jueves, 6 de diciembre de 2018

PASADO DE AMOR: CAPITULO 20



—Los payasos están pasados de moda.


—Ya, claro, ¿y acaso los ositos son lo último?


—Por lo menos, son monos —contestó Paula cruzándose de brazos—. Estos payasos dan miedo —añadió señalando el papel que Pedro tenía en la mano.


Pedro se quedó mirándolo atentamente.


—Tienes razón —recapacitó dejando el papel en su sitio—. Sin embargo, los ositos no terminan de convencerme.


Paula observó la cenefa que había elegido y decidió que, efectivamente, los ositos eran bastante aburridos.


—Tienes razón. Así que nada de payasos y nada de ositos. ¿Qué otras opciones tenemos?


Mientras hacían recapitulación, Paula se dio cuenta de lo bien que se lo estaba pasando.


Desde luego, aquello la había tomado por sorpresa pues había esperado que aquel día fuera una completa tortura.


Sin embargo, después de ducharse y de cambiarse de ropa, habían desayunado un zumo de naranja y tostadas y se habían ido a la ferretería.


Allí, Paula había dejado que Pedro tomara las riendas ya que, al fin y al cabo, estaba en su salsa y sabía lo que debía comprar.


Sin embargo, ahora se encontraban en la única tienda de telas que había en Crystal Springs y Paula se había hecho con las riendas.


De mutuo acuerdo, habían decidido que, de momento, no iban a comprar los muebles ni las cortinas sino que se iban a limitar a empezar a reformar la habitación.


Sin embargo, no habían podido evitar la tentación de comprar la pintura, una mezcla de azul y verde, perfecto tanto para niña como para niño, que ya estaba cargada en el coche.


—¿Qué te parece éste? —propuso Paula dándole un rollo de papel que iba a la perfección con la muestra de pintura—. Los azules y los verdes van divinamente y todas estas criaturas marinas son adorables.


Se trataba de delfines, tortugas, ballenas y medusas e incluso había algunos tiburones y pulpos preciosos.


Pedro la miró a los ojos y sonrió de manera sensual.


—Me encanta. Podríamos comprar unos cuantos peluches de animales del mar y una cuna y estanterías y una mecedora a juego.


—¿Y no crees tú que a mi hermano y a Karen les gustaría elegir ellos algo de la habitación del niño? —preguntó Paula preocupada.


—No, les va encantar lo que elijamos para ellos. Además, si hay algo que no les gusta, pueden cambiarlo y nosotros no nos sentiremos ofendidos.


—Tienes razón —contestó Paula.


—Entonces, decidido. Venga, agarra unos cuantos rollos de papel de ése y vámonos.


Paula así lo hizo.


—Solo queda una cosa —comentó Pedro mirándola de arriba abajo.


—¿Qué? —dijo Paula mirándose también.


¿Se habría manchado de zumo de naranja en el desayuno?


—¿Piensas trabajar con esa ropa o tienes otra para cambiarte cuando lleguemos a casa?


—Me temo que esto es todo lo que tengo —contestó Paula mordiéndose el labio inferior—. La verdad es que cuando hice la maleta para venirme lo hice con la idea de ir a una boda, la de mi hermano, y no con intención de ponerme a reformar una habitación.


—Pues creo que lo mejor sería que te compraras unos vaqueros y unas cuantas camisetas.


—¿Tú crees? —dijo Paula.


La verdad era que llevaba los pantalones perfectamente planchados y con la raya tan bien hecha que parecían de un militar y el cuerpo de punto era precioso y lo cierto era que no le apetecía nada estropeárselo.


—Sí, venga, vamos al departamento de señoras.


—¿De verdad quieres perder el tiempo mientras yo me pruebo ropa? Te vas a aburrir —comentó Paula.


Pedro sonrió con picardía.


—En estos momentos, no se me ocurre nada que me apetezca más. Con un poco de suerte, a lo mejor me dejas entrar en el probador a ver qué tal te queda lo que hayas elegido.


—Tú sueñas, bonito.


—Sí, de eso puedes estar segura —contestó Pedro mientras Paula comenzaba a elegir vaqueros.





PASADO DE AMOR: CAPITULO 19




Paula estaba haciendo un tremendo esfuerzo para no estallar en carcajadas.


Iba concentrándose en la respiración, intentando no reírse porque, aunque Pedro estaba aguantando como podía, lo estaba pasando mal.


Se había despertado aquella mañana muy temprano y la estaba esperando vestido con pantalones cortos y camiseta cuando ella había bajado, así que habían tomado cada uno una pequeña botella de agua en la mano y habían comenzado a trotar nada más salir de casa.


Todavía no había amanecido y hacía frío.


Al principio, Pedro había ido de maravilla.


Incluso parecía que iba mejor que ella, que estaba más acostumbrada a correr en cinta en el gimnasio que hacerlo por la calle.


