sábado, 4 de abril de 2015

CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 8




Cuando Pedro terminó de hablar con Andy, regresó a la mesa de la terraza, pero la encontró vacía. Miró a su alrededor y vio que Paula estaba apoyada en el coche con los brazos cruzados y expresión de disgusto. Se preguntó qué habría pasado en los últimos diez minutos, mientras él conseguía que Andy aceptara la historia con Pau y accediera a alojarlos a ambos en la cabaña. También dijo que no había problema en que acudiera al día siguiente a la boda.


–¿Qué pasa? –le preguntó sin preámbulo cuando estuvo cerca de ella.


Paula apretó los labios.


–No me gustan las mentiras, eso es lo que pasa. No soy tu novia, Pedro. Al menos no todavía. ¡Si ni siquiera me has besado aún!


–Bueno, eso puede arreglarse –respondió Pedro deslizando la mirada hacia su boca mientras la sostenía con firmeza de los hombros.


No se precipitó. Paula dejó caer los brazos a los lados bastante antes de que la besara. Él la atrajo hacia sí muy despacio, sosteniéndole la mirada. Bajó la cabeza con la misma lentitud. A Paula le latía con fuerza el corazón cuando sus labios hicieron contacto con los suyos. Ni siquiera entonces la besó de verdad, fue solo un roce de sus labios en los suyos. Una. Dos. Tres veces. Finalmente ella entreabrió la boca, desesperada por sentir más.


Pero Pedro no cumplió su deseo. Y al no hacerlo, provocó que aumentara. Paula gimió cuando él levantó la cabeza y se la quedó mirando fijamente.


–¿Sirve esto por ahora para subirte a la categoría de novia? –preguntó, sorprendiéndola con su frialdad.


Ella ardía por dentro. Y sin embargo Pedro parecía completamente impasible.


–Como te he dicho, adorable Pau–continuó él–, estoy embelesado contigo. Mucho. Tengo pensado prolongar mi estancia en Australia para pasar más tiempo contigo. Y ya que no te gustan las mentiras, te diré que dudo mucho que pueda arreglar lo de Fab Fashions a pesar de que tus ideas son excelentes.


Era un demonio, pensó Paula. Ahora estaba utilizando la sinceridad para seducirla.


–Aunque estoy dispuesto a intentarlo –añadió Pedro–. Si eso te hace feliz.


¿Qué podía decir a aquello? No podía admitir que Fab Fashions no estaba en la primera página de su agenda en aquellos momentos. En lo único que podía pensar era en estar con aquel hombre.


Pero al mismo tiempo, no quería que Pedro pensara que podía tomarla por una idiota.


Paula recuperó la compostura y trató de imitar su actitud controlada.


–Estaría bien tratar de cambiar las cosas –aseguró–. Así que sí, me haría muy feliz.


–Bien. Y ya que estamos confesando –continuó él–, la razón por la que he querido que nos alojemos juntos en la cabaña es… mucho más íntima.


Pedro la estaba observando de cerca, y se dio cuenta de que a Paula no le molestó su afirmación. Todo lo contrario, de hecho. Había un brillo de excitación en sus preciosos ojos. Estaba tratando de actuar con frialdad, pero los ojos la delataban. Además, la había sentido temblar antes entre sus brazos. Y el gemido de frustración que había soltado era muy revelador. Le deseaba tanto como él a ella. No se había atrevido a dejarse llevar por los besos por temor a perderse. 


Paula provocaba un efecto muy poderoso en él. Mucho
mayor que el de Anabela.


–Pero no esta noche –afirmó lamentándolo sinceramente–. Voy a estar ocupado. Aunque mañana por la noche, después de la boda, tendré una oportunidad.


–¿Eso crees? –le espetó ella tratando desesperadamente de recuperar la compostura y el orgullo.


Los preciosos ojos azules de Pedro brillaron divertidos y seguros de sí mismos.


–Digamos que en ello confío.


–Pues tendrás que mejorar tu técnica de besar.


–¿De verdad? Y yo que pensaba que te gustaba que te sedujeran…


Paula sacudió la cabeza en gesto de derrota. Era demasiado inteligente para ella. Y demasiado experto.


–Eres incorregible.


–Y tú eres irresistible.


