jueves, 11 de noviembre de 2021

CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 6

 

«Apuesto a que sí», pensó él. Se fijó en sus ojos de ciervo, que resaltaban sobre su piel suave. Luego miró su boca, que resultaría deseable si no tuviera los labios apretados con desaprobación. «Concéntrate, Alfonso», pensó, y se obligó a concentrarse en la tarea que tenía entre manos. La señorita feroz se quedó mirándolo.


—¿Y podría darme algún ejemplo reciente, por favor? —era protocolo de entrevista de libro de texto, y odiaba que estuviera saliendo de su boca.


Pero aquélla no sería la primera vez que hacía algo que odiaba basado en un presentimiento.


Ella se quedó mirándolo durante unos segundos, pareció sopesar algo en su mente y luego estiró la mano para desabrocharse el abrigo.


—Puedo darle un ejemplo muy reciente —dijo.


«Idiota, no le has pedido el abrigo», se reprendió Pedro mentalmente.


Tal vez sus días de aislamiento estuvieran pasándole factura.


—¿Por qué estaba observándome en la tienda de regalos?


No había una buena respuesta a esa pregunta, así que intentó decir una medio verdad.


—Parecía una ladrona.


Ella sonrió, y el hielo desapareció de sus ojos.


—¿Una ladrona? ¿Cómo?


—Como si se propusiera algo malo.


—Claro que me proponía algo malo. Estaba robando —se metió las manos en los bolsillos y sacó una serie de objetos que él reconoció.


Artículos de su tienda. Cuando la señorita Chaves colocó un broche sobre el escritorio, supo exactamente cuándo lo había robado. Y frente a las narices de quién.


Había sido engañado por una novata.


—Me detuvo por instinto —dijo ella—. ¿Por qué no siguió adelante?


«Porque estaba demasiado ocupado preguntándome qué llevarías debajo del abrigo, y no precisamente la mercancía robada», contestó él en silencio. La miró y se dio cuenta con dolor de lo bajo que había caído. Solía especializarse en liberación de rehenes en terreno extranjero, y ahora no podía identificar a una ladrona a tres metros de distancia. Intentó disimular la rigidez de su cuerpo, sabiendo que ella lo notaría. No quería darle esa satisfacción.


—Ya lo pillo, señorita Chaves.


—Esto es horrible, por cierto —dijo ella señalando el broche—. ¿Por qué lo venden?


Pedro no tenía ni idea; no era él quien se encargaba de la selección de artículos. Otra cosa más a cuyo control había renunciado desde que regresara a casa.


—¿Por qué se vende?


Ella negó con su cabellera castaña rojiza, igual que la de su hijo, pero más larga, y cuando sonrió se le formó un pequeño hoyuelo en la mejilla izquierda.


—Sigue siendo un crimen contra el buen gusto.


Pedro arqueó las cejas. ¿Cuándo era la última vez que alguien le había hablado con sinceridad y no con miedo o suspicacia? ¿O pena? Resultaba agradable.


—Robarme a mí ha sido un riesgo, señorita Chaves. ¿Y si la hubiera echado?


—Era un riesgo calculado. E imagino que, si busca personal para la seguridad, no tendría a nadie para echarme.


De nuevo ese hoyuelo.


—¿Duda de que hubiera podido encargarme yo mismo?


—Imaginé que no habría elegido entrevistarme usted solo para echarme —contestó, y asintió ante su sorpresa—. Hice mis investigaciones. Se suponía que debía entrevistarme un tal señor López.


Tal vez pareciese que acababa de salir de la universidad, pero había trabajado en varios puestos relacionados con la seguridad; interpretaba bien a la gente, hacía investigaciones exhaustivas y había criado a un niño ella sola.


Y lo tenía totalmente calado.


Su cuerpo se agitó ante el desafío.


—¿Qué cambiaría en la tienda? —preguntó él, intentando concentrarse en la entrevista.



CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 5

 


Ocho minutos y un afeitado más tarde, Pedro se recostó en la silla de Julián y abrió el informe de Paula Chaves. Automáticamente centró la atención en su estado civil. Era una madre soltera que se presentaba al puesto de coordinador de seguridad a pesar de su juventud.


Interesante.


La voz de su ayudante lo interrumpió.


—Ha llegado la señorita Chaves, señor.


