domingo, 24 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 20

 


Avanzó hacia ella sin molestarse en no hacer ruido y, en un rápido movimiento, la rodeó con los brazos por la cintura con suficiente fuerza como para que no pudiera escapar. La manguera que sostenía Paula cayó al suelo y se contorsionó como una serpiente, mojándolos hasta que Pedro le dio una patada con el pie.


Cuando dejó que girara hacia él entre sus brazos, sintió su furia y su propio deseo al notar el roce de sus pechos contra el suyo. Estuvo a punto de gruñir de satisfacción al tenerla por fin tan cerca.


–¿Qué haces? –gritó Paula.


Pedro le quitó los cascos.


–No hace falta que grites. Estoy aquí mismo.


–¿Y se puede saber qué haces aquí mismo?


Pedro disfrutó de un placer casi enfermizo al sentir la agitada respiración de Paula contra su pecho. Él también estaba respirando con fuerza.

–Darte una lección –murmuró Gabe mientras la estrechaba con más fuerza entre sus brazos.

–¿De qué lección se trata?


–Mientras riegas y bailas escuchando música cualquiera podría asaltarte por detrás.

–Solo algún psicópata.


–Exacto. Por eso deberías tener más cuidado.


Paula se sentía atrapada entre el deseo y la furia. En un primer instante ganó la furia, de manera que dispuso la rodilla para alzarla con fuerza contra la entrepierna de Pedro, aunque contuvo el


Pedro abrió los ojos de par en par y se apartó, aunque un poco tarde, porque Paula lo rozó allí donde pretendía golpearlo.


–Tú también deberías tener más cuidado. Podría haberte hecho daño –murmuró.


Pedro asintió.


–Gracias por no habérmelo hecho. Nunca he querido tener hijos, pero prefiero conservar la capacidad física de tenerlos –se apartó un poco de ella, pero sin llegar a soltarla–. ¿Y si hubiera tenido un arma?


–¿Qué tratas de hacer exactamente? ¿Vas a decirme que no puedo sentirme a salvo en mi propio jardín? ¿Qué clase de lección es esa?


Pedro frunció el ceño.


–Solo creo que deberías tener más cuidado.


–Tengo cuidado, Pedro. Llevo un año viviendo aquí sola y nadie me había molestado hasta ahora –Paula no añadió que tampoco había ido a visitarla nadie.


El silencio que siguió a sus palabras se prolongó. Paula era consciente de su agitada respiración, de la de Pedro, de lo cerca que estaban. Pero lo que más llamó su atención en aquellos momentos fue la emoción que vio reflejada en los ojos de Gabe. No sabía lo que podía significar.


–Yo lo he hecho –contestó finalmente Pedro–. Quería hacerlo.


Paula no sabía qué pensar, y tampoco lograba dejar de mirar a Pedro. Se dio cuenta de que había estado corriendo. Era consciente de que tenía las manos apoyadas en sus hombros, pero no las movió. Era maravilloso, y muy excitante, sentir la calidez de su piel y su fuerza bajo las manos.


–¿Corres todas las mañanas? –preguntó con suavidad.


Pedro asintió.


–Me cuesta dormir.


–¿Te molesta que esté en el jardín?


–Si.


–Oh –Paula lo sentía, pero no pensaba cambiar de costumbres.


–¿Siempre sueles levantarte tan temprano para practicar y regar?


Paula asintió lentamente.


–Por eso estás morena y tan en forma.


–Por eso y por el baile.


–El baile –repitió él en un murmullo–. Sí.


–Me pongo los cascos porque no quiero alterar a los vecinos.


–Los alteras de todos modos. Por lo menos a este vecino –Pedro ciñó la cintura de Paula con más fuerza y deslizó una mano hacia arriba, creando un espacio entre la camiseta y su piel. Paula experimentó una incontrolada oleada de placer y anticipación. Aquello estaba bien. Estaba muy bien…


–Esto está mal –Pedro parecía estar hablando exclusivamente para sus labios–. Esto no está pasando.


–¿Por qué no? –preguntó Paula, y a continuación se humedeció instintivamente los resecos labios con la lengua.


Pedro se tensó aún más.


–No estoy interesado en una relación.


–Yo tampoco –aseguró Paula–. Pero quiero que… me hagas un favor…


–¿Qué favor?


–Acuéstate conmigo.


Cuando Pedro la miró, Paula le sostuvo la mirada y alzó levemente la barbilla.


–¿Has desayunado champán? –preguntó él.


