viernes, 24 de abril de 2015

CHANTAJE: CAPITULO 20




Paula se acostó tras darse un baño caliente y se estiró en la cama vacía. No sabía por qué Pedro la atraía tanto. No dejaba de pensar en él, y para distraerse había dedicado la tarde a preparar la próxima feria del condado. Hizo muchas llamadas, listas y planes, y se despidió de Julian y Luciano antes de que Pedro los llevara al aeropuerto.


Pedro no había vuelto a tocarla desde la última vez, pero su mirada la seguía a todas partes y le acariciaba el cuerpo como si sus manos quisieran hacer lo mismo. No había duda de que la deseaba, y aunque su deseo solo fuera carnal, ella aceptaría encantada lo que quisiera darle si volvían a compartir la cama. Se había convertido en una adicción, y por mucho que ella deseara que la amase, se conformaría con cualquier cosa, con tal de sentirlo una vez más.


Entonces, oyó un ruido en el pasillo y se apoyó en los codos justo cuando la puerta se abría. Pedro entró y cerró tras él. 


Tenía la camisa desabotonada, mostrando sus fuertes abdominales y la oscilación del pecho al respirar. Avanzó lentamente hacia la cama, estremeciéndola con su intensa mirada.


–¿Qué haces aquí? –le preguntó ella, poniéndose en pie.


–¿No lo sabes?


Ella extendió un brazo para detenerlo.


Pedro, tenemos que hablar. No puedo… –tragó saliva–. No puedo seguir así. Tengo que saber qué estamos haciendo.


Él también alargó el brazo y le colocó el pelo detrás de la oreja, provocándole un escalofrío por el cuello.


–No es un juego, Paula. Los dos nos deseamos. Y yo no puedo seguir ignorándolo.


Ella lo miró atentamente a los ojos, buscando respuestas.


–De modo que solo soy una conveniencia, ¿no?


–Nada de eso, cariño. Lo que me haces sentir no es conveniente en absoluto.


Los brillantes ojos negros de Pedro la miraban sin pestañear. Paula tenía ante ella una elección crucial: o asumía el riesgo o jugaba sobre seguro. Muy despacio, rodeó la cama hasta detenerse ante él, se puso de puntillas y lo besó en los labios.


–Te deseo, Pedro –susurró, empujando el miedo hasta lo más profundo de su ser, donde nadie, ni siquiera ella, pudiera verlo.


–Y yo a ti, Paula. Más de lo que nunca había creído posible –la tumbó delicadamente sobre la colcha de algodón y se colocó encima–. Recuerda, estamos juntos en esto.


Ella estaba preparada para que cambiara de opinión y se fuera. Pedro siempre encontraba la manera de alejarse de ella y también lo haría en aquella ocasión. Pero ella estaba cansada de contenerse.


–Por favor –le susurró–, te necesito.


Pedro emitió un gruñido y tomó posesión de su boca con una voracidad desatada, como si se hubiera desprendido de todas sus limitaciones. Y Paula se abandonó a la pasión que la consumía sin preocuparse por las secuelas. En pocos segundos estaban los dos desnudos, y Paula separó los muslos, impaciente por sentirlo dentro de ella. Pero en vez de penetrarla, Pedro se dobló por la cintura y volvió a hundir la cara en su sexo para provocarle estragos con su lengua y sus dedos. A punto estuvo de llevarla al orgasmo, pero en el último segundo se retiró y sacó un preservativo del bolsillo del pantalón. A Paula le ardió la cara mientras se lo colocaba con rapidez.


No iban a tener hijos, por muchos sueños que ella pudiera albergar.


Pedro flexionó sus musculosos brazos, le puso las manos bajo las rodillas y la arrastró hasta el borde de la cama, colocándola en la posición adecuada. Su fuerza la hacía sentirse vulnerable y al mismo tiempo poderosa. La premura de Pedro revelaba lo desesperado que estaba por poseerla. 


