viernes, 15 de julio de 2016

RENDICIÓN: CAPITULO 9






Paula flexionó los dedos. Le dolían después de llevar dos horas y media trabajando en el ordenador de Raquel.


Pedro le había dado luz verde para examinarlo todo y Paula sabía que él había hecho bien en permitir que así fuera. Si Raquel estaba sometida a algún tipo de amenaza, fuera esta cual fuera, se debían tomar cualquier tipo de medidas aunque ello significara una invasión de la intimidad de la joven.


Sin embargo, Paula se había sentido muy nerviosa cuando se sentó frente al ordenador y comenzó a abrir archivos.


Había esperado encontrar muchas cosas típicas de una adolescente de dieciséis años. Sin embargo, el ordenador parecía contener principalmente trabajos del colegio. Paula pensó que tal vez la información más personal estaría en la tableta o en su teléfono móvil. Ninguno de los dos estaba en la casa. No obstante, encontró un par de detalles que añadían información al rompecabezas.


La información verdaderamente importante la había encontrado en su ropa, en trozos de papel, en cuadernos viejos, en los márgenes de los libros de texto, en cartas…


Como Raquel no había tratado de ocultar nada de lo que Paula había conseguido reunir, ella se sintió mejor. Tal vez, a pesar de haber prohibido al ama de llaves acercarse a su habitación, una pequeña parte de la joven quería que aquella información se descubriera. Tal vez por eso no había destruido notas que la incriminaban directamente.


Todo eran especulaciones para Paula.


A las seis de la tarde, estaba completamente agotada. Le dolía todo el cuerpo, pero sabía que podría por fin entregarle a Pedro todo lo que había encontrado y marcharse de allí.


Sintió algo de pánico al pensar que se metería en su coche y se marcharía de su lado para siempre. Entonces, se dijo que menos mal que iba a hacerlo porque el hecho de sentir pánico por no volver a verlo era la situación más peligrosa de todas.


¿Cómo había conseguido él producir un efecto tan devastador en ella en tan poco tiempo?


En lo que se refería a los hombres, Paula siempre se había tomado las cosas con calma. Las amistades se construían a lo largo de un periodo más que razonable de tiempo. 


Generalmente hablando, la amistad que se desarrollada de ese modo evitaba que pudiera convertirse en algo más.


Sin embargo, la velocidad con la que Pedro había conseguido ocupar sus pensamientos resultaba aterradora.


Desgraciadamente, descubrió que el hecho de estar sola en la casa le resultaba muy turbador porque echaba de menos su presencia.


En el espacio de tan solo un par de días, ella se había acostumbrado a su compañía. Si no estaba a su lado, sabía que estaba en alguna parte de la casa.


Estos pensamientos le produjeron tal frustración que decidió que lo mejor que podía hacer era ir a bañarse en la piscina.


Ni siquiera se había atrevido a acercarse hasta allí por temor a que él dijera que se bañaba con ella y, sobre todo, para evitar que él la viera en bañador.


A pesar de los comentarios que él pudiera haber hecho, había visto la clase de mujeres por las que se sentía atraído. 


Pedro le había dado acceso a su ordenador y ella había podido ver las fotos que tenía. Rubias explosivas, de rotundas curvas y generosos pechos. Todas parecían clones de Marilyn Monroe.


Sin embargo, por suerte estaba sola. Además, hacía tanto calor a pesar de la hora que era…


Se miró en el espejo y se sorprendió al ver lo mucho que el bikini que tenía cambiaba su aspecto. No obstante, decidió no molestarse en considerar su aspecto. Agarró una toalla del cuarto de baño y se dirigió a la piscina.


Allí, se sumergió en las cristalinas aguas. A pesar de que el agua estaba algo fría, no tardó en aclimatarse a ella cuando empezó a nadar. Era una buena nadadora y después de estar tanto tiempo sentada frente al ordenador, resultaba agradable hacer algo de ejercicio.


Realizó varios largos, pero no estaba segura exactamente de cuánto tiempo estuvo nadando. Cuando empezó a cansarse, salió de la piscina y dejó que el agua se deslizara por su cuerpo hasta llegar al suelo. Se echó el cabello hacia atrás y, entonces, se dio cuenta de que Pedro estaba observándola desde la barandilla del porche. Lo peor de todo era que no sabía cuánto tiempo llevaba allí.


Lanzó un grito de sorpresa y se dirigió rápidamente al lugar en el que había dejado la toalla. Cuando se cubrió por completo, notó que Pedro estaba junto a ella.


