lunes, 27 de junio de 2016

EL PACTO: CAPITULO 11





Paula desistió de dormir hacia las dos de la madrugada. El día prometía ser brutal, pues iba a pasar varias horas en la cámara de torturas de Allo. Sin dormir y sin Pedro, lo mejor que podía hacer era subirse al primer avión rumbo a Houston.


Confesarlo todo ante su padre y suplicar su perdón era más sencillo que soportar el trato hecho con Pedro.


Añoraba la felicidad que evocaba Pedro al deslizarse dentro de ella, y la camaradería que habían compartido, la comunicación y la afinidad. Pero por algún motivo, él se negaba a admitirlo.


¿Y si ese Pedro que no conseguía olvidar jamás regresaba? 


Si se aferraba a la fantasía nunca llegaría a ninguna parte.


El día transcurrió soportando comentarios hirientes de Allo. 


Paula no la llamó y Pedro tampoco.


Tras regresar al hotel, Paula encendió el portátil. El correo electrónico de su madre fue la puntilla al horrible día: «Pensé que te gustaría ver esto». Adjunto había un artículo de prensa titulado «¿Dónde está Miss Texas?».


Con un nudo en el estómago, Paula abrió el archivo. Tal y como esperaba, la pantalla se llenó de fotos de sus días de reina de la belleza al lado de Brandi MacArthur, que le había cedido la corona, y de LaTisha Kelley, a quien ella la cedido al año siguiente.


El artículo repasaba las vidas de las tres mujeres después del reinado. Brandi era neurocirujana infantil y se había casado con David Thomason, conocido especialista en trasplantes de corazón. LaTisha había encaminado sus pasos a Haití, donde era misionera. El articulista explicaba cómo la corona de Miss Texas les había abierto las puertas.


La mención a Paula contaba una historia triste, aunque verdadera. Explicaba que trabajaba para su hermana, y que su madre, Valnesa Chaves, también había sido Miss Texas en su época.


Su madre no había tenido mala intención al enviárselo. 


Seguramente no encontraba nada malo en el hecho de que solo dedicara dos líneas a su hija, la mitad de las cuales hablaba su madre.


A diferencia de Vanesa, su hija siempre había deseado algo más que ser la esposa de alguien importante. El Pacto de Adultos debía haberla ayudado en su búsqueda.


Y sin embargo, había abandonado Las Vegas enamorada de un hombre que no deseaba recordar viejos tiempos, que prefería fingir que aquello no había ocurrido.


Quizás el principal impedimento para ser adulta era su afición por aferrarse al pasado. Debía dejar atrás al Pedro de sus fantasías y centrarse en que el Pedro real firmara los papeles del divorcio.


El móvil le sonó. Sorprendida, abrió un mensaje de Pedro: «¿Cena tailandesa?».


Como si lo de la noche anterior no hubiera sucedido. Por supuesto, en la mente de Pedro se trataba solo de negocios.


A ese juego podían jugar dos.


Rápidamente contestó al mensaje: «Con mucha guindilla».


La respuesta no se hizo esperar: «Llegaré en quince minutos».


Paula no pudo evitar sentir una punzada de esperanza. 


Quizás Pedro pretendía disculparse, explicarle que él también era incapaz de olvidar lo sucedido en Las Vegas.


Diez minutos más tarde, Pedro entró en la habitación, arrebatador con su traje gris de Al Couture y los cabellos deliciosamente revueltos.


El corazón de Paula falló un latido.


—¿Qué tal te ha ido hoy, querido? —preguntó con cierto sarcasmo.


—Tenemos un problema —él hizo una mueca—. Te lo contaré mientras cenamos.


Paula aceptó el paquete de comida para llevar de manos de Pedro y lo abrió. Gambas Pad Thai, sus favoritas. Sin embargo no se hizo ilusiones, imposible que Pedro lo recordara.


Picoteó la comida, que acompañó con una cerveza.


—¿Cuál es ese problema? —preguntó al fin.


—Valeria ha puesto en marcha la primera parte de su plan —Pedro masticó lentamente un bocado de carne con curry—. Varios periodistas han recibido un soplo para investigar potenciales delitos de explotación laboral contra los trabajadores de AL. La prensa asaltó a Bettina cuando abandonaba la oficina y la acusó de dirigir un taller de explotación en el mismo Manhattan.


—Eso es ridículo —Paula bufó—. Espero que Bettina les pusiera en su sitio.


