martes, 2 de junio de 2015

EL HIJO OCULTO: CAPITULO 14






Mientras Benjamin jugaba felizmente con sus coches de carreras en el suelo de la cocina, Paula preparaba la cena con nerviosismo.


Pedro sospechaba algo. No podía ser de otra manera. No podía ser pura coincidencia que él estuviera allí. Martinstead era un lugar apartado y sólo había una carretera para llegar allí. Los visitantes tenían que entrar y salir por la misma carretera. 


¿Y quién podía haberle dicho que ella estaba allí? Julian, no. Ella estaba segura de su discreción.


Tras llevar dos platos de salchichas, guisantes y puré de patata a la mesa, se volvió y le dio un gran abrazo a Benja. Necesitaba abrazarlo para confirmarse que Pedro no era una amenaza para su vida.


—Te he preparado tus salchichas favoritas porque te quiero —dijo ella, y permitió que el pequeño escapara de sus brazos y se sentara. Lo besó en la frente y se sentó en la otra silla.


Hacía años que no sentía tan pocas ganas de comer, pero se esforzó para dar algunos bocados. Tenía que ser un buen ejemplo para Pedro.


¿Y qué clase de ejemplo era un hombre despiadado como Pedro para su hijo?


En ese momento, tomó una decisión. Pedro no tenía ninguna prueba de que Benjamin fuera su hijo y, mientras ella lo negara, podría hacer poco al respecto. Si lo intentaba, le demostraría que no podría intimidarla y lucharía contra todo lo que se interpusiera en su camino...


Paula miró el reloj. Eran las seis y cuarenta y cinco... Pedro llegaba tarde. Retiró los platos de la mesa y los fregó mientras Benjamin la acribillaba a preguntas sobre Pedro y su coche y sobre cuándo iba a regresar. El muy canalla nunca regresó cuando le prometió a ella que lo haría. Entonces, ¿por qué iba a mantener la promesa que le había hecho a su hijo? Benjamin se quedaría un poco disgustado, pero se le pasaría.


—Bueno, Benja —dijo ella, arrodillándose junto a él en el suelo del salón. A las seis y media lo había convencido para que se relajara y viera un rato la televisión—. Es la hora del baño, del cuento y de acostarse.


—¿Y el paseo en coche? Tu amigo me lo prometió.


Su mirada de decepción le llegó al corazón. Era tan pequeño e inocente...


—Debe de haberse retrasado. A lo mejor viene otro día.


—¿Tú crees?


—Estoy segura —dijo ella, y puso una sonrisa al ver que Benja se ponía en pie contento.


—¿Puedo meter el barco en la bañera? —preguntó Benjamin, justo cuando sonaba el timbre.


«Maldita sea», pensó ella. Pero Benja ya estaba corriendo hacia la puerta.


Paula lo siguió y abrió la puerta. Pedro estaba esperando al pequeño con una sonrisa.


—Has venido. Mamá dijo que lo harías.


—Tu madre me conoce bien. Y tengo una sillita en el coche, así que si ella está de acuerdo podemos ir a dar el paseo ahora.


—Llegas tarde —soltó Paula enfadada. Al verlo le había dado un vuelco el corazón porque estaba igual de atractivo que siempre—. Benja se acuesta a las siete y media.


No le sorprendía que Pedro hubiese conseguido una sillita. Lo que le sorprendía era que fuera de último modelo y que estuviera colocada en el asiento delantero. No estaba segura de si era legal que un niño viajara en el asiento delantero, pero cuando trató de decírselo a Pedro él le contó que en la tienda le habían dicho que no pasaba nada.


—Será mejor que sea un paseo corto —dijo al fin.


Quince minutos más tarde, estaba sentada en el asiento trasero del coche, arrepintiéndose en silencio. Nada más subirse, Pedro les había demostrado cómo se quitaba la capota. Suponía que debería estarle agradecida por haberla vuelto a cerrar, pero lo único que sentía era miedo. Benjamin estaba encantado con su nuevo amigo y ella se preguntaba qué trampa le estaría guardando el destino.


Pedro le explicaba a Benjamin cómo se debía conducir. Ella deseaba decirle que el niño sólo tenía cuatro años y, ya de paso, que fuera más despacio. Pero sabía que no serviría de nada. Se había olvidado de que a Pedro le gustaba conducir a toda marcha.


