martes, 29 de noviembre de 2016

CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 17






Era un consuelo saber que no había nada que pudiera detener a Pedro para estar con su hija. La fidelidad era una de sus mejores cualidades. Iba a casa de Paula cuando ella no estaba y se marchaba antes de que llegara. El gimnasio de juegos que estaba en el patio era el único recuerdo de que él había pasado por allí. Ponía la lavadora, cocinaba y después desaparecía. Diana le contaba a Paula lo bueno que él era con la pequeña, pero era algo que Paula ya sabía. Juliana lo demostraba porque no paraba de buscar a Pedro.


Y Paula lo echaba de menos, añoraba mirarlo a los ojos para ver qué podía compartir con él. Lo necesitaba, lo deseaba. 


Cuando Paula llevó a su hija al médico, recibió otra prueba de lo que Pedro había tratado de decirle durante las semanas anteriores.


—¿Está soltera? —le preguntó una enfermera cuando Paula se disponía a pagar.


—Sí.


La enfermera miró al bebé, después a Paula.


—;Y cuál es el nombre del padre?


—Teniente Pedro Alfonso. Está escrito en la ficha de Juliana.


—No está casada con él padre, ¿cómo puede disfrutar de los beneficios del seguro militar?


—Tendrá que preguntárselo a él —lo único que Paula sabía era que él lo había arreglado todo.


—El hecho de que sea ilegítima puede ser un problema, ya que la niña no está inscrita en su cartilla.


«Ilegítima».


Sonaba igual de mal que «bastarda». Paula agarró a su hija un poco más fuerte.


—De acuerdo, apunte la visita en mi cartilla —le dio la tarjeta de su seguro.


—Sí, señorita —contestó la enfermera con aire de superioridad.


Paula recogió la tarjeta y, sin esperar a que le diera un recibo, se marchó. Era la primera vez que sentía que la miraban así. No a ella, sino a su hija. Una criatura inocente que no tenía nada que ver con el estado civil de sus padres.


 «Maldita sea», pensó mientras conducía de regreso a casa.


Si las cosas ya eran así de malas, ¿cómo serían cuando su hija fuera a la escuela? ¿Cuando los otros niños se metieran con ella por lo que habían hecho sus padres? Al llegar a casa, estaba a punto de llorar. Juliana comenzó a quejarse. 


Paula le dio el biberón y le cambió el pañal, pero no podía dejar de pensar en cómo sería su vida al cabo de unos años.


Cuando los niños hablaran de ella. Cuando la gente se comportara de manera cruel.


Le resultó muy fácil tomar la decisión.



CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 16





Pedro podía sentir que ambos estaban unidos por algo más que por la niña. Paula era una mujer fuerte, pero no se atrevía a confiar otra vez en un hombre.


Se fijó en la mujer que caminaba a su lado empujando un carrito. ¿Se habría percatado de que ambos habían adquirido una rutina diaria? Quizá ella durmiera sola todas las noches, pero sabía que él estaba allí. Igual que él no podía olvidar lo que era despertarse a su lado y sentir el calor de su cuerpo.


—Esa no es la mirada de un padre orgulloso —dijo ella.


—En este caso no soy Galahad —murmuró él, y la miró de arriba abajo.


Se había convertido en una broma, en un mensaje que solo entendían ellos. Cuando él la besaba o la tocaba, ella le advertía que se estuviera quieto y el decía que no era el caballero Galahad. Pedro sabía que lo único que los mantenía separados era su desconfianza. Intentaba demostrarle a Paula que no tenía motivos para desconfiar de él. Estaba pagando por los delitos de otros hombres, y aunque aguardaba el momento oportuno, tenía la sensación de que el tiempo se le agotaba muy rápidamente.


Cuando regresaban hacia la casa de Paula se detuvieron junto a un banco para ajustar una correa del carrito. En el banco había una anciana que daba de comer a los patos.


—¡Oh, qué niña tan bonita! —le dijo a Juliana y se inclinó para acariciarle la cabeza.


Juliana sonrió.


—Gracias. Nosotros pensamos lo mismo —dijo Paula.


—Tiene los mismos ojos que su marido —dijo la mujer.


—Oh, no estamos casados —contestó Paula sin pensar, y enseguida se arrepintió de haberlo hecho.


