domingo, 19 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 14




Llevaba una semana siendo puntual cuando, una mañana, salió del metro subiéndose el cuello del abrigo. Había empezado a llover y se detuvo un momento para abrir el paraguas.


Normalmente no se habría molestado, pero la lluvia descontrolaba su pelo aún más de lo normal y estaba decidida a no parecer una leona.


Entonces miró su reloj. Tenía tiempo de comprar un café antes de ir a la oficina. El de la máquina era vomitivo.Aceptando con una sonrisa el «bella, bella», del camarero italiano, Paula tomó el recipiente de plástico y se dio la vuelta.


Abrir el paraguas con una sola mano no era tarea fácil, pero después de algunos intentos lo
consiguió. Hacía mucho viento y tuvo que sujetarlo frente a su cara, pero sólo había una
manzana hasta la oficina y tenía la pretensión de llegar seca.


Sin embargo, al dar el primer paso, oyó un gemido, resbaló y cayó de trasero sobre un montón de bolsas de basura.


–¿Se ha hecho daño? –le preguntó una voz masculina.


–No, no, estoy bien. Gracias.


El buen samaritano desapareció y Paula se levantó, furiosa. Se le había caído el café en la falda, tenía las manos sucias, se le habían roto las medias y el paraguas y el pelo... en fin, aquel día podía olvidarse del aspecto profesional.


Cuando miró alrededor vio que las bolsas de basura estaban rotas y, en medio de cáscaras de naranja y mondas de patata, había un perrillo de ojazos enormes.


–Pobrecillo, ¿te he pisado? –murmuró, alargando la mano para acariciarlo. El pobre estaba temblando y no llevaba collar–. Pero si eres un cachorro...


En realidad, no era el perro más bonito del mundo. Un observador desapasionado incluso habría dicho que era una cosa de pelo marrón con las patas muy cortas, pero Paula sólo se fijó en que se le notaban las costillas.


–No pasa nada, cariño. Te vienes conmigo –murmuró. No podía dejarlo allí. Lo mataría un
coche o se moriría de hambre.


Había un mercado cerca de la salida del metro y, con el paraguas roto en una mano y el perro
en la otra, Paula entró a comprar pan, leche y un periódico... en caso de accidentes. Más tarde se
preocuparía del collar. Por allí no había tiendas de animales. Para entonces, estaba tan mojada y tan sucia como el perro y eran las nueve y media.


Y ella quería llegar temprano...


En fin, no lo pudo evitar. Sin hacer caso a la expresión horrorizada de la recepcionista, Paula
subió al ascensor con su preciosa carga en los brazos. Sentía los latidos del corazón del perrillo y el suyo propio se aceleró al pensar en su encuentro con Pedro, pero le daba igual.


Paula abrió la puerta del despacho, respiró profundamente antes de entrar... y se quedó muerta al ver a alguien delante de su ordenador. 


Por un segundo pensó que la habían reemplazado, pero enseguida se dio cuenta de que a esa persona le faltaban unos cuantos años de colegio antes de entrar en el mercado laboral.


La niña dejó de teclear y se quedó mirándola con expresión seria. Llevaba gafas y tenía un
aspecto reservado... y un aire de seguridad aterrador en una niña tan pequeña.


–¿Quién eres?


–Yo soy Paula. ¿Y tú?


Aunque sabía quién era. Habría reconocido la expresión estirada de Pedro en cualquier parte.


–Soy Ariana. Mi papá está enfadado contigo.


–Ya me lo imaginaba –suspiró Paula, dejando al perrillo en el suelo.


–Ha dicho una palabrota.


–¿Dónde está?


–Ha ido a buscar alguien que me cuide y alguien que haga tu trabajo hasta que tú te dignes a
aparecer. ¿Qué significa «dignes»?


–Tu padre ha debido de pensar que llegaba tarde a propósito –suspiró Paula, quitándose el
abrigo. Debería ir a buscar a Pedro y explicarle lo que había pasado, pero el perrito estaba
temblando y era más importante ocuparse de él.


–¿Por qué estás tan sucia? –preguntó la niña.


–Me caí encima de un montón de bolsas de basura.


–Qué asco –Ariana hizo una mueca–. Hueles un poco mal.


Paula se olió la blusa y descubrió el irrepetible aroma de Eau de basure. Genial. Lo que le
faltaba.


–¿El perro es tuyo? 


