lunes, 22 de abril de 2019

AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 6




La primera vez que lo vio había estado ciega, pero ahora, era del todo consciente del hombre que estaba a su lado y se sentía incómoda. Le turbaba el deseo de girar la cabeza para mirarlo. 


El recuerdo de la sensación breve que había experimentado cuando lo vio por primera vez la abrumaba. ¿Se había sentido así con Alex? Se dijo algo enojada que aquél no era el momento adecuado para admitir lo atractivo que encontraba a su acompañante.


Alex era un hombre joven, extremadamente atractivo, alto y atlético. Tenía unas facciones correctas y una expresión sincera y directa. Los dientes eran de anuncio de pasta de dientes y el pelo rubio natural, aunque con mechas muy discretas.


Cuando Alex la miró sin reconocerla no supo si alegrarse o desmoronarse.


Todos los esfuerzos para convertirse en una chica de ciudad habían dado resultado. Era una pena que todavía fuese la misma bajo todas esas ropas caras y el maquillaje.


—Me ofendo mucho cuando a la mujer con la que estoy se le cae la baba mirando a otro como una idiota.


Sus palabras en tono bajo y familiar le hicieron parpadear. La cara de él se había acercado mucho y todo aquel momento tenía un cierto aire de intimidad.


— ¿Cómo te atreves? —le espetó—. Mientras te pague, no te concierne en absoluto lo que yo haga. No te pases en representar tu papel —le aconsejó ásperamente.


Se sentía humillada por haber sido sorprendida comportándose como se juró que nunca lo haría. Y se enfadó con la única persona que había notado su momentánea debilidad y que tenía el descaro y el mal gusto de mencionárselo.


—Es una pérdida de tiempo gastar dinero en un acompañante si te comportas con la discreción de una adolescente. ¿Por qué debería yo esforzarme en hacer el papel de amante si no vas a cooperar?


Inmediatamente, Paula se sintió herida por la insinuación de que para hacer de amante suyo se re quería un gran esfuerzo.


—Porque te pago por hacerlo —respondió con odio—, así que ahórrate el mal genio. De todas maneras ¿quién eres tú, un actor sin trabajo? Ya que insistes, ni siquiera eres lo que había pedido. Yo necesito un acompañante, no un amante, así que no te esfuerces tanto. A menos que seas un mentiroso excelente, acabarás por dejarnos a los dos en ridículo. Las técnicas inquisitivas de mi madre son refinadas hasta la perfección —le dijo secamente, consciente de los penetrantes ojos que vigilaban todos sus movimientos.


Él soltó un bufido y dijo, sacudiendo la cabeza en dirección al novio:
—Si eso es lo que te gusta, me resulta muy fácil creer que no soy lo que tú necesitas. Toma un maniquí de una tienda cualquiera y tendrás una copia exacta de tu compañero perfecto.


El pecho de Paula se llenó de rabia.


— ¿Cómo te atreves?


Había atesorado durante tanto tiempo el pensamiento de que Alex era la esencia de la perfección masculina que se sentía furiosa.


—No es muy difícil —murmuró él en un tono provocador—. Dices siempre lo mismo, ¿no te has dado cuenta? La repetición, según dicen, es síntoma de un intelecto limitado.


— ¿Trabajan muchos grandes cerebros en la agencia de acompañantes? —le respondió sarcásticamente.


—Uno para cada cliente arrogante.


De un modo absurdo se sintió inquieta. Había algo en la suavidad de su voz que contrastaba con la dureza de unos ojos aparentemente inocentes. Se sacudió esos pensamientos tan caprichosos. Jamás volvería a verlo después de aquel día.


Él no tenía ninguna influencia en su vida. Sin embargo, sí que tenía razón en algo. Tenía que sobreponerse si quería convencer a alguien de que era feliz y de que llevaba una vida completamente satisfactoria.


Y así era. Tenía una estimulante profesión como ayudante personal en una agencia publicitaria. 


