viernes, 24 de febrero de 2017

APUESTA: CAPITULO 15





Dos años y medio después


Tras la muerte de sus padres en aquel accidente de tráfico, Pedro pasó una temporada desorientado. Vendió la constructora de su padre y su casa, y comenzó a probar deportes de riesgo en busca de emociones fuertes que anularan la desazón que lo inundaba; a viajar. en un intento de huir de los recuerdos; y a embarcarse en causas humanistas y ecologistas, con tal de encontrar algo que diera sentido a su vida. Paula estaba inquieta por él, pero se decía que era algo natural… hasta que de puro milagro no se rompió la crisma escalando, casi se ahogó en unos rápidos, y la policía de Canadá lo tuvo un fin de semana en prisión por obstaculizar el trabajo de un barco ballenero con otros voluntarios de Greenpeace.


Sin embargo, la gota que colmó el vaso fue el día que Kieran y ella habían quedado con él en un pub, a su regreso de un viaje a África, y lo vieron aparecer con la pierna vendada y un bastón. Había ido allí con un grupo de voluntarios para intentar detener la caza ilegal de leopardos, y uno de los furtivos le había disparado.


—¿Qué es lo que intentas demostrar? —le dijo exasperada—. ¿O es que quieres matarte?


Pedro contrajo el rostro. Los sermones de Paula podían ser realmente terribles.


—¿Es eso? ¿No vas a parar hasta que te maten y tengamos que ir a Indochina o a Perú a identificar tu cadáver? —bramó irritada—. Pues, ¿sabes qué te digo? ¡Que adelante! ¡Hazlo y acaba con esto! —le gritó clavándole repetidamente el índice en el pecho—. Yo ya no lo aguanto más.


Y, dejando a Pedro con la palabra en la boca, se giró sobre los talones y salió del pub.


—Me parece que está realmente enfadada conmigo, ¿verdad? —le preguntó Pedro a su amigo, contrayendo el rostro y enarcando una ceja.


—Yo diría que sí —asintió Kieran, bebiendo un trago de su cerveza.


Pedro suspiró. Estar allí juntos era como volver a los viejos tiempos, pero había algo en Kieran que había cambiado. Ya no era el tipo abierto y despreocupado de los años de universidad. Era como si hubiese perdido algo por el camino, en la transición al mundo de los adultos. «En fin, las cosas son así», se dijo Pedro, «la gente cambia; la vida nos cambia». ¿Quién hubiera dicho que Paula y Kieran acabarían siendo pareja? Y ya llevaban nada menos que seis meses viviendo juntos… ¿Quién lo hubiera dicho?


—¿Tú también crees que tengo deseos de morir?


Los ojos grises de su amigo lo miraron pensativos un instante antes de contestar.


—Lo que creo es que te arriesgas demasiado por cosas que no está en tu mano cambiar —le dijo con una sonrisa.


—Claro que pueden cambiarse —protestó Pedro, tomando un par de cacahuetes de la bandejita que les habían puesto.


—Puede, pero no puedes salvar el planeta tú solo, ¿sabes?


—Bueno, al menos puedo intentarlo —replicó Pedro con una sonrisa socarrona.


—Eres incorregible —respondió Kieran riéndose—. No me extraña que Paula te haya dado por perdido.


Se quedaron los dos callados un buen rato, hasta que finalmente Kieran volvió a romper el silencio:
—¿Realmente te ayuda en algo, Pedro?


—¿El qué? —inquirió su amigo mirándolo confuso.


—Esta huida sin fin.


Pedro se rascó el mentón, cubierto por la barba de unos días, otro indicador de lo poco que se preocupaba por su apariencia, por sí mismo, desde la muerte de sus padres. 


Bajó la vista pensativo a la jarra de cerveza casi vacía que tenía ante sí, rodeándola con ambas manos. Aquello era lo mismo que él se había estado preguntando durante los últimos meses después de haber dado tantos tumbos. ¿Se sentía menos solo o vacío? ¿Le dolía menos el corazón que hacía dos años y medio?


—No, la verdad es que no —admitió—. Lo cierto es… que quería volver. He pensado en irme a vivir durante un tiempo a la casita de verano que teníamos en Boyle, hasta que encuentre algo en el pueblo.


—¿Y no hay demasiados recuerdos allí?.


—Puede, pero son los mejores de mi vida. En esa casa fui muy feliz.



