jueves, 12 de noviembre de 2015

UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 13



Los tacones de Paula colgaban de su mano mientras cruzaba el suelo de mármol en dirección a los ascensores que conducían a las habitaciones del Gatehouse.


Le pitaban los oídos después de horas sometidos a una atronadora música y el resto de su cuerpo parecía zumbar por una mezcla de cócteles, cansancio y el triunfo del dueto con Pedro sobre el escenario.


Se giró para sonreír a su compañero y decirle:
–De todos los momentos más locos de esta noche tan extraña, ¡lo más impresionante ha sido descubrir que sabes cantar!


–Ya lo has dicho una o dos veces –le respondió él mirándola mientras ella se contoneaba.


–Yo soy pésima. Pésima de verdad, pero tenías razón… no importa. Me he sentido como una estrella del rock y sé que tú sabrías que me sentiría así.


–Ha sido cuestión de suerte –dijo él acercándose más.


Ella se estremeció mientras en su interior la indecisión batallaba contra la atracción sexual más intensa que había sentido nunca. Y, a juzgar por las sensaciones que estaban bombardeándola mientras sus ojos se encontraban, quedaba claro quién estaba ganando.


Necesitando alejarse de ese masculino calor, fue hacia el ascensor y pulsó el botón que, en mitad del tranquilo y desierto vestíbulo, provocó un ruido tan fuerte que ella se rio.


–Shhh.


–Shhh, tú.


–No. Esta noche nada me hará callar. He cantado delante de extraños y amigos, he cantado mal y he sobrevivido. Y eso pide nada de callar y mucho bailar.


Y por eso bailó. Con los pies descalzos pegados al suelo, comenzó a sacudir la cadera y a menear los brazos antes de empezar a dar vueltas, vueltas y más vueltas. Le había dado tanto miedo que la juzgaran que hasta el momento solo había hecho cosas que sabía qué hacía bien, pero ahora después de haber hecho algo que había querido hacer desde siempre, se dio cuenta de que ya no le daba tanto miedo. Se sentía como si pudiera hacerlo todo. Volar. Tocar el ukelele. Pedro


Cuando su fuerte brazo la rodeó por la cintura… cuando la acercó a sí y comenzó a bailar con ella, Paula se preguntó si su deseo había sido tan inmenso que lo había arrastrado también a él en contra de su propia voluntad.


Pero no había nada forzado en el modo en que se acercaba a ella, en el modo en que su barbilla descansaba sobre su cabeza, en el modo en que su mano cubría su cintura. Nada inconfundible en lo respectivo a esa presión que sentía contra su vientre.


Él le dio una vuelta y volvió a llevarla hacia sí mientras ella se reía e intentaba mantener el equilibrio. Cuando la rodeó con sus brazos, estaba tarareando una canción. Algo suave y dulce, melódico e irreconocible. Y tranquilizador.


Ella apoyó su cabeza sobre su hombro… o al menos todo lo cerca que pudo del hombro ya que estaba muy lejos del suelo y ella estaba descalza y de puntillas. En realidad, estaba más cerca de su corazón. Podía sentir su constante latido contra su mejilla marcando el mismo ritmo que el suyo.


Pedro la alzó hasta que sus pies quedaron posados sobre los suyos. ¿Y qué pudo hacer ella más que soltar los zapatos y rodearlo por el cuello? ¿Cuánto tiempo llevaba deseando hacer exactamente eso?


Y ahora estaba bailando lentamente.


Con Pedro. Con su jefe.


En algún lugar de su interior una pequeña voz intentaba recordarle por qué era una mala idea, pero ella sacudió la cabeza para deshacerse de ella. ¿Es que no entendía que era la primera vez en su vida que se sentía así? Como si estuviera hecha de malvaviscos derretidos, suaves, dulces, deliciosos y calientes.


Tomó aire e inmediatamente captó su limpio aroma masculino. Ningún hombre del mundo había olido así nunca. 


Tan sexy.


Las puertas se abrieron, pero ninguno de los dos les prestó atención.


Paula lo miró a esos maravillosos ojos color mercurio, los más bellos del planeta.


Enredó los dedos en el cabello de Pedro y con el pulgar acarició su piel de debajo de la oreja haciendo que sus ojos oscurecieran, como el cielo justo antes de una invernal tormenta.


El contoneo se detuvo y Pedro la acercó más a sí; la luz de la luna caía sobre su anguloso rostro como si ella también quisiera acariciarlo.


