domingo, 1 de mayo de 2016

MI CANCION: CAPITULO 23





Esa noche Pedro se colocó al final de la multitud. Ese zumbido eléctrico que ya le resultaba tan familiar le recorrió por dentro. Cada vez que el grupo salía al escenario, le pasaba lo mismo.


Blue Sky llevaba una semana de gira y el local en el que actuaban esa noche era un pub muy conocido situado en la costa de Kent. El concierto empezaba a las ocho y media. A sugerencia suya, habían hecho algunos cambios de última hora en la lista de canciones. Habían eliminado un par de temas y los habían reemplazado por otras canciones más lentas que Mauro había escrito para la banda. Los temas le habían parecido muy buenos y quería aprovecharlos para lucir las cualidades de Paula como vocalista.


Además, le encantaba oírla cantar esas canciones de amor.


 Le encantaba oír esa emoción en su voz que le ponía la carne de gallina. Su interpretación le hacía estremecerse, pero eso nunca se lo hubiera dicho a nadie, y mucho menos a Raul, que no parecía quitarle el ojo de encima esos días. 


Tampoco podía enfadarse con él, no obstante. Estaba convencido de que la banda acabaría rompiéndose si llegaba a tener algo con Paula.


Cruzando los brazos, Pedro dejó escapar un suspiro de impotencia. Odiaba encontrarse en semejante aprieto, pero… ¿qué iba a hacer? ¿Cómo iba a ignorar lo que sentía por ella? Paula Chaves estaba en su sangre y, si no tenía su dosis diaria de ella, sentía que se moría. De hecho, casi había llegado a pensar en algún momento que estaba…


Pedro cortó el pensamiento de raíz. Un pánico repentino se apoderó de él.


–Hay mucha gente hoy.


Raul apareció a su lado de repente y le dio una pinta de cerveza negra. Bebió un buen sorbo de la suya y soltó el aliento con satisfacción.


–El barman me ha dicho que esto es como un néctar. Bueno, sin duda compensa esa pinta de lavavajillas disfrazado de alcohol que me tomé anoche.


–Me lo creo –Pedro levantó su vaso para probar la cerveza. 


En cuanto el líquido le bajó por la garganta, sintió ese sabor amargo del lúpulo que tan poco le gustaba. Nunca había sido hombre de cerveza negra. Lo suyo era el bourbon y el refresco de cola.


–Bueno, ¿qué tal crees que va todo? –le preguntó Raul, volviéndose hacia una rubia que pasaba por su lado en ese momento para ofrecerle su mejor sonrisa.


–Hasta ahora, todo bien –dijo Pedro–. La banda suena muy bien y Paula no hace más que mejorar. Vamos a conseguir más críticas buenas… Eso está hecho.


–Hombre, yo no hago más que dar gracias por aquel día, cuando apareció en aquel salón de esa vieja iglesia y nos dejó a todos atónitos con su voz. Los dioses estaban de nuestro lado aquel día. Eso está claro.


–Estoy de acuerdo.


–Oye, Pedro, espero que no te hayas tomado de forma personal el consejo que te di respecto a lo de no involucrarte con Paula. Quiero decir que somos amigos desde hace mucho tiempo. Nunca hemos dejado que una mujer se interpusiera entre nosotros.


–El consejo fue bueno.


–No te culpo por sentirte atraído hacia ella. Es una mujer preciosa.


–Sin duda –dijo Pedro, bebiendo otro sorbo de cerveza.


Las luces se atenuaron de repente y la banda salió al escenario en medio de un murmullo de expectación. La emoción de Pedro crecía por momentos, pero nada más ver lo que Paula llevaba puesto, la sonrisa se le borró de los labios. En lugar de las faldas largas y las blusas de seda que había llevado desde el comienzo de la gira, esa noche se había puesto unos vaqueros negros ceñidos y una camiseta blanca de licra.


