domingo, 23 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 17




Pedro se levantó, atravesó el salón y fue hacia las puertas correderas que daban al jardín trasero. Las abrió y el calor le golpeó el pecho. Quería más de lo que Paula podía darle en esos momentos.


Y no quería presionarla. Tendría otro momento, y estaría preparado. Rodeó la piscina y fue hacia donde estaba la barbacoa. Aquella casa tenía todo lo necesario para ser un hogar.


—¿Pedro?


—¿Sí?


—¿Quieres beber algo? —le preguntó ella, un poco perdida—. Preparo unos martinis estupendos.


Él se echó a reír.


—Claro, me tomaré uno.


Paula todavía tenía los labios un poco hinchados de sus besos. Pedro deseó acariciarla de nuevo, pero eso solo podría causarle más frustración.


—Bueno, en realidad creo que debería dejarlo para otro momento. Será mejor que me marche a casa.


—Ah, de acuerdo.


Se acercó a ella y la abrazó con fuerza. Paula volvió a apoyar la cabeza en su corazón.


—Necesito respirar un poco de aire fresco para no intentar convencerte de que hagas el amor conmigo.


—No lo has intentado.


—Pero lo haré si me quedo. ¿Estarás bien sola si me marcho?


Ella asintió.


—Sí. Cambiaré las camas, recogeré las cosas de la cena y después creo que volveré a casa de mi padre.


—¿Podemos comer juntos mañana? —le preguntó él.


—Creo que podré hacerte un hueco en mi agenda. ¿Qué tienes pensado?


—¿Qué te parecería dar una vuelta en mi avión?


—Me encantaría —le dijo Paula—. Yo me encargaré de llevar algo de comer.


—Estupendo.


Pedro le dio otro beso apasionado y luego supo que tenía que dejarla marchar si quería que la cosa se quedase así.


Pero no quería dejarla marchar. Le gustaba cómo se sentía entre sus brazos y no quería dejarla marchar.


Pero cuando Paula lo agarró por la cadera y lo apretó contra su cuerpo, supo que debía hacerlo.


Retrocedió muy despacio, le quitó las manos con cuidado y se las sujetó.


—Gracias por esta noche.


—De nada. Creo que ha sido la mejor cita de toda mi vida —admitió ella.


—¿Y aquel picnic que hicimos junto al lago cuando éramos niños? —le preguntó Pedro, que recordaba aquel momento de una manera especial.


Paula negó con la cabeza.


—Esta es mejor porque está ocurriendo ahora y porque creo que… esta vez no voy a cometer los mismos errores que entonces.


—Eso espero —le dijo él, dándole otro beso antes de ir hacia la puerta.


Se subió a su Porsche y salió del barrio tranquilamente, aunque en realidad no estaba nada tranquilo. Se sentía salvaje y excitado, como si todo fuese a cambiar en su vida.


Salió de la ciudad y tomó la autovía, donde había poco tráfico, y allí pisó el acelerador y condujo como si pudiese escapar del pasado.


Condujo como si tuviese la respuesta a su futuro, como si tuviese dudas acerca de Paula y de él y de que tenían que estar juntos.


Sabía que no había vuelto por venganza y sospechaba que Paula lo sabía también, pero se temía que ella volviese a ceder a las presiones y rompiese con él. Tal vez hubiese cambiado por fuera, pero por dentro, en lo que era realmente importante, seguía siendo el mismo.


A pesar de que Paula había estado muy cariñosa con él esa noche, Pedro sabía que estaba volviendo a la vida después de un periodo de letargo.


Era el primer hombre que la había besado y tocado después de tres años. Y, al parecer, el segundo hombre de toda su vida.


Se echó a reír al darse cuenta de que Paula Chaves volvía a tenerlo en sus redes y no tenía ni idea de cómo salir de allí.



NUEVO ROSTRO: CAPITULO 16





Pedro observó a Paula moviéndose por la cocina mientras preparaba la cena. Él ya se había lavado las manos y en esos momentos estaba sentado delante de la encimera, donde ella había colocado dos manteles individuales. Abrió el vino.


—¿Qué tal tu día? —le preguntó Paula.


—He tenido una visita de tu padre —le contestó él. 


No sabía cuánto debía contarle de Hernan a Paula, pero pensó que esta debía saber que seguía intentando dirigir su vida.


