miércoles, 30 de marzo de 2016

REFUGIO: CAPITULO 17





Increíblemente se durmió y no escuchó como Pedro se levantaba. Cuando abrió los ojos suspiró agotada mirando muñeca — ¡Armando! ¡Tengo que ir al baño!


Escuchó pasos por el pasillo y suspiró de alivio al ver al abuelo masticando— Abuelo, ¿qué estás comiendo?


—Nada. — respondió con la boca llena.


—¡No serán profiteroles!


—¡No has hecho el desayuno! — protestó abriendo las esposas.


Saltó de la cama— ¡Estaba durmiendo! ¡Haberme despertado!


—¿Para qué? Había profiteroles. —bufó yendo hacia el baño —¡No intentes escapar por la ventana! — gritó el abuelo— ¡El sheriff está fuera!


—Estupendo. — dijo cerrando la puerta y viendo el cristal roto de la ventana. Había sangre en la bañera y se quedó de piedra. Entonces salió del baño y caminó por el pasillo pálida al ver que en su habitación había sangre sobre la cama y el suelo. En la habitación de Armando había un reguero de sangre desde la puerta e iba por el pasillo llegando hacia el salón. Al llegar a la cocina, vio en el porche al sheriff hablando con Pedro— Hazme caso, Pedro.


—Bajar la voz. La niña está en el baño. — dijo el abuelo regañándolos.


—Tienes que entrar en razón. Vendrán más y puede que esa vez no tengamos tanta suerte. Son profesionales y no cejarán. —Pedro asintió muy serio— Llamaré a un amigo que tengo en el FBI y solucionará el asunto.


—¿Cómo? ¿Encerrándola con una vida falsa? Eso no es vida.


—¡Al menos tendrá una vida! ¡Podía haber tenido aquí una vida normal sino hubiera sido por el aviso que vio mi sobrina! ¡Me ha confesado por la mañana, al enterarse del ataque, que colgaron un video de la fiesta en Internet! ¡Subieron toda la pelea!


Pedro se tensó— ¿Me estás diciendo que Lorena y sus amigas han puesto en peligro a Paula?


Pedro, tenemos un problema mucho más gordo que ese.


—Que un amigo te traicione, me parece un problema muy serio. Pero tienes razón, Paula es más importante y no se va a ir.


Pero Paula ya no escuchaba. ¡Después de haber hablado con Pedro varias veces de su problema, Lorena la había delatado! Esa chica estaba loca. ¿Es que acaso no se daba cuenta de que había puesto a los Alfonso en peligro? La furia la recorrió y entrecerró los ojos pensando que cuando la pillara ya podía correr. Esa vez terminaría en la cárcel, porque le haría una cara nueva a esa pija consentida. 


Disimuladamente volvió hacia el baño y miró con rabia aquella sangre derramada por el capricho de una malcriada. 


Se iba a enterar.


Una hora después estaba frotando la sangre del pasillo cuando Pedro la vio— Nena, ¿qué haces?


—Limpiar. — respondió sin mirarlo.


—Una mujer iba a venir a limpiarlo todo. — dijo cogiéndola del brazo— Pensaba que habías vuelto a la cama.


—Tengo que limpiarlo ya. — dijo soltando su brazo y pasando otra vez la bayeta sobre el suelo de madera. —Sino va a quedar la marca.


—Déjalo Paula. — la levantó sin esfuerzo y ella le miró enfadada— Lo hará otra persona.


—¿Por qué? ¡Es culpa mía que esté ahí! ¡Tengo que limpiarlo! ¡Además me dijiste que era mi trabajo mientras estuviera aquí! — sus ojos se llenaron de lágrimas— Todo es culpa mía. La casa está hecha un desastre y casi os matan. ¡Y van a volver! — gritó casi histérica con el trapo lleno de sangre en la mano —Y encima sólo te causo problemas. ¡Ahora seguro que riñes con Lorena por mi culpa, aunque es una hija de puta, pero no habías tenido problemas con ella hasta que llegué yo!


—Vale, hora de descansar. — dijo Pedro mirándola preocupado, quitándole el trapo y los guantes— Ahora te vas a duchar y vas a acostarte un rato.


—¿Acostarme con todo lo que tengo que hacer? — preguntó exaltada.


