miércoles, 6 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 12




—Era Pedro, ¿no? Diablos, es guapo de verdad, ¿no? —Mónica estaba hablando prácticamente a gritos.


—Era Pedro.


«Con sus labios letales y todo». Oh, Dios, el beso había sido para morirse. Delicioso como para caerse de espaldas. Y un gran error.


—Maldita sea. No debería haber pasado.


—¿Qué no debería haber pasado? —Mónica empujó a Paula sobre la cama que hacía las veces de sofá.


—El beso. Yo no debería haberlo hecho…, él no debería haberlo hecho. «Yo debería haberlo rechazado, debí haberle recordado que no me conviene».


—¿Besa mal? —Mónica dobló las piernas, se sentó al estilo indio y se frotó las manos.


—Besa increíble, pero no debería haber dejado que me besara.


—¿Por qué diablos no? Es guapísimo y ese acento…, vaya, me derrito solo de pensar en eso.


—Ya sabes lo que pienso de los soñadores, Mónica. Es camarero en el Alfonso.


—¿Y? Es camarero igual que tú. Tenéis eso en común.


Paula puso los ojos en blanco.


—Genial, entonces vamos a ahorrar dinero para poder comprar un auto decente algún día, que tendríamos que compartir para poder ir y venir de nuestros trabajos de mala muerte. No funcionaría.


Enamorarse de alguien como Pedro le rompería el corazón. ¿Después qué? Terminaría como su madre, saltando de un hombre a otro.


No, el beso había sido un error. La próxima vez que Paula lo viera pondría las cosas en claro, le haría prometer que mantendría la distancia, o su amistad tendría que terminar. 


Le gustaba hablar con él, escuchar sus planes, pero besarse tendría que ser algo que habían hecho solo una vez. Una vez increíble…, pero solo una vez. Paula miró a su hermana y abrió el sofá cama.


—Estoy muerta.


—Pero quiero oír más sobre esa cita.


—No fue una cita.


—Te ha traído a casa.


—Eso es porque mi auto no arrancaba —dijo, a modo de explicación.


—Te ha dado un beso en la puerta y son casi las tres de la mañana.


—Hemos hablado en la parte de atrás de la limusina, hemos visto cómo despegaban los aviones.


—¿Has estado en una limusina?


Oh, aquella no era una información para compartir con su hermana si Paula quería pegar ojo antes de que su hijo la despertara.


—La limusina del hotel. Pedro la ha conseguido para llevarme a casa. No ha sido una cita.


—A mí me suena como una cita.


Paula había pasado toda la noche al lado de Pedro, la había traído a casa, le había hablado sobre su pasado, su futuro. 


Ese beso no se olvidaría tan fácilmente.


—No exactamente una cita…


Mónica se metió bajo el edredón de su cama con una sonrisa maliciosa.


—Si lo que he visto es un casi… —hizo el símbolo de comillas en el aire— novio, quiero un poco de eso —dijo mientras apagaba la luz.


—Buenas noches, Mo.


—Buenas noches, hermanita. Que sueñes con «casi besos».


Paula le arrojó una almohada.


—Malcriada.






NO EXACTAMENTE: CAPITULO 11






Pedro la miró por el espejo retrovisor. Paula estaba pulsando botones y experimentando todos los lujos que proporciona una limusina, con una sonrisa de oreja a oreja. Adorable, no había otra manera de describirlo.


—¿Habías viajado antes en una limusina? —preguntó, mientras doblaba en dirección al aeropuerto.


—No, en realidad no. No puedo creer que haya gente que viva de esta manera todo el rato.


—Sí, la hay.


—¿Te imaginas cómo sería poder hacerlo en cualquier momento en que te apetezca dar un paseo?


Pedro tragó saliva y mantuvo sus ojos en la carretera.


—He conocido a muchos a los que alimentaron con cuchara de plata cuando eran niños…, adultos que han tenido acceso a las limusinas toda su vida. Te sorprendería saber cuántos de ellos se parecen a ti y a mí. Miró por el espejo retrovisor para ver la reacción de Paula.


Ella se encogió de hombros y acarició el cuero como si fuera un abrigo de piel.


