miércoles, 1 de mayo de 2019

AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 35





Exactamente quince minutos más tarde, Paula llegó a la puerta de la cocina, intentando recomponer sus sentimientos. Los amplios pantalones de seda tenían una cinturilla flexible que se podía adaptar a la forma abultada de su abdomen, y encima de la camisa de seda verde llevaba un chaleco largo. Se había puesto una ligera capa de maquillaje para ocultar que antes había estado llorando. Todavía se sentía avergonzada por haberse comportado de aquella manera. Pedro podría ser el padre de su hijo, pero Paula no podía esperar lealtad por su parte.


Estaba a punto de entrar en el salón cuando oyó unas palabras que la hirieron profundamente.


—¿Cómo sabe que el niño es suyo? Ya conoces a Pedro y su sentido del deber. Probablemente es sólo una oportunista.


—¡Jazmin! —susurró alguien—. Espero que no vayas a mencionar eso delante de Pedro.


—Tal vez alguien debería.


Pedro es muy capaz de controlar sus propios asuntos.


—¿He oído que alguien me llamaba?


Paula sintió una ráfaga de aire frío y oyó que se cerraba una puerta. Se dio cuenta de que la temblaban las piernas. «No puedo hacerlo», se dijo.


Entonces el orgullo vino en su ayuda. ¿Por qué debería ella dejar que la otra mujer la desplazara? Con un brillo fiero en los ojos, se echó el pelo hacia atrás y entró en la habitación.


Jazmin y un hombre que seguramente era Gaston estaban sentados en un sofá cubierto con una estera de colores brillantes. Tan sólo los miró un momento, ya que volvió los ojos automáticamente a Pedro, que estaba poniendo leña en el fogón. Él se irguió cuando ella entró en la habitación y la miró fijamente.


Paula se dio cuenta de que todo el mundo la miraba con expectación. A pesar de haber entrado en la habitación llena de justa indignación ahora no sabía qué hacer. Obviamente, Pedro no había oído los comentarios de Jazmin, y si lo había hecho, seguro que pensaba que sólo eran lo que una buena amiga le diría de todo corazón. De repente, Paula se sintió ridícula.


—Paula, no conoces a Gaston, ¿verdad? —dijo Pedro, rompiendo el silencio.


No había nada del antagonismo de la hermana en el rostro del hombre que se levantó para saludarla.


—Encantado de conocerte, Paula. Te diría que Pedro me ha hablado mucho de ti, pero si conoces bien a Pedro, sabrías que te estoy mintiendo. ¿Verdad, Pedro? —preguntó a su amigo—. Parece que has sobrevivido al viaje bastante bien. Espero que no te ofendas si te digo que estás maravillosa.


—Ella no, pero puede que yo sí —comentó Pedro con sequedad—. Siéntate
Paula. Recuerda que el médico te dijo que, si puedes sentarte, no estés en pie y que, si puedes tumbarte, no estés sentada.


—Supongo que consejos como ése serían los que la pusieron en su actual estado, ¿verdad?


El hermano de Jazmin le lanzó una mirada de desaprobación y sonrió a Paula, disculpándose. Jazmin se sonrojó, pero le aguantó la mirada a su hermano, aunque miró a Pedro con aprensión.


—Siéntate aquí, Paula —dijo Pedro, mientras la conducía hacia un sillón —. Paula no se puso en ese estado… —replicó con desdén—… sola.


Los labios de la joven temblaron. En su voz había habido una seria advertencia. Pero Paula vio en los ojos de Jazmin que tenía en ella a una enemiga.


Sorprendentemente, el resto de la velada fue muy agradable. Aunque había algo en el aire que resultaba incómodo, no lo era tanto como un enfrentamiento directo.


—No sabía que cocinabas —comentó Paula mientras él le retiraba el plato y le llenaba el vaso de agua mineral. Todos los demás estaban bebiendo vino.


—La buena comida del campo no me resulta difícil, aunque se me resisten los platos más elaborados.


—Jamás pensé que alguien pudiera cocinar en esa antigualla —replicó ella.


—No le digas eso a Mathilde. Ella se niega a utilizar las cocinas eléctricas.


A pesar de que cualquier persona podía hablar de aquel tema tan intrascendente, Paula sentía ganas de llorar. ¿Por qué no podían charlar siempre de aquel modo tan relajado? 


Para tranquilizarse, Paula se dirigió a Gaston, esperando que su sentido del humor relajado y tranquilo la ayudaría a conseguirlo.


—¿De qué parte de Estados Unidos eres?


—Soy de Canadá —le corrigió él con una sonrisa.


—Perdona. No se me da bien detectar los acentos.


