lunes, 25 de septiembre de 2017

AMIGO O MARIDO: CAPITULO 20




Había una notable ausencia de ternura en la mirada osada y dura de Pedro. Más que declarándose, parecía estar resolviendo un asunto espinoso. Paula no se engañaba pensando que quería casarse con ella, solo quería impedir que Edgar controlara el futuro de Benjamin.


—Te vas a reír —dijo Paula, mientras reprimía un abrumador impulso de llorar a lágrima viva—. Pero he creído oír que decías...


—Y lo he dicho —había una nota palpable de impaciencia en la voz de Pedro—. Cásate conmigo, Paula.


—Sabía que eran imaginaciones mías, porque ni siquiera a ti podría ocurrírsete una idea tan descabellada —Paula acertó a proferir una risita trémula para demostrar lo irrisoria que le parecía la ocurrencia.


—¿Por qué es disparatada? —replicó Pedro con voz beligerante.


—Mira, aunque existiera la posibilidad de que tú... de que Edgar quisiera obtener la custodia de Benjamin, lo cual dudo sinceramente, jamás se me ocurriría casarme contigo.


—Estás acostándote conmigo.


—Hay una gran diferencia entre acostarse con un hombre y casarse con él, Pedro —repuso Paula con creciente frustración. Pedro apretó los dientes.


—¡Es decir, que cualquier hombre te hubiera servido!


—¡Por supuesto que no! —repuso Paula, indignada—. ¡No podría acostarme con ningún otro hombre que no fueras tú! —le dijo en un tono cargado de convicción.


A cualquier hombre se le podría perdonar cierta complacencia cuando una mujer hacía esa clase de afirmación. Paula sospechaba que su franqueza iba a costarle cara en aquella ocasión.


—Bueno, no es un mal comienzo —fue el comentario satisfecho de Pedro.


—Quería decir que... —«adelante, Paula, ¿qué querías decir?»—. Que tendría que dejar de dormir contigo antes de... de...


—¿De buscar nuevas experiencias? —sugirió Pedro con delicadeza cuando la voz ronca de Paula se extinguió por completo—. Creo que, en términos generales, es una idea sensata. No se puede repicar y estar en la procesión.


—Como tú bien sabes —dijo Paula con voz ahogada.


—Creo que ya había dejado claro que soy fiel a la monogamia.


Paula profirió un gemido de pura exasperación e intentó formular una frase que pusiera punto final a todo aquel disparate.


—Sabes que no puedo casarme.


Pedro movió la cabeza y desechó sin piedad aquella objeción.


—Sé que no podrás darme hijos.


Era cierto, pero a Paula le dolía oírselo decir.


—Es lo mismo.


—Benjamin sería nuestra familia.


La lógica de Pedro y su aparente convicción resultaban cautivadoras, y Paula se asustó.


—Deja de presionarme, Alfonso—gruñó—. Sé que quieres quedarte por encima de Edgar, pero ¿no crees que estás yendo demasiado lejos?


Pedro no negó aquella acusación, porque era un hombre honrado y sincero. De no serlo, le estaría diciendo a Paula la clase de palabras que ella quería oír, palabras de amor, pero no lo hizo.


—No hace mucho ibas a casarte con otra mujer.


—Eso es distinto.


Por supuesto que lo era, Pedro había amado a Claudia, todavía la amaba.


—Sí, porque yo no estoy casada.


—Eso te molesta, ¿verdad?


—Pues sí. Soy de las que piensan que cuando se toman unos votos hay que cumplirlos. De lo contrario...


—De lo contrario, ocurren cosas como yo —afrontó la mirada confusa de Paula con una pequeña sonrisa sarcástica—. De no ser por una infidelidad marital, yo no estaría aquí... Claro que quizá eso no te parezca una gran pérdida —bromeó—. No te engañaré, Paula, si es eso lo que te preocupa, y sé que la ignorancia de la ley no exime de su cumplimiento, pero esperaba que fueras un poco más flexible. No sabía que Claudia estaba casada cuando nos conocimos y, cuando lo averigüé, ella me juró que su matrimonio no era más que una firma en un papel.