Al mirar por la ventanilla se percató de que estaban en Bowesmartin. Normalmente, tardaba treinta minutos en llegar allí, pero Pedro había recorrido el mismo trayecto en la mitad de tiempo.


Minutos más tarde, Pedro detuvo el coche en un semáforo frente al hospital Bowesmartin Cottage y ella oyó que Benja le contaba a Pedro:
—Aquí estuve cuando me rompí el brazo y el médico me dijo que había sido muy valiente. Mi madre me tuvo aquí, y yo soy un bebé milagro porque tenía un mellizo, pero murió antes de que yo naciera.


Paula cerró los ojos y empalideció.


—Eso es muy interesante, Benjamin —oyó que le decía Pedro.


Ella abrió los ojos y vio que él la miraba a través del espejo retrovisor.


—¿Cosas de críos, Paula? —se mofó él y la expresión de triunfo que había en su mirada la dejó de piedra.


—No soy un crío. Tengo casi cinco años y soy un niño mayor —dijo Benja. Por fortuna, Pedro volvió a centrarse en el pequeño.


Paula miró por la ventanilla mientras Pedro continuaba conduciendo.


Ella había vivido con su tía Irma durante dos meses después de contarle su desastrosa aventura amorosa y el aborto que había sufrido. Durante ese tiempo había ido a visitar al médico de cabecera para decirle que a pesar de haber sufrido un aborto siete semanas antes, seguía sintiendo náuseas. No recordaba el nombre del hospital de Londres, sólo el nombre del doctor Norman. Y no consideraba necesario mencionar a Pedro ni al doctor Marcus, aunque sí que había estado preocupada por haberse marchado de Londres sin haberse hecho el legrado.


Paula todavía recordaba la sorpresa que se había llevado después de que el médico le hiciera algunas preguntas y le hiciera un reconocimiento médico y una ecografía. Él le dijo que estaba embarazada de dieciséis semanas y que el bebé estaba bien. No tenía de qué preocuparse. Era algo que no solía ocurrir con frecuencia. Se había quedado embarazada de mellizos y había perdido sólo uno.






EL HIJO OCULTO: CAPITULO 13




Pedro agarró el volante con fuerza y condujo a gran velocidad por la estrecha carretera que llevaba a Weymouth. 


No esperaba encontrarse con Paula. Simplemente había parado en la oficina de correos para preguntar cómo se llegaba a Peartree Cottage y acababa de subirse al coche cuando vio a Paula caminando por la acera de enfrente.


Ella llevaba una chaqueta de lana de color rojo, una falda negra corta, mallas negras y unas botas. Con el cabello claro recogido en lo alto de la cabeza y con el rostro sin maquillar, estaba despampanante y sexy. Después, él se fijó en el niño que llevaba de la mano y, aunque más o menos lo esperaba, se quedó helado. El niño se parecía mucho a las fotos de sí mismo cuando tenía esa edad...


Benjamin era hijo suyo. Apostaría su vida por ello. Pero no tenía sentido...


La semana anterior lo había sospechado al mirar la fotografía. Lo primero que había hecho al llegar a Londres fue contactar con Marcus y quedar con él al día siguiente para cenar. Durante la cena, Pedro le preguntó sobre el aborto sin mencionar que Paula tenía otro hijo. ¡No quería parecer un paranoide! Marcus le confirmó que no había duda alguna acerca de que Paula hubiera perdido el bebé. Él había hablado con el doctor Norman y había leído los informes médicos. El sexo del bebé no estaba determinado. 


Después, tras haber bebido más de la cuenta, Marcus regañó a Pedro por haber dejado escapar a una mujer encantadora y comentó que ella había cancelado la cita que tenía en su clínica, algo que no era de extrañar dadas las circunstancias.


Pedro no había hecho ningún comentario al respecto. No había ningún motivo para que Marcus se enterara de que las cosas habían salido de otro modo. Su ego ya había sufrido bastante en lo que a Paula se refería. Pedro llevó a su amigo a casa y al día siguiente trató de hablar con el doctor Norman, quien desgraciadamente había fallecido hacía algún tiempo.


¿Era posible que los médicos se hubieran equivocado?


¡Así debía de haber sido! De algún modo, Paula había mentido y había conseguido convencerlos de que había abortado. La expresión de pánico y miedo que tenía en la mirada cuando se encontró con él era la misma que él había visto en el baile de la embajada, donde empezó a sospechar que ella ocultaba algo.


