sábado, 30 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 40



Pedro sacó un preservativo del cajón de la mesilla de noche. Paula se irguió en la cama para ver cómo se lo ponía. Sonrió y él le devolvió la sonrisa antes de sujetarla contra la cama con su peso.


–Ahora ya no hay marcha atrás –advirtió.


–Mejor –dijo Paula, que no sentía ningún miedo.


Pedro la besó a la vez que le hacía separar las piernas. Con el corazón al galope, Paula lo aferró por los hombros. Pedro deslizó una mano entre sus cuerpos, buscó con los dedos su sexo y empezó a acariciarlo con maestría sin dejar de besarla.


–No quiero llegar sin ti –jadeó Paula, desesperada por que la tomara.


Pedro inclinó la cabeza para acariciar con la lengua uno de sus pezones.


–Puedes volver a llegar conmigo.


Paula se arqueó hacia él, al borde del orgasmo.


–No… te quiero ahora… –rogó.


–Déjate llevar.


Paula comenzó a estremecerse, perdida en la intensidad de las sensaciones que se adueñaron de ella. Cuando alcanzó el orgasmo, clavó las uñas en los hombros de Pedro, desesperada por sentirlo más cerca.

 

–Ahora vas a volver a llegar –dijo él con la voz ronca de satisfacción mientras los gemidos de Paula amainaban.


Ella negó con la cabeza, convencida de que era imposible.


–Sí –murmuró Pedro–. Claro que sí…


Paula alzó las caderas hacia él, buscando de nuevo su contacto. Pedro volvió a deslizar la mano entre sus cuerpos, pero en aquella ocasión no la acarició con los dedos, sino que utilizó la cabeza de su erección, penetrándola un poco y volviendo a sacarla lentamente. Frenética, Paula deslizó una mano hasta su trasero para atraerlo hacia sí a la vez que pasaba la otra por su cabeza para besarlo apasionadamente. Gimió, tan excitada por las caricias del sexo de Pedro que se sintió al borde de un nuevo orgasmo.


Pedro tomó su rostro entre las manos y la miró a los ojos mientras la penetraba poco a poco.


Paula cerró los ojos con fuerza ante la intensidad de las sensaciones que se estaban adueñando de ella.


De pronto, Pedro dejó de moverse.


Paula abrió los ojos.


–¿Pedro? –preguntó, sorprendida por la dolida expresión que captó en su rostro.


–No es justo que algo que me produce tanto placer te esté haciendo daño –murmuró.


–No me hace daño –aseguró Paula, anhelante–. Sigue… sigue… muévete como antes…


Pedro imprimió un creciente ritmo a sus movimientos de penetración.


–Así… así… es maravilloso…


Pedro deslizó las manos bajo el trasero de Paula para ayudarla a adaptarse al ritmo de sus movimientos.


–Sabía que sería así… lo sabía… –murmuró ella, deseando que aquello no acabara nunca.


–¿Sabías que sería cómo?


–Perfecto.


Pedro apoyó una mano en la mejilla de Paula y la besó profunda y apasionadamente. Cuando se apartó y la miró a los ojos ella le devolvió la mirada mientras sus alientos se fundían como lo estaban haciendo sus cuerpos.


Paula no había imaginado que aquella experiencia pudiera ser tan intensa, que se sentiría tan unida a Pedro, no solo física, sino también emocionalmente. Lo besó en el hombro para romper aquel intenso contacto visual. Cuando volvió a mirarlo, vio que él también había cerrado los ojos. Sonrió al comprobar cuánto estaba disfrutando.


Pedro empezó a moverse más rápido.


–¿Estás bien? –murmuró.


–No pares… no pares… –Paula deslizó las manos por su espalda, hasta aquellos momentos había estado haciendo exactamente lo que él le había pedido que no hiciera: limitarse a permaneces tumbada.


De manera que lo tocó y lo acarició, y abrió más las piernas para poder rodearlo por las caderas y atraerlo aún más hacia sí.


