domingo, 27 de junio de 2021

IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 26

 


Paula oyó ruido de voces y se dio cuenta de que la lancha con los invitados debía haber llegado al barco, pero no se movió. No le apetecía hablar con extraños en aquel momento.


Un profundo suspiro escapó de su garganta. Debía haber tenido el peor primer día de luna de miel de la historia. Pero no podía empeorar, de modo que se dio la vuelta.


—Paula —Pedro se acercaba a ella con un traje de lino beige, la camisa abierta en el cuello, el pelo negro echado hacia atrás—. Estaba buscándote. Ya han llegado los invitados —dijo, tomándola del brazo.


Se había equivocado, pensó Paula. Las cosas podían empeorar…


Sentada a la izquierda de Pedro, Paula miró alrededor. La cena del infierno podría llamarse aquello.


Además de Máximo y un chico joven, había siete parejas en total.


Dieciséis alrededor de la mesa en el suntuoso comedor del yate.


Pedro la había presentado como su esposa y habría que estar ciega para no darse cuenta de la incredulidad con la que los invitados habían aceptado la noticia. Todos les dieron la enhorabuena, por supuesto, pero las miradas de las mujeres variaban de la curiosidad a la compasión. Y una de ellas la miró de manera venenosa… Eloisa, naturalmente. Pedro le había presentado a su marido, Carlo Alviano, y a su hijo de veintidós años de un primer matrimonio, Giovanni.


El resto eran parejas estadounidenses, griegas, francesas… una reunión de ricos y famosos, a juzgar por los vestidos y las joyas, que debían valer una fortuna.


Paula miró al joven, Giovanni, sentado a su derecha. Su rostro le resultaba familiar, pero no podría decir por qué. Tenía una belleza clásica, el pelo oscuro, rizado. Quizá era modelo, por eso le sonaba su cara.


Seguramente habría visto fotografías suyas en alguna revista de moda…


—¿Más vino? —Le ofreció el camarero y Paula asintió con la cabeza.


Sabía que estaba bebiendo demasiado, pero le daba igual, pensó, mirando a Eloisa con mórbida fascinación. O, más bien, el minivestido rojo que apenas cubría sus voluptuosos senos.


Estaba sentada a la derecha de Pedro y hacía lo imposible por llamar su atención, tocando su brazo, hablando de cosas del pasado que sólo ellos dos conocían…


En cuanto a su marido, Carlo, que estaba sentado a su lado, era como si no estuviera allí.


¿Por qué lo soportaba él?, se preguntó. Un hombre sofisticado de unos cincuenta años, encantador y propietario de un banco… ah, quizá ésa era la razón por la que Eloisa se había casado con él, pensó cínicamente.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 25

 


Sabía que la tenía en sus manos. La estaba viendo temblar, de modo que no se había equivocado. En unos días Paula habría olvidado esa tontería de dejarlo. Pero debía ir con cuidado. Naturalmente, estaba enfadada con él porque la había obligado a enfrentarse a la verdad acerca de su familia y a aceptar que su marido no era el príncipe azul que había creído… sino tan humano como cualquiera.


Había llegado donde estaba siendo a veces despiadado para conseguir lo que quería. Y nunca aceptaba un insulto sin vengarse. Cualquier otra cosa era un signo de debilidad y nadie podría acusarlo de eso.


Pero también podía ser encantador…


—Lamento haber discutido contigo, pero tú eres la única mujer que inflama mi pasión. No quería contarte la verdad sobre tu padre, pero que hablases de él como si fuera un santo me ha sacado de quicio. ¿Podemos dejar eso atrás? Te prometo que, si te quedas, no le haré daño a tu familia… —cuando iba a abrazarla, Paula se apartó de un salto.


Pedro se quedó perplejo. Estaba siendo cariñoso con ella… ¿qué más quería? Pero era magnífica, pensó luego. Tan bella, con los ojos brillantes como una diosa, las manos en gesto desafiante sobre las caderas.


—¿Estás loco? Después de lo de hoy, no creería nada de lo que dijeras aunque me lo jurases sobre la Biblia —le espetó.


—¿Ah, no? Entonces confía en esto —replicó él, tomándola por la cintura para tumbarla sobre la cama.


Paula luchó como una mujer poseída mientras él sujetaba sus manos, intentando besarla.


—Paula, para…


La tenía sujeta sobre la cama, aprisionándola con su cuerpo, sujetándola con una mano mientras con la otra apartaba el sujetador para buscar sus pechos con la boca. Una excitación nueva, desconocida para ella, la envolvió entonces y toda idea de resistir se desvaneció.


—Me deseas —dijo Pedro con voz ronca.


—Sí —contestó Paula, envolviéndolo con sus brazos. Lo deseaba, tenía razón, no podía evitarlo.


Involuntariamente se arqueó, disfrutando de la presión del cuerpo masculino. Pedro se movía sensualmente sobre ella, tirando de sus pezones con los labios, chupándolos hasta que perdió la cabeza. Luego, apartó sus braguitas de un tirón y, colocándose entre sus piernas, se introdujo hasta el fondo con una poderosa embestida, la sensación tan intensa que Paula apenas podía respirar.


Entraba y salía de su cuerpo rápida y salvajemente, mirándola a los ojos, sujetándola contra la cama. Paula sintió una explosión de placer tan exquisito que sólo podía jadear mientras Pedro caía sobre ella dejando escapar un gemido ahogado.