–Ahora sí.


–¿Cómo se llama?


–No lo sé. ¿Qué nombre crees que debería ponerle? –preguntó Paula, esperando un Toby o
algo parecido.


–¿Es chico o chica?


Buena pregunta. Paula miró donde tenía que mirar.


–Chico.


Alicia parecía fascinada por el perro, aunque no se acercaba mucho.


–¿Qué tal Derek?


–¿Derek?


–¿No te parece un nombre bonito?


–Es un nombre precioso... Derek, me gusta. ¡Derek! –exclamó Paula, chascando los dedos.


El animalillo se sentó torpemente y Ariana sonrió por primera vez. La sonrisa transformaba sus
serios rasgos por completo y Paula se preguntó si ejercería el mismo efecto en su padre. No lo
sabía porque jamás lo había visto sonreír.


Aunque estaba segura de que aquél no iba ser buen día para sonrisas.


–Hola, Derek –sonrió Ariana.


–Deja que te huela antes de acariciarlo.


–Es muy mono.


–No sé si tu padre pensará lo mismo.


Acababa de decir esa frase cuando Pedro entró en el despacho con expresión feroz.


–¡Ah, aquí estás! Cuánto me alegro de que hayas venido.


–Siento haber llegado tarde...


–Pero bueno... ¿te has visto? ¿Qué demonios has hecho?


–¡Por favor, no grites!


La advertencia no llegó a tiempo. Asustado por el vozarrón de Pedro, el perrillo se había orinado en la alfombra.


–¡Mira lo que has hecho! –lo acusó Paula, sacando el periódico para secar la mancha–. No
pasa nada, cariño –murmuró, acariciando al asustado animal–. No voy a dejar que este señor tan malo vuelva a gritarte.


–¿Qué es eso? –exclamó Pedro.


–Eso se llama Derek contestó ella.


–Pero bueno...


–Se llama así, papá –dijo Ariana.


–¿Derek?


–Se lo puso Ariana –murmuró Paula–. Le pega, ¿verdad?


Pedro no le hizo ni caso. De hecho, parecía estar contando hasta diez.


–Paula–dijo por fin–, ¿qué está haciendo ese perro aquí?


–Lo encontré cuando venía a trabajar.


–Pues ya puedes librarte de él. éste no es sitio para un perro.


–Tampoco es sitio para una niña. –Pedro apretó los labios.


–Mi ama de llaves está cuidando de su madre y hoy no hay colegio. No podía dejarla sola en
casa.


–Y yo no podía dejar a Derek en la calle –replicó Paula–. Podría haberlo atropellado un coche.


–Paula, esto es una oficina, no un albergue para animales abandonados. ¡Pensé que estabas
intentando ser más profesional!


–Hay cosas más importantes que ser profesional –dijo ella, tomando al perro en brazos.


–¿Adónde vas? ¡Aún no he terminado!


–Voy a secarlo y a darle un poco de leche. Cuando vuelva, podrás seguir regañándome todo lo que quieras..


–¿Puedo ayudarte? –preguntó Ariana.


–Claro. Tú puedes sujetar a Derek mientras yo lo seco.


–Un momento... –empezó a decir Pedro, incapaz de creer que había perdido el control de la situación. Ariana levantó los ojos al cielo, como una adolescente irritada.


–Papá, no pasa nada.


Después de eso fueron al cuarto de baño, dejando a Pedro Alfonso perplejo





CITA SORPRESA: CAPITULO 13





Paula lo intentó. Harta de oír hablar sobre la inmaculada Alicia, hizo un esfuerzo para vestir
mejor. Nunca estaría cómoda con un traje de chaqueta y su pelo jamás podría ser domado, pero al menos estaba dispuesta a intentarlo. 


Cuando Pedro le daba una de sus contestaciones, se mordía la  lengua. Seguía trabajando y esperaba que se diese cuenta de que estaba haciendo un esfuerzo.


Incluso había practicado un discurso para cuando le diera las gracias por su trabajo.


¡Menuda pérdida de tiempo! En lugar de estar agradecido, Pedro parecía sospechar de su nueva actitud.


–¿Qué te pasa? –le espetó un día.


–Nada –contestó ella.


–Me pone nervioso que seas tan amable. ¿Y por qué vistes así? ¿Tienes una entrevista de
trabajo?


–No. Estoy intentando tener un aspecto más profesional. Pensé que lo aprobarías.