En realidad no sabía si era cierto o no, pero Pedro era el jefe de operaciones y lo creía incapaz de abusar de los trabajadores, ni de permitir que lo hicieran otros.


—Ojalá lo hubiera hecho —Pedro sonrió fugazmente—, pero ella se pone muy nerviosa delante de la prensa.


—¿Crees que Valeria está detrás de todo esto?


—Apostaría dinero.


Pedro soltó el tenedor y bebió un trago de cerveza. La tensión le había marcado arrugas alrededor de la boca y los ojos.


Paula se levantó y le masajeó el cuello, recibiendo un gruñido de aceptación.


—No tienes que hacerlo —murmuró él—. Pero ni se te ocurra parar.


—No iba a parar —ella rio—. Tus músculos parecen de cemento. Relájate un minuto.


Paula se preguntó si Pedro estaría intentando ocultar más cosas, aparte de la tensión. Era un hombre de contrastes, frustrante, desde luego, pero fascinante. Y quiso sacar a relucir sus sentimientos, averiguar por qué era tan reacio a mostrarse apasionado como en Las Vegas. Estaba segura de que ocultaba algo. La reacción del cuerpo de Pedro en cuanto se acercaban lo decía todo.


Si consiguiera hacer estallar el calor que latía entre ellos, le demostraría que podía volver a ser ese hombre. Paula sacudió la cabeza y se recriminó en silencio. ¿No aprendería jamás? Su única relación era profesional.


—¿Por qué haría Valeria algo así? Sobre todo con su propia madre.


Pedro apoyaba la cabeza contra el estómago de Paula y mantenía los ojos cerrados. Era el momento más íntimo compartido por los dos, como si se tratara de una pareja normal ayudándose a relajarse después de una dura jornada.


Durante una eternidad, ella pensó que no había oído su pregunta.


—Bettina y Valeria son como el agua y el aceite —contestó Pedro al fin—. Lo cierto es que se alegraron al separarse cuando la empresa se partió.


—De todos modos —ella no quería soltar los anchos hombros y él tampoco parecía tener prisa—, ¿qué piensa conseguir con un soplo que se demostrará que es una mentira?


—Cumple dos objetivos —Pedro sonrió—. Me mantiene ocupado y me distrae. Ella sabe que no van a descubrir nada, pero el daño ya está hecho. Y cuando se ofrezca como directora ejecutiva, podrá prometer que su gestión será impecable.


—Eso es —«brillante», pensó ella, aunque se contuvo de expresarlo en voz alta.


—Diabólico y perfecto. Y además disgusta a mamá, un punto más a tener en cuenta.


—Y esto es solo el primer golpe ¿verdad? Tendrá algo más guardado en la manga.


—Desde luego, esto no es más que el principio. Ahora entenderás por qué te necesito desesperadamente —la voz de Pedro adquirió un tinte muy sensual.


Paula intentó ignorar el efecto que le producía. Un hombre que solo estaría de paso en su vida no debería afectarla tanto.


—Lo siento, Pedro. Qué asco.


Tenía que intentarlo otra vez.


La idea espoleó su cerebro y un incipiente plan empezó a surgir de sus labios.


—Te diré lo que vamos a hacer. Reúnete con tu equipo de marketing y empieza a sacar todo lo bueno que haya hecho Al desde la ruptura. Luego lo comparas con cualquier cosa, por pequeña que sea, que Alfonso House haya hecho mal.


—Te escucho.


—Vamos a enterrar a Alfonso House bajo los datos acerca de lo bien que lo ha hecho Al desde la ruptura —Paula continuó masajeándole los hombros a Pedro—, y señalaremos lo poco que ha hecho Alfonso. Haremos caso omiso de la caza de brujas sobre la explotación. Bettina y tú seréis señalados por vuestro gran trabajo y, además, Valeria quedará ridiculizada.


—¡Vaya! —Pedro la miró sorprendido—. ¿Estás segura de que no eres una Alfonso? Es genial. Casi maléfico.


—El maléfico es cortesía de la casa —Paula se sintió ruborizar, los cumplidos siempre le producían ese efecto. La carcajada de Pedro le produjo una oleada de calor por debajo de la cintura.


—Un chollo —el gesto se volvió serio—. Me he dado cuenta de que hablabas de «nosotros». Y no me corregiste cuando irrumpí aquí dentro y te conté que «teníamos», un problema. Gracias.


