miércoles, 24 de mayo de 2017

IRRESISTIBLE: CAPITULO FINAL




Volvía por el pasillo con un vaso de agua en la mano, cuando vio a Juana sentada en la sala de espera.


—¡Juana! ¿Qué haces aquí, cariño?


—¡Mamá! —exclamó la niña, levantándose—. ¿Cómo está Pedro?


—Acaba de despertarse. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?


—Un par de horas. Gabriel Simms llamó al colegio para contarme lo que había pasado, y pensé que a lo mejor te vendría bien tener compañía. Pero te vi dormida y no quise despertarte. ¿Cómo estás?


—¿Yo?


—Sí, tú. No creo que esto sea fácil para ti, mamá. Después de lo que le pasó a papá…


Paula se pasó una mano por los ojos. ¿Cuántas veces iba a llorar aquel día?


—¿Cuándo te has hecho mayor, cariño?


—No lo sé —sonrió Juana—. Pero sí sé una cosa: Estás enamorada de Pedro. Y no me digas que no, porque sé que es así. Cuando volví a casa te noté… Diferente. Y a él también. Vi cómo te miraba… Como en las películas de amor.


El corazón de Paula latía con fuerza mientras miraba los ojos de Juana, tan parecidos a los de su padre.


—¿Y qué te parecería eso?


—Genial. Llevas demasiado tiempo sola. Y me gusta Pedro. Además, ha detenido a Carlos Harding, ¿no?


—Sí, sí, lo ha hecho.


—Pues si lo dejas escapar, es que eres tonta…


Paula no pudo evitar una sonrisa.


—¿Ah, sí?


—¿Crees que podría entrar a saludarlo antes de volver al colegio? Tengo una clase a las ocho de la mañana.


—Sí, creo que estaría bien.


Entraron juntas en la habitación, Paula sujetando el vaso de plástico y Juana con las manos en los bolsillos de los vaqueros.


—Hola, Pedro. ¿Cómo estás?


—No estoy mal —contestó él.


Juana se acercó a la cama, e inclinó la cabeza para darle un beso en la mejilla.


—Sólo quería entrar un momento antes de volver al colegio. Pero volveré mañana. ¿Quieres que te traiga algo? Lo único peor que la comida del colegio es la comida del hospital, pero puedo comprarte unos pasteles o algo…


Paula tragó saliva. Parecían una familia. Pero ella había rechazado a Pedro unas horas antes… ¿La creería ahora que estaba dispuesta a decirle la verdad?


—Tráeme unas natillas de chocolate —dijo él—. Me encanta el chocolate.


—Cuenta con ello —asintió Juana.



****


Cuando su hija se marchó, Pedro le hizo un gesto para que se acercase.


—¿Por qué no me cuentas que has querido decir antes, con eso de para siempre? Porque esta mañana estabas dispuesta a no volver a verme nunca más…


—Sí, lo sé, pero cuando Gabriel fue a casa a decirme que te habían disparado…


—Siento que hayas tenido que pasar por esto, de verdad. Sé que te estaba pidiendo demasiado.


—¿Estás diciendo que ya no quieres casarte conmigo?


Sus ojos se encontraron entonces.


—No es eso… —suspiró Pedro—. Pero la verdad es que debería haber sido un poco más sensible. Sabía lo que pensabas sobre mi profesión, y aun así, seguí insistiendo.


—A lo mejor me hacía falta que insistieras —lo interrumpió ella—. Porque te quiero, Pedro.


Decir esas palabras, decirlas por fin, la hacía experimentar una sensación tan sorprendente, que no podía ponerle nombre. Era como si todo en ella se expandiera, se despertara.


—Es verdad, te quiero… Y siento haber dejado que mis miedos me dijeran cómo actuar. Perder a Tomas fue lo más duro que me ha pasado en la vida, Pedro. Tomas no sólo murió de un disparo, sino que mató al hombre que le disparó. La prensa lo convirtió a la vez en héroe y villano, y para mí fue una tortura porque siempre había sido un hombre bueno.


—Lo siento mucho, de verdad.


Paula sacudió la cabeza.


—Como me ocurrió con mis padres, yo contaba con él, y de repente, me dejó. Juré entonces que no volvería a pasar por eso. Es lo que quería decirte esta mañana, que para mí es muy difícil ponerme en esa situación otra vez. No porque no te quiera, sino porque la necesidad de protegerme a mí misma era demasiado fuerte.


—¿Y ya no lo es?


—No, ya no lo es. Te quiero, Pedro. Y quiero vivir. No me daba cuenta de que no estaba viva hasta que… Apareciste tú. Tú lo has cambiado todo.


—Pero sigo siendo un policía. Mírame, me han disparado esta mañana. Ese es mi trabajo, y no sé si sería feliz haciendo otra cosa.


—Yo no te pediría que lo hicieras —reconoció ella—. Gabriel me ha dicho algo hoy… Que la familia es lo que os mantiene vivos. Y yo quiero ser eso para ti.


Pedro apretó su mano.


—Te quiero, Paula. Y daría lo que fuera por estar contigo ahora mismo.


Ella se tumbó a su lado, con mucho cuidado para no hacerle daño, y apoyó la mejilla sobre su hombro.


—¿Esto te vale?


—Por el momento… —sonrió Pedro—. Pero no llores, por favor…


Paula negó con la cabeza.