Armando apareció con un vaso de agua y una pastilla en la mano— Tómate esto.


—¿Qué es? —preguntó con desconfianza.


—Un tranquilizante que me dio el médico que te reconoció ayer, en caso de que pasara esto. — dijo tranquilamente— Estarás como nueva en diez minutos.


—¿Crees que lo necesito?


Ambos asintieron y Armando le metió la píldora en la boca como si fuera una niña. Pedro la llevó hasta el baño, que ya estaba impecable y le quitó la camiseta y los pantalones cortos antes de abrir el agua de la ducha.


El agua templada le sentó tan bien que después de unos minutos sonreía relajada— ¿Mejor? — Pedro la ayudó a salir y la secó con una gran toalla rosa.


—¿Mejor de qué? — preguntó sin poder concentrarse en nada.


Pedro sonrió y sorprendiéndola la cogió en brazos. La llevó a su habitación que era la única que estaba intacta aparte de la del abuelo. La tumbó sobre la cama y le quitó la toalla antes de cubrirla con la sábana. Le acarició los rizos pelirrojos y ronroneando como un gatito movió la cabeza para darle mejor acceso—Nena, ¿serás buena y no te vas a escapar?


—¿Qué? — los ojos se le cerraban sintiendo mucho sueño.


—No, supongo que no. — la besó en los labios suavemente y cuando Pedro se apartó, ya estaba dormida.



****


Escuchó un canturreo y frunció el ceño porque la mujer que cantaba, lo hacía fatal. Se sentó en la cama dejando caer la sábana que la cubría y miró a su alrededor. Estaba algo densa y no terminaba de despejarse. Se bajó de la cama y fue hasta el armario de Pedro cogiendo una camiseta blanca de las viejas, que le llegaba a la mitad del muslo. Al caminar sobre el suelo hizo una mueca pensando que tenía que pasar la aspiradora. Abrió la puerta y frunció el ceño al oír la canción más alto. Siguió el sonido que suponía que era una canción de Sinatra, cuando vio a una mujer de su edad en la cocina, haciendo lo que suponía que era la cena. La mujer estaba pelando unas zanahorias y levantó la vista cuando Paula se acercó —Hola— la saludó sonriendo abiertamente.


—Hola— respondió incómoda— ¿Quién eres?


—Soy Carolina. —se limpió las manos con un trapo y se acercó a ella para darle la mano —He venido a echarte una mano. Al parecer ha habido problemas, ¿no?


—Sí, puedes llamarlo así.


—¿Tienes hambre? Has pasado muchas horas durmiendo. Los jefes me han dicho que no te moleste, así que no he pasado la aspiradora.


—No tengo mucha hambre. —dijo todavía algo espesa mirando a su alrededor. Se veían en la pared del salón varios disparos.


—Pues te voy a poner algo. Aunque en una hora serviré la cena.


—¿Te vas a quedar? — preguntó sorprendida.


—No, yo me iré a mi casa. — Carolina, que tenía un cabello negro largo hasta la cadera y unos ojos negros muy expresivos, sonrió— Mi Bill no quiere que llegue a casa después de oscurecer.


Aliviada se sentó en una de las sillas— ¿Eres la esposa de Bill?


—Sí, desde hace diez años. —Paula alucinó. Debía tener veintiocho años. Al ver su expresión Carolina se echó a reír— Me case con dieciséis.


—¡Qué joven!


—Sí y ya tengo cinco niños. Cinco soles.


—¿Cinco?


Carolina le guiñó un ojo— Y lo que venga.


—Debes tener mucha energía.


La chica se echó a reír a carcajadas asintiendo— Sí, la necesito. Mi Bill dice que debemos poner remedio o con cuarenta tendremos quince. Pero yo le digo que los hijos son una bendición de Dios y que si somos ricos en algo, será en hijos.


Y encima iba a ayudarla a ella cuando debía tener mil cosas que hacer en su casa. Se levantó y le dijo— Carolina, no hace falta…


—¡Siéntate! — le ordenó señalándola con la cuchara de madera que tenía en la mano. Paula lo hizo en el acto y Carolina sonrió— No falla. Es la mirada del tigre.


—¿Y la practicas mucho?


