viernes, 12 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 9

 


—¿Se te ha perdido algo?


Paula asomó la cabeza desde detrás de la última caja y vio a Pedro Alfonso en su puerta. Maldijo en silencio, pues sabía lo sucia que estaba. Se había quitado la camisa de algodón horas antes, a medida que la tarde se iba calentando, y tenía el top, los pantalones cortos y las playeras manchados después de un día entero de mudanza. Tenía también el pelo revuelto y con mechones pegados a la frente por el sudor.


Fantástico.


Aun así, él era su jefe. Era bueno que viera que era una mujer trabajadora. Miró a su alrededor.


—No, solo estaba desempaquetando. Aún no he tenido oportunidad de perder nada.


—Me refería a esto —se echó a un lado y Lisandro entró corriendo en la casa tras él.


—Hola, mamá —dijo el niño, y desapareció por las escaleras que conducían a su dormitorio tras dejar caer su mochila por el camino—. ¡Pedro es nuestro vecino!


Paula cerró los ojos y gimió en silencio. Dejar salir al niño para que agotara toda su energía infantil fuera de casa no había incluido hacerles una visita a los vecinos. Abrió la malla metálica de la puerta para dejar entrar a Pedro.


—Por favor, dime que no se ha presentado en tu casa.


—No, pero ha estado cerca.


—Le pedí que se quedase en el camino —odiaba el tono defensivo de su voz, pero sabía que había dejado pasar más tiempo del que creía. Una primera impresión fantástica. La coordinadora de la seguridad perdía a su propio hijo.


—Lo hizo, pero no se quedó en tu camino —contestó él con una sonrisa.


De pronto Paula se dio cuenta de hacia dónde debía de conducir la bifurcación del camino que había un kilómetro atrás. Su disculpa entrecortada fue totalmente inadecuada. Aquel hombre buscaba soledad y su terremoto de ocho años acababa de interrumpir su serenidad.


—¿Puedo ofrecerte algo de beber? ¿Cerveza?


—Gracias, pero no —contestó él fríamente—. No quiero invadirte. Solo quería devolver al chico a casa sano y salvo. Debías de estar preocupada.


—Sí… —«si no fuera la peor madre del mundo». La cortesía exigía que debía insistir—. Yo me muero por un descanso. ¿Café entonces?


—Claro, gracias —Pedro miró a su alrededor con cuidado y apartó una caja de la mesa para poder sentarse—. He visto la furgoneta de la mudanza marcharse justo después del desayuno. ¿Has hecho todo esto hoy?


Lo cierto era que no parecía muy contento de quedarse. Paula encendió el hervidor y siguió su mirada hasta la zona del salón, donde casi todas las cajas estaban ya dobladas y apiladas junto a las escaleras. Había algunas fotos en las paredes y sus mantas moradas ya cubrían los sofás.


—Soy especialista en desempaquetar.


—¿Te mudas con frecuencia?


Paula tragó saliva y se maldijo a sí misma por abrir esa puerta en particular.


—Ya no. Quería instalarme rápido para que Lisandro se despertara en una casa completamente amueblada —tendría que trabajar hasta muy tarde para conseguirlo, pero dado que no tenía otro plan mejor…



CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 8

 


A Pedro se le pasaron múltiples pensamientos por la cabeza. Primero, quiso saber qué haría falta para que se dejase afectar. Segundo, tenía que ser su ex el que había trabajado en el ejército, porque jamás había sentido tantas vibraciones antimilitares en una persona. Tercero, era la primera persona que le llamaba arrogante a la cara sin ni siquiera parpadear. Pero sobre todo, deseaba escuchar su nombre en sus labios.


Julian iba a enfadarse tremendamente.


—Llámeme Pedro, señorita Chaves. Dado que vamos a trabajar juntos.


Ella se quedó mirándolo con desconfianza.


—¿Está contratándome?


Cuanto más trataba de disimular su excitación, más ruborizada estaba.


Pedro se preguntó si habría golpeado cada uno de sus puntos débiles intencionadamente. El niño. Los ojos. El rubor virginal.


—Hacen falta agallas para hacer lo que ha hecho hoy, así como una alta comprensión de las vulnerabilidades operacionales. Eso indica que sabe lo que hace y que está preparada para afrontar riesgos.


Su lenguaje corporal cambió al instante y se puso pálida.


—No puedo permitirme afrontar riesgos, señor Alfonso. Tengo que pensar en mi hijo. Si el trabajo representa algún tipo de peligro, entonces tendré que pasar.


—Pedro. Y no hay peligro; era una manera de hablar. Pero los chicos jóvenes siempre encontrarán problemas si los buscan. Tenemos verjas eléctricas y profundas franjas de maleza entre nuestros chalets de lujo — hizo una pausa y tragó saliva—. Aun así una propiedad salvaje sigue teniendo múltiples riesgos potenciales.


Ella lo miró con recelo.


—No más que la ciudad, imagino. Pero ofrece algo que la ciudad no puede ofrecer para un niño de ocho años fanático de la naturaleza. Vida salvaje. Lisandro se morirá cuando sepa que nos quedamos.


«Está haciéndolo por su hijo», pensó él. Aquella certeza le golpeó como un mortero. A pesar de asegurar estar buscando un desafío, en realidad buscaba un lugar seguro para criar a su hijo.


Un santuario.


Él no estaba en disposición de juzgar, dado que había ido a WildSprings precisamente por la misma razón.


—¿Sabe que el alojamiento forma parte del trato? —preguntó él. Si el joven Lisandro quería vida salvaje, no quedaría decepcionado. El kilómetro y medio entre su casa y la de ellos estaba repleto de todo tipo de criaturas.