Claudia había jurado muchas cosas que resultaron no ser ciertas, como que no se estaba acostando con su marido o que seguía amando a Pedro, solo que también amaba a su marido, y él las había creído porque quería creerlas. Pedro quiso sentirse necesitado, no solo por su belleza o su dinero, sino por él mismo. Al final, la situación llegó a un punto en que él no pudo seguir engañándose.


—¿Y no lo era? —insistió Paula, con ánimo masoquista.


—Está embarazada y el niño no es mío. ¿Responde eso a tu pregunta?


—¿Estás seguro? —barbotó Paula sin pensar.


—Mi querida Paula, ¿crees que me habría acostado contigo sin tomar medidas si existiera la más remota posibilidad de que te hubiese podido dejar embarazada? —preguntó con incredulidad—. El niño no es mío, desde luego.


—¿Quieres decir que nunca has prescindido de... con nadie? ¿Nunca? —jamás había balbucido tanto en su vida, pero a Pedro no pareció costarle mucho trabajo entenderla.


—Ha sido una nueva experiencia para los dos, encanto.


Paula inspiró con brusquedad.


—Supongo que lo hiciste porque sabías que no podía quedarme embarazada.


—No estaba pensando en las consecuencias cuando ocurrió, ¿y tú?


Paula sintió cómo los músculos de su estómago se contraían. Arrancó la mirada de los ojos oscuros y penetrantes de Pedro y la clavó en sus propias manos, que tenía entrelazadas en el regazo. ¿Cómo podía olvidar la necesidad primitiva de entregarse, de ser poseída, cuando sentía lo mismo siempre que lo miraba?


—Conocí a Claudia cuando su matrimonio estaba atravesando una crisis —oyó decir a Pedro—. Al final, me reconoció que la única razón por la que se había acostado conmigo en un principio era para vengarse de su marido por una indiscreción.


Paula hizo una mueca.


—Fue un duro golpe para mi ego, lo reconozco, pero hay muchos hombres que sueñan con hallarse en esa misma situación. Sobre todo, si la esposa vengadora parece una diosa —reconoció Pedro encogiéndose de hombros—. Por irónico que parezca, cuando le habló a su marido de mí, logró reavivar su interés. Debí de devolver la chispa a su vida sexual... Todo un logro por mi parte, ¿no crees?


Dadas las circunstancias, a Paula no le sorprendió el aire de violencia contenida que envolvía a Pedro. El interés del marido había dado como resultado un bebé, sin el cual, Pedro bien podría estar con Claudia en aquellos momentos.


—Mala suerte.


El enojo de Paula debió de reflejarse en sus palabras, porque Pedro alzó la vista, y la expresión amarga y distraída desapareció poco a poco de su rostro.


—Pareces enfadada.


—¿Tan insensato sería que lo estuviera? Tú te pusiste hecho una furia cuando me sorprendiste dando un beso inocente a Ian. ¡No hace falta estar enamorado de alguien para que no te agrade ver cómo suspira por otra persona! —le gritó con voz aguda.


—Yo no he dicho que estuvieras enamorada de mí.


Paula fue presa del pánico. «No, no lo has dicho, pero si no mantengo la boca cerrada, el mundo entero acabará sabiéndolo». Era demasiado tarde para retractarse, así que tendría que buscar otra salida.


—Por supuesto que no lo has dicho. Eres estúpido y engreído, pero no tanto —vio una sombra de recelo en la mirada de Pedro y su indignación se disipó: no la llevaría a ninguna parte. Cuando logró serenarse, sus palabras resonaron con el peso de la verdad—. Para que lo sepas, solo de pensar que me tocabas mientras pensabas en... —se interrumpió y se cubrió los labios con la mano—. Me pongo mala —confesó en un lacrimoso susurro.