¿Qué pensaría si supiera que viajaba en limusinas desde antes de nacer? Su padre no estaba allí para cuidar de él todo el tiempo, y alguien tenía que llevarlo y traerlo de la escuela. Había un chófer que se encargaba de él y Cata cuando eran pequeños. Cuando comenzaron la secundaria, Pedro le preguntó a su padre si el conductor podía llevarlo en un automóvil «normal» para que los niños no se burlaran de él en el instituto. Horacio le dijo que fuera valiente como un cowboy y que se defendiera de los niños sin pedir ayuda. 


Era un Alfonso, y los Alfonso tenían dinero. También se dedicaban a gastarlo.


Pedro se dedicó a ofrecer a otros niños paseos todo el tiempo, lo que puso fin a las burlas y dio inicio a las fiestas. 


En el instituto, Pedro aprendió quiénes eran sus verdaderos amigos y quiénes se aprovechaban de él. Miguel, Tomas y Daniel permanecieron; los demás cayeron en el olvido.


—Creo que cualquier persona podría acostumbrarse a esto. Yo al menos sí podría.


Pedro sonrió y deseó poder grabar sus palabras para utilizarlas más tarde, cuando pudiera decirle la verdad sobre sí mismo.


—¿Hay vino ahí atrás?


—Champán.


—Si te parece bien, puedo estacionar en las pistas de aterrizaje y podemos mirar cómo despegan los aviones por el techo corredizo.


El Hotel Alfonso estaba ubicado al lado del centro de convenciones, a no más de seis kilómetros del aeropuerto.


—¿No tienes que devolverla?


—No, no hay nadie para conducirla.


Pedro se metió por una calle oscura donde varias personas habían estacionado para ver a los aviones despegar. Ontario todavía no estaba superpoblado alrededor del aeropuerto, así que se podía ver bastante bien.


Encontró un buen lugar, apagó el motor y se unió a Paula en la parte de atrás. Una vez sentado, accionó el interruptor, y se abrió el techo.


—¡Vaya!


Sus ojos brillaban.


Pedro encontró el champán y le quitó el papel metálico del tapón.


—Ven —dijo, poniéndose de pie para sacar la cabeza a través del techo.


Descorchó la botella y el corcho se perdió entre los arbustos. 


El champán comenzó a burbujear hacia afuera y Paula dejó escapar un gritito.


—Toma. —Le alcanzó un pañuelo antes de que la bebida llegara a derramarse por el suelo.


—Muchas gracias por su amabilidad, madame.


Paula volvió a reír, volvió a sentarse y le alcanzó un par de copas.


Pedro le sirvió una copa, luego llenó la suya y colocó la botella en la champanera. Levantó su copa y añadió:
—Por los nuevos amigos.


—Beberé por eso —dijo Paula antes de chocar su copa con la de él.


Bebió un sorbo de champán y se relajó de nuevo en el asiento a su lado. Su mirada se dirigió hacia el techo para ver la parte de abajo de un avión que estaba despegando.


—Sabes, he visto a la gente estacionar aquí todo el tiempo, pero nunca pensé que alguna vez lo haría yo misma.


—Es increíble cómo mantienen esos monstruos de metal en el aire.


—Yo tampoco lo entiendo. Me sorprende que den tan pocos problemas.


—Sigue siendo la forma más segura de viajar —dijo Pedro.


—No sabría decirte. Solo he montado en un avión una vez.


—¿En serio?


Eso era difícil de creer.


—Tenía doce años. Mónica, mi hermana, tenía nueve. Mamá conoció a un tipo que le dijo que estaba de visita desde Seattle. Se había enamorado perdidamente de él en el transcurso de dos semanas durante el verano.


—Supongo que tu madre es divorciada.


—Unas cuantas veces —confesó Paula sin siquiera un indicio de disgusto en su rostro.


Era evidente que estaba acostumbrada a la manera de ser de su madre.


—De todos modos, ese tipo le contó el cuento de que le encantaría estar con ella y con nosotras, sus niñas, pero no podía vivir en el sur de California. Tenía un negocio en Seattle del que se tenía que ocupar. No podía pedirle que se fuera de aquí y nos arrastrara a nosotras al norte… bla, bla, bla.


—Y, ¿entonces qué sucedió?


—Mi madre nos compró los billetes de avión, hicimos nuestras maletas y nos llevó a Seattle.