–Espero no haberte interrumpido –murmuró él.


–No deberías estar aquí.


–Ha habido un ligero cambio de planes.


–¡Deberías haberme advertido que ibas a regresar!


–No creí que fuera necesario informarte de que iba a regresar a mi propia casa.


–¿Cuánto tiempo llevas aquí?


No podía mirarlo a los ojos. Se sentía horriblemente consciente del aspecto que debía tener, con el cabello mojado y pegado a la cabeza y el rostro completamente limpio de maquillaje, aunque no se podía decir que ella se maquillara mucho.


–El suficiente para darme cuenta de que hace bastante que no utilizo la piscina. De hecho, no recuerdo la última vez que me metí.


Las gotas de agua que tenía en las pestañas parecían diamantes. Pedro deseó que ella lo mirara para poder leer la expresión que tenía en sus ojos. ¿Estaba de verdad furiosa porque él la hubiera molestando presentándose inesperadamente? ¿O acaso se debía más bien al hecho de que él la hubiera pillado desprevenida y que la estuviera viendo por primera vez sin su armadura de vaqueros y de camisetas, las ropas que neutralizaban su feminidad?


Se preguntó lo que ella diría si le dijera el aspecto tan delicioso que tenía, completamente empapada y cubierta tan solo por una toalla.


También se preguntó qué le diría Paula si le contara que llevaba allí más de quince minutos, hipnotizado al ver cómo nadaba, con la misma habilidad que un animal marino. Se había quedado tan absorto observándola que se había olvidado por completo de que se había visto obligado a regresar de Londres.


–Un momento –dijo–. Voy a bañarme contigo. Dame diez minutos. Me vendrá bien para librarme de la suciedad de Londres.


–¿Bañarte conmigo? –preguntó ella horrorizada.


–No te supone ningún problema, ¿verdad?


–No… bueno…


–Bien. Regresaré antes de que te vuelvas a meter en el agua.


Paula se quedó inmóvil y observó cómo Pedro desaparecía rápidamente en los vestuarios.


 Entonces, volvió a meterse rápidamente en el agua. ¿Qué opción tenía? Si le hubiera dicho que ya no quería seguir nadando y que iba a regresar a la casa solo porque él fuera a bañarse también habría sido prácticamente como confesar lo incómoda que él le hacía sentirse. Lo último que quería era que Pedro supiera el efecto que producía en ella. 


Seguramente se imaginaba ya que Paula no era imparcial a su presencia tal y como le gustaba fingir a ella, pero lo que ella sentía era mucho más confuso y más profundo que eso.


Quería mantenerlo en secreto. Podría soportar que él pensara que a ella le gustaba. Seguramente, eso mismo le ocurría a la mitad de la población del país entre dieciocho y ochenta años, por lo que no sería nada del otro mundo que a ella le ocurriera lo mismo.


Sin embargo, lo que Paula sentía era mucho más que eso. 


Normalmente, no se sentía atraída por los hombres tan solo por su aspecto. El modo en el que reaccionaba ante él indicaba algo más complejo que un simple calentón que se podía curar fácilmente poniendo distancia entre ellos.


Acababa de alcanzar el lado menos profundo de la piscina cuando Pedro salió de los vestuarios.


Paula pensó que se iba a desmayar. Comprendió perfectamente que no se había equivocado cuando se había imaginado el cuerpo que se escondería bajo la ropa de diseño que tanto le gustaba a él llevar.


Por fin lo sabía. Su cuerpo era esbelto, bronceado y profundamente hermoso. Tenía los hombros anchos y musculados. Su torso iba estrechándose gradualmente hasta convertirse en una esbelta cintura. Resultaba evidente que se sentía cómodo con su cuerpo por la tranquilidad y la elegancia con la que se movía.


Ella se sentó en uno de los escalones, pero se aseguró de que todo su cuerpo quedara completamente sumergido bajo el agua. Se sentía más segura así.


Pedro se zambulló en el agua tan recto como una flecha y nadó rápida y poderosamente hacia ella. Con un fluido movimiento, salió del agua y se sentó a su lado.


–¡Qué bien! –exclamó mientras se secaba el rostro con la mano.


–Todavía no me has explicado qué es lo que estás haciendo aquí –dijo ella, muy nerviosa por la cercanía de su cuerpo.