****


El día después de la partida de dardos en el pub amaneció cálido y soleado. Paula se quedó durmiendo hasta tarde, y desayunó leyendo el periódico tras poner de comer a Houdini; una perfecta mañana de domingo en la que holgazanear.


La noche anterior Pedro y ella habían vuelto a casa charlando y bromeando, como si volvieran a ser dos adolescentes sin preocupaciones, y la joven se había despertado de muy buen humor.


Cuando bajó las escaleras Pedro ya se había marchado. En aquella época empezaba la temporada de camping, y el personal del parque tenía un horario de trabajo más irregular, pero estuvo de regreso a la hora del almuerzo.


—Vaya, al fin se despertó su majestad —la saludó burlón. Se acercó por detrás y le revolvió el cabello, aprovechando las protestas de Paula para robar un pepinillo de la tabla de cortar que tenía frente a sí.


—¡Alfonso! —exclamó la joven en tono de reproche. Se giró hacia él, y dio un ligero respingo al encontrarlo más cerca de ella de lo que pensaba.


—¿Qué ha sido de «Pedro»? —inquirió, acortando los escasos centímetros que había entre ellos.


Paula frunció los labios.


—Para mí siempre serás Alfonso. Solo te llamo así cuando flirteo contigo para fastidiar a alguna otra mujer.


—Mmm… ¿Así que anoche no estabas intentando seducirme, sino solo flirteando conmigo?


Paula se río.


—Sigue soñando, Alfonso. El que te dijera que besas bien no significa que haya caído rendida a tus pies.


—Tal vez si te besara otra vez… —murmuró  Pedro mirándola fijamente a los ojos.


—Ni hablar —lo interrumpió ella riéndose y poniendo las manos en alto para detenerlo. De hecho, trató de dar un paso atrás, pero su espalda chocó con la encimera de la cocina—. Lo de los besos se suponía que solo teníamos que hacerlo en público.


—¿Y qué me dices de aquel día en el lago, cuando nos besamos en aquella arboleda? Allí no nos veía nadie.


—Sí, pero la idea era que la gente pensara que nos habíamos estado reconciliando, y fue idea tuya, además.


—De acuerdo, pero eso fue antes de que me dijeras que beso tan bien.


Paula frunció el entrecejo contrariada.


—Ah, no… no puedes cambiar las reglas cuando te venga en gana. Además, esto es solo ficción, no realidad.


Pedro extendió el brazo por detrás de ella para robar otro pepinillo, y su brazo rozó el costado de Paula, haciendo que diera un respingo.


—Aja… —murmuró con una sonrisa maliciosa—. Conque ficción, ¿eh? Entonces… ¿por qué te pones tan nerviosa cada vez que me acerco a ti? ¿Eso también es parte de la ficción?


A Paula aquello no le parecía nada divertido.


—No tiene gracia, Alfonso. Esto no tiene nada que ver con la apuesta, así que no juegues con eso. Esto es serio.


—Lo sé —contestó él bajando la vista a sus labios. En ese momento, sonó el teléfono.


Pedro alzó los ojos hacia Paula. Parecía azorada, y de hecho él mismo podía notar que su corazón palpitaba a un ritmo algo acelerado de repente. El teléfono continuaba sonando, insistentemente.


—El teléfono… —balbució la joven.


—Ya lo oigo —contestó él muy tranquilo, sin moverse un ápice. Paula esbozó una sonrisa forzada.


—Pues cuando el teléfono suena… lo normal es contestar.


—Cierto —asintió Pedro cortésmente, con otra sonrisa.


Paula lo miró de hito en hito, esperando una reacción, y al ver que él enarcaba una ceja, como preguntándole «¿qué?», resopló exasperada.


—Iría a contestar yo misma, pero tengo delante cierto obstáculo que…


—¿De veras?


Sin poder aguantar más, Paula se echó a reír, y lo empujó para apartarlo.


—¡Muévete de una vez, pedazo de alcornoque, y déjame contestar el teléfono!


Pedro se rió también, accediendo finalmente.


—¿Lo ves? No puedes quitarme las manos de encima.


Paula todavía estaba riéndose cuando descolgó el aparato.


—¿Dígame?


—¡Eh, hola, preciosa!


Paula se quedó muda por un instante, pero se sobrepuso rápidamente.


—¿Kieran? ¡Eh!, ¿cómo estás? —dijo con una pequeña sonrisa—. Estábamos empezando a pensar que habías desaparecido de la faz de la Tierra.


Se oyeron risas al otro lado de la línea.


—No, todavía no. ¿Y tú qué?, ¿estás manteniendo a raya a ese rebelde con causa?


