jueves, 8 de junio de 2017

LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 20




—El programa está preparado —anunció Pascual—. Cuando hayáis terminado de jugar…


Pedro tenía en brazos a su hija. Por una vez, la pequeña estaba completamente quieta y en silencio. Observaba con fascinación cómo Pedro creaba formas con un cordón y le hacía repetir sus nombres. A cada logro de la pequeña, los dos se miraban con orgullo por lo inteligente que era. Sin embargo, fue la última palabra la que verdaderamente llegó al corazón de Pedro.


—Papá… —susurró la niña. Inmediatamente, extendió los bracitos para que su padre la tomara en brazos.


Él la estrechó con fuerza contra su cuerpo mientras la pequeña apretaba el rostro contra el de él y le daba un beso.


Los sentimientos fluyeron con rapidez por el cuerpo de Pedro. Las sensaciones eran abrumadoras. Aspirando el dulce aroma de la pequeña, acariciando la increíble suavidad de su piel, sintió una oleada de sensaciones que amenazaban con apoderarse por completo de él.


Por suerte, Pascual no se percató del estado en el que se encontraba porque estaba ocupado tecleando en su ordenador, lo que le dio tiempo a Pedro para recuperarse.


—Bueno, ¿nos ponemos manos a la obra, papá? —le preguntó Pascual—. No sé cuántas paredes le quedan a Paula por pintar. Si no quieres que se entere de lo que estamos haciendo, sugiero que nos demos prisa.


En el momento en el que trató de quitarle a la pequeña el cordón, Noelia comenzó a protestar. No le gustaba que le quitaran su juego.


—Maldita sea… ¡piii! Maldita sea. ¿Cómo vamos a poder medirla si no deja de moverse?


Noelia se quedó quieta y miró atentamente a su padre.


—Maldita sea…


Por algún motivo, la sirena no sonó con la voz del bebé.


—Estoy empezando a sentir una profunda antipatía por tu ordenador.


—Maldita sea, Pedro… ¡Piii! No es mi ordenador. Es el de Julia. No es culpa mía. Esa delincuente juvenil me lo ha instalado de tal manera que, cada vez que trato de borrarlo, vuelve a saltar. Hablaré con ella.


Se pusieron de nuevo a trabajar. Mientras lo hacía, Noelia se entretuvo quitándose toda la ropa. Si Pedro no hubiera estado observándola, se habría quitado también el pañal.


—Bueno, ya tengo la primera medida. ¿Estás listo? —le preguntó a Pascual.


—Sí. Tú dirás.


—Altura, 74,2936 centímetros.


—Muy bien. Sigue.


—Peso, 9,0356 gramos.


—Ya está anotado.


—Perímetro craneal, 45, 5930 centímetros. Tal vez se me haya ido un poco. No deja de moverse.


—Está bien. Bueno, no tengo ni idea si esto es bueno o malo, así que no mates al mensajero. Y, por el amor de Dios, no infrinjas la condición número uno.


—Venga ya, hombre.


—En cuando a la altura, está en el percentil 65,1.


—Bien. Yo soy más alto que la mayoría y la altura es un gen dominante. Es lógico pensar que ha heredado esa propensión genética de mí. ¿Qué me dices del perímetro craneal?


—Percentil 71. ¿Significa eso que va a ser muy inteligente?


—Ha habido estudios que han defendido la correlación entre el tamaño de la cabeza y la inteligencia, aunque los resultados no son definitivos. En general, los individuos que tienen la cabeza grande tienen un coeficiente intelectual más elevado. ¿Peso?


—Maldita sea… ¡Piii! No te disgustes, Pedro, pero Noelia está solo en el percentil 37,6.


—¿Cómo? Hazlo otra vez.


—Ya lo he hecho. Tres veces. Treinta y siete punto seis. ¿Acaso crees que Paula no le da de comer lo suficiente?


—Al menos no deliberadamente. Por lo que he observado, es una madre excelente. ¿Cuánto tendría que pesar Noelia para estar en el percentil 50?


