viernes, 12 de febrero de 2021

APARIENCIAS: CAPÍTULO 38

 


Durante los últimos días, cuando había pensado en no tenerlo cerca, en no ver su sonrisa ni sentir sus abrazos, Paula se había sentido vacía por dentro.


Pero sabía que lo superaría. No tenía elección.


–No he tenido hijos, pero considero a Pedro como si fuese hijo mío.


–Y él tiene mucha suerte de tenerla. Quiero que sepa que no tengo intención de hacerle daño.


–A veces hacemos daño a los demás aunque no queramos.


Paula estaba de acuerdo. Estaba segura de que su madre no había pretendido hacerle daño, pero se lo había hecho.


Elisa debió de creerla, porque sonrió y le dijo:

–¿Quiere que le enseñe yo la casa mientras vuelve Pedro?


–Me encantaría. Y gracias por las flores. ¿Son del jardín?


–Sí –respondió Elisa orgullosa–. Siempre me han encantado. Aunque, con los años, cada vez me cuesta más cuidarlas. Me duelen las rodillas al agacharme.


–Son preciosas –comentó Paula–. Algunas tienen colores que no había visto nunca antes.


–Vamos a verlas –le dijo Elisa, agarrándola del brazo.


Paula no sabía por qué, pero le parecía importante que el ama de llaves la aceptase. En realidad, era una tontería, porque después de aquel fin de semana no volvería a verla.


************************


Eran las nueve y media cuando Pedro y Claudio terminaron de trabajar en el despacho que había encima de los establos.


–Siento haberte entretenido tanto –se disculpó Claudio mientras Pedro cerraba el ordenador.


–Lo primero es el rancho –contestó este–. Ya lo sabes.


–La verdad es que tengo ganas de que vuelvas.


Los últimos meses no habían sido sencillos para Claudio que, a pesar de llevar cinco años trabajando en el rancho, no tenía experiencia como capataz. Pero la noche que Pedro había sorprendido a Mauro, el anterior capataz, con Alicia, le había dicho que hiciese las maletas y se marchase para siempre. Y Claudio le había parecido el mejor sustituto.


–Sé que has tenido mucha presión y quiero que sepas que has hecho muy buen trabajo –le dijo.


–Lo que Mauro te hizo… –comentó Claudio–. No debería contártelo, pero la noche que lo despediste, varios hombres lo siguieron hasta el pueblo y le dieron una buena lección.


Pedro hizo una mueca, sabía que tenía varios expresidiarios entre sus hombres, pero eran hombres leales. A él no le gustaba la violencia, pero no le extrañaba que hubiesen reaccionado así.


–Haré como si no lo supiera.


–Solo lo hicieron porque te respetan y porque, aunque todos sospechábamos lo que estaba pasando, ninguno te lo dijimos y después nos sentimos mal.


–Si te sirve de consuelo, no os habría creído. Me tenía atontado.


–Paula es muy guapa.


Pedro no pudo evitar sonreír.


–Sí.


Cada vez estaba más convencido de que no quería que su relación se terminase después de la gala. Sabía que una relación a distancia no sería fácil, pero ya se les ocurriría algo.


Eso, si Paula lo perdonaba por haberle mentido, claro.


–Me quedé muy sorprendido cuando me dijiste que ibas a traerla –añadió Claudio–. Hablamos bastante y no me habías dicho que estabas saliendo con nadie.


–Es que la conocí el viernes pasado.


Claudio arqueó las cejas.


–Llevo cinco años y medio trabajando aquí y, contando a Alicia, sólo has traído a tres mujeres. Así que Paula debe de ser muy especial.


–Nunca había conocido a nadie igual.


–Entonces, deberías decirle quién eres. No soy un experto, pero creo que una relación basada en mentiras tiene pocas probabilidades de salir bien.


–Lo tendré en mente –le contestó Pedro–. Ahora, tengo que volver con ella.


–Lo sé, vete –le dijo Claudio–. Por cierto, te sienta bien la barba. Deberías dejártela cuando volvieses.


–Qué gracia, Elisa me ha dicho que si no me la afeito en cuanto salga a la luz toda la verdad, me la afeitará ella con una navaja.


Claudio se echó a reír porque la creía capaz.


–Vete. Yo cerraré el despacho.


Pedro tomó el botellín de cerveza vacío y fue hacia la casa. Era completamente de noche. Había querido dar un paseo con Paula, pero ya no podría hacerlo hasta el día siguiente. Al menos, como los documentos y las yeguas estaban preparados, no tendría que levantarse al amanecer. También esperaba que la compra se realizase pronto y poder disfrutar del día con Paula cuanto antes. Entró en la casa e iba a subir al dormitorio cuando oyó voces en la cocina.