Paula no contestó, pero su cabeza continuaba dando vueltas. Sí, era un demonio y conocía las palabras adecuadas y los movimientos justos. Se preguntó cuántas mujeres habrían pasado por su vida.


Suponía que muchas.


Y ella solo sería una más.


No resultaba un pensamiento muy alegre.


–Creo que deberíamos ponernos en marcha –dijo bruscamente. Eran casi las diez, habían tardado más en llegar a Denman de lo que pensaba.


–Buena idea –contestó Pedro.


Subieron al coche, se abrocharon el cinturón y se pusieron las gafas al mismo tiempo. Paula se cuidó de no mirarle para no mostrar todavía más su vulnerabilidad ante él. Odiaba que Pedro pensara que lo de la noche siguiente era un hecho. Y en verdad lo era, no tenía sentido que se engañara a sí misma. Pero eso no significaba que tuviera que actuar como una estúpida que se sentía abrumada por sus atenciones.


–He pensado en parar en Cassilis a comer –afirmó al arrancar el motor–. La siguiente población es Sandy Hollow, pero está demasiado cerca. Después ya es todo recto hasta la casa de tu amigo.


–Me parece un buen plan.


–Deberíamos llegar a media tarde, pero depende del tiempo que quieras pararte a comer.


–Supongo que eso depende de lo deprisa que nos sirvan.





Resultaron ser muy rápidos. Se sentaron a comer en el jardín de un restaurante muy agradable. Paula pidió un único vaso de vino blanco con el filete y la ensalada porque iba a conducir, mientras que Pedro se tomó una jarra de cerveza con el suyo. Comieron despacio y hablaron mucho. Y aunque fue una conversación muy superficial, Paula era consciente todo el rato de la peligrosa excitación que crecía dentro de ella. Cada vez que miraba a Pedro, una imagen sexual le surgía en la mente. Cuando Pedro se llevaba la comida a la boca, se le quedaba mirando los labios e imaginando cómo sería que la besara en las partes más íntimas de su cuerpo.


Sintió una punzada en el estómago. Ella no era así. Al menos hasta ahora. Sus novios habían sido bastante poco imaginativos en los preliminares, tal vez aquella fuera la razón por la que no siempre alcanzaba el éxtasis.


Miró a Pedro y volvió a preguntarse cuántas mujeres habrían pasado por su vida. Y eso la llevó a pensar en Anabela.


Lamentó que Pedro no hubiera roto ya con ella. Quería decirle que la llamara y lo hiciera en aquel mismo instante, pero no tenía valor. Además, sería una pérdida de tiempo. La cruda realidad era que finalmente volvería a América. Pedro no quería casarse. Ella solo era una chica que acababa de conocer, que le gustaba y con la que quería estar.


Una parte de Paula se sentía halagada, pero no se engañaba pensando que aquello podría ser un romance serio. Solo eran barcos que se cruzaban en la noche. Decidió, tal vez para proteger su femenino corazón, que se lo tomaría como una experiencia. Una aventura. Nada más. 


Enamorarse de un hombre como Pedro sería una gran estupidez.


–Te has quedado muy callada –dijo entonces él.


Paula dio un respingo. No quería que Pedro pensara que estaba preocupada por algo, aunque lo estuviera. Pero ahora que había tomado la decisión de seguir por aquel camino, estaba decidida a hacerlo con mente positiva.


–Estaba pensando que debería llamar a mi madre pronto –aseguró con una sonrisa–. Para tranquilizarla y que sepa que sigo viva.


–¿Cómo? No creo que esté preocupada por la carretera. Eres una excelente conductora.


–No, lo que le preocupa es que seas un asesino en serie.


La cara de asombro de Pedro resultó épica.


–Le aseguré que no, que solo eras un hombre de negocios rico sin un ápice de inteligencia.


Él entornó los ojos y fingió sentirse ofendido.


–Lo cierto es que soy bastante inteligente.


–Eso todavía tengo que verlo –Dios, le encantaba aquella batalla dialéctica. Nunca había coqueteado así con ninguno de sus novios anteriores y le resultaba muy divertido.


–Déjame decirte que era uno de los mejores del colegio.


