sábado, 14 de febrero de 2015

UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 14




A Paula se le erizó el vello de los brazos al contacto de la fresca brisa marina. Aldana y ella acababan de cerrar la tienda después de evaluar los daños. Su amiga se había retirado ya a su apartamento, con su novio.


Ella se había quedado en la puerta de la tienda, contemplando el muelle con los barcos atracados y el horizonte azul al fondo. Inspiró profundamente mientras experimentaba una extraña sensación de cosquilleo que le nacía en el cuello y terminaba en la punta de los dedos. No era miedo. Pero era algo urgente que no podía ignorar.


Hasta que de pronto lo entendió. Pedro caminaba hacia ella, con las manos en los bolsillos. Relajado, vestido con una camisa azul claro de cuello abierto y unos tejanos oscuros.


—Me alegro de no verte enterrada bajo una nube de fotógrafos.


—Y yo. Suerte que es temporada baja.


Fue un momento extraño, parecido al que se había producido un mes atrás, en Grecia. La atracción era la misma. Tanto si le gustaba como si no, tanto con anillo de compromiso como sin él, estaba presente. Con o sin complot para seducirla y vengarse de Alejo. Con o sin bebé.


Sabía que él también la sentía. Podía verlo en sus ojos azules de mirada traviesa. Estaba pensando en sexo, en pecado y en todas las cosas maravillosas que habían hecho juntos. Por alguna razón, tenía con aquel hombre una conexión que no lograba explicarse y que no deseaba en absoluto. ¿Por qué no podía ser sencillamente el canalla que la había seducido, la simple causa de su embarazo? 


Pero había más.


—¿Cenamos? —propuso él. La pregunta era otro eco del pasado.


—Sí —sintió su mirada acariciando sus labios y su cuerpo reaccionó de inmediato.


Él le tendió la mano, pero ella no la aceptó. Porque sabía que, de hacerlo, se hundiría de verdad.


—¿Dónde vamos a cenar? —le preguntó.


—Detestaría desperdiciar la terraza que tenemos en el hotel. Había pensado en cenar en la suite. De hecho, la cena ya nos está esperando. Y yo beberé zumo de uva, al igual que tú.


—Vaya… es todo un detalle por tu parte.


—Pareces sorprendida.


—Lo estoy —empezó a caminar a su lado, agudamente consciente del esfuerzo que ambos hacían por no tocarse, pese a lo cerca que estaban.


Se suponía que su caparazón debía protegerla. Todos aquellos años reprimiéndose, evitando que surgiera la pasión, aprendiendo a ocultar cada sentimiento, cada deseo y cada necesidad bajo un impenetrable muro de acero. Todo aquello debería haberla ayudado, preservado. Pero no era así. Once años de autocontrol parecían haberse evaporado de golpe.


Entraron en el hotel en medio de un absoluto silencio y subieron en el ascensor hasta la suite. Las dobles puertas de la terraza estaban abiertas, de manera que la luz rosada del crepúsculo bañaba el salón. En la terraza, sobre la mesa puesta para dos, una botella de hasta el último detalle.


—Muy romántico —comentó ella en tono seco.


—Ah. ¿Te lo parece? —miró a su alrededor como si el pensamiento le sorprendiera—. Yo solo pedí que nos subieran una cena para dos y que no nos molestaran. Por una cuestión de intimidad, ya que hablaremos de temas personales y tú eres una figura pública. Te aseguro que lo del romanticismo no se me pasó en ningún momento por la cabeza.


—Naturalmente que no. Ahora que lo pienso, tú no eres nada romántico, ¿verdad?


—Nunca he tenido mucha práctica en eso. Pero me gustaría pensar que lo fui de alguna manera la noche que pasamos juntos.


—Me sedujiste. Eso fue algo completamente diferente. Yo no estaba buscando romanticismo.


—Entonces, ¿estabas buscando sexo?


