jueves, 17 de noviembre de 2016

AVENTURA: CAPITULO 23




A la mañana siguiente, Paula despertó temprano, cansada y más triste que nunca. Quemó algo de energía haciendo más tareas de las habituales y luego fue al supermercado para llenar la nevera. Estaba colocando las cosas en la despensa cuando sonó el timbre.


—,Sí? —contestó, mirando la pantalla del nuevo video portero.


—Paula, déjame entrar.


—¿Quién es?


—Pedro Alfonso. Y sé que me estás viendo —exclamó él, furioso—. Tengo que verte.


—Si has venido a pedirme disculpas...


—He traído tu abrigo.


Paula abrió mucho los ojos. ¿Había vuelto de Londres sin abrigo? Lo había comprado en la tienda de Christine Porter y, a pesar del descuento, era muy caro.


Pero estaba tan disgustada que ni siquiera se dio cuenta...


—¿Por qué no me lo has enviado por correo?


—No tenía nada que hacer hoy y he pensado que podría hacerte falta. Ábreme, por favor.


¿Por qué no?, pensó Paula. Una vena sádica, nueva en ella, casi disfrutó al ver el aspecto terrible de Pedro.


—Ven a la cocina. Y deja el abrigo en la barandilla. 


Pedro se quedó en la puerta, mientras ella seguía metiendo cosas en la despensa, sin mirarlo.


—¿Quieres un café?


—Gracias.


—Siéntate.


—Tengo que hablar contigo —dijo Pedro.


—Si estás tan mal como parece, quizá deberías haber llamado por teléfono —dio Paula, con frialdad, poniendo una taza en su mano—. ¿Quieres comer algo?


—No —contestó él, cerrando los ojos—. ¿Habrías contestado al teléfono?


—Seguramente no.


—Por eso he venido.


—Pensé que habías venido a traerme el abrigo.


—Y a pedirte disculpas. Salí corriendo detrás de ti para disculparme, no para agredirte. Lamenté mis palabras en cuanto salieron de mi boca. Hiciste bien al darme una bofetada.


Paula tomó un sorbo de café, inconmovible.


—¿Aceptas mis disculpas?


Ella lo estudió, sin emoción.


—No.


—Ya veo.


—Será mejor que te tomes el café.


—No, gracias, no puedo tragarlo.


—Ya.


—Paula, sé que no tengo derecho a preguntar, pero me estoy volviendo loco... ¿qué pasó con el niño?


Ella estuvo a punto de decirle que no era asunto suyo, pero para ser justos, Patricio había hecho que lo fuera.


—Debería haber sabido que Patricio Morrell iba a vengarse.


—¿Por qué?


Paula le contó el episodio del jardín.


—Le dije que no volviera por aquí y, por supuesto, él ha querido vengarse. Pero no puedo permitir que vaya mintiendo sobre mí —suspiró, pasándose una mano por el pelo—. Patricio siempre usaba preservativos, pero en una ocasión debió usar uno defectuoso... y quedé embarazada.


Cuando se lo dijo, Patricio se volvió loco. No quería tener un hijo, no quería que lo tuviera ella; eran demasiado jóvenes y no había sitio en su vida para un niño. El aborto era muy fácil en Londres y él dijo que se encargaría de todo, que la acompañaría a la clínica.


—Qué magnánimo —murmuró Pedro—. Perdona, sigue.


—Yo no tenía intención de abortar. En cuanto supe que estaba embarazada, decidí que tendría el niño. Mi madre se emocionó al saber que iba a tener un nieto...


Patricio discutió con ella durante horas, intentando convencerla. Unos días después empezó a encontrarse mal. Sintió un dolor tan terrible que se desmayó y Patricio tuvo que llamar a una ambulancia.


—Era un embarazo ectópico y sufrí una hemorragia interna. Me quitaron una trompa de Falopio y, cuando desperté, me dijeron que la otra trompa también había resultado dañada y que, por lo tanto, no podría tener hijos.


—Morrell estaría encantado, por supuesto —murmuró Pedro. con amargura.