Sus miradas se fundieron y la electricidad chisporroteó en el ambiente.


Ahí estaba. Ese era el hombre sensible que había dejado atrás en Las Vegas. Paula se quedó sin aliento. No había desaparecido y ella no había confundido los recuerdos. Unas estúpidas lágrimas de alivio le irritaron los ojos.


—Sí, sí —murmuró—. Estamos en el mismo bando. No lo olvides.


—No lo haré —Pedro le tomó una mano y se la llevó a los labios—. Ojalá pudieras estar en la reunión de marketing. Me encanta tu visión.


—Toma notas —ella recuperó la mano antes de olvidar toda precaución y abrir la ventana a la esperanza—. Vuelve mañana por la noche y seguiremos hablando.


—Nunca había conocido una mujer que disfrutara tanto comiendo —él rio—. Es muy sexy.


—Cállate y termina de cenar. Por culpa de tus coqueteos esto se ha enfriado —protestó Paula mientras se sentaba y terminaba su cena, también fría.


Y sin embargo sabía mucho mejor que cuando estaba caliente. Porque al fin había visto un destello de esperanza.


Ya había decidido que ese hombre al que no había podido olvidar seguía allí, pero ¿cómo conseguiría hacer que se quedara?







EL PACTO: CAPITULO 10




—Esto me resulta familiar —murmuró Paula mientras abría la puerta por segunda vez aquella noche—. ¿Quién es? —preguntó desde el interior.


—¿Tú qué crees?


—Márchate. Ya he tenido bastantes Alfonso por hoy.


—Venga ya, déjame entrar y hablaremos como adultos, suponiendo que sea posible.


—¿A qué te refieres? —la puerta se abrió de golpe—. ¿Crees que no soy capaz de comportarme como un adulto?


Al menos seguía vestida, aunque el espectacular modelo le había hecho fantasear toda la noche con bajarle la cremallera.


Pedro ignoró las protestas de Paula y entró en la habitación, dirigiéndose al minibar.


—El comentario iba dirigido a ambos. Al parecer solo somos capaces de insultarnos y me gustaría superarlo.


—Y a mí me gustaría divorciarme —ella se paró a escasos centímetros de él.


—Pero te largaste de la fiesta cuando lo único que yo intentaba era acelerar ese divorcio.


Algo brilló en los ojos de Paula y Pedro tuvo que mirar dos veces. Nunca había visto a Paula llorar. 


Impulsivamente, la tomó en sus brazos.


Tras un instante de rigidez, ella se derritió contra él y le rodeó la cintura con los brazos, la cabeza apoyada en esa curva del cuello que parecía hecha para ella.


Pedro la apartó para mirarla de nuevo a los ojos, la única forma que conocía de analizar a la gente. Las lágrimas seguían allí, aunque también parecía haber recuperado cierta normalidad.


—No pretendo fingir que se me dan bien las relaciones y, además, ni siquiera mantenemos una. Pero es evidente que estoy fastidiando algo. ¿Podrías darme una pista?


Paula suspiró y se soltó del abrazo, dejando en su lugar mucho frío.


—Ese es el problema, Pedro. No estás haciendo nada mal. Así es como eres, y debo admitir que estoy profundamente desilusionada.


—Un momento —a Pedro le zumbaban los oídos—. ¿Estás desilusionada por cómo soy?


—El hombre que conocí en Las Vegas no era tan frío y calculador. Era apasionado y abierto.


—También estaba perdido y confundido —añadió Pedro. Y sometido al poder seductor de Paula—. Me gusta pensar que me ayudaste a llegar donde estoy ahora.


—Genial —ella puso los ojos en blanco y se sirvió una copa—. De modo que soy la responsable de que te hayas convertido en un zombi. ¿Quieres saber qué me dijo Valeria? Quiere que me quede a trabajar fuera de horario en un proyecto especial con ella.


—Eso es fantástico. Perfecto —Pedro se sintió exultante—. Si juegas bien tus cartas, puede que empiece a confiar en ti. Así le sacarás más información sobre sus planes.


—¡No es perfecto! —Paula le golpeó el pecho con un dedo—. ¿Sabes por qué me lo pidió? Me quiere cerca porque no se fía de mí. Vengo de Houston y tengo un pasado en el diseño de vestidos de novia. Quiso saber por qué había venido a entrometerme en la moda de Nueva York.