—No —respondió ella—. Pero creo que fue por eso por lo que funcionó —se sentó y sacó la botella del cubo, mirando el corcho con expresión desconfiada—. Tiene un corcho.


—Sí.


—Estas cosas me aterran. Ábrela tú —le entregó la botella a Pedro , que enseguida hizo saltar el tapón—. ¡Ay! —esbozó una mueca al oír el sonido—. Siempre me imagino que me da en un ojo.


—Una posibilidad improbable —él se rio—. Pero nunca está de más ser prudente.


—Ese ha sido ciertamente el lema de mi vida.


Pedro  enarcó una ceja mientras le servía el efervescente líquido.


—Lo ha sido durante mucho tiempo —añadió ella—. Porque… al final acabas por pasarlo mal cuando sales demasiado.


—Bueno, yo no salgo casi.


—¿Nunca sales con nadie?


—No. Solo tengo aventuras de una noche. A veces mujeres con las que salgo un par de fines de semana. Nada más.


Extrañamente, no la molestó escuchar aquello. Se habría molestado mucho si se hubiese enterado de que había amado a una mujer, o a varias. Y no tenía ganas de analizar el porqué.


—Eso me parece inteligente —comentó—. En cierto aspecto, quiero decir. A mí seguro que no me funcionaría, porque el tipo con quien saliera enseguida acudiría a la prensa.


—Eso debe de ser muy engorroso. A mí me gusta estar alejado de los focos.


—Si llegan a verte conmigo… quiero decir que, cuando la prensa descubra lo nuestro… la situación cambiará. Eres consciente de ello, ¿verdad? Perderás tu intimidad.


—Lo soportaré —Pedro  alzó la tapa de la bandeja y descubrió una fuente de pescado.


Un pescado entero. El pescado no le desagradaba, pero después de haber pasado tanto tiempo en Grecia y luego en la isla, temía que fueran a salirle escamas.


—Me encanta el mar, por supuesto —dijo—. Pero, para ser sincera, sus habitantes no me entusiasman —señaló el pescado con la cabeza—. ¡Aj! Tiene cabeza y ojos.


Pedro se echó a reír mientras hacía la fuente a un lado.


—Ahora vengo.


Abandonó la terraza y Paula no pudo evitar fijarse en su trasero. Bajó enseguida la mirada a su copa y no se dio cuenta de que había vuelto hasta que le oyó decir:
—He pedido que nos suban una pizza.


—¿Una pizza? —ella se echó a reír.


—Me han prometido que estará aquí en diez minutos.


—Dime que no llevará anchoas, porque entonces no habremos resuelto ninguno de mis problemas.


—Nada de anchoas. Te lo prometo. La he pedido de piña.


—¡Me encanta!


—Y a mí.


Una extraña sensación de calma se instaló entre ellos, aún más inquietante que la tensión anterior. Aquello no tenía nada que ver con lo ocurrido hacía un mes. Tenía un punto de domesticidad que la afectaba muy en el fondo.


—Al diablo el romanticismo —comentó ella, riéndose.


Pedro  se encogió de hombros.


—Así está mejor. Es real, al menos.


—Cierto —abrió la caja que acababan de llevar y tomó un trozo de pizza—. Dime una cosa. ¿Comes pizza muy a menudo?


—¿Quieres que te cuente un secreto?


—Sí.


Se inclinó hacia ella, mirándola intensamente.


—Después de abandonar el… la mansión, no tenía dinero alguno. Así que dormía donde podía y comía lo que podía. Y pese a todo seguía sintiéndome bien por dentro, porque no formaba ya parte de aquel horrible lugar.


—Lo entiendo.


—Pero una vez que empecé a ganar dinero, y me hice con un apartamento… no me apetecía comer langosta o filete mignon. Ya había tenido todo eso, viviendo en aquella casa. Los yonquis vomitaban en los pasillos, la gente tenía sexo en público, pero luego nos sentábamos a cenar formalmente como si fuéramos una familia de locos, en plan lujoso. En mi vida había encargado una pizza. Así que, después de aquello, estuve encargando una casi cada noche durante… mucho tiempo.