Tan alto, tan reservado, tan excepcional, tan, tan, guapo.


Cuando Pedro la dejó en el suelo, el mármol bajo sus pies estaba frío como el hielo, pero el resto de ella estaba tan caliente que apenas se percató del frío.


Como tampoco se percató de que las puertas del ascensor estaban cerrándose lentamente.


Y entonces, como si fuera lo más natural del mundo, Pedro agachó la cabeza y la besó.


Paula cerró los ojos al sentir fuegos artificiales estallando tras ellos y bajando hacia el resto de su cuerpo hasta que a ella le pareció que la sangre le estaba hirviendo.


Él se retiró unos milímetros dándole la oportunidad de frenar las cosas antes de que fueran demasiado lejos, pero ya era demasiado tarde. El beso estaba ahí, para la eternidad. No había vuelta atrás. Y así, hundió la mano en su pelo y volvió a besarla hasta que ella apenas podía respirar debido a la intensidad de sensaciones que la recorrían. Y cuando él deslizó la lengua sobre la suya,Paula se perdió en un torbellino de calor y deseo. Se puso de puntillas y lo rodeó por el cuello, acercándose a su cuerpo tanto como pudo, necesitando su calidez, su piel, su realidad, encendida con el imposible deseo de adentrarse en él.


Pero estando descalza, él resultaba demasiado alto, demasiado grande, demasiado alejado y Paula quería estar más cerca. Quería ser parte de él. Y así, motivada por la frustración y el deseo de una liberadora sensación, se lanzó a sus brazos y lo rodeó por la cintura con las piernas.


Él la sujetaba como si no pasara nada, pero su beso se intensificó, se acaloró, como si para él ella significara mucho, como si él también llevara mucho tiempo frustrado y la presa que contenía esas emociones se hubiera roto y ahora nada pudiera detenerlas.


La besó en los labios, en el cuello, en la clavícula, en su hombro desnudo. Hundió los dientes suavemente en el tendón bajo su cuello y ella gritó de placer mientras lo agarraba de la cabeza. El calor más delicioso que había conocido nunca se acumuló en su interior.


Suspiró y murmuró.


–Si hubiera sabido que esto sería así, no habría podido contenerme todos estos meses.


El sonido del ascensor abriéndose se adentró en el cerebro de Paula al mismo tiempo que sentía los brazos de Pedro soltándola.


Lo miró a los ojos confundida, pero no tuvo tiempo de descifrar su expresión ya que un grupo de amigos de Elisa salió del ascensor riéndose, gritando y achispados.


Rápidamente, ella se atusó el pelo, se retocó el pintalabios y se estiró la ropa. ¡Y entonces vio sus zapatos tirados por el suelo! Se apartó de Pedro y fue a recogerlos antes de que sus tacones de aguja atravesaran a alguien.


– ¡Paula Banana! –gritó uno de los amigos de Elisa agarrándola con la intención de llevársela con ellos, pero ella logró soltarse y les deseó que se divirtieran. Y entonces, con la misma rapidez con que habían aparecido, desaparecieron y sus carcajadas resonaron por el pasillo.


El tranquilo vestíbulo ahora solo estaba ocupado por el sonido de su respiración entrecortada. La adrenalina la recorría como si fuera una inundación hasta hacer que su cuerpo se estremeciera. Su cuerpo… que seguía temblando de pies a cabeza por la intensidad del beso de Pedro.


Con los zapatos fuertemente agarrados, lo miró. Parecía una enorme sombra bajo la luz de la luna, con las manos en los bolsillos y quieto y sereno como una montaña.


El ascensor volvió a sonar y, en esa ocasión, su instinto la hizo entrar. Sujetó las puertas cuando comenzaron a cerrarse.


– ¿Subes? –le preguntó a Pedro.


Él dio un paso atrás.


–Mejor ve tú. Yo me voy a tomar una copa antes de dormir.


Pareció haber ignorado que tenían un bien abastecido bar en su impresionante suite… o tal vez no. Deseaba que los amigos de Elisa volvieran por allí para poder estrangularlos uno a uno.


–De acuerdo –dijo canturreando como si no se diera cuenta de que la habían rechazado rotundamente y después, añadió–: Seguro que el bar del vestíbulo está abierto toda la noche.


Él asintió, pero no se movió y ella sintió algo de esperanza. 