–Sí, pero eso es ser listo en el colegio, algo muy distinto a ser listo en la calle. ¿Cómo vas a ser listo en la calle si naciste en cuna de plata?


–Como sigas así, tu madre tendrá motivos para preocuparse –bromeó él. Los bellos ojos azules le brillaban divertidos–. He estrangulado a mujeres por mucho menos que esto.


Paula sonrió, y seguía sonriendo cuando salieron del restaurante y se pusieron otra vez en camino. Cuando estuvieron en la carretera rumbo a Mudgee se dio cuenta de que no había llamado a su madre al final.


–¿Esta es la carretera en la que vive Andy? –preguntó.


–Sí, creo que ya estamos cerca. Hace mucho que no vengo, pero cuando vea la finca la reconoceré.


–En ese caso, me gustaría parar un segundo para llamar a mi madre –dijo Paula saliendo de la carretera y aparcando a la sombra de un árbol.


Su madre respondió al instante.


–Hola, Pau, ¿estás bien? ¿Has llegado ya?


–Ya casi, mamá. Estoy muy bien. El señor Alfonso no es un asesino en serie al final –añadió. Pedro sacudió la cabeza–. Es bastante simpático –añadió con una mueca.


–Me alegro. Las mujeres tenemos que andarnos con cien ojos.


–El amigo del señor Alfonso vive en una finca al lado de esta carretera. Cuando lo deje allí, iré a Mudgee y me alojaré en un motel. Oye, tengo que irme. Te llamaré otra vez esta noche. Te quiero.


–¿Por qué no le has dicho que te vas a quedar en la finca? –preguntó Pedro cuando Paula arrancó el motor y salió a la carretera–. Creía que no te gustaban las mentiras.


–No seas tonto, Pedro. Es mi madre. Todas las chicas mienten a sus madres. Lo hacemos para que no se preocupen.


Él se rio.


–Ya debemos estar cerca, reconozco ese lugar. Estoy seguro de que la finca está cerca, a la izquierda. Sí, ahí está –Pedro señaló hacia lo alto.


Los ojos de Paula siguieron la dirección de su dedo y se clavaron en una impresionante casa de estilo colonial construida en la cima de una colina y rodeada de terrazas para disfrutar de las vistas del valle.


–La entrada no queda muy lejos –añadió Pedro–. Sí, ahí está.


Paula aminoró la marcha y luego giró hacia la entrada.


Atravesó las anchas columnas de piedra y siguió por un camino bastante recto que atravesaba prados cubiertos de filas y filas de viñedos.


–¿Este lugar es de Andy o de sus padres? –preguntó Paula.


–De sus padres. Y la casa no es tan antigua como parece. La construyeron cuando estábamos en el internado. Su padre era agente de bolsa en Sídney, pero ganó tanto dinero que decidió retirarse y dedicarse a lo que le gustaba, así que montó unas bodegas.


Paula contuvo un suspiro. Tendría que haber supuesto que el mejor amigo de Pedro sería rico.


–¿Y a qué se dedica Andy?


–Es el encargado de las bodegas. Estudió Derecho conmigo cuando terminamos el colegio, pero al graduarse decidió que aquello no era para él y se marchó a Francia a estudiar Producción Vinícola con los maestros. Cuando volvió, se encargó de las bodegas.


Cuando se acercaron a la casa, tres personas se asomaron al porche delantero. Dos hombres y una mujer. Paula supuso que eran Andy y sus padres. El más joven de los hombres bajó corriendo los escalones que llevaban a la zona asfaltada de al lado de la casa en la que Paula iba a aparcar.


Pedro se bajó del coche rápidamente y abrazó a su amigo con fuerza.


Paula también se bajó y se fijó en que Andy no era tan alto como él, pero era guapo. Tenía el pelo oscuro, ojos marrones y facciones agradables.


–Cuánto tiempo sin verte, hermano –dijo Andy cuando dejaron de abrazarse.


Pedro se encogió de hombros.


–He estado ocupado en la Gran Manzana.


–Supongo que esta debe de ser Paula –adivinó Andy mirándola con ojos de apreciación antes de acercarse y darle un beso en la mejilla–. Encantado de conocerte.


–¿Seguro que no pasa nada por que me aloje aquí? –preguntó ella–. No quisiera ser una molestia.