—En Navidad, tendría que pesar 11,4553 gramos.


Pedro asintió.


—En ese caso, será mejor que nos pongamos manos a la obra. Tienes veinticuatro horas para buscar las necesidades dietéticas óptimas para una niña de once meses. Calcula las calorías adicionales que tendría que tomar para alcanzar su peso.


—Estoy en ello.


—Yo buscaré los riesgos potenciales para los niños por estar bajos de peso y pediré ver los informes médicos de Noelia.


—¿Crees que Paula te permitirá el acceso?


—¿Permitir el acceso a qué? —preguntó Paula, que acababa de entrar en el laboratorio—. Siento haber entrado sin avisar, Pascual, pero el ordenador me dijo que Noelia estaba aquí y es hora de su siesta. ¿A qué quieres tener acceso, Pedro?


—A los informes médicos de Noelia. Está baja de peso.


—Eso no es cierto. Su peso es perfecto dada su estructura ósea y su nivel de energía.


—En eso tiene razón, Pascual—comentó Pedro—. ¿Tienen en cuenta ese tipo de cosas esos gráficos?


—¿Gráficos? —preguntó Paula—. ¿De qué gráficos estáis hablando? Yo no te he dado permiso para que conviertas a mi hija en un experimento. ¿Es eso lo que Noelia significa para ti, Pedro?


—No, por supuesto que no.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas.


—Y yo que creía que habías empezado a sentir… Ahora veo que estaba equivocada. Jamás podrá dejar de ser un científico, ¿verdad? —le espetó. Con eso, tomó a su hija en brazos y se marchó con ella por la puerta.


—¿Y ahora qué hacemos? —preguntó Pascual.


—Podemos crear nuestros propios gráficos, en los que se tenga en cuentan factores como la estructura ósea.


—Con eso os puedo ayudar yo —comentó Julia desde la puerta—. Sin embargo, tengo una duda. ¿Qué pensáis hacer si el programa sigue demostrando que Noelia está baja de peso?


—Darle de comer —dijeron los dos hombres al unísono.


—No podemos permitir que la hija de Pedro esté baja de peso —añadió Pascual—. Ahora, ven aquí y siéntate, Julia. Tenemos trabajo que hacer.


Pedro decidió ir en busca de Paula y de su hija. Encontró a Paula en el cuarto de baño aseando a Noelia.


—Lo siento.


—¿Te molesta que yo haya pintado tus paredes? —le preguntó ella.


—Al principio, sí. Me gusta bastante el blanco. Últimamente, he notado algo extraño.


Pedro se apoyó contra el marco de la puerta y observó cómo Paula bañaba con destreza a la pequeña. Paula tenía, efectivamente, unas manos muy hermosas. Se las imaginó acariciándolo a él, recorriéndole el cuerpo. Aferrándose con fuerza a él mientras le hacía alcanzar el clímax. Cerró los ojos. Estaba volviendo a ocurrir. Lo único que tenía que hacer era mirarla y perdía el control. ¿Cómo era posible?


—¿Qué es lo que has notado, Pedro? —preguntó ella sacándolo de sus pensamientos.


—Todos los días me sorprendo buscando detalles nuevos en las paredes. Más o menos, me paso un mínimo de cuarenta minutos al día en esa actividad.


—¿Y te parece un buen pasatiempo o una pérdida de tiempo?


—Al principio, me pareció una pérdida de tiempo. En una ocasión, me pasé más de ciento treinta y dos minutos tratando de localizar todas los detalles nuevos. Me temo que no puedo ser más exacto dado que… perdí la noción del tiempo.


—¿Tú, Pedro?


—Reconozco que es algo muy extraño, pero… Ya no lo considero una pérdida de tiempo.


—¿De verdad? Me dejas atónita. ¿Y por qué?


—Recientemente he descubierto que es una experiencia sensorial positiva que me ha ayudado a salir fuera del mundo científico y me ha ayudado a dar prioridad a otros aspectos de mi vida.


—Vaya… —susurró ella mientras sacaba a Noelia del baño y la envolvía con una suave toalla amarilla—. ¿Me lo puedes traducir?