—Todos los días al menos diez veces. La he ido perfeccionando a lo largo de los años. — le acercó un cuenco y Paula miró su contenido. Parecía una especie de sopa — Come. Entretendrá el hambre hasta la cena. Paula cogió la cuchara y la hundió en la sopa. Al probarla asintió porque estaba deliciosa. Tenía pollo y algo de pasta. Carolina sonrió— Me alegra que te guste. Sé que eres una cocinera de primera.


—Tú tampoco lo haces mal.


—Gracias. Por cierto, tendréis que cambiar algunas cosas. La mesa de café del salón no creo que tenga arreglo y hay dos cristales rotos en las habitaciones. He lavado tu edredón, pero no creo que se salve. La sangre estaba casi seca.


—¡Oh, no! Esa colcha la hizo la madre de Pedro.


—Veremos lo que pasa. Sino pediré consejo a la señora Swan, que sabe mucho de estas cosas.


—¿La señora Swan?


—Oh, sí. Es la mujer del director del colegio de primaria. —respondió sin dejar de trabajar— Dirige unas clases de manualidades dos días a la semana. Pintura y patchwork. Es el único momento en el que tengo un respiro de la casa y me encanta.


Los ojos de Paula brillaron —Es genial. Me encantaría…— entonces perdió la sonrisa, pensando que ella no debía mezclarse con la comunidad y Carolina apretó los labios entendiéndola— Me voy a vestir.


Cuando entró en su habitación, se dio cuenta que ella nunca tendría una vida normal mientras la siguieran persiguiendo. 


Y mucho menos allí, que ya sabían quién era y lo que le podía pasar. Debía irse y los ojos se le llenaron de lágrimas, frustrada porque quería quedarse. Quería hacerle postres al abuelo y charlar con Armando por la noche antes de acostarse. Quería arreglar la casa y ver el nuevo cuarto de baño. Pero sobre todo quería estar con Pedro el resto de su vida. Se había enamorado de él y la aterrorizaba que le pasara algo por su culpa.


Se vistió con unos pantalones vaqueros y una camiseta de tirantes pensando en qué hacer, cuando un ruido tras ella la hizo volverse para recibir un golpe en el estómago que la traspasó de dolor. Asombrada miró su vientre donde tenía un cuchillo clavado. Levantó la vista lentamente para ver a Lorena mirándola con una sonrisa en la boca antes de cogerla por los hombros y acercar su boca su oído— Ahora ya no serás un problema para nadie. — dijo antes de empujarla sobre la cama y dirigirse tranquilamente hacia la ventana, por la que salió sin mirarla de nuevo.


No sabía lo que le pasaba, pues el pánico hasta le impedía gritar pidiendo ayuda. Una lágrima cayó por su sien y miró de nuevo hacia abajo, donde el mango del cuchillo sobresalía y la sangre salía sin control. ¡Se iba a morir! Tomó aire y sin darse cuenta de lo que hacía, gritó desgarradoramente mientras empezaba a temblar de pánico, viendo como la sangre salía del borde el cuchillo. No lloraba por el dolor que era horrible, lloraba porque ya no tendría la oportunidad de estar con Pedro nunca más. Cerró los ojos mientras escuchaba que Carolina la buscaba por la casa abriendo las puertas llamándola a gritos, hasta que llego a su habitación. Gritó horrorizada cuando la vio y salió corriendo sin acercarse. Paula tomó aire y levantó una mano llena de sangre pensando que igual Lorena tenía razón. Ya no sería un problema para nadie. Ni para los Falconi, ni para Pedro, ni para su familia, que llevaba preocupada por ella tres malditos años. Cerró los ojos sin darse cuenta que dos enormes lagrimas corrían por sus mejillas, ni que gimoteaba de dolor.


—¡Paula! — Carolina entró en la habitación y abrió los ojos— ¡Eso, mírame! ¡No dejes de mirarme! —muy nerviosa no sabía si tocarla y movía las manos a su alrededor sin saber qué hacer— Ya he pedido ayuda. Están al llegar.


—Lorena…— susurró con la respiración entrecortada— Ha sido Lorena.


Carolina la miró asombrada— ¿Lorena Spencer?


En ese momento no recordaba su apellido. Ya casi no sentía dolor y empezaba a tener frío— Tengo frío.


