sábado, 19 de marzo de 2016

¿NOS CASAMOS?: CAPITULO FINAL






—¿No es la novia más preciosa que haya visto?


Paula le sonrió al padre de la novia.


—Claro que sí —acordó ella. Consultó su tableta y leyó rápidamente las notas sobre la ceremonia—. Ahora aguarden hasta que yo les avise, y luego caminan por el pasillo. —Estiró la mano para alisar un trozo de encaje en el vestido de la novia que apenas se había levantado—. Y recuerden: no corran por el pasillo. Quiero que lo hagan tal como lo practicamos anoche.


La novia sonrió y asintió.


—Gracias por todo, Paula. Has hecho que esta boda sea un sueño hecho realidad.


Paula sonrió a su vez.


—Por nada. Ya es tiempo; da tu primer paso hacia una vida de felicidad. —Retrocedió y observó a la novia y a su padre mientras comenzaban a caminar por el pasillo. Como siempre, tal como había aprendido de su abuelo, pronunció una sincera plegaria para que los futuros recién casados fueran felices para siempre.


Felices. Esa simple palabra era la mejor parte de su trabajo. 


Suspiró cuando la novia llegó al final del pasillo marcado que la llevaba a su “vivieron felices por siempre”. Una ligera brisa sopló desde el océano lo suficiente para levantar el velo de la novia y refrescar un poco la tarde. Paula volvió a suspirar. 


Era todo tan perfecto...


Su decisión de mudarse a Hawái había sido la correcta. La velocidad con que la capilla Corazones Esperanzados había sido vendida y demolida la había dejado casi sin aliento. 


Pero su abuelo lo había tomado bien. De hecho, había estado muy entusiasmado con su mudanza a Arizona. Él le había rogado que lo acompañara, pero las palabras de Pedro se habían repetido en su cabeza una y otra vez: “Descubre lo que quieres, Paula. Toma tu decisión”. Y, después de mucho examen de conciencia, Paulaa tomó tres decisiones.


La primera fue mudarse a la isla de Kauai. Siempre había amado el océano a la distancia, pero vivir en un lugar donde podía sentarse en la playa cada atardecer era un sueño hecho realidad.


La segunda decisión fue permanecer en el negocio de las bodas. Con dos títulos universitarios, tenía varias opciones, pero la que seguía eligiendo su corazón era la organización de bodas. Afortunadamente, la habían contratado enseguida en un reconocido centro vacacional especializado en bodas íntimas a orillas del océano. Cuatro meses después, podía decir con seguridad que amaba su trabajo tanto como su nueva casa en la isla.


La tercera decisión había sido la más difícil de tomar. No, difícil no. Tortuosa. Cada día, durante los últimos cuatro meses, la tentación de comunicarse con Pedro había sido abrumadora. Desde que él había abandonado la capilla, ella había deseado oír su voz, ver su rostro y estar en sus brazos. De algún modo había logrado no ceder e intentar mandarle mensajes de texto, llamarlo por teléfono o por Skype. Hasta había llegado a buscar tarifas de vuelos a Londres, pero el orgullo le impidió comprar el pasaje.


Las últimas palabras de Pedro habían sido que iría a buscarla más adelante. Miró su mano. El anillo de perla y granate que le había dejado en el estuche antes de irse le aseguró que todo eso no era un sueño. Lo usaba día y noche; había elegido creer que el hecho de que Pedro hubiese notado que ella lo había admirado en primer lugar significaba algo especial. El diamante ostentoso había sido un símbolo de la locura de su encuentro en Las Vegas, pero ese anillo —quería creer— era una pista de que la chispa que se había encendido entre ellos allí no se iba a extinguir.


Pero tal vez solo estaba siendo una tonta romántica. 


¿Cuántas veces había visto a su abuelo ver la vida color de rosa? Quizás ella estaba haciendo lo mismo. Se le escapó otro suspiro.


—¿Aburrida? —susurró una voz detrás de ella.


Paula se dio vuelta y apenas pudo evitar un grito de sorpresa. 


Había estado tan absorta en sus pensamientos que no había oído acercarse a nadie. Se quedó observando el rostro con el que había estado soñando todo el día. El corazón le martillaba en el pecho.


Pedro, ¿qué haces aquí?


Él se inclinó y la besó en los labios.


—Te dije que regresaría por ti más adelante.