–Te lo diré en cuanto estemos dentro. Por el momento, quiero disfrutar del agua. No tengo mucho tiempo para disfrutarla y no quiero estropear este momento hablando del problema tan inesperado que me ha surgido –replicó. 


Entonces, se giró para mirarla–. Nadas muy bien.


–Gracias.


–¿Llevas mucho tiempo nadando?


–Aprendí con cuatro años. Mi padre nadaba muy bien, al igual que todos mis hermanos. Cuando mi madre murió, a mi padre se le metió en la cabeza que iba a canalizar toda mi energía consiguiendo que yo compitiera en natación. Mis hermanos ya eran mayores y todos tenían sus aficiones, pero a mi padre le gustaba decirme que yo era suelo fértil para que él pudiera trabajar –comentó ella con una sonrisa. Ese recuerdo la ayudó a relajarse un poco–. Por lo tanto, se aseguró de llevarme a la piscina municipal al menos dos veces por semana. Yo nadaba ya sin manguitos ni ayuda cuando tenía cinco años.


–Pero no terminaste siendo nadadora profesional.


–No. Participé en muchas competiciones hasta que empecé el instituto. Entonces, comencé a practicar muchos deportes diferentes y la natación pasó a un segundo plano.


–¿Qué deportes practicabas?


Pedro pensó en su última novia, cuyo único intento por hacer ejercicio era aparecer en las pistas de esquí. En una ocasión, trató de jugar al squash con ella y se sintió muy molesto cuando ella gritó horrorizada al pensar que iba a sudar demasiado. Según dijo, su cabello no habría podido soportarlo. Se preguntó si ella se habría sumergido en una piscina tal y como lo había hecho Paula o si hubiera preferido tumbarse en una hamaca para tomar el sol y limitarse a mojarse los pies en el agua cuando el calor se hiciera insoportable.


No era de extrañar que hubiera roto con ella tan solo después de un par de meses…


–Squash, tenis, hockey y, por supuesto, mis clases de defensa personal.


–¡Qué energía!


–Mucha.


–Y entre medias de tanto ejercicio físico aún te quedaba tiempo para estudiar.


–¿Cómo si no podría haberme podido sacar una carrera? –respondió Paula–. Hacer deporte está muy bien, pero al final no te consigue un trabajo –añadió. Se puso de pie–. Ya he estado fuera mucho tiempo. Debería volver adentro y ducharme. Tú sigue disfrutando de la piscina. Es una pena tenerla y no utilizarla, en especial cuando resulta tan raro tener un tiempo tan bueno como este.


No le dio tiempo a contestar. Se levantó y se dirigió directamente adonde estaba su toalla. Cuando se hubo envuelto con ella, lanzó un suspiro de alivio.


Se dio la vuelta y se encontró a Pedro tan cerca de ella que tuvo que dar un paso atrás. Estuvo a punto de caerse cuando se chocó con una de las hamacas.


–Cuidado –dijo él mientras le agarraba los brazos–. Debería contarte lo que me ha obligado a regresar. Tengo mucho trabajo con el que ponerme al día y probablemente tendré que trabajar toda la noche.


–Por supuesto –respondió ella, a pesar de que le costaba centrarse en nada mientras él la estaba sosteniendo–. Iré a darme una ducha y luego me puedo reunir contigo en tu despacho. ¿Te parece?


Podía oler el aroma de Pedro. El olor limpio y clorado de la piscina combinado con la arrebatadora fragancia de su cuerpo mientras se secaba bajo el sol.


–Mejor reúnete conmigo en la cocina.


Pedro la soltó de repente a pesar de que su instinto le pedía que la estrechara entre sus brazos y la besara para ver si era tan deliciosa como le decía su imaginación que sería. La intensidad de lo que se había apoderado de él era turbadora.


–Yo… no esperaba que regresaras. Le dije a Violet que no había necesidad alguna de que me preparara nada antes de que se marchara. Dejé que se fuera antes de tiempo. Espero que no te importe, pero estoy acostumbrada a prepararme mi propia comida. Me iba a preparar algo de pasta.


–Me parece estupendo.


–En ese caso, perfecto –dijo Paula débilmente.


Se mesó el cabello con los dedos y se marchó. Sabía que él la estuvo observando hasta que entró en la casa para subir a ducharse.