Ella arqueó las cejas.


—¿De verdad? ¿Te ha vuelto a preguntar por esos concursos que no ganó?


—Sí. Y por el del Club de Ganaderos de Texas en el que estoy trabajando —le contó él—. Es un hombre muy decidido. Me parece que esperaba que le abriese todos mis archivos y se lo enseñase todo.


—Seguro que sí —dijo Paula, colocando un plato de pasta delante de él—. Siento no haber podido preparar otra cosa.


Olía deliciosamente y, mientras cenaban y charlaban del negocio de la construcción en Royal, Pedro se sorprendió por la naturalidad de la velada. Estaba siendo una noche perfecta. Paula era inteligente, divertida y veía de manera amable a todos sus conciudadanos. Cosa que no había sido así unos años antes.


—Has cambiado —comentó él, dándose cuenta de que era distinta a como había esperado.


Una parte de la transformación tenía que deberse al accidente, pero la otra parte procedía de sus experiencias vitales.


—No me digas —respondió, guiñándole un ojo.


—Quiero decir que da la sensación de que sabes qué es lo que mueve a las personas. Antes solo entendías lo que te motivaba a ti.


Paula se encogió de hombros y le dio un sorbo a su copa.


—He pasado mucho tiempo en casa sola. Además de leer libros, he navegado mucho por Internet y he leído acerca de nuestra ciudad. Y… ¿me prometes que no se lo vas a contar a nadie?


—¿Qué es lo que me vas a contar? —le preguntó Pedro.


Ella se inclinó hacia delante.


—Mi secreto… el motivo por el que ahora soy tan intuitiva.


—Te lo prometo —le dijo él.


—Viendo realities en la televisión.


Aquello sorprendió mucho a Pedro.


—¿Y qué aprendes exactamente de ellos? —le preguntó.


Ella sonrió.


—Me encanta ver la vida de los demás, en especial, si es todavía más complicada que la mía, pero, sobre todo, me ha enseñado mucho acerca de por qué los mentirosos mienten y por qué hay conflictos en las dinámicas familiares.


—¿Y por qué es? —le preguntó Pedro.


—Porque todo el mundo busca a alguien que le quiera y le escuche. El problema es que siempre busca al mismo tipo de persona. Es un círculo vicioso.


Paula le estaba hablando con sinceridad y él estaba de acuerdo con su opinión.


Siempre se había sentido atraído por el mismo tipo de mujer, con el pelo grueso y del color de la miel, casi siempre fuera de su alcance, pero, en su caso, había utilizado como catalizador el trabajo. Había trabajado muy duro hasta mejorar no solo sus circunstancias personales sino también su vida. Y en esos momentos la mujer a la que deseaba ya no estaba fuera de su alcance.


—Ya veo. ¿Y por qué tipo de hombre te sientes atraída tú? —le preguntó—. ¿Has aprendido algo de la ruptura con tu prometido?


—Eso creo, en cualquier caso, he pasado mucho tiempo diseccionándola. Me he dado cuenta de que Benjamín necesitaba algo que yo jamás podría darle —respondió ella, con cierta tristeza en la voz.


—¿El qué?


—Necesitaba a una mujer que se contentase con ser un adorno, que le diese hijos y que hiciese la vista gorda con sus amantes. Viajaba mucho por trabajo y yo lo echaba de menos, pero a él no parecía importarle que estuviésemos separados. Cuando rompimos, me di cuenta de que, en realidad, no era especial para él…


—¿Y cómo te diste cuenta? —le preguntó Pedro.


—Me lo dijo. Solo me había pedido que me casase con él por… —hizo una pausa y se miró las manos—. Me resulta difícil decir esto.


Pedro alargó la mano y tomó la suya, pequeña, con la manicura hecha. Odió al cerdo de su exprometido. Al principio lo había odiado solo por haber estado prometido a ella, pero en esos momentos lo odiaba de verdad porque no se había dado cuenta de que Paula era un tesoro.


—No voy a juzgarte.


Ella tragó saliva y respiró hondo.


—Porque le dije que no me acostaría con él si no nos casábamos. Tal vez te parezca una tontería, teniendo en cuenta la época en la que estamos, pero me educaron así y no quería entregarme a un hombre que no estuviese comprometido conmigo.