Un kilómetro y medio. Lo más cerca que había estado de tener un vecino en… toda su vida. Tres años en WildSprings y once años en las Fuerzas de Defensa antes de eso. Sin dirección fija. ¿Qué diablos iba a hacer con un vecino? Aparte de lo evidente…


Ignorarlos.


—No lo sabía, no. Pero tiene sentido tener seguridad interna estando tan lejos de la ciudad.


—¿Puede imaginarse a sí misma con toda esta tranquilidad?


—Al contrario. Estoy deseando llevar una existencia tranquila.


Pedro se enderezó. Mensaje enviado y recibido.


A él le parecía bien. No tenía interés en jugar a los vecinos felices, sin importar a quién le recordara su hijo. Cuanto más espacio le diese Paula Chaves, más feliz sería él. No existía la posibilidad de que ella le permitiese acercarse lo suficiente para crear algún tipo de amistad y él no tenía interés en tener una.


Además era su jefe, lo cual condicionaría la probabilidad de que alguna vez pudiera surgir algo entre ellos. No era que ella fuese a volver a verlo; en doce minutos Pedro regresaría a la privacidad de su cabaña en el bosque, a su colección de DVDs, a su biblioteca y a su preciado estatus de desaparecido en combate.


La pequeña señorita irritable era oficialmente problema de su hermano. Observó a aquella mujer de uno sesenta de estatura poniéndose el abrigo y sonrió.


Julian iba a enfadarse tremendamente.


CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 7

 


Ella se quitó el abrigo y se giró para colgarlo en el respaldo del asiento.


Su blusa se retorció hacia un lado y, por un momento fugaz, se le levantó y dejó ver una porción de su piel pálida marcada con tinta negra. Pedro se fijó en la cola de águila tatuada en la base de su columna. Las alas abarcaban el ancho de sus caderas y la majestuosa cabeza desaparecía tras el dobladillo de la blusa.


La miró a la cara cuando se dio la vuelta de nuevo. El corazón le latía con fuerza. Solo un puñado de personas sabía que la señal de llamada de su escuadrón era «Cola de águila». ¿Cuáles eran las probabilidades de que una civil apareciera con una tatuada de forma tan prominente en su cuerpo?


Muy pocas.


Regresaron entonces los viejos sentimientos; la desconfianza, la duda.


Intentó desecharlos de forma racional. ¿Cuántos espías llegaban cómplices de ocho años? ¿Aunque cuántas tenían el aspecto de la mujer que estaba sentada frente a él?


«Solo las buenas», pensó. Respiró profundamente y se centró en su animada respuesta.


—… y debería considerar mover también el mostrador. Está perfectamente situado para ver la puerta, pero terriblemente para controlar toda la tienda. Disuadir, detectar, retrasar —toda su actitud cambiaba cuando se encontraba resolviendo un problema. Ese brillo en sus ojos, la manera en que se inclinaba hacia delante ligeramente, su cabeza ladeada hacia la izquierda mientras razonaba. Siguió hablando durante otro minuto más. No parecía tener planes ocultos, salvo demostrarle la basura en que se había convertido la seguridad de WildSprings mientras él había estado fuera.


La señorita Chaves se detuvo en su discurso el tiempo suficiente para fijarse en su expresión.


—¿Qué?


—¿Se ha fijado en todo eso en los pocos minutos que ha estado en la tienda? —preguntó Pedro. Ella se encogió de hombros—. Dígame por qué debería contratarla, señorita Chaves.


—Tengo experiencia inmediata en un entorno de vida salvaje y estoy especializada en control de perímetro. Un parque de este tamaño será difícil de controlar si no puede asegurar sus límites. También he trabajado en seguridad en comercios al por menor, y tengo muchos contactos en seguridad de estado, aduanas y…


Pedro levantó una mano.


—Hay mucha gente que tiene la experiencia suficiente para este trabajo. Dígame por qué debería contratarla a usted.


Ella levantó una ceja y tomó aliento.


—Porque ansío el trabajo. No vengo con planes ocultos ni deseos de dirigir el lugar. Disfruto haciendo lo que hago y me encantan los desafíos, pero no me perderá cuando me acomode en mi trabajo. Soy leal y sincera…


Pedro intentó no fijarse en la selección de artículos robados que había sobre el escritorio.


—… y soy muy buena en lo que hago —concluyó ella, inclinada ligeramente hacia él. Sería muy fácil confiar en esos ojos. Salvo que la confianza era una desconocida por allí.


—Hoy no ha sido muy sincera —dijo él.


—Usted tampoco.


Pedro se recostó en el asiento. Ella tenía razón.


—¿Y en qué no es buena? ¿Cuáles son sus debilidades? —la ansiedad apareció y desapareció de sus ojos en un abrir y cerrar de ojos, pero no lo suficientemente deprisa como para que él no pudiera verlo.


—No soy brillante con la rutina. No está en mi naturaleza. Sé que eso puede ser un punto importante teniendo en cuenta su… —se detuvo—. Teniendo en cuenta de dónde viene.


Pedro oyó las sirenas de alarma en su cabeza. ¿Había investigado en su pasado?


—¿Y de dónde vengo? —le preguntó con frialdad.


Ella se aclaró la garganta.


—Me refiero a su pasado militar.


Solo una docena de civiles sabía que era un Taipán(1). El vello se le erizó al instante.


—¿Qué pasado militar?


—Cada centímetro de su cuerpo es militar. Diría que de las Fuerzas Especiales, a juzgar por cómo le gusta intimidar a la gente. Lo entenderé si prefiere no hablar de eso, pero por favor, hágame el favor de no tratarme como a una idiota.


—Usted no parece intimidada.


—Me desacostumbré. Últimamente hace falta algo más que arrogancia para dejarme afectar, señor Alfonso.



(1) Royal Australian Navy