—Me… me hace feliz.


Paulase sonrojó y sonrió.


—¿De verdad? ¿Mis pinturas te hacen feliz? Esa es una de las cosas más hermosas que me has dicho.


—¿Te estás burlando de mí?


Paula dejó a su hija sobre el suelo aún envuelta en la toalla y se dirigió hacia él para abrazarlo.


—Es hora de que Noelia se eche su siesta. ¿Por qué no la acostamos y luego te enseño exactamente lo que siento? Y te aseguro que no es sarcasmo.


La hora siguiente fue la más agradable que Pedro había disfrutado. ¿Cómo se había imaginado que podría sentirse satisfecho con los resultados del programa de ayudante/esposa? La única vez que lo había puesto en práctica había resultado ser un desastre.


—Ha sido maravilloso. Como siempre —susurró ella—. ¿Por qué crees tú que es así?


—Porque somos compatibles sexualmente.


—Y supongo que el viejo refrán de los polos opuestos se atraen tiene algo de verdad.


—Es más que un viejo refrán. Es un hecho científico. Al menos, en lo que se refiere a las propiedades magnéticas de las partículas… ¿Qué ocurre, Paula? —preguntó al ver que ella se echaba a reír.


—¿Qué es lo que quieres tú de nuestra relación, Pedro?


—Un matrimonio. Una familia.


—Sí, eso ya me lo has dicho antes. Cuando te dije lo de Noelia. Cuando tú me hablaste de tu programa ayudante/esposa —añadió, con cierto retintín.


Pedro la miró con curiosidad.


—Nada ha cambiado desde entonces.


—¡Qué raro! Yo diría que han cambiado muchas cosas.


—Yo quiero decir que mis intenciones son las mismas. Sigo queriendo casarme. Sigo queriendo una familia. Espero que, con el tiempo, nuestra relación progrese en esa dirección.


—¿Igual que lo esperabas con Pamela?


—¿Te lo ha contado Cord? —preguntó él mientras se frotaba el rostro y lanzaba una maldición.


—Deberías habérmelo dicho tú. ¿Por qué no lo haces ahora?


—Ella parecía la mejor candidata. Me equivoqué.


—¿Por qué no me lo dijiste cuando llegué aquí?


—La relación no funcionó. Ya no era importante.


—¿Y por qué no funcionó?


—Maldita sea, Paula. ¿Quieres todos los detalles?


—Sí.


—Está bien. Efectivamente, los opuestos se atraen. Los objetos iguales no. Pamela se parecía mucho a mí. Y además cumplía con todos los criterios del programa de Pascual. ¿Satisfecha?


—No.


—Se le daba especialmente bien controlar sus sentimientos. De hecho, jamás he conocido una mujer más fría. Me da la sensación de que si yo hubiera tenido el valor de tocarla, me habría muerto por congelación.


Paula no pudo ocultar una sonrisa.


—Entonces, ¿qué es lo que buscas en una esposa?


—Te quiero a ti. Y, aunque ninguno de los dos lo habíamos planeado, no podría haber soñado con una hija mejor que Noelia.


—¿Y qué me dices del amor?


Pedro cerró los ojos. Se tendría que haber imaginado aquella pregunta, en especial con una mujer como Paula.


—¿Es uno de los requisitos que tú tienes para el matrimonio? —le preguntó él.


—Sí.


—Ojalá lo pudiera ofrecer. Alguien como tú se merece el amor. Se merece un marido capaz de amar. Si nosotros decidimos casarnos, tienes que saber que eso no te lo puedo dar.


Paula bajó las pestañas para que él no viera que los ojos se le habían llenado de lágrimas.


—¿Y qué es lo que me ofreces tú?


—Te daré todo lo que tengo. Mi casa. Mi inteligencia. Mi dinero. Sexo. Según tú, sexo maravilloso. Incluso te he dado mis paredes. Sin embargo, no puedo darte lo que no poseo.


—¿Y no crees que poseas la capacidad de amar?