—Créeme —contestó Paula girándose hacia Pedro y sonriendo divertida—: lo intento.


—Bien, no desesperes. Pronto vas a tener refuerzos: finalmente he decidido aceptar la invitación de Pedro de pasar con vosotros unos días… y vamos a ir a haceros una visita.


—¿«Vamos»?


—Verás, después de que los dos me hayáis dado tanto la lata con eso de sentar la cabeza, pues…


Paula abrió mucho los ojos y se quedó boquiabierta.


—¿No me digas que…? —balbució. Pudo notar que Kieran sonreía cuando respondió.


—Bueno, aún no he pisado el altar, pero estoy en camino. Parece que Nieves ya no quiere mantenerme a raya solo en la oficina, sino también fuera de ella.


Paula esbozó una media sonrisa. Nieves llevaba años siendo su asistente, y no solo era una chica encantadora, sino también eficiente, que había logrado poner en orden la caótica oficina de Kieran. Paula siempre se había preguntado cuánto tardaría Kieran en darse cuenta de la adoración con que lo miraba aquella chica morena. Ella lo había comprendido enseguida, porque a Nieves se le ponía la misma sonrisa soñadora al tenerlo delante que a ella, años atrás.


—Bueno, ya era hora.


—Escucha, Paula, estoy en una cabina y se me está acabando el dinero. Llegaremos mañana, sobre las once, ¿de acuerdo? Díselo a Pedro.


—Em… bien —asintió la joven, mirando otra vez a su amigo y frunciendo el entrecejo—. Se lo diré.


—Chao, Paula.


—Chao.


Paula colgó el teléfono y se volvió muy despacio, llevándose las manos a las sienes.


—Genial —masculló—, sencillamente genial.


Pedro se quedó mirándola un momento sin comprender.


—¿Qué?, ¿qué ha pasado?


—Kieran y Nieves se han comprometido.


—¡Pero eso estupendo! —exclamó Pedro sonriendo—¿o no lo es? —finalizó inseguro al ver la expresión de ella.


—No me has dejado acabar: se han comprometido, y van a venir de visita… mañana, y van a quedarse varios días —replicó Paula, lanzando los brazos al aire y saliendo de la cocina como un torbellino.


Pedro le dio alcance en el porche.


—¿Y qué tiene eso de malo? —inquirió entornando los ojos. Tenía un mal presentimiento. ¿Y si Paula todavía estaba enamorada de él?


—¿Que qué tiene de malo? —exclamó ella incrédula, volviéndose hacia él y poniendo los brazos en jarras—. Pues, no sé, déjame pensar… La mitad del pueblo piensa que somos amantes, esto de los besos se nos está yendo de las manos… ¡y ahora Kieran viene con su prometida a hacernos una visita! —se quedó mirándolo furibunda—. Dime, ¿cómo diablos vamos a explicárselo?



—Em… —murmuró Pedro, pasándose los dedos por el oscuro cabello y revolviéndolo.


Estuvo a punto de decir: «¿Y qué más da que se entere?», pero las palabras no llegaron a cruzar sus labios. Kieran era su amigo, y no estaba seguro de cómo reaccionaría ante la idea de que él y ella pudieran estar en el comienzo de una relación. No, no podía hacerle daño.


—¿«Em»? —repitió ella—. ¿Es eso todo lo que tienes que decir? Genial, sencillamente genial.


—Bueno, bastará con que actuemos como si no hubiéramos hecho esa apuesta mientras él esté aquí.


—¿Y qué hacemos con los vecinos? ¿Sobornarlos para que no mencionen lo maravilloso que es vernos juntos? Buen plan —le espetó irritada. 


Pedro frunció el entrecejo contrariado.


—Bueno, bueno, cálmate. Le diremos a Kieran que los rumores sobre nosotros están llegando a cotas insospechadas, y no pasará nada. Nos comportaremos con normalidad. Además, Kieran ni se fijará en nosotros. Solo tendrá ojos para Nieves.


—¿Cómo puedes decir que nos comportaremos con normalidad, cuando tú no te has comportado de un modo normal desde que regresé de Estados Unidos? —le espetó Paula incrédula, sacudiendo la cabeza—. Además, esta ridícula apuesta nos está afectando. Las cosas están cambiando, ya nada es como era antes…


—¿Y a qué crees que se debe eso, Chaves? —inquirió él avanzando hacia ella y mirándola muy serio.


Paula resopló.


