de esas que duran veinticuatro horas. Apenas se puede mantener en pie, cuando menos hacer el papel principal. Puede que esté cometiendo un gran error -musitó en voz alta-. No contenta con sustituir a una actriz tan famosa, voy a meterme en una compañía en la que todos se conocen. ¡Yo! ¡Qué no tengo ninguna experiencia en los escenarios! Debo haberme vuelto loca. Al menos me sé el guión; la compañía dramática local hizo una producción el último año que estuve con ellos.


-Lo harás bien -dijo Alejo con la seguridad del que no tiene que hacerlo él mismo-. No sabía que habías hecho teatro en el colegio.


-No exactamente. Era la suplente de todos. Era demasiado alta para los chicos cuando tenía trece años, pero me aprendí los papeles de todos con la esperanza de que hubiera una epidemia de gripe -confesó con timidez-. Y también me tropezaba mucho.


«Es de esperar que eso no me pase ya», pensó con una sonrisa. Pero solo había una manera de averiguarlo.



RUMORES: CAPITULO 19





Paula debió conseguir dormir una hora como máximo. 


¿Estarían haciendo el amor? ¿O estaría ella durmiendo en sus brazos? Las tórridas imágenes seguían asaltándola y aunque no quería oírlos hacer el amor, sus oídos estaban alerta.


No tenía maquillaje en la bolsa para cubrir los estragos de la noche. El brillo de su piel no era tan luminoso como de costumbre, pero solo alguien muy crítico podría notar que había pasado las veinticuatro horas peores de su vida. Se puso una falda corta y un jersey de cachemir azul eléctrico y bajó a la cocina.


-Iba a llevarte el té -exclamó Rebecca cuando Paula entró cojeando en la cocina-. ¿Cómo has conseguido bajar con la escayola?


-Me deslicé sobre el trasero -confesó Paula. Sabía que Pedro la estaba mirando y se negó a dejarlo entrever que supiera cuánto la afectaba estar bajo el mismo techo que él-. He nadado mucho -bromeó.


-¿Quieres sumar el cuello roto a tu pierna rota?


-¿Preocupado por las indemnizaciones de tu seguro de nuevo, Pedro? Ya lo estoy demandando, ¿te lo ha contado?


-Pensé que estaba todo arreglado.


-Quizá quiera tener mi día en los tribunales.


No era verdad. Ella no quería demandarlo para nada, pero cuando Pedro había señalado que el dinero se perdería y era competencia de los seguros, no le había dejado mucha elección. Jonathan pondría el grito en el cielo cuando le dijera que lo entregara a asociaciones de caridad.


-Pensaba que ya habías tenido suficiente publicidad en un año.


Paula sonrió con malicia.


-No estoy segura de que mi agente haga distinciones como esa. Sueña con que esté todo el día en la prensa.


-¿Estás bromeando, ¿verdad?


Rebecca la miró con ansiedad.


-Esa es una cuestión interesante, Rebecca. Paula alterna entre tirarme mi dinero a mi cara e intentar sacarme todo lo que tengo.


-Hoy me siento vengativa.


Rebecca pareció bastante aliviada cuando sonó el timbre de la puerta.


-Ese debe ser mi taxi. Adiós, Paula. Sinceramente espero que te mejores. Y gracias, Pedro. Lo digo en serio.


Se puso entonces un abrigo forrado de piel sobre su traje negro. Aquella mañana, la mujer parecía haber recuperado la sofisticación. Ya no quedaba nada de la criatura romántica que había deseado darle el biberón al corderito la noche anterior.


-Te llevaré hasta la estación.


-No seas tonto, cariño.


-¿No había algo que querías contarle a Rebecca, Paula?


Paula parpadeó y le dirigió a Pedro una mirada de asombro. 


No había esperado que quisiera que lo descubriera. Era irónico. Aunque su velada amenaza solo había pretendido intimidarlo, Pedro era la única persona que parecía relajada en la habitación.