—Nuestra familia se dedica también a la elaboración de vinos y aunque, hasta ahora, el vino canadiense ha tenido peor reputación, eso va a cambiar muy pronto.


—Y tú estás aquí, perdiéndotelo todo —bromeó ella.


—El entusiasmo de Pedro puede ser muy contagioso —respondió él—. Todo el mundo decía que no se puede producir un buen vino en ningún lugar donde los inviernos no sean fríos y los veranos calurosos. Pero nosotros lo conseguimos en Canadá. Esta parte de Francia ha producido vinos siempre, pero no de la mejor calidad. Pedro intenta traer algo de la filosofía del Nuevo Mundo. Como soy franco-canadiense, me pareció un desafío irresistible conocer mis raíces.


—Estoy segura de que Paula no está interesada en la elaboración del vino —replicó Jazmin.


—Al contrario, me encantaría saber más del tema. Pedro me ha sugerido que me haga cargo del marketing de la empresa —le espetó Paula—. Me encantaría visitar las instalaciones —le dijo a Gaston sonriendo.


—Yo te acompañaré —contestó Pedro rápidamente.


—Estarás demasiado ocupada haciendo de ama de casa y de madre para darnos el enfoque tan profesional que necesitaremos. No nos gustaría pensar que te estamos apartando de tus obligaciones —replicó Jazmin.


—Si decido aceptar el trabajo, puedes estar muy segura de que cumpliré con mis obligaciones.


—Si yo tuviera un hijo, creo que me dedicaría a él en cuerpo y alma, sin perder el tiempo con otras cosas.


—Yo no pierdo el tiempo.


—Perdona, no quería ofenderte —se disculpó Jazmin, al captar la severa mirada de Pedro.


—Estoy seguro de que lo que le preocupa a Jazmin es que te agotes —dijo Pedro.


—Tú me hiciste la oferta —replicó ella indignada—. ¿O es que no lo dijiste de corazón?


—Yo creo que es una magnífica idea —anunció Gaston—. Mantener el negocio en la familia.


—Gaston y yo conocemos a Pedro hace años, por eso le consideramos de la familia. ¿Cuándo lo conociste tú? —preguntó Jazmin.


—Nos conocimos en… una boda.


Paula tragó saliva, ya que no quería hablar de ello.


—¿De quién? —preguntó Jazmin en un tono malhumorado.


—De mi prima —replicó Paula con tranquilidad.


¿Qué había esperado oír? ¿Qué se la había encontrado en un bar? Jazmin se lo pasaría estupendamente si supiera lo escandalosa que en realidad había sido la situación.


De repente, sonó un fuerte ruido que los sobresaltó a todos.


—¿Qué ha sido eso? —preguntó Paula.


—Algunas veces el viento sopla muy violentamente —dijo Pedrolevantándose con tranquilidad—. Eso ha sido el tejado provisional del granero —le dijo a Gaston con un gesto—. Tenía que haberlo reforzado antes del invierno. Es mejor que vayamos a comprobar los daños —añadió, agarrando una chaqueta —. No, Jazmin. Tú te quedas con Paula.


La expresión de la chica y el gesto de mala cara que puso revelaba claramente que no le gustaba mucho la idea.


—Yo puedo ayudaros —murmuró, mirando a Paula, que obviamente no podía.


—¿No es muy peligroso? —dijo ella, preocupada por el ruido feroz del viento.


—Me halaga tu preocupación —respondió Pedro.


— ¿No sería mejor esperar a que amainara el viento? —insistió Paula, realmente preocupada por malos presentimientos.


—No te preocupes, Paula. Yo me volveré si se le ocurren ideas heroicas —afirmó Gaston.


—Supongo que puede cuidarse él solo —murmuró Paula con tristeza.


Pero se estremeció cuando Pedro, inesperadamente, se acercó a ella y la besó en los labios. La textura de sus labios y su sabor hicieron que le temblaran las rodillas y le zumbaran los oídos.


—Claro que puedo, pero es agradable que alguien se preocupe por mí —dijo Pedro antes de marcharse.


Cuando la puerta se abrió, Paula sintió el aire frío, pero a ella no la afectó ya que todavía guardaba el calor del beso en sus labios.


—Sabes que él no te ama. Sólo se siente responsable de ti por el bebé. Te crees muy lista porque lo has cazado, pero antes nosotros… —la acusó Jazmin, con las mejillas rojas de ira.


—Yo no busqué esta situación.


—Te podrías haber deshecho del bebé —le gritó Jazmin.


— ¡Yo quiero a mi hijo y, aunque te pese, Pedro también! —respondió Paula, temblando.