Sacudió la cabeza al recordar.


—Supongo que las cosas no salieron bien con el señor Charlatán.


—No. A la esposa del señor Charlatán no le agradó mucho abrir la puerta y encontrarnos allí.


—Ay.


—Mónica y yo ni siquiera tuvimos oportunidad de sentir la lluvia del noroeste del Pacífico de la que todos se quejan. Mamá nos llevó al aeropuerto, donde pasamos casi dos días enteros hasta que pudimos conseguir un vuelo de regreso a casa.


—¿Dos días? ¿Por qué tanto?


—Mi madre no tuvo la precaución de comprar pasajes de ida y vuelta, ni siquiera de tener dinero suficiente para pagar los billetes de regreso. Una amiga suya le envió el dinero, pero aun así tuvimos que quedarnos en lista de espera en medio de la noche para tomar un vuelo barato. Fue un desastre.


—Eso quita a cualquiera las ganas de volar —le dijo.


Paula tomó un sorbo de champán.


—¿Qué hay de ti? ¿Tus padres siguen casados?


—Ah, no.


—No pareces estar muy seguro.


—Bueno, mi madre se fue cuando yo era adolescente. Ella se mantuvo en contacto, a su manera, un día una llamada, otro día una carta. Tuvo a mi padre en vilo hasta que mi hermana se graduó en el instituto. Después le pidió el divorcio. —Recordaba aquel día—. Era junio. En Texas estaba empezando a hacer calor. Mi padre trabajaba demasiadas horas. Entonces, un día entré y lo encontré sentado en el estudio, bebiendo whisky.


—Eso no suena tan mal.


—Era la una de la tarde de un miércoles.


—Oh. Supongo que eso no iba con la personalidad de tu padre.


Pedro vio cómo la preocupación se apoderaba del rostro de Paula.


—Mi padre trabaja mucho —le dijo en voz baja.


—Parece que admiras mucho a tu padre.


—Así es. Trabajó duro y se hizo cargo de dos hijos sin la ayuda de una madre. Cuando mi madre estaba con nosotros, trabajaba más duro que ninguna otra persona que yo conociera. No lo veíamos mucho, lo que quizás fue la razón de que ella lo dejara. No lo sé. No recuerdo que se quejara. Cuando ella se fue, papá estuvo más presente. Se dedicó a cuidar de mi hermana y de mí de una manera distinta. Mucho mejor. De todos modos, mi madre presentó una demanda de divorcio y ahora solo intercambiamos tarjetas de Navidad. A veces ni siquiera eso. El año pasado estuvo viviendo en Italia con un tipo que se llamaba Pierre o algún otro nombre espantoso.


—Fue difícil para tu padre, ¿no?


Paula dejó la copa a un lado y se recostó en el asiento.


—Creo que siempre quiso que volviera. Incluso después de haberlo abandonado durante todos esos años, la habría recibido sin exigir la más mínima explicación de por qué se había ido. —Aquello era más triste de lo que podían expresar las palabras. Por qué alguien adoraría a su madre era algo que escapaba completamente al razonamiento de Pedro.


—¿Tu padre nunca trató de explicarte lo que pasó entre ellos? ¿Por qué se fue?


—No. Nunca ha hablado de ello. Lo único que se me ocurre es que ella no lo amaba. Él se ocupó de mantenerla; nunca le faltó nada. No se pelearon. Pero ¿qué sabía yo…? Era un niño.


—¿Tu padre se casó de nuevo?


Pedro negó con la cabeza.


—No.


—Todavía debe de amar a tu madre.


Pedro pensaba igual. Ahora sabía que había sido un amor no correspondido desde el principio.


—Si te hace sentir mejor, yo ni siquiera recibo una carta de mi padre en Navidad.


Paula se acomodó en su asiento, se liberó de los zapatos, dobló sus piernas y se sentó sobre ellas.


—¿En serio?


—Ni una sola palabra desde que nos abandonó.


—¿Por qué se fue?


Los ojos de Paula miraban más allá del techo corredizo mientras hablaba, sus pensamientos se hundían en el pasado.


—No quería tener nada que ver con la paternidad o la monogamia. Mi madre dijo que él la engañó desde el principio, pero estaba dispuesta a pasarlo por alto.