-Gracias, Rebecca, por tu amabilidad -su cerebro pareció empezar a funcionar de repente-. ¿Podría compartir tu taxi? Mi hermana vive al otro lado del pueblo.


-Rebecca tiene prisa. Perderá el tren -contestó Pedro por ella mientras la acompañaba fuera. Al salir, Pedro asomó la cabeza por el quicio de la puerta-. Admiro tu contención. Y solo te hubieras avergonzado a ti misma si se lo hubieras contado.


Cuando volvió, ella estaba sentada a la mesa tomando un café con un desenfado casual que estaba muy lejos de sentir.


-Ha sido una buena exhibición -observó él-. ¿Te pone la frustración siempre tan nerviosa, o eres naturalmente así? -Pedro metió unas rebanadas de pan en la tostadora-. Deberías comer.


-Raramente hago lo que debería.


-De eso ya me he dado cuenta.


-¿Dónde trabaja Rebecca?


-En Londres. Es banquera.


Debería habérsele ocurrido antes. Era la banquera que le había contado Ana. Y si Pedro acostumbrara a acostarse con otras mujeres, eso explicaba la tensión que había notado su hermana. Aunque Paula no había notado ninguna alteración en aquella mujer.


-¿Y es conveniente o inconveniente la distancia?


-Si estás intentando que haga una exhibición de culpabilidad o remordimiento, pierdes el tiempo. Tú no conocías la existencia de Rebecca la noche que pasamos juntos...


-¡Desde luego que no!


-Pero anoche sí -Paula se sonrojó bajo la intensidad de su mirada-. Y, sin embargo, me hubieras dejado hacerte el amor con ella bajo el mismo techo.


-¡Ni en tus sueños! -mintió ella con frenesí.


Pedro capturó la tostada cuando salió despedida.


-Quizá deberíamos compararlos alguna vez. Los sueños, me refiero -aclaró al ver la mirada de confusión de ella-. ¿Mermelada o miel?


-No tengo hambre.


-Miel, creo -respondió él como si no la hubiera oído-. Como diría mi madre, pareces floja.


-No lo parezco. Tengo buen aspecto.


-Eso desde luego. Realmente no te cuesta ningún esfuerzo, ¿verdad? Las mujeres te odiarían si sospecharan el poco trabajo que te tomas en tu aspecto físico -la cálida expresión de sus ojos al doblarse para dejarle el plato delante le produjo un vuelco en el estómago-. Come, de todas formas.


Paula dio un mordisco a la tostada.


-Pensé que tu madre estaba muerta, Pedro.


-¿Muerta? ¡No, de ninguna manera! Cuando el viejo la abandonó se fue a vivir a su casa de Yorkshire.


Apretó los labios ante el recuerdo y su mirada fue de resentimiento.


-Pero tú te quedaste a vivir con él.


-Era el que tenía el dinero. Mi madre pensó que sería mejor para mí.


-¿Y lo fue?


La conmovió pensar que lo habían separado de su madre a tan tierna edad. Había pasado mucho tiempo desde que ella había dado por sentada su feliz infancia. Ya sabía lo mágicos que habían sido aquellos años.


-La especulación es un ejercicio inútil. Prefiero reservar mi energía para las cosas que puedo cambiar


-¿Y la ves a menudo?


-No tanto como quisiera. Le he pedido que se venga a vivir aquí, pero es una dama muy obstinada.


-Debe haberle odiado mucho -murmuró Paula.


-Pues lo cierto es que nunca dejó de amarlo.


-¿Y tienes contacto con tu madrastra?


-¿Con Eva? -pareció divertido ante la pregunta-. Desde que vendí sus acciones en la compañía, ninguno.


-¿Pero no era muy... ?


-¿Malvada? ¿Cruel? -Pedro se rio con aspereza-. Odio tener que borrar esa mirada de simpatía de tus ojos, Paula, pero Eva apenas se daba cuenta siquiera de mi presencia. Al menos cuando era niño.


-¿Y es más amistosa ahora?