RENDICIÓN: CAPITULO 8





El tiempo se le había escapado entre los dedos. Era mucho más tarde de lo que había imaginado. El sol, la suave brisa, la compañía de Paula… Se preguntó si algún hombre le había dicho cosas hermosas sobre su aspecto… Se preguntó qué haría ella si la tocaba… Si la besaba…


Más que nunca, deseó poseerla. De hecho, sentía deseos irrefrenables de olvidarse de la reunión que tenía en Londres y pasar el resto de aquella maravillosa tarde jugando a la seducción.


Entonces, de repente, ella se puso de pie y dijo que tenía mucho calor y que quería regresar al interior de la casa. Con un suspiro de resignación, él la siguió.


–Estás haciendo un buen trabajo –le dijo, consciente de que su cuerpo exigía un cierto tipo de atención que probablemente iba a hacer que el trayecto a Londres resultara muy incómodo.


Paula había puesto una necesaria distancia física entre ellos. 


Le aterraba pensar que pudiera animarlo a pensar que se sentía atraída por él. Más aterrador resultaba aún que ella pudiera estar deduciendo toda clase de tonterías por los comentarios que él realizaba. Era un hombre encantador, inteligente y muy sofisticado. Probablemente se comportaba de aquel modo con todas las mujeres con las que hablaba. 


Era como era y malinterpretar todo lo que decía a su favor sería algo que la pondría en una situación muy delicada.


–Gracias. Me pagas muy bien.


Pedro frunció el ceño. No le gustaba que se hubiera mencionado el dinero. Bajaba el tono.


–Bueno, sigue así –dijo cortésmente–. Y tendrás la casa para ti sola hasta mañana para que puedas hacerlo. Tengo una reunión muy importante en Londres y voy a pasar la noche en mi apartamento.


Le dolió que pareciera aliviada. Sabía que ella se sentía atraída por Pedro, pero estaba dispuesta a resistirse a pesar de las señales que él había enviado indicando que el sentimiento era mutuo. ¿Acaso no sabía que, para un hombre como él, que podía tener todas las mujeres que deseara con un chasquido de dedos, tanta reticencia era un desafío?


Esperaba que la noche que iba a pasar en solitario lo ayudara a poner un poco de distancia.


La dejó en el vestíbulo. En el rostro de Paula se adivinaba que estaba deseando que él se marchara. Ella lo necesitaba. 


Los nervios se le estaban tensando cada vez más. Se moría de ganas porque él se fuera. Por fin, cuando la puerta principal se cerró, lanzó un suspiro de alivio que se acrecentó al escuchar cómo el coche se alejaba de la casa.


No podía quedarse allí. Ciertamente, quería irse antes de que su hija llegara. No podía soportar la tensión de estar junto a él. Se sentía vulnerable y confusa.


Había descubierto mucho más de lo que le había dicho registrando las habitaciones de Raquel. No lo suficiente, pero, con un poco más de información, podría presentarle sus conclusiones y marcharse con el caso cerrado.


Había visto el ordenador y estaba segura de que encontraría la información que le faltaba en él. Tenía toda la tarde, la noche y parte del día siguiente. Durante ese tiempo, se aseguraría de que el asunto quedara zanjado porque necesitaba desesperadamente regresar a la seguridad de su vida de siempre…




RENDICIÓN: CAPITULO 7





A Paula la vida no le estaba resultando particularmente relajante. Tras haber creído que Pedro se iría a Londres y que regresaría por la tarde, con muchas posibilidades de que decidiera quedarse en la ciudad al menos parte del tiempo, se quedó atónita cuando él la informó de que había cambio de planes.


–Voy a quedarme aquí –le dijo a la mañana siguiente de que ella se instalara en la mansión–. Es mejor.


Paula no tenía ni idea de cómo había llegado a aquella conclusión. Ciertamente, no era mejor para ella que se quedara en la casa, molestándola, turbándola, colocándose en su línea de visión y, de ese modo, obligarla a ella a mirarlo.


–Seguramente, tendrás muchas preguntas y será más fácil si yo estoy aquí para contestarlas.


–Bueno, para eso está el teléfono –le había contestado ella. 


Se estaba empezando a imaginar cómo iba a resultar aquella semana.


–Además, me sentiría culpable dejándote aquí sola. La casa es muy grande. Mi conciencia no podría vivir con el pensamiento de que podrías sentir miedo al estar aquí sola.


Le había indicado a continuación dónde estaría su puesto de trabajo. Ella sintió que se le caía el alma a los pies cuando vio que iba a compartir espacio con él.