Carolina asintió reteniendo las lágrimas— Tienes que aguantar. Hazlo por mí. Hazlo por Pedro, que se va a llevar un disgusto horrible por no haber estado aquí a tu lado.


—Sí. — notaba que no le quedaban fuerzas y los temblores eran más fuertes— Dile que me ha encantado estar en su casa. —Carolina asintió— Y que he sido muy feliz aquí.


—Se lo diré. — la cogió de la mano ensangrentada apretándola fuerte— Por favor… sigue conmigo.


Escucharon el ruido de algo que Paula no llegó a reconocer, que se acercaba a la casa — ¡Ya vienen!


Carolina corrió hacia la puerta y Paula susurró— Dile que lo quiero.



REFUGIO: CAPITULO 16




Cuando abrió los ojos recordó de golpe que la habían atacado y gritó sentándose sobre la cama—¡La pistola!


—Ni hablar. No vas a volver a tocar un arma en la vida.


Volvió la mirada y Armando la observaba divertido sentado en una silla. Confusa miró a su alrededor para darse cuenta que estaba sentada en la cama del abuelo. — ¿Pedro?


—En el hospital. — Armando reprimió la risa y Paula le miró indignada.


—¡No fue culpa mía!


—No, claro que no. Fue una casualidad que pasara por encima justo cuando disparaste.


—¡Eso!


—Y que le vomitaras encima también.


—¡Se me revolvió el estómago al ver tanta sangre! — exclamó indignada.


—Eso digo yo.


Paula se mordió el labio inferior— Se pondrá bien, ¿verdad?


—En cuanto se le pase el cabreo. — Armando estaba a punto de romper a carcajadas— En sus años de seal nunca recibió un disparo y le has disparado tú. Está que trina.


Gimió pasándose una mano por la frente. El abuelo apareció en la puerta comiendo un profiterol y ella le miró— ¿Están buenos?


—Niña, tienes unas manos…


—Díselo a Pedro. — Armando no pudo evitarlo y se echó a reír.


Indignada se levantó de la cama


— ¡No tiene gracia!


—Sí que la tiene. Eres un peligro con un arma en la mano.


—Al menos no se ha disparado ella. — dijo el abuelo.


—¿Qué es lo que ha pasado?


—Bill encontró colillas cerca de la casa y siguió el rastro. — respondió Armando perdiendo la sonrisa — Nos avisó antes de la cena.


—Sabíais que iban a actuar. — dijo cortándosele el aliento.


—Por los asesinatos sabíamos que actuaban de noche, así que pensamos que era mejor que creyeran que salíamos de la casa y emboscarlos. Nunca estuviste en peligro porque estábamos aquí.


—¡Pero entraron en la casa! ¡Ese plan hacía aguas por todos lados! ¡No me extraña que le haya pegado un tiro a Pedro! Si me hubierais avisado…


Armando levantó una ceja y miró al abuelo — Te habrías puesto de los nervios y te habrías preocupado por nosotros.


Paula entrecerró los ojos porque tenía razón — ¿Cuántos eran?


—Cinco


Se quedó de piedra y les miró atónita— Supongo que sabían que estabas aquí y que estabas protegida. — dijo Armando mientras el abuelo se chupaba los dedos. Lucas entró en la habitación y gimió mirándola como si estuviera preocupado por ella. Le acarició la cabeza distraída, hasta que se dio cuenta de que ahora que sabían que estaba allí, no se detendrían. Enviarían a más.


— Tengo que irme. — dijo mirándose los pies que estaban desnudos. Necesitaba sus zapatillas de deporte.


—Amando…— el abuelo hizo un gesto con la cabeza señalándola y su hijo suspiró levantándose de la silla.


—No podemos dejar que te vayas a ningún sitio.


—Pero, ¿qué decís? ¿Estáis locos?


Antes de darse cuenta, Armando había sacado unas esposas, dándole un ligero empujón que la sentó en la cama y atónita vio como le esposaba la muñeca izquierda a uno de los barrotes del cabecero de la cama — ¿Qué haces?


—Esos tipos terminarán por encontrarte y no nos tendrás a nosotros para protegerte.


—Así que te quedas aquí. — el abuelo sonrió antes de salir de la habitación. Con la boca abierta vio como Armando se disponía a irse.