-Yo no quise un lazo de unión con ella, Paula. Pero apenas me convertí en adulto, empezó a interesarme más.


Paula abrió mucho los ojos con incredulidad.


-¿No querrás decir...?


-Quiero decir que Eva es una mujer que necesita constantemente que le aseguren que es atractiva. Y eso la hace intentar seducir a todos los varones de todas las especies que tiene alrededor.


-¿Y te...?


Avergonzada, Paula desvió la mirada.


-Me escapé por los pelos -para sorpresa de Paula parecía tomarlo con sentido del humor en vez de como un trauma psicológico-. Era una mujer muy atractiva y yo era solo un adolescente con las hormonas desatadas.- Mi madre me sacó la verdad y amenazó con informar a mi padre. Ya no tuve más problemas con Eva.


-¿Y lo descubrió tu padre alguna vez?


Pedro lanzó una carcajada.


-Mi padre estaba demasiado ocupado intentando agradarla y conseguir influencias entre la gente que importaba -observó con ironía-. De alguna manera, su preocupación por Eva me liberó bastante. Mi padre no era un hombre fácil de agradar. Después de trabajar para él durante algunos años, me fui a la universidad a estudiar diseño y de allí a Italia. Diseñar coches ha sido siempre mi primera pasión. ¡Dios bendito, mujer! -explotó de repente-.¿Cómo sobrevives en ese mundo de tiburones con el corazón tan tierno?


Ver la dulce simpatía en sus ojos lo enfureció. Cada vez que catalogaba a aquella mujer, se equivocaba. ¡Lo estaba volviendo loco!


-No sé qué...


-¿Es que te compadeces de todas las historias tristes
que oyes?


-¿Estás sugiriendo que me vuelva tan dura e impersonal como tú?


-Yo desde luego no acepto lo primero que me dice la gente.


-Tú empiezas suponiendo que todo el mundo te engaña -aquella actitud la horrorizaba-. La cautela está bien, pero la desconfianza patológica es ridicula. Yo no soy una idiota, Pedro, y sé que la mayoría de la gente no es una santa.


-Pero piensas que hay algunos que lo son, ¿verdad?


-Puedes reírte si quieres, pero prefiero concederle a la gente el beneficio de la duda.


-¡Dios mío! Si casi eres una romántica.


-¡No lo soy!


-Lo somos.


Los dos rieron al unísono y a Paula le encantó la expresión juvenil de él al relajarse. Estaba tan amistoso que sería fácil olvidar...


-¿Y cómo sabes que no te he contado la triste historia de mi infancia para llevarte a la cama?


La risa se borró al instante de los labios de Paula. 


-Me sorprendería que te tomaras tantas molestias. Yo pensaba que tu arrogancia era tan suprema que creerías que con solo mover el dedo meñique conseguirías lo que quisieras. Además, ¿qué hay de la pértiga?


Pedro la miró sorprendido.


-La pértiga con la que ni siquiera me tocarías.


-¡ Ah! Me había olvidado.


-Me alegro de oírlo. Llamaré a Alejo para que me recoja -dijo apartando la tostada a medio comer.


-No hace falta. Yo voy al pueblo de todas formas. Tendré que parar a comprar suministros; la última vez que tuvimos una tormenta grande, el río se desbordó y me quedé incomunicado tres días. Pero primero tendré que alimentar a los pájaros -se dio la vuelta y sacó un plato de carne del frigorífico-. ¿A menos que quieras donar a Daphne para que les sirva de desayuno?


El recuerdo del cruel pico y las garras hizo estremecer a Paula.



-¿Tienes más de un pájaro?


-Además del halcón, tengo una lechuza y un buho. Un amigo mío tiene un criadero de halcones y ha organizado un santuario para todos los depredadores enfermos y heridos que encuentra. Te sorprendería saber cuántos hay. Me convenció de que fuera un día a cazar con él hace tiempo y ahora tengo tres huérfanos. Como tú con Daphne.


-Para nada. Es cruel.