Pedro hizo una mueca. Debería haber preparado una historia convincente. Demasiado tarde.


—¿Y qué le dijiste? —quizás Valeria había averiguado lo de su relación con Paula…


—Le dije lo que quería oír. No quería fastidiar una oportunidad para ayudarte. Esa es mi meta ¿no?


—Desde luego. Muchas gracias —Pedro no entendía por qué Paula parecía tan alterada.


—Vaya, Pedro—ella murmuró un juramento—. Veo que no lo entiendes. Estaba escuchando lo que ella me decía y solo podía pensar en lo mucho que os parecéis. Fríos y calculadores. Solo os interesa pisotear al otro. Y los dos estáis encantados de utilizarme.


—Yo no te estoy utilizando —protestó él. No se parecía a su hermana. Él se aprovechaba de la situación, no de Paula—. Tenemos un trato, y tú también vas a obtener algo. Ni siquiera utilizaría el divorcio si tú no hubieses registrado los papeles.


De repente, Pedro se sintió como un canalla. No le gustaba la idea de haber defraudado a Paula.


Los chicos buenos no salían victoriosos de una fusión hostil, ni le birlaban el puesto de director general a su hermana.


—Ya estás otra vez —ella lo miró indignada—. El matrimonio no fue culpa mía. Tú también estabas ahí, delante de Elvis. No te arrastré hasta el altar. Y si no recuerdo mal, fue idea tuya.


—Sí, lo admito —él dio un paso atrás, alejándose de ella, de la verdad—. Cometí un error.


—Ya te digo —Paula continuó con el asalto de sensualidad—. Fue un momento tórrido. Puedes fingir que esto —agitó una mano en el aire—, era lo que buscabas, pero yo te conozco. Conozco al hombre que se esconde tras la fachada de director general. Ese hombre no tiene problemas para admitir su pasión. Es dueño de ella. Ese es el hombre con el que me he pasado soñando dos años.


—¿En serio? —hechizado, Pedro la miró a los ojos—. ¿Y qué soñabas?


No era lo que había pretendido preguntar. Demasiado tarde, ya lo había soltado.


—Con tu boca —ella le acarició los labios con un dedo—. Tus abdominales.. El modo en que suspiras después de llegar. El modo en que mis dedos se hundían en tus cabellos.


—Creía que no querías complicar esto con sexo —Pedro no estaba dispuesto a dejarse llevar.


—Difícil que pueda complicarse más —ella sonrió traviesa—. Y eso lo dije antes de que me persiguieras hasta la habitación. ¿Estás seguro de saber lo que quieres?


—Sí —él sabía que debería cerrar la boca—. Sé exactamente lo que quiero.


—Yo también. Quiero a ese hombre —murmuró Paula—. Por dentro y por fuera. Quiero saber que no fue todo una mentira, que no he confundido los recuerdos. Te quiero dentro de mí.


El evidente deseo en su voz y en sus caricias encontraron un deseo parejo en Pedro. Un deseo que no había sido consciente de sentir y que aguardaba ser desenterrado por ella. Y en ese instante quiso darle lo que le pedía, ser de nuevo el Pedro de Las Vegas.


¿Tan malo sería disfrutar unas horas con Paula antes de regresar al mundo real?


Sí, lo sería. Porque él ya no era ese hombre. Aquel no había sido el verdadero Pedro Alfonso. Solo la combinación de confusión, y Paula podría haberlo empujado a actuar de un modo tan poco propio de él, y tan parecido a su padre.


Si cedía, no habría regreso al mundo real. Y ella se aprovecharía de su debilidad. Su visión de futuro para Empresas Alfonso no incluía a Paula. Sería injusto hacerle creer que podía ser el hombre que ella parecía desear.


—Aquello fue mentira —le explicó—. No te acuerdas bien. Jamás recuperaremos Las Vegas.


Pedro casi se atragantó con las palabras y, de inmediato, deseó haber dicho otra cosa. Porque no había sido mentira y Paula lo recordaba todo claramente.


Y lo peor era que él deseaba lo mismo que ella. Quería deleitarse con una mujer que le hacía sentir, olvidar. Lejos de las feas batallas por los despojos de Empresas Alfonso.


—Nos vemos —Paula asintió, bloqueando el dolor que intentaba reflejarse en su mirada—. No me llames. Ya te llamo yo.