—¡Soltarme de una vez! ¿Estáis mal de la cabeza? Vendrán más y…


—No grites. Vamos a dormir. — dijo Armando antes de cerrar la puerta— ¡Hasta mañana, chiquilla! ¡Que descanses!


¿Qué descansara? ¿Cómo iba a descansar cuando en unos días aparecerían otros tipos para intentar cargársela? ¡El día que fue a aquella peluquería, más le valía no haberse levantado de la cama!


Frustrada apoyó la espalda sobre las almohadas, pero al intentar cruzar los brazos tiró de las esposas frunciendo el ceño— Maldita sea. — siseó mirando la muñeca. Entonces pensó en que podía abrirlas. Lo había visto en las películas mil veces. No debía ser tan difícil. Tenía que encontrar algo que meter en la cerradura y se llevó la mano libre a sus rizos rojos. Sonrió porque esa tarde se había puesto dos horquillas para preparar la cena. Se quitó una y miró el cierre. ¿Tenía que doblar la horquilla? ¿O eso era para las cerraduras de las puertas? —Me cago en la …


Metió un extremo de la horquilla en el circulito de la cerradura. No supo cuánto tiempo estuvo dándole vueltas y frustrada se puso de rodillas sobre el colchón para tener mejor ángulo. Aquellas esposas la estaban poniendo de los nervios. Sobre todo, porque cada vez que las movía tintineaban en el barrote de la cama y no soportaba ese sonido. Era irritante. Entonces pensó que con la horquilla no conseguiría nada y se dio por vencida. Bueno, se dio por vencida con la horquilla, porque ni corta ni perezosa se levantó de pie sobre el colchón y elevó el cabecero que pesaba una tonelada. Sudando y sin saber cómo lo había hecho, lo colocó sobre el colchón. No podía llevarse eso colgando, sobre todo porque no llegaría muy lejos. Revisó el cabecero y sonrió cuando vio que en la parte de abajo un tornillo sujetaba la barra, que retenía el barrote en la estructura. Aquello estaba chupado. Si tuviera un destornillador. Entrecerró los ojos porque recordó que había uno bajo el fregadero. El problema era llegar hasta allí sin hacer ruido.


Estaba de pie al lado de la cama, tirando de él cuando se abrió la puerta y Pedro apareció mirándola como si estuviera mal de la cabeza— Cariño, ¿cómo tienes el pie? —dijo sonriendo al ver que parecía estar bien. La que no parecía estar bien era ella que estaba sudorosa, despeinada y algo pálida por todo lo que había pasado.


—Nena, ¿qué haces?


Ella miró hacia el cabecero que aún estaba sobre el colchón— Oh, nada. Limpieza.


Pedro se mordió el labio inferior asintiendo— ¿A las cinco de la mañana?


—Me he levantado temprano.


—Ya, por el desmayo seguramente.


—Sí, eso me ha espabilado. Me he despertado con un montón de energía.


Pedro dio un par de pasos hacia ella y salvo una ligera cojera, no se le notaba nada que le había pegado un tiro— ¿Y esas esposas?


—Pues estaba jugando. — dijo ella intentando sonreír tirando—Y ya ves, me he quedado atrapada.


—Claro. — parecía que Pedro intentaba no reír — ¿No tenían una llave?


—Sí. — miró a su alrededor intentando buscar una excusa— No sé dónde estarán. ¿Me ayudas a buscarlas?


—Por supuesto. Iré a ver en el cuarto de papá, porque esas esposas son las de mi padre de cuando era el sheriff de la zona.


Paula le miró con los ojos muy abiertos pensando que la había pillado— ¡No! ¿Cómo van a ser las de tu padre…


—Será porque ponen oficina del sheriff en ellas. —Pedro sonrió sin poder evitarlo.


Miró las esposas y era cierto. Miró al cielo antes de volverse con una sonrisa— ¡Es cierto! Pero pueden ser del sheriff. Seguro que ha estado aquí esta noche para lo de esos tipos, ¿verdad?


—Era uno de los que disparó esta noche, sí. —se acercó a ella y sin ningún esfuerzo colocó el cabecero en su sitio—¿Quieres que le llame para ver si ha perdido sus esposas?


Paula se puso como un tomate—No, esperaré las llaves de tu padre.


—Vale. — se sentó en la cama y haciendo una mueca se quitó la bota — ¿Así que quieres escaparte otra vez?