—No, Paula. No lo creo. Sé que no.





LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 19




Tal vez había ocurrido porque Pedro le había dado permiso para pintar las paredes. O tal vez porque la felicidad le había dado la vía de escape que necesitaba. Lo importante fue que, a la mañana siguiente, cuando Paula se despertó, sintió un abrumador deseo de pintar.


Y eso fue lo que hizo.


Su inspiración era una marea inagotable. No encontraba horas suficientes en el día para reflejar todo lo que se le ocurría en imágenes. Poco a poco, la casa se transformó con la llegada de los muebles y las paredes cubriéndose de frondosas selvas. Criaturas exóticas asomaban en las esquinas o volaban por el techo para luego aparecer en los lugares más inesperados, para diversión y delicia de todos.


Sin embargo, la sección con la que Paula disfrutó más fue con el tramo de escalera que llevaba al sótano, su zona prohibida. Allí, pintó a Noelia bajando por las escaleras con una expresión pícara en el rostro. Iba acompañada por Kit, Cat y toda clase de criaturas. Al pie de la escalera, un travieso dedo del pie atravesaba la línea que Pedro había trazado para marcar el territorio prohibido.


Ella supo exactamente el momento en el que Pedro vio el dedo porque sus carcajadas resonaron por toda la casa.


Incluso Pascual salió a ver qué pasaba, aunque solo permaneció un instante antes de regresar con gesto nervioso a su sala. De hecho, aquel mismo día, accedió más tarde a mostrarle a Paula muy brevemente sus dominios, seguramente a petición de Pedro. No obstante, había sido un primer paso muy importante.


Este hecho le dio esperanza de que estuvieran convirtiéndose por fin en una familia y que, tal vez, Pedro y ella pudieran comprometerse permanentemente y, en palabras de él, formar un vínculo y una unidad familiar. En palabras de Paula, enamorarse. Tal vez habría seguido viviendo en aquel sueño si, un día, una conversación con Cord no le hubiera abierto los ojos.


—Me gustaría crear un mejor flujo entre estas dos habitaciones. Tal vez abrir una parte de la pared —dijo Paula—. No me imagino por qué el arquitecto decidió cerrarla.


—No fue el arquitecto. Antes solía estar abierta. Fue esa Pamela… la doctora Randolph, como insistía en que la llamáramos, la que la cerró. Por muchos estudios que tuviera, esa mujer era una idiota.


Paula se quedó de piedra, pero decidió tirar a Cord de la lengua.


—No sabía que había sido una de sus decisiones —comentó, como si hubiera sabido antes de su existencia—. Me sorprende que Pedro no quisiera ponerla tal y como estaba antes.


—Bueno, tenía más ganas de sacar todos esos muebles tan finos que trajo a esta casa y que jamás encajaron aquí. Eran estirados y formales, como ella. Viendo los cambios que ha hecho usted, se ve claramente la clase de persona que es usted.


—Espero que su opinión sea buena…


—Muy buena. ¿Es usted también una de sus ayudantes? A mí no me parece usted como ellas.


—No. Yo no soy ingeniera.


Después de que Cord se marchara, Paula pensó largamente en lo que el hombre le había dicho. Pedro no le había dicho que hubiera encontrado una ayudante/esposa o que no hubiera salido bien. ¿Qué debía hacer? ¿Debía preguntárselo directamente? Decidió que sí, pero aún no. Le daría tiempo para acercarse más, para ver si se abría con ella. Entonces, exigiría sus respuestas.


Su decisión demostró ser la correcta cuando Angie decidió celebrar su primera partida de bridge.


—Se trata de algunas personas que he conocido en la ciudad —le explicó Angie—. Dado que resulta difícil reunirse, hemos decidido juntarnos todas las semanas para jugar a las cartas. Me estaba preguntando si… si nos podríamos reunir aquí.


—Estoy segura de que a Pedro no le importará.


—En estos momentos son solo otras dos personas, pero confiamos en encontrar otra más en el futuro.


—Creo que es una idea estupenda. Podéis utilizar el comedor o, mejor aún, podemos colocar una mesa delante de la chimenea del salón.