Pedro la miró, irónico. Se le había soltado la coleta y los rizos estaban por todas partes, como
siempre. Su único traje de chaqueta era de un gris aburridísimo y la camisa blanca estaba
arrugada. Era difícil creer que aquel traje salía del mismo armario donde estaba el vestido rojo
que se había puesto para la cena.


–No te va bien ese aspecto... tan serio.


«A algunos no hay forma de agradarles», pensó Paula, resignada.


Y como Pedro no la entendía, decidió volver a portarse como antes, especialmente después de
una charla muy interesante con Paola. Paula le contó, porque no se lo había contado antes, que Pedro era su jefe y descubrió que él se lo había contado a Gabriel al día siguiente.


–¿Dijo algo de mí? –le preguntó a su amiga.


–Creo que se quedó muy sorprendido por tu vestido. No creo que lleves esos escotes a la
oficina, ¿no?


–Claro que no. ¿Qué esperaba, que fuese a cenar con un traje de chaqueta?


Qué hombre. Siempre se estaba quejando de algo.


–Le dijo a Gabriel que yo no era su tipo –le contó a Isabel aquella tarde–. Así que no pienso
seguir siendo amable con él. Además, no agradece mis esfuerzos.


No pensaba ser amable, pero estaba decidida a demostrarle que Alicia no era la única que
podía ser profesional. Cada mañana, intentaba estar en su escritorio antes de que él llegase a la
oficina. Eso significaba levantarse al amanecer, por supuesto, pero valía la pena sólo para ver su
cara de desconcierto.



CITA SORPRESA: CAPITULO 12




Tres horas más tarde, Paula estaba desesperada. Había copiado cientos de cartas y Pedro, que no tenía ninguna misericordia por su resaca, le encargó un informe antes de salir a comer con un cliente.


–Quiero ese informe en mi mesa para cuando vuelva –le dijo, a modo de despedida.


Paula soltó todos los papeles sobre su escritorio. ¿De verdad iba a seguir trabajando con aquel
monstruo?


Habría podido jurar que estaba disfrutando de su desgracia. Estaba segura de que muchas de
aquellas cartas podrían haber esperado y de que sólo lo hacía para castigarla. Era increíble pensar que, durante un momento y debido al vino, la noche anterior lo encontró vagamente atractivo.


Necesitaba otro café, se dijo.


A pesar de que a Pedro no le gustaba nada que sus empleados charlasen en la oficina, sabía que la máquina de café era un centro de reunión. Por supuesto, era posible que aquellas dos mujeres del departamento administrativo estuvieran hablando de trabajo, pero lo dudaba. 
Porque se callaron en cuanto se acercó.


–Estoy desesperada –sonrió Paula, echando una moneda.


–¿Y eso?


–Tengo resaca. No pienso beber nunca más en toda mi vida.


Sus contertulias eran Eliana y Susana. Siempre habían sido amables aunque frías con ella, pero
notó que se animaban al oír lo de la resaca.


–¿Qué tal te va con Pedro? –le preguntó una de ellas... ¿Susana?


–No creo que pueda llegar nunca a la altura de Alicia –suspiró Paula–. ¿Es tan perfecta como
dice Pedro?


Susana y Eliana se lo pensaron un momento.


–Es muy eficiente –dijo Eliana, aunque no parecía muy entusiasmada.


–Finn confía mucho en ella.


–¡Pues debe de ser una santa para aguantar a ese hombre!


No debería haber dicho eso. Las dos mujeres se miraron, sorprendidas.


–Es muy simpático –murmuró Eliana.


–Es el mejor jefe que he tenido nunca. La mayoría de los empleados llevan aquí años y años. En otras empresas, la gente se marcha a la primera de cambio, pero aquí no. Pedro espera que uno trabaje, pero siempre hace comentarios halagadores y eso es importante.


–Te trata como a un ser humano.


Paula las miró, perpleja.


–Por supuesto, Alicia siente devoción por él –elijo Susana–. Entre tú y yo –añadió en voz baja–,creo que espera ser algo más que su secretaria.


–¿Ah, sí? –murmuró Paula, sorprendida e incomprensiblemente irritada–. ¿De verdad?


–Pero Pedro no ha superado la muerte de su esposa y no creo que piense casarse de nuevo –dijo Eliana.


–Ana era una persona encantadora. Era muy especial –afirmó Susana.