Pedro maldijo y cayó de rodillas delante de ella. ¡Había sido un bruto insensible! Había temas que podía tratar abiertamente con su mejor amiga, pero de los que no podía seguir hablando si su amiga se convertía de improviso en su amante. El primero de esos temas era otras mujeres.


—Lo entiendo perfectamente, encanto, pero sería incapaz de... Soy incapaz —tomó el rostro de Paula entre las manos y contempló sus ojos llenos de lágrimas. El leve temblor de sus labios sonrosados atrajo la atención de Pedro a la curva llena y apasionada de su boca... De hecho, nunca había sentido debilidad por los dulces, y Paula era más picante que dulce—. Soy incapaz de pensar en nadie más que en ti cuando estamos juntos en la cama.


Un hombre tendría que estar loco para reconocer que divagaba cuando hacía el amor a una mujer, sobre todo, si la distracción era otra mujer. Pedro se sorprendió al comprender que no necesitaba refugiarse en una mentira: amar a Paula no había dado cabida a ningún pensamiento ajeno a ella. No había existido nada ni nadie para él salvo Paula, sus sentidos se habían saturado de ella. La compasión asomó fugazmente a su rostro antes de que prosiguiera.


—Me enamoré de Claudia... —Pedro oyó el tono defensivo de su voz y su ceño se intensificó—, pero ¿qué conseguí? Vivir una pesadilla. Y no quiero volver a sentirme así jamás —le dijo con una sinceridad que manaba directamente de su corazón—. No —le explicó a Paula con ardor—. Lo nuestro es mucho mejor. El sexo entre nosotros es increíble —evocó la imagen del cuerpo esbelto y empapado de sudor de Paula arqueado bajo el de él y decidió hacer todo lo que estuviera en su mano para mantenerlo así—. Y además, somos amigos. Siempre seremos amigos. ¿Qué mejor base puede haber para un matrimonio duradero? A veces, la solución es tan sencilla que no se ve.


Las pestañas largas y rizadas se elevaron, y Paula contempló, hechizada, cómo el deseo se avivaba en aquellos ojos espectaculares.




AMIGO O MARIDO: CAPITULO 19





PAULA OYÓ que llegaba el taxi justo cuando Pedro, con la camiseta empapada en sudor, entraba en la cocina. Casi sin resuello, se inclinó hacia delante y apoyó las manos sobre sus poderosos muslos. Tenía las piernas salpicadas de vello oscuro. Como su piel, estaba húmedo y brillante. Paula tragó saliva y desvió la mirada.


—He salido a correr —explicó de forma innecesaria al tiempo que se enderezaba.


—Ya lo veo —Paula comprobó que había metido el móvil en el bolso antes de cerrarlo y echárselo al hombro con decisión.


Por dentro, estaba como un flan y en absoluto decidida. 


Obedeció el impulso de lanzar a Pedro una mirada furtiva y lo lamentó en cuanto su corazón empezó a latir de forma angustiosa. ¿Cómo era posible que no se hubiera percatado hasta entonces de lo magnífico que era?


—Me ayuda a pensar —añadió, y Paula asintió vagamente. Ella había renunciado a cualquier pensamiento coherente hacía escasos segundos—. Paula, en cuanto a lo de anoche...


—Ahora no, Pedro, tengo que ir al hospital —para rehuir su mirada, abrió el bolso y fingió buscar algo importante. No quería oírle decir que lo de anoche había sido un error, al menos, todavía no, pero intentaba ser realista aunque no lo lograra.


¡Despertarse sola había sido una dosis sobrada de realismo para toda la mañana! Apretó los dientes al recordar la soledad que la había invadido al alargar el brazo hacia él, somnolienta, y encontrar la almohada vacía.


—El taxi espera.