Bajó la mirada a su trozo de pizza. Era extraño; a veces parecía tan joven… y otras veces parecía como si tuviera mil años.


—¿De qué la pediste aquella primera vez?


—¿La pizza?


—Sí. Seguro que lo recuerdas.


—De pepperoni —sonrió—. Con aceitunas negras. Al estilo de Nueva York. Por supuesto, en aquellos días soñaba con viajar a Nueva York. Ahora vivo allí.


—Yo pasé buena parte de mi infancia en Nueva York —le explicó ella—. Y la mayor parte de mi vida adulta. Tuve la suerte de viajar desde bien pequeña.


—Yo apenas puse un pie fuera de la mansión Kouklakis hasta que tuve catorce años.


—¿Qué?


—No había… ningún otro sitio a donde ir. Y no querían que habláramos con nadie. Que nadie nos preguntara. No éramos muchos niños. Teníamos que tener cuidado y pasar desapercibidos ante la gente que podía querer… usarnos, gente que acudía a fiestas y esas cosas. Y debíamos tener cuidado también con lo que decíamos. Unas palabras de más podían poner a la policía en la pista de Nicolas y eso habría sido imperdonable. La muerte segura.


—¿Habrían sido capaces de matar a… niños?


—Ellos nunca se habrían ensuciado las manos, pero sí que habrían contratado a alguien para que lo hiciera —tomó otro trozo de pizza—. Me libré de todo aquello. Y ahora estoy comiendo pizza. Eso es un final feliz, ¿no?


—¿Tú crees?


—¿Qué quieres decir?


—Que todavía no ha terminado —respondió ella—. Ahora mismo estamos sentados comiendo pizza, sí. Pero no va a producirse ningún fundido en negro. La historia continúa.


—Cierto.


—Se abren muchos caminos posibles. Y me temo que ninguno de ellos es tremendamente feliz.


Pedro  soltó un gruñido de frustración.


—Quizá porque estás buscando algo que yo no puedo darte. Podrías ser feliz si solo…


—¿Si solo qué?


—Te comprometieras. Estabas dispuesta a hacerlo por Alejo, y eso que no lo deseabas. No estabas embarazada de él. Bueno, ahora vas a tener un hijo conmigo y además me deseas, así que no veo razón alguna por la que no quieras casarte conmigo en lugar de con él. ¿Qué es lo que ha cambiado?


—Creo que yo he cambiado —Paula bajó la mirada—. Quizá ahora tenga menos miedo de lo que podría sucederme si me esforzara realmente en encontrar la felicidad.


—Yo creo que podría hacerte feliz. En la cama.


Paula soltó una tosecilla nerviosa.


—De eso se trata, precisamente.


—Yo te deseo, Paula. Te deseo desde la primera vez que te vi. Y no es que te esté mintiendo para retenerte aquí. Te estoy diciendo la verdad. Sé que esto no quiere decir nada para ti, pero desde el momento en que te vi, me olvidé de Alejo y de cualquier sentimiento de venganza. Porque solo podía pensar en tenerte desnuda, en hacer el amor contigo. Quizá no sea muy romántico, pero te juro que solo me importabas tú.


El corazón de Paula latía acelerado, atronándole los oídos. 


En un impulso, se inclinó hacia delante, lo agarró del cuello de la camisa y lo besó en la boca. No sabía lo que estaba haciendo ni por qué. Solo sabía que no podía detenerse. 


Sus palabras resonaban en sus oídos: «Solo me importabas tú».


Él la tomó de la nuca y profundizó el beso, acariciándole la lengua con la suya. Una oleada de deseo la barrió por dentro. Se dijo que no debería estar besándolo. Que no debería complicar todavía más su situación cediendo a la química que existía entre ellos.