–Ninguna molestia. La cabaña está preparada para acoger invitados. Entrad a tomar el té de la tarde. Y los bollos de arándanos de mi madre. Los que te gustan a ti, Pedro. No sé cómo lo hace, pero las mujeres siempre intentan complacerle.


–Yo tampoco lo entiendo –aseguró Paula muy seria–. Ni que fuera guapo, encantador ni nada parecido.


Andy se la quedó mirando un segundo y luego se echó a reír con ganas.


–Vaya, eso ha estado muy bien. Te puedes quedar con ella si quieres, Pedro.


–Sí quiero –murmuró él al oído de Paula pasándole el brazo por la cintura mientras entraban en la casa.


Pero aunque Paula se estremeció de placer con el contacto, sabía que Pedro no tenía intención de quedarse con ella. 


Estarían juntos mientras él estuviera allí. Luego regresaría a América y todo habría terminado.





CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 7





Qué pueblo tan bonito –comentó Pedro.


Habían parado y estaban sentados en una mesa en la terraza de una antigua granja reconvertida en café, tomándose un café recién hecho y mirando hacia el precioso jardín lleno de capullos en flor. Pedro no sabía nada de jardinería ni de plantas, pero sí sabía lo que le gustaba. Lo mismo le pasaba con el arte. Nunca compraba obras basándose en la reputación del artista, solo compraba lo que le gustaba.


Miró a Paula, que estaba al otro lado de la mesa, y pensó que también le gustaba mucho. Tal vez por eso su deseo hacia ella era tan fuerte. Durante la última media hora en el coche había estado pensando en que iba a estar solo con ella aquel fin de semana en un lugar que facilitaba la seducción. Y finalmente se le había ocurrido un plan que podría funcionar, siempre y cuando Paula estuviera de acuerdo con la idea.


–Entonces, Pau –dijo–, creo que ya va siendo hora de que me cuentes qué pasa con Fab Fashions. No quería hablar de trabajo durante el camino, solo quería disfrutar del maravilloso paisaje. Pero ahora que hemos parado…


Ella dejó la taza en la mesa y luego le miró con aquellos increíbles ojos marrones tan expresivos. Pedro confiaba en que los suyos no revelaran sus más íntimos pensamientos, ya que se había quitado las gafas de sol y se las había guardado en el bolsillo de la camisa.


–¿De verdad quieres oír mis ideas? –le preguntó Paula con escepticismo.


«La verdad, no», reconoció Pedro para sus adentros. Era una pérdida de tiempo. Pero formaba parte de su plan.


–Por supuesto que sí –mintió.


A ella se le iluminaron los ojos. Pedro sintió una punzada de culpabilidad, pero la apartó de sí firmemente. La culpa no casaba bien con el deseo.


–De acuerdo. Bueno, para empezar está el nombre. Fab Fashions implica que está dirigido a un público joven, cuando en realidad su objetivo son mujeres más maduras.
Hay que cambiar el nombre o cambiar el género. Yo sugiero cambiar el nombre, ya hay suficiente ropa para adolescentes. Luego habría que cambiar a los encargados de las compras. Contratar gente que no solo compre por el precio, alguien que sepa de moda y sobre lo que es cómodo de llevar. Las mujeres maduras buscan comodidad además de estilo. Y también sería buena idea comprar más prendas de tallas normales. La mayoría de las mujeres de más de cuarenta años no tienen una treinta y ocho. Y por supuesto, debería haber también una tienda online. Es una tontería no ir con los tiempos.


Pedro estaba impresionado y sorprendido. Todas sus sugerencias tenían sentido. Tal vez incluso podrían funcionar.


–Sabes de lo que hablas, ¿verdad?


–Ya te he dicho que la moda es mi auténtica pasión. Además, odio pensar que toda esa gente se vaya a quedar sin trabajo. Si los dueños de todas las tiendas cerraran en tiempos difíciles, el país se iría al garete. No siempre se trata de obtener beneficios, ¿verdad, Pedro? Todo el mundo tiene que arrimar el hombro en los malos tiempos, sobre todo las grandes empresas como la tuya.


–No es tan sencillo como parece, Pau.


Ella se molestó.