—Él no te quiere. Supongo que ahora es la novedad —añadió Jazmin—. Si quisiera jugar a las familias felices contigo, os habríais casado. Pero Pedro es demasiado inteligente como para atarse a una fulana avariciosa como tú.





AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 34




A Paula no le gustaba que le arrebatasen su independencia, ya que le gustaba controlar su vida. Y ahora dependía totalmente de Pedro


Pero él sólo la soportaba por el hijo que ella estaba esperando y del que él se sentía responsable.


Sin embargo, Paula no podía acostumbrarse a estar protegida por él, dado que sólo era algo temporal. ¿Cómo iba ella a sobreponerse a sus sentimientos viéndolo todos los días? Por mucho que quisiera evitarlo, no podía cambiar el hecho de que estaba enamorada de él.


Se levantó de la cama y fue al cuarto de baño. 


La profunda bañera, sostenida por patas en forma de garra, le pareció una tentación. Abrió el grifo y se quitó la ropa. Cuando la fue a poner encima de la cama, vio su propio reflejo en el espejo. Fascinada, se miró el hinchado abdomen y la espléndida madurez de los senos. Nunca dejaba de sorprenderse de los continuos cambios que experimentaba su cuerpo.


De repente, notó que algo se movía en la habitación y dio un grito sofocado.


Instintivamente, tomó la camisa y se cubrió con ella.


— ¡Pedro!


Paula cerró los ojos, imaginándose lo repugnante que él debía encontrar su cuerpo. No quería mirarlo, segura de que, al menos, vería su propia vergüenza reflejada en sus ojos.


—Dios mío —le oyó susurrar.


Abrió los ojos para protestar al sentir que él le quitaba la camisa. Pedro añadió con una voz tan temblorosa que Paula apenas reconoció:
—Deberías estar orgullosa de tu aspecto.


Paula permaneció inmóvil mientras la cabeza de él le rozaba donde una vez había tenido la cintura. La expresión del rostro de Pedro era de profundo respeto y el roce de los dedos era muy suave.


Ella se sorprendió por la oleada de sensualidad que se adueñó de ella, ya que no estaba segura de que se pudiese sentir así en su estado. Pero, ¿por qué debería una futura madre dejar de sentir su sensualidad, sus necesidades, sus apetitos?


Pedro era el único que podía estimular los suyos.


—Estoy orgullosa de mi aspecto. Pero no espero que todo el mundo entienda mi fascinación. Sé que parezco un globo —dijo Paula con un nudo en la garganta.


—Eres hermosa, exuberante y perfecta —exclamó Pedro con una ligera vibración en la voz—. Nunca he estado tan cerca de este milagro antes.


Al oír aquellas palabras, Paula no pudo evitar temblar y el rostro de Pedro expresó preocupación.


—Tienes frío —dijo, quitando una manta de la cama.


—Iba a tomar un baño.


—Adelante, entonces. Yo te ayudaré. No quiero que te caigas, la bañera es muy alta.


Paula no protestó aunque las razones le parecieron poco convincentes.


Pero era como llevar a cabo una de sus fantasías, la de tenerlo cerca, cuidándola como lo haría un amante, en el sentido estricto de la palabra. Si aquel bebé hubiera sido el resultado de una auténtica relación sentimental, sus fantasías serían ciertas. Pero se tenía que contentar con una ilusión.


Sin decir ni una palabra, Pedro le enjabonó la espalda y los senos henchidos, observando con atención las oscuras aureolas de los pezones. El cuerpo de Paula se estremecía. Él parecía fascinado por el cuerpo de ella y Paula se sentía relajada y a gusto.


Luego, Pedro se tumbó con ella en la cama y le frotó aceite en la tirante piel del abdomen.


—No te hago daño, ¿verdad? —preguntó él mientras Paula arqueaba la espalda.


Ella volvió la cabeza en la almohada y sintió como Pedro apartaba un mechón de cabello que se le había deslizado sobre la mejilla. Emitió un gruñido de desaprobación al descubrir el casi imperceptible hematoma que todavía tenía en la mejilla.


—Todo esto te debe resultar muy aburrido —dijo ella en tono de disculpa.


— ¿Aburrido? —gruñó Pedro—. Yo no lo llamaría así, sino un ejercicio de autocontrol y un viaje de descubrimiento. Estoy intentando con todas mis fuerzas no hacerte el amor —susurró, agarrándole la barbilla para que ella lo mirara—, pero me resulta difícil, muy difícil.


Paula no podía creer que estuviera diciendo eso. ¡La encontraba atractiva… así! La manera en la que le recorrió todo el cuerpo con la mirada acabó con cualquier duda al respecto.


