—Mamá, ¿por qué no puedo ir a ver a Pepe?
Paula se mordió la lengua para no gritar. Su hija le había repetido aquella pregunta muchas veces y se sentía irritada y de mal humor.
—Porque estoy ocupada con la tienda.
—¿Y por qué no puede venir él a verme a mí?
Su madre se quedó un momento confusa.
—Bueno, supongo que él también estará ocupado.
—¿En qué trabaja?
—Hace figuras de madera, creo —dijo de modo evasivo.
Pero sabía que pronto tendría que decirle la verdad a su hija. Y tendría que hacerlo antes del día de Navidad, porque él no aparecería entonces.
Se estremeció y sintió una punzada de dolor en el pecho. Lo echaba tanto de menos que el dolor parecía no remitir nunca. Sólo habían pasado tres días desde que la rechazó, pero a ella le habían parecido una eternidad.
Olivia no la ayudaba precisamente. No cesaba de hablar de Pepe y de Papá Noel.
—¿Por qué no puede ser Pepe mi papá? —preguntó la niña.
Paula temió que el corazón le iba a estallar.
—¿No podemos hablar de esto más tarde? —preguntó—. Además, tenemos que estar en tu fiesta dentro de veinte minutos.
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