Pero él le había dicho que la deseaba. Y todo en su persona había reaccionado a eso. Había luchado por liberarse, por romper los límites que se había autoimpuesto. Quería ofrecerle su pasión. Quería otra oportunidad de sentir algo. 


Era como emerger por fin a la superficie y llenarse los pulmones de aire.


Pedro rodeó la mesa, volvió a atraerla hacia sí y la besó con pasión. Ella le echó los brazos al cuello. Abrazándola con fuerza, la acorraló contra la pared de piedra de la terraza.


—Te necesito, Paula—murmuró mientras le besaba las mejillas, el cuello, la clavícula—. Dios, ¿cómo he podido sobrevivir durante todo este tiempo sin tocarte?





UNA NOCHE DIFERENTE: CAPITULO 13





Has querido lucirte —le reprochó Paula mientras contemplaba la suite, caminando hacia el ventanal con vistas al mar.


El vuelo a Cannes había sido rápido, sin mayores problemas.


—La habitación a la que tú me llevaste era muy bonita. Y el servicio excelente.


Pedro vio brillar en sus ojos algo que no le gustó. Dolor. Vergüenza.


—No tienes derecho a bromear sobre aquella noche —le dijo ella—. No me gusta recordar la manera en que me utilizaste.


—Tú también me utilizaste a mí. Al fin y al cabo, estabas comprometida con otro hombre. No estabas libre de culpa.


—Pero tú lo sabías. Yo no te engañé.


—¿Tenemos que volver a hablar de eso? Yo me sentía… culpable después de lo sucedido, Paula. Fue por eso por lo que no llamé a Alejo. Y por lo que fui a buscarte el día de tu boda. Por lo que fui a verte a ti, y no a él.


—¿Te sentías culpable?


—Es algo que suele suceder cuando buscas vengarte de alguien… y te descubres a ti mismo manipulando a otra persona para hacerlo. Con lo que acabas sintiéndote igual que aquel a quien desprecias.


Era la verdad. Después del incidente con Paula, había llegado a sentirse sucio. Vacío. Víctima o depredador. ¿Qué era él? Ni siquiera conocía la respuesta.


—Te remuerde la conciencia, ¿eh? —dijo ella.


—Quizá no sea tan mala persona como crees. Es posible que no sea tan bueno como me imaginaba, pero tampoco soy un ser completamente inmoral.


—Tú… ¿de verdad creciste en un burdel con Alejo?


—Sí —respondió con un nudo en el pecho—. No creo que él me recuerde. Yo era un niño cuando él se marchó de allí. Tendría quizá unos ocho años. Pero yo sí me acuerdo de él. Y de su padre.


Sentía como un peso de plomo en el pecho. Como siempre que pensaba demasiado en… todo.


—Alejo nunca me habló de la vida que había llevado antes de que entrara a trabajar para mi familia —dijo ella—. Nunca me dijo una sola palabra al respecto y es ahora… cuando me resulta un tanto extraño. Pero Alejo es tan serio y formal… No me lo imagino para nada como el hombre que tú me has descrito.


—No era más que un muchacho en aquel entonces.


—Ni siquiera bebe alcohol. Es el hombre más formal que he conocido, y quizá por eso no me inspire ninguna pasión. Pero es un amigo. No es una mala persona.


—Pero lo fue —replicó Pedro, necesitado de justificarse.


—O quizá simplemente pasó por una mala etapa. Como tú mismo has reconocido, tú tampoco te portaste muy bien conmigo.


—No.


—Ni yo contigo. Pero tampoco creo que fuera mi peor comportamiento. Bueno, depende de cómo se mire. Porque no cumplí mi promesa… y eso no fue justo por mi parte.


—¿Cuál fue tu peor comportamiento?


 —No quiero hablar de ello. De hecho, lo que debería hacer ahora es salir corriendo en busca de Aldana.