Se acercó y apoyó la oreja en la puerta. Elisa y Paula estaban hablando y riendo, y parecía que se llevaban bien.


Así que tenía tiempo para prepararle una sorpresa a Paula.


Sabía que esta jamás se creería que su jefe le dejaría utilizar su cama, pero seguro que no le parecía tan mal que usasen su bañera.





APARIENCIAS: CAPÍTULO 37

 


Entraron en un enorme salón con las paredes cubiertas de madera y una gran chimenea de piedra. Los muebles parecían prácticos y, al mismo tiempo, eran elegantes y con estilo. Y todo estaba impecable y limpio. En el extremo opuesto al que estaban había unas puertas dobles que debían de dar a la cocina, porque Elisa se dirigió hacia ellas.


–La casa es increíble –comentó Paula mientras subían las escaleras–. Tu jefe debe de tener mucho dinero.


–Supongo que le va bien –respondió él, haciéndole entrar en una habitación–. Aquí es.


Era una habitación grande, decorada con muebles rústicos, tal vez eran antiguos. La cama no era excesivamente grande, pero eso no era problema, porque solían dormir abrazados. En la mesita de noche había un jarrón con flores, probablemente de los lechos que había plantados delante de la casa.


Pedro dejó el equipaje en la cama.


–Esta habitación no tiene baño, así que tendremos que utilizar el del pasillo.


–No pasa nada.


Pedro se acercó a ella y la abrazó.


–Hemos salido tan deprisa que no hemos tenido tiempo de estar a solas ni un minuto hoy.


–Es verdad.


Se inclinó y la besó en el cuello. Ella suspiró y cerró los ojos.


–¿Qué te parece si dejamos el paseo para mañana y nos metemos en la cama temprano?


Ella lo abrazó por el cuello.


–La verdad es que tengo mucho sueño.


–Pues lo siento, pero no tenía pensado dejarte dormir.


Eso era precisamente lo que había esperado Paula. Y estaba preparada para ello. Como sabía que a Pedro le gustaba la lencería sexy había aprovechado la hora de la comida para ir a comprarse un conjunto de encaje color azul eléctrico de Victoria’s Secret. Y se lo había puesto al pasar por casa después del trabajo.


Pedro la besó en la garganta, en la mandíbula, y acababa de llegar a sus labios cuando llamaron suavemente a la puerta.


Paula levantó la vista y vio a un hombre en la puerta, que estaba abierta.


Era grande, como Pedro, e iba vestido de vaquero.


–Hola, je… Pedro.


Este la soltó y dijo:

–Paula, este es Claudio Andersen, uno de los hombres. Claudio, Paula Chaves.


–Encantado –respondió el hombre, tocándose el sombrero a modo de saludo–. Siento interrumpir, pero estaba preparando los documentos de mañana y he pensado que deberías echarles un vistazo antes de que los imprima. Ya sabes cómo se me da lo de los ordenadores. Y las yeguas están listas, si quieres verlas también.


–Ahora voy.


Claudio asintió.


–Encantado de conocerla, señora –le dijo a Paula antes de desaparecer por el pasillo.


–Supongo que lo nuestro va a tener que esperar –comentó Pedro.


–No te preocupes, lo primero es el trabajo.


Paula pensó que Pedro debía de sentirse orgulloso de poder leer los documentos de la venta. Y ella se sentía orgullosa de él por haberlo conseguido.


–No tardaré.


–No tengas prisa, me entretendré deshaciendo la maleta.


Pedro le dio un beso y fue hacia la puerta, la cerró al salir y Paula oyó el ruido de sus botas al bajar las escaleras.


Se giró hacia la cama y abrió la maleta. No había cajoneras en la habitación, pero sí un enorme armario de pino, que abrió. Solo había perchas vacías y un par de mantas. Sacó la ropa y la guardó. Pensó en vaciar el petate de Pedro, pero le dio miedo que a este no le gustase la idea. Podía tener algo privado dentro.


Volvieron a llamar a la puerta, con más fuerza. Y Elisa preguntó:

–¿Se puede?


–¡Adelante!


La puerta se abrió y Elisa entró con una botella de agua en una mano y una copa de vino en la otra.


–He traído también el vino, por si cambiaba de opinión.


–¿Seguro que no pasa nada?


–¿No es menor de edad, no?


Paula se echó a reír.