Angie sonrió encantada.


—Sería el lugar perfecto para una taza de té.


—No se me ocurre un lugar mejor —replicó Paula con una sonrisa.


La única objeción que Pedro puso a la partida fue Pascual.


—Estas semanas ha tenido que soportar muchos cambios. No quiero presionarle más de la cuenta.


—Si no sale bien, lo reconsideraremos —replicó Paula—. Esperemos a ver qué pasa.


—Creo que me toca a mí —dijo una voz a través de los altavoces.


Pedro miró a Paula con asombro.


—Es Pascual…


Los dos se acercaron a la puerta del salón y observaron la mesa. El grupo de las tres mujeres estaba sentado alrededor de la mesa, tomando té. El cuarto lugar estaba vacío, aunque un soporte sostenía las cartas de aquella porción de la mesa.


—Este té está delicioso, Angie —comentó Pascual muy contento.


—Gracias, Pascual. Es una mezcla inglesa.


—Te agradezco que me hayas enviado una bandeja con Julia para que pueda disfrutarlo con resto de las damas.


—Y nosotras agradecemos que seas el cuarto jugador —dijo una de las mujeres—. Tal vez, cuando te apetezca, consideres reunirte con nosotras en persona.


Un profundo silencio recibió aquella sugerencia. Entonces, para sorpresa de todos, Pascual dijo:
—Tal vez lo haga.


—Increíble —susurró Paula desde el otro lado de la puerta—. Está relacionándose con otras personas.


—Jamás pensé que llegaría a ver a algo así —afirmó Pedro—. Ni pensé nunca que él podría cambiar. Llevas aquí solo diecinueve días, tres horas y cinco minutos y mira lo que has conseguido.


Ella notó la emoción que teñía las palabras de Pedro


Pascual no era el único que estaba cambiando. Pedro estaba bajando la guardia en el férreo control que ejercía sobre sus sentimientos. En ocasiones, hasta permitía que el corazón rigiera su intelecto, tal y como había hecho hacía diez años. Tal vez aprendiera a confiar. A abrir su corazón a los demás. Tal vez, en vez de tratar de enseñar a un robot a sentir, aprendería él mismo a hacerlo.









LA BUSQUEDA DEL MILLONARIO: CAPITULO 18





A la semana siguiente, llegaron los muebles que Paula había elegido.


—Lo único que quiero hacer —le explicó a Pedro cuando él le preguntó lo de las chapuzas— es crear un hogar para todos nosotros.


—Bien. Eso lo entiendo, pero ¿tiene que ser un proceso tan ruidoso, maldita sea?


Inmediatamente, un agudo pitido resonó desde los altavoces.


—¿Qué diablos es eso?


—Julia ha creado un programa experimental. Se trata de un programa para la modificación del comportamiento.


Pedro tardó tan solo un par de segundos en comprender.


—¿Me estás diciendo que ha creado un programa que emite ese ruido cada vez que suelto un taco?


—Sí, bueno… —comentó Paula encogiéndose ante la ira que reflejaba la voz de Pedro—. Hablaré con ella.


—Pues claro que lo harás, maldita… ¡piii!. Quiero que ese programa deje de funcionar.


—¿Y los otros cambios? —se atrevió ella a preguntar señalando la enorme sala.


Habían hecho muchos progresos en los últimos días. El salón, al igual que el comedor, estaba empezando a asumir las funciones y la apariencia con la que habían sido diseñados. Las paredes seguían pintadas de blanco, pero Paula se ocuparía de ellas inmediatamente.


Paula había abierto las contraventanas, permitiendo así que se divisara desde allí una gloriosa vista. Los muebles que había encargado eran sólidos y elegantes, aunque también sencillos y cómodos.


En el centro de la ventana, había colocado un árbol de Navidad. Aún tenían que decorarlo y esperaba implicar a toda la familia en aquella actividad.


—Es precioso, Paula


—¿De verdad te gusta?


Pedro la tomó entre sus brazos. Desde la llegada de Paula a su casa, él se mostraba más abierto.