Tal vez estaba siendo un caballero esperando una señal por su parte, aunque Paula dudaba que hubiera mayor señal que lanzarse a los brazos de un hombre y rodearlo con sus muslos.


El ascensor sonó varias veces, preparado para ponerse en marcha. Ella apretó los dientes. Tal vez el problema era que con las montañas las sutilezas no funcionaban. Tal vez en lugar de una señal lo que ese hombre necesitaba era una maza.


Pedro, ¿te gustaría…?


–Me gustaría dormir un poco –la interrumpió–. Ha sido un día largo.


A ella se le cayó el alma a los pies y se sintió como si le hubieran dado una patada en el estómago. Intentó desesperadamente sacar de su interior un atisbo de sofisticación que la ayudara a disimular, pero al final terminó prácticamente balbuceando.


–Sí, claro, dormir. Una idea genial. Es justo lo que necesito.


Estaba claro que para él lo que había sucedido no era más que un beso; tal vez era algo que le sucedía a diario con la diferencia de que en esa ocasión le había tocado a ella. Tal vez ella había ido demasiado deprisa y él se había arrepentido. Tal vez. Pero, claro, había sido él el que había dado el primer paso.


Mientras la cabeza le daba vueltas, lo único que Paula sabía era que debería seguir su consejo y salir de allí antes de decir o cometer alguna estupidez.


Apartó la mirada para presionar rápidamente el número de su planta.


–Buenas noches, Pedro.


Él asintió.


–Nos vemos por la mañana.


Lentamente, las puertas se cerraron y cuando su propio reflejo la miró y el ascensor comenzó a ascender, ella podía seguir viendo la cara de Pedro. Oscura. Tormentosa. Estoica.


Por alguna razón, las fuerzas que se habían unido para crear ese momento habían desaparecido como una bocanada de humo. Ojalá supiera por qué…





UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 12





Pedro miró el reloj y vio que Paula llevaba fuera cerca de una hora. Era lo máximo que había decidido darle porque se apostaba el pelo de la cabeza a que no estaba haciendo ninguna labor de dama de honor. Al cabo de cinco minutos de frustrante búsqueda, la encontró. Estaba apoyada contra una pared en una tranquila sala de cóctel en el otro extremo de la barra. Sentada entre Roberto y su madre.


Incluso a media luz pudo ver que no estaba pasándolo muy bien. Tenía las dos manos rodeando un alto vaso de agua con hielo y algo debió de alertarla de su presencia porque mientras se acercaba a ella, se giró inmediatamente y lo miró. Y al instante pasó de estar abrumada a estar encantada. Se le iluminó la cara como si el sol hubiera salido dentro de ella. Y fue… agradable.


–Hola –dijo suspirando y él asintió.


Virginia y Roberto se giraron sorprendidos. Le dio un beso en la mejilla a Virginia y una palmadita en el hombro al pobre Roberto.


–Llevo un rato buscándote.


–Llevo aquí un rato –le respondió mirándolo como si estuviera suplicándole ayuda.


Y entonces Pedro se sintió culpable porque por un momento había olvidado la verdadera razón por la que estaba allí: proteger a Paula, estar a su lado. Lo había prometido, pero no lo había cumplido. ¡Menudo caballero estaba hecho!


–La hemos monopolizado –dijo Virginia guiñándole un ojo con coquetería por encima de su copa de champán… Una copa que, claramente, no era la primera de la noche.


Con los dientes apretados, Paula dijo:
–Virginia ha estado hablándole a Roberto de mi falta de dotes para participar en todos los concursos para jóvenes talentos de Tasmania en los que ella participaba y ganaba de niña.


–¿Ah, sí? –preguntó Pedro mirando a Virginia con el ceño fruncido, aunque la mujer ni se inmutó.


Al parecer, iba a hacer más falta que solamente su presencia para ayudar a Paula. Ahora lo único que se le ocurría que ella podía hacer era lo mismo que había hecho él para liberarse de la decepción que le había causado su madre: demostrarse a sí misma, demostrarle a él y a todo el mundo que no importaba.


–Por cierto, ¿se te ha olvidado que nos toca ahora?


–¿Que nos toca…?


–El karaoke.


–Pero creía que no sabías cantar –dijo Roberto.


–Y no sé –respondió Paula con la mano en el corazón y los ojos saliéndosele de las órbitas.


–No está de broma. De verdad que no sabe –apuntó
Virginia.