Frunció el ceño al recordar al hombre que había sido su jefe hasta hacía muy poco. Oliver Mayor había llevado a la agencia hasta donde se
encontraba en ese momento, entre una de las seis más importantes del país. Ella había sido su protegida y él había sido su amigo. Oliver había levantado la agencia de la nada y ahora había fallecido. Aunque eso dejaba su posición algo inestable, sentía una genuina tristeza ante la pérdida del anciano.


Paula tenía todo lo que siempre había querido, una carrera, un piso propio, independencia, buenos amigos, libertad, pero sin un hombre a su lado sabía que sus familiares y amigos sólo veían a una mujer abandonada. La creencia generalizada de que una mujer necesita a un hombre para sentirse realizada era una de las que más detestaba. Había visto a su propia madre pasar por una serie de aventuras amorosas, cada una de las cuales la dejaba más sola y desesperada que la anterior. Tras su propia experiencia había tomado la determinación de no repetir la jamás.


— ¿Te importa quitarme las manos de encima? —dijo alzando los ojos hasta Pedro, que la había agarrado de la mandíbula para obligarla a mirarlo.


Él tenía la cabeza inclinada y al mismo nivel de la de ella, lo suficientemente cerca como para que ella pudiese admirar la textura de aquella piel bronceada y oliese la fragancia tan masculina que emanaba de él.


Paula se sentía también turbada por el muslo que se apretaba contra el suyo y frunció el ceño. Se sentía muy nerviosa.


El órgano emitió las conocidas notas de la Marcha Nupcial y, con el corazón palpitando, se soltó de su acompañante, dirigiéndole una mirada fría y despectiva. Quería convencerse de que Pedro no tenía nada que ver con los latidos acelerados de su corazón.


Le molestaba que la novia estuviese encantadora y que sus respuestas fuesen claras. Era el novio el que parecía menos seguro de sí mismo que en otras ocasiones. 


Paula había supuesto que se sentiría humillada, pero se dio cuenta de que contemplaba la ceremonia con indiferencia. Era como ver la escena de una obra de teatro en la que no se sentía implicada en absoluto.




AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 5




La iglesia del pueblo era la misma en la que ella había imaginado su boda con Alex y ahora tendría que contemplar con una sonrisa en los labios cómo su prima llevaba a cabo lo que ella había deseado tanto.


«Me da igual», se dijo con firmeza mientras una emoción sofocante la embargaba. No tenía intención de hundirse en la autocompasión aunque le resultase muy difícil.


Paula se sobresaltó cuando Pedro le abrió la puerta. No se había dado cuenta de que él ya había salido del coche.


—Gracias, señor Alvarado —dijo, haciendo caso omiso de la mano que él le tendía.


—Creo que es mejor que me llames Pedro, por aquello del realismo — comentó secamente—. No te olvides del sombrero.


Aquellos ojos entornados habían adivinado el nerviosismo que ella sentía.


Paula lo ocultaba lo mejor que podía, pero la tirantez de la boca y la rigidez de los rasgos, normalmente expresivos, revelaban su confusión interior. Pedro se dio cuenta de que no podía apartar los ojos de los labios rosados y ligeramente entreabiertos de Paula.


Aturdida y algo resentida porque le parecía que él se estaba haciendo dueño de la situación, Paula tomó el sombrero, se lo colocó en la cabeza y metió los mechones de cabello dentro de la copa.


—¿Qué tal estoy?


—Te has dejado un poco.


Tomó el mechón que se le había deslizado por el cuello y lo deslizó por debajo del borde del sombrero. Al mismo tiempo recordó que había oído recientemente que la llamaban «Señorita Eficiencia» en un tono poco halagüeño.


En aquel momento, ella parecía muy joven y vulnerable. ¿Era así cómo había conquistado al viejo zorro?, se preguntó cínicamente.


