lunes, 14 de septiembre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 6

 



La enfermera de pelo gris irrumpió en aquel momento en la habitación, disculpándose por haber llegado tan tarde. El doctor no le hizo prácticamente caso, toda su atención estaba centrada en Paula, de la que esperaba una respuesta.


—He cambiado de opinión sobre el examen médico —dijo Paula, consciente del sonrojo de su rostro y la inseguridad de su voz—. Prefiero esperar hasta que vuelva el doctor Brenkowski.


El doctor Alfonso se quedó mirándola absolutamente sorprendido.


La enfermera parecía mucho más asombrada incluso.


—Puedo asegurarle, señorita Flowers, que el doctor Alfonso es uno de los mejores médicos con los que he trabajado —proclamó—. Fue el primero de su promoción en Harvard y estuvo trabajando en un hospital de Boston antes de...


—Gladys, ya esta bien —su mirada continuaba siendo exclusivamente para Paula—. Tienes perfecto derecho a ser atendida por el médico que desees, y el doctor Brenkowski es excelente. Pero tengo que advertirte que no regresará hasta dentro de un mes.


¡Un mes! ¿Cómo iba esperar durante tanto tiempo para conocer la respuesta a algo tan importante? Por otra parte, no podía permitir que aquel médico tan atractivo la examinara más íntimamente. Ni que adivinara lo poco que sabía sobre sí misma.


—Un mes, estupendo —le aseguró.


La enfermera parecía dispuesta a salir nuevamente en defensa de su adorado doctor Alfonso. Él, sin embargo, se mostraba inexplicablemente aliviado. ¡Aliviado! ¿Había esperado quizá que fuera a causarle algún problema?


—Aunque por lo menos, deberías dejarme echar un vistazo a tus lesiones —le ofreció—, para que nos aseguremos de que no está habiendo ningún obstáculo en el proceso de recuperación. También me gustaría hacerte análisis, quizá podamos averiguara qué se deben esos mareos.


—La verdad es que las heridas no me molestan mucho —replicó— Y en cuanto a los mareos...


—Puede llegar a ser peligroso. Es sobre todo en eso donde tengo que insistir. Aunque el doctor Brenkowski sea tu médico, ahora estoy yo en su lugar, y tengo la obligación de decirte que tienes que hacerte esas pruebas. Es posible que los mareos se deban a la altitud, pero quiero estar seguro. Además, necesitas descansar... pasa un par de días en cama. Tienes síntomas de estar físicamente agotada.


—¡Agotada! —no se lo esperaba, a pesar de que últimamente no dormía bien y su trabajo era verdaderamente agotador.


—Estás dispuesta a colaborar, ¿verdad?


Parecía tan decidido a salirse con la suya que Paula no pudo menos que sonreír.


—Sí, por supuesto, doctor Alfonso. Y le aseguro que en ningún momento he pretendido poner en duda su experiencia médica.


Aunque no de forma inmediata, la expresión de Alfonso por fin se dulcificó. Bajó la mirada hacia la boca de Paula, hacia su sonrisa, y sin ofrecerle otra a cambio, susurró de forma casi inaudible.


—En ningún momento he pensado que lo estuvieras haciendo.




EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 5

 


Paula advirtió que el médico había dejado de hablar y se estaba limitando a observarla. Y, para su más absoluta sorpresa, se oyó decir.


—Sus manos... son callosas. No me lo esperaba de un médico.


Pedro miró las palmas de sus manos, como si hasta ese momento no lo hubiera advertido.


—Debe de ser por la escalada. O por la pesca. O por los caballos —se encogió de hombros—. El trabajo en el campo —una ligera sonrisa apareció en la comisura de sus labios, inclinó la cabeza y la contempló con mucha atención—. ¿Te molesta... que sean callosas?


—Ah... no —contestó en un tono casi soñador y deseó abofetearse por ello. No debería reparar en cosas como la dureza o la suavidad de las manos de aquel médico.


Pedro Alfonso permaneció en silencio, y ella lo imitó. Volvieron a mirarse con aquella desconcertante tensión que crecía por momentos.


—Acerca de la revisión médica —dijo Pedro por fin, con voz grave y baja—. ¿A qué te referías cuando le has dicho a Gladys que querías saber todo lo que yo pudiera averiguar?