–Por supuesto, si te resulta incómodo trabajar tan cerca de mí, te puedo trasladar a otro lugar. La casa tiene suficientes habitaciones como para que podamos improvisar un pequeño despacho para ti en una de ellas.


Paula se había limitado a cerrar la boca. ¿Qué podía decir? ¿Que le resultaría muy incómodo trabajar tan cerca de él? ¿Que sentía hormigueos por todo el cuerpo cuando él se acercaba demasiado?


Había pasado de reconocer que él era muy sexy a aceptar que se sentía atraída por él. No entendía por qué, dado que Pedro no era la clase de hombre por el que ella había imaginado que se interesaría. Sin embargo, había dejado ya de resistirse. La presencia física de Pedro resultaba demasiado poderosa como para que ella pudiera ignorarla.


Por lo tanto, se pasaba las mañanas sumida en un estado de tensión e hipersensibilidad. Era consciente de todos los movimientos que él hacía y le resultaba imposible bloquear el timbre de su voz cuando hablaba por teléfono. La variedad de sensaciones físicas que Pedro evocaba en ella resultaban francamente agotadoras.


Dos días después, decidió cambiar de rutina y comenzar con las habitaciones de Raquel. Había repasado con lupa todos los correos y no había encontrado prueba alguna que el remitente de aquellos correos fuera consciente del pasado de Bianca.


Al llegar a la primera de las habitaciones, se preguntó por dónde empezar. Violet había seguido sus instrucciones y le había dejado todo como estaba. Paula, que no era escrupulosa con el orden, no sentía deseo alguno por empezar a examinar la ropa, las revistas y los papeles que había tirados por el suelo.


Sin embargo, se puso manos a la obra. Comenzó a meter la ropa en un cesto para la colada que había encontrado en el cuarto de baño y se maravilló que una chica de dieciséis años pudiera tener tanta ropa de diseño.


Aquello era todo lo que el dinero podía comprar: ropa cara, joyas… Sin embargo, nada de todo eso podría arreglar una relación rota. Desde hacía dos días, conocía a la perfección hasta qué punto estaba hecha añicos la relación entre padre e hija. A pesar de que Pedro era incapaz de comunicarse adecuadamente con su hija, quería protegerla y sería capaz de hacer lo que fuera en ese sentido.


Estaba registrando los bolsillos de un par de vaqueros cuando encontró un trozo de papel. Tardó un par de segundo antes de comprender lo que significaba y un par de segundos más antes de que los cabos que había empezado a ver en los correos comenzaran a atarse ante sus ojos. 


Decidió repasar de nuevo la ropa que ya había echado a la cesta por si se le había pasado algo. No había esperado encontrarse algo así nada más empezar. Tal vez cuando empezara con el ordenador o la tableta… ¿Notas en un trozo de papel? No. Creía que los adolescentes habían dejado de utilizar el bolígrafo y el papel como modo de comunicación.


¿Qué más podría encontrar?


Había perdido ya la sensación inicial de estar entrometiéndose en la intimidad de otra persona. Había algo en todo aquel caos que hacía que su registro resultara más aceptable. Raquel no había intentado ocultar nada y no había ningún cajón cerrado con llave.


Descubrió que Raquel seguía siendo aún una niña, aunque hubiera entrado ya en el campo de batalla de la rebelión y la desobediencia que suponía la adolescencia.


Una hora y media después de empezar su búsqueda, centró su atención en el primero de los armarios. Al ver la ropa que había colgada, se quedó boquiabierta.


No se tenía que conocer bien la ropa de calidad para saber que aquellas prendas eran de lo mejor que se podía comprar. Vestidos, faldas, camisetas de los mejores tejidos y de las mejores marcas. Algunas prendas eran coloridas y desenfadadas, mientras que otras parecían más apropiadas para alguien que tuviera más de dieciséis años. Varias prendas tenían aún las etiquetas puestas, lo que indicaba que estaban sin usar.


Tras apartar algunas perchas, se encontró con unos vestidos que eran apropiados para alguien mayor de dieciséis años. 


Debían de haber pertenecido a la madre de Raquel. Con mucho cuidado, Paula sacó un vestido negro y admiró la delicada tela y el elegante corte de su diseño. Sabía que no estaba bien probarse la ropa de otra persona, pero, por un momento, perdió la cabeza. Casi sin darse cuenta, se puso el maravilloso vestido. Al darse la vuelta para mirarse en el espejo, contuvo el aliento.