–Entonces Pedro era diferente. La adoraba y ella lo adoraba a él. Su muerte fue una verdadera tragedia.


–¿Qué pasó? –preguntó Paula.


–Chocó contra un conductor que iba bebido... y la pobre nunca salió del coma. Pedro tuvo que
tomar la decisión de desconectarla de la máquina, fíjate qué horror.


Susana dejó escapar un suspiro.


–Te puedes imaginar lo duro que fue eso para él. Además, tenía a Ariana... ella también iba en el
coche, aunque afortunadamente salió ilesa.


–La pobre niña no dejaba de llorar llamando a su madre.


Paula se había llevado una mano al corazón. 
–Qué pena.


–Desde entonces, Pedro ha cambiado. Cuando Ana murió se encerró en sí mismo. Lo único
que le importa verdaderamente es su hija y no deja que nadie se acerque. Ha seguido llevando la empresa, pero yo creo que es más por los empleados que por otra cosa.


–Todos esperamos que vuelva a casarse –dijo Susana–. El pobre merece ser feliz otra vez y Ariana necesita una madre, así que a lo mejor Alicia tiene una oportunidad... Es un poco fría, pero yo la encuentro muy atractiva, ¿no te parece, Eliana?


–Sí, y además es muy elegante.


–Y debe de conocerlo bien después de trabajar con él durante tantos años. Yo creo que sería
una buena esposa para Pedro.


Paula no estaba tan segura de que Alicia pudiera ser una buena esposa para Pedro Alfonso. Él era frío, serio, eficiente... lo que necesitaba era ternura y risas.


Aunque eso no tenía nada que ver con ella, claro. Sin embargo, no podía dejar de pensar en
la tragedia. Lo imaginaba al lado de su esposa en el hospital, con el respirador artificial
insuflando aire a sus pulmones... rezando para que abriese los ojos, intentando explicarle a su
hija por qué mamá no iba a volver...


–Ahora entiendo que me mirase con esa cara de horror cuando pedí la última copa –le dijo a
Isabel por la tarde–. Me siento fatal. El pobre ha tenido que vivir un drama terrible.


–No lo hagas –dijo su amiga.


–¿Que no haga qué?


–No te metas en eso.


–No me estoy metiendo en nada –se defendió Paula–. Es que me da mucha pena.


Isabel dejó escapar un suspiro.


–Paula, tú sabes cómo eres. Si algo o alguien te da pena lo pones todo patas arriba para
ayudarlo. Pero a veces no puedes hacerlo. También te daba pena Sebastian y mira lo que pasó.


–Esto es diferente. Pedro no está intentando utilizarme. Él no me ha contado la historia de su
mujer, han sido otros. A lo mejor ni siquiera quiere que lo sepa.


–Sólo quiero que no te pase lo de siempre: alguien te da pena, quieres ayudarlo... y te
enamoras –insistió Isabel–. Debes admitir que ese es tu patrón de comportamiento y esta vez
puedes acabar con el corazón roto. Sería mucho peor que Sebastian. Nunca podrías compararte con su perfecta esposa, Paula. Sólo serías la segundona.


–¡Por favor, Isabel! Cualquiera diría que voy a casarme con él. Sólo estoy diciendo que ahora
entiendo que sea tan cerrado.


–Bueno, tú ten cuidado. No te gustaba cuando lo creías felizmente casado y sigue siendo el
mismo hombre. Ser viudo no es excusa para tener tan mal genio ¿no te parece? Dices que han pasado seis años desde que murió su mujer y yo creo que es tiempo suficiente para superarlo. No dejes que se aproveche de ti, ¿de acuerdo?


Paula no dijo nada porque empezaba la serie ER, su favorita, pero después pensó en lo
que Isabel le había dicho. Su amiga podía parecer la típica rubia tonta a veces, pero en lo que se refería a relaciones sentimentales, tenía la cabeza sobre los hombros.


Por supuesto, era una tontería sugerir que ella podría enamorarse de Pedro Alfonso. Lo que sí
podía hacer era comprenderlo... y hacerle la vida más fácil. Sería amable, discreta y eficiente. Si
lo que ella podía aportar era un ambiente de trabajo agradable, lo haría. Eso no tenía nada que ver con enamorarse de él. Sin embargo, cambiar el ambiente de trabajo estaba muy bien en teoría, pero en la práctica resultaba más difícil.