Paula Chaves miró la pila de libros colocada sobre el mostrador y sonrió. Su idea de montar una sección de préstamo de libros había resultado un completo triunfo. El negocio de la tienda aumentaba día a día. Estaba contenta y era un buen momento para ello, ya que se acercaba la Navidad.
Cogió el libro situado encima de todos y empezó a hojearlo. Había llegado casi al final cuando se encontró con un sobre. Frunció el ceño y lo examinó. Era un sobre bancario, pero no veía el nombre del dueño. Extrajo el contenido y una hoja de papel cayó al suelo.
Se inclinó, la recogió y, al examinarla, se ruborizó. Se trataba de una carta personal, dirigida a un cliente nuevo de su tienda. Paula no conocía todavía al misterioso Pedro Alfonso, pero Solange, su ayudante, lo había definido como un hombre guapo, pero bastante introvertido.
Paula comprendía esa actitud. Después de dos años, seguía todavía intentando olvidar su doloroso pasado. Años atrás, se creyó la más afortunada de las mujeres al casarse con un ejecutivo joven y brillante, al que no hacía mucho que conocía.
Tal vez hubiera estado buscando algo nuevo en su vida. Después de cuatro años en la universidad, no sabía todavía a qué quería dedicarse. Trabajó como secretaria en una compañía de abogados, pero no le gustó. Artística por naturaleza, le gustaba trabajar con las manos, pero sus padres, antes de morir en un accidente de coche, creían que eso era una tontería e intentaron convencerla de que el único modo de sobrevivir en este mundo era tener un trabajo fijo bien pagado.
Paula contempló su matrimonio como algo nuevo y excitante. Y los primeros años fue feliz. Pero luego, su esposo no consiguió un ascenso que esperaba y empezó a beber. Se volvió cada vez más difícil y la vida de Paula y de su hija llegó a hacerse insoportable.
Desesperada por abandonar la ciudad y empezar una nueva vida, aceptó una oferta de una amiga de su madre. La mujer quería alguien que se hiciera cargo de su librería con opción a compra y Paula no lo dudó ni un segundo.
Y no se arrepentía de ello. Camden, Arkansas, había resultado ser un paraíso en la tierra, la ciudad era el centro de una zona turística rural situada en las hermosas montañas de Ozark. Toda la región era un sueño para un artista. Magníficos pinos y otros árboles de hoja perenne daban sombra a amplios arroyos que albergaban multitud de percas y truchas. Y los pescadores que acudían gastaban dinero en la ciudad.
En cuanto estuvo instalada, decidió utilizar su talento artístico y aprendió a trabajar con cristal. No tardó en especializarse en la elaboración de pequeñas lámparas de formas extrañas que cortaba y moldeaba con amor.
En aquel momento estaba ya decidida a vender las lámparas a las tiendas para poder sacar dinero suficiente para comprar la librería. Miró a su alrededor con orgullo. La librería, resultaba original y adorable. Los libros estaban colocados en estanterías antiguas y, entre ellos, se veían las lámparas con las que esperaba reunir dinero suficiente para alcanzar su objetivo.
—Mamá.
La voz de su hija la sacó de su ensueño. Sacudió la cabeza y, al darse cuenta de que todavía tenía el sobre en la mano, se lo metió en el bolsillo.
—Estoy aquí, querida.
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