La mujer los miró sorprendida y después miró a Juliana con cara de pena.


—Pobrecita —comentó—. Se criará bastarda por culpa de unos padres egoístas.


Pedro se puso tenso y alejó el carrito de la mujer.


—Veo que ser maleducado no tiene nada que ver con la edad —soltó.


Paula miró a Pedro y a Juliana y contuvo las lágrimas.


—Bueno, es culpa suya. No seré la primera persona ni la última que lo diga, jovencito. Deberían pensar en la pobre criatura inocente y no en ustedes mismos, puesto que no pensaron en ella cuando la engendraron.


Paula se quedó boquiabierta, agarró el carrito y se marchó. Pedro cerró los puños y, como era todo un caballero, se contuvo para no decirle a la señora lo que pensaba de ella y salió detrás de Paula.


—No digas nada —murmuró ella sin detenerse.


—Paula, cariño, para.


—Maldita vieja —cuando llegó a la puerta de su casa, comenzó a llorar—. ¿Cómo ha podido decirle eso a mi bebé?


—Sss —Pedro la abrazó y la besó en la frente. Juliana se puso a gimotear—. Vamos —dijo, y entraron en la casa.


Una vez dentro, Paula se sentó en el sofá y tomó a Juliana en brazos. La pequeña seguía llorando.


—Paula, cariño, estás asustando a Juliana.


—Lo sé, lo sé. Ayúdame, por favor —le tendió a la niña y fue a lavarse la cara.


Cuando regresó, Pedro había metido a Juliana en la cuna. 


Paula quería ir a verla, pero Pedro la detuvo.


—Está bien.


—Déjame ir —contestó ella.


—Estás disgustada y Juliana lo sabe. Vamos, tranquilízate un poco.


—No quiero calmarme. Quiero seguir enfadada.


—Bien, entonces hablemos del tema —la llevó hasta el sofá.


—Ya lo hemos hecho —se dejó caer sobre los almohadones.


—¿He vuelto a pedirte que te cases conmigo? ¿Te he recordado que debemos hacerlo por ella y no por nosotros?


—No —admitió Paula—, no lo has hecho. Pero tampoco ha cambiado nada. No vemos el matrimonio de la misma manera. Tú ves un nombre en un papel, y yo una unión para toda la vida.


—¿Qué es lo que quieres, Paula? —al ver que permanecía en silencio, le repitió la pregunta—. ¿Qué es lo que quieres?


—Quiero un matrimonio como el que tuvieron mis padres, en el que todo lo que hacían, lo hacían juntos. Y no solo por los hijos, sino por ellos. Porque por encima de todo, se amaban —tragó saliva—. Quiero que me quieran por como soy, Pedro, y no por ser la madre de Juliana.


—Pero eres su madre, y eso no va a cambiar.


—Y ella es el motivo por el que tú continúas aquí.


—No es cierto.


—¿Y cómo voy a saberlo con seguridad?


—No lo sabrás. Solo tienes que confiar en mí.


—Creo que el hecho de que estés por aquí nos está dificultando las cosas.


—Puede que tengas razón.


Paula levantó la vista y él la miró a los ojos un instante. 


Después se levantó y se dirigió a la puerta.


Ella se puso en pie y dijo:
—¿Adónde vas?


—No lo sé —dijo él. La miró y deseó que las cosas fueran de otra manera—. Lo único que sé es que quiero que formes parte de mi vida. Me importas, y quiero a mi hija. Siento que no sea suficiente. Intentaba hacer las cosas bien, por nuestra hija.


Pedro.


—Te veré más tarde —salió de la casa y cerró la puerta.


Paula sintió un nudo en la garganta y se sentó en la silla más cercana. «¿Qué he hecho?», pensó. «¿Y ahora qué?».


En la calle, Pedro se detuvo junto a la puerta. Deseaba darse la vuelta y entrar de nuevo en la casa. Tomar a Paula entre sus brazos y besarla hasta que ya no pudiera discutir. 


Se metió en su coche y se dirigió a casa de su hermana. 


Tenía que plantearse qué era lo que quería de Paula. ¿Su nombre en un papel? ¿Y qué significaba casarse con ella por un simple nombre? ¿Para mantener calladas a las personas que eran como la mujer del parque? Se metió en el garaje de casa de Lisa y apagó el motor. Se reclinó en el asiento y suspiró.