Mientras corrían uno al lado del otro, iban charlando sobre lo que tenían que comprar para ponerse manos a la obra aquella misma mañana con la habitación del bebé.


Un rato después, Paul había empezado a trotar más fuerte y había sido entonces cuando Pedro había comenzado a quedarse sin resuello.


No era que Pedro no estuviera en forma, pero era obvio que estaba acostumbrado a hacer otro tipo de ejercicio.


Paula lo miró de reojo y decidió que había tenido suficiente.


Llevaban una hora corriendo y Paula sabía que, con lo cabezota que era, Pedro era capaz de seguir corriendo hasta morir con tal de no dar su brazo a torcer.


Así que bajó el ritmo y esperó a que la alcanzara.


—¿Estás bien? —le preguntó sabiendo perfectamente lo que Pedro iba a contestar.


—Sí, claro que sí —contestó Pedro resoplando—. Podría estar corriendo un par de horas más.


Paula giró la cabeza para que no la viera reírse.


—Eso está muy bien, pero creo que ya hemos tenido suficiente por hoy. Hemos debido de quemar, por lo menos, una ración de pizza y una copa de vino.


Al llegar a casa de su hermano, se pararon y, mientras ella continuaba corriendo en el sitio para permitir que su ritmo cardíaco se desacelerada naturalmente, Pedro se dobló de la cintura hacia adelante, apoyó las manos en las rodillas y comenzó a inhalar aire completamente asfixiado.


Paula también respiraba con dificultad, pero era una sensación que le encantaba.


—Te propongo que nos duchemos y vayamos al pueblo.


Una de las razones por las que Paula había querido salir a correr aquella mañana había sido para liberarse de la ansiedad que le producía el tener que pasar todo el día trabajando con Pedro y, sobre todo, tener que ir con él a comprar artículos de bebé.


Paula era consciente de que iba a ser una situación difícil y quería estar preparada. Salir a correr le había sentado bien y ahora se sentía más fuerte y más preparada para controlar sus emociones.


—Me parece bien. ¿Pasas tú primero al baño? —preguntó Pedro levantándose la camiseta para secarse el sudor de la frente.


Al hacerlo, Paula vio sus maravillosos abdominales y tuvo que dar un trago de agua porque se le había secado la garganta.


—No, pasa tú primero —contestó sinceramente.


Parecía que Pedro lo necesitaba más y, además, a ella no le importaba nada estar un rato sola antes de meterse en la ducha porque, si lo hacía ahora, en el estado en el que estaba, se iba a ver obligada a ducharse con agua helada y prefería esperar un poco y poder ducharse con agua templada.


—¿Seguro?


Paula asintió y abrió la puerta de casa. Pedro subió las escaleras y pocos minutos después Paula oyó el agua correr.


Mientras él se duchaba, ella metió las botellas de agua en el frigorífico y fue a su habitación para elegir la ropa que se iba a poner.


Obviamente, no se había llevado ropa vieja que le sirviera para trabajar, pero decidió que unos pantalones azul marino y una camiseta de punto marrón eran lo suficientemente casuales como para realizar ese trabajo… a menos que Pedro la quisiera poner a pintar o a lijar el suelo, claro.


Al cabo de unos minutos, Pedro apareció con el pelo mojado en la puerta de su habitación.


Solo llevaba una toalla atada a la cintura y Paula no pudo evitar quedarse mirando una gota de agua que cayó de su pelo, se deslizó por su rostro, bajó por su musculado y firme torso y se perdió más allá de su cintura.


—El baño es todo tuyo —dijo Pedro en voz baja.


Paula se mojó los labios y se obligó a mirarlo a los ojos. Al hacerlo, se dio cuenta de que Pedro sonreía encantado. Era obvio que la había pillado mirándolo.


«Desde luego, menuda manera de mantener las distancias», se dijo a sí misma.


Claro que el episodio de la noche anterior en el sofá debía de haberle dejado muy claro que algún interés sí tenía en él.


—Gracias —contestó con voz trémula.


Se había ido a vivir a Los Ángeles para distanciarse de Pedro y había madurado a la fuerza, pero desde que había vuelto a Crystal Springs parecía que estaba volviendo a ser aquella patética adolescente enamorada.


Razón más que de sobra para volver a California cuanto antes e intentar recuperar el equilibrio interno.


Pasaron unos cuantos segundos en los que ninguno de los dos se movió, en los que se limitaron a mirarse fijamente a los ojos.


Paula se dio cuenta de que debía moverse, así que recogió la ropa que había elegido y obligó a sus piernas a desplazarse, pasando al lado de Pedro y teniendo mucho cuidado de no tocarlo, para meterse en el baño.


—No tardo nada —le dijo.


—Tómate todo el tiempo que quieras —contestó él.


Paula lo miró una última vez antes de cerrar la puerta y no pudo evitar estremecerse de pies a cabeza al ver que Pedro la estaba mirando con deseo.