—Te acompaño.


—No es necesario.


—Quiero hacerlo. Quiero ser parte de tu vida. Y me siento frustrado porque no sé cómo podría hacerlo sin mentirte.


Paula frunció el ceño.


—¿Qué me dirías?


—¿Cómo?


—¿Qué me dirías si tuvieras que mentirme para conservarme a tu lado?


Contempló aquel rostro perfecto y aquellos profundos ojos azules en cuyo fondo asomaba el dolor. Un dolor que no quería acentuar, pese a saber que ya lo había hecho.


—Te diría que te amo. Que mi vida no sería nada sin ti. Que te necesito. Más que respirar.


Vio que se le llenaban los ojos de lágrimas y, por un instante, deseó que lo que acababa de decirle fuera cierto. 


Pero él no sabía cómo sentir aquellas cosas. Y aunque supiera… nunca se arriesgaría a hacerlo.


La imagen de un bebé apareció de pronto en su mente. Un diminuto recién nacido que parecía llorar de necesidad. De necesidad por él. El pecho se le apretó de emoción. De alguna manera volvió a experimentar aquella impotencia que había sentido de niño, rodeado de maldad. Cuando aquellos que deberían haberlo protegido… habían sido precisamente los monstruos.


No había mayor desesperanza que aquella. Y él la había sentido cada día. Una sensación que se había intensificado el día que conoció la verdad. El día en que huyó. «Y ahora vas a ser padre», se recordó. El pensamiento hizo que le flaquearan las rodillas.


—Bueno —dijo ella, interrumpiendo sus reflexiones—, eso sería muy melodramático —tragó saliva, visiblemente—. Y, por supuesto, no te creería.


—Muy sabio por tu parte. Eso se llama aprender de los propios errores.


—Supongo que sí. Bueno, me voy a ver a Aldana. Sola. Así que ya puedes buscarte algo para distraerte.


—¿Dónde está la tienda?


—Ya te mandaré la dirección en un mensaje.


—¿A qué hora te espero? —le preguntó él, cruzándose de brazos.


—A ninguna. Ya volveré cuando sea.


—¿De modo que no sabré si los paparazzi te han acorralado en algún callejón o si simplemente te has retrasado? Eso no me gusta. Dime una hora o dame al menos la dirección.


—¿Estás… preocupado por mí?


—Por el bebé —precisó él, con un nudo en el estómago.


—Bueno, por supuesto. Era eso lo que quería decir.


—Ya.


—Me voy. Volveré sobre las siete. Si tardo más, te pondré un mensaje.



Pedro asintió y se la quedó mirando mientras abandonaba la habitación. Quizá debería estarle agradecido por haber rechazado su proposición de matrimonio. ¿Qué sabía él de ser padre, de ser un buen marido? Lo único que sabía era que sentía la necesidad de estar cerca de ella. De protegerla. Al igual que a su bebé.


Quería ofrecer su protección a los dos. Pero ignoraba cómo podría protegerlos de él.


No, nunca les haría el menor daño físico, pero… Siempre se había imaginado la sangre de Alejo como si fuera veneno corriendo por sus venas. Era una visión que había tenido de niño cada vez que lo había visto a él, o a Nicolas, pasar a su lado. Y que, si podía cortárselas, el mal afloraría. Exudaban mal. Hasta que descubrió la verdad. Que aquella sangre era también la suya.





UNA NOCHE DIFERENTE; CAPITULO 12




Estaba tan cansado que quería tumbarse para no volver a levantarse en tres días. Pero no quería tumbarse solo. 


Quería yacer junto a Paula. Abrazarla mientras se quedaba dormido.


Un efecto del jet lag, seguramente. Era primera hora de la mañana en la isla, noche cerrada en Nueva York. 


