viernes, 19 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 32

 


Pedro se entretuvo en la cocina y Paula aprovechó la oportunidad para poner distancia entre ellos. Subió por la escalera de caracol hasta el segundo piso y recorrió el pasillo de puntillas. Inmediatamente a su izquierda estaba el dormitorio principal. Evitó mirar y siguió adelante; no estaba preparada para invadir su espacio personal, pero no era capaz de decir por qué. Comenzó en la parte final del pasillo.


La primera puerta que abrió fue un cuarto de baño, decorado con sencillez, pero con gusto. La siguiente habitación era un pequeño estudio, algo menos ordenado que el resto de la casa. Al otro lado del pasillo había una habitación de invitados con una cama individual y decoración simple.


Paula regresó después a la primera puerta que había visto. El dormitorio principal. Se quedó helada. «Solo es una habitación», se dijo a sí misma. «Asoma la cabeza y vuelve abajo. Así de sencillo».


Empujó la puerta con el hombro y miró hacia atrás. Los ruidos provenientes de la cocina la alentaron a continuar. Lo más llamativo de la habitación era una cama grande y baja con una colcha color carbón.


Se dio la vuelta y se fijó en una serie de armarios empotrados en una pared. Pedro había colocado dos sillones enormes en un rincón. Todo le parecía… grande. De pronto se sintió como el pequeño Jack en el cuento de las judías mágicas, husmeando por el palacio del gigante en busca del ganso dorado.


Un brillo dorado en la pared contraria llamó su atención. Había una pequeña curiosidad enmarcada que ocupaba un lugar de honor. A la izquierda había una espada plateada flanqueada por dos serpientes con el lema Morte prima di disonore escrito en la base. La muerte antes que el deshonor. Era el símbolo de las Fuerzas Especiales Taipán. De ahí reconocía su tatuaje.


Situado a la derecha había un lazo rojo con una estrella dorada con llamas incorporadas. Se quedó sin aliento. No era el honor militar más alto de Australia, pero era de los más raros.


—Es una condecoración por la valentía.


Al oír su voz tras ella, Paula se dio la vuelta, avergonzada por estar fisgoneando.


—Lo sé —susurró—. Por actos de valentía en acción, en circunstancias de gran peligro.


—¿Cómo sabes esas cosas?


—¿Qué hiciste tú para ganar esto?


Ninguno de los dos quería contestar. Se quedaron mirándose en silencio, hasta que Pedro lo rompió.


—Los espaguetis están listos.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 31

 


En menos de dos minutos ya habían llegado. Paula se quedó con la boca abierta al ver su famosa casa del árbol, cuyo nombre no podía ser más apropiado.


Construida alrededor de unos troncos majestuosos, la casa de madera y cristal parecía crecer del propio bosque que la rodeaba. La luz invitaba a entrar, y Pedro aparcó el coche justo bajo los cimientos. Segundos más tarde, Paula subió por la escalera de madera que conducía a la casa.


—Es increíble. ¿La construiste tú?


—En parte es prefabricada y modificada por un arquitecto. Utilicé ayuda a medida que iba necesitándola, pero, por lo demás, la construí yo mismo.


—¿Y te llevó dos años? —había dicho algo sobre vivir en su casa durante ese tiempo.


—Quería hacerlo bien.


—Pues lo hiciste bien. Esto es precioso.


El lugar parecía un santuario. La mezcla entre materiales naturales, espacio y luz resultaba curativa en sí misma.


—Deberías estar orgulloso de esto.


Pedro pareció ruborizarse ligeramente. Pulsó entonces un interruptor y en el exterior se encendieron un sinfín de luces que iluminaron los árboles que los rodeaban.


—¿Podemos apagarlas? —preguntó ella, y se acercó a las puertas de cristal que daban al porche. No quería alterar el deambular nocturno de las zarigüeyas—. Me encanta la oscuridad en WildSprings.


Pedro la siguió y se colocó tras ella, pecho con espalda. Callado. Fuerte.


La oscuridad y el silencio también eran sus amigos.


—¿Te importa si echo un vistazo? —preguntó ella.


—En absoluto. Mientras cocinaré algo. ¿Unos espaguetis boloñesa te parecen lo suficientemente normales?


—Suena fantástico. Gracias.




CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 30

 


Cuando llegaron al edificio de administración del parque, Julián salió con una pila de archivos en el brazo en dirección a su coche. Levantó la mano que tenía libre para saludar y Pedro le devolvió el saludo.


Paula miró su reloj, preguntándose por qué Julián estaría trabajando hasta tan tarde.


—¡Son las diez! —exclamó—. No he llamado a Lisandro —ya era demasiado tarde y los niños probablemente ya se hubieran acostado.


—Estará bien. Llámale por la mañana.


—¿Y si me necesita? —preguntó ella mientras sacaba su móvil.


Pedro estiró el brazo y le colocó la mano sobre la suya para evitar que abriera el teléfono.


—Entonces te habría llamado. En serio, Paula, deja que disfrute su noche fuera.


—Crees que lo sobreprotejo.


—Creo que has hecho un trabajo increíble con él, pero está creciendo y va a empezar a necesitar un espacio lejos de su madre de vez en cuando.


—¿Hablas por experiencia personal? ¿Valorabas tu espacio incluso cuando eras pequeño?


Pedro la miró sorprendido.


—Supongo que sí. Tenía ocho años antes de que mi hermano naciera, así que aprendí enseguida a entretenerme solo.


—¿Y qué les pasó a tus padres? —preguntó Paula. Sabía que era el propietario de WildSprings. ¿Habrían muerto?


—Se separaron después de veinticinco años juntos. Mi madre conoció a otro hombre. Se mudó a los Estados Unidos cuando yo me alisté.


—¿Y qué fue de tu hermano?


—Él solo tenía diez años. Se fue con ella a Estados Unidos.


—Eso debió de ser duro.


Pedro se encogió de hombros.


—Me convirtió en un miembro joven de los Taipán.


Los mejores soldados tienen pocos o ningún lazo familiar. Ningún hogar al que regresar. Nada que los mantenga alejados en las misiones.


¿Nada por lo que vivir?


—Con toda su familia fuera, mi padre ya no tenía una buena razón para quedarse. Le vendió la mitad de los terrenos a un vecino y se reunió con sus hermanos en Tasmania con las ganancias. El resto me lo cedió a mí, para que tuviera algún hogar al que volver.


—¿Una casa vacía?


—Solo vine aquí porque la casa estaba vacía —contestó él con una sonrisa amarga—. Por entonces no era buena compañía para nadie.


Paula se arriesgó a tirar un poco más del hilo, porque la curiosidad era cada vez mayor.


—¿Por qué no?


Al igual que una anémona marina enfadada, Pedro se cerró ante sus ojos.


—No me interrogues, Paula.


—Deberías salir con gente más a menudo, Alfonso. Te convendría pulir un poco tus habilidades sociales.


Paula se giró hacia la ventanilla y contempló la oscuridad. A lo lejos apareció la bifurcación que separaba su casa de la de Pedro. Él aminoró la velocidad para girar.


—¿Qué estás haciendo? —preguntó ella.


—Siguiendo tu consejo. Salir con gente más a menudo. Voy a llevarte a mi casa.


El vuelco que sintió en el corazón fue advertencia suficiente. No podía estar a solas con él en su casa.


—¡Ni hablar!


—Nunca has visto mi casa. Te gustará.


—Durante el día me gustaría igual.


—Hablo de una visita corta, Paula. Para comer algo. Los rugidos de tu estómago me recuerdan que no has cenado.


—Tengo comida en mi casa. Llévame a casa, por favor.


—Paula, estoy hablando de una comida sencilla entre compañeros. Nada más.


—¿Sencilla? Apuesto a que jamás has compartido una comida en casa con un compañero.


—Razón de más para romper el círculo. Simplemente cenaremos juntos. No sé… hablaremos. Puedo trabajar en mis habilidades sociales.


—¿Me prepararás algo normal para cenar?


Pedro colocó la mano en el lado izquierdo de su pecho como promesa y dijo:

—Nada de cocina extrema.


—De acuerdo —contestó ella finalmente—. Perdona por reaccionar exageradamente.


—No te habías equivocado con mis habilidades sociales. He perdido la práctica. Debería habértelo pedido. Otra vez.


—Deberías haberlo hecho, sí.


—¿Paula Chaves, te apetecería cenar conmigo? ¿Ver mi casa? ¿Sin compromiso?


Sorprendentemente, ahora que estaba pidiéndoselo en vez de ordenándoselo, la respuesta era sí. Así que asintió.


—Gracias.