—¿Por qué dejaría pasar algo así una mujer?


—Tener dos hijos que alimentar hace que las mujeres hagan todo tipo de cosas. Pero estoy segura de que ella se habría dado por vencida con el tiempo. De todos modos, mi madre pidió el divorcio y lo tuvo localizado durante el tiempo suficiente como para conseguir que firmara los papeles. Después de eso, se fue.


Paula se estremeció de frío. Pedro apretó el botón y cerró el techo corredizo. Encontró un interruptor y encendió los calienta asientos.


—¿Fue duro para ella?


Paula se encogió de hombros.


—Estoy segura de que lo fue. Pero ella lo reemplazó rápidamente con el marido número dos, luego el tres. Últimamente solo vive con ellos hasta que se termina la novedad, luego encuentra otro.


—Eso es frío —dijo.


—Es la verdad. Ella vive en las afueras de Fontana, pero mi hermana prefiere vivir conmigo y Damy que lidiar con sus dramas todo el tiempo.


Pedro estiró el brazo a lo largo de la parte posterior del asiento.


—Una decisión inteligente. Nadie necesita ese tipo de inestabilidad en su vida.


—Cierto.


—Entonces, ¿tu hermana y tú estáis muy unidas?


Paula apartó un mechón de pelo que había caído sobre sus ojos.


—Mucho. ¿Y tú y tu hermana? ¿Estáis unidos?


—Nos llevamos bien, pero yo no diría que estamos unidos. Ella es muy dispersa, no quiere crecer.


Paula se echó a reír.


—Dicho por el tipo que conocí cuando regresaba de un fin de semana en Las Vegas con sus amigos, que le «prestó» este vestido y zapatos a una casi desconocida, y ha pedido prestada la limusina del hotel para llevar a una chica a casa… Si la llamas dispersa, creo que viene de familia.


Pedro echó la cabeza hacia atrás y se rio. Seguramente no parecía un monaguillo a los ojos de Paula.


—Visto de ese modo…


—¿Te reúnes con tu familia durante las fiestas? Supongo que no los visitaste en Acción de Gracias…


—Intento ir a casa, pero no siempre lo consigo. ¿Y tú? ¿Has visto a tu madre en Acción de Gracias?


—No tuve escapatoria. Cuando Renee Effinger, que es el nombre de mi madre, invita, es mejor que vayas. Si no lo haces, debes estar preparado para que te haga sentir una culpa tremenda la próxima vez que la veas. No importaba que yo hubiera trabajado durante la mañana, no importaba que a ninguno de nosotros nos guste su comida, teníamos que ir.


—Supongo que eso significa que estarás con ella en Navidad.


—Probablemente. Damy piensa que es divertida. El problema es conmigo y con mi hermana. Todo el mundo la quiere. Por Dios, la adoran.


Paula inclinó la cabeza hacia adelante y la apoyó sobre su codo, que descansaba sobre el respaldo del asiento.


—¿Ha hecho algo terrible?


—No, en realidad no. Nos crio lo mejor que pudo. Lo que no es fácil cuando hay una sola una persona que aporte. Lo sé mejor que nadie. Creo que tal vez estoy enojada con ella por no haber encontrado un hombre y haberse quedado con él. ¿Es tan difícil eso? Miles de personas se las arreglan para permanecer casadas durante años y años. ¿Por qué ella no puede?


Pedro percibió su tristeza, y sintió deseos de arrancársela de un tirón.


—También hay miles de personas que se divorcian.


—Lo sé. Supongo que solo quiero verla sentar cabeza, que esté protegida.


—La estabilidad es importante para ti.


Ahora comprendía su deseo de tener un marido rico. Paula pensaba que con el dinero llegaría la estabilidad. Diablos, la relación de sus padres probaba que estaba equivocada. No había garantías, incluso cuando uno de los involucrados estaba perdidamente enamorado del otro.


—Sí.


— Lo entiendo. Recuerdo despertar en Navidad todos los años, soñando que mi madre estaba ahí, contándonos que algo horrible la había mantenido lejos y cómo deseaba haber estado con nosotros. Pero nunca vino. —Pedro negó con la cabeza y se aclaró la garganta—. Nunca.