–Sabía que dirías eso.


–No he dicho que no esté preparado para hacer lo que sugieres. Lo que digo es que lo pensemos durante el fin de semana y veamos si podemos encontrar un nuevo y fabuloso nombre que suponga en sí mismo una campaña de marketing de éxito.


Paula frunció el ceño.


–Pero este fin de semana no vamos a tener tiempo. Tú tienes que ir esta noche a la despedida de soltero y mañana a la boda. Supongo que podríamos hablarlo en el camino de regreso a casa.


–Podríamos –reconoció él–. Pero cuando me entusiasmo con algo quiero ir directamente al grano –añadió con ironía. Volvió a remorderle la conciencia–. ¿Qué te parece si llamo a Andy y le pregunto si puedes quedarte en la finca el fin de semana en lugar de en un motel de Mudgee? Tienen una cabañita en la finca apartada de la casa principal que resulta muy acogedora. Podríamos alojarnos ahí juntos.


–¿Juntos?


–Tiene dos habitaciones, Pau. Por supuesto, esta noche no podríamos hablar mucho porque estaré en la despedida de Andy. Pero la boda no se celebra hasta mañana a las cuatro de la tarde. Eso nos deja mucho tiempo para hablar. Y hablando de la boda, estoy seguro de que podría conseguirte una invitación.


Si no tenía un vestido adecuado, la llevaría a Mudgee a comprarse uno.


El recelo y la tentación se reflejaron en los ojos de Paula.


–¿No le parecerá raro a Andy que le pidas que invite a su boda a una total desconocida?


–Tú no eres una desconocida, Pau. Sé más cosas de ti que de la mayoría de mis novias. Además, ahora somos socios. Le diré a Andy que eres una asistente de marketing que he contratado para que me ayude con Fab Fashions y que te ofreciste amablemente a traerme hasta aquí tras un desafortunado accidente de coche. No hay necesidad de mencionar que trabajas en una empresa de alquiler de coches, ¿verdad?


Paula sacudió la cabeza. ¿De verdad pensaba Pedro que ella no sabía lo que estaba haciendo? No era ninguna estúpida. Pero no había forma de decirle que no.


–Te gusta hacerte con el control, ¿verdad?


La sonrisa de Pedro resultó encantadora y sexy al mismo tiempo.


–¿Qué quieres que te diga? La gente me acusa de ser mandón y controlador.


Paula se rio. Era un diablo, pero completamente irresistible.


–Estoy segura de que a los padres de Andy les parecerá raro que pidas que nos alojemos juntos en esa cabaña.


–En ese caso diré que estamos saliendo.


–¡Pero no es verdad!


–Lo será a partir del domingo. Tengo intención de pedirte salir cuando volvamos a la costa.


–Puede que te diga que no.


–¿Lo harás?


–No.


Pedro sonrió.


–Estupendo. Entonces no hay ningún problema. Le diré a Andy que eres mi nueva novia.


Paula suspiró.


–Eres incorregible.


–Estoy embelesado por ti, eso es todo.


Paula se lo quedó mirando. Era ella la que estaba embelesada, Pedro solo quería llevársela a la cama.


–Creo que deberías saber de antemano que no me acuesto con ningún hombre en la primera cita.


Pedro volvió a esbozar aquel amago de sonrisa.


–Ten por seguro que siempre respetaré tus deseos –lo que significaba que estaba convencido de que lograría seducirla enseguida. Y lo peor era que estaba en lo cierto.


–Llamaré a Andy en cuanto me termine el café –afirmó Pedro. Parecía muy complacido consigo mismo.


Fue a llamar al jardín, por el que se paseó mientras hablaba. 


Paula se preguntó qué le estaría diciendo a su amigo. Y ahora que lo pensaba, dudaba que Pedro quisiera hacer realmente algo respecto a Fab Fashions. Su interés en sus ideas era una estrategia para ponerla de su lado. También se le pasó por la cabeza mientras Pedro hablaba con su amigo que seguramente ella no era la primera chica que se llevaba a la cabaña a pasar el fin de semana. Paula solo sería otra más en su larga lista de conquistas, y no le gustaba nada aquella idea.


Paula se puso de pie, le dio las gracias a la camarera y volvió al cuatro por cuatro.





CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 6




Pedro no pudo evitar experimentar una oleada triunfal cuando la escuchó aspirar con fuerza el aire. Luego vio cómo volvía a clavar la vista en la carretera como si la persiguieran los demonios.


Tal vez fuera así, pensó sombríamente. Al diablo con su conciencia. Al diablo con el sentido común. Tenía que tener a aquella chica. Y pronto.


Paula estaba molesta consigo misma por sentirse halagada por el interés de Pedro. ¿Por qué no iba gustarle?, pensó con su habitual seguridad en sí misma. Era una chica atractiva, y tenía unas piernas preciosas. De acuerdo, seguramente no podría hacerle sombra a la tal Anabela, pero ella estaba en Nueva York, y Paula allí. La verdad era que Pedro se sentiría seguramente solo en Australia, y ella estaba allí, sin novio y con la palabra «disponible» escrita en la cara.


El repentino final de la autopista arrancó de pronto a Paula de sus pensamientos. Ni siquiera había visto las señales para disminuir la velocidad. Puso los ojos en blanco, tomó la salida a la izquierda en la rotonda y se dirigió hacia Golden. 


Por suerte, Pedro guardaba ahora silencio. Sin duda estaría pensando en cómo ligar con ella mientras ella pensaba en cómo iba a actuar cuando eso sucediera.


Mientras Paula conducía en silencio se preguntó por qué no podía ser como las demás chicas, las que eran capaces de acostarse con un hombre en la primera cita, incluso nada más conocerlo en un bar o en una discoteca. Ella nunca podría hacer algo así. La idea le resultaba repulsiva. Y peligrosa. Primero tenía que conocer al hombre. Y le tenía que gustar. Y asegurarse de que a él le gustara también lo suficiente como para esperarla hasta que estuviera lista para llegar hasta el final.


A Guillermo le había hecho esperar semanas. Dudaba que Pedro esperara semanas por ella.


Aunque no quería que lo hiciera. Dios, ¿qué le estaba pasando? ¡Ella no era así! Pero nunca había conocido a ningún hombre como Pedro. No se trataba solo de su aspecto de estrella de cine, aunque resultaba difícil de ignorar. Era algo más. Una capa de confianza que llevaba sin esfuerzo y que Paula encontraba tremendamente atractiva. Y muy sexy. Estaba segura de que sería un gran amante. Muy experimentado. Muy… sabio. Sabría perfectamente qué hacer y cómo hacer para que siempre alcanzara el éxtasis.


Un escalofrío le recorrió la espina dorsal al pensar en aquello. No siempre alcanzaba el éxtasis durante el sexo. 


Pero le gustaría.


–¿Cuándo vamos a hacer la primera parada? –dijo de pronto él–. Pronto tendré que tomarme un café.


Paula contuvo un gemido al darse cuenta de que una vez más se había distraído. Tuvo que hacer un gran esfuerzo para apartar la mente de aquellos pensamientos pecaminosos y centrarse en saber dónde estaban exactamente. Se dio cuenta enseguida de que no debían de estar lejos de la desviación hacia la autopista de Golden.


–Estamos como a media hora de Denman –afirmó. Se había estudiado la ruta y había memorizado los pueblos y los servicios del camino–. Lo he visto en Internet. Es una villa histórica del valle que tiene un pub muy agradable y un par de cafés. Si te parece que está demasiado lejos, podemos ir a Singleton, pero supondría desviarnos.


–No, Denman suena bien. No tendrás por casualidad una aspirina, ¿verdad? Debería haberme tomado un par esta mañana, pero se me ha olvidado.


Paula recordó entonces su lesión de hombro.


–Hay alguna en la guantera –dijo–. Y una botella de agua en tu puerta, por si no te las quieres tragar de golpe.


–Gracias.


–¿Te duele mucho el hombro? –le preguntó, contenta de poder hablar de un tema poco comprometido.


–Esta mañana lo tenía un poco dolorido, pero estoy bien. Podría haber conducido, pero el médico del hospital me dijo que no. No por lo del hombro, sino porque además tuve una conmoción.


–Entonces mejor que no conduzcas.


–Me alegro de no haber podido hacerlo. En caso contrario, no te habría conocido.