La señorita de agujero en las medias estaba saliendo del cascarón. Consciente de las miradas de la gente, se entregó a la interpretación de un clásico de blues y deslumbró a todo el mundo con su inconmensurable talento. Pedro la observaba hipnotizado, hechizado por el movimiento de sus caderas. El top blanco se le subía tentadoramente hasta la cintura. Pedro no recordaba haber deseado tanto a una mujer en toda su vida


MI CANCION: CAPITULO 22





Pedro abrió un botellín de cerveza del minibar y bebió un buen trago. Se tumbó en la cama. Los ruidos de la ciudad se colaban a través de las cortinas verde oscuro. Las había cerrado por completo para no ver la noche. Las imágenes de la televisión cambiaban con rapidez.


Había bajado al volumen del todo, pero algo captó su atención momentáneamente. Era la imagen de dos amantes que se despedían en una estación de tren. Una sonrisa le tiró de las comisuras de los labios y un sentimiento cálido ascendió por su pecho.


Le resultaba imposible no pensar en Paula en ese momento. Su nombre tenía el poder de suscitar emociones con las que no sabía qué hacer. Verla posar con el resto de la banda esa tarde para la sesión fotográfica había sido como un viaje al infierno y al cielo al mismo tiempo. Con aquellos vaqueros negros entallados y la camiseta blanca ceñida, su silueta voluptuosa y sus pechos gloriosos, se había convertido en el centro de todas las miradas masculinas. El fotógrafo incluso la había hecho quitarse los zapatos y los calcetines de manera que apareciera descalza en las tomas.


–¿Alguien necesita hielo para enfriarse un poco? –había preguntado Raul durante la sesión.


Pero a Pedro no le había hecho mucha gracia el comentario. 


La sangre le hervía con solo pensar que Raul también fantaseaba con la chica que acababa de convertirse en su amante… la chica a la que no quería desear tanto.


Respirando profundamente, bebió otro trago de cerveza y volvió a mirar la televisión. De repente tenía ganas de agarrar el aparato y tirarlo por el balcón, pero tampoco quería darle ese gusto a la prensa. Con una sonrisa agria, se terminó lo que le quedaba de la cerveza, se puso en pie y tiró el botellín en una papelera cercana. Se puso la chaqueta y se marchó sin siquiera molestarse en apagar la televisión.


El estridente sonido de un timbre cercano retumbó junto al oído de Paula. Escondió el rostro contra la almohada, pero fue inútil. El ruido persistía.


Se incorporó como pudo y entonces se dio cuenta de que era el teléfono de la mesita de noche. Se apartó el cabello de la cara y trató de leer los dígitos que aparecían en la pantalla verde del reloj de alarma.


¿Las dos de la mañana?


–¿Hola?


–Paula. ¿Estabas dormida?


Pedro. Al oír esa voz de bajo, grave y profunda, el corazón de Paula se aceleró sin remedio.


–¿Qué pasa? ¿Ocurre algo?


–No. No ocurre nada. Estoy abajo, en el vestíbulo. ¿Puedes bajar?


–Son las dos y media de la mañana.


–Lo sé.


–¿Por qué? ¿Por qué quieres que baje a esta hora? –mientras le hacía la pregunta se levantó de la cama y buscó los vaqueros y el suéter rojo que había dejado sobre una silla.


–Porque quiero verte.


Su tono de voz dejaba ver impaciencia, y sus palabras más bien sonaban como una orden.


–Puedes verme por la mañana, tras el desayuno. No soy persona hasta que me he tomado una taza de té.


–¡Maldita sea, Paula! Ponte algo de ropa y baja, ¿quieres?


Pedro le colgó sin más.


Paula se quedó perpleja durante un par de segundos y entonces se puso en marcha. Corrió hacia el cuarto de baño y se echó algo de agua en la cara. Se cepilló los dientes sin perder tiempo y se peinó un poco con los dedos.


Cruzando los brazos sobre el suéter de lana que se había puesto, salió del ascensor. Él la esperaba junto a las puertas. Le había salido una fina barba a lo largo de la noche y tenía el pelo alborotado.