—¡Pues a que nos sentimos atraídos físicamente el uno por el otro, pedazo de alcornoque! —le gritó exasperada.


Al darse cuenta de lo que le había dicho, la pobre Paula se tapó la boca con las manos, poniéndose como la grana. 


Claro que era la verdad, porque en esas últimas semanas había empezado a ver realmente a Pedro, como un hombre, no solo como a un amigo, y era tan extraño…


—¿Paula? ¿Me estás oyendo? —dijo Pedro agitando una mano delante de su cara para hacerla volver a la Tierra.


—¿Eh?


Pedro sonrió malicioso ante la expresión confundida de su amiga.


—Vaya, vaya… Es la primera vez que veo a Paula Chaves quedarse sin palabras —le dijo acercándose un paso más hacia ella—. ¿Estás bien?


Los grandes ojos verdes de la joven pestañearon, como tratando de enfocar la visión. El corazón le latía apresuradamente, y tuvo que aclararse la garganta antes de hablar.


—Creo que sí —respondió. Pedro se quedó mirándola pensativo un instante.


—Sé que no te doy la razón muy a menudo —dijo esbozando una sonrisa—, pero me temo que ahora no me queda más remedio que hacerlo.


—¿En serio? —inquirió ella enarcando una ceja. El asintió.


—Sí. yo también me siento atraído por ti —confesó. Probablemente había sido así desde hacía años, pero era algo que aún se sentía reacio a admitir. No estaba seguro de que ninguno de los dos estuviese preparado para una revelación semejante—. La verdad es que he estado pensando bastante en ello, y, bueno, para ser honestos, no creo que lo que siento al besarte sea lo que creía que sentiría al besar a mi mejor amiga.


—A mí me pasa igual —dijo ella esbozando una sonrisa tímida—. Pero lo que te dije es verdad, besas muy bien —añadió. 


Entonces le tocó a Pedro ruborizarse.


—Ya, bueno, supongo que todos tenemos algún talento oculto —murmuró riéndose.


Paula no pudo resistir la tentación de picarlo.


—Y además estás adorable cuando te sonrojas —le dijo. 


Su amigo frunció los labios.


—Pues yo lo odio. Los hombres hechos y derechos no se sonrojan… igual que se supone que no deben permitirse la clase de pensamientos de su mejor amiga que yo he estado teniendo últimamente.


—¿Qué clase de pensamientos son esos?


Estaban pisando arenas movedizas. Pedro no estaba seguro de que debiera hablarle de esos pensamientos, pensamientos oscuros y ardientes en los que ambos hacían cosas que dos amigos jamás harían. Y lo peor era que aquellos pensamientos resultaban aún más excitantes precisamente por el hecho de que eran en cierto modo algo prohibido.


—Pensamientos adultos, Chaves. La clase de pensamientos que un hombre tiene cuando encuentra atractiva a una mujer.


La joven bajó la vista al ancho tórax de Pedro, para después volver a mirarlo a los ojos. Y, como una polilla atraída por la luz, se acercó más a él.


—¿Y en qué consisten exactamente esos pensamientos?


—Bueno, pues, ya que lo preguntas… —murmuró él acercándose también a ella hasta que sus cuerpos casi se tocaron—, supongo que comienzan con mirarte a los ojos para ver si tú sientes el mismo calor que siento yo dentro de mí —y lo hizo. 


Paula se notaba la garganta seca.


—¿Y qué ves?


Parecían estar saltando chispas entre ellos, como si al no llegar a tocarse, el calor del que hablaba él se hubiese incrementado diez veces. Pedro sabía que estaban llegando a un punto sin retorno. Si seguían, no habría vuelta atrás, su relación cambiaría irremediablemente.


—Veo algo en ellos que nunca había visto antes —susurró en un tono seductor.


—¿Y qué es? —inquirió ella con voz ronca por la excitación. 


El cuerpo de Pedro se puso tenso al instante.


—Es deseo, Paula, el deseo te ha atrapado, igual que a mí, ¿no es cierto?


Una sonrisa tímida se dibujó lentamente en los labios de la joven, y asintió con la cabeza.


—Me temo que sí.


Pedro apartó el cabello del rostro de Paula, y la joven cerró los ojos, disfrutando del tacto de sus dedos.


—Nunca lo hubiera imaginado —murmuró.


—¿El qué? —inquirió Pedro.


Movió la otra mano hacia el hueco de su espalda y la atrajo hacia sí, hasta que sintió sus curvas apretadas contra su cuerpo.