Normalmente, ella era una más entre los chicos. Se sentía más cómoda con ellos. Sin embargo, la mujer que la observaba desde el espejo no era en absoluto esa persona. 


La mujer que la observaba tenía las piernas muy largas y una estupenda figura.


Al escuchar que se abría la puerta, se giró y vio que Pedro la contemplaba completamente atónito.


–¿Qué estás haciendo aquí? –le preguntó. Al notar cómo él la miraba, se sintió como si estuviera completamente desnuda.


Pedro, efectivamente, no podía dejar de mirarla. Se había marchado de su despacho para estirar las piernas y había decidido ir a ver cómo iba Paula. No había esperado encontrársela vestida con un imponente traje de cóctel con el que sus piernas parecían interminables.


–Te he preguntado que qué estás haciendo aquí –insistió ella cruzándose de brazos aunque, en realidad, lo que quería era taparse las piernas. La falda debería haberle llegado unos centímetros por encima de la rodilla pero, como evidentemente era más alta que la madre de Raquel, el vestido le quedaba demasiado corto, casi rayando en la obscenidad.


–Vaya… He interrumpido una sesión de pasarela. Te ruego que me perdones –murmuró mientras se acercaba a ella.


–Yo estaba… pensé…


–Te sienta bien, por si te interesa mi opinión. Me refiero al vestido. Deberías dejar al descubierto tus piernas con más frecuencia.


–Si me hicieras el favor de marcharte para que pueda cambiarme, te lo agradecería. Te pido perdón por probarme el vestido. No debería haberlo hecho y si quieres que me marche lo comprenderé perfectamente –susurró.


No se había sentido más mortificada en toda su vida. ¿En qué había estado pensando? Había tomado algo que no le pertenecía y se lo había puesto. Era algo imperdonable, teniendo en cuenta que estaba en la casa de Pedro y que trabajaba para él.


El comentario sobre la sesión de pasarela le resultó tan ofensivo como un insulto, pero no iba a decirle nada al respecto. Solo quería que él se marchara de la habitación. 


Desgraciadamente, él no daba indicación alguna de que fuera a marcharse.


–¿Y por qué iba a querer que te marcharas?


Paula estaba completamente sonrojada y tan tensa como una tabla. Cualquier otra mujer, estaría encantada de ser el centro de su atención, pero ella parecía estar haciendo todo lo posible para no mirarle al rostro.


Pedro jamás había deseado a una mujer tanto como la deseaba a ella. Era una mezcla perfecta de cuerpo y de inteligencia. No se trataba de otra glamurosa gatita. Aquella mujer inteligente, inquisitiva e irreverente pertenecía a otro mundo completamente diferente.


La atracción que había sentido por ella y que había existido desde el momento en el que se conocieron, dejaba muy claro que deseaba que ella terminara en su cama. Lo había pensado en alguna ocasión, pero lo había rechazado porque ella lo había desafiado a muchos niveles y le gustaba que las mujeres fueran más sumisas.


Sin embargo…


–Te ruego que te marches.


–No tienes que quitarte el vestido –le dijo él–. De hecho, me gustaría verte trabajando con él.


–Te estás burlando de mí y no me gusta…


Se sentía pequeña, indefensa, rodeada por un hermoso y peligroso depredador.


Sin embargo, él jamás le haría daño. No. Su capacidad de destrucción radicaba en conseguir que ella se hiciera daño a sí misma creyendo lo que él estaba diciendo, permitiéndole que lo que sentía hacia él se adueñara de ella. Paula jamás había comprobado que el deseo pudiera ser tan abrumador. 


Nada la había preparado para los sentimientos alocados e inapropiados que se apoderaban de ella y del sentido común que en tanta estima tenía.


–Fingiré que no he oído eso –comentó él suavemente.


Entonces, extendió la mano y se la deslizó por el brazo para experimentar su profunda suavidad. Era tan esbelta… 


Durante unos segundos, Paula no reaccionó. Entonces, el tacto de Pedro sobre su piel le hizo dar un paso atrás.


El instinto no había engañado a Pedro. ¿Cómo podía haber dudado de sí mismo? La electricidad que existía entre ellos provenía de ambas partes. Dio un paso atrás y la miró. Ella tenía los ojos abiertos de par en par y su aspecto era muy joven y vulnerable. Seguía tratando de mantener el equilibrio sobre los zapatos de tacón que también se había
puesto. Pedro sintió el irrefrenable deseo de verla primero lo más arreglada posible para luego tenerla completamente desnuda entre sus brazos.