Pedro… –su voz no era más que un murmullo.


–Ven a dar un paseo –le dijo él, agarrándola de la mano y llevándola hacia las puertas giratorias de la salida.


A medio camino, Paula se detuvo y le miró a los ojos.


–¿Quieres ir a dar un paseo? ¿Estás loco? Son las dos y media de la mañana.


Un músculo se tensó en su mandíbula, así que Paula prefirió no insistir más. Nada más salir al exterior, el viento la cortó como un filo helado. Pedro se quitó su chaqueta y se la puso alrededor de los hombros.


–¿Qué pasa, Pedro?


–Vamos. Demos un paseo. Hace demasiado frío como para quedarnos parados.


Se dirigieron hacia los muelles. Pedro la agarró de la mano como si fuera lo más lógico y natural. La noche era cerrada, pero había luz suficiente. Había muchos letreros de neón en las calles y los faros de los coches que pasaban de vez en cuando daban algo de luz adicional.


Pedro permaneció en silencio durante toda la caminata. Al llegar a la orilla del mar, se detuvo, y atrajo a Paula hacia sí. 


Mantenía la vista al frente.


–Has estado increíble esta noche.


Se volvió hacia ella.


–Gracias… Yo lo he pasado muy bien. El grupo estuvo genial. Sobre todo me gustó…


Pedro la hizo callar con un beso caliente y fiero que la hizo tambalearse contra él.


–Me volveré loco si no te hago el amor pronto –le confesó.


–No podemos. ¿Recuerdas que…?


Pedro masculló un juramento y se mesó el cabello con impaciencia.


–Ya sé lo que acordamos. Sé lo que debemos hacer. Pero la verdad es que, cuando posaste con los demás para las fotos, terminé odiándoles a todos porque te miraban, porque seguramente estaban imaginando cómo sería hacerte el amor. Nadie tiene derecho a mirarte así, nadie excepto yo.


Nerviosa, Paula se humedeció los labios.


–¿Pero qué significa todo esto, Pedro? ¿Qué es lo que me estás diciendo?


–Te estoy diciendo que quiero que seamos amantes. No estoy diciendo que espere que sea para siempre, pero quiero que estemos juntos.


–Lo que me estás diciendo es que, si estamos juntos, ¿no esperas que sea algo permanente?


–Sí…


La expresión de sus ojos se oscureció de repente.


–¿Eso te asusta?


–Es que los compromisos a largo plazo no suelen funcionar. Mira los ejemplos que he tenido yo.


–¿Quieres decir que no vas a cambiar de opinión? Todos hemos sufrido, Pedro… yo también. Después de lo de Sean, se me hizo muy difícil volver a confiar en un hombre. Si yo soy capaz de planteármelo, ¿por qué no puedes tú?


Pedro suspiró.


–Me gustaría decirte que puedo, pero, sinceramente, no albergo mucha esperanza al respecto. Me conozco demasiado bien –sacudió la cabeza–. Mira, ¿por qué tiene que ser todo tan serio? ¿No podemos divertirnos un poco juntos sin más?


–Entiendo que estás hablando de sexo, ¿no? ¿Es así como ves las relaciones, Pedro, como una oportunidad de disfrutar del placer del sexo sin ningún tipo de compromiso?


–¡No! Lo estás entendiendo todo mal. Mira, Paula, yo te respetaré y cuidaré de ti durante todo el tiempo que dure nuestra relación. Disfrutaremos de todo el tiempo que pasemos juntos. Eso es todo lo que quería decir. Solo sé que quiero que la gente lo tenga todo claro respecto a nosotros. Es mejor eso que jugar a un juego de intriga y misterio con la gente y fingir que no pasa nada entre nosotros. En definitiva somos adultos, ¿no?