—Puedo llevarte yo —dijo Pedro, y se despojó de la camiseta sudada con un movimiento fluido y elegante.


Paula echó un vistazo al torso bronceado y musculado y a punto estuvo de salir corriendo de la habitación.


—No, no importa, ya he pedido un taxi —balbució antes de poner la mayor distancia posible entre ella y Pedro.



*****

Benjamin ya había sido trasladado a la iluminada y alegre sala de maternidad. Chloe, luciendo un interesante arco iris de colores en un lado de la cara debido a la contusión, estaba sentada a su lado. Alzó la vista cuando vio entrar a Paula y se puso en pie.


—¿Cómo está? —preguntó Paula, con la mirada puesta en la minúscula figura vulnerable que estaba en la cuna.


—Mejor de lo que esperaban.



Paula exhaló un suspiro de alivio.


—Nunca dicen nada por teléfono, ¿verdad? No te levantes por mí —le dijo a Chloe, sintiéndose incómoda. ¿Quién era ella para interponerse entre una madre y su hijo?


—No, ya me iba. Voy a tomar un café con Ian. ¿Paula?


—¿Cómo? ¿Ya no soy tía Paula?


Chloe le brindó una sonrisa tímida.


—No nos llevamos tantos años, ¿no crees? —respondió, como si hubiera reparado en ello por primera vez—. ¿Podríamos hablar dentro de un rato? —preguntó, con atípica inseguridad.


—Claro —accedió Paula, que intentaba no parecer tan preocupada ante aquella perspectiva como se sentía.


Fue Ian quien se acercó poco después y le sugirió que se reuniera con Chloe en la cafetería mientras él velaba a Benjamin. 


Paula no tenía una excusa legítima para no cooperar porque Benjamin estaba dormitando otra vez, así que accedió con desgana. Ian le tocó el hombro mientras ella se ponía en pie.


—Sé que... —una expresión de impaciencia asomó a su rostro distinguido—. ¿A quién intento engañar? No puedo saber cómo debiste sentirte cuando Chloe dijo que quería recuperar a Benjamin —le dio un apretón amistoso en el hombro—. Pero me lo imagino —añadió con mirada compasiva—. Debo apoyar a Chloe en lo que decida. Sea lo que sea —le explicó en tono de disculpa—. A decir verdad, no creo que lo meditara en profundidad y, si te sirve de consuelo, creo que se está dando cuenta.


Paula lo miró y sonrió.



—La quieres mucho, ¿verdad?


Ian se encogió de hombros.


—En las alegrías y en las penas, como se suele decir.


Paula obedeció a un impulso y le dio un rápido beso.


—Creo que Chloe es muy afortunada —dijo con voz ronca. Se dio la vuelta y, apenas había dado unos pasos, cuando a punto estuvo de chocar con Pedro—. ¿Qué haces?


Pedro no contestó de inmediato, sino que se limitó a contemplarla con expresión furibunda, preso de intensas emociones.


—Te haría la misma pregunta —contestó al final—, si no hubiera sido tan obvio —lanzó una mirada de odio a Ian, y Paula casi pudo ver los puñales clavados en la espalda del actor.


«No pienso disculparme por un beso inocente en la mejilla», decidió Paula, y alzó la barbilla en actitud desafiante.


—Voy a ver a Chloe —le explicó, y esperó con impaciencia a que Pedro se hiciera a un lado. Este no se movió.


—Pensaba que iban a darle el alta esta mañana. ¿Ha tenido una recaída? —no parecía muy consternado por aquella posibilidad.


—No, he quedado con ella en la cafetería —por fin, Pedro se apartó, pero por desgracia para ella, echó a andar a su lado—. A solas —añadió con énfasis. La experiencia le decía que no tenía mucho sentido andarse con sutilezas con Pedro—. Así que vete.


—¿Quieres que me vaya?


La pregunta hizo que Paula se detuviera en seco, y su indignación se esfumó.