Su propio cuerpo reaccionó con violencia y aquel deseo masculino encontró reflejo femenino en el interior de Paula, que se apresuró a cerrar la puerta y a decidir que, al final, iba a necesitar la ducha de agua helada.



PASADO DE AMOR: CAPITULO 18




Al abrir la puerta, se encontró con un adolescente que, efectivamente, le entregó una pizza y se fue muy sonriente con los cinco dólares que Pedro le dio de propina.


Cuando se giró, vio que Paula se había levantado del sofá y estaba poniéndose bien la bata para cubrir la estela de saliva que él había dejado sobre su camisón.


Al recordar aquellos momentos, Pedro sintió que se quedaba sin aire. Si por él hubiera sido, habría dejado la pizza en la cocina, habría vuelto al salón y la habría tomado entre sus brazos para reanudar el momento de arrebato donde lo habían dejado.


Sin embargo, Paula no parecía muy dispuesta a volver a la acción, así que Pedro tuvo que aguantarse.


—La pizza huele muy bien —comentó para romper la tensión que se estaba instalando entre ellos—. ¿Te importaría traer unos platos, por favor?


—Ahora mismo —contestó Paula dirigiéndose a la cocina.


Pedro no le ofendió que ni siquiera lo rozara al pasar por su lado. Aunque no compartía la idea, entendía que Paula necesitara distanciarse.


Pedro volvió a sentarse en el sofá y dejó la caja de la pizza sobre la mesa. Unos segundos después, Paula se sentó a su lado con dos platos y unas cuantas servilletas de papel.


Pedro sirvió dos porciones de pizza en cada plato y rellenó las copas de vino.


—A lo mejor sería mejor que me fuera a mi habitación a cenar —comentó Paula—. Así, tú podrías ver tranquilo la televisión o lo que quisieras.


Lo había dicho sin mirarlo y a Pedro le entraron ganas de maldecir.


—No —contestó acariciándole el brazo—. Te propongo que veamos una película.


Paula no contestó inmediatamente, pero al cabo de unos segundos lo miró a los ojos y sonrió.


—Me parece buena idea, pero la elijo yo.


—Oh, no, la que me espera —gimió Pedro exageradamente echándose hacia atrás en el sofá—. ¿No me digas que me va a tocar ver una película cursi de chicas?


—A lo mejor —contestó Paula sonriente.


Acto seguido, dio un mordisco a la pizza, se puso en pie y cruzó el salón hacia la televisión y el reproductor de DVD.


Pedro se quedó mirando el vaivén de sus caderas, maravillado por sus piernas diciéndose que, comparada con ella, la pizza que se estaba tomando no valía nada.


Paula eligió un DVD, lo colocó y volvió al sofá, pero en esta ocasión mantuvo un cojín entero de distancia entre ellos. Una vez sentada y con la copa de vino en una mano, dio al play con la otra.


—¿Debería empezar a preocuparme? —preguntó Pedro.


—Depende —contestó Paula encogiéndose de hombros.


Los créditos de la película comenzaron a pasar y Pedro escuchó una música que se le hacía conocida y que le hizo sonreír encantado al darse cuenta de que Paula había elegido una de sus películas favoritas.


Se trataba de una película en la que Keanu Reeves y Sandra Bullock hacían todo lo que podían para no perecer en un autobús que avanzaba a toda velocidad. Era una película de aventuras, pero también tenía su parte de romance.


—Madre mía, mañana voy a tener que correr cien kilómetros para quemar todas estas calorías —comentó Paula terminándose la primera porción de pizza.


Por cómo lo había dicho, llevándose un trozo de pimiento verde cubierto de queso a los labios, no parecía que le importara demasiado.


—A lo mejor voy contigo —dijo Pedro sin pensarlo.


Inmediatamente, deseó haberse mordido la lengua porque lo cierto era que, aunque estaba acostumbrado a hacer ejercicio, no salía a correr jamás.


Era cierto que físicamente estaba en forma porque su trabajo le exigía acarrear material para reformar las casas, subir escaleras y muchas cosas más todos los días, pero jamás se ponía pantalones cortos y salía a correr por el barrio.


Sin embargo, por Paula, estaba dispuesto a intentarlo.


—¿Qué pasa? —dijo al ver la cara de incredulidad de ella—. ¿Te crees que no soy capaz de correr?


—Por supuesto que sé que eres capaz de correr, eres capaz de correr si te persigue un oso o si ves una cerveza bien fría, pero la verdad es que no te imagino saliendo a correr para hacer ejercicio.


—Mañana te demostraré que puedo hacerlo —dijo Pedro enarcando una ceja—. ¿A qué hora quieres que quedemos?


—A las seis —contestó Paula.


—Muy bien, a las seis —contestó Pedro, que estaba acostumbrado a madrugar mucho para ir a las obras.


—¿Lo dices en serio? —insistió Paula.


—Ya lo verás.