Necesitaba un café. Podía oírla cantar. En la cocina, desafinadamente. Siguió aquella voz como si fuera un rastro de miguitas de pan, al final del cual encontró a una rubia con la melena recogida en lo alto de la cabeza en un desaliñado moño, vestida con un pijama corto y yendo de un lado a otro con una taza en la mano.


—Buenos días —la saludó—. ¿Hay café hecho?


Deteniéndose en seco, Paula se volvió rápidamente hacia él.


—¡Ay! Me has asustado. No sabía que habías vuelto.


—Te puse un mensaje —era así como se había mantenido en contacto con ella durante la última semana. El ocasional mensaje de texto para asegurarse de que estuviera bien. A veces ella le había respondido sin dirigirle un insulto.


—Todavía no he abierto mi teléfono.


—Me decepciona que no estuvieras esperándome con el aliento contenido.


—Perdona —ella se acercó a la cafetera y llenó una taza.


—Gracias.


—Es para mí.


Pedro le lanzó su más maligna mirada y se dirigió al armario para sacar una taza. Se sirvió él mismo.


—No te imaginas lo mucho que necesito en este momento un poco de cafeína.


—Se suponía que yo tenía que limitar el consumo, pero la necesito cada mañana. El médico me dijo que no pasaba nada.


—¿El médico?


—Sí. Pedí que me visitara uno mientras tú estabas fuera.


—¿Y?


—Es demasiado pronto. No te hacen ecografías ni esas cosas a estas alturas.


Se la quedó mirando. La imagen que ofrecía, con las uñas de los pies pintadas de un rosa brillante y el cabello recogido en lo alto de la cabeza le hizo reír, por lo absurda.


—¿Qué pasa? —le preguntó ella.


—Estás tan rara…


—¿Y eso te sorprende?


—La prensa siempre te presenta tan seria y formal…


—¡Bah! Ellos solo ven una pequeña parte de lo que soy, y luego informan de ello. No me conocen ni saben lo que hago cuando estoy en casa.


—¿Eso es culpa suya o tuya?


—¿Qué quieres decir?


—Eres muy reservada. Y, aunque tengo que decir que conmigo no lo eres tanto, lo eres. ¿Hay alguien que te conozca de verdad?


Paula se detuvo con la taza a medio camino de sus labios.


—Probablemente, Aldana. Un poco. Es la amiga con la que estaba en Corfú. La que me animó a acercarme a hablar contigo. Lucila y ella eran mis damas de honor. O deberían haberlo sido, si hubiera seguido adelante con la boda.


Aldana había sido su antigua compañera de andanzas. 


Salía de compras con ella, hablaban de tonterías. Cuando se juntaban con Lucila, era Paula quien se sentía obligada a ponerse seria. Con su padre tenía una relación similar. Y luego estaba Alejo. Con él tenía que ser… tranquila, refinada. Con Alejo era la mujer que aparentaba ser con los medios. Firme, serena. No podía hacer nada que recordara sus sórdidos, pero bien enterrados, años de adolescencia. 


Con Alejo no podía maldecir, cosa que sí hacía con Pedro. Y con alarmante frecuencia. Y no sabía muy bien por qué. 


Quizá porque la había visto desnuda.


—Yo… De todas formas, hay que adecuarse a las expectativas de los demás, ¿no?


Pedro puso los ojos en blanco.


—Yo no sé lo que es que alguien tenga expectativas sobre uno.


—Oh. Bueno, no es tan malo. Significa que tengo que comportarme de cierta manera cuando estoy en una compañía determinada. Así, no voy por ahí diciendo o haciendo cosas raras en público. Me contengo en determinados ambientes.


—Falsa —dijo él.


—¿Qué?


—Que eres una falsa. Y no pasa nada, yo también lo soy.
Quiero decir que yo también he aprendido a serlo. ¿Cómo crees que puedo sobrevivir a una semana de reuniones como la que acabo de pasar?


—Yo no soy una falsa.


—No te enfades.


Paula se dio cuenta de que estaba frunciendo el ceño con expresión feroz.