-¿El qué? ¿Tener criaturas salvajes o cazar con ellas? La cetrería es un arte muy antiguo. Los pájaros estarían muertos si Jim no los hubiera recogido. No hay relación amo esclavo con los pájaros depredadores, eso es lo que me gusta de ellos. Podrían sobrevivir en parajes naturales, pero deciden quedarse porque les va bien. ¿Por qué no vienes a verlo por ti misma?


Pedro pareció sorprendido él mismo de haberla invitado.


-De acuerdo.


La curiosidad superó a la cautela.


Las largas estructuras de madera estaban en el patio protegido de los edificios de piedra traseros.


-Cuidado con el hielo -advirtió Pedro mientras la ayudaba a cruzar por las placas de hielo.


Paula observó cómo alimentaba a los pájaros. Sus garras parecían enormemente largas comparadas con los esbeltos cuerpos al rasgar la comida. Eran crueles, pero preciosos.


-El que conociste es Héctor, este Próspero y este Merlin.


-Es tan pequeño -se maravilló ella.


-¡En, ponte esto!


Paula quedó parada de la sorpresa cuando Pedro se quitó el guantelete de cuero y se lo puso, pero no estaba demasiado alarmada: los dos pájaros estaban en sus albergues.


-Apóyate en mí -Paula obedeció-. Tienes frío. Deberías haberte puesto un abrigo.


Paula se quedó sin respiración.


-No es que me dieras mucho tiempo.


-Ahora, levanta la mano por encima de la cabeza. Un pájaro siempre aterrizará en el punto más alto y no querrás que sea tu pelo.


Paula miró con asombro cómo Pedro alzaba la mano.


El tamaño la pilló por sorpresa. Nunca había visto un buho tan de cerca. Las alas se abrieron como un manto de nieve hacia ella mientras contenía el aliento. La criatura no emitió un solo sonido.



-No he oído nada.


-Las plumas son suaves, por eso es mortalmente silencioso. Pesa mucho -la advirtió Pedro cuando los talones aterrizaron en el cuero.


-¿De dónde ha salido? -susurró Paula sin poder apartar los ojos de la magnífica criatura.


-Vuela por la noche, pero anida donde quiere. La otra noche en la casa. Le ofreceré un poco de comida. ¿Estás bien?


-¡Es preciosa, Pedro! -susurró ella maravillada.


-Ya lo sé.


Pero sus ojos no estaban mirando a la criatura salvaje.




RUMORES: CAPITULO 18





-Este es el camino de la vieja Rectoría -protestó Paula cuando se desviaron de la carretera principal.


Pedro no apartó los ojos de la carretera.



-No.


-¿Eso es todo? ¿No?


-¿Y qué más quieres?


Paula cerró los ojos y parpadeó cuando el Land Rover se deslizó en una placa de hielo.


-Una explicación -dijo ella con voz ronca cuando el vehículo corrigió la dirección.


-¡Quítate de la cabeza toda esperanza de que te estoy raptando!


¿Esperanza? El insulto le inflamó las mejillas e inclinó la cabeza para enterrarla en el bulto cálido del corderito. Sus palabras habían causado un estremecimientoen todo su cuerpo. Estar en su poder era una idea atractiva.


- Es demasiado querer saber adonde vamos?


-Como mi casa es el único sitio que conozco por este camino, había pensado que era evidente. Las carreteras están mortíferas y no tengo intención de conducir más de lo necesario esta noche. Además, no creo que sean horas de molestar en una casa donde hay niños pequeños. Ana parecía agotada cuando habló conmigo.


-¿ Por qué no me llamas desconsiderada y egoísta y acabas antes?


Pedro maniobró el Land Rover a través del portón abierto que conducía a la casa del molino.


-¿Tienes que tomártelo todo de forma personal? -pregunto él exasperado.


«Sí, en lo que a ti se refiere, sí», pensó ella.