Estaba ocultándole a su hijo... Si él estaba en lo cierto, ella tenía motivos para tener miedo, y prometía que la haría sufrir por cada día que no había permitido que estuviera presente en la vida de Benjamin.






EL HIJO OCULTO: CAPITULO 12




—¿Se ha portado bien? —le preguntó Paula a su amiga Kathy, sujetando a Benja mientras él tiraba de ella calle abajo.


—Estupendamente. Ha jugado con Emma sin problema.


Paula vivía a las afueras de Martinstead y enseñaba en el colegio de chicas del pueblo de al lado. Kathy, su amiga y compañera de casa en sus días de estudiante, la había ido a visitar cuando nació Benjamin y terminó casándose con el veterinario de la zona. Su hija era dieciocho meses más pequeña que Benja, y Kathy lo recogía del colegio y se quedaba con él hasta que Paula regresaba del trabajo una hora más tarde.


—Gracias. No sabes cómo te agradezco que cuides de él. La semana que viene hay vacaciones, menos mal. Ya sólo quedarán seis semanas para que mi tía Irma regrese de su viaje, ¿te parece bien?


—Deja de preocuparte, Paula. No hay problema. Ahora vete. Hace frío aquí fuera.


—Está bien —Paula se rió y se despidió de ella.


Su tía se había ido de vacaciones a Australia y cuatro días después, Paula ya se había percatado de lo mucho que había dependido de su tía para que la ayudara con Benja durante los últimos años. Había estado junto a Paula cuando dio a luz, y después cuidó de Benjamin mientras su sobrina se formaba como profesora.


Cuando Benjamin comenzó el colegio en el mes de septiembre. Paula animó a su tía para que se marchara durante dos meses a visitar a su vieja amiga en Australia. Su tía Irma se merecía un descanso. Quería mucho a Paula y siempre la había apoyado en todo.


Paula miró a su hijo. Eran afortunados.


Ser profesora era una ventaja para una madre soltera. Tenía las mismas vacaciones que su hijo y la siguiente semana podría relajarse con Benja.


Iban a redecorar su habitación y Benjamin no estaba seguro de si prefería un papel con coches de carreras o dinosaurios.


—¡Mamá! ¡Mamá! —exclamó deteniéndose en la calle.


—¿Qué pasa, cariño? —preguntó ella.


—¿Puedo poner un coche como ése en mi pared? —estaba señalando a un coche que estaba aparcado en la acera de enfrente.


Ella se rió. Era un coche de suelo bajo con aspecto letal, ruedas grandes, color negro e ilegalmente aparcado frente a la oficina de correos


—Mamá, mamá... ¿podemos ir a ver qué coche es?


Pero Paula apenas oyó las palabras de Benja al ver que un hombre salía del coche.


Era alto y delgado y llevaba pantalones vaqueros y un jersey negro de cuello alto. Su aspecto era tan peligroso como el del coche...


Pedro Alfonso...


Paula lo observó paralizada mientras él cruzaba la calle y se paraba delante de ella.


—Paula, vaya sorpresa. Me pareció que eras tú, pero el niño me despistó al oír que te llamaba mamá.


Ella notó que se le aceleraba el corazón y trató de mantener la calma.


—Hola, Pedro —dijo con educación.


—No sabía que tenías un hijo. Nadie me lo dijo —Pedro la fulminó con la mirada y después se dirigió al pequeño—. Hola, jovencito. He oído que le decías a tu madre que te gustaba mi coche —sonrió a Benjamin—. Es el Bentley descapotable, último modelo.


—¡Vaya! ¿Eso significa que el techo se quita? —preguntó Benja con los ojos como platos.


—Sí, apretando un botón. ¿Te gustaría verlo por dentro? O, tengo una idea mejor, vamos a dar un paseo.


—No —soltó Paula, estrechando a Benjamin contra su cuerpo—. Sabe que no debe subirse al coche de un desconocido.


Pedro volvió la cabeza y la miró. La expresión de sus ojos hizo que se le helara la sangre.


—Admirable. Pero tú y yo no somos desconocidos, Paula. No hay nada de malo en que me presentes a tu hijo, ¿no crees?


«Lo sabe...», pensó ella. Después trató de que prevaleciera el sentido común. Quizá Pedro tuviera sospechas al respecto, pero no podía saberlo con seguridad... Y ella no pensaba decírselo.