Pedro cerró el archivo y se puso en pie. Tal vez Paula Chaves se propusiera algo malo, pero seguía siendo una mujer y, en su mundo, un hombre se levantaba en presencia de una mujer. Paula le dirigió una sonrisa educada a Simone al entrar por la puerta. Entonces se detuvo en seco al ver quién la esperaba en el despacho.


¿Tú? No dijo nada, pero su cuerpo hablaba por sí solo.


—Bienvenida oficialmente a WildSprings, señorita Chaves. Soy Pedro Alfonso.


Paula recuperó la compostura en pocos segundos, se sentó frente a él y lo miró con aquellos increíbles ojos grises.


—¿Siempre espía a sus empleados potenciales antes de la entrevista? —preguntó refiriéndose a su encuentro anterior.


—Ha sido una coincidencia —Pedro se sentó en la silla de Julián y examinó a la mujer que tenía delante. Estaba nerviosa, pero lo disimulaba.


Deseaba aquel trabajo lo suficiente como para no darse la vuelta y huir al darse cuenta de que estaba atrapada. Tal vez lo necesitase. Pedro pensó en el niño pequeño de la tienda.


—¿Cuántos años tiene? —preguntó sin pensar.


Ella apretó los labios.


—En mi curriculum no aparece eso por una razón, señor Alfonso.


—¿Cree que será juzgada por su edad?


—Ahora mismo me está juzgando. Estará preguntándose cómo alguien de mi edad habrá conseguido toda la experiencia que yo tengo.


—De hecho estaba pensando cómo podría tener un hijo de la edad de Lisandro. Debía de ser prácticamente una niña cuando lo tuvo.


Ella se quedó con la boca abierta y se puso en pie de un salto. Pedro sabía que merecía esa expresión escandalizada. Había estado alejado de la gente demasiado tiempo. Él también se puso en pie.


—Por favor, siéntese, señorita Chaves. Lo lamento. Eso ha sido innecesario —volvió a sentarse y ella hizo lo mismo—. Lo que intento decir, aunque de mala manera, es que parece joven para estar metida en la industria de la seguridad.


Hizo el cálculo; no debía de tener más de veintiséis años.


—Hace mucho tiempo aprendí a utilizar mi apariencia en mi favor — dijo ella—. A veces me da ventaja sobre los demás. Me subestiman.



CORAZON INDOMABLE: CAPITULO 4

 


—¿Quieres hacerte cargo de las entrevistas? —le preguntó Julián López a su hermano. Parecía asombrado, y con razón. Pedro sabía que no se había involucrado en la dirección de WildSprings desde hacía meses. Años.


—No de todas, Julian. Solo de ésta última —contestó señalando el nombre de la mujer en la lista de candidatos al puesto de agente de seguridad. Tenía que ser ella. La ironía era perfecta; no sabía qué, pero la belleza de pelo negro de la tienda de regalos se proponía algo. Estaba demasiado tensa mientras recorría esos pasillos. ¿Cuántas mujeres se ponían tensas cuando iban de compras?


La ayudante de Julián se quedó mirando a Pedro como si acabara de salir de una alcantarilla. Técnicamente hablando, Simone era su ayudante, pero solo había trabajado con su hermano, así que Pedro le perdonaba la confusión. No era culpa suya que él hubiese aparecido de la nada después de tanto tiempo y con aspecto de animal salvaje.


Pedro le devolvió la mirada. Simone estuvo a punto de tropezarse en su precipitación por encontrar algo que hacer. Pedro volvió a mirar a Julián.


—¿A qué hora va a venir este tipo? —preguntó señalando el penúltimo nombre de la lista.


—No va a venir. Lo ha dicho esta mañana.


—¿Podemos ir directos a la señorita Chaves?


—No estoy seguro de que haya…


—Está aquí. Citémosla dentro de diez minutos —habría preferido verla inmediatamente para acabar con su juego, pero necesitaba tiempo para arreglarse, o Simone no sería la única que pensara que acababa de salir de las calles.


Julián lo miró con rabia.


—¿Dónde voy a ir yo mientras tú utilizas mi despacho?


—¿Dónde solías ir antes de que tuvieras un despacho? —Pedro se merecía la mirada de odio que Julián le dirigió; no jugaba su carta de hermano mayor muy a menudo, y la de jefe mucho menos. Pero no pensaba ceder en eso.