–Paula… –murmuró Pedro con voz estrangulada a la vez que la tomaba por las muñecas y se las sujetaba contra la cama por encima de la cabeza.


–Pensaba que no querías que me limitara a permanecer tumbada. ¿No quieres que te toque yo también?


–Claro que sí. Más tarde. Si sigues tocándome así no voy a aguantar más.


Pedro siguió moviéndose hasta que, finalmente, ella encontró la deliciosa liberación que tanto anhelaba su cuerpo.



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 39

 

Sin poder contenerse, Pedro alzó las manos y las sostuvo en el aire frente a Paula.


–¿Qué imaginabas que hacían mis manos mientras pensabas en mí?


Paula tomó las manos de Pedro y las guío hacia su cuerpo. Apoyó una en uno de sus pechos y la otra en su vientre. Tras cubrirla con la suya, empujó poco a poco la de Pedro hacia abajo.


–Todo –contestó en un susurro a la vez que separaba ligeramente las piernas–. Lo he imaginado todo.


Pedro masculló un exabrupto.


–¿Y cómo diablos se supone que voy a resistirme a ti?


–No vas a resistirte.


–Cada vez que cierro los ojos te veo –confesó Pedro mientras acariciaba con una mano un pezón de Paula y con la otra su sexo.


–Hoy lo quiero todo, Pedro –susurró ella a la vez que pasaba una mano tras la cabeza de Pedro para atraerlo hacia sí y besarlo.


Pedro reclamó de inmediato el dominio de la situación. Introdujo la lengua en la boca de Paula sin miramientos a la vez que la estrechaba contra su cuerpo.


–¿Estás segura de que vas a poder manejar esto? –preguntó sin apenas apartar la boca.


–Quiero más… –murmuró Paula contra sus labios.


Cuando Pedro se volvió para retirar la colcha de la cama, Paula lo rodeó por la cintura con los brazos y le desabrochó el pantalón vaquero. Luego tiró de estos y de los calzoncillos hacia abajo. Tomó el miembro de Pedro en su mano y este se volvió y la sujetó por las muñecas.


Tras hacerle tumbarse en la cama, se inclinó sobre ella y la besó en la boca, en el rostro, en el cuello, y luego de nuevo en la boca, como si no soportara estar separado de ella mucho tiempo. Deslizó las manos por su cuerpo para acariciar todos sus puntos sensibles.


Cuando, jadeante, Paula pensó que ya no iba a poder esperar más, Pedro se apartó de ella.


–No me dejes ahora… Ni se te ocurra parar…


–No soy lo suficientemente fuerte como para parar ahora –murmuró Pedro.


La pasión con que la miró hizo que Paula se estremeciera.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 38

 


Cuando Paula despertó estaba sola en la cama. Parpadeó al ver las familiares paredes del dormitorio en que había despertado casi cada mañana a lo largo de su vida.


Pero ahora todo había cambiado, pensó al recordar.


Alzó las sábanas y vio que estaba vestida y que aún llevaba las braguitas puestas. Pedro ya no estaba allí, por supuesto. Recordó sus besos, casi feroces, el peso de su cuerpo, la forma en que la había acariciado hasta hacerle llegar.


Pero eso había sido todo.


En la próxima ocasión no pensaba permitir que eso fuera todo. Ahora sabía que Pedro soñaba con ella tanto como ella con él. Se quitó rápidamente toda la ropa. Se negaba a abandonar la cama hasta que Pedro llegara y disfrutara como ella. Era lo justo. De manera que se tumbó a esperar.


Afortunadamente no tuvo que esperar demasiado. Pedro apareció en el umbral vestido tan solo con unos vaqueros oscuros. Paula supuso que acababa de tomar una ducha, porque aún tenía el pelo húmedo y parecía recién afeitado. Pero parecía haber vuelto a adoptar su personalidad gruñona.


–¿Tienes dolor de cabeza? –preguntó Pedro con aspereza.