El molino reconvertido era un edificio de piedra de tres plantas. Las luces de las ventanas se derramaban sobre las terrazas ajardinadas que bordeaban la orilla del río. Cuando Pedro abrió la puerta, pudo escuchar el rugido del agua en todo su fragor.


-Pasa un brazo alrededor de mi cuello -la instruyó él con tensión.


Al acercarse a él, Paula sintió la tensión en su cuerpo musculoso y le dirigió una mirada de soslayo en la oscuridad. Un error, comprendió al sentir un cosquilleo por todo el cuerpo. El brillo acerado de sus ojos y la sensualidad de su mirada le quitaron el aliento.


-No hagas eso -murmuró susurrante.


-¿Hacer qué?


-¡Ya sabes qué! -lanzó un grito justo a tiempo de evitar que la bolsa cayera en la nieve-. ¡Oh, Dios! ¡Mira lo que me has hecho hacer! Casi se me ha caído Daphne. ¿Estás bien, cariño? -susurró con ansiedad.


Al menos el conjuro de tensión sexual se había roto.


-Mi espalda ha visto mejores días.


-No estaba hablando contigo.


-¡Qué cruel por tu parte quitarme la ilusión de que te preocupabas por mí! -se burló él.


-Supongo que pensarás que soy bastante egoísta. Debes estar bastante enojado por que te hayan sacado de la cama de esta manera.


La robusta puerta de roble se abrió y Pedro se acercó a ella.


-¡Gracias a Dios! ¡He estado tan preocupada!


La puerta daba directamente a un gran salón, pero a Paula le interesaba poco la decoración en ese momento.


El camisón bajo el enorme albornoz masculino era transparente. En cuanto a sofisticación, su propio camisón quedaba como un trapo. Unos buenos senos asomaban sobre el sutil encaje del escote y era alta, pero no demasiado alta. Podría tener cualquier edad entre los treinta y los cuarenta y cinco y tenía el tipo de rasgos llamativos y estructura ósea que envejecía bien: bonitos ojos oscuros, nariz aquilina, boca generosa y pelo corto con mucho estilo. 


No daba la impresión de ser una mujer que habitualmente se preocupara, sino que daba la impresión de elegancia, inteligencia y fuerza.


Paula solo tardó unos segundos en asimilar aquellos alarmantes detalles.


-Cambia lo de enojado por furioso -susurró en voz baja.


La breve mirada de Pedro iba cargada de advertencia y Paula sintió una oleada de náusea. A ella no le importaba que Pedro Alfonso se acostara con cientos de mujeres, se aseguró a sí misma mientras una fiera oleada de celos la sacudía. Lo que la irritaba era que se atreviera a criticar su relación con Leandro.


-Deberías haberte quedado en la cama, Rebecca.


La vivida imagen de él deslizando su cuerpo helado contra el ondulado y cálido de ella fue casi masoquista.


-No seas tonto, Pedro. He preparado una cama para... Paula, ¿verdad?


Sonrió con una calidez genuina hacia ella. La actitud entre ellos denotaba una cómoda intimidad y larga familiaridad.


Sus miradas, el roce casual de sus brazos. Paula sintió una poderosa punzada de celos. ¡Oh, Dios! Encima era encantadora. Hubiera sido mucho más fácil si se hubiera mostrado hostil y desagradable. O al menos que hubiera sido una cabeza hueca. De repente, se le ocurrió una idea horrible. Ella era la aventura sexual sin significado y la cabeza hueca para él. Después de años de negarse a que la catalogaran así, había fracasado por completo.


Paula no se fijó en la acogedora habitación con una chimenea tan grande como para albergar un arbolito.


Las botas de Pedro habían dejado huellas húmedas en las preciosas alfombras de estilo oriental. Paula se fijó en que los pies descalzos de Rebecca eran estrechos y largos. No podía dejar de fijarse en aquellos detalles.


El sofá en que Pedro la sentó era de generosas proporciones, así como la mayoría del mobiliario de la sala. 


