domingo, 1 de noviembre de 2020

CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 23

 


Paula intentó contener los locos latidos de su corazón mientras levantaba la mano para llamar a la puerta de Pedro.


—Hola —dijo, intentando sonreír. Pero descubrió que sus labios se habían vuelto de goma, como sus piernas.


—Hola.


No tenía el ceño fruncido, ni siquiera ese gesto sombrío al que casi había empezado a acostumbrarse.


—¿Va todo bien? —preguntó él.


—Sí, claro.


Se le había olvidado y Paula quería ponerse a gritar de frustración. Ella deseando que llegase aquel día y a Pedro se le había olvidado.


—Es lunes.


—¿Y qué?


—Dijiste que me enseñarías a jugar al ajedrez.


Pedro arrugó el ceño y Paula dio un paso atrás.


—¡No hagas eso!


—¿Que no haga qué?


—Convertirte en el señor Hyde. Sé que no eres mi niñera ni mi amigo, pero al menos podríamos ser amables el uno con el otro y disfrutar de una partida de ajedrez, ¿no?


—Sí, bueno…


—Ayer lo pasamos bien.


Pedro levantó las cejas. Ojalá mostrase un poco más de entusiasmo, pensó ella.


—¿No has traído tarta de chocolate?


—Pues no. ¿No comiste suficiente ayer?


—No —sonrió Pedro. Y Paula se encontró respirando un poco mejor.


—El lunes que viene —le prometió.



CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 22

 


Paula apartó la mirada de la espalda de Pedro y se volvió hacia Camilo Whitehall.


—Es un buen chico —dijo el anciano.


¿Buen chico? Más bien un hombre insoportable. E incomprensible.


—Hemos estado comprando cosas en el mercadillo. Aunque yo debería haberme quedado en uno de los puestos…


—Bridget Anderson te ha pillado por banda, ¿verdad? —sonrió Camilo—. A esa mujer le gusta mucho mandar. Debería haberse metido en política.


Paula se rio, pero era verdad. Y pensó que a lo mejor a Camilo se le ocurría una buena profesión para ella.


—¿Lo estás pasando bien en Eagle's Reach?


Su vacilación la delató.


—Pues… es un poco solitario. Es muy bonito, pero yo no estoy hecha para esa soledad.


—Y Pedro tampoco.


—¿Lo dices en serio?


—Sí, completamente.


—Pero… él es tan duro. No parece que la soledad le moleste en absoluto, al contrario. Parece celoso de ella.


—Ah, tú lo has dicho.


Camilo no dijo nada más y Paula no quería preguntar. Pero entendió entonces por qué Pedro se había marchado tan abruptamente. Camilo Whitehall era la única persona de Martin's Gully que a Pedro le importaba de verdad. Su mutuo respeto, su amistad, habían sido evidentes desde el primer momento. Pero Camilo también era un hombre muy sabio que veía lo que no podían ver los demás.


—Yo sólo voy a estar aquí tres semanas. Y Pedro piensa que soy una pesada. Te aseguro que se alegrará cuando me vaya.


Camilo se rio.


—Eso es lo que quiere que pienses —dijo, apretándole la mano—. ¿Por qué no vas a visitarme la próxima vez que bajes al pueblo?


—Me encantaría.


—Yo vivo ahí —dijo el anciano, señalando una casa al otro lado de la calle.


Paula sonrió. Las próximas tres semanas empezaban a parecerle más agradables.




CORAZON SOLITARIO: CAPÍTULO 21

 


—Debería darte vergüenza —se rio Paula unas horas después, dejándose caer sobre un banco de madera del merendero.


—¿Vergüenza? —repitió Pedro, atónito.


Había hecho un esfuerzo por relacionarse con ella esa tarde. Y creía haberlo hecho bien.


Aunque la verdad era que no le había costado nada. Ningún esfuerzo en absoluto. La gente del pueblo lo miraba con cara de sorpresa y le daba igual. Sus cotilleos no le importaban y, además, Paula se marcharía en tres semanas.


Tres semanas.


«Y no lo olvides», se advirtió a sí mismo. Sin embargo, se sentó frente a ella cuando lo que debería hacer era salir corriendo.


Pero no podía. Cuando vio cómo miraba Paula a la gente, como si hiciera siglos que no se relacionaba con otros seres humanos, entendió todo lo que había dejado atrás mientras cuidaba de su padre.


