jueves, 9 de septiembre de 2021

NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 23

 

Consideras imprescindible tener una experiencia directa de las cosas


Paula, que giraba sobre sí misma en la pista de baile con los brazos en cruz, oyó ruido de pisadas que subían aceleradamente las escaleras, y se paró en seco. Corrió hacia la barra pero se dio cuenta de que si el intruso quería dinero iría directamente a la caja registradora. También se dio cuenta de que tenía el móvil en el despacho y que no podría usarlo. Pero no pensaba dejarse vencer por el pánico.


Miró a su alrededor buscando un arma y se fijó en el dispensador de bebidas. Podía usar la manguera para cegar al intruso con soda y correr a dar la alarma. Se plantó a la altura de la puerta y apuntó, pero cuando se abrió, la figura del intruso, su altura, el ancho de sus hombros, le resultaron extremadamente familiar.


–¿Qué demonios estás haciendo? –gritaron los dos al unísono.


Paula no sabía si el corazón se le había parado o si le latía tan deprisa que no lo notaba.


–Me has dado un susto de muerte –dijo, tomando aire.


¿Por qué estaba allí Pedro, todavía con traje, pero sin corbata y aspecto desaliñado?


–Deberías haber cerrado y estar en casa.


–No te preocupes que no te van a retirar la licencia.


–No lo digo por eso. No es seguro que estés aquí sola. Debías haberte ido con los demás.


–Estaba ordenando papeles.


–Ya lo harás mañana. Además, oyes una música espantosa.


–¿No te gusta el country?


–Desde luego que no –la mirada de Pedro se suavizó–. Por cierto, ¿qué pensabas hacer con eso? –señaló la manguera que sujetaba en las manos.


Paula tuvo la malvada tentación de usarla. La cola dejaría demasiada marca, así que tendría que ser limonada. Dobló los dedos alrededor del gatillo y alzó las manos. Pedro entornó los ojos y abrió la boca, pero antes de que pudiera hablar, Paula apretó el botón dirigiendo el chorro a su pecho. En unos segundos, tenía la camisa empapada. Pedro se quedó paralizado, sin dar la menor pista de cómo iba a reaccionar mientras el líquido le pegaba la camisa al pecho.


–Deberías organizar un concurso de camisas mojadas –dijo ella, a punto de estallar en una carcajada. Alzó la manguera de nuevo.


–Ni se te ocurra –masculló él.


Paula sintió que se le ponía la carne de gallina, pero sin dejar de sonreír, le mojó la cara y el cabello. Y luego él corrió hacia ella y de un salto pasó al otro lado de la barra, le quitó la manguera al tiempo que con el otro brazo sujetaba a Paula con fuerza contra su costado. Ella intentó soltarse, pero él la asió con firmeza.


–¿Sabes que eres una lianta con L mayúscula? –la amenazó con la manguera–. Te voy a empapar.


Paula giró la cabeza hacia él y se encontró con su pecho. Al instante, sintió un golpe de calor y cómo brotaba su lado más salvaje.


–Ya estoy mojada –dijo en tono provocativo, al tiempo que alzaba los párpados y lo miraba con picardía.


Él se quedó paralizado y deslizó la mirada por sus labios y sus pechos. Cuando volvió a mirarla a los ojos, Paula sintió la satisfacción de que ardían de deseo. Pedro la abrazó y, al sentir su firme cuerpo, Paula susurró:

–Sí.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 22

 


Sonó su teléfono y pensó que era telepatía, pero la voz femenina que lo saludó no era la que tenía en mente.


–Hola, Lara.


–¿Qué tal va todo? ¿Has conseguido a alguien bueno?


–Sí –bueno, espectacular, bromista, tremendamente irritante.


–¿Ha habido mucha gente?


–Bastante –la verdad era que Pedro no estaba seguro porque sólo había tenido ojos para Paula.


Como ella no lo había visto entrar, había tenido la oportunidad de observar cómo coqueteaba con el camarero torpe. Recordó que Lara estaba al otro lado de la línea.


–De hecho, estaba muy lleno.


–¿Estás bien? Suenas distante.


–Debe de ser la línea.


Hacían un buen equipo el torpe, la morena menuda y la explosiva morena de ojos verdes. La había visto sonreír y coquetear, y todo el mundo, incluidas las mujeres, respondían con una sonrisa. ¿Por qué a él apenas le sonreía? Parecía haberlo clasificado como un cretino arrogante y desde ese momento se había puesto a la defensiva.