Salió del coche y abrió la puerta de la casa. Estaba oscuro, y la soledad con la que había convivido durante años se apoderó de él, haciendo que se le formara un nudo en el estómago. No tenía un trabajo normal. Ni un horario normal. 


Si lo llamaban, tendría que marcharse. Hasta ese momento, nunca había tenido miedo a morir. Pero Juliana lo necesitaba. Paula no. Había demostrado que podía arreglárselas sola. Eso significaba que cuando él tuviera que marcharse también se las arreglaría.


Si se casaran, se convertiría en la esposa de un marino, y llevaría un anillo en el dedo que le impediría encontrar a otro hombre al que amar de verdad. «Oh, cielos», pensó, y apoyó la cabeza sobre la puerta. Solo de pensarlo se le partía el corazón. ¿Era mucho pedirle a Paula que se sacrificara para que él pudiera satisfacer el deseo de darle su nombre a su hija?







CONQUISTAR TU CORAZON: CAPITULO 15




Paula estaba tan nerviosa que se miró al espejo una vez más. Quería tener un aspecto estupendo. Llevaba un vestido verde sin mangas que no se había puesto desde antes de estar embarazada. Era un diseño sencillo cubierto por una capa de tul con hilo dorado que hacía que pareciera elegante. Llamaron al timbre y ella sintió que se le aceleraba el corazón. Cuando salió de la habitación, Pedro estaba hablando con Diana. Vestía un abrigo azul, unos pantalones oscuros y una camisa azul claro. Parecía más un profesor de universidad que un miembro de un cuerpo de élite.


La miró de arriba abajo y dijo:
—Estás preciosa.


—Gracias.


—¿Preparada?


Paula miró a su hija y a Diana y dudó un instante.


—No te preocupes, estaremos bien —dijo Diana.


Paula besó a Juliana y, después, Pedro la guió hasta el coche. Minutos más tarde entraron en el aparcamiento de un restaurante situado frente al mar.


—Me había olvidado de que este sitio estaba aquí —dijo ella después de que el camarero los llevara hasta la mesa.


—Estoy seguro de que hay muchas cosas que has olvidado desde que tienes el bebé.


—No he olvidado nada —dijo ella, ocultándose tras la carta—. Solo es falta de tiempo libre.


Pedro le bajó el menú para mirarla.


—¿No solías pintar? —cuando ella asintió, él añadió—: ¿Cuándo fue la última vez que pintaste o que saliste con una amiga? ¿O que te diste un baño de una hora y te pintaste las uñas de los pies o lo que sea que hacéis las mujeres para estar tan guapas?


Ella se sonrojó. No podía ponerse a la defensiva después de escuchar un cumplido como aquel.


—Cuando no tenía a nadie más en quien pensar —dijo ella, y lo miró—. ¿Vas a pasarte la noche mostrándome los errores que he cometido… o vamos a cenar como si fuéramos adultos?


Pedro esbozó una sonrisa, se apoyó en el respaldo de la silla y pidió una botella de vino. El resto de la noche lo pasaron hablando de todo tipo de cosas, excepto del matrimonio y de su hija. Discutieron de política y Paula aprendió más cosas de la Marina y de las restricciones que tienen los hombres y mujeres que trabajan en ella. Pedro le habló de sus compañeros, y de una misión pasada omitiendo muchos detalles. Cuando le habló de Lisa, de su madre y de su padrastro, se le iluminó la cara, pero cuando salió el tema de su padre de verdad, se puso a hablar de bricolaje. Quería mostrarle a Paula algunas de las cosas que había hecho, pero las tenía en un almacén, igual que sus herramientas. 


Paula se dio cuenta de que, aparte de la habitación que tenía en la base, Pedro no tenía un hogar. Sintió lástima por él, porque Pedro era un buen hombre y merecía mucho más.


Ella le contó cómo había superado los compromisos rotos, y cómo había afectado a sus padres que la hubieran traicionado. También amonestó a Pedro por haber llamado a su padre.


—Le caes bien —admitió ella—. Aunque cuando estaba embarazada, él estaba dispuesto a ir a buscarte.


—Con una pistola, supongo.


Paula no contestó a su comentario para no estropear la tarde.