Pedro ya había visto suficiente, de modo que la agarró de la mano y la apartó de allí abriéndose paso entre la multitud mientras Paula lo seguía en silencio y era consciente de lo agradable que era sentir sus manos unidas.


–¿Ya has terminado con tus labores de dama de honor?


–Sí, y gracias. ¿Adónde me llevas?


–He dicho que íbamos a cantar y ahora tenemos que cantar.


De pronto él sintió un fuerte tirón en el brazo y, cuando se giró, la vio allí, quieta, como si estuviera clavada al suelo.


–Si no lo hacemos se van a pensar que era una excusa para librarte de ellos.


–¿Y no lo era?


–Solo si quieres que lo piensen.


Ella se mordisqueó el labio inferior mientras él la miraba… Imaginando. Planeando.


–¡Pero es que no sé cantar!


–¿Y ellos sí? Venga, elige una canción, alguna que te sepas de memoria.


–Oh, madre mía, esto está pasando de verdad, ¿no? Umm… Cuando sueño que estoy haciendo un casting para un programa de televisión siempre canto algo de Grease.


Él no pudo evitar una sonrisa al oírla hablar de unos sueños tan inocentes.


–No te sabes ninguna de Grease, ¿verdad? ¡Pues no pienso subir ahí yo sola!


–Estás a salvo. Cuando era pequeño estaba enamorado de Olivia Newton-John.


El rostro de Paula se relajó de inmediato mientras lo miraba asombrada y él aprovechó ese momento de distracción para llevarla hasta el escenario.


–¡Me encanta! –dijo Paula sonriendo de oreja a oreja–. Cantabas sus canciones con el cepillo de tu madre como micrófono, ¿a que sí? Puedes decírmelo, te prometo que no se lo diré a nadie. Bueno, a lo mejor a Sonia, claro… pero ya sabes lo discreta que es.


Sacudió la cabeza emocionada y su oscura melena se onduló sobre sus hombros y dejó ver la suave curva de su cuello de piel dorada que pedía a gritos que unos dientes se hundieran en ella.


Él se quedó mirando ese punto de su cuerpo y se imaginó hundiendo su boca en él; era mejor que pensar en que iba a subirse a un escenario a cantar delante de una multitud de extraños.


La acercó más a sí y, embriagado por su aroma, le susurró al oído:
–Lo que la dama quiera, la dama tendrá. Así que, que sea Grease.


–Entonces, ¿de verdad vamos a hacer esto?


–Una canción. Demuéstrales que aunque no tengas dotes para los concursos de talentos, sí que tienes valor y arrojo de sobra.


–¿Crees que tengo valor?


La miró y ella se derritió con el calor de sus ojos.


–De sobra.


Paula lo miró; sus largas y oscuras pestañas acariciaban su mejilla mientras él las imaginaba acariciándolo a él.


–Vamos a hacerlo. Ahora. Rápido. Antes de que cambie de opinión.


Sin soltarla, Pedro se acercó disimuladamente al encargado del karaoke y le dio un billete de veinte para poder terminar con eso lo antes posible.


–De acuerdo –dijo ella mientras giraba el cuello y saltaba en el sitio como si estuviera calentando para una carrera–. Oye, ¿por qué haces esto? Llevo trabajando contigo casi un año y te conozco. Exponerte como un pedazo de carne ante la gente para ti supone una tortura.


Se acercaba mucho a la verdad, una verdad que él no tenía ninguna intención de compartir ni con ella ni con nadie, y por eso cerró la boca y evitó mirar esos grandes y sinceros ojos.


–Vale, no me lo cuentes. Ya lo descubriré.


Y después le sonrió; fue la sonrisa de una mujer que lo conocía, que se preocupaba por él lo suficiente como para intentar conocerlo.


Maldita sea. Estaba en medio de un bar sin una copa cuando más la necesitaba para reunir valor.


Pero él había reescrito su historia y ya no era un niño huérfano, sino un hombre que había conquistado montañas y les había mostrado a los demás cómo hacerlo.


Paula aún tenía que comprender que al subirse al escenario no importaría si le daba la razón a su madre al demostrar que no sabía cantar. Lo que importaría era que ya no sentiría que era la gran decepción de su madre, sino que había habido una ocasión en la que había reunido las agallas suficientes para cantar una canción en la fiesta previa a la boda de su hermana. Y si él tenía que vivir su propio drama para ayudarla, lo haría.