A ella. A Paula. Necesitaba imperiosamente el placer que ella pudiera brindarle con su cuerpo.


Y ella estaba más que dispuesta a dárselo.


Por una vez en su vida se sintió completamente libre de inhibiciones. Separó las piernas y dobló las rodillas para apoyar los talones en la cama. Él se inclinó hacia delante y guio su erección hacia la fuente de calor líquido, y ella levantó las caderas para recibirlo con ansia. Pedro empujó lentamente y volvió a retirarse. Ella se esforzó por permanecer inmóvil, pero su sexo quería que la colmara.


Él pronunció su nombre con voz ahogada y el control de Paula estalló en mil pedazos. Agitó frenéticamente la cabeza de lado a lado y agarró las sábanas bajo ella mientras Pedro la penetraba con una pasión salvaje y le mordía los pezones.


El orgasmo le sacudió el cuerpo y le retumbó en las sienes.


Pocos segundos después él la agarró por los hombros, se hundió hasta el fondo con una última embestida y se quedó inmóvil con una expresión de éxtasis en el rostro.


Un orgullo inmenso acompañó la euforia que Paula sentía. 


Pedro se derrumbó encima de ella, y Paula le acarició la espalda mientras contaba sus latidos. Allí estaba lo que siempre había anhelado: aquel hombre, aquel momento, aquella pasión. Y todo era más maravilloso de lo que había esperado












CHANTAJE: CAPITULO 19




Paula no apartó la mano tan rápido como debería, pero se lo impedía la certeza de que aquella simple caricia sería lo único que tendría de Pedro. Con todo, ver a su padre acercándose le provocaba una reacción imposible de digerir.


 Los nervios y la resignación se le revolvían en el estómago.


Jorge Chaves se detuvo junto a su mesa, atrayendo todas las miradas. Su presencia era tan arrolladora como la de Renato.


Detrás iba el hermano de Paula, tan alto y moreno como su padre pero sin la presencia y el porte de Jorge. Tenía veintiocho años, dos más que Paula, y parecía un joven indolente y apático, sin responsabilidades ni ambiciones en la vida. Miró aburrido la mesa y desvió la mirada en busca de algún amigo en el restaurante.


El trío lo completaba Tina, la madrastra. Una mujer de veintiocho años rubia y bronceada, con un físico escultural, pechos postizos y una mirada vacía. A Jorge nunca le habían gustado las mujeres con cerebro. Paseó la mirada por la mesa antes de posarla en Paula.


–¿No vas a presentarme?


Paula resistió el impulso de obedecer, se levantó con elegancia e inclinó la cabeza.


–¿Cómo estás, papá?


–He oído que has estado muy ocupada.


Tina se rio por lo bajo.


Pedro también se levantó. Era solo un poco más alto que su padre, pero la mirada de Jorge perdió parte de su fuerza al mirarlo.


–Le pido disculpas por no haberlo reconocido, señor Chaves. Ha pasado mucho tiempo.


–Seguro que vivir tantos años en Nueva York te ha borrado la memoria –dijo Jorge, como si no concibiera posible que alguien lo olvidara–. Luciano, Julian –volvió a mirar a Paula–, habría sido un detalle invitarnos a la boda, sobre todo casándote con un Alfonso.


Julian y Luciano se levantaron, pero Pedro se les adelantó.


–Teniendo en cuenta la salud de mi abuelo, pensamos que lo más prudente era celebrar una ceremonia discreta y en privado.


–Sí –dijo Luciano–. Yo ni siquiera me enteré hasta que cortaron la tarta.


Paula se ruborizó al recordarlo, a pesar del guiño de Luciano.


Su padre no aceptó las excusas, pero pareció más animado.


–Ya era hora de que hicieras honor a tu estirpe y empezaras a comportarte como una dama, no como una simple criada.


–De algo sirve cazar a un marido rico –añadió Tina.


