martes, 25 de mayo de 2021

EL TRATO: CAPÍTULO 37

 


—Hola a todo el mundo —saludó Pedro cuando entró en el comedor.


Los niños empezaron en seguida a hablar, cada uno exigiendo toda su atención para sí. Él les hizo caso mientras buscaba con la mirada a Paula.


—Te he echado de menos —le dijo al oído cuando se sentó a su lado.


Se puso colorada y miró al otro lado de la mesa, devolviendo la mueca y el guiño de complicidad a Brian. Se habían encontrado por primera vez en el jardín esa tarde y se habían caído muy bien. Todo lo que había oído acerca del menor de los hermanos era cierto… era un tipo muy simpático y divertido. No estaba mal que estuviera allí para apoyarla.


Miró a Pedro mientras éste jugueteaba con los niños. Era el centro de la atención y mientras lo miraba, una sonrisa tonta le afloró al rostro. De repente sintió la tremenda necesidad de tocarle de alguna manera, tal vez sólo la mano. Pero se contuvo. Pronto, cuando terminara la cena, podría hacer realidad sus deseos.


El día había sido eterno sin él y se había dedicado a repasar mentalmente todo lo que había sucedido en la posada. Incluso ahora le resultaba imposible olvidar su contacto, su sabor. La comida le resultaba algo mediocre en comparación. Esa noche tenía un hambre de otro tipo.


En un momento, durante la cena, sus miradas se cruzaron y el tenedor de Pedro se detuvo en medio camino cuando se percató del mensaje que ella le estaba enviando. Ella no se había dado cuenta nunca antes del poder de su sexualidad y el percatarse de ella fue a la vez estimulante y un poco estremecedor.


El sonido de su nombre la trajo de nuevo a la realidad.


—¿Paula? ¿Qué piensas de esto? ¿Te interesa? —le estaba preguntando Brian.


Ella lo miró.


—Lo… lo siento, Brian. No te he oído.


Brian sonrió.


—Estaba sugiriendo que, desde que soy el encargado de los asuntos nacionales necesitamos un nuevo administrador para la oficina. Tú has seguido algunos cursos de administración empresarial ¿no?


—Sí, pero…


—¿Y alguno de ellos no eran de administración de oficinas?


—Sí, pero…


—Entonces, propongo a la señora Paula Alfonso para el puesto de administrador de oficinas en la «Alfonso Corporation».


—¡Espera un momento, Brian! No hemos hablado nunca…


—¿De qué hay que hablar, Eduardo? Paula sería perfecta para el trabajo. Tiene los conocimientos necesarios y es miembro de la familia. Es una forma ideal de mantenerla ocupada y eso me ahorrará el tener que ponerme a entrevistar gente.


Paula miró a Brian incrédula. Eso era una sorpresa completa para ella. Se volvió para verle la cara a Pedro y saber su reacción, pero su expresión pensativa no le dijo nada.


El pensamiento de estar trabajando todos los días cerca de él la excitaba. La compañía significaba mucho para él. Tal vez si aprendía algo acerca de sus negocios podría aprender además algo acerca del hombre a la vez. Su trabajo en la universidad no supondría ningún problema, ya que ya había pedido una excedencia. ¿Qué podría haber de malo en intentar lo que le estaba sugiriendo Brian? Aunque fuera por poco tiempo.


Volvió a mirar a Pedro, tratando de averiguar lo que pensaba.


—Creo que es una buena idea —dijo Pedro, preguntándose cómo iba a poder trabajar teniéndola todo el día en la oficina—. ¿Qué piensas tú, Paula?


—No lo sé, me gustaría pensarlo.


—¿Por qué no te vienes mañana? —dijo Brian—. Así podrás ver cómo es la cosa.


—Un momento, vamos a hablar ahora mismo un poco más acerca de esto —los interrumpió Eduardo—. Hay muchas, muchas cosas de las que tenemos que discutir antes de tomar una decisión acerca…


—Déjalo, Eduardo —dijo Pedro—. Está decidido. Si es que Paula está de acuerdo puede empezar mañana mismo. Yo la llevaré a la oficina ¿de acuerdo?


—De acuerdo —le contestó ella.




EL TRATO: CAPÍTULO 36

 


Pedro, después de decirle a Eduardo lo que pensaba de la forma en que se había metido donde no lo llamaban al interferir su llamada a Paula, escuchó educadamente lo que su hermano le dijo acerca de sus responsabilidades con la compañía y la familia. ¿Pero qué pasaba con sus responsabilidades para con él mismo?


—No lo vuelvas a hacer, Eduardo —le dijo Pedro señalándole con el dedo mientras se dirigía hacia la puerta—. Me voy de aquí antes de que esto se nos escape de las manos y nos digamos algo de lo que nos podríamos arrepentir más tarde.


—Esto no era parte del acuerdo.


Las palabras de Eduardo dejaron como helado a Pedro. Miró a su hermano y supo que los sucesos de la tarde le habían alterado la tensión arterial. Eduardo no podía comprender su defensa de su nueva esposa. Se dio cuenta también de que el disgusto que le producía Paula a su hermano no era algo personal. Era cuestión de negocios y, en lo que se refería a la compañía era como si le pusieran unas orejeras de burro.


Pedro quería a su hermano y sintió un momentáneo sentimiento de culpa porque lo que estaba a punto de decirle solamente le iba a preocupar más. Pero tenía que hacerlo. Volvió a su silla y le replicó con voz profunda.


—Eso ya lo sé, Eduardo. Pero no siempre se puede planear cuándo y de quién se va a enamorar uno.