—Feliz. Dijo que nuestro pequeño problema se había resuelto y que le contaríamos a todo el mundo que había sido una apendicitis. Para él, era la solución perfecta, pero para mí... Había perdido a mi hijo. Y no podría tener más —siguió Paula, perdida en los recuerdos—. Volví a casa para estar con mi madre unos días y, debo confesar que estaba tan concentrada en mi pena que no me di cuenta de que ella tenía peor aspecto que yo. Pero un día hablé con el médico y me dijo que su corazón se había deteriorado mucho en los últimos años, así que dejé mi trabajo en Londres y me quedé aquí con ella. Corté con Patricio, por supuesto, pero él se negó a aceptarlo. Sigue sin aceptarlo después de todos estos años.


—Podría matar a ese canalla —dijo Pedro—. Estuve a punto de hacerlo en El Vino’s. Lo agarré por el cuello y le sacudí. Le dije que si volvía a contarle esa historia a alguien le partiría la cara. Incluso le amenacé con acusarlo de acosarme sexualmente.


—UHF, eso debió hacerle callar —murmuró Paula, impresionada.


—Morrell tuvo suerte porque alguien entró en ese momento y tuve que soltarlo —suspiró él, pasándose una mano por el pelo—. Paula, sé que no quieres oír esto, pero tengo que decirlo: te quiero.


—Pero creíste a Patricio...


—¡Lo sé, lo sé! Ojalá pudiese retirar lo que te dije.


—Pero no puedes —se encogió Paula de hombros—. Y, como Patricio Morrell podrá decirte, yo soy una chica rencorosa.


Pedro la miró en silencio durante unos segundos.


—En ese caso, no hay nada más que decir.


—¿Seguro que puedes conducir? —preguntó Paula, preocupada al ver su palidez.


—Sobreviviré, no te preocupes. Por cierto, me sigue doliendo la cara de la bofetada... Menos mal que ahora no tengo ninguna razón para sonreír.


Tampoco la tenía ella, pensó Paula, mientras lo observaba cojear hasta el coche. Pedro se volvió y levantó la mano para decirle adiós, pero Paula cerró la puerta para no verlo desaparecer de su vida.






AVENTURA: CAPITULO 22





Paula decidió olvidar el desagradable incidente y no contárselo a nadie, sobre todo a Pedro. Y tomó el tren el sábado, en un estado de feliz anticipación ante la idea de darle una sorpresa.


El taxi la dejó frente a una casa en Chiswick que era tan diferente del antiguo establo que Paula se quedó perpleja.


¿Cómo podía un hombre tener dos casas tan distintas?, se preguntó. Era un edificio grande, de tres pisos, con enormes ventanales, una casa muy lujosa rodeada de un pequeño jardín. Nerviosa, Paula subió los escalones del porche y llamó al timbre.


—¡Sorpresa! —exclamó, con una sonrisa en los labios.


Pero su sonrisa desapareció al ver la expresión de Pedro.


—Llegas muy temprano —dijo él, con tono sombrío. 


Entonces vio que tenía una copa en la mano.


—¿Ocurre algo?


—Sí, claro que ocurre algo. Que estoy de luto.


—Cariño, lo siento. ¿Quién ha...?


—Quién no, qué.


—No te entiendo —murmuró Paula.


—He conocido a muchas mujeres, pero ninguna como tú, Paula Chaves. Eres única.


—Eso, evidentemente, no es un cumplido. ¿Por qué no me dices por quién estás de luto?


—Será mejor que entres —suspiró él, tambaleándose un poco—. Me refiero al asesinato de mis ilusiones. J’accuse, Paula Chaves —añadió, melodramático—. Tú eres la asesina.


—Y tú estás borracho. ¿Vas a contarme por qué?


—He llamado a la tienda para que no vinieras, pero Angela me ha dicho que ya estabas de camino. Así que aquí estamos... hombre a hombre, digo hombre a mujer.


—¿Por qué no te sientas? Te vas a caer, Pedro.


—Estoy bien.


—No, no estás bien.


Nunca lo había visto borracho y no sabía qué hacer. Y tampoco sabía qué podría haber pasado para que estuviera así.


—¿No quieres saber qué ha pasado?


—Claro que sí.