Paula seguía observándolo; sus ojos lo absorbían con voracidad. Se veía bien, descansado, relajado y más apuesto de lo que ningún hombre tenía derecho a ser. El corazón de ella sufría por todo lo que lo había extrañado.


Él le tomó la mano derecha y la examinó antes de mirarla a los ojos.


—Estás usando el anillo en la mano incorrecta. —Echó un vistazo a la boda que se llevaba a cabo a poca distancia—. ¿Puedo robarte?


—Solo unos momentos —susurró—. Sígueme. —Sostuvo su mano y disfrutó de la calidez de su caricia. Lo llevó lejos de la ceremonia hacia las mesas preparadas para la recepción al aire libre.


En cuanto estuvieron fuera de la vista de los asistentes a la boda, Pedro estrechó a Paula entre sus brazos.


—No quiero nada más en este mundo que besarte.


Paula sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas, pero su sonrisa era amplia.


—Adelante.


Mientras se perdía en su beso, Paula sintió que todas las partes de su corazón y de su alma encajaban como un rompecabezas que empezaba a tomar forma. Cuando por fin retrocedió y miró a Pedro a los ojos, vio la respuesta a su pregunta tácita: él la quería. La amaba. Había ido a buscarla.


—¿Cómo me encontraste?


—Tu abuelo. Acabo de pasar unos días en Phoenix. Le enseñé a jugar golf a cambio de información sobre tu paradero—. ¿No te molesta?


—Me encanta que estés aquí.


Él tomó la mano de Paula y la colocó sobre su propio corazón.


—¿Te encantaría que me quedara?


—¿Por cuánto tiempo?


La sonrisa de Pedro estaba llena de encanto juvenil.


—Pensaba en para siempre.


Paula se quedó sin aliento. “Para siempre” era justo lo que quería.


—Pero ¿qué sucederá con tu abuela y con la fundación?


—¿A qué te refieres?


Ella levantó las cejas.


—¿Tienes que preguntar?


—Comparados contigo, no significan nada para mí.


—Pero tú... —comenzó a objetar, pero él se inclinó para besarla e interrumpió su protesta de manera eficaz.


—Pero nada. —La abrazó más fuerte por la cintura—. Mi abuela está muy conforme con torturar a mis primos. Hizo un gran escándalo cuando renuncié, pero creo que en el fondo admira mi decisión.


—¿Renunciaste por completo?


Él asintió.


—El día en que abandoné la capilla de tu abuelo comencé con los trámites. Me llevó un tiempo desvincularme, pero ahora soy un hombre libre. También aproveché para hacer las paces con mi padre; siempre lo había juzgado duramente por rehuir de sus responsabilidades en el negocio familiar. Ahora me doy cuenta de que estaba siendo fiel a sí mismo y quería que supiera que respeto su decisión.


—Porque tú has hecho la misma elección.


—Así es. Ahora es momento de que tú tomes una decisión. 
—Miró el anillo en la mano de Paula—. ¿Pasamos el anillo a la otra mano para que sea un anillo de compromiso oficial?


Paula le sonrió.


—¿Eso es una propuesta de matrimonio?


—No. —Pedro dio un paso atrás y se arrodilló. Luego le tomó la mano—. Esto sí: Paula Chaves, mi preciosa Paula, ¿me harías el gran honor de ser mi esposa?


A Paula se le llenaron los ojos de lágrimas de alegría. Ella asintió.


—Me encantaría pasar mi vida contigo.


Sus palabras fueron recibidas con aplausos y gritos de felicitaciones por parte del personal del servicio de comidas, que se había reunido en silencio. Pedro se puso de pie y pasó el anillo de la mano derecha a la izquierda.


Uno de los camareros les acercó dos copas de champaña.


—Felicitaciones —dijo mientras les daba las copas—. Que sean felices.


—Gracias —respondió Pedro—. Lo seremos. —Levantó la copa—. Por nosotros.


Paula, con el corazón lleno de felicidad, chocó su copa con la de él.


—Por para siempre.



¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 26





—Bueno, si esto no supera a todo, no sé qué lo hará.


Pedro sonrió ante el asombro en el tono de Claudio Chaves. 


Observó a Paula, pero ella estaba absorta en una de las piezas de la campaña publicitaria y no miraba a ninguno de los dos hombres. Algo no estaba bien. La noche anterior hubiera jurado que habían pasado una noche agradable. 