Paula se acercó y puso su mano sobre la de él.


—Así es, la vida es una mierda a veces.


Observó su mano jugando con la de él, disfrutaba de la sensación.


—Basta ya de recuerdos. ¿Qué hay de tu futuro, Paula…?, ¿cómo es tu apellido?


—Chaves, Paula Chaves.


—¿Qué crees que estarás haciendo dentro de cinco años?


Su rostro se iluminó y Pedro se alegró de haber cambiado de tema.


—No lo sé. Quiero retomar mis estudios, como te he dicho, tal vez conseguir algún tipo de trabajo de organización de eventos.


—Dijiste algo acerca de organizar bodas.


—No es que sepa mucho de bodas. Las bodas de mi madre en la secretaría del condado no cuentan. Pero sí, me encantaría ayudar a las novias con lo que se supone que es el día más feliz de sus vidas.


Paula seguía acariciándole los dedos con los suyos. Se preguntaba si era consciente de lo que estaba haciendo.


—Supongo que te das cuenta de lo raro que suena eso, considerando todos los matrimonios fallidos de tu madre.


—Eso no significa que yo no crea en el matrimonio. Me refiero a un matrimonio de verdad, no al estado pasajero con el que mi madre suele jugar. Puedo planear otros eventos además de bodas. Hay fiestas de aniversario, cumpleaños, actos corporativos. Los organizadores planifican todo tipo de cosas.


—Averiguaré cómo hizo la muchacha del hotel para conseguir ese trabajo.


—Me encantaría saberlo.


—Se lo preguntaré por ti.


Ella sonrió.


—Gracias. Y tú, Pedro, ¿dónde te ves en cinco años?


Pedro dio la vuelta a la mano de Paula y comenzó a acariciarla por dentro con el pulgar.


—Me gusta la actividad hotelera.


—¿Te gustaría administrar un hotel?


—Algo así. Quiero empezar un nuevo concepto en hoteles, orientado para la familia típica, para el presupuesto familiar medio. Nada muy lujoso o de alta gama.


Paula recorrió con la mirada el interior de la limusina.


—¿Nada de limusinas ni caviar?


—Eso no sería rentable, pero iría bien con furgonetas y autos normales. Quiero ofrecer un servicio para la clase media, pero con algunos de los beneficios que ofrece el Alfonso.


—¿Qué tipo de beneficios?


Se inclinó hacia adelante, mientras escuchaba con interés.


—Servicio de habitación con alimentos orientados a la familia. Servicio de niñeras, cuidado de perros, incluso un spa con precios razonables.


Ese era su concepto para el hotel que estaba construyendo en Ontario.


—Pondría los hoteles cerca de los aeropuertos, en los principales destinos de vacaciones familiares.


—¿Así que quieres empezar una cadena de hoteles, no solo uno? Esa es una meta en serio, Pedro.


Pedro se controló, para no abrirse demasiado con Paula.


—Empezaría con uno, vería qué es lo que funciona y lo que no. Luego, haría ajustes y seguiría adelante utilizando las ganancias del primer hotel para construir el próximo.


—Estás hablando de un capital enorme, ¿y los inversores?


—He estado ahorrando. —Lo cual era cierto.


—¿Cómo se llamará tu hotel?


Estaba sonriendo, no una risa burlona como diciendo «sí, seguro que lo harás… algún día», sino una risa sincera, como diciendo «espero que lo consigas».


—Más por menos.


Paula contuvo la risa.


—¿Qué? ¿No te gusta?


—Bueno, lo de «Más» es como una imitación de Mas-Alfonso, ¿no?


—Mis amigos me llaman Pedro Mas.


No le gustaba para nada el nombre.


—Aun así, «Más por menos», suena… no sé, barato. Como «Todo por 10 dólares».


—Será barato en comparación con el Alfonso de todos modos.


Se enderezó en el asiento.


—El nombre tiene que ser algo de lo que la gente pueda presumir. Piensa en Nordstrom y Nordstrom Rack. Ambos venden ropa Nordstrom, pero una es la tienda de rebajas. Si tuvieras alguien con influencia en el Alfonso, te sugeriría que llamaras a tu hotel «Alfonso West» o algo por el estilo. O ponerle un nombre completamente ambiguo como «Casa Pedro».