–No. Es solo que ya ha sido todo un detalle por parte de su jefe permitir que nos quedemos en la casa. No quiero abusar de su generosidad.


–Le aseguro que no le importará. Le gusta tener invitados en casa.


–¿Trajo Pedro a Alicia alguna vez? –preguntó Pala, y al ver el ceño fruncido de Elisa se dio cuenta de que no era asunto suyo. Se ruborizó–. Lo siento. Ni siquiera sé por qué lo he preguntado.


–No pasa nada, pero me sorprende que se lo haya contado. No suele hablar de ese tema.


–Me ha contado que la sorprendió con el capataz.


–Esa mujer le rompió el corazón y, durante un tiempo, pensé que no se iba a recuperar jamás. Hacía mucho tiempo que no lo veía tan contento. Y estoy segura de que tiene mucho que ver con usted.


Pedro me importa mucho.


–Ya lo veo, pero quiero que sepa que, aunque no lo parezca, Pedro sigue siendo muy vulnerable. Y no quiero que vuelva a sufrir.


Era evidente que a Elisa también le importaba, pero no se daba cuenta de que Pedro no estaba interesado en tener una relación seria con ella. Con un poco de suerte, ninguno de los dos haría daño al otro.




APARIENCIAS: CAPÍTULO 36

 


Paula no sabía nada de ranchos, pero nada más llegar a la carretera que llevaba al Copper Run se dio cuenta de que era muy grande. Enclavados en un valle verde de las montañas San Bernardino, la casa principal, el granero y los establos no eran para nada lo que ella había imaginado.


Le dio vergüenza admitir que no solo había esperado encontrarse con un negocio mucho más pequeño, sino que también se lo había imaginado más rústico y modesto, más humilde. La casa era casi una mansión, y los establos,  enormes.


Todo era moderno y estaba bien mantenido.


Los pastos verdes rodeados de vallas blancas parecían interminables y había en ellos más caballos de los que se podían contar a simple vista, y de todos los tamaños y colores. Las vistas al llegar a la casa, con el sol poniéndose sobre los picos nevados de las montañas, eran espectaculares, grandiosas.


Era normal que Pedro no quisiera marcharse de allí. Ella llevaba solo un minuto y ya lamentaba que el viaje fuese a ser tan corto.


Pedro detuvo la camioneta delante de la casa y bajaron. Paula aspiró hondo el aire fresco de la montaña y, sin más, notó cómo se deshacía lentamente de todo el estrés acumulado del trabajo.


–¿Qué te parece? –le preguntó Pedro.


–Es precioso.


Había varios hombres cerca de los establos, observándolos. Era evidente que estaban hablando de ellos, pero estaban demasiado lejos para que Paula pudiese oír lo que decían.


–Es un rancho muy grande.


–Sí, señora.


Ella sonrió al oír que la llamaba «señora».


–¿Y estarás a cargo de todo?


–Sí.


Guau. Tal vez no le hubiese dado a su puesto de capataz la importancia que tenía en realidad.


Era una enorme responsabilidad.


Pedro sacó el equipaje de la parte trasera de la camioneta.


–Vamos a instalarnos y te lo enseñaré todo.


Estaban subiendo las escaleras del porche cuando se abrió la puerta de la casa y salió una mujer mayor a saludarlos. Era diminuta, llevaba el pelo corto, blanco y rizado, e iba con unos pantalones de poliéster rosa, una camisa hawaiana y zapatillas de deporte.


–Señor Dilson –dijo, sonriendo de manera cariñosa–. Me alegro de que haya vuelto.


–Y yo de estar aquí –respondió él dándole un abrazo y un beso en la mejilla. Luego se giró hacia Paula–. Elisa, esta es Paula Chaves. Paula, Elisa Williams. Ha sido el ama de llaves de Copper Run desde antes de que yo naciese.


–Encantada de conocerla, señorita Chaves –dijo Elisa, dándole un fuerte apretón de manos–. ¿Les preparo algo de comer? Hay unos restos de estofado de la cena.


–Hemos cenado antes de salir –le respondió Pedro.


–¿Y si preparo algo de beber mientras se instala su invitada? –preguntó Elisa.


–Yo me tomaría una cerveza –le contestó él–. ¿Y tú, Paula? Estoy seguro de que hay alguna botella de chardonnay en la despensa.


Ella pensó que sería abusar demasiado de la amabilidad de su jefe.


–Con un vaso de agua me conformo –respondió.


–De acuerdo –dijo Elisa, abriéndoles la puerta–. He preparado la habitación que hay al lado de la del señor.