—¿Cómo no voy a enfadarme cuando me llamas falsa?


—Porque es una habilidad necesaria en la vida. Los camaleones lo hacen.


—Una reflexión muy profunda.


—Es la verdad. Y tú reconoces los beneficios que ello te reporta, tanto si eres consciente de ello como si no.


—Lo que yo hago es comportarme… de acuerdo con el ambiente. Eso no es ser falsa.


—Yo no te estoy juzgando, Paula. Solo estoy constatando un hecho.


Su teléfono sonó en ese instante, sobresaltándola. Miró la pantalla, aterrada, y suspiró de alivio al ver que se trataba de su amiga Aldana. Habían hablado algo durante la última semana. Aunque no le había revelado la noticia del embarazo, su amiga había adivinado la razón de que no se hubiera presentado a la boda y no se había mostrado nada comprensiva.


—¿Sí?


Aldana estaba hablando tan rápido que Paula apenas podía descifrar lo que estaba diciendo.


—He recibido un encargo enorme. Y no podré sacarlo adelante si no puedo comprar los materiales… Solo me llega para la mitad. ¡Y no te lo vas a creer! Una tubería estalló en el piso de arriba, el de la vecina, y me inundó completamente el local. El inventario está arruinado, cosas que no puedo reemplazar, ¡y mi aseguradora dice que la responsable es la aseguradora de la vecina, y viceversa! ¡Es todo una absoluta locura!


—¿Qué puedo hacer yo?


—Es obvio, pero vacilo en preguntártelo.


—Bueno, dado que soy copropietaria del negocio, tiene sentido que yo te ayude sobre todo desde que… ¿qué encargo enorme es ese?


—Uno de vestuario de disfraces. No me entusiasma, pero saldría en los títulos de crédito de la película. Se trata de una gran producción francesa…


—No me digas más. Voy para allá.


—No tienes por qué venir si es que sigues tan ocupada con ese misterioso hombre.


Paula alzó la mirada hacia Pedro.


—De eso me encargo yo —replicó, y cortó la comunicación
—. Tengo que irme a Cannes.


—¿Qué?


—Mi amiga Aldana tiene allí una boutique. Técnicamente también es mía, ya que poseo la mayor parte. Soy una especie de socia en la sombra.


—¿Cómo es que yo no lo sabía?


—Nadie lo sabe, ni siquiera Alejo. Creo en el talento de Aldana como diseñadora y quería apoyarla. Así que le monté una boutique. Y le hemos estado sacando un beneficio bastante decente durante los últimos años. Ahora mismo está pasando por una pequeña crisis, por culpa de una inundación en el piso de arriba, y parece que se ha dañado alguna ropa. Así que necesito ir a ver qué ha pasado e intentar ayudarla en todo lo posible.


—Es muy fácil. Invierte dinero en ello.


—¿Qué? ¿Te refieres a pagar a alguien para que lo arregle todo?


—¿Por qué no?


—Tengo que hacer economías. Poseo un fondo fiduciario, pero lo necesito para vivir. Y he abandonado el apartamento que me pagaba mi padre. Acabo de quemar bastantes naves, la verdad. Y debo ayudar cuanto antes a Aldana, porque ahora tiene la oportunidad de captar un cliente muy importante.


—Yo podría ayudarte económicamente. Ya sabes, si fueras mi esposa, estaría obligado a hacerlo.


—¡Oh, no! Yo no soy tu esposa, ni siquiera tu prometida. ¿Y sabes una cosa? Me siento pero que muy bien no siendo la prometida de alguien. De verdad.


—Me alegro por ti.


—No lo parece por tu tono. De modo que, dado que no soy tu prisionera, necesito salir de esta isla y viajar a Cannes.


—¿Piensas volver?


—No lo sé —se mordió el labio inferior—. Podría quedarme un tiempo con Aldana. Probablemente acabaremos compartiendo la custodia del niño.