Parecía muy seguro de que la relación entre ellos no podía durar. Su pasado le había hecho rechazar cualquier posibilidad de compromiso, pero… ¿Acaso no quería cambiar eso? Por mucho que le quisiera, no podía conformarse si él no albergaba la esperanza de que las cosas pudieran cambiar.


–Lo siento, Pedro –se quitó la chaqueta de los hombros y se la dio–. Si todo lo que me ofreces es una aventura, algo de diversión hasta que te canses de mí y te vayas con otra, entonces voy a tener que decirte que no. Una vez me preguntaste si estaba segura de mi compromiso con este grupo y yo te dije que sí sin dudarlo. Ahora mismo lo único que me interesa es el grupo. Bueno, si me disculpas, tengo que irme a la cama. Si no consigo descansar al menos seis horas, no estaré en condiciones de hacer nada mañana. Buenas noches, Pedro.


Justo antes de darse la vuelta, experimentó una satisfacción agridulce al ver una expresión de dolor e incredulidad en sus ojos, pero, a medida que se alejaba de él, el dolor que sentía al saber que nunca más volverían a ser amantes se hizo intenso y lacerante. Era como si le hubieran hecho un agujero de lado a lado en el corazón







MI CANCION: CAPITULO 21




Siento no haberte dicho lo que sentía».


Ensayando el discurso en silencio, Paula deseó haber dicho las palabras en alto esa mañana. Pedro se había marchado abruptamente del apartamento. Se había levantado de la cama mientras ella dormía y al salir del cuarto de baño le había dicho que iba a salir un rato sin más.


Después de haber tomado algo para desayunar, Paula se quedó en el salón, mirando una revista musical. Un fragmento resaltado en rojo llamó su atención. Era algo sobre Pedro.



¿Qué se trae entre manos el productor Pedro Alfonso últimamente? Dicen los rumores que ha vuelto a sus orígenes y que está al frente de una formación llamada Blue Sky. Tras la marcha de la vocalista, Marcia Wallace, un pajarillo nos dijo que la búsqueda había comenzado para encontrar a una radiante diva que la sustituyera.
Solo sabemos que tendrá que ser alguien excepcional para poder cumplir los exigentes requisitos de Pedro. No debemos olvidar que estamos hablando del hombre que llevó a lo más alto a bandas como Soft Rain y The Butterfly Net, y que después se retiró de la vida pública durante cinco años tras unas vengativas declaraciones de su ex, Juliana Parks.
Sabiendo que el señor Alfonso es experto en cazar talentos, os aconsejamos que no le perdáis la pista…


–¿Radiante diva? ¿Hablan en serio?


Mordiéndose la cara interna del labio, Paula dejó a un lado la revista. Se recostó en el butacón de color crema y se abrazó a un cojín. Sus pensamientos no hacían más que volver a Pedro una y otra vez. ¿Dónde estaba? ¿Por qué se había marchado de esa manera tan brusca?


Ya no podía seguir engañándose a sí misma. Se había enamorado de Pedro Alfonso. Llevaba mucho tiempo fuera del mercado sentimental, pero jamás hubiera esperado que el destino le pusiera a un hombre como Pedro en el camino.


Comenzó a sentir un nudo en el estómago que cada vez se hacía más grande. De repente se puso en pie y fue a buscar algo para entretenerse. Finalmente, agarró un bote de limpiacristales y un trapo y se dedicó a limpiar las ventanas.


–¿Pero qué haces?


Paula estuvo a punto de caerse de la silla en la que se había subido. Se había entregado tanto a la tarea de limpieza que no le había oído meter la llave en la cerradura.


Se volvió hacia él.


–¿A ti qué te parece?


–¡Será mejor que te bajes de ahí antes de que te rompas el cuello!


Sin darle tiempo a reaccionar, fue hacia ella y la agarró de la cintura, levantándola de la silla.


–Deja de tratarme como a una niña, ¿quieres? Soy perfectamente capaz de limpiar unas pocas ventanas sin que tengas que vigilarme.