Los dedos de Pedro eran muy largos y el ligero roce contra su cuello le resultó agradable a Paula, sobre todo porque le permitía distraerse de lo que la esperaba.


—Encantadora. Estoy seguro de que el novio se consumirá de remordimiento.


—En realidad, me da igual —replicó arrogante.


—Menuda actriz estás hecha.


La burla era evidente, pero antes de que tuviera tiempo de ponerle en su sitio, se dio cuenta que le había rodeado la cintura con un brazo y de que aquel rostro bronceado estaba muy cerca del suyo. Él se reía como si ella hubiese dicho algo extremadamente ingenioso.


— ¿Qué demonios…?


—Algunos invitados se nos están acercando rápidamente por la izquierda — le susurró junto a la oreja. Además, se la mordisqueó.


Por alguna razón se le cerraron los ojos y un temblor le recorrió todo el cuerpo. Parpadeando, lo miró fijamente a los ojos. No eran sólo unos ojos arrebatadores. Transmitían inteligencia y sentido del humor, aunque la mirada era implacable. No tenía solamente un físico asombroso, sino que además parecía muy inteligente.


Ser acompañante no podía ser por lo que había optado en primer lugar para su trayectoria profesional. ¿Qué circunstancias personales lo habían llevado a…?


«No es asunto mío», se dijo tan pronto como una voz familiar la sacó de sus pensamientos.


—Paula, ¿eres tú, querida? No te había reconocido. ¿Y tú, George?


Estábamos justamente hablando sobre ti… ¡Qué valiente eres! Bueno, mejor darse cuenta a tiempo.


Paula se mordió los labios mientras asentía. De repente, aquel brazo alrededor de la cintura resultaba muy grato.


—Tía Helena, tío George, éste es Pedro —dijo con voz triunfante.


Pedro se tomó bien el interrogatorio familiar. De hecho, parecía haber adoptado un cierto aire de autoridad que les hacía retirar la mirada.


—Al fin conozco a la familia de Paula —dijo, dándole a su tío un apretón de manos tal que éste hizo una ligera mueca de dolor. El beso que plantó en la mejilla a su tía hizo que ésta se sonrojara y que pareciera tan aturdida como una colegiala—. Es una iglesia preciosa. Normanda, ¿verdad? —comentó, mientras observaba el sólido edificio de piedra. Después, tomó la mano de Paula y entrelazó sus dedos con los de ella.


— ¿Son los padres de la candorosa novia?


—Eso es —dijo Paula sacando la mejor y más relajada de sus sonrisas.


¡Candorosa novia! Su querida prima era demasiado fría como para sonrojarse. Ana había esperado su oportunidad y había acechado a Alex con la astucia y maña de un animal salvaje. Paula siempre había sabido que su prima deseaba a su novio, pero también había estado segura de que Alex ni siquiera miraría a otra mujer. ¡Cómo había podido ser tan ingenua! ¡Cuando tuvo la oportunidad, hizo algo más que mirar!


Era inútil volver al pasado, pensó mientras sentía como si le subiera desde muy dentro una sensación de impotencia que ya conocía. «Con el historial familiar me lo tenía que haber imaginado. Bueno, ahora ya lo sé», pensó, levantando la barbilla.


Pedro tenía abierta la verja del patio de la iglesia y estaba esperando a que la anciana pareja pasase.


—Sonríe —susurró cuando pasaron ellos, todavía de la mano—. Parece que te llevan al matadero.


Los ojos de Paula brillaron de rabia e intentó soltarse la mano.


—Pensaba que estabas aquí para darme coba —le espetó enfadada. Aquel hombre se había olvidado completamente de su papel pasivo.


—Pensaba que no te gustaban los piropos falsos.


—Tampoco me gustan demasiado los insultos.


—Tengo que cuidar mi prestigio profesional —le dijo muy seriamente—. Me gustaría que colaboraras un poco. ¿O es que te gusta el papel de mártir?