—No es así como yo quiero que acabe la cosa —repuso él, frunciendo el ceño.


—¿Cómo entonces?


—Como una familia unida. Tú con tu hijo, yo con los dos. Y contigo en mi cama.


Paula se atragantó con el café.


—¿Qué?


—¿Qué creías que pretendía cuando te propuse matrimonio?


—Bueno, algo no tan… íntimo.


—¿Y por qué no? Estamos juntos, agape.


—Solo te acostaste conmigo porque estabas buscando venganza. Querías arrebatarle a Alejo su negocio y su mujer. Todo eso no tenía nada que ver conmigo.


—Supongo que tienes razón —Pedro apretó la mandíbula—. Pero las cosas han cambiado. Eres la madre de mi hijo y…


—No. Antes me dijiste que era una falsa. Bien, quizá lo haya sido antes. Pero ni siquiera era consciente de ello. Ese es el problema, que no era consciente de… de lo muy poco que tenían que ver con el amor mis sentimientos hacia Alejo. Estoy harta de esforzarme constantemente por complacer a los demás, de hacer que la gente se sienta cómoda. Esta vez pienso sentirme cómoda yo, con mi bebé. Y punto.


—Bueno, entonces supongo que debo tomarme otra taza de café y hacer las maletas. Porque parece que nos vamos a ir a Cannes.


—¿Nos?


—No he acabado contigo, Paula. Ni de lejos. Y esta vez yo pagaré la habitación de hotel. Ya que tú pagaste la última.


—¿No has oído lo que he dicho?


Lo último que ella necesitaba era que Pedro le sugiriera que retomaran su relación allí donde la habían dejado en Corfú, porque tenía miedo de ser lo bastante débil como para no negarse. De que le dijera «¡Sí, sí, tómame!» mientras se tumbaba con él en la cama.


«Aunque sería divertido», pensó. Tal vez no. Pero no volvería a disfrutar de aquella clase de diversión con él. No pensaba enredarse en otro compromiso sin amor.


—Sí lo he oído. Nos alojaremos en una suite con dormitorios separados. Una suite de hotel, lujosa e íntima. Tú no tendrás que gastar nada.


—Vaya, gracias. Pero… ¿por qué?


—Porque no pienso renunciar a ti, agape mou. Ni a nosotros.


—¿Por lo mucho que me quieres? —inquirió ella con el corazón martilleándole en el pecho. Se lo había preguntado para sacarlo de quicio. Para burlarse. Pero, en lugar de ello, se descubrió a sí misma temblando, rezando en parte para que le respondiera que sí.


—En absoluto. El amor no figura en la agenda de un hombre como yo, Paula. Pero una familia… Por eso sí que merecería la pena intentarlo.


—Pero yo necesito algo más que eso, Pedro —tragó saliva—. No me basta con que lo intentes. No pienso ser tu feliz experimento familiar. No sería justo.


—Ahora mismo no tienes ninguna familia feliz, ni experimental ni de cualquier otro tipo, así que… ¿por qué no?


Paula intentó ignorar el efecto que le causaron sus palabras, pero fue imposible. Porque se había pasado los once últimos años de su vida manteniendo a su familia unida. Siendo lo que ellos querían que fuera. Y en aquel momento todo aquello no existía. En un gesto defensivo, cruzó los brazos sobre el pecho.


Fue entonces cuando fue consciente del bebé que llevaba en su interior. A pesar de ello, nunca en toda su vida se había sentido tan sola y asustada. Como si todo, por dentro y por fuera, le resultara completamente ajeno.


—Yo… tengo que irme. Prepara el avión. Voy a hacer las maletas.


—No. Lucia las hará por ti. Tú descansa, que yo me ocuparé de todo.


—Ni tienes por qué acompañarme.


—¿No quieres que lo haga? —le preguntó él.


—No.


—No siempre puede conseguir uno lo que quiere, agape.