Luciano murmuró algo como «quién fue a hablar».


Su padre siempre le había criticado todo desde que nació, desde su ropa hasta sus libros. Y naturalmente también su carrera de enfermería.


–Paula no es una criada –dijo Julian–. Su trabajo consiste en ayudar a quien lo necesita. Pero supongo que usted no entiende de eso.


–¿Y por qué debería? –preguntó Jorge–. ¿Qué saco yo con ayudar a los demás?


Los otros hombres se sorprendieron por su respuesta, pero Paula no. Ella conocía muy bien a su padre y sabía que rechazaba todo lo que no le servía. Como había hecho con su propia hija.


–Sus cuidados han mantenido con vida a nuestra madre todos estos años –dijo Pedro–. Siempre le estaremos muy agradecidos por eso.


Paula esbozó una débil sonrisa y se odió por buscar la reacción de su padre.


–Repito, ¿qué saca ella con eso? Malgastando su vida junto al lecho de una inválida cuando podría estar ocupando su lugar en la sociedad de Carolina del Sur. Y allí es donde estará finalmente, gracias a su linaje y a su matrimonio. Con el tiempo la gente olvidará su pasado y la verá como la esposa del heredero de la familia Alfonso.


Paula ahogó un gemido de indignación, pero Pedro se le volvió a adelantar y rodeó la mesa para encarar a su padre.


–Sus años de esfuerzo y sacrificio le han dado lo que merece: una familia que la quiere, a diferencia de las personas que únicamente la engendraron. Usted no es su padre, porque la obligación de un padre es proteger a sus hijos.


Jorge no estaba acostumbrado a que le plantaran cara y abrió la boca, pero Pedro no le tiempo para hablar.


–Ocúpese de sus asuntos y olvídese de Paula. Y no espere ninguna invitación a nuestra casa. No queremos malas compañías.


Paula se quedó tan aturdida que no oyó la respuesta de su padre, pero debió ser patética, a juzgar por las sonrisas de Pedro y sus hermanos. Pedro la había defendido como un caballero. Y cuando los Alfonso la rodearon fue incapaz de contener las lágrimas.


Sus defensores. Sus protectores. Sus camaradas. Por fin su familia la había encontrado.




CHANTAJE: CAPITULO 18




Pedro no le apetecía nada cenar en el restaurante más exclusivo de Black Hills. Comparado con los restaurantes de Nueva York no era más que un local de precios elevados donde la clase alta del condado iba a dejarse ver.


En aquellos momentos preferiría estar solo, pero sus hermanos habían insistido en cenar juntos antes marcharse.


Luciano estaría fuera una temporada, preparándose para las carreras, y Julian tenía que iniciar los preparativos para trasladarse a Alfonso Manor. El testamento no impedía que Pedro pudiera contratar a alguien para dirigir la fábrica.


La ley de Renato. La causa de todas las tensiones, especialmente entre él y Paula. La mujer de la que había intentado deshacerse después de haberla convencido para acostarse con él.


¿Cómo podía una mujer afectarlo tanto? Siempre estaba intentando adivinar lo próximo que haría o enloqueciendo de deseo por ella. De nuevo evitaban estar en la misma habitación salvo para las comidas, cuando Nolen no le quitaba ojo de encima a Pedro.


Luciano la había convencido para que fuera a cenar con ellos, y allí estaba, sentada entre él y Luciano en la mesa circular. Al mirarla advirtió que torcía el gesto en una mueca de desagrado y se preguntó qué ocultaría bajo la radiante fachada que le mostraba al mundo. Por una vez decidió averiguarlo.


–¿Qué ocurre? –le preguntó.


–Mi padre está sentado junto a la ventana –dijo, inclinando la cabeza.


–Ese título le queda un poco grande –comentó Luciano.


–¿Cómo lo sabes? –le preguntó Pedro.


–Porque ella me lo ha dicho. Cuando dos personas hablan se cuentan cosas, ¿sabes?