Paula pensó que era una lástima no haberlo hecho.


–Quiero que seas mi amante –se mordió el labio inferior antes de añadir–: Mi primer amante.


Pedro abrió los ojos de par en par.


–¿Qué?


Paula esperó, consciente de que le había escuchado perfectamente.


Pedro la zarandeó ligeramente con las manos.


–¿Tu primer amante? –preguntó con tensión.


Tal vez había sido un error mencionar que sería su primera vez. Pero quería que lo supiera.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 19

 

Pedro siguió trotando por el parque. Si no hubiera alquilado ya su apartamento, habría vuelto a instalarse en él. Porque averiguar la edad de Paula no había supuesto precisamente una ayuda. Tenía edad y sofisticación suficiente como para tratar de provocarlo. Pero seguía siendo su casera y una bailarina en su trabajo.


Y también estaba la tortura del agua. Cada mañana.


La segunda noche que pasó en la Casa del Árbol se despertó a causa del sonido del agua corriendo. Al asomarse a la ventana comprobó quién era la persona que se ocupaba del jardín a las cinco de la mañana… y lo bien que bailaba. Las siguientes mañanas fue estimulado a despertarse para contemplar el espectáculo de Paula regando las plantas y haciendo yoga. Llevaba algún tipo de reproductor musical en la cadera, unos cascos, y no dejaba de balancear el cuerpo. Era suficiente para volver loco a cualquier hombre.


Reconocía que se estaba muriendo de deseo. Aquello no solo le alteraba el sueño, sino que asaltaba su imaginación en cualquier momento del día.


De manera que había decidido salir a correr cada mañana por el parque para mantenerse alejado de la tentación. Pero aquella mañana, una semana después de haberse trasladado, corrió más y más rápido que nunca, de manera que estuvo de regreso antes de lo habitual. Paula seguía en el jardín, regando, inclinada con los pantalones cortos más cortos que Pedro había visto en su vida. Como de costumbre, llevaba los cascos puestos.


Respirando con fuerza, y no solo por el esfuerzo de correr, se acercó a ella por detrás. Era peligroso. Cualquiera podría haberla asaltado en aquellas circunstancias. Cualquiera que la viera bailando en su jardín se sentiría tentado. Necesitaba recibir una buena lección; sus pantalones debían ser un poco más largos, los cascos tenían que desaparecer y debía reservar sus bailes para el interior.




SIN ATADURAS: CAPÍTULO 18

 


Paula apretó los dientes. Por lo visto, Pedro había tenido una adolescencia normal, algo de lo que ella había carecido. No lamentaba el motivo por el que no la había tenido, pues le había encantado poder cuidar de sus abuelos, pero ya había llegado el momento de disfrutar de la libertad y la diversión de las que había carecido a los dieciocho años. Más valía tarde que nunca.


–Pues yo ya soy lo suficientemente mayor como para vivir por mi cuenta y para beber lo que quiera.


Hubo un momento de silencio y Pedro volvió a mirar la nevera.


–¿Y comes algo?


Paula sabía que se había fijado en que no había horno. Pero tenía microondas y una cocinilla portátil de un solo fogón. Era casi como si estuviera viviendo de cámping, pero solo iba a estar así una temporada y el esfuerzo merecía la pena.


–Normalmente tomo ensaladas, o cosas parecidas.


–De tu huerto, supongo –Pedro asintió lentamente–. Pues, dado que te has tomado las pastillas, trata de comer lo suficiente esta noche y de no beber más champán –añadió mientras se encaminaba hacia la puerta.


Paula lo siguió y se apoyó contra el quicio de la puerta, consciente de que, al alzar la mano, también se alzaba la camiseta. Al notar que Pedro dirigía de inmediato la mirada a sus pechos, sintió que los muslos le ardían… y no precisamente por la picadura. Envalentonada, contestó con un tono especialmente suave y femenino.


–Creía que ya habíamos dejado claro que no soy ninguna niña.


La mandíbula de Pedro se tensó visiblemente.


–Puede que no seas una niña, pero eres demasiado nena como para sentirme cómodo cerca de ti –tras mirarla una vez más de arriba abajo, añadió–: Así que creo que será mejor que nos mantengamos alejados el uno del otro.


Paula vio cómo bajaba las escaleras de tres en tres, como si estuviera escapando de alguna peligrosa amenaza. Volvió a entrar en su estudio y sonrió. Pedro Alfonso suponía un reto en muchos aspectos, y ella nunca se había echado atrás ante un reto.


Ni siquiera ante el más imposible.