Había llegado su turno. Pedro la agarró de la mano y la subió al escenario donde le dio un empujoncito para situarla bajo el foco. Y, tal como se había esperado, en cuanto la gente se dio cuenta de quién estaba en el escenario, comenzaron a vitorearlos.


Ella se rio suavemente y se sonrojó, y entonces hizo una reverencia y el público enloqueció.


Tenía la cara cubierta de sudor y los ojos brillantes, pero la barbilla bien alta, como si estuviera retando a cualquiera a decirle que no podía hacerlo. Incluso a él le sorprendió.


Los acordes de You’re the One that I Want retumbaban por los altavoces y el club entero se puso en pie y los animó.
Paula reaccionó como si saliera de un trance, bajó el micrófono y lo miró a los ojos.


–¿Sabes cantar?


Él le acercó el micrófono a los labios y le dijo:
–Estamos a punto de descubrirlo.







UNA CITA,UNA BODA: CAPITULO 11




Paula se mordisqueó la uña del dedo meñique hasta que no quedaba más que morder. Para tratarse de un fin de semana durante el que se suponía que iba a descansar y a cargar pilas, se sentía como si hubiera caminado por la cuerda floja con los ojos vendados.


Había encontrado a Elisa fabulosa, su madre la estaba volviendo más loca de lo que se había esperado y el pobre Roberto no dejaba de flirtear con ella a cada oportunidad que tenía.


Pero, ¿qué le había pasado a Pedro?


Solo pensar en el nombre de su jefe hacía que quisiera tomarla con una uña nueva. Esas miradas, tanto susurrarle al oído, las caricias inesperadas…


Se mordió la uña con tanta fuerza que le escoció y, estremeciéndose, miró al otro lado de la mesa donde él estaba sentado con sus largos dedos rodeando un vaso de cerveza y sonriendo mientras veía a Elisa y Tim cantar juntos Islands in the Stream sobre el escenario.


–¿Perdona?


Ella parpadeó asombrada al ver que estaba inclinado hacia su madre con una media sonrisa. ¿Cómo podía ese hombre hacer que la palabra «perdona» resultara sexy?


–¿Has dicho algo? –preguntó casi gritando por encima de la música.


–Nada. No pasa nada. Por aquí está todo tranquilo.


Él se quedó mirándola un instante y sus oscuros ojos grises parecieron abrasarla. Un calor que ella jamás había sentido antes cruzó la mesa y le derritió las piernas como si fueran mantequilla. Cuando finalmente apartó la mirada, Paula pudo respirar tranquila.


Estaba confundida y nerviosa y entonces se formuló la pregunta que había estado intentando evitar: ¿estaba presenciando las primeras fases de un flirteo? Se permitió disfrutar de un delicioso cosquilleo que la recorrió de arriba abajo.


Pero no. De ninguna manera. Todo menos eso. No, con el jefe. Había trabajado demasiado duro para probar su valía y lo irremplazable que era como para ahora convertirse en un cliché.


Apoyó la barbilla en la palma de su mano y meneó la cabeza al compás de la música sin dejar de mirarlo por el rabillo del ojo.


Tendría que ver algo más allá de una aventura en el horizonte para si quiera pararse a pensar en correr esa clase de riesgo. En cuanto a Pedro… Sabía de primera mano que las mujeres que salían con Pedro tenían suerte si su número permanecía en su teléfono móvil más de un mes.


Su enigmático, despiadadamente delicioso y emocionalmente atrofiado jefe de pronto agarró su silla y la colocó al lado de la suya.


Ella se apartó.


–Si no ves desde ahí, puedo cambiarte el sitio.


–No te muevas –dijo él agarrándole la mano–. No quiero estar gritando toda la noche para que puedas oírme.


–Elisa también canta muy bien. ¿Cómo es que tú te has perdido ese gen?


–¿Eso es lo que has venido a decirme? Nada de «Lo estás pasando bien, ¿Paula?» o «¿Te traigo otra copa, Paula?». ¿Qué te ha pasado? Sueles ser una persona encantadora.


Él se rio, fue un suave y profundo sonido que llegó hasta los lugares más femeninos y recónditos de su ser. Con gesto serio, era de una belleza que te cortaba la respiración. 


Sonriendo, era arrebatador. Riéndose… era como un sueño.


¿Ese hombre había estado intentando coquetear? ¿Con ella? ¿A la sensata y parlanchina chica de pueblo Paula Chaves? Lo sentía, pero no podía llegar a creerlo.