–A lo mejor es verdad, pero… ¿Quién te ha pedido que limpies las ventanas? Yo he contratado a alguien para que lo haga. A ti te he contratado para cantar en un grupo, no para hacerme las tareas domésticas.


–No puedo evitarlo –le dijo ella, encogiéndose de hombros–. Me pongo a limpiar cuando me pongo nerviosa. No soporto estar inactiva… sin tener algo que hacer.


–Ya veo.


–Por cierto, me he dado cuenta de que no tienes muchas fotos personales por aquí –le dijo sin pensar en lo que decía. Estaba tan nerviosa que las palabras salían de su boca sin control.


La expresión de Pedro fue de absoluta incredulidad.


–Si te refieres a fotos familiares, entonces sabes muy bien que no tengo muchas.


Paula deseó que la tierra se abriera y se la tragara en ese preciso momento.


–Lo… lo siento mucho. Es que estoy muy nerviosa. Pero también me refiero a amigos. ¿No tenías amigos?


Él tardó en contestar y la angustia de Paula no hizo más que aumentar.


–¿Te refieres a amigos en el centro de acogida? En realidad, no.


Su tono de voz era gélido e impersonal. Paula sabía que debía cambiar de tema, pero no era capaz de hacerlo.


–¿Te importa que te pregunte cómo es que creciste en un centro de acogida, Pedro?


–Mi madre me dejó allí al nacer. Se quedó embarazada con dieciséis años y decidió darme en adopción, pero nadie me adoptó. No les fue fácil encontrarme un hogar porque había nacido con ese soplo. La gente del centro me dijo que los padres potenciales tenían miedo de adoptar a un niño con problemas de salud –se encogió de hombros y esbozó una sonrisa sarcástica–. Pero a mí tampoco me importó mucho. Ellos se lo perdieron. A medida que me hice mayor me di cuenta de que era una ventaja que la gente me ignorara. Aprendí a disfrutar de mi propia compañía y a seguir mis propios intereses sin tener que lidiar con las interferencias de la gente.


Paula se quedó mirándole, perpleja. Era difícil asimilar todo lo que acababa de oír.


–¿Y qué pasó con tu problema de salud? ¿Aún sigues viendo a un médico o a un especialista?


–No. Se me quitó cuando me hice mayor. Desapareció por sí solo. Ya no he vuelto a tener más problemas. Bueno, ¿vas a decirme por qué estas tan nerviosa, o tengo que adivinarlo?


Repentinamente impaciente, le quitó el trapo de las manos y lo tiró sobre el alféizar de la ventana.


Mientras Paula trataba de poner orden a sus pensamientos, Pedro respiró profundamente.


–No quiero que te preocupes por lo que ha pasado entre nosotros.


–No me preocupo. Quiero decir que… solo estaba…


Él levantó una mano para hacerla callar. Sus ojos azules resplandecían.


–Escúchame, por favor. No quiero que te preocupes porque yo no me arrepiento de nada. Y aunque pienses lo contrario, no voy a fingir que no ha pasado.


Paula sintió una ola de calor que la recorría por dentro. La ansiedad que la había hecho ponerse a limpiar ventanas de forma frenética remitía poco a poco, dando paso a una sensación de felicidad tan intensa que no pudo contener la sonrisa que le tiraba de los labios.


Él no se arrepentía de ello… y eso tenía que significar algo.


–Sin embargo –Pedro siguió adelante–, aunque no vaya a fingir que no ha pasado, estoy de acuerdo en que no podemos dejar que se repita. Tenías razón cuando dijiste que debemos concentrarnos en el grupo.


La efímera felicidad de Paula se vio reemplazada rápidamente por una gran decepción. Era tan fuerte que se sentía como si acabaran de darle un puñetazo y se hubiera quedado sin aire.


–¿Crees que eso es lo mejor?