Allí, delante del árbol de Navidad, la besó. En aquel preciso instante, ella comprendió que Pedro la había conquistado plenamente. Esperaba que, con el tiempo, él también terminara sintiendo lo mismo.


A medida que los días fueron pasando, Paula decidió que ya no podía soportar más que las paredes siguieran siendo blancas. La estaban volviendo loca. Era casi como si se estuvieran riendo de ella y diciéndole que jamás volvería a pintar. A pesar de que ya tenía su estudio, no había podido trabajar.


Además, desde que llegó allí, algo maravilloso había ocurrido. Había sentido… el despertar de una nueva vida, algo parecido a lo que había sentido mientras estaba embarazada de Noelia. Ansiaba tomar una brocha, mezclar la pintura. Miró las paredes. Ellas serían su lienzo. Eran blancas también. ¿Qué diferencia podía haber?


No tardó en encontrar sus materiales. Tomó una brocha y seleccionó las pinturas con alegría y temor.


Se lo tomaría con calma. Algo pequeño. Para quitarse el miedo. Algo que Pedro ni siquiera notaría… Pedro se detuvo en seco y observó la pared junto a la que Noelia estaba jugando.


—¿Qué es eso, mal… madre mía? —preguntó.


—¿A qué te refieres? —le preguntó Paula.


—¡A eso! Es invierno prácticamente. ¡Pascual!


Noelia aplaudió.


—¡P.P!


Los altavoces cobraron vida.


—Hola, princesita —le dijo a la niña con voz dulce Pascual—. ¿Qué puede hacer por ti tu tío P.P.?


—El tío P.P. puede llamar a los fumigadores. Tenemos una plaga de bichos en casa.


Paula suspiró.


—¿Pascual?


—Sigo aquí.


—No llames a nadie. No tenemos ninguna plaga. He sido yo.


Pedro se agachó junto a la pared y observó el insecto. 


Entonces, miró a Paula de un modo que podría haberla dejado seca en el sitio. Entonces, miró a Noelia, lo que le dejó a Paula muy clara la razón por la se había librado de una buena reprimenda.


—¿Algo más? —preguntó Pascual—. Si no hay nada, dejad de molestarme. Julia y yo estamos trabajando en un nuevo programa.


Pedro se incorporó y la miró con la frialdad de una mañana de invierno.


—¿Qué le has hecho a mi casa?


—La he mejorado. Tú me diste permiso.


—No recuerdo haberte dicho que podías pintar bichos en mis paredes. Tampoco considero que los bichos, aunque sean virtuales, sean una mejora.


Paula miró hacia el suelo.


—Tengo noticias para ti, Pedro. Cualquier cosa que cubra todo ese blanco es una mejora. Además, no es un bicho. Es una oruga.


—Técnicamente sigue siendo un insecto.


—Sí, pero es muy bonito. ¿No te parece?


—Esa es la larva de la actias luna. ¿Sabes que esa clase de larvas no existe en Colorado? No es lógico. ¿Cómo habría llegado aquí?


Paula miró con incredulidad a Pedro.


—Llegó aquí cuando yo la pinté en tu pared —dijo. Entonces, miró a su hija y vio que la niña los estaba observando con demasiado interés—. ¿Podríamos hablar de esto en privado en tu despacho?


—No sé… ¿Hay insectos también allí?


—No.


—Bien. Vamos, pelirroja —dijo él utilizando el apodo con el que Julia llamaba a la niña. La tomó en brazos—. Creo que los dos encontraremos la explicación de tu madre muy interesante.


Paula echó a andar tras él en dirección al despacho.


—¿Qué parte de hablar en privado no has entendido?


—Comprendo las cosas de un modo excelente, como estoy seguro de que ya sabes. Simplemente disfruto estando con mi hija cuando me es posible.


Paula suspiró. Aquello era indiscutible. Pedro pasaba con su hija todo el tiempo que podía.


En el momento en el que abrieron la puerta del despacho, Pedro recorrió las paredes con la mirada. La ausencia de actias lunas pareció tranquilizarle.