—Que pudieras resultar tan seductor —dijo ella alzando la barbilla y abriendo los ojos. Y, sin darse cuenta, se encontró de nuevo mirando sus labios, como hipnotizada. Se notaba la garganta tan seca que tuvo que tragar saliva.


—Pues aún no has visto ni la mitad de lo seductor que puedo llegar a ser —le susurró Pedro, inclinando la cabeza hacia ella—. Tal vez debería mostrártelo.


Paula sentía el cálido aliento de Pedro contra sus párpados.


—Sí, deberías…


En los labios de Pedro se dibujó lentamente la sonrisa más sexy que Paula había visto en su vida.


—¿Sabes qué? —dijo él de pronto—. Esos pensamientos ilícitos que he estado teniendo… no hacían justicia a la realidad —murmuró rozando sus labios.


Aquel beso fue distinto, tal vez porque finalmente estaban siendo honestos consigo mismos y con el otro, porque no sentían la presión de comportarse de un modo distinto de como se sentían. Paula quería que Pedro la besara, lenta y apasionadamente, y él estaba más que dispuesto a complacerla.


Se tomó su tiempo, explorando la forma y textura de sus labios… tan dulces, tan suaves…


Cuando la punta de la lengua de la joven rozó la suya, Pedro sintió que su cuerpo se tensaba, y se sorprendió a sí mismo por la vehemencia con que respondió.


No hacía ni cinco minutos que habían admitido que se sentían atraídos el uno por el otro, y de pronto la pasión estaba haciendo mella en ambos con la fuerza de un titán.


Era demasiado pronto, demasiado pronto… Aunque su cuerpo le exigía que satisficiera la necesidad que Paula había despertado en él, Pedro sabía que tenían que ir poco a poco. Aquellas emociones eran demasiado nuevas, demasiado frágiles. Despegó sus labios de los de la joven y, con la respiración jadeante, apoyó su frente contra la de ella.


—Dios… —murmuró maravillado.


Paula también respiraba entrecortadamente, pero logró esbozar una sonrisa y murmurar:
—Lo mismo digo. No se nos da mal esto de los besos, ¿eh?


—No, nada mal.


Se quedaron un instante en silencio, abrazados, hasta que Paula se apartó lentamente de él.


—Respecto a Kieran… —comenzó insegura.


Pero Pedro la miró a los ojos, invitándola a continuar.


—¿Qué quieres que hagamos?


Paula inspiró profundamente, se dio la vuelta, puso las manos en la barandilla del porche, y observó los árboles en la distancia.


—No sé qué pensarás tú —dijo finalmente—, pero para mí esta atracción es algo nuevo y difícil de afrontar, y no creo que pueda hacerlo con Kieran aquí, después de lo que hubo entre nosotros. Además, no sé cómo reaccionaría él, sobre todo si tuviéramos que explicarle cómo empezó esto.


Pedro no dijo nada durante un buen rato.


—No voy a pretender que no me molesta tener que ocultarlo, Chaves, pero si es lo que quieres, respetaré tu decisión —le respondió al fin. 


Paula seguía de espaldas a él.


—Bueno, es solo que… quiero decir… nosotros mismos no sabemos adonde nos llevará esto. ¿Quién sabe? Tal vez acabemos no queriendo volver a vernos el uno al otro.


Pedro frunció el ceño, y su voz sonó muy seria.


—Paula, yo nunca dejaré de ser tu amigo, nunca.


La joven se volvió hacia él con una sonrisa triste.


—Alfonso, ya nunca seremos los mismos después de esto, y eso es lo que más me asusta de todo.


—Pase lo que pase yo siempre estaré aquí para ti. Paula, igual que lo he estado hasta ahora. No pienso irme a ninguna parte.


—Ojalá tengas razón —murmuró ella. Se quedó mirándolo un momento con la misma sonrisa melancólica. Pedro siempre había sido su «roca»—. Para ti nada es complicado, ¿verdad?


—Solo el tratar de comprender a las mujeres —confesó Pedro riéndose suavemente.


Paula le acarició la mejilla y sonrió.


—Bueno, supongo que ya no hay vuelta atrás, así que no tenemos otro remedio que seguir adelante y ver qué ocurre. Pero no lo hagamos más difícil metiendo a Kieran en esto, ¿de acuerdo?


Pedro asintió con la cabeza y le apretó la mano.


—De acuerdo, pero no pienso ocultarme en las sombras para siempre —le advirtió—. No tenemos que avergonzarnos de nada, Paula.