–No. No estaba bebida, Pedro.


–¿Tienes hambre? –preguntó él sin mirarla.


–Aún si…–contestó Paula en un tono claramente sugerente.


Pedro frunció el ceño.


Paula sonrió abiertamente. Quería alcanzarlo, hacerle salir de sus malditos límites.


–Lo recuerdo todo.


Pedro pareció más incómodo que nunca.


–Estabas bebida –dijo con firmeza–. Lo siento. No debería haber…


Paula lo miró de arriba abajo y entonces fue cuando se fijó en la evidencia de su excitación. El tamaño de su paquete no era para nada normal. Se irguió en la cama, sujetando momentáneamente la sábana contra su pecho, y luego salió de la cama sin molestarse en sostenerla.


Pedro… –murmuró. Mientras avanzaba hacia él deslizó las manos por sus costados y balanceó las caderas.


El se quedó mirándola con la boca abierta, paralizado.


Aquella reacción fue lo último que necesitó para perder los últimos restos de inhibición.


–No tienes que sentirte mal.


Las pupilas de Pedro parecieron dilatarse, oscureciendo aún más su ardiente mirada. Abrió la boca y volvió a cerrarla. Era la primera vez que Paula veía a un hombre ruborizándose.


–He estado pensando mucho en ti –susurró a la vez que se acercaba hasta quedar a pocos centímetros de Pedro.


–¿Y qué has hecho mientras pensabas en mí? –contestó Pedro con voz ronca.


Paula se pasó la lengua por los labios y sonrió.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 37

 

Pedro sujetó el cuerpo de Paula con fuerza cuando sintió que deslizaba una pierna en torno a la suya. Incluso a través de su braguita pudo sentir que estaba húmeda… y totalmente lista para él.


Estaba a punto de perder la cabeza.


–Pedro… –susurró Paula, ardiente, sensual, terriblemente tentadora.


Temblando de frustración, Pedro apoyó las manos en su trasero y la alzó para llevarla a la cama. La tumbó de espaldas y luego se situó sobre ella, apoyándose en los codos para hacerle sentir su pelvis.


Las pupilas de Paula se dilataron. Pedro vio cómo se ruborizaban sus mejillas, sus labios… Era evidente que quería aquello, que lo deseaba. Era posible que careciera de experiencia, pero también era evidente que tenía los instintos adecuados.


Inclinó la cabeza y volvió a besarla, pero el sonido de una alarma en el fondo de su cabeza empezó a aumentar de volumen. Si seguía adelante y hacía aquello, no podría perdonárselo a sí mismo. Ella había estado bebiendo y él no. Pero se sentía incapaz de no tocarla, de no satisfacerla, de satisfacerse. Pero solo le estaba permitido lo primero. No quería aprovecharse de su condición. Paula no podía estar segura de todo lo que le estaba ofreciendo. Tenía las defensas bajas a causa del champán.


Pero su forma de moverse, de gemir, su apasionada y hambrienta forma de besarlo lo estaban volviendo loco. ¿Cómo iba a resistirse a aquello? ¿Y cómo iba a negarle el placer que estaba buscando?


Se obligó a apartarse un poco y, mientras la besaba, deslizó una mano bajo su falda, apartó a un lado sus braguitas e introdujo lentamente un dedo en su húmedo y deslizante sexo. Gimió contra su boca al sentir lo preparada que estaba para él. Luego se centró en lo que quería hacer y empezó a acariciarla.


Debió hacerlo bien, porque el gemido que escapó de entre los labios de Paula fue la pura representación sonora del placer sensual. Sintió que los labios de su sexo se inflamaban ligeramente, preparándose para ser invadidos. Anhelaba introducirle más los dedos y penetrarla profundamente, con fuerza, hasta hacerle alcanzar un orgasmo que nunca olvidarían.