—Está bien, ¿de qué se trata, Paula?


—Todo ese blanco me está pudiendo. Me diste permiso para realizar mejoras. He hecho algunas.


—Como ya te he explicado, pintar orugas en mis paredes no las mejora… Bueno, no quería que sonara así —añadió, al notar que Paula se había ofendido—. No estoy cuestionando tu talento. Eres una artista estupenda.


—Pero prefieres que me ciña a los lienzos —susurró ella.


—¿Qué es lo que pasa? —le preguntó Pedro al notar tensión en su voz—. Cuéntamelo.


—Como ya te he dicho, todo el blanco que hay por aquí está pudiendo conmigo —dijo, señalando las paredes y el nevado paisaje que los rodeaba.


—¡Qué raro! A mí me tranquiliza.


—¿Por qué, Pedro?


Él lo pensó seriamente antes de contestar. Dejó a la niña en el suelo y le dio una versión de Rumi que había creado especialmente para ella. Inmediatamente, la pequeña comenzó a hacerlo girar y se quedó encantada al ver que las piezas se movían.


—Supongo que el blanco me tranquiliza porque sugiere una posibilidad. Me paso mucho tiempo sentado y pensando.


—¿Crees que tus procesos mentales se verían interrumpidos si las paredes estuvieran pintadas?


—¿Con insectos?


—No. De lo que yo eligiera pintarlas.


—¿Me puedes explicar qué es lo que está pasando aquí realmente, Paula?


Ella no quería responder. Le dolía demasiado. Sin embargo, Pedro se merecía una respuesta.


—Simplemente, me apetecía pintar.


—Dime la verdad —susurró él. Se acercó a ella y le acarició suavemente la mejilla—. Sé que llevas algún tiempo ocultándome algo. ¿De qué se trata?


—Bueno… esa oruga es… lo primero que he pintado en mucho tiempo.


—Exactamente veinte meses, ocho días, diecisiete horas y veintinueve segundos.


—Exactamente —afirmó ella, completamente anonadada.


Pedro la abrazó con fuerza. Entonces, se separó ligeramente de ella y la miró a los ojos.


—Tal vez haya llegado el momento de que yo también te haga una confesión. Yo no puedo trabajar. En mi caso, me ocurre desde hace más de veinte meses. Yo diría que anda ya más cerca de los dos años. Puedo proporcionarte la horas y los minutos exactamente.


—No hace falta. ¿Qué ocurrió hace dos años…? ¿El accidente?


—Sí. Fue entonces cuando me di cuenta de que, aparte de Pascual, no tenía a nadie en mi vida. Nadie me echaría de menos si yo me iba. De modo que quiero que esta sea tu casa también y si para ello necesitas pintar mis paredes para desbloquear tu talento artístico y conseguir que vuelvas a pintar, estoy más que dispuesto a sacrificar unas cuantas paredes blancas.


Paula lo abrazó con fuerza.


—Gracias. Te prometo que no te arrepentirás. Tal vez incluso podría ser que te gustara tanto lo que he hecho que quieras que pinte incluso las paredes de la planta de abajo. Muchas gracias, Pedro.


—De nada —susurró él. Entonces, como si le resultara imposible resistirse, la besó. Aquel instante fue uno de los más dulces que ella experimentó desde su llegada a la casa—. Bien, ¿a qué estás esperando? Tienes unas cuantas paredes que pintar.


—Estoy en ello…


Paula salió corriendo del despacho y cerró la puerta. 


Entonces, esperó. Supo exactamente el instante en el que él vio lo que había hecho con la pared de su despacho: el retrato de Emo X-14 observándolo desde detrás de la seguridad de la puerta…


—¡Demonios!


¡Piii!


Paula sonrió. Tanto si a Pedro le gustaba como si no, ya tenía personas que se preocupaban por él. Con suerte, eso le ayudaría a volver de nuevo a trabajar. Con suerte, encontrarían el modo de convertir aquel grupo tan heterogéneo en la familia perfecta.