Ella se mordió los labios. Desde luego, tenía razón. Debía representar un papel para restañar su orgullo herido.


—No soy una buena actriz. Todo esto me resulta raro, siendo tú un completo desconocido.


—Tienes que representar bien tu papel, Paula. Somos noticia de primera plana —le replicó él. Los labios de Pedro rozaron los de ella, suavemente, pero con mucha familiaridad—. Pensaba que todas las mujeres sabían hacerlo.


Sus labios esbozaron una sonrisa cínica.


—Estoy segura de que las chicas que tú conoces sí saben —le respondió con amargura—. ¿Crees que podríamos dejar el grado de autenticidad al mínimo? — añadió.


Luego dibujó una sonrisa brillante, aunque distraída, para el encargado de acomodar a los invitados, un chico que ella conocía desde el colegio.


— ¿Pau? —preguntó, algo dubitativo.


Se sonrojó cuando ella le lanzó una mirada burlona y se apresuró a decir:
— ¿Del novio o de la novia? ¡Qué pregunta tan tonta! Dudo que te apetezca estar en el lado del novio, ¿verdad?


Tenía una expresión tan consternada y ridícula que Paula casi sintió pena por él.


—Gracias, Ji. No te preocupes. Nosotros buscaremos el sitio —replicó—. Ahí está mi madre —le dijo a Pedro en voz muy baja, moviendo la cabeza en dirección a uno de los bancos de la primera fila.


— ¿La del sombrero rosa?


Pedro había bajado la cabeza para escucharla mejor. Ella asintió.


—Vamos a desentonar. Se pondrá furiosa. La verdad es que me lo debería haber imaginado. A mi madre le encanta el rosa —susurró ella mientras iban hasta donde estaba su madre.


—Pau, ¡cómo has podido vestirte de rosa! No te va con el pelo.


Lydia Chaves era una mujer muy hermosa, con rasgos duros que los años habían suavizado. Como siempre, estaba muy elegante. Paula sabía que nunca podría llegar a ser tan refinada como ella, o a tener la misma inclinación de barbilla o su estilo para llevar un pañuelo de seda. Para Lydia todo eso era tan fácil como respirar. A Paula le llevaba horas y nunca estaba a su altura.


—Señora Chaves, soy totalmente responsable del atuendo de Paula. Lo hizo sólo por complacerme.


La mirada de sorpresa en la cara de la madre cuando saludó a Pedro hizo sonreír a Paula. Aquel no era el tipo de hombre con el que su madre, ni nadie, esperaba verla. Por primera vez desde que había visto a Pedro Alvarado sintió que aquella estratagema había merecido la pena. No le importaba que utilizara ese aire de peligro para lo que a ella le interesaba.


—Es daltónico —añadió con un ligero temblor en la voz. Aquel comentario frívolo tuvo como respuesta una mirada de desaprobación de su madre.


— ¿No nos vas a presentar, Paula? ¿Dónde están tus modales?


—Se llama Pedro Al


—Encantado de conocerla, señora Chaves.


—Llámame Lydia. ¿Eres amigo de Paula? ¡Esta chica es tan reservada!


—Algo más que eso, ¿verdad, cariño?


La mirada azul de Pedro estaba fija en ella con un afecto algo burlón. El tono de su voz daba a entender una intimidad tácita. Él resultaba tan convincente que ella se sonrojó.




AMORES ENREDOS Y UNA BODA: CAPITULO 4




Pedro fijó los ojos sobre su perfil y Paula desvió rápidamente la mirada hacia la carretera. La intensidad de aquella mirada tan azul le parecía demasiado desconcertante.


—Estoy seguro de que tienes razón, pero no creo que tu situación actual dure mucho tiempo. Eres muy atractiva.


—Y yo estoy segura de que tienes un gran repertorio de piropos falsos —le espetó—, pero me gustaría dejar claro que lo que yo necesito es un acompañante atento y aceptable, nada más.


—Era sólo un comentario.