Eduardo abrió mucho los ojos, sorprendido.


—¿Estás enamorado de ella?


—Estoy empezando a pensarlo.


—No puedo creer esto de ti, Pedro. De Brian, vale, pero ¿de ti?


—¿Qué es esto, Edu? ¿Por qué estás en contra de que este matrimonio funcione? ¿Por qué no me puedes ver con una esposa, una familia, como Eleonora y tú? Yo no soy una máquina. También necesito una vida, como todo el mundo.


—Nunca antes la has tenido. Supongo que estoy acostumbrado a que siempre estés aquí, conmigo, con la compañía.


—Y todavía lo estoy. Nada va a cambiar. La única diferencia es que ahora tengo alguien a quien amar, con quien compartir mi vida. ¿Es tan difícil para ti aceptarlo?


—¡Por supuesto que no! No voy a regatearte tu felicidad. Es sólo que…


Eduardo se detuvo, como si no estuviera muy seguro de cómo continuar.


—Suéltalo, Edu. Nunca antes has sido tímido conmigo. No vayas a empezar ahora.


—De acuerdo. No me quiero meter en tu vida amorosa si es que quieres seguir con el matrimonio, pero no puedo tolerar el pensamiento de tener a Paula sentada en nuestro consejo de administración con derecho a voto.


Pedro suspiró con fuerza y agitó la cabeza.


—¿Es eso todo lo que te preocupa?


—Por el momento.


—¿Y si consigo que Paula me ceda sus acciones a mí? ¿Te hará eso feliz?


—Completamente, pero ¿crees que podrás convencerla de que lo haga?


—No veo por qué no. Al contrario que tú, yo creo que ella no está interesada sólo en el dinero. Soy lo suficientemente vanidoso como para pensar que yo también tengo un poco que ver.


Pedro se levantó y se volvió a dirigir hacia la puerta, ansioso por terminar la conversación. Era ya la hora de la cena y no había visto a Paula en todo el día. Quería subir a sus habitaciones y darle un beso, cenar con ella y pasarse una velada tranquila en casa. Como cualquier otro matrimonio normal y corriente.


Cuando llegaron esa mañana, él se había marchado directamente a la oficina. Le sorprendía darse cuenta de la cantidad de tiempo que se había pasado pensando en ella, en ellos dos. Se marchó al final de la jornada laboral, en vez de quedarse hasta tarde, como solía hacer. En menos de una semana, ella había cambiado su vida. Ese pensamiento no lo preocupó, como quizás hubiera debido hacerlo. En vez de eso, se sentía como en el umbral de algo maravilloso, como si tuviera la urgente necesidad de saltar primero y pensar más tarde.


El comentario de Eduardo lo detuvo.


—Me gustaría que esto estuviera listo tan pronto como sea posible. En especial, teniendo en cuenta lo que sabe ahora Dario Carmichael. Quiero esas acciones en nuestras manos cuanto antes.


Pedro asintió. Carmichael y las acciones. ¿Es que nunca le iban a dejar en paz? Ambos estaban involucrados en una intrincada trama que ahora tenía otra víctima inocente: Paula.




EL TRATO: CAPÍTULO 35

 


Pedro apartó las manos y se sentó. Paula tardó un momento en darse cuenta de que se había detenido. Abrió los ojos y se dio la vuelta. A Pedro le brillaban los ojos y su rostro era una rígida máscara.


—Dijiste algo de unas promesas —le dijo él en voz baja—. Yo te hice una y voy a cumplirla. Si quieres que lo haga.


Paula se dio la vuelta por completo y la toalla cayó a un lado, dejándola completamente desnuda ante su vista. Sin dudar, extendió los brazos hacia él. Pedro se dejó caer y le apoyó los brazos a ambos lados del cuerpo. Quería decirle lo mucho que significaba para él, pero el fuego que ardía en su interior hizo que las palabras se le quedaran en la garganta, así que se limitó a mirarla.


Pedro, te deseo, pero no estoy usando nada…


—Deja que yo me ocupe de eso.


Cuando ella asintió, le preguntó:

—¿Estás segura de que es esto lo que quieres? Porque, que Dios me ayude, si te vuelvo a tocar no voy a ser capaz de detenerme.


Paula le acarició el pecho. Vio entonces a un hombre mirándola con deseo y pasión, luchando por controlar su cuerpo. Quiso absorberlo, tocarle todas las partes que le hacían ser lo que era. La sensación era tan poderosa, tan intensa que casi la consumía. Le abarcó el rostro con las manos temblorosas.


—Ven a mí —susurró—. Quiero sentirte dentro de mí, como una parte de mí. Por favor.


Él se apartó y se desnudó rápidamente, colocándose una protección antes de volver a la cama y al interior de sus brazos abiertos. La besó. El beso fue más una promesa que una realidad. Luego, mirándola a los ojos, penetró en su receptivo calor.


Paula murmuró algo al principio de la invasión, luego levantó las caderas para aceptarle más completamente, desesperada por más de él, por todo él.


Pedro enterró el rostro en el hueco de su garganta, murmurando palabras de amor cuando los alcanzó un poco común éxtasis simultáneo.


No se movieron. No había necesidad de hacerlo. Su peso era tan bienvenido como el profundo beso que le dio. Paula no había estado más relajada en su vida y sintió cómo la realidad se deslizaba bajo la cubierta del sueño; entonces pensó que le oía susurrar:

—Te quiero.


Pero, tal vez lo había vuelto a soñar.