—En realidad, no —reconoció con voz ronca. Ya había sido muy triste despertarse sola aquella mañana, la idea de que Pedro se esfumara de su horizonte personal la horrorizaba. Quizá solo estuviera postergando lo inevitable, pero por el momento, no importaba.


—Si sientes la necesidad de besar a los hombres, estoy a tu disposición.


Una pequeña sonrisa de superioridad asomó a los labios de Paula al alzar el rostro hacia él. 


—¿A eso llamas besar? —se burló. 


—No, a esto —y procedió a demostrarle la diferencia. El poder de persuasión de Pedro era notable.


—Sí... bueno... —comentó Paula vagamente cuando la cabeza dejó de darle vueltas—. Eso ha sido... innecesario —anunció con severidad.


Los ojos oscuros de Pedro adoptaron una mirada íntima y personal. —¿Pero agradable?


—Muy agradable, en realidad, pero sigo sin querer que me acompañes.


Pedro parecía dispuesto a aceptar su decisión en aquella ocasión.


—Entonces, hasta luego —y se alejó en dirección contraria.


¿Sería cierto?, pensó Paula con aflicción, e intentó concentrarse en Chloe y en lo que le diría a su sobrina. Al final, fue Chloe la que más habló, y todo lo que dijo sorprendió a Paula.


—Los niños son una gran responsabilidad, ¿verdad? —Chloe jugaba nerviosamente con el brazalete que adornaba su delgada muñeca.


—Fue un accidente, tú no tuviste la culpa —la tranquilizó Paula.


—No —reconoció Chloe de inmediato, con expresión perpleja—. Pero imagino que te habrás sentido así siempre que se ha puesto enfermo. Estaba desesperada.


—Intento no protegerlo demasiado, pero no es fácil —reconoció Paula—. Los hijos tienen sus compensaciones —añadió en voz baja—. Dan más de lo que reciben. 


Chloe no parecía muy convencida. 


—No... No estoy acostumbrada a preocuparme de nadie salvo de mí —confesó con atropello—. Soy egoísta, y me gusta serlo —lanzó las palabras al aire como un desafío y esperó a que Paula pronunciara su condena. Cuando no lo hizo, reflejó su frustración—. Sé que piensas que es patético, pero me gusta ser el centro de atención. No quiero compartir a Ian con nadie —se mordió el labio y bajó los ojos. Paula tuvo que aguzar el oído para oír lo que decía—. Benjamin te llamaba después del accidente. Ian me lo dijo.


—Bueno, apenas te conoce... —Paula tragó saliva y maldijo en silencio los escrúpulos que le impedían aprovecharse de la situación— todavía —añadió, para suavizar el golpe.


—¿Por qué haces esto? —preguntó Chloe, y alzó la cabeza con ademán enérgico. Tenía las pestañas, por una vez sin pintar, humedecidas—. No quieres que me quede con Benjamin. Lo único que tienes que hacer es decirme lo inútil que soy como madre y las dos sabríamos que es cierto. ¿Por qué estás siendo amable conmigo? —sin pensar, repitió la pregunta que Paula se hacía a sí misma.


—Tú eres la madre de Benjamin.


—Yo lo di a luz.


—¿Qué intentas decirme, Chloe?


—Que debe quedarse contigo.


Paula no era consciente del peso que llevaba sobre los hombros hasta que no desapareció como por arte de magia.


—¿Durante cuánto tiempo? —preguntó, cuando la cautela y el sentido común se abrieron paso entre el alivio. No sabía si podría repetir la experiencia dentro de varios años, cuando Chloe volviera a cambiar de idea.


—Para siempre. Lo haremos legal, si tú quieres.


—¿Estás segura? Quizá deberías esperar...


—Ya lo he decidido. No tengo espacio en mi vida para un niño... Quizá nunca lo tenga.


—¿Y qué piensa Ian de todo esto? —le preguntó Paula. 