—Ha guardado en secreto lo que le dijiste. No quiere decírnoslo ni a mi madre ni a mí.


—Bien. Es algo entre nosotros.


—Cosas de hombres —dijo ella—. De acuerdo, no daré la lata para averiguarlo.


—No conseguirías sonsacármelo. Me han entrenado para soportar llantos y súplicas.


Paula se rió con sus bromas, cenó marisco y bebió demasiado vino. Cuando terminaron de cenar, decidieron ir a dar un paseo por la orilla en lugar de ir al cine.


Pedro se puso la chaqueta sobre los hombros y caminó junto a Paula, conteniéndose para no abrazarla. Cuando estaba cerca de ella le sudaban las palmas de las manos, e incluso a veces le costaba respirar con normalidad. De pronto, Paula se detuvo para sacarse una piedra del zapato y él le ofreció el brazo para que se apoyara, y se rió al ver que continuaba el paseo descalza. Ella no lo soltó y continuó agarrada de su brazo hasta que se detuvo junto a la barandilla. Paula inhaló la brisa Marina.


—Lo he pasado muy bien.


—Todavía no ha terminado.


—Es tarde, y Diana está…


—Ella está bien. Igual que Juliana —dijo él—. Y creía que éramos adultos y que íbamos a relajarnos.


—Lo somos. Y me he relajado. Ha sido maravilloso. Pero…


—Calla, Paula.


—¿Qué?


—Vas a dejar de pasarlo bien si sigues hablando.


Pedro se acercó a ella y la besó sin ponerle una mano encima.


Paula no lo evitó y se dejó llevar. Soltó los zapatos y apretó su cuerpo contra el de Pedro. Entonces, él la rodeó por la cintura. Se besaron con mucha pasión y la misma ternura con la que lo habían hecho quince meses atrás, momentos antes de que él se marchara a una misión.


—No digas nada —dijo Pedro cuando se separaron.


—No iba a decir nada.


—Ya, claro.


—Excepto que… —le acarició la barbilla—. Te he echado de menos, Pedro. De verdad.


Él la abrazó y le acarició la espalda.


—Odio que hayas tenido que estar sola, Pau.


—No te he echado de menos por lo de Juliana. He echado de menos al hombre que no tuve oportunidad de conocer —dijo ella.


Pedro sintió un nudo en la garganta y la besó de nuevo, con cuidado y con una ternura que expresaba sentimientos ocultos y no deseo.


Paula no se asustó. Se dejó llevar sin pensar en el matrimonio y en lo que el futuro le brindaría. Le acarició los labios, el rostro y el cabello.


El la besó en los labios, acarició su melena rizada y sintió que en aquellos momentos había mucho más entre ellos que cuando compartieron cama quince meses atrás. De pronto, vio que unos adolescentes se acercaban en monopatín a toda velocidad y tiró de Paula para quitarla de en medio


—Insensatos —murmuró él, y preguntó—. ¿Estás bien?


—Sí, mi héroe. Lo estoy —dijo ella con una sonrisa. Pedro la miró fijamente y sintió que su corazón estaba cada vez más lleno de amor—. Oh, cielos, creo que mi zapato es una víctima del accidente.


Pedro la observó mientras ella se agachaba a recoger su sandalia. Al ver que, al menos, podría utilizarla para llegar hasta el coche, se arrodilló y le puso las sandalias.


—Vamos, caballero Galahad —susurró ella—. Vayámonos a casa.


El se puso en pie y la agarró del brazo.


—Galahad tenía pensamientos puros, Paula. Yo no.


Riéndose, caminaron hacia el coche. Minutos más tarde llegaron al porche de la casa de Paula.


—¿Quieres pasar a tomarte un café?


—No, porque si entro querré algo más que el café —la miró fijamente—. Y algo más que un beso.


—Ya. Entonces, supongo que tampoco querrás una copa.


—No —dijo acorralándola contra la puerta—. Apenas puedo contenerme para no poseerte, Paula, pero la próxima vez que te haga el amor, quiero que lleves mi anillo en el dedo.


Antes de que ella pudiera pronunciar palabra, él la besó y apretó su cuerpo contra el de ella para dejarle claro lo que quería decir.


Después la soltó, se volvió y se dirigió al coche. Se alejó dejando a Paula con las piernas temblorosas, e invadida por el deseo.