Paula tragó saliva. Para entonces, había olvidado prácticamente la pregunta que le había hecho a la enfermera. No se le ocurría ninguna explicación coherente.


—Tengo entendido que le has preguntado si podría averiguar si habías tenido hijos o no. ¿Te importaría explicarme por qué lo has preguntado?


Presa del pánico, Paula se echó el pelo hacia atrás y fijó la mirada en la pared.


—Era una pregunta sin importancia, tenía curiosidad por saber si era científicamente posible para un médico decirle a una mujer si había dado alguna vez a luz. No me refería exactamente a mí.


—Ah, ya entiendo —tras una pausa, durante la que pareció reflexionar sobre la respuesta, continuó—. Entonces, para que el chequeo sea lo más correcto posible, quizá deberías rellenar esas casillas que has dejado en blanco. ¿Tienes algún hijo?


Paula volvió a clavar en él la mirada, mientras se daba cuenta de su error. No podía contestarle porque él no tardaría en averiguar si le estaba mintiendo o no. Mediante un examen médico, iba a saber sobre ella mucho más que ella misma.




EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 4

 


El médico le sostuvo la mirada durante unos instantes que para Paula fueron de aturdimiento. La diversión había desaparecido de su rostro y la miraba con una extraña intensidad mientras bajaba los ojos hacia su boca.


El corazón de Paula latía violentamente.


El médico le alzó la barbilla con el pulgar y susurró:—Di «aaahh».


Paula apenas lo miraba. La sensualidad que corría por su cuerpo la había dejado sin voz y sentía que un intenso rubor cubría su rostro.


—Es más fácil examinarte la garganta con la boca abierta —le explicó el médico con ligera brusquedad.


Paula desvió la mirada, mientras intentaba recuperar la compostura. ¿Qué diablos le pasaba? El médico estaba comportándose exactamente tal como debía, pero cada uno de sus movimientos despertaba en ella una respuesta íntimamente sensual. Y lo peor de todo era que no conseguía olvidarse de que estaba prácticamente desnuda y de que el examen médico pronto llegaría a zonas más íntimas.


—Quizá debería revisarte las lesiones —Paula asintió y entonces él le preguntó—: ¿Qué tipo de molestias te están causando?


Paula tuvo que hacer un serio esfuerzo para poder hablar.


—Las costillas me duelen de vez en cuando y la cadera... —bueno desviando la mirada, apoyó la mano en la curva de su cadera mientras le explicaba vacilante—: En realidad la herida ya no me duele, pero a veces siento el muslo entumecido. Desde aquí... —trazó el camino con la mano—, hasta aquí aproximadamente.


Como el médico no contestaba, Paula lo miró y lo descubrió observándola con extraña intensidad. Sin decirle una sola palabra, se inclinó hacia la pared y pulsó el botón del intercomunicador.


—Gladys, necesito que vengas a la sala B. Ahora —tras unos embarazosos segundos, le dio por fin una explicación—. Es un procedimiento de rutina. Gladys me suele ayudar en todas las revisiones.


Paula sospechaba que el hecho de que hubiera reclamado su presencia tenía más que ver con la sexualidad que impregnaba el ambiente y que ella no había sido capaz de ignorar. Pero estaba convencida de que el que hubiera una enfermera entre ellos no iba a servir de nada.


Hasta el médico parecía estar nervioso.


—Háblame de tus mareos —le dijo con voz tranquila.


Paula obedeció. Cuando terminó, el médico le preguntó por su dieta y por la medicación que tomaba.


—Los mareos pueden ser debidos al cambio de altitud —le explicó por fin—. Hace poco tiempo que viniste de Denver, ¿verdad?


Paula asintió, intentando ocultar sus nervios. Había escrito Denver en el formulario porque conocía el nombre de algunas calles de allí.


—Aquí estamos a mucha más altura. La mayor parte de la gente necesita algún tiempo para acostumbrarse. Algunas personas más que otras... —continuó hablándole de la necesidad de consumir más líquidos en aquellas circunstancias.


Mientras el médico hablaba, Paula fijó la mirada en su pelo, aquel pelo oscuro que probablemente tendría un tacto tan suave como el terciopelo. Y, por absurdo que a ella misma le pareciera, tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no deslizar la mano por su cabello.


¿Por qué tendría aquel hombre un efecto así en ella? Todo en él parecía atraerla como un imán, desde sus ojos hasta la ruda textura de su piel.