viernes, 29 de octubre de 2021

SIN ATADURAS: CAPÍTULO 35

 


Pedro se movió y la sábana se deslizó ligeramente hacia abajo. Volvió a subirla de inmediato, pero no antes de que Paula pudiera echar un rápido vistazo.


Era obvio que su reacción no hacía más que crecer. El sentimiento de anticipación le hizo reír.


–¿Sabías que hay más de doscientos millones de burbujas en una botella de champán? Lo que significa que ahora mismo unas cien millones recorren mis venas.


Pedro apoyó la espalda contra el cabecero de la cama.


–¿Alguien se ha molestado en contarlas? –preguntó, fingiendo toda la indiferencia que pudo.


–Eso parece.


–¿Ya te has tomado tu media botella?


–Yo sola. Debería haberla compartido contigo.


Pedro movió la cabeza lentamente y sonrió. Habría disfrutado bebiendo el champán de labios de Paula… el problema era que le gustaba demasiado. Sentía que bajo el animado exterior de Paula había auténtico sufrimiento, que estaba negando su soledad y quién sabía que otras necesidades. Pero él no podía ofrecerle la seguridad que necesitaba. No quería líos emocionales. Ya le había llevado demasiado tiempo volver a sentir su propia libertad. Y no podía estar seguro de que Paula no fuera a querer más si llegaran a acostarse.


–Da igual –añadió Paula mientras se arrimaba a él–. Me habías prometido algo.


–No te lo he prometido –murmuró Pedro débilmente, agobiado por la tentación.

 

–Después del partido –Paula ignoró las palabras de Pedro–. He bailado como me dijiste. ¿Me has visto?


–Sí –respondió Pedro escuetamente.


–¿Y te ha gustado? –preguntó Paula con voz ronca.


Pedro tragó con esfuerzo. Aquello era una auténtica tortura.


–¿Tienes miedo a responder?


–Sí –admitió Pedro.


–¿Por qué?


–Porque no quiero hacerte daño.


–No me harás daño. Al menos si estoy… caliente, y creo que lo estoy –Paula dejó escapar una risita–. Y tampoco creo que vaya a doler tanto, ¿no? Siempre pensé que lo del dolor era algo que se decía para desanimar a las chicas, para mantenerlas puras –añadió con una risa.


–Paula –murmuró Pedro, consumido por el deseo–. No me refería al dolor físico.


–Oh –Paula se mordió el labio, pero sin dejar de sonreír.


–Hablo en serio –Pedro se irguió en la cama, enfadado, frustrado… y terriblemente excitado–. ¿De verdad serías capaz de tener una aventura de una noche? Normalmente, el primer amor y la primera experiencia sexual suelen ir de la mano, e implican más emociones de las que uno puede controlar. No quiero complicaciones emocionales. Si hiciéramos esto, te importaría mucho más a ti que a mí.


–No –negó Paula con firmeza–. Lo único que me importa es pasarlo bien, y sé que así será contigo.


Pedro cerró los ojos con fuerza, pues sabía que lo pasarían mejor que bien.


–Eres virgen. Una virgen borracha. ¿Por qué diablos estoy hablando contigo? Haz el favor de salir de aquí.


–No estoy borracha. Te deseo, y lo único que te pido es esta noche. ¿No es la fantasía de todo hombre iniciar a una mujer virgen en los placeres del sexo? –Paula suspiró y sonrió de la forma más traviesa que Pedro había visto en su vida–. ¿Por qué no me enseñas lo bueno que puede ser?



SIN ATADURAS: CAPÍTULO 34

 


Sin pensárselo dos veces, se acercó a la cama. Hacía calor y Pedro estaba tapado tan solo por una sábana que lo cubría de la cintura para abajo. No llevaba camiseta, y Paula fijo instintivamente la mirada en su poderoso pecho, en sus marcados abdominales.


Pedro se movió un poco y abrió los ojos. Miró a Paula sin verla, gruñó y volvió a cerrar los ojos a la vez que murmuraba su nombre.


Como hipnotizada, Paula vio que deslizaba la mano bajo la sábana y la llevaba hacia su entrepierna, zona en que la sábana aparecía sospechosamente elevada y tensa. Suspiró, frustrado, buscando satisfacción.


Paula sonrió de oreja a oreja, encantada al saber que no era la única que se enfrentaba a unos sueños tan explícitos. Alargó una mano y deslizó un dedo por el esternón de Pedro en dirección a su ombligo.


–Estoy aquí mismo –murmuró.


–¡Pero qué…! –Pedro se irguió como una exhalación y apoyó instintivamente la mano sobre la de Paula–. ¿Paula? –preguntó con los ojos abiertos de par en par–. ¿Qué diablos haces aquí?


Paula trató de liberar su mano, pero él no la soltó.


–Me has dejado plantada –replicó.


–Paula… –Pedro apartó la mano de Paula de su pecho–. No puedes entrar así como así en la casa de otra persona.


–Por si te interesa saberlo, esta es mi casa. Pero no te asustes –añadió en tono sarcástico–. No he entrado para atacarte o seducirte. Solo quiero echarte la bronca.


–¿Y no puedes esperar a mañana?


–No, porque te has comportado como un memo.


–Eso no es cierto. He sido amable contigo y te he ayudado a tranquilizarte.


–¿Eso fue lo que te enseñaron en la facultad de medicina? No trates de actuar como si hubiera sido algo que tú mismo instigaste. Y no trates de negar que era algo que llevabas días deseando hacer, ni de simular que no va a suceder nada más íntimo.


SIN ATADURAS: CAPÍTULO 33

 


Paula subió las escaleras que llevaban a su dormitorio pisando fuerte, demasiado desafiante como para molestarse en no hacer ruido. No había luz en la casa, de manera que era posible que Pedro aún no hubiera llegado.


Cuando entró en su cuarto fue directamente a la nevera, sacó la botella reservada para celebrar su primera actuación en público, la descorchó y bebió directamente de esta.


Sabía bien.


Estaba acalorada y sedienta, enfadada y excitada, de manera que dormir iba a ser imposible. Salió al porche a beber el champán. Miró las ventanas de Pedro con el ceño fruncido, repasando mentalmente lo que pensaba decirle en cuanto volviera a verlo. Con cada sorbo de la botella empezó a sentirse más desafiante, más segura de sí misma.


Masculló una maldición.


Tenía una llave de la casa y pensaba echarle una buena bronca. Estaba en deuda con ella. ¿Por qué no entrar y decírselo a la cara?


Tras vaciar de un trago el resto de la botella, tomó las llaves y se encaminó hacia la puerta trasera de la casa. Abrió la puerta y pasó al interior. No sabía qué dormitorio habría elegido Pedro, pero eso no era problema.


Tras constatar que no estaba en la habitación de abajo, subió a la de arriba, su antiguo dormitorio. La puerta estaba entreabierta. La empujó y entró. Miró hacia la cama. Gracias a la luz de la luna comprobó que el muy miserable estaba profundamente dormido. ¿Cómo podía estar tan tranquilo mientras ella se sentía devorada por las fantasías de todo lo que quería hacerle… y de todo lo que quería que él le hiciera?