–Te dejaré que vuelvas a ponerte tu ropa –dijo para tranquilizarla–. Y, como respuesta a tu pregunta sobre lo que estoy haciendo aquí, pensé en subir a ver si habías encontrado algo.


Aliviada de que la conversación se centrara de nuevo en el trabajo, Paula se relajó un poco.


–He encontrado un par de cosas en las que podrías estar interesado. Bajaré enseguida al despacho.


–Mejor aún. Reúnete conmigo en el jardín. Haré que Violet nos sirva el té afuera.


Pedro sonrió para que ella se relajara un poco más. No podía dejar de mirarla. Entonces, se dio la vuelta de mala gana y se dirigió hacia la puerta sabiendo que ella no movería ni un solo músculo hasta que no se hubiera marchado.


Se moría de ganas por volver a reunirse con ella. Se sentó en el jardín para esperarla, sin poder dejar de pensar el aspecto tan magnífico que tenía con aquel vestido. Poseía unas piernas increíbles. Resultaba aún más encantador el hecho de que ella no fuera consciente de sus encantos.


Cinco hermanos. Sin madre. Clases de kárate cuando el resto de sus amigas se dedicaban seguramente a practicar sus habilidades femeninas. ¿Por qué se mostraba tan nerviosa cuando estaba a su lado? ¿Se mostraría así solo con él o con todos los hombres? ¿Sería esa la razón por la que se vestía del modo en el que lo hacía?


Al fin, ella apareció con un montón de papeles en la mano, tan eficiente como siempre.


–Gracias –dijo mientras se sentaba y aceptaba el vaso de agua fría que él le ofrecía–. Lo primero, y estoy casi completamente segura al respecto, la persona que ha escrito esos correos no sabe nada sobre tu esposa o la clase de persona que era.


Pedro se inclinó hacia delante.


–¿Cómo has llegado a esa conclusión?


–He repasado cuidadosamente todos los correos para buscar alguna pista. También he encontrado un par de correos anteriores que, por alguna razón, no se borraron. No tenían interés alguno. Tal vez el remitente solo se estaba divirtiendo.


–Entonces, ¿crees que esto no tiene nada que ver con un posible chantaje sobre Bianca?


–Sí, en parte por lo que he leído en los correos y en parte por el sentido común. Creo que si implicaran a tu exesposa habría alguna referencia velada que te advertiría de lo que estaba por venir. Aunque el remitente sabe muy bien lo que está haciendo y ha tenido mucho cuidado de no dejar pistas, algunos de los correos son más precipitados que otros.


–¿Intuición femenina?


–Creo que sí –afirmó ella–. Sin embargo, lo que es verdaderamente significativo es que los cafés que se utilizaron están más o menos en la misma zona, en un radio de unos veinte kilómetros, y muy cerca del colegio al que acude Raquel. Eso me lleva a pensar que ella está de algún modo en el centro de todo esto, que la persona que está haciendo esto la conoce o sabe de ella.


Pedro volvió a reclinarse en la silla y se frotó los ojos. Saber que su hija podría estar implicada se le reflejaba con dureza en el rostro.


–¿Y tienes alguna idea de lo que podría estar pasando? Podría ser que el remitente, tal y como tú lo llamas, tenga información sobre Bianca y quiera que yo le pague por no
compartir esa información con Raquel.


–¿Sabe Raquel algo sobre cómo era su madre… de joven? Me refiero a cuando aún estaba casada contigo. Sé que tu hija solo era un bebé por aquel entonces, pero podría haber escuchado conversaciones entre adultos, cotilleos de amigos o familiares.


–Por lo que yo sé, Raquel no sabe nada sobre Bianca, pero, ¿quién sabe? No hemos hablado al respecto. Apenas si hemos ido más allá de las conversaciones más típicas.


Pedro se reclinó de nuevo en la silla y cerró los ojos. Paula lo observó atentamente. Era tan guapo… Tenía una boca muy sensual y unas pestañas largas y espesas. La mandíbula era angulosa, muy masculina, y el cabello oscuro era algo más largo de lo habitual.


Se preguntó si debería contarle lo de los papeles que había encontrado. Decidió que no había llegado el momento. 


Formaban parte de un rompecabezas, por lo que sería mejor esperar hasta que tuviera más piezas que unir. Era lo justo. 