Había visto mujeres más atractivas, famosas por su belleza, y había experimentado una atracción inmediata que algunas veces lo había arrastrado, pero nunca había deseado tocar y poseer a una mujer de una manera tan primitiva y urgente como la que sentía en aquel momento.


Esa reacción visceral había sido desencadenada por aquel breve encuentro de miradas. Los músculos del estómago se le contraían cuando recordaba el lazo invisible de aquel contacto fugaz. Pedro frunció el ceño. Su cerebro tenía que seguir funcionando con su habitual claridad y, además, tenía la intención de mantener sus hormonas a raya.


Paula emitió un gruñido de incredulidad. Tendría que dejar bien claro desde el principio que no era una mujer patética que había contratado a un hombre para que la halagara. Él era un mero elemento decorativo y era mejor que lo recordara, pensó muy segura de sí misma.


— ¿Cómo se llama tu prima? Debería tener algo de información para hacer que todo parezca real. Tengo que mantener mi reputación —razonó él, metiéndose de lleno en el asunto.


—Ana. Se casa con un abogado, Alex Taylor, que, como ya te enterarás, me dejó plantada hace un año y medio. De ahí la necesidad de un acompañante. Usted, señor Alvarado, es simplemente una manera de salvar las apariencias —le dijo confesando el asunto totalmente.


De alguna manera, era un alivio que con él no tuviera que guardar las apariencias. No le importaba lo que Pedro Alfonso pensase de ella.


—No podrías aceptar todas las miradas y murmullos de compasión, ¿verdad?


En silencio, él se daba la enhorabuena por haber seguido sus instintos en todo lo que se refería a aquella mujer. Así, ella no se sentía obligada a utilizar ninguna artimaña con él, ya que sólo era un empleado. Si ella supiera quién era, le mostraría una imagen bastante diferente. 


De eso estaba seguro.


—Exactamente —replicó ella, aliviada de que hubiese comprendido su situación—. Supongo que ya te has visto en situaciones parecidas antes.


—Iguales que ésta no —contestó con sinceridad—. Pero tengo bastantes recursos —añadió con una seguridad poco convincente. Ella le lanzó una mirada inquieta.


—Así lo espero —dijo con firmeza.


— ¿No podría haberte ayudado un amigo?


— ¿Estás diciendo que no tengo amigos y que por eso he recurrido a ti?


—Si tú lo dices.


Paula le lanzó una mirada fulminante antes de responder.


—Vengo de un pueblo pequeño donde un simple hecho como la boda de mi prima proporciona horas de entretenimiento. No quiero exponer a un amigo a todos esos cotilleos. Necesito alguien que desaparezca sin dejar rastro. Alguien aceptable pero…


— ¿Fácil de olvidar?


—Tu llamarás demasiado la atención —se quejó frunciendo los expresivos labios.


— ¿Por qué? —preguntó él con mucho interés.


—Hemos tenido dos días de sol raquítico este verano. Estás demasiado bronceado —le espetó. La verdad era que resultaba demasiado arrebatador para pasar desapercibido, pero Paula no quería engordar su ego. Estaba segura de que él sabía perfectamente lo que quería decir. En circunstancias normales, un hombre como él no acompañaría a una chica como ella—. ¿No sabes que tomar demasiado el sol es malo para la piel? ¡Produce cáncer!


—Me halaga que te preocupes por mí, pero he estado trabajando al aire libre, en ultramar.


— ¿Trabajo físico?


Eso explicaba su espléndida musculatura.


—No te preocupes. No se contagia.


El desdén de su voz la hizo sofocarse de rabia.


—Me importa un comino si eres un temporero o un neurocirujano mientras no me fastidies este asunto. No hay nada malo en el trabajo físico.


—Ya me siento mejor.


—Me alegra que uno de nosotros se sienta así —aseveró ella. ¡Ya había tenido suficiente del inaguantable Pedro Alvarado y el día sólo acababa de empezar!