Paula no pudo evitar que se le hinchara el corazón de placer. 


Aunque sabía de qué iba aquello. Había visto cómo actuaban sus hermanos con las chicas a las que se querían ligar. Les había visto halagarlas. Y había visto cómo aquellas tontas se subían a su regazo y les daban lo que querían sin dudar.


Tal vez por eso ella actuaba de otro modo con los chicos que se le acercaban. Al menos así había sido hasta que apareció este hombre tan guapo.


No podía creer que estuviera planteándose la posibilidad de tener una aventura de una noche con él. Y que el mero hecho de pensarlo le acelerara el corazón como si fuera el motor de un coche de carreras.




CONDUCIENDO AL AMOR: CAPITULO 5



Paula apretó con más fuerza el volante durante un instante. 


Aunque hubiera dicho que no se le daba muy bien la escuela no significaba que fuera una ignorante. Por supuesto que conocía Kings College. Era uno de los mejores colegios privados de Sídney, muy distinto al humilde instituto al que ella había ido.


–Sí, lo conozco –dijo pensando en lo lejos que estaba aquel hombre de su liga–. Es un colegio muy bueno.


–Ahí fue donde conocí a Andy, mi mejor amigo. También estudiamos juntos Derecho en la Universidad de Sídney.
Oh, Dios. También había estudiado en la Universidad de Sídney, otra prestigiosa institución. Paula sabía lo que hacía falta para entrar ahí. Lo que demostraba que Pedro había sido muy buen estudiante.


¿Qué sería lo siguiente?, se preguntó. Seguramente esquiaba todos los inviernos en Austria. Y se llevaría a su novia a París a pasar románticos fines de semana.


Aquello último le provocó un escalofrío. Pau no había pensado que Pedro tuviera novia, una estupidez por su parte. 


Por supuesto que un hombre como él debía de tenerla. 


Aunque no estaba casado. Cuando el día anterior le pidió un nombre y un número de contacto no mencionó que hubiera ninguna esposa.


Sin embargo, cabía la posibilidad de que estuviera prometido.


–Y ahora tu mejor amigo se va a casar –dijo tratando de aparentar naturalidad, aunque se estaba muriendo de curiosidad–. ¿Tú estás casado, Pedro? –le preguntó.


–No –respondió él.


–¿Prometido?


–No.


Había ido demasiado lejos como para detenerse ahora.


–Pero tendrás una novia esperándote cuando vuelvas.


–Ya no. Tenía una novia. Pero la relación se ha terminado, igual que la tuya.


–¿Te ha dejado? –preguntó Paula sin dar crédito.


–No exactamente…


–Lo siento. Ya estoy entrometiéndome otra vez.


–No me importa –dijo Pedro –. Me gusta hablar contigo. Lo cierto es que he sido yo quien decidió poner fin a la relación. Aunque no he tenido todavía oportunidad de decírselo a Anabela. Lo decidí anoche.


«Anabela», pensó Pau elevando el labio inferior. Un nombre típico para la típica chica con la que Pedro saldría. Seguro que era guapa. Y rica.


–¿Qué pasó?


–Ella quería casarse y yo no.


–Entiendo –murmuró ella. ¿Qué les pasaba a los hombres actualmente, por qué huían del compromiso?


Paula decidió cambiar de tema. Pensó en volver a sacar los problemas de Fab Fashions, pero, por alguna extraña razón, había perdido entusiasmo en aquel proyecto. Además, seguramente sería una pérdida de tiempo. Así que se decidió por un tema recurrente de conversación. El tiempo.


–Me alegro mucho de que sea un día soleado –afirmó con falsa alegría–. No hay nada que odie más que conducir con lluvia. Aunque las últimas lluvias se han agradecido mucho. Hemos pasado un invierno muy seco. Ahora todo está verde y precioso.


Pedro giró la cabeza hacia la campiña.


–Está muy bien. Aunque no puede decirse lo mismo de esta carretera. Está en una situación deplorable para ser una autopista principal. Todo lleno de baches y de remiendos.


–Eso es porque está construida encima de unas minas de carbón –explicó Paula–. Además, ya sabes que Australia es famosa por el mal estado de sus carreteras.