Paula había parecido tanto sorprendida como encantada cuando se habían detenido en el spa de primera categoría.


Habían disfrutado del sauna y de unos masajes antes de vestirse para una noche en la ciudad. Hasta donde le había parecido a él, a Paula le había gustado tanto el concierto como la cena, además del baile posterior.


Había una ligereza en sus pasos cuando bailaban y una comodidad espontánea mientras conversaban durante la cena. Paula había parecido tan reacia a que la noche terminara como él; hasta había parecido dudar sobre el acuerdo previo de que Pedro dormiría en el sofá otra vez. Sin embargo, durante el desayuno, ella había parecido distante y, desde que habían llegado a la capilla para revisar la campaña publicitaria, era como si estuviese a millones de kilómetros de distancia en lugar de estar de vuelta en casa. 


¿Qué podía haber sucedido?


—Tengo que reconocerlo, hijos, han pensado en todo. Es una pena que no la usemos después de todo el esfuerzo que le pusieron.


Pedro levantó la cabeza de golpe y observó a Claudio. Luego miró a Paula y notó que ella había tenido la misma reacción.


—¿Por qué no? Pensé que había dicho que lo aprobaba.


—Oh, claro que sí. Créelo, jovencito. Estoy impresionado, y a este viejo corazón le hace bien pensar en cuánto ayudará a atraer la atención a las bodas en Las Vegas. Sugiero que se lo lleven a Muriel. Ayudará a la capilla Flamenco más de lo que ella podría hacer por su cuenta. Pero yo dejo el negocio.


Paula dejó caer el lápiz, se sentó y se quedó observando a su abuelo. Era evidente que para ella también era una novedad.


Pedro se sentó y estudió al hombre.


—¿Cuándo tomó esta decisión, Claudio?


—Anoche..


—Abuelo, ¿de qué estás hablando? —Los ojos de Paula estaban llenos de preocupación—. Nunca quisiste siquiera hablar de jubilarte. ¿Qué sucedió?


—Recibí otra oferta para comprar mi propiedad.


—¿Otra vez? Pero los rechazaste al menos una docena de veces en los últimos dos años.


Pedro interrumpió.


—¿Qué empresa es y a qué se dedica?.


—Estacionamientos —explicó Claudio


Pedro miró a Paula.


—¿Qué opinas de esto?


—Creo que es absurdo. —La voz de Paula estaba llena de emoción—. Abuelo, tú amas Corazones Esperanzados; siempre dijiste que la capilla era tu vida.


Claudio cubrió una mano de Paula con la suya.


—Sí, lo era. Aquí pasé grandes momentos de felicidad. Me encantó vivir en el corazón de Las Vegas. Adoré oficiar bodas; fue un honor unir corazones esperanzados.


—Entonces, ¿por qué dejarlo? —quiso saber Paula.


Claudio estiró la mano y pellizcó afectuosamente la mejilla de Paula.


—Porque lo que amaba por sobre todo era mi vida con mi encantadora Olivia y mi vida contigo. Ustedes dos le dieron a este viejo más felicidad y amor y risas de lo que podría contarte o por lo que podría agradecerte.


Varias lágrimas rodaron por las mejillas de Paula. Pedro ansiaba acercarse y acunarla en sus brazos, pero esa era una conversación que necesitaba tener, un momento que necesitaba experimentar. Solo podía esperar que le permitiera consolarla más tarde.


Paula se limpió las lágrimas.


—Pero ¿por qué ahora?


Claudio se encogió de hombros.


—¿Por qué no ahora? Antes no estaba listo, pero ahora que ustedes se casan, bueno, Arizona comenzó a sonar bien. Tendré suficiente para pagar todas las deudas, darte tu parte de la venta y quedarme con algo para vivir. ¿Quién iba a saber lo valiosas que podrían ser las tierras en el Strip?


—¿Y te decidiste así sin más? —preguntó Paula—. ¿Puedes abandonar todo lo que construiste?


—Está bien que un hombre mire su vida y decida elegir algo diferente. No tienes que verlo como un abandono. Es adonde vayas lo que importa porque puedes llevarte lo mejor y dejar el resto.


—Abuelo, lo que dices no tiene sentido. —Paula rodeó la mesa y se sentó junto a él—. No puedo creer que de verdad quieras cerrar la capilla. Esto es una locura. Sabes que no me voy a casar.


Pedro y Claudio intercambiaron miradas, algo que no se le pasó a Paula.