–No estoy segura de cuándo volveré –dijo Lara sin aparentar lamentarlo.


–No te preocupes. Puedo ocuparme hasta entonces.


De lo que no estaba tan seguro era de poder controlar el deseo que Paula le despertaba. Y aunque lo tratara con arrogancia, había visto en sus ojos un brillo prometedor cada vez que habían estado cerca el uno del otro.


-Gracias, Pedro. Sabía que no me fallarías.


-Tranquila.


Colgó la llamada y dejó el vaso bruscamente. Si no conseguía dormir, al menos podía trabajar. Miró la caja que tenía a los pies de la silla y le dio pereza. Se puso en pie. Le sentaría bien dar un paseo para despejar la mente y gastar energía. Recorrería la ciudad y se acercaría al local para asegurarse de que estaba bien cerrado.


Aunque había algunos transeúntes, las calles estaban prácticamente vacías.


A medida que se acercaba al bar aceleró el paso al creer oír música. Aún peor, se dio cuenta de que era música country.


Llegó a la puerta y la encontró cerrada. Fue hasta la mitad de la calle para mirar hacia las ventanas y vio que estaban abiertas y que había luz en el interior. ¿Qué demonios estaba pasando? ¿Tendría una fiesta privada? La música era espantosa, ¿habría trasformado el bar en una academia de baile? Fuera lo que fuera, iba a acabar en aquel mismo instante. No debería haber contratado a Paula. Se había dejado cegar por su cuerpo y por unos ojos que suplicaban que confiara en ella. Había sido un idiota.


Sacó las llaves del bolsillo y las metió en la cerradura. Iba a despedirla de inmediato.




NUESTRO CONTRATO: CAPÍTULO 21

 


¿Acaso aquel tipo no tenía ni idea de cómo pasarlo bien? Afortunadamente, un cliente esperaba a que lo sirvieran y tuvo la excusa de ir a atenderlo. A ese lo siguieron otros, y para cuando volvió a mirar en su dirección, Pedro había desaparecido.


A medida que recorría la barra de un lado a otro, resolviendo problemas, pidiendo a Camilo que recogiera las mesas, asegurándose de que todo el mundo tenía un descanso de diez minutos, se propuso dejar de pensar en él. Pero fracasó. ¿Por qué se habría marchado tan precipitadamente? Ella había percibido la chispa de deseo en su mirada, igual que en la piscina, o en la cafetería. Estaba segura de que no la había soñado. Y sin embargo, se había mostrado arisco. ¿Prefería intimidad? ¿Qué quería decir con eso?


Imágenes de su cuerpo semidesnudo la asaltaran y tuvo que ponerles freno. ¿Notaría él la electricidad que había entre ellos? ¿Disfrutaba como ella de sus combates verbales?


Sacudió la cabeza y continuó sirviendo copas hasta que indicó al DJ que empezara a pinchar música más suave para anunciar que se aproximaba la hora de cierre. Cuando se fueron los últimos clientes, el personal y ella hicieron una limpieza superficial, que remataría la asistenta por la mañana. Paula bajó la música e imprimió algunos datos del ordenador.


Cuando ya se iba, Samantha peguntó:

–¿Estás segura de que te no te importa quedarte sola?


–Mientras cierres la puerta con llave, no tengo problema –Paula le guiñó el ojo–. Además, sabes que puedo defenderme.


Oyó bajar a Samantha y cerrarse la puerta. Entonces se dejó caer sobre una silla. Lo había conseguido, y encima había sido divertido, al menos hasta la aparición de Pedro.


Enfadándose consigo misma por consentir que le deprimiera, buscó un CD, lo puso y subió el volumen. Hacía una buena temperatura y abrió las ventanas para ventilar. Luego se puso a bailar con la libertad de la que disfrutaba cuando estaba sola.


Pedro movió suavemente el whisky en el vaso mientras descansaba con la suave brisa en la terraza y contemplaba las luces. No tenía sueño. Para aquella hora, el bar ya habría cerrado y Paula se habría ido a casa. Se dio cuenta de que ni siquiera sabía dónde vivía, ya que su currículum sólo incluía un teléfono de contacto. Se planteó mandarle un mensaje, sólo para asegurarse de que había cerrado bien.