—¿Cómo lo sabes? — preguntó mirando la venda que tenía alrededor del pie— Cariño, ¿no te duele ponerte la bota? ¿Por qué te la has puesto?


—Porque no pienso ponerme ese zapato de payaso que daban en el hospital. —se quitó la otra bota y se tumbó en la cama suspirando —Ven cielo, quiero dormir un rato.


Paula se acostó a su lado y recostó la cabeza sobre su pecho con la mano esposada levantada — ¿Te duele?


—Pues algo.


—Lo siento.


Estaba incómoda y Pedro se dio cuenta tumbándola sobre él boca abajo. Sonrió con la mejilla sobre su pecho —Te voy a aplastar.


—No pesas lo suficiente. — susurró acariciando su espalda —¿Has pasado miedo?


Levantó la cara para mirarle a los ojos— Fue raro. Al principio sí, después se me quitó y cuando todo pasó...


Pedro sonrió— Ya vi lo que ocurrió cuando todo pasó. Tuve que cambiarme antes de ir al hospital.


Gimió dejando caer la cabeza— Soy un desastre.


—Lo estás llevando muy bien.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas sin poder evitarlo— Volverán y nos matarán a todos. Déjame irme.


—¿Recuerdas que estás bajo arresto domiciliario? —preguntó divertido.


—Va…


—Le diré al sheriff que no te lo tomas en serio.


—¿Con todo lo que está pasando? —le miró sorprendida— ¿Por qué me iba a importar?


—El juez Bronson tiene muy malas pulgas. Terminarías en prisión.


Paula suspiró tumbándose sobre él— Sería lo que me faltaba. Y Lorena tan ricamente.


—No hablemos de Lorena. Nena, duérmete. Mañana tienes mucho que hacer.


—Sí. — suspiró sobre su camisa— La casa debe estar hecha un desastre





REFUGIO: CAPITULO 15





Como Pedro no le hacía caso, pidió lo que quería a Armando, que le había dicho que se lo iría a buscar. Cuando dos días después Pedro llegó a casa y la vio con la plancha en la mano levantando el papel, simplemente dijo— Me voy a duchar.


—¡La cena estará en diez minutos! — exclamó continuando su trabajo.


El teléfono sonó y el abuelo fue a contestar con una empanadilla de las que había hecho para la cena en la mano— ¿Rancho Alfonso? —sonrió asintiendo— Ajá.— divertida siguió pasando la plancha por la pared para levantar el papel con el vapor —Ajá. De acuerdo. —colgó el teléfono y se sentó en el sofá mirándola —Niña ¿puedes traerme las pastillas de la habitación?


—Claro. —desconectó la plancha y se fue hacia el pasillo, viendo pasar a Pedro desnudo hacia su habitación. De la que pasaba le dio una palmada en el trasero—Serás descarado.


—Y a ti te encanta, preciosa. — la cogió por la cintura impidiéndole continuar y se besuquearon mientras se reían.


—¡La cena! —gritó el abuelo— ¡Y mis pastillas, niña!


Se separaron a regañadientes y a Paula la sonrisa no se le borró en toda la noche. Para la cena de esa noche ella había hecho algo especial, que había escondido en su habitación para que no lo vieran. Era una torre de profiteroles con caramelo y cuando entró con ella los hombres no parecían impresionados.


— ¿Abuelo? — preguntó confusa mirándolo a los ojos — Pensaba que te encantaría probarlo.


—Es que tenemos que irnos, niña. — dijo levantándose de la mesa a toda prisa.


Pedro la miró a los ojos muy serio— Nena, quédate aquí y no salgas. Hay otra manada de lobos y tenemos que deshacernos de ella.


—¿Otra vez? — preguntó fastidiada dejando la bandeja sobre la mesa.


—Sí, han matado a unas piezas y debemos remediarlo antes de que se acerquen a algo nuestro. — Armando se levantó muy serio y fue a por la escopeta. El abuelo hizo lo mismo y Pedro cogió lo que ella pensaba que era una ametralladora que siempre escondía bajo el sofá. Se acercó a ella cogiéndola de la cintura— Está oscureciendo. Cierra por dentro. Lucas se queda contigo. —Paula miró al perro que levantó la cabeza del suelo moviendo la cola. Después del resultado de su encuentro con los lobos la última vez, dudaba que le sirviera de ayuda — Cierra las ventanas y las puertas ¿Me oyes?