–Porque el país es demasiado grande para el nivel de población que tiene. No hay impuestos suficientes para buenas infraestructuras.


–¡Que no hay impuestos suficientes! –exclamó Paula dando rienda suelta a su habitual franqueza–. ¡Somos uno de los países con más impuestos del mundo!


–No tanto. Australia ocupa el lugar número diez. La mayoría de los países europeos pagan más impuestos.


–Pero en América no –argumentó Pau–. La gente puede hacerse rica en América. En Australia eso es difícil, a menos que seas ladrón o traficante de drogas. Mi padre se mata a trabajar y solo tiene lo justo para vivir. Mis padres no han tenido unas vacaciones decentes desde hace años.


–Eso es una lástima. Todo el mundo debería tener vacaciones para que el estrés no acabe con ellos.


–Eso es lo que yo les digo.


–¿Cuántos años tienen?


–Mi padre tiene sesenta y tres y mi madre cincuenta y nueve.


–Entonces les falta poco para jubilarse.


–Mi padre dice que prefiere morir a jubilarse.


–Mi padre dice lo mismo –reconoció Pedro–. Le encanta trabajar.


«Le encanta ganar dinero, querrás decir», pensó Pau. Pero no lo dijo.


–Antes has mencionado que tenías hermanos –dijo él–. ¿Cuántos?


–Tres.


–Yo siempre he querido tener un hermano. Háblame de ellos.


Paula se encogió de hombros. Le pareció que no tenía sentido evitar el tema de su familia. De algo tenían que hablar.


–El mayor es Claudio–dijo–. Tiene treinta y seis años. Está casado y tiene dos hijos. Luego viene Fernando. Tiene treinta y cuatro y también está casado. Tiene unas gemelas de ocho años –añadió sonriendo al pensar en Ema y Emilia, dos niñas encantadoras–. Y luego está Benjamin, el más cercano a mí. Tiene veintisiete años, se ha casado hace poco y su mujer espera un hijo para principios del año que viene.


–¿No tienes hermanas?


–No.


–Así que eres la mimada de la familia.


–De mimada nada, te lo puedo asegurar –afirmó, pero era mentira. Sus hermanos la habían mimado sin miramientos. 


Se había mostrado muy protectores con ella cuando empezaron a aparecer los chicos. Ellos eran la razón por la que no tuvo novio hasta que terminó el instituto. Los espantaban a todos. Sobre todo Benjamin. Paula fue virgen hasta los veinte años.


–Supongo que también querrás tener hijos. He visto cómo sonreías al hablar de las gemelas.


–Me gustaría tener al menos dos hijos –admitió ella–. Pero casarme y tener hijos no es una prioridad para mí ahora mismo. Solo tengo veinticinco años. Primero quiero recorrer toda Australia. Por eso me compré este coche. Porque puede lidiar con las espantosas carreteras del país.


Paula le dio un golpecito cariñoso al volante.


–Mira, esa es la desviación de los viñedos de Hunter Valley –señaló–. Si vas a quedarte en la Costa Central un tiempo cuando vuelvas de la boda de tu amigo, entonces deberías visitar ese lugar. Está precioso en esta época del año y el vino es fantástico. Incluso puedes hacer un viaje en globo. Guillermo y yo lo hicimos hace poco y fue maravilloso.


–¿Has estado mucho tiempo saliendo con ese Guillermo?


–Poco más de un año.


–¿Ibais en serio?


–Bastante –admitió ella–. Sinceramente, creí que estaba enamorada de él. Pero ahora me doy cuenta de que no era así.


¿Cómo iba a serlo? Guillermo llevaba menos de un mes fuera de su vida y ya se sentía atraída por otro hombre.


–Sinceramente, Pau, creo que ese tal Guillermo es un imbécil al dejar a una chica como tú –aseguró ese otro hombre.


Paula no pudo evitar mirar a Pedro. Él giró la cabeza hacia ella. Sus miradas se habrían cruzado si no llevaran los dos gafas de sol. Sin embargo, entre ellos hubo una descarga eléctrica que dejó a Paula sin respiración. Y entonces supo de pronto que Pedro se sentía tan atraído por ella como ella por él. Y aunque la certeza de aquel interés sexual era excitante y halagadora, también la aterrorizaba.