Chloe pareció sorprendida por la pregunta.


—Ian quiere que yo sea feliz —le explicó en pocas palabras.



****

La enfermera en prácticas se permitió volver la cabeza por segunda vez mientras se alejaba de la figura alta que se inclinaba sobre el niño dormido en la cuna. Se preguntó si no sería una falta de profesionalidad pedirle un autógrafo.


Paula entornó los ojos con cinismo al reparar en aquella mirada furtiva.


—¿Te ha llamado...?



—¿Padre? Sí, así es —reconoció Pedro, que parecía un poco sorprendido por la experiencia—. Es la primera vez que me llaman padre.


Y, seguramente, no sería la última, pensó Paula, mientras se mordía sus cuidadas uñas. Pedro podría engendrar tantos bebés como quisiera en el futuro.


—Hace años que no te muerdes las uñas —observó Pedro, y se sentó en una silla junto a la cuna. Paula se retiró la mano de la boca con nerviosismo.


—Ha sido un día muy agitado.


El profundo suspiro de Pedro sugería que estaba de acuerdo.


—Por fin se ha dormido —declaró.


Lo dijo como si no hubiera hecho falta una buena dosis de paciencia y persuasión para lograrlo.


—No ha sido gracias a ti.


—Me pediste que lo entretuviera —protestó Pedro.


—Guarda esa mirada perpleja y dolida para la enfermera —le aconsejó Paula con aspereza—. Te pedí que lo entretuvieras, pero de haber sabido que ibas a sobreexcitarlo, no me habría molestado en tomarme un descanso.


—Tampoco te habrías molestado en comer —Pedro realizó un atento escrutinio de su esbelta figura—. Y no puedes permitirte el lujo de adelgazar.


—Anoche no fuiste tan exigente —replicó Paula con enojo.


—Yo siempre soy exigente, Paula—la tranquilizó. Y la forma en que la miraba hacía latir el corazón de Paula con desenfreno. Tragó saliva.


—No sabes lo halagada que me siento —replicó con sarcasmo.


—No te imaginas lo mucho que me preocupa cómo te sientes, cielo.


—¡No soy tu cielo! —le espetó Paula, con llameantes ojos verdes.


Pedro bajó la vista a sus agitados senos.


—No —corroboró con suavidad—. Eres más terrenal y felina... y aun así, angelical.


—¿Quieres dejar de decir tonterías?


—Sí. Ya es hora de que hablemos en serio.


Paula tuvo un mal presentimiento.


—¿Ah, sí?


—Sí. Pero no podemos hablar aquí —Pedro hizo una mueca de insatisfacción mientras paseaba la mirada por la silenciosa sala en penumbra—. Vamos a un lugar más privado. Llevo intentando hablar contigo todo el día, pero tú no haces más que salir corriendo.


Y si tuviera alguna otra excusa para huir, eso sería lo que Paula estaría haciendo.


—No quiero ir a ningún lugar privado contigo, así que deja de arrastrarme por la fuerza.


—Solo te estaba guiando, pero tú verás... —Pedro retiró la mano del hombro de Paula con exageración—. Cualquiera diría que te estoy arrastrando al fondo de la cueva, como un cavernícola... Aunque no veo mal alguno en ese método, por cierto —añadió con una sonrisa amable y gélida—, sobre todo siendo tu amante. Bien, está vacía —anunció después de asomar la cabeza por la puerta del pequeño saloncito reservado a los padres.


—¿Siendo mi qué? —no era el mejor momento para que Paula sintiera la punzada de ansia sexual en el vientre.


—¿Prefieres novio? —Pedro parecía considerar seriamente la opción—. Un poco insulso, ¿no crees? De todas formas, dejando a un lado mi título, antes negué la entrada a una persona que quería ver a Benjamin —miró a Paula como si el recuerdo le produjera un inmenso placer.


—¿A quién? —inquirió Paula con voz débil.