Era un padre desesperado y preocupado por una hija a la que apenas conocía. Además, cuando ni siquiera estaba segura al cien por cien de que lo que había encontrado fuera significativo, le parecía egoísta por su parte anticiparse.


La tensión que podría existir entre ellos después del episodio del vestido pasó a un segundo plano cuando el silencio se extendió entre ellos, una clara indicación del estado mental en el que él se encontraba.


–Estoy haciendo que te sientas incómoda –murmuró Pedro rompiendo así el silencio. Sin embargo, no la miró.


–Por supuesto que no…


–Creo que no contaste con esta clase de situación cuando aceptaste el trabajo…


–Es cierto –admitió él–. Bueno, ¿qué me sugieres que haga a partir de ahora? ¿Quieres que interrogue a Raquel cuando llegue a casa pasado mañana? ¿Quieres que trate de averiguar si ella sabe algo sobre lo que está pasando?


Pedro escuchaba su voz mientras ella le enumeraba las opciones. Le gustaba escucharla. Sin poder evitarlo, recordó el momento en el que la sorprendió con el vestido y, sin buscarlo, su cuerpo comenzó de nuevo a cobrar vida.


–Háblame de otra cosa –le ordenó. Se sentía más relajado que en mucho tiempo, a pesar de lo que estaba pasando. 


Seguía teniendo los ojos cerrados y el sol en el rostro le provocaba un estado de agradable letargo.


–¿Y sobre qué quieres que hable?


–Sobre ti. Quiero que me hables sobre ti.


A pesar de que él no la estaba mirando, Paula se sonrojó. 


Su voz… ¿Sabía Pedro lo sensual que resultaba?


–Soy una persona muy aburrida –comentó ella, riendo–. Además, ya sabes todo lo básico. Mis hermanos, mi padre…


–Entonces, pasemos de lo básico. Dime lo que te empujó a probarte ese vestido.


–No quiero hablar de eso –replicó Paula con incomodidad–. Ya me he disculpado y preferiría que dejáramos el tema y fingiéramos que nunca ha ocurrido. Fue un error.


–Estás muy avergonzada.


–Por supuesto que sí.


–No tienes por qué. Y yo no quiero husmear. Simplemente, estoy tratando de hablar de cualquier cosa que me ayude a no pensar lo que está ocurriendo en este momento con Raquel.


De repente, Paula sintió que se desinflaba. Mientras que ella estaba subida en su caballo, defendiendo su postura y tratando de contener la curiosidad natural de él, Pedro se encontraba en la incómoda situación de tener que abrir la puerta de su pasado para permitirle a ella entrar.


¿Acaso era de extrañar que se sintiera desesperado por olvidarse de la situación en la que se encontraba?


–Yo… No sé por qué me lo probé –dijo–. En realidad, sí lo sé. Jamás me gustaron los vestidos cuando era una adolescente. Eran para otras chicas y no para mí.


–Porque te faltaba la mano de una madre. Además, tenías cinco hermanos. Recuerdo cómo era yo y cómo eran mis amigos con catorce años. No éramos nada sensibles. Estoy seguro de que te lo hicieron pasar muy mal.


Paula se echó a reír.


–Y el resto. En cualquier caso, tuve un encuentro muy desafortunado con una mini falda y, después de eso, decidí que sería mejor no volver a ponerme esa clase de ropa. Además, a la edad de catorce años yo ya era mucho más alta que el resto de las chicas de mi clase. No quería llamar la atención por mi altura por ningún motivo, y mucho menos poniéndome vestidos y faldas cortas.


Pedro abrió lentamente los ojos y la miró por fin.


Paula tenía la piel como la seda. Ella aún no había utilizado la piscina, pero el hecho de sentarse al aire libre por las tardes le había dado a su rostro un aspecto dorado que le sentaba muy bien.


–Ya no tienes catorce años –dijo.


Paula no supo qué decir. No podía hablar ni moverse. Tan solo podía mirarlo y ver cómo la observaba.


–No… Supongo que no…


–Pero sigues sin ponerte faldas cortas.


–Resulta difícil desprenderse de lo hábitos de antaño.


Paula trató de apartar la mirada. No pudo hacerlo.


–Bueno, no tengo necesidad alguna de vestirme así para la clase de trabajo que hago. Los vaqueros y los jerséis me bastan.


–No le haces justicia a tu cuerpo.


Miró el reloj. En parte, había dejado su trabajo para ir ver a Paula y saber si ella había encontrado algo, pero también porque debía marcharse a Londres para una reunión.