Buscó la liberación a su frustración besándola de nuevo, introduciendo y sacando rítmicamente la lengua de su boca. Más que un beso fue una brutal muestra de deseo incontrolado. Paula se arqueó apasionadamente contra él, haciéndose más accesible, más vulnerable, aún más imposible de resistir.


Pero Pedro resistió y siguió acariciándola íntimamente. Nunca había experimentado un deseo más intenso, casi doloroso. El corazón le latía con violencia en el pecho y tenía el cuerpo cubierto de sudor a pesar de que apenas se estaba moviendo. Contenerse le estaba reclamando el esfuerzo más intenso de su vida.


Sintió el ahogado gritito de Paula contra sus labios cuando las exquisitas sensaciones que la embargaban acabaron liberándose, pero no apartó sus labios de ella ni dejó de acariciarla con el dedo, aunque sin llegar a penetrarla. El cuerpo de Paula comenzó a vibrar cuando alcanzó el orgasmo. Pedro perseveró, implacable en su necesidad de llevarla a lo más alto, de ser testigo de la deliciosa expresión de placer que distendió su rostro, hasta que sintió que se quedaba totalmente laxa bajo su muslo. Solo entonces se apartó para tumbarse a su lado y abrazarla mientras trataba de regular su respiración y aplacar su deseo.


–Oh, Pedro –susurró Paula en un tono colmado de satisfacción.


–Shh –Pedro le acarició el pelo, y esperó a que el sueño se adueñara de ella.


Afortunadamente, Paula apenas tardó en quedarse dormida. Pero, a pesar de sus intenciones, Pedro fue incapaz de moverse. Estaba tan dolorosamente excitado y sensible que incluso el mero roce de las sábanas de algodón le hacía daño. Apretó los dientes mientras esperaba a calmarse, pero lo único que logró fue atormentarse con visiones de lo que podría haber hecho, de lo que en otra época habría hecho sin pensárselo dos veces.


Estaba claro que tener conciencia resultaba realmente incómodo.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 36

 


Aquella mezcla de inocencia y deseo carnal hacía que la deseara aún más. Pero no podía hacerlo.


Enfadado con ella y consigo mismo, apartó la sábana y salió de la cama.


Paula se quedó mirándolo, boquiabierta. Estaba más excitado de lo que había imaginado. Avanzó hacia ella con firmeza.


–¿Qué haces? –preguntó.


–Acompañarte a la puerta para que te vayas a tu habitación. Sola –contestó Pedro, pero la evidente y poderosa excitación de su cuerpo lo delataba. Y ambos lo sabían.


Paula negó con la cabeza.


–No debería habértelo dicho.


–No, me alegra que lo hayas hecho. Así puedo evitar que ambos cometamos un grave error.


Envalentonada ante aquel rascacielos de erección, Paula dio un paso hacia él.


–¿Cómo va a ser un error, Pedro, si ambos lo deseamos? No soy una completa novata. Sé cómo acariciar esto.


En aquella ocasión fue directa al grano; no pudo resistir la oportunidad. Tomó en la mano los testículos de Pedro, deslizó la mano a lo largo de su miembro y acarició su cima, sintiéndose cada vez más mareada.


Pedro deslizó una mano por el pelo de Paula para hacerle echar atrás la cabeza. Con la boca entreabierta, jadeante, ella lo miró a través de sus pestañas semicerrada, ofreciéndose a él para lo que quisiera.


Finalmente, tras mascullar una maldición, Pedro la besó.


Paula llevaba días soñando con aquello. Y, por una vez, la realidad era mejor que los sueños. La intensidad del beso de Pedro le hizo temblar con violencia a la vez que sus últimos restos de precaución se esfumaban. Se sentía embriagada, pero no a causa del alcohol, sino por el júbilo y el placer de estar tan íntimamente cerca de alguien.


Buscó casi con desesperación la lengua de Pedro con la suya, temblorosa entre sus brazos. Instintivamente, alzó una pierna y rodeó con ella la de Pedro, a la vez que presionaba la pelvis contra su miembro, anhelante.