—Sí.


Armando se acercó a ella y le entregó un revolver —Ya está cargado.


Hizo una mueca, cogiendo la culata del revolver con el índice y el pulgar. Armando puso los ojos en blanco— ¡Niña, sujétalo bien!


—Es que no me he acostumbrado todavía. — dijo cogiéndolo bien y metiendo el dedo en el gatillo. Armando y Pedro se apartaron de golpe cuando los apuntó sin darse cuenta y el abuelo gimió al verla con el arma en la mano — ¡Se va a pegar un tiro!


—¡Abuelo! — protestó indignada moviendo el arma de un lado a otro— ¡Ya me has visto disparar y lo hago de miedo!


—Exacto, de miedo. — dijo el hombre saliendo por la puerta —No dio ni una.


—¡Es que los blancos estaban muy lejos! — gritó para que la oyera — ¡Y el sol me molestaba!


Pedro la cogió por la muñeca —Nena, ten cuidado con el arma y si estás en problemas, grita. Alguno de mis hombres estará cerca para vigilar los caballos.


—Vale. —sonrió para que no se preocupara por ella.Paula tenía claro que no pensaba abrir ninguna puerta, ni pensaba salir después de su última experiencia, así que sonrió ampliamente— No te preocupes.


—No sabemos cuánto tardaremos. Acuéstate.


—¡No! Os esperaré despierta.


Pedro sonrió y le dio un beso. Les siguió hasta la puerta y vio al abuelo mirando a su alrededor con la escopeta sobre el hombro —Dejaré el postre sobre la mesa para cuando volváis.


—Gracias, niña. — dijo el abuelo guiñándole un ojo antes de bajar los escalones.


Les vio ir hacia el establo. Seguramente para ir a caballo, ya que tenían que rastrear la zona. La sorprendió ver a dos hombres a caballo ante el establo, porque no les había oído llegar. Uno de ellos era Bill, el indio que había ido hasta la casa cuando habían atacado a Lucas. Cerró la puerta con llave y miró a Lucas sonriendo— Nosotros nos quedamos aquí ¿eh, cielo? — Lucas se levantó y acarició su pierna con el cuello— Ya hemos tenido bastante de lobos. ¿Te apetece ver algo en la tele?


Se sentaron en el sofá después de recoger la cocina y comprobar que todo estuviera cerrado. Lucas se sentó a su lado colocando la cabeza sobre sus muslos, mientras ella cambiaba de canal acariciando su cabeza — No sé…Mira, hay ese concurso de baile. ¿Vemos esto?


Se estaba riendo a carcajadas del ridículo que estaba haciendo una de las celebrities del momento, cuando Lucas movió la cabeza levantando las orejas —Sí, lo está haciendo fatal. — dijo divertida. El perro gruñó y Paula perdió la sonrisa poniéndose en guardia— ¿Qué pasa, cielo?


Lucas se puso de pie sobre el sofá mirando la puerta principal y lentamente pasó sobre ella para saltar de él. Paula cogió la pistola que tenía ante ella al verle caminar lentamente y no lanzarse hacia la puerta como cuando llegaba Armando. Se levantó del sofá al escuchar que su gruñido se hacía más fuerte y que se acercaba a la puerta.


Cuando volvió la cabeza hacia atrás mirando el pasillo, Paula se dio cuenta que estaban rodeando la casa.


— Mierda. — dijo nerviosa pensando en qué hacer. 


Entonces escuchó que rompían un cristal y palideció cuando Lucas su puso a ladrar como loco acercándose a ella. 


¡Estaban entrando en la casa!


Sin hacer ruido fue hasta el armario de los abrigos y entró dentro — ¡Lucas! — susurró mirando al perro que gruñía y ladraba como loco — ¡Ven aquí!