—A mi a... Perdona —desplegó una sonrisa vacía de humor—. A mi padre.


Aquello explicaba su satisfacción.


—¿Y se fue? ¿Así, sin más? —eso no parecía propio de Edgar Alfonso.


—No sin más, exactamente... hizo falta un poco de persuasión. Además, puso en duda mi derecho a echarlo.


—Pero lograste convencerlo.


—Me limité a explicarle la situación —anunció Pedro con arrogancia.


—Cuando tengas un momento libre, ¡quizá quieras explicármela a mí también! Pero no ahora —suplicó Paula con ironía, cuando Pedro abrió la boca para complacerla—. Mi sistema nervioso tiene un límite de conmociones que puede sufrir en un mismo día. ¿Llegaste a preguntarle lo que quería?


—Benjamin, imagino... ¿no crees? —Pedro contempló cómo Paula palidecía, y la mano que se llevó a los labios estaba temblando.


—No lo dirás en serio.


—Olvídate de mí —le aconsejó Pedro—. Es del viejo de quien tienes que preocuparte, y él sí que lo hace todo en serio. Benjamin es su nieto y, en lo que a él respecta, un Alfonso. Ya separó a un Alfonso de su madre —le recordó en tono sombrío—No pensarás que sus escrúpulos van a impedir que lo haga otra vez, ¿verdad? Siéntate.


Paula, estupefacta, se dejó caer en uno de los sillones.


—Pero Chloe es la madre de Benjamin, y ella quiere que sea yo...


—¿Se mantendrá Chloe igual de firme si Edgar pone un jugoso talón delante de sus ávidas narices? —agitó un invisible talón delante de ella y, justo antes de retirar la mano, pareció pensarlo mejor—. Tienes una nariz muy bonita —deslizó la yema del pulgar por la punta de su pequeña nariz obedeciendo a un impulso.


—Lo que dices es horrible.


—¿Que tienes una nariz preciosa? —a pesar de la defensa que Paula hacía de su sobrina, Pedro vio la duda reflejada en sus ojos esmeralda. Retiró la mano pero deslizó los dedos por la curva de su mejilla mientras lo hacía, y sintió cómo Paula se estremecía de pies a cabeza. Pedro se alegró de aquella reacción. Si iba a obsesionarse con el cuerpo de una mujer, sería menos preocupante que ella también se obsesionara con él.


—Ya sabes a qué me refiero —protestó Paula.


—No me mires así, encanto. Yo solo soy el mensajero.


—Al menos, podrías no poner cara de estar disfrutando de lo lindo de tu misión.


—Sería diferente si estuvieras casada y disfrutaras de cierto desahogo económico. Al viejo le costaría trabajo demostrar que no eres la persona adecuada para cuidar de Benjamin.


—Soy una persona respetable y responsable.


—Un pilar de esta comunidad —corroboró Pedro con agrado.


—Y no tengo deudas —masculló Paula.


—Puede que no, pero tampoco tienes dinero ahorrado para cuando lleguen las vacas flacas.


Paula se mordió los labios mientras meditaba en silencio en la verdad de aquellas palabras.


—Hay cosas más importantes que el dinero.


—No cuando no se tiene.


Paula apretó los dientes. ¿Por qué diablos Pedro siempre tenía una respuesta?


—Benjamin ya no es un bebé, podré volver pronto al trabajo.


—Y el niño tendrá que arreglárselas solo en casa. Ya entiendo.


—¡Estaba pensando en buscar a una niñera, no en dejarlo solo!


—Hay una solución muy sencilla.


—Claro, podría tocarme la lotería. Adelante —lo apremió cuando la pausa de efecto de Pedro se prolongó demasiado—. Soy toda oídos, ¿a qué esperas?


—Cásate conmigo.


Paula abrió los ojos de par en par y profirió un gemido de incredulidad al tiempo que movía la cabeza.