–No es porque no quiera que volvamos a estar juntos de nuevo tal y como estuvimos esta mañana…


Agarrándola de la muñeca, Pedro entrelazó los dedos con los suyos. Sus ojos azules y neblinosos la hechizaban y en ellos se reflejaba el deseo que sentía por ella, otra vez. Sin embargo, también era evidente que estaba furioso consigo mismo. No quería desearla tanto y estaba enojado porque no era capaz de resistirse.


–Te metiste en todo esto porque querías hacer realidad un sueño –prosiguió Pedro –. Muy pronto esta banda va a tener muchísimo éxito… pero todos tenemos que tener clara cuál es la meta principal. Tenemos que mantener una relación profesional para no poner en peligro esa meta. Sería una pena tirarlo todo por la borda ahora, ¿no?


Paula no podía negar que estaba en lo cierto. Asintiendo con la cabeza, bajó la vista. Para su sorpresa, Pedro le soltó la mano. Deslizó los dedos a lo largo de su mandíbula y la agarró de la barbilla.


–He ido a ver a Raul y me voy a quedar en su casa esta noche. Tú puedes quedarte aquí. Estás en tu casa. Te recogeré a las seis. Haremos una prueba de sonido y repasaremos todas las canciones. Mañana, cuando nos vayamos a Brighton, tendrás una habitación en un hotel distinto del nuestro, un hotel mucho mejor, porque te mereces algún lujo que otro. Resumiendo, creo que el arreglo es para mejor.


Paula tragó con dificultad.


–¿Por qué? ¿No confías en mí, Pedro? Yo preferiría estar en el mismo hotel que los demás. ¿Crees que voy a empezar a molestarte porque hicimos el amor?


Con un nudo en la garganta, Paula se zafó de él y caminó hasta el otro extremo de la habitación. Cruzó los brazos y contempló durante unos segundos una enorme impresión fotográfica de una preciosa pelirroja. Al recordar que no había más fotos personales porque Pedro no tenía familia, se sintió aún más triste. Le rompía el corazón pensar que había crecido sin alguien que le quisiera a su lado.


–¿Pero qué dices? Es de mí mismo de quien no me fío. Es como te he dicho antes. Tengo un trabajo que hacer y no viene mal poner un poco de distancia ahora mismo… al menos cuando no estemos trabajando juntos.


Todo lo que decía tenía sentido, pero Paula no pudo evitar sentir una gran decepción. La esperanza era algo fútil. No tenía derecho a esperar nada de Pedro Alfonso.


–Parece que te has ocupado de todo. Bien. Me alegro de ello. Raul tenía razón cuando dijo que sería una mala idea dejar que las cosas adquirieran un matiz personal entre nosotros.


–Deja a Raul fuera de esta conversación –frunciendo el ceño y con cara de pocos amigos, Pedro fue hacia ella–. Lo que pase entre tú y yo no le incumbe a nadie excepto a ti y a mí. ¿Lo entiendes?


Su mirada de hielo no dejaba alternativa. Paula bajó la vista y asintió.


Esa noche, tras haber oído los rumores que circulaban sobre el concierto de Blue Sky, los medios musicales acudieron en masa. En el escenario Paula lo dio todo, pero no tuvo más remedio que lidiar con los flashes de las cámaras que la deslumbraban una y otra vez, y en el backstage iba a ser aún mucho peor.


Una multitud había logrado meterse en una habitación poco más grande que un ropero. La atmósfera estaba caldeada. 


Resultaba claustrofóbica y el olor a alcohol se mezclaba con el calor acumulado de tantos cuerpos apretados los unos contra los otros. Paula solo quería regresar al apartamento de Pedro y escapar.


Un pánico repentino se apoderó de ella, tomándola por sorpresa. Los reporteros le lanzaban sus preguntas como si fueran granadas, pero lograba sortearlas con discreción y reserva. Sin embargo, de no haber sido por Pedro, que se enfrentaba a ellos con profesionalidad fría y distante, hubiera salido huyendo de todo aquello.