—Tenía tanto miedo de que fuera demasiado tarde…


—No es demasiado tarde.


—No, no lo es.


Pedro alargó una mano para tocar su cuello.


—Llevas mi medalla de San Cristóbal.


—Sí, la encontré en tu habitación y decidí ponérmela… Por si así te protegía.


—Cuánto me alegro de que lo hicieras… —musitó él—. ¿Es un buen momento para pedírtelo otra vez?


El corazón de Paula empezó a palpitar como loco. A palpitar de felicidad.


—Sí.


—¿Quieres casarte conmigo? Los detalles podemos hablarlos más adelante. Sólo dime que sí.


—Sí —contestó ella, incorporándose un poco para darle un beso en los labios—. ¿Tu casa es lo bastante grande para dos mujeres?


—¿En Florida? ¿Te irías allí conmigo?


Paula sonrió.


—Creo que podría acostumbrarme a las palmeras.


—¿De verdad dejarías tu casa en Mountain Haven?


—Sí, la dejaría.


—¿Y Juana?


—Juana se está haciendo adulta y toma sus propias decisiones. Dentro de nada se irá a la universidad. Supongo que hará lo que quiera, venir con nosotros o quedarse. Lo decidirá ella.


Pedro cerró los ojos entonces y Paula se asustó.


—¿Qué te pasa? ¿Quieres que llame al médico?


—No, no… Es que esta mañana, cuando Harding me disparó, pensé que iba a morirme. Y ahora tú estás aquí… Y vas a casarte conmigo. Me parece un sueño.


—Pero no lo es, cariño.


—Hay cosas que puedo prometerte y cosas que no, pero haré todo lo posible por volver a casa cada noche —le prometió Pedro—. Pondré todo de mi parte para quererte y protegerte. Eso no cambiará nunca.


—Ésa es toda la garantía que necesito… —susurró ella, inclinándose para buscar sus labios—. Es más que suficiente.






IRRESISTIBLE: CAPITULO 24





Pedro hizo un esfuerzo por abrir los ojos, pero sólo podía ver una neblina gris y luego, poco a poco, unas sombras a su alrededor.


Estaba mareado, pero enseguida se dio cuenta de que el zumbido que escuchaba era el de un monitor. Estaba en un hospital.


En ese momento recordó todo lo que había pasado: El disparo de Harding, el terrible dolor en la pierna… Cuando intentó moverse se dio cuenta de que había una melena oscura apoyada en la cama.


Paula.


Intentó pronunciar su nombre, pero de su boca no salió sonido alguno. Suspirando, volvió a apoyar la cabeza en la almohada, maravillándose de que estuviera allí.


Nunca en su vida se había sentido tan conectado con otro ser humano. La quería, y esa emoción era diferente a cualquier otra que hubiese experimentado antes. Diferente y real.


¿Por qué no podía verlo ella?


Claro que después de lo que había pasado, no podía negar que tenía razón: Su trabajo era arriesgado. Y sabiendo lo que le había ocurrido a su marido, podía entender que Paula no quisiera saber nada de él.


Haciendo un esfuerzo, movió una mano hasta que pudo tocar el sedoso pelo oscuro. Esa mañana le había dicho que nunca querría a nadie como había querido a su marido, pero no fue eso lo que lo hizo marcharse sin protestar.


Había sentido su desesperación, su pánico, y sabía que no podía presionarla. No era justo después de todo lo que había tenido que pasar.


Pero allí estaba, a su lado. Y podía imaginar lo difícil que había sido para ella ir al hospital.


—Paula… —consiguió decir.


Ella levantó la cabeza, con una mejilla roja por la presión de la sábana.


Pedro.


En cuanto pronunció su nombre sus ojos se llenaron de lágrimas. Para Pedro, nunca había estado más preciosa. Su voz era suave, musical. La había oído mil veces en su cabeza, como si fuera su canción favorita, una de la que no se cansaba nunca.


—¿Qué estás haciendo aquí?


Paula apretó su mano.


—Me ha traído Gabriel. Estás en el hospital de Edmonton. Te han disparado.


—¿Y Harding?


—Está en la comisaría de Mountain Haven. Gabriel ha estado aquí, pero se marchó hace unas horas. Volverá por la mañana.


—Siento mucho haberte dado un disgusto, pero me voy a poner bien. No tienes que quedarte.


—Intenta librarte de mí, y ya verás lo que pasa…


Paula sonrió al ver que se quedaba boquiabierto, y esa sonrisa le dio esperanzas.


—No pienso librarme de ti mientras tú quieras estar conmigo… El tiempo que desees.


—¿Qué tal te suena «para siempre»?


Tuvo que reírse al ver su expresión. Pero había tenido mucho tiempo para pensar, para llorar, para preocuparse, para hacerse preguntas… Y cada vez aparecía la misma respuesta: Estar con Pedro, aunque sólo fuese una hora, era mejor que no estar con él.


Él hizo entonces una mueca de dolor, y Paula se levantó asustada.


—Voy a llamar a la enfermera para decirle que estás despierto.


—No, espera… Si llamas a la enfermera volverán a dormirme, y quiero verte.


Paula apretó los labios, emocionada. Quería besarlo, pero no sabía si debía hacerlo.


—Deja que te traiga un poco de agua, al menos. Necesitas líquidos, me lo ha dicho el médico.


—Muy bien. Pero vuelve pronto.