Los muros estaban emplastecidos de forma rústica con un suave color albero y las plantas se alineaban en una hornacina de una pared. Aquella sala debía haber sido la original de entrada del agua.


-Creo que los dos necesitáis tomar algo caliente -dijo Rebecca mirando con preocupación la cara inexpresiva de Pedro y la pálida de Paula.


-¿Estaría bien un brandy o preferiríais...?


 -El brandy estaría bien -interrumpió Paula de forma brusca.



El líquido ambarino le quemó la garganta y le dejó ardor en el estómago.


Un balido le recordó de repente la carga que llevaba.


-¡Un cordero! ¡Qué maravilla!


-Es una huérfana prematura. Tiene hambre -dijo Paula escarbando en su bolsillo para sacar un biberón-. ¿Podrías calentar esto, por favor?


-¡Oh! ¿Puedo darle yo el biberón? -rogó Rebecca con una excitación infantil que contradecía su aura de sofisticación.


Paula se encogió de hombros.


-Si quieres...


«Ya tienes todo lo demás», le dijo una voz insidiosa antes de pasarle a regañadientes su carga.


-Se llama Daphne -aclaró con sequedad Pedro.


-¿Es una alusión mitológica?


-No, se parece a una compañera mía del colegio. La gente siempre quería mimarla y adoptarla.


-¿Y qué pasó con tu Daphne? -preguntó Pedro mientras Rebecca desaparecía de la sala.


-Ahora tiene cinco hijos y tres ex maridos. ¡No puedo quedarme aquí, Pedro! -susurró mirando a hurtadillas a sus hombros hacia la puerta cerrada.


-¿Por qué no?


-No seas obtuso, Pedro. ¿Es que no te importa que Rebecca se sienta dolida?


Era inútil preguntarle si le importaba cómo se sentiría ella. La respuesta a aquella pregunta era claramente evidente.


-¿Y por qué debería Rebecca sentirse dolida? -preguntó Pedro sin dejar de desabrocharse los cordones de las botas.


-¿Estás intentando decirme que no le importa que te acuestes con otras mujeres? Y pensar que montaste aquella trifulca con Leandro justo antes de volver con ella. Desde luego, la falsedad no empieza ni a describir lo que eres.


Paula podría haber estado hablado igual a una pared de tres metros para el caso que le hizo. Pedro se quitó las botas y los calcetines mojados antes de arrellanarse más en el sofá mullido frente al de ella.


-No compares mi relación con Rebecca con la tuya con Elliot.


¡Desde luego, ella ni siquiera se había costado con Elliot! 


Pero en ese momento le venía bien que Pedro lo creyera así. Mejor que pensara que ella mantenía la misma actitud desenfadada hacia el sexo a que descubriera que se había enamorado de él.


Paula se estremeció. La humillación ni siquiera le permitía pensarlo.


-Ella no sabe que pasaste la noche en mi cama, ¿verdad?


-No lo sabe y no lo sabrá a menos que se lo digas tú.


Su mirada fija era claramente retadora.


-No te preocupes. No es algo que me apetezca develar.


-No estaba preocupado.


Pedro bostezó con pereza.


-¡Dios mío, me da pena esa mujer!


-No, no te la da. Estás celosa a muerte de ella. ¿Qué te pasa. Paula? ¿No te gusta imaginar mis manos en su piel caliente? ¿Mi boca...?


-¡Cállate! ¡Calla! -gritó ella tapándose los oídos-. Eres asqueroso.


-Pero te gustaron todas las asquerosidades que te hice, verdad, Paula? Tu cuerpo responde solo de pensar en ellas, ¿verdad? -su cruel confianza la hizo palidecer-.¿ Es así como te excitabas con Leandro? ¿Cerrando los ojos y pensando en mí?


-¡Eres un enfermo!


¿Es que estaba prediciendo su futuro? ¿Se lo habría destruido para siempre con otros hombres? Si solo hubiera sido sexo, podría haber vivido con ello, pero era amor lo que había desperdiciado con aquel hombre. Se sintió humillada por su propia estupidez.