No necesitaba unas vacaciones en un pueblo solitario. Necesitaba gente, necesitaba sentirse conectada otra vez. Necesitaba vivir y reír para mitigar la pena y el dolor por la muerte de su padre. Él lo entendía. Y maldecía a sus hermanos por no haberse dado cuenta.


Él no podía evitar vivir en las montañas, pero había decidido que Paula pasaría un día agradable en Martin's Gully. Y que nadie, ni siquiera Bridget Anderson, se aprovecharía de su generosidad.


—¿Por qué no tengo vergüenza?


—Mira todas estas cosas —sonrió Paula.


Debía de haber comprado una cosa en cada puesto. Y su alegría era contagiosa.


—¿Y qué?


—¿Cómo puedes tener las cabañas en ese estado si podrías decorarlas estupendamente?


—Sé que Eagle's Reach no es precisamente un hotel de cinco estrellas…


—Desde luego que no.


—Pero tú no eres el tipo de cliente que suele venir por aquí.


—Ya sé que las cabañas son para hombres duros a los que les gusta el campo y todo eso…


—Las cabañas son perfectamente adecuadas…


—¿Y sería mucho pedir que fueran un poquito más acogedoras?


Tenía que estar de broma.


—¿Acogedoras?


—Hasta a los hombres más duros les gusta encontrar algo agradable cuando vuelven de cazar o de pescar… o lo que hagan por aquí.


—¿Quieres que ponga jabones con olor a fresa en el cuarto de baño y velas aromáticas en el salón?


—El de olor a fresa no sé, pero… ¿qué tal el jabón de eucalipto? Le daría un poquito de color local y no es ninguna amenaza a la masculinidad de esos cazadores tan recios. ¿Qué hay de malo en eso?


Paula se cruzó de brazos, retándolo con la mirada. Pedro se cruzó de brazos también.


—Y las alfombras de la señora Gower tampoco estarían mal.


¡Alfombras!


—Por no hablar de un cuadro o dos.


Muy bien, la decoración de las cabañas podía mejorarse. Podía admitir eso.


—Y sé que no te interesan mucho las frutas y las flores…


—Desde luego que no.


—Pero un tarro de miel o los pepinillos de Lu serían un detalle. Para el pueblo, además de para tus clientes.


Pedro no quería fijarse en el brillo de sus ojos castaños o en esos labios tan jugosos. No. No debería pensar en besarla. Pero tuvo que apretar los puños para no alargar la mano y acariciar esa barbilla de duende. ¿Qué dirían los cotillas del pueblo?


—¿Sabes una cosa?


—¿Qué?


—Creo que te da miedo darles un toque acogedor a las cabañas —dijo Paula entonces—. Creo que te da miedo que tengan un aspecto hogareño.


Pedro apartó la mirada.


—¿Me dices todo eso porque me gustan las cosas sencillas?


—No sé si te gustan las cosas sencillas o te da miedo tener demasiados clientes, porque entonces tendrías que compartir tu montaña.


—En eso tienes toda la razón, cariño —dijo alguien detrás de ellos—. Nuestro Pedro no quiere compartir su soledad.


Pedro sonrió al ver a su amigo, el viejo Camilo Whitehall.


—Camilo, te presento a Paula Chaves.


—Ah, sí, me han dicho que estás pasando unos días en Eagle's Reach.


—Encantada de conocerlo, señor Whitehall.


—Llámame Camilo, por favor. El señor Whitehall era mi padre.


—Siéntate un rato con nosotros —sonrió Pedro.


—Gracias. La verdad es que me duelen un poco las piernas…


—¿Eres de aquí, de Martin's Gully? —preguntó Paula.


—Sí, nací aquí.


—Pues seguro que tienes muchas historias que contar.


Pedro se dio cuenta de que a Paula le encantaría oír todas y cada una de ellas.


—Eso desde luego —Camilo miró de uno a otro—. ¿Qué te parece la hospitalidad de Eagle's Reach?


—Está mejorando —sonrió ella.


Genial. Maravilloso. Pedro sabía muy bien lo que Camilo deduciría de esa frase.


Como esperaba, el anciano soltó una risita. No le importaba lo que pensaran cotillas como Bridget Anderson, pero sí lo que pensara su amigo. Y no quería que lo pensara.


—Bueno, es hora de marcharme —dijo, levantándose—. Quiero ir a ver a Lu antes de volver a casa.


—Me han dicho que no se encuentra bien. Dale recuerdos de mi parte.


Pedro asintió con la cabeza y luego se alejó, sintiendo dos pares de ojos clavados en su espalda.