EL PACTO: CAPITULO 9





Paula y Valeria charlaron más tiempo del que Pedro hubiera podido soñar, pero su hermana parecía demasiado satisfecha para su gusto.


¿Qué se estaban contando? ¿Le habría proporcionado Valeria alguna información de utilidad?


Al fin se separaron, Valeria con una enigmática y peligrosa sonrisa. A Pedro no le gustaba.


—Tierra llamando a Pedro —su madre chasqueó los dedos delante de él.


—Lo siento, estoy un poco distraído —Pedro se volvió a Bettina.


—Es un modo de referirse a la guapísima nueva amiga de Valeria —Bettina sonrió.


Su madre se lanzó a describirle sus ideas sobre una nueva línea de trajes de baño destinada a chicas jóvenes.


Trajes de baño. En eso debía pensar. Bettina llevaba dos años dirigiendo la empresa y estaba preparada para dar el salto al diseño nuevamente. Era el momento perfecto. Si se alejaba de su puesto de directora ejecutiva, él podría ocupar el hueco.


Paula abandonó el salón y Pedro dejó a su madre con la palabra en la boca.


—Enseguida vuelvo.


Se moría por saber de qué habían hablado esas dos.


Paula entró en el aseo de señoras, obligando a Pedro a pararse en seco y a fingir que estaba tomando el aire.


Cuando el espectacular vestido entró nuevamente en su campo de visión, él se dirigió en dirección opuesta al salón. 


No se volvió para comprobar si ella lo seguía. Más le valía.


Entró en una pequeña estancia amueblada con un banco y una mesita. El exótico perfume de Paula lo alcanzó instantes después.


—¿Qué sucede? —preguntó ella—. ¿No es un poco arriesgado vernos así?


—Sí —él asintió—. Cuéntamelo rápido. ¿Qué te dijo Valeria?


—Deberías aprender el arte de la paciencia —ella se sentó en el borde del banco.


—No lo hagas más difícil. Estuvisteis hablando largo rato. Valeria no charla, maquina.


—Le dijo la sartén al cazo —Paula sacudió su larga melena color caoba.


—¿Y qué se supone que significa eso?


—Significa que sois iguales, sin ánimo de ofender —ella enarcó una ceja.


Pedro tomó la copa que su esposa acababa de vaciar y la estampó en mil pedazos sobre la mesita.


—¿Qué te pasa? Te estoy pidiendo información. Por eso estás aquí.


—No, para eso estás tú aquí, querido —Paula le dedicó una tórrida mirada—. Yo tengo mis motivos para haber accedido a este estúpido plan.


—¿Se trata de otra burda estratagema para intentar meterme en tu cama? —Pedro frunció el ceño—. ¿Por qué no quieres ver que ya no me interesa?


Paula controló rápidamente la expresión de dolor que le habían provocado las palabras de su marido, aunque no lo bastante rápido.


—Lo siento. Eso estuvo de más. Mi hermana me vuelve loco.


Era una mala excusa, y no del todo cierta. Era su esposa la que lo alteraba con una simple mirada.


—De acuerdo —ella fingió que no tenía importancia, aunque el tono de su voz decía otra cosa—. Tienes razón. Acostarnos sería un error. Es mucho mejor mantenernos lejos de la cama y acabar cuanto antes con esto. Para qué vamos a complicar más algo que ya es complicado.


—Me alegro de que lo entiendas —al fin parecía que le entraba algo de sensatez.


Pedro esperó en vano sentir un alivio que no llegó.


¿Qué había cambiado? No entendía por qué le había propuesto retomarlo donde lo habían dejado, y mucho menos entendía por qué se echaba atrás.


—¿Crees que vas a poder sacarle algo más a Valeria esta noche? En caso contrario, deberíamos marcharnos —sugirió él.


—No, ya he terminado aquí —contestó ella mientras se ponía en pie—. Tomaré un taxi. No hace falta que me acompañes, dado que esto no es una cita. Hasta luego.


Paula se marchó sin mirar atrás mientras Pedro corría tras ella.


Aflojó el paso al atravesar el salón repleto de conocidos y saludó a su padre con la cabeza. A nadie le extrañaría que no intercambiaran palabra alguna. Pedro no había hablado con Pablo en seis meses y ambos lo preferían así.


Para cuando logró salir a la calle, Paula ya había desaparecido. Soltando un juramento, llamó a su chófer. ¿A qué estaba jugando? No podía esconderse. Tenía la llave de su habitación.