A media mañana del día siguiente, acabó sentada en el vestíbulo del antiguo hotel del paseo marítimo de Brighton, incapaz de contener un bostezo. Raul y Pedro estaban conversando con el empleado de la recepción. El resto de miembros de la banda habían salido al patio. Paula reprimió otro bostezo mientras les observaba.


–¿Te estamos entreteniendo, Pau?


Sorprendiéndola, Raul le dio un apretón en el hombro y se sentó a su lado. El olor almizclado de su colonia la rodeó de inmediato.


–Anoche no dormí bien –Paula se encogió de hombros y trató de sonreír.


–La emoción te impidió dormir, ¿eh?


Raul sonreía de oreja a oreja y la miraba con ojos curiosos.


Algo así. Sí.


Su mirada terminó recayendo en Pedro. Estaba inclinado sobre el mostrador de recepción, mirándoles sin un interés aparente.


Paula se preguntó si también habría tenido problemas para conciliar el sueño la noche anterior.


Al sentir que buscaba su mirada, un chorro de calor la atravesó por dentro.


–Tenemos unas cuantas cosas que hacer hoy, pero a lo mejor luego puedes descansar un poco antes del concierto de esta noche.


Sonrojada, Paula se volvió hacia Raul.


–Eso suena bien. ¿Qué cosas tenemos que hacer?


–¿No lo sabes?


–No.


–¿No te dijo Pedro lo de las fotos?


–¿Qué fotos?


–Tenemos cita en un estudio dentro de dos horas.


Pedro estaba delante de ellos de repente.


–Necesitamos algunas fotos promocionales para el grupo.


Paula prefirió no decir nada. Se preguntaba si dos horas serían suficientes para transformar su rostro somnoliento en una cara mínimamente espabilada. Además, la idea de hacerse fotos no le hacía mucha gracia.


–Bueno, ponte algo sexy –Raul sonrió de nuevo–. ¡Las divas del top ten se van a echar a temblar!


Paula le dedicó una mirada a medio camino entre la estupefacción y el enfado.


–Ya veo que la campaña por los derechos de las mujeres es algo de lo que nunca has oído hablar, ¿no, Raul? ¿Para qué molestarse en reivindicar el intelecto si al final lo que cuenta es el denominador común de siempre?


–Porque la vida ya es bastante complicada –dijo Raul en ese tono incorregible que tan bien le caracterizaba–. Y no hay que complicarla más con tanta inteligencia. Yo soy un tipo simple. Sé apreciar la belleza. No puedo evitarlo.


–Ya lo has dejado bien claro, Raul. ¿Por qué no lo dejas ahí y ya está?


–¿Puedo irme al hotel ahora? –preguntó Paula–. Si estas fotos son tan importantes, me gustaría darme una ducha y ponerme presentable antes de irnos.


Se puso en pie rápidamente y se cerró un poco más las solapas de la chaqueta. Toda la testosterona que flotaba a su alrededor la estaba poniendo nerviosa.


–Claro. Yo te llevo. Volvamos al coche –Pedro le dio a Raul un montón de tarjetas llave–. Id y arreglaos un poco. Yo me iré con Paula y os veo dentro de media hora.


Raul se levantó. Tenía el ceño fruncido.


–Vaya. Ojalá estuviera dentro de mis competencias la tarea de cuidar de nuestra «mejor baza». No parece que sea un trabajo, ¿verdad?


Aunque fuera difícil de percibir, los hombros de Pedro se tensaron ligeramente. Era mejor fingir que no se daba cuenta de la tensión que crecía a su alrededor, así que Paula echó a andar sin más. Pedro, sin embargo, la agarró por el codo de repente y la condujo hacia la salida.


Ella se soltó rápidamente.


–Soy perfectamente capaz de…


–Ahora no, Paula, por favor.


Sin mirarla ni siquiera una vez, fue capaz de hacerle ver que se le estaba acabando la paciencia, así que Paula se tragó la indignación y trató de seguirle el paso.