—¿Y qué ocurrió?


—Que Benjamin me pidió que me casase con él y yo le dije que sí. Una vez prometidos, empezamos a acostarnos juntos y luego… tuve el accidente.


Pedro le acarició los nudillos con el dedo pulgar e intentó mantener la calma. No le gustaba imaginarse a otro hombre acostándose con Paula, pero saber que, además, el muy cerdo la había dejado cuando ella más lo había necesitado, lo ponía furioso.


—Lo entiendo —comentó, aunque se estuviese retorciendo por dentro, deseando ser el hombre al que Paula había entregado su virginidad y su corazón.


—¿Lo entiendes? —preguntó ella—. Pues yo no estoy segura de hacerlo. Lo único que sé es que estoy enfadada conmigo misma por haber confiado en Benjamin y no haberme dado cuenta de sus mentiras. Abby dice que, al principio, cuando uno se enamora, no ve los defectos del otro, sino solo al hombre que una quiere que sea.


—A veces sí se puede ver al hombre de verdad. Yo no estoy fingiendo ser una persona que no soy.


—No quería decir que el hombre finja ser diferente, sino que una lo ve como quiere verlo. ¿Me entiendes?


Pedro asintió.


—Sí. Como cuando un hombre mayor y rico se casa con una mujer joven y guapa y todo el mundo dice que ella lo hace por su dinero, pero él dice que lo quiere y lo comprende.


—Exacto, y unas veces será así y otras, se divorciarán en un par de años. Lo difícil, y lo que todavía no he aprendido es a diferenciar cuándo me estoy imaginando yo algo y cuándo un hombre es realmente así.


Él se inclinó e hizo que Paula se levantase de su silla y se sentase en su regazo.


La besó y la abrazó con fuerza contra su pecho.


—Yo soy de verdad, Paula.


Ella enterró los dedos en su pelo y le devolvió el beso con más pasión de la que Pedro había esperado.


—Eso espero —le dijo después—. ¿Por qué no vas a ver qué hay en la televisión mientras yo recojo la cena?


—Tengo ganas de abrazarte —le contestó él.


Paula se ruborizó y se puso en pie.


—Eso estaría bien.


—Entonces, deja los platos y ven conmigo —le pidió Pedro, tendiéndole la mano.


Ella se la dio con timidez y Pedro se dio cuenta de que no estaba cohibida solo por las operaciones, sino que era una mujer inocente en general.


Se sentó en el sofá y cuando ella se puso a su lado, la abrazó. Paula se hizo un ovillo y apoyó la cabeza en su hombro.


Y a Pedro solo se le ocurrió una manera de demostrarle que él era lo que quería y necesitaba. Iba a necesitar tiempo. Cuanto más tiempo, mejor, porque llevaba una eternidad deseando acariciar y besar a aquella mujer.


Pedro se puso la gorra de los Rangers de Texas para ver el partido de béisbol y Paula pensó que le encantaba estar sentada a su lado en el sofá.


Unos minutos después, Pedro le puso la mano debajo de la barbilla e hizo que echase la cabeza hacia atrás para darle un beso.


A Paula le gustó. Siempre había querido tener con él más de lo que habían tenido. En el instituto, había estado demasiado centrada en sí misma, pero él siempre se había asegurado de que cada beso que compartiesen fuese todavía más ardiente que el anterior.


En esos momentos, besarlo fue un paso más para recuperar su feminidad y ser la mujer en la que se estaba convirtiendo. Sus lenguas se entrelazaron en un beso apasionado, pero no abrumador. Como él mismo. Cuando rompió el beso y la miró, tenía los ojos llenos de pasión.


—Sabes… a algo tan irresistible que quiero más —le dijo.


—Yo también —admitió Paula.


—Bien.


—¿Por qué no me has dado un beso cuando me has dejado en mi coche esta mañana?


Él volvió a besarla.


—Porque no estaba seguro de querer que esto fuese más allá.


—¿Por qué no?


—Porque me rompiste el corazón, Paula, cuando me dejaste. Sé que era solo un amor de adolescente, pero no quiero que me vuelvas a hacer daño.


Ella se giró para mirarlo y le apoyó las manos en los hombros.