Pedro se rascó la cabeza e ignoró deliberadamente su comentario respecto a tener influencias en el Alfonso.
—«Casa Pedro» me suena a nombre de bar.


Paula hizo un gesto hacia él con la mano que tenía libre.


—O la casa de un amigo. Piensa en esto: «Vamos a Disneylandia y nos vamos a quedar en Casa Pedro». Por otra parte: «Vamos a Sea World y nos alojaremos en Más por menos». ¿Entiendes a qué me refiero? El primero suena como un viaje genial, el otro suena como unas vacaciones de bajo presupuesto con camas duras y techos con goteras.


Pedro se rascó el mentón.


—Nunca lo he pensado de esa manera.


Se preguntó si alguien en su equipo pensaba lo mismo, pero no había querido revelar sus preocupaciones porque lo de «Más por menos» había sido idea suya. Definitivamente necesitaba hablar con el departamento de marketing el lunes.


Pedro le miraba los labios mientras hablaba.


—Tienes tiempo para pensar en el nombre. Se necesitarán años y un montón de contactos antes de que alguien como nosotros pueda abrir un establecimiento de ese tipo.


La culpa lo golpeó como un fuerte puñetazo en el estómago. 


Paula realmente no tenía la más remota idea de quién era ni de su patrimonio. Si hubiera sabido quién era en realidad, ¿habría sido tan abierta y honesta con él? Probablemente no.


Paula ocultó un bostezo detrás de su mano y sonrió cuando cruzó su mirada. Miró las manos de ambos; estaban dibujando pequeños círculos sobre la mano del otro. Paula retiró su mano, al darse cuenta de que estaba metiéndose en un coqueteo sin sentido.


Pedro sintió inmediatamente la falta de su tacto, pero no dijo ni una palabra al respecto.


—Es mejor que te lleve a casa.


—Sí. Es tarde —dijo Paula asintiendo con la cabeza.


Pero él no quería llevarla a su casa. Quería que se quedara despierta con él hasta tarde, hablando, y luego besándose un poco, después, tal vez tocándose un poco más. Sus labios rosados se derretirían en contacto con los suyos y pensó. «No te dejes llevar por tus instintos, Pedro. Lo echarás todo a perder». Haciendo caso omiso de sus impulsos, abrió la puerta y salió.


—Iré delante contigo, si te parece bien —dijo tras ponerse de nuevo los zapatos y salir detrás de él.


—¿Estás segura? Es mucho más agradable ahí atrás.


—No es tan divertido estando sola.


Pedro estuvo de acuerdo y la ayudó a entrar en el asiento del copiloto. Luego dio la vuelta al automóvil y se sentó en el del conductor.


Paula le indicó el camino a su apartamento.


—¿Cuándo trabajas de nuevo? —preguntó Pedro.


—Estoy libre mañana y trabajo los tres días siguientes Si el auto necesita un arreglo importante, mi hermana me puede llevar y traer. ¿Tienes alguna idea de lo que le pasa?


—Puede ser el motor de arranque. Lo revisaré por la mañana.


Pedro observó cómo abría su bolso y sacaba un bolígrafo y un pedazo de papel.


—Aquí tienes mi número. Llámame y dime cuánto costará.


—Los favores entre amigos no se pagan —le dijo.


—Ya has hecho bastante.


Aún no había visto nada…


Paula colocó el papel con su número de teléfono en el compartimento que separaba los asientos.


—Llevaré el vestido a la tintorería y estará listo para devolverlo a la tienda.


—Puedes quedártelo —dijo mientras cambiaba de carril.



—Sí, claro, eso sería robar, no pedir prestado.


Paula era demasiado honesta para eso. Pedro no tuvo más remedio que ocultar el hecho de que había pagado por el vestido.


—No creo que nadie se dé cuenta.


—Yo me daría cuenta.


Era inútil intentar que se quedara con el vestido. La miró y notó el brillo de los pendientes que colgaban de sus orejas.


—Compré los pendientes. Así que no los pongas de vuelta en la caja. Eso sí te lo puedes quedar.


Sus delgados dedos tocaron los elegantes diamantes, y una sonrisa se formó en sus labios.


—¿Los compraste?