Pedro se frotó la mandíbula con el dorso de la mano y el gesto le hizo comprender a Paula por primera vez lo cansado que parecía.


-Esa posibilidad ya se me había ocurrido a mí -dijo Pedro de forma enigmática.


-Se ha dormido. ¡Es tan dulce! La he echado en la cesta del gato junto al radiador.


Rebecca se apretó el cinturón alrededor de la estrecha cintura y miró a Pedro con cara de preocupación. Hubiera hecho falta ser ciego y sordo para no notar el ambiente tenso de la habitación. Pedro solo sonrió con ironía.


-¿Y qué pasará con el gato? -pregunto Paula contenta de que la presencia de Rebecca le hubiera ahorrado otro comentario inquietante de Pedro.


-Perdió su última vida el verano pasado -explicó Rebecca-. Nunca sé que viste en esa criatura, Pedro. Era una bestia horrible y de mal carácter.


-Carecía de civismo, pero tenía mucha personalidad.


-Me arañó.


-Porque no le gustaba que lo acariciaran.


Pedro buscó los ojos de Paula. Sus suaves palabras habían conjurado la imagen de sus grandes manos moviéndose por su espalda. No podía saber... no, era imposible Paula sintió un velo de transpiración por todo el cuerpo


-Quizá deberíamos dormir todos un poco lo que queda de la noche -dijo Pedro despacio mientras Paula se humedecía los labios con nerviosismo.


-Buena idea -aprobó Rebecca.


Paula asintió contenta de la posibilidad de escapar de aquellos ojos escrutadores.


La escalera era circular, con una balaustrada de hierro forjado. Incluso cuando cerró los ojos pudo olerlo y sentir su fuerza mientras la subía.


-Si necesitas algo, solo tienes que gritar


Ella asintió con debilidad deseando que la posara y que la respiración se le calmara.


-Rebecca se encargará del cordero.


-No podría imponerle...


-Le gustará. Para ella será una historia bucólica que podrá contarle a sus amigos en las cenas. ¿Te dormirás?


-Si consigo llegar a mi cama...


Paula volvió la cabeza en dirección al diván doble pegado a la ventana.


-Que duermas bien, Paula Chaves -su ronca voz fue una caricia para su cuerpo.


«¿Sabrá que me muero por él?», se preguntó soñadora Paula mientras él le ajustaba la almohada antes de soltarle los hombros.


Erguido sobre ella, Paula sintió una oleada de pánico. No podía pensar. El diván era bajo y él se estaba arrodillando a su lado apoyando las manos a ambos lados de su cabeza. 


Se mordió el labio para contener un gemido cuando él le apartó el pelo de la cara. Debería rechazar su caricia, pero no podía. Todo su cuerpo estaba invadido de un cálido anhelo. Por mucho que aquello fuera una equivocación, algo dentro de ella respondía siempre a él con impotencia y aquello la asustaba más que nada en toda su vida.


La imagen de su cara depredadora, angulosa y dura se grabó a fuego en su mente antes de que Pedro bajara los labios y la besara con lenta deliberación.


La deslizante y sedosa caricia de su lengua en su boca abierta la hizo gemir.


-¿Me deseas ahora?


Sus roncas palabras eróticas le produjeron escalofríos cuando la besó en el lóbulo de la oreja.


¿Desear? ¡Aquello no empezaba siquiera a describir el ansia de sus sentidos hambrientos.


-¿.Por qué me estás haciendo esto? -preguntó con un torturado suspiro-. ¿Es que me odias tanto? Tu novia, amante o lo que sea, está a unos pasos de aquí. ¿Qué tipo de hombre eres, Pedro?


Paula notó el convulsivo temblor en aquel corpulento cuerpo y vio cómo se incorporaba de forma brusca y la miraba a los ojos.


-Si el pecado tuviera una cara... -susurró con aspereza antes de sacudir la cabeza para borrar la imagen de su cara sofocada-. Buenas noches.