—Conocí a un amigo tuyo ayer. Estaba tomando una copa en El Vino’s y, ¿quién me siguió al lavabo? Tu amigo Patricio Morrell. Por eso me sonaba su cara. Lo había visto por allí... No en el lavabo, claro —empezó a decir Pedro—. Necesito una copa.


—No necesitas nada —replicó Paula, obligándolo a sentarse en el sofá—. Habla primero y bebe después.


—No me des órdenes. Quiero una copa.


—Te la daré cuando me hayas contado qué pasó.


—No pasó nada, pero me contó algo.


—¿Y qué puede haberte contado para que hagas este melodrama?


—Ah, melodrama, qué palabra tan bien elegida —suspiró él—. Tu amigo Patricio dijo algo muyyyyy interesante. Dijo que ibas a casarte conmigo. Eso no lo sabía yo... pero ahora viene lo interesante. Me advirtió que no me casara contigo porque no podías tener hijos.


—Eso ya lo sabías.


—Cierto, pero él me contó por qué. Olvidaste contarme que Patricio Morrell y tú habíais tenido un hijo, Paula. Según él, fue el nacimiento de ese niño lo que hace imposible que tú vuelvas a tener hijos.


—Es verdad —dijo ella, sin expresión.


—¿Es verdad? ¿Y qué pasó, diste el niño en adopción? —exclamó Pedro—. Qué pregunta más tonta. Claro, eso es lo que hiciste. Morrell no quiso casarse contigo, supongo. Y Paula Chaves no podía dejar que se repitiera la historia...


No pudo terminar la frase porque Paula le dio una sonora bofetada. Luego, tomó su bolsa de viaje, que había dejado en el suelo, y salió corriendo de la casa.


Afortunadamente, había un taxi en la puerta. Pedro salió detrás de ella, pero estaba tan borracho que cayó al suelo.


—¿Está usted bien, señorita? —preguntó el taxista.


—Sí, sí, por favor lléveme a la estación de Paddington.


Una vez allí, corrió hacia el lavabo y vomitó todo lo que había comido aquel día. Se sentía enferma, peor que nunca en toda su vida. Por fin, consiguió lavarse la cara y, pálida como una muerta, fue al andén para tomar el tren que la llevaría de vuelta a casa.


Paula estaba agotada cuando un taxi la dejó en Gresham Road esa noche. Puso el contestador y comprobó que todos los mensajes eran de Pedro, exigiendo que le devolviera la llamada. Ni en sueños.


Desconectó el teléfono para que no la molestase, apagó el móvil y puso la cafetera. Había bebido varias botellas de agua mineral en el tren, pero ahora necesitaba algo más fuerte.


Que Pedro Alfonso le pidiera que confiase en él había sido una patética broma. Si él practicase lo que predicaba, le habría pedido que le contase la verdad, sin sacar conclusiones precipitadas. En lugar de hacerlo, la insultó de la peor forma... Así que al demonio con él.





AVENTURA: CAPITULO 21





Cuando Angela entró en la tienda y vio la expresión de Paula, lanzó un grito de júbilo.


—Habéis hecho las paces.


Ella asintió, contenta.


Pedro insistió en que me quería y, al final, no pude decirle que no.


—No sabes cuánto me alegro. Cuando vuelvan Luisa y Helena, ¿podemos dejar la tontería de las vitaminas y contarles la verdad?


—¿Por qué no? A partir de ahora, puede saberlo todo el mundo.


Entonces oyeron ruido en la calle y salieron para ver qué pasaba.


—¡Los bulldozers de Alcom! —estaba gritando Nadine, la chica de la floristería—. Pronto tendremos las nuevas salas de cine, por fin.


Paula sonrió, un poco emocionada al ver el nombre de Alcom en los camiones. Como si ya fuera algo suyo.


—Ojalá tuviera tiempo para ir a ver cómo van las obras —le confesó Pedro unos días después, por teléfono.


—¿Es duro vivir en la cumbre? —bromeó ella.


—Desde luego que sí. Ahora respeto a mi padre mucho más que antes, te lo aseguro. Pero no pienso faltar a nuestra cita, así que no pierdas el tren.