Pedro decidió ignorarlo. Luciano estaba muy susceptible desde la lectura del testamento.


–¿No te hablas con tu familia, Paula?


Ella se encogió de hombros como quitándole importancia, pero la forma en que se mordió el labio sugería lo contrario.


–No si puedo evitarlo, pero no pasa nada. A ellos tampoco les interesa mucho hablar conmigo.


Pedro se fijó en que la mujer sentada al lado del padre de Paula era mucho más joven que él.


–¿Y tu madre?


–Con ella hablo más a menudo, cuando me llama por teléfono.


–¿Para saber cómo estás?


–No exactamente.


–¿Entonces para qué?


Paula se quedó callada y fue Luciano quien respondió por ella.


–Para pedirme dinero.


–Creía que tus padres tenían dinero.


–Mi padre sí. Mi madre no tiene un centavo.


–¿Y por eso recurre a ti?


–No. Después del primer año que pasé con Lily mi madre comprendió que no iba a seguir pagando sus vicios. No sé por qué se molesta en seguir llamándome.


–Tus padres se divorciaron cuando tú tenías…


–Ocho años. La ruptura fue muy desagradable. Mi madre le dio motivos de sobra: infidelidad, alcoholismo…


–¿Y te dejó con ella?


–Los empresarios ricos tienen cosas más importantes de las que ocuparse que criar a un niña, o eso dijo él.
–Le pagó a mi madre para que se ocupara de mí, aunque las continuas aventuras de mi madre lo llevaron a reducir a pensión alimenticia. Eso no impidió que mi madre siempre le pidiera más, alegando que yo necesitaba uniformes o libros para la escuela, o inventándose cualquier cosa.


–¿Y le funcionaba?


–No tanto como le habría gustado, y por eso dejó de considerarme útil.


–¿Cómo se las arregla sin tus ingresos?


–Igual que hacía antes. Echándose novios ricos que la mantengan. Ha estado con muchos hombres, incluso volvió a casarse, aunque con la edad lo va teniendo más difícil, y cada dos meses me llama para pedirme dinero. En Alfonso Manor tengo casi todos los gastos cubiertos y me queda suficiente dinero para mandarle, pero…


–Sería malgastarlo.


–Exacto. En vez de eso abrí una cuenta en la que ingreso dinero todos los meses. Mi madre ni siquiera sabe que tiene un fondo de pensión.


Siguiendo un impulso, alargó el brazo y le acarició la mano a Paula, deleitándose una vez más con la suavidad de su piel.


Ella se removió, incómoda con la conversación o tal vez con la caricia. No hablaba mucho de ella. En realidad apenas hablaba, salvo cuando se trataba de defender a alguien.


La única otra mujer enteramente altruista que había conocido había sido su madre. Comparó la infancia de Paula con la suya antes de instalarse en Alfonso Manor. El padre de Pedro había sido un hombre bueno y atento que compaginaba su trabajo como profesor con su vida familiar. 


Pero cuando entró a trabajar en la fábrica todo cambió; por las noches llegaba exhausto a casa y por las mañanas se marchaba antes de que sus hijos se despertaran. Pedro lo echaba terriblemente de menos, y fue su madre quien pagó las consecuencias de aquel abandono involuntario.


Miró a la mujer que tenía al lado, aparentemente tan segura de sí misma, y recordó lo que había sufrido de niña para recibir atención. En vez de ayudarla él había intentado echarla del único hogar que ella había podido crearse.


 ¿Cómo se podía ser tan mezquino?


Y sin embargo ella había encauzado su vida de una manera admirable. Pero eso no bastaba para librarle de un amargo sentimiento de culpa.


Tenía que alejarse de ella. Mantener una relación, del tipo que fuera, era una locura. El problema era que no podía apartarse de ella. Ni quería hacerlo.


¿Cómo iba a refrenarse durante los próximos diez meses?