—Incluso hueles más… femenina —dijo con voz áspera.


—Sí.


—Estar embarazada hace que algunos sentidos, como el olfato y el gusto, se hagan más agudos. Tú hueles muy bien —susurró ella—, y sabes muy bien — añadió, pasándose la lengua por los labios, con la mirada fija en el pecho de Pedro.


—Se te da muy bien torturar a la gente, ¿verdad? —Exclamó él, sentándose en la cama—. ¿O te has olvidado de lo que dijo el médico?


Aquellas palabras la arrebataron de un golpe toda la sensualidad que sentía.


Mortificada, se cubrió con la sábana. ¡Era ella la que le tenía que haber recordado a él aquellas palabras!


—Lo siento —susurró.


—Quiero a este bebé y no voy a hacer nada para ponerlo en peligro —dijo él.


—No fue culpa tuya… yo… yo —tartamudeó Paula, intentando encontrar las palabras adecuadas—. Hace tanto tiempo desde la última vez que alguien me abrazó que… Son las hormonas —dijo, para explicar las lágrimas que le aparecieron en los ojos—. Conmigo, las fábricas de pañuelos de papel hacen mucho negocio.


Pedro había estado a punto de decir que probablemente no fuese una buena idea que compartiesen la habitación, ya que no estaba seguro de que pudiese vivir con una tentación constante. Sin embargo, cuando Paula se echó a llorar, se tragó el comentario.


—Estaré siempre cerca cuando quieras abrazar a alguien. Estoy aquí para asegurarme de que todo vaya bien con el embarazo —dijo en tono de broma, acariciándole el pelo para tranquilizarla.


—No quiero ser una carga —lloriqueó Paula.


—Dios mío, no seas tonta… —dijo, viéndose interrumpido por el rumor de voces desde la escalera. La cara de Pedro reflejó enfado—. ¡Vaya! Invité a los Dupont a cenar —recordó—. No me di cuenta de que ya era hora. Afortunadamente el estofado no se quema —añadió, poniéndose de pie de un salto.


—No tengo hambre —dijo Paula, a quien no le apetecía la idea de pasar la velada con dos extraños, uno de los cuales la odiaba.


—No tengo tiempo para tratar de convencerte de manera sutil —dijo, enojado—. Baja dentro de quince minutos o te bajo yo mismo.


Paula se quedó mirando a la puerta fijamente y se levantó de la cama.


Conociendo al Pedro, sabía que era muy capaz de llevar a cabo sus amenazas



AMORES, ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 33




La casa era una granja rehabilitada construida en piedra de una tonalidad rosada. Estaba situada en las laderas de una colina, dominando las fértiles llanuras del valle.


—Te quedaste dormida de repente —dijo Pedro mientras ella se frotaba los ojos y parpadeaba.


—No —le contradijo ella—. Bueno, tal vez un poquito, pero nada más — admitió, estirándose con fruición.


—No está tan aislada como parece —añadió Pedro, mientras la ayudaba a salir del coche—. La otra carretera lleva a una ciudad que está sólo a unos pocos kilómetros. Mathilde, mi ama de llaves, ha accedido a vivir con nosotros al menos hasta que nazca el bebé, así que no estarás sola. Habla inglés mejor que tú francés —añadió en un tono de guasa.


—Así que tengo una carcelera. ¡Qué bien! —le espetó, mientras aceptaba de mala gana la ayuda para salir del coche.


Si Paula se sintió torpe al salir del coche, aquello no fue nada en comparación a cómo se sintió cuando una figura alta y esbelta salió de la casa como una exhalación y fue corriendo hasta los brazos de Pedro. Ella le besó en los labios afectuosamente y dio un paso hacia atrás, sonriendo. Cuando aquella mujer la miró, Paula se sintió como una ballena.


— ¿Cuándo has llegado, Jazmin? —preguntó Pedro, sin parecer sorprendido por la efusión del saludo.


—El sábado pasado. Gaston me pidió que echara una mano ya que tú estabas… retenido en Londres —dijo la esbelta y atractiva morena, echándole una rápida mirada a Paula.


— ¡Qué amable! ¿Qué tal ha estado el tiempo? —preguntó Pedro, mirando las oscuras nubes que había en el cielo.


—Lo suficientemente frío como para hacerme sentir en casa —comentó ella, riendo.


El viento era gélido y Paula sentía que le cortaba a través de la ligera tela de la chaqueta. Ella no se sentía en casa. Más bien se sentía como una intrusa.


—Si no os molesta, voy a entrar en la casa —dijo Paula con sequedad.