Cuando Angela se enteró de que Paula pensaba ir a Londres el próximo sábado, insistió en que ella se quedaría en la tienda para que pudiese tomar el primer tren de la tarde. 


Encantada, Paula decidió que le daría una sorpresa a Pedro para variar.


Pero aún le quedaba toda una semana...


El sábado, aburrida, decidió plantar la camelia que le había regalado Daniel Morrell. Pero cuando estaba cerrando el grifo de la manguera, un hombre apareció al otro lado del seto. En contraste con su chándal y sus botas llenas de barro, el recién llegado era como un figurín de una revista de moda.


—Hola, Paula —la saludó Patricio Morrell—. ¿Estás muy liada?


—Pues sí, ya lo ves. ¿Qué querías?


—Sólo charlar un rato. ¿Puedo entrar?


—La respuesta sigue siendo no, Patricio. ¿Es que no te rindes nunca?


—Si no quieres dejarme entrar, al menos habla conmigo mientras estás trabajando.


Paula se encogió de hombros.


—¿Qué haces aquí? Últimamente, parece que me sigues.


—Mi presencia en el baile era obligada, pero el encuentro en el Ivy Bush el otro día fue una mera coincidencia. ¿Vas en serio con Alfonso? —preguntó Patricio, atravesando el seto y haciendo una mueca cuando se le mojaron los carísimos mocasines.


—¿Por qué lo preguntas? No es asunto tuyo —contestó ella, mientras plantaba la camelia.


—Sabes muy bien lo que siento por ti, Paula. No quiero que te hagan daño.


—Ah, viniendo de ti, eso está muy bien —replicó ella, irónica.


—He preguntado por ahí —insistió Patricio—. Parece que Alfonso tiene reputación de mujeriego.


—Es un hombre soltero y heterosexual, de modo que no me parece nada raro.


—¿Estás enamorada de él?


—Sí, Patricio—contestó Paula, mirándolo a los ojos—. Incluso siento respeto por él, algo que no sentía por nadie hace mucho tiempo.


El hizo una mueca.


—Sabes cómo hacer daño, ¿no?


—Debería... me ha enseñado un maestro —replicó Paula—. Mira, tengo que irme... Ah, y por cierto, dile a tu hermano que tampoco es bienvenido en esta casa.


—¿Danny viene por aquí?


—Sólo una vez, para darme la camelia que acabo de plantar.


—¿Estaba Alfonso contigo?


—No, él llegó después.


—O sea, que estabas sola. ¿Te pidió Danny un beso a cambio de la camelia?


—Lo tomó sin pedirlo —contestó Paula.


—Hablaré con él para que no vuelva a pasar.


—No volverá a pasar, te lo aseguro. Ya no es bienvenido en esta casa.


Patricio la miró, en silencio.


—¿Vas a casarte con Pedro Alfonso? —preguntó por fin.


—Sí —mintió Paula, deseando poner fin a la conversación.


Pero, entonces, Patricio la tomó en sus brazos y buscó sus labios con desesperación. Un segundo después, estaba tumbado sobre la hierba y su hermano pequeño lo miraba con gesto amenazante.


—¡Déjala en paz!


Rojo de rabia, Patricio se levantó de un salto y se lanzó sobre Daniel. Cayeron los dos al suelo, revolcándose por la hierba mientras se golpeaban el uno al otro con los puños.


—¡Parad, parad ahora mismo! —gritó Paula.


Como ninguno de los combatientes le hacía caso, abrió el grifo de la manguera y los empapó de arriba abajo.


—¡Vosotros lo habéis querido!


—¿Qué haces? —gritó Patricio, intentando proteger su jersey de cachemir.


—¡Yo había venido a rescatarte! —protestó Daniel.


—¿Se puede saber que haces tú aquí? —le preguntó su hermano.


—Vine a ayudar a la señorita Chaves y te encontré acosándola. Me das asco.


—¡Ya está bien! —gritó Paula—. Marchaos de aquí los dos, ahora mismo.


—Paula...


—¡He dicho que os marchéis!


Daniel reaccionó como un cachorro herido, pero Patricio lanzó sobre ella tal mirada de odio que la hizo sentir un escalofrío. Por fin, se alejó, con su hermano detrás, cabizbajo.