Ante la necesidad de saberlo con seguridad, de ver si su radar estaba tan oxidado que ya no funcionaba, se giró en su silla y le lanzó una sonrisa de lo más coqueta.


–De acuerdo, para que podamos dejar este tema de una vez por todas…


Él enarcó una ceja y a ella se le aceleró el corazón y todos los lugares de su cuerpo donde él había posado la mirada esa noche comenzaron a vibrar.


Paula lo vio enarcando una ceja e hizo lo mismo.


–Estoy hablando, por supuesto, de mi escaso talento como cantante y bailarina.


–Síííí.


–No quiero que te quedes aquí sentado sintiendo lástima por mí porque no puedo hacer gorgoritos ni dar vueltas mientras canto I Dreamed a Dream.


–Pues no me compadezco de ti. Una mujer no tiene por qué saber cantar y bailar para gustar.


Alzó su cerveza y se la terminó de un trago mientras todo lo que ella podía hacer era mirar.


Oh, sí, Pedro estaba flirteando y se preguntó qué haría si decidía dejar de jugar y ponerse serio. Solo de pensarlo se quedó petrificada.


Incluso a pesar de la escasa luz en el club podía ver el brillo de sus ojos, la emoción del cazador.


Alargó la mano hacia su copa, pero Pedro llegó primero y se la apartó. Una pura atracción sexual la envolvió e incluso en la oscuridad pudo ver que a Pedro se le habían dilatado tanto las pupilas que el color de sus ojos había desaparecido por completo.


¡Y todo por un accidental roce de dedos! Oh, Dios mío…


Pedro agitó el hielo de su copa y cada vez que los cubitos chocaban contra el vaso, ella se ponía más nerviosa. Se mordió el labio. «Es tu jefe. Te encanta tu trabajo. No está buscando una relación eterna y tú sí. Si permites que este coqueteo perdure harás que todo cambie».


Él se llevó la copa de Paula a la boca y dio un trago. La presión de sus labios ahí donde hacía un momento habían estado los de ella hizo que la recorriera un cosquilleo. 


Después, él arrugó la cara como si estuviera comiendo limón.


–¡Por favor! ¡Esto es asqueroso! ¿Cómo puedes beberte esta bazofia?


–¡No es bazofia!


–¿Pero qué demonios es?


–Whisky, zumo de limón, azúcar y clara de huevo.


–¿Lo dices en serio?


Él levantó su vaso de cerveza vacío y prácticamente relamió el borde con la lengua en busca de algo de espuma. Al ver esa imagen tan seductora, Paula tuvo que apartar la mirada.


–Era la bebida favorita de mi padre, así que está claro que está hecho para un paladar mucho más cultivado que el tuyo.


Para demostrarlo, se llevó el vaso a la boca y dio un gran sorbo, aunque en lugar de saborear la mezcla que siempre le había resultado tan cálida y agradable, estaba segura de que podía saborear un atisbo de la cerveza dejada ahí por los labios de Pedro.


Bajó el vaso a la mesa y apartó la silla.


–Tengo que… hacer una labor urgente de dama de honor.


Él se cruzó de brazos y la miró.


–¿Ahora mismo?


–Ya sabes que no me gusta dejar las cosas para el último momento, jefe.


Ahí estaba. «Las cosas claras. Tienes que recordarle quién eres y quién es él».


–¿Necesitas compañía? –una lenta sonrisa se marcó en sus labios demostrándole que él parecía muy dispuesto a olvidar todo eso.


Y mientras se levantaba de la silla, ella retrocedió tan rápido que se chocó contra una pobre mujer a la que le tiró la bebida. Paula se sacó los diez dólares de emergencia que llevaba metidos en el escote y se los dio a la chica. Pedro volvió a sentarse sin dejar de mirarle el escote mientras se preguntaba qué otros secretos ocultaría ahí.


–Siéntate. Bebe. Haz lo que sea que te entretenga. Yo vendré a buscarte luego.


Y con eso se giró y salió corriendo entre la multitud a toda velocidad.


Hasta ese momento había disfrutado de su estado de enamoramiento porque nunca había existido la posibilidad de que llegara a ninguna parte. Pedro era un imposible. 


Era intocable. Estaba fuera de su alcance. Y en realidad había sido una excusa muy conveniente para no acercarse a nadie más mientras se concentraba en consolidar su carrera.


¿Pero ahora? Alguien, claramente más inteligente que ella, le había dicho: «Ten cuidado con lo que deseas o puede que lo consigas»