Permaneció muy quieta y se humedeció los labios mientras pensaba las opciones que tenía.


—Benjamin —dijo mirando a su hijo—, éste es Pedro —tragó saliva—. Nos conocimos hace tiempo —no iba a mentir y a decir que era un amigo—. Di «hola».


Benjamin la miró asombrado y después miró a Pedro muy serio.


—Hola, Pedro. Soy Benjamin Chaves. Vivo en Peartree Cottage, Manor house lane en Martinstead.


Paula deseaba gritar. El año anterior había pasado semanas enseñando a Benjamin a decir su nombre y su dirección por si se perdía, y justo se lo estaba diciendo al único hombre que no quería que lo supiera.


—¿Ahora ya podemos ir a dar un paseo en el coche de este hombre, mamá? —preguntó su hijo con una sonrisa.


Ella negó con la cabeza, pero antes de que pudiera contestar intervino Pedro.


—Por supuesto que puedes, Benjamin. Os llevaré a casa.


—No, no lo harás. Es ilegal que un niño viaje en coche sin sillita, y dudo que tengas una o que ese modelo de coche permita ponerla —miró con disgusto hacia el monstruo negro—. Iremos caminando.


—Pero, mamá...


—Lo siento, hijo. Tu madre tiene razón.


Pedro la miró y ella vio cinismo en sus labios. Paula sintió que le daba un vuelco el corazón al oír que empleaba la palabra «hijo» de modo casual. Sospechaba que no era para nada casual...


Él lo sabía. Pero ella no tenía ni idea de cómo lo había descubierto. Y teniendo en cuenta que Pedro le había dicho que no quería tener un hijo, no comprendía por qué se estaba implicando en aquello.


—Sí, pero en el coche de mamá hay un asiento que puedes utilizar si vienes a casa con nosotros. ¿Puede usarlo, mamá?


—¿Qué? —miró a Benjamin y por una vez deseó que no fuera tan listo. Tenía una respuesta para todo y normalmente llevaba razón. «Igual que su padre», pensó ella, y entonces oyó que Pedro se reía.


—Buena idea, Benja, si es que tu madre está de acuerdo. 


Dos pares de ojos idénticos se posaron en ella a la espera de una respuesta.


Lo último que quería era que Pedro supiera que todavía tenía el coche que él le había comprado y deseaba decir que no. Sin embargo, mintió.


—No creo que sea buena idea. Es bastante difícil quitar y poner la sillita de mi coche. Además, se está haciendo tarde y tienes que cenar, Benjamin. Recuerda que tienes que acostarte a las siete y media —enumeró todas las excusas posibles—. Estoy segura de que el señor Alfonso es un hombre muy ocupado. Quizá en otro momento.


—No tan ocupado. Pero comprendo lo que dices sobre la sillita —dijo con sorna—. Tengo una idea —miró el reloj y sonrió a Benjamin—. Mientras vosotros os vais a casa para cenar, yo haré unas cuantas llamadas que tengo pendientes.
Volveré a las seis con una sillita y entonces podremos irnos a dar una vuelta. ¿Qué te parece?


—«Terrible», pensó Paula con amargura. Pero al ver la enorme sonrisa del rostro de su hijo no tuvo valor para decepcionarlo otra vez.


—Sí el señor Alfonso está seguro de ello, a mí me parece bien —mintió.


—Estoy seguro.


Él la miró con frialdad y ella tuvo la sensación de que no sólo se refería a lo del coche. Con un poco de suerte, no le resultaría tan sencillo encontrar una sillita en Dorset a las cuatro y media de la tarde de un viernes. Weymouth era el lugar más cercano donde vendían ese tipo de cosas y quizá Pedro abandonara la idea, o se perdiera...


Lo último sería lo mejor.


—Volveré, Paula. Cuenta con ello.


Su tono era grave y amenazante y ella deseó agarrar a su hijo y salir corriendo. Sin embargo, lo miró a los ojos y puso una sonrisa.


—Si tú lo dices...


Pedro le había dicho las mismas palabras cuando se marchó a Grecia al cumpleaños de su padre y, entonces, había mentido. Al recordar el pasado, ella decidió enfrentarse a él. 


Cinco años atrás, Pedro no había querido un hijo y, desde luego, no iba a tener al suyo...


—Créelo —dijo él, y alborotó el cabello de Benjamin con la mano—. Te veré a las seis, Benja —regresó a su coche y se marchó.