—Lo siento tanto, Pedro. Ojalá… ojalá hubiese sido diferente. Ojalá me hubiese dado cuenta entonces de que eras un hombre maravilloso.


—Yo no quiero que seas diferente —le dijo él—. Me encantaba aquella chica descarada y coqueta que se creía el centro del universo.


Paula se echó a reír al oír aquella descripción. La vida le había hecho aprender que Paula Chaves no era el ombligo del mundo.


—¿Quieres que nos acariciemos un poco? —le preguntó él—. En el instituto no lo hicimos mucho y cada vez me cuesta más mantener las manos alejadas de ti, Paula.


—No estoy segura. Todavía tengo cicatrices del accidente. Y tengo muy poca experiencia. Seguro que tú tienes muchísima.


Luego se maldijo en silencio por estar diciendo tantas tonterías, pero no podía evitarlo.


Pedro le pasó la mano por la espalda antes de acercarla todavía más a él, después se tumbó en el sofá, con ella entre sus brazos.


Paula deseaba aquello y mucho más.


—Sabía que un beso no iba a ser suficiente —le susurró Pedro contra los labios.


Ella se apretó contra su cuerpo, siguió besándolo y le acarició el pecho a través de la camiseta. Se había cambiado y se había puesto unos pantalones cortos y una camiseta para ayudarla a limpiarla casa.


—Estás muy fuerte —comentó.


Él rio.


—En Dallas, intento hacer deporte al menos una vez al día, porque paso demasiado tiempo sentado trabajando.


Ella se mordió el labio inferior mientras pensaba en lo mucho que deseaba verlo sin camiseta.


—¿Qué?


—¿Por qué no te quitas la camiseta?


—Encantado —le respondió él—, pero a lo mejor te pido que te la quites tú también.


—Mi cuerpo no es bonito.


—No, bonito no, es precioso, pero haremos lo que tú quieras y cuando tú quieras.


Se sentó, se quitó la camiseta y la tiró al suelo. Tenías los abdominales duros, no eran una tableta de chocolate, pero estaban muy bien.


Paula pasó la mano por su pecho, que estaba cubierto por una fina capa de vello. Luego se inclinó y lo besó en el cuello y en los hombros mientras sus manos exploraban el resto de su cuerpo.


Le gustaba tocarlo. Así se parecía mucho más al chico al que había conocido que al magnate que había vuelto a la ciudad a demostrar su valía.


Notó sus manos en la curva de la espalda, metiéndose por debajo de la camisa y ella la agarró y se la sujetó. Tal vez Pedro había pensado que lo de las cicatrices era una broma, pero no lo era y no quería que la viese así.


—No te la quitaré si tú no quieres —le dijo él—, pero quiero tocarte.


Paula asintió y permitió que volviese a meter las manos por debajo de la camisa.


Contuvo la respiración cuando le acarició la cicatriz que tenía en el lado derecho, pero Pedro no dijo nada. Ella se estremeció.


—Lo siento.


—No pasa nada —la tranquilizó él, poniéndole un dedo en los labios—. Eres preciosa, que no se te olvide.


Luego se bajó del sofá y se puso de rodillas en el suelo para tenerla más cerca.


Le levantó la camisa y Paula lo miró a él en vez de mirar su propio cuerpo. Pedro trazó la cicatriz con la punta de los dedos y ella notó el calor de su aliento en toda la zona.


Un momento después, notó un beso. Las cicatrices ya no le causaban dolor físico, pero no se había dado cuenta de cuánto le dolía tenerlas hasta que Pedro se las había tocado.


—¿Qué estás haciendo? —le preguntó.


—Sanar esta herida —respondió él.


—¿Por qué?


—Porque quiero que sepas lo sexy que es tu cuerpo, porque, en parte, es lo que te ha convertido en la mujer que eres ahora —le dijo.


Bajó la cabeza otra vez y ella enterró los dedos en su suave pelo rubio. Había sabido que Pedro era distinto a los demás, pero hasta ese momento no había sabido por qué.


Él cambió de postura y se incorporó para darle un dulce y apasionado beso.


Pero Paula no estaba preparada para nada más esa noche. 


Estaba más frágil y vulnerable de lo que había pensado. Lo empujó con cuidado de los hombros. Pedro la miró.


Y ella solo pudo perderse en sus ojos durante unos largos segundos.