Se quedó así, con los ojos cerrados, exhausta y buscando aire, los espasmos aún latiendo en su interior. Luego sintió que Pedro se apartaba de ella, pero Paula mantuvo los ojos cerrados. No podía mirarlo, una profunda sensación de vergüenza y humillación la consumía.


Sabía que no la quería y que sólo se había casado con ella para vengarse de su familia… pero nada había evitado que se derritiera en cuanto la besó. Unos minutos antes del apasionado encuentro, había hecho que dejase de creer en el amor, algo en lo que había creído durante toda su vida. Paula sintió sus manos apartándole el pelo de la cara, sus dedos trazando la curva de sus labios.


—Mírame.


Paula abrió los ojos por fin. Pedro estaba inclinado sobre ella, la determinación marcada en cada ángulo de su brutalmente hermoso rostro.


—Deja de fingir. Tú me deseas y yo también. Incluso puede que ya lleves un hijo mío dentro de ti, así que vamos a dejar de discutir. Estamos casados y así vamos a seguir.


Paula estuvo a punto de decírselo entonces… Ella era una mujer práctica y tomaba la píldora desde que empezaron a salir juntos, por precaución. Pero decidió mantener el secreto. ¿Por qué alimentar su colosal ego contándole cuánto deseaba acostarse con él?


— Y yo no tengo nada que decir, ¿no?


—No —sonrió Pedro, saltando de la cama para abrocharse los pantalones—. Tu cuerpo lo ha dicho por ti.


Era tan increíblemente arrogante, pensó Paula.


Y, de repente, se puso colorada al darse cuenta de que ni siquiera se había desnudado mientras ella… nerviosa, se colocó el sujetador, buscando el pantalón con la mirada.


—Esto es tuyo, creo —dijo Pedro, tirando el pantalón y las braguitas sobre la cama—. Aunque supongo que querrás cambiarte para cenar... nuestros invitados llegarán pronto.


Y luego salió del camarote sin mirar atrás. Paula saltó de la cama y se dirigió directamente a la ducha por tercera vez aquel día. No perdió el tiempo, sabiendo que él volvería pronto para cambiarse.


Después, en bragas y sujetador, volvió a deshacer la maleta. Dejaría que Pedro pensara que estaba de acuerdo con él hasta que pudiese encontrar la manera de abandonarlo sin hacerle daño a su familia.


Eligió un vestido negro sin mangas y, después de ponerse un poco de crema hidratante y brillo en los labios, se pasó un cepillo por el pelo. No pensaba arreglarse mucho más para Pedro y sus amigos.


Y había tenido valor para decirle que podía seguir adelante con su carrera hasta que tuviera un hijo… evidentemente, Pedro Alfonso no tenía respeto ni por ella, ni por su carrera ni por nada. En cuanto a los hijos…


Paula endureció su corazón contra la imagen de un niño de pelo y ojos oscuros, una réplica de Pedro, en sus brazos. Como todos sus tontos sueños, eso no iba a ocurrir jamás.


Después de ponerse unas sandalias negras salió del camarote.


Necesitaba aire fresco.


Subió a la cubierta y, medio escondida por un bote salvavidas, se apoyó en la barandilla para ver cómo la luna se escondía tras el horizonte.


Se quedó allí mucho rato, pensando, intentando encontrar una manera de escapar. Cuando el cielo empezó a oscurecerse sintió la misma oscuridad envolviendo su corazón.


Nunca haría nada que pudiese dañar a su hermano o a su familia, pero después de aquel día su confianza en Pedro había quedado por completo destrozada. ¿Cómo podía amar a un hombre en el que no podía confiar? No era posible.


Sin embargo, había disfrutado en la cama con él y, con amargura, supo que volvería a hacerlo. No podía evitarlo.


Y no tenía más alternativa que seguir con él. Estaba atrapada.




IRA Y PASIÓN: CAPÍTULO 24

 


Paula dio un paso atrás, temblando. La capa de hielo en la que se había envuelto cuando Pedro insultó a su padre se había derretido en cuanto la tomó entre sus brazos y estaba furiosa con él y consigo misma…


—¿Qué significaría eso para la empresa? —consiguió preguntar, después de tragar saliva.


—Que la ampliación no podrá realizarse y tendrán serios problemas económicos —contestó él—. Probablemente quedarán a merced de una OPA hostil —añadió, con una sonrisa de triunfo—. Pero, como he dicho antes, tienes dos opciones. Tú eliges, Paula.


No tenía que añadir que sería él quien hiciera esa OPA hostil para quedarse con la empresa. Era evidente.


—Y lo harías, claro.


—Haría lo que tuviese que hacer para retenerte a mi lado.


Un par de horas antes, se habría sentido halagada por esas palabras, pero ahora eran un insulto. Paula sacudió la cabeza mirando sus manos, la alianza de oro en su dedo. Menudo engaño…


Imaginó entonces su futuro con Pedro Alfonso.


No había que ser un genio para saber que debía haber planeado aquello con mucha antelación.


—Si lo que dices es verdad, puedes quedarte con la empresa estemos juntos o no. ¿Por qué quieres que me quede contigo? Según dicen por ahí, puedes tener casi a cualquier mujer... y lo has hecho frecuentemente.


Pedro sonrió, una sonrisa arrogante que a Paula le habría gustado borrar de un bofetón. Aunque ella no era una persona violenta.


—Aunque me halaga que pienses que puedo tener a cualquier mujer, sólo te deseo a ti —contestó, acariciando su cara.