—Pensé que te quedarían muy bien.


Recordó el par de pendientes baratos que había dejado en la habitación del hotel. Nordstrom contra Nordstrom Rack. 


Estos no eran una imitación.


—No debiste molestarte.


—Lo hice con gusto. Considéralo un regalo de Navidad adelantado.


Uno de muchos, esperaba.


—Espero que no te hayan costado demasiado.


La miró con el ceño fruncido.


—Es de mala educación preguntar cuánto ha costado un regalo.


Paula le puso la mano en el brazo.


—Gracias, Pedro. No debiste molestarte, pero gracias.


Durante el resto del camino, reinó un silencio cómodo. Eran casi las dos de la mañana cuando se detuvieron ante el edificio.


—Puedo seguir sola desde aquí —le dijo.


Pedro no le hizo caso y abrió la puerta.


—En Texas, un hombre nunca deja que una dama camine sola hasta la puerta. Especialmente por la noche.


Además, ¿cómo iba a besarla si no la acompañaba hasta la puerta? Ella se rio, era un cálido y acogedor sonido que resonó en las fibras del corazón de Pedro.


—No es mi intención ponerme en contra a todos los hombres de Texas.


—Bien.


Tras abrir la puerta y ayudarla a salir del automóvil, Pedro dejó que lo guiara hasta la entrada del apartamento. Su perfume floral dejaba una estela mientras avanzaba por el pasillo. Tomó nota mental de su número de puerta para utilizarlo en el futuro.


Algunos mechones de cabello envolvían la esbelta nuca de Paula, que se detuvo frente a la puerta.


—Es aquí —dijo mientras se volvía hacia él.


Pedro estaba cerca, lo suficientemente cerca para ver la sorpresa en sus ojos cuando lo vio. Ella no retrocedió. 


Cuando se mordió el labio, el pulso de Pedro se disparó. La mirada de Paula se deslizó de sus ojos a sus labios, invitándolo, involuntariamente, a besarla.


Él no le dio oportunidad de protestar.


Pedro enredó su mano detrás de la cabeza de Paula y acercó su boca a la de ella. La llama que había estado latente durante toda la noche con la proximidad de sus cuerpos se transformó en un infierno en cuestión de segundos.


Paula no se apartó.


Él la tomó por su delgada cintura y la acercó hacia su cuerpo. Ella gimió y echó la cabeza un poco más hacia atrás. 


Él deslizó la lengua entre sus labios y se fundió con ella. Pedro intentó guardar en su memoria cada sensación, su olor, su sonrisa y la manera en que sus labios se deslizaban sobre los suyos. Su mano se posó sobre el brazo de él; sus dedos le masajearon los músculos. Los tímidos ataques de su lengua contra la de él confirmaban su atracción, sus sentimientos hacia él, más allá de sus palabras.


Esto era más que amistad, pensó. Sobre esto escribían los poetas. Pedro quería más, mucho más que un beso robado en la puerta del apartamento.


La puerta detrás de ella se abrió de repente, haciendo que Paula perdiera el equilibrio. Si Pedro no la hubiera estado sosteniendo, probablemente habría terminado en el suelo. 


Los ojos de Pedro se abrieron de golpe y vio la expresión de sorpresa de Paula y la mujer, que debía de ser su hermana, Mónica.


—¡Oh! Lo siento. Lo siento mucho.


Mónica tenía los ojos abiertos como platos. Sus manos cubrían sus mejillas enrojecidas. Paula se apartó de él. Se pasó los dedos a lo largo de su hinchado labio inferior. El resplandor de sus mejillas era más que delicioso.


—Está bien. Pedro ya se iba —dijo Paula finalmente.


Era mejor que se fuera rápido, antes de que Paula comenzara a lamentar el beso que habían compartido.


—Mañana te llamo.


Paula exhaló un suspiro y se mordió el labio inferior.


—Claro, mi auto. Vale, hablaremos mañana.


—Buenas noches, Paula —dijo mientras se iba, dejando a las dos mujeres azoradas en la puerta.


Antes de doblar la esquina del pasillo, oyó que Mónica se reía y decía:
—Oh, Dios mío. ¿Ese es Pedro?


Pedro estaba más seguro de sí mismo, su sonrisa era un poco más amplia