—Perdona, no os he presentado. Paula, ésta es Jazmin Dupont, la hermana de mi socio Gaston.


Paula respondió con una ligera inclinación de la cabeza al saludo de la otra mujer. Tenía que admitir que Jazmin era muy atractiva, con rasgos delicados como los de una virgen y extremidades largas y atléticas. Sabía que Pedro la encontraba atractiva. No sabía que tuviera un socio, pero entonces se dio cuenta de que había muchas cosas de Pedro que no conocía.


—Ten cuidado, porque el acceso a la entrada está empedrado con guijarros y se ponen muy resbaladizos después de la lluvia —advirtió Pedro.


Paula estaba sin aliento cuando entró en el cálido y amplio salón y se quitó la capucha que le protegía la cabeza. La cocina era enorme y ocupaba todo el lateral de la casa. Las paredes era de piedra vista y el techo era muy bajo, con vigas oscuras, de las que colgaban manojos de hierbas. Había un antiguo fogón en la chimenea, pero al ver todos los modernos electrodomésticos, Paula asumió que era sólo un mero elemento decorativo.


— ¡Mathilde! —gritó Pedro cuando llegó a donde ella estaba—. Te podrías haber roto la cabeza ahí fuera —regañó a Paula—. ¡Mathilde!


— ¡Oh! Pepe, le di el día libre. Su sobrina se casaba hoy y tenía muchas ganas de ir. Le dije que no te importaría. ¿Hice bien? —preguntó Jazmin, haciéndole gestos coquetos mientras lo miraba.


—Claro que sí —respondió Pedro—. Necesito ponerme al día y ver a Gaston. Ha estado llevando él solo durante demasiado tiempo el peso de todo esto.


«Supongo que eso es culpa mía también», pensó Paula, embargada por una terrible sensación de soledad. «Debo estar loca por haber permitido que me traiga aquí».


— ¿Qué es lo que te detiene? —preguntó Jazmin.


—No puedo dejar a Paula sola.


—No seas ridículo —le espetó Paula, ruborizándose al captar la mirada de desdén que le estaba dirigiendo la otra chica—. ¿Es que no está el lagar aquí? —preguntó, echando una mirada a los demás edificios.


—No, está al otro lado del valle —explicó Jazmin, con una mezcla de superioridad y burla que hizo que le hirviese la sangre a Paula—. Estoy segura de que Paula entiende que tienes otros compromisos.


«Y tu eres uno de ellos, supongo», se dijo Paula, viendo cómo la chica le sonreía a Pedro.


—No voy a discutir sobre eso —dijo Pedro con firmeza—. Dile a Gaston que venga a cenar. Y tú también, desde luego. Así nos pondremos al día.


Jazmin tuvo que contentarse con eso, a pesar de que Paula sospechaba que sus planes eran muy diferentes. Lo que hubiera querido habría sido llevarse a Pedro y no le gustaba ver que las cosas no salían como ella había pensado.


—Te enseñaré tu habitación para que puedas descansar un poco —comentó Pedro.


—No necesito una niñera.


—Yo opino lo contrario —respondió él con sequedad—. Y si no fueras tan testaruda, tú misma lo reconocerías.


Paula admitió que tenía razón y subió las escaleras. Pedro la llevó a una habitación amplia y ventilada, decorada con antigüedades. La cama tenía un cabecero de latón y estaba cubierta con un edredón. Había flores en el escritorio, lo que indicaba posiblemente que Mathilde fuera más hospitalaria que Jazmin.


Paula esperaba que no estuviera enamorada de Pedro también.


Probablemente Pedro y Jazmin habían tenido una relación. Tal vez, todavía tenían una relación. «Tal vez por eso me mira de esa manera», se dijo Paula.


—Es muy bonita —le dijo a Pedro, que la miraba con la intensidad de siempre—. Estoy muy cansada.


Le había parecido que Pedro iba a decirle algo, pero entonces afirmó con la cabeza y dijo:
—Si necesitas algo, llámame. El cuarto de baño está detrás de esa puerta.


Demasiado cansada para pensar en nada, Paula se quitó los zapatos de una patada y se metió vestida entre las sábanas. Sus sueños fueron muy reales y muy agitados…


Se despertó de repente y se sentó en la cama, sintiéndose confusa y desconcertada en una habitación que le resultaba desconocida. Tardó algunos momentos en recordar dónde estaba.


Pero no fue muy reconfortante lo que recordó. 


Estaba en algún lugar del Lánguido con Pedro, a quien seguramente le hubiese gustado más volver solo y encontrarse con la esbelta Jazmin esperándolo en el umbral de la puerta.