Entonces escuchó un disparo y Lucas corrió hacia ella, entrando en el armario. Ese perro no era tonto. Cerró la puerta sin hacer ruido y frunció el ceño al escuchar lo que parecían pasos de botas. Se dio cuenta que había llegado la hora. Eran sus lobos los que habían entrado en la casa, aprovechando que los chicos no estaban. Para su sorpresa no sintió miedo. Era como si después de esperar tanto tiempo, fuera un alivio que llegara ese momento. Caminó hacia atrás y movió lentamente los abrigos para descubrir la puerta del sótano. Lucas estaba en silencio como si supiera que debía estar callado y Paula hizo una mueca cuando la puerta del sótano chirrió. Entonces entró a toda prisa. Estaba oscuro, pero como conocía la escalera, cerró la puerta en cuanto Lucas pasó. Escuchó un disparo justo cuando cerraba la puerta y varios más después cuando bajaba las escaleras. Tropezó con Lucas cayendo al suelo de rodillas y se le disparó el arma. Entonces levantó la cabeza, porque se oyeron una cantidad enorme de disparos y varias personas corriendo. Abrazó a Lucas por el cuello y susurró—Está claro que no estamos solos.


Cuando cayeron varios muebles entrecerró los ojos y después sonrió. Pero después perdió la sonrisa, pensando en si se quedaría el tiempo suficiente para cambiarlos. Y después pensó que no quería irse. Algo pesado cayó al suelo sobresaltándola. Asustada por si era uno de sus chicos el que estaba herido, levantó el arma al techo. Alguien golpeó la puerta del sótano con fuerza y sobresaltándose otra vez se le disparó el arma. Escuchó un gemido en el piso de arriba y sonrió — ¡Le he dado, Lucas!


— ¡Nena! — gritó Pedro desde arriba— ¡No dispares!
¿Cómo sabía que ella había disparado con aquel jaleo? 


— ¡Despejado! —gritó Armando.


—¡Despejado! — gritó alguien que no reconoció.


—¿Paula?


—¡Estoy bien! — se levantó lentamente mirando hacia arriba— ¿Puedo salir?


—Sí, nena. Puedes salir. — la voz de Pedro parecía enfadada y no le extrañaba si le habían destrozado la casa.


Fue hasta la escalera y subió los escalones a gatas porque no se veía nada. Cuando abrió la puerta, Lucas salió a toda prisa. Paula atravesó el armario con la boca abierta al ver
la cantidad de agujeros que había en la puerta. Al ver el salón jadeó por el destrozo y se acercó a toda prisa a Pedro, que sentado en el sofá con la metralleta sobre las piernas la miraba como si quisiera matarla— Cielo, ¿estás bien? — preguntó él suavemente.


Sonrió radiante — ¡Sí! Me he escondido abajo.


—Ya me he dado cuenta. ¿Y sabes cuándo me he enterado de que no estabas aquí?


—¿Cuándo?


Pedro levantó el pie izquierdo que tenía justo en el centro de la suela lo que parecía un agujero con algo oscuro y viscoso — ¡Cuando me has pegado un puto tiro en el pie!


—Ay, Dios mío. — dijo acercándose a toda prisa con el arma todavía en la mano. En cuanto llegó a su lado Pedro se la arrebató de la mano— ¡Cielo, lo siento! ¿Estás bien?


—¡Nena, me has pegado un tiro!


Paula entrecerró los ojos— ¿Cómo sabes que fui yo? Aquí se han pegado muchos tiros.


—¡Porque vino de abajo! —le gritó a la cara.


Armando pasó ante ellos arrastrado por los pies a un tipo que tenía un tiro en la frente. Paula palideció al ver el reguero de sangre que iba dejando. —Ay madre— tropezó necesitando sentarse y Pedro gritó de dolor levantando el pie del suelo. Paula se dejó caer en el sofá— No exageres. Es una herida de nada. — dijo ella pensando que iba a vomitar.


—¡Me has traspasado! — dijo furioso — ¡Tendré suerte sino me quedo cojo!


Paula al ver que el abuelo sacaba a otro tipo tirando de él por los pies, que sangraba muchísimo por el vientre, miró a Pedro pálida como la nieve— ¿Nena? — no lo pudo evitar. Le vomitó sobre los muslos todo lo que tenía en el estómago. Cuando levantó la cabeza un hilillo de saliva le caía por la comisura de la boca y Pedro la miraba preocupado — ¿Mejor?


Paula asintió justo antes de poner los ojos en blanco y desmayarse hacia atrás cayendo desparramada sobre el sofá y después escurriéndose al suelo, antes de que Pedro se diera cuenta.