—Miren, aclaremos esto: no planeo casarme con Pedro. Abuelo, sabes que toda la farsa de la boda era por la abuela de Pedro y por el futuro de la fundación Alfonso. No puedes tomar una decisión tan importante basado en los juegos mentales ridículos que Margarita Alfonso quiera jugar.


—Tú misma podrías seguir ese consejo, jovencita.


Ella frunció el ceño.


—¿Qué quieres decir?


Pedro sabe.


Ella se volvió hacia él.


—¿Eso tiene sentido para ti?


Sí, tenía. Mucho sentido. Era como si las palabras de Claudio fueran una llave que abría una puerta que había estado cerrada para él durante toda su vida. Una puerta por la que siempre había querido pasar, pero nunca había logrado más que chocar con esta. Pero ya podía tomar esas palabras, el regalo más sincero que había recibido, y pasar por esa puerta e ir adonde quisiera.


Pedro se reclinó en la silla y se cruzó de brazos. Hizo lo posible por no sonreír, pero no pareció tener éxito ya que Paula se lo recriminó.


—¿Qué es tan gracioso, Pedro?


Cielos, era adorable cuando se enojaba. Resistió la tentación de estirarse para acomodarle un bucle suelto detrás de la oreja.


—No me estoy riendo.


—Estás sonriendo con satisfacción. —Ella entrecerró los ojos—. ¿Podrías decirle a mi abuelo que tú y yo no nos casaremos de verdad?


Pedro asintió.


—Le diré exactamente lo que sucederá. —Cruzó la mirada con la de Claudio y vio que sus ojos brillaban risueños—. Claudio, Paula y yo nos vamos a casar.


Pedro —Paula dio un grito ahogado—, no bromees.


—Nunca antes había hablado tan en serio sobre algo. —Esa no era la forma en que había planeado hacerlo, pero parecía ser el lugar y momento correctos. Se acercó adonde estaba sentada Paula y se arrodilló. Sacó un pequeño estuche de terciopelo negro del bolsillo, agradecido por haber decidido retirar el anillo de la joyería esa mañana en lugar de que se lo enviaran a la suite. Definitivamente no había planeado proponerle matrimonio esa mañana, pero era el momento. 


No iba a permitir que Paula se le escapase por no haber hablado a tiempo.


—¿Los dejo un momento a solas? —preguntó Claudio con una clara aprobación en su sonrisa y en sus ojos brillantes.


Pedro sacudió la cabeza.


—Quédese, por favor. —Volvió a dirigirse a Paula—. Sé que acabas de recibir una gran sorpresa, pero solo escúchame, ¿de acuerdo?


Paula asintió.


Pedro tomó su mano.


—Te quiero, Paula. Por siempre y para siempre. Cuando entré a esta capilla por primera vez, mi corazón no tenía esperanzas. Solo miraba todas las cosas malas que había en mi vida, pero haberte conocido, haberme enamorado de ti, ha cambiado todo. Es como si hubiera visto el sol por primera vez en mi vida. —Colocó el estuche en la mano de Paula y la cerró—. Quiero que estés conmigo para siempre, pero solo si es lo que tú quieres. Tu abuelo me ha dado un regalo hoy con sus palabras, y ahora yo te daré el único regalo que tengo, además de mi corazón: tiempo. Regresaré a Inglaterra.


Paula abrió más los ojos.


—¿Ahora?


Él asintió.


—No hay razón para esperar. Sé lo que quiero hacer y necesito ir a Inglaterra para hacerlo. —Se puso de pie y la ayudó a levantarse—. Claudio tomó su decisión, yo tomé la mía, y ahora tú date tiempo para tomar la tuya.


Ella comenzó a hablar, pero él le colocó un dedo sobre los labios.


—De verdad, tómate tiempo para pensar en lo que quieres, Paula. —Acercó la mano de ella hasta sus labios y la besó—. Regresaré más adelante y veré si has descubierto lo que quieres en la vida y si hay lugar para mí.


Luego, mientras tenía fuerzas para irse, Pedro se inclinó y le dio un beso suave en los labios. Sin darse vuelta para volver a mirar a Paula, estrechó la mano de Claudio y abandonó la capilla nupcial con la esperanza de haber hecho lo correcto al haberse alejado de la mujer que amaba.






¿NOS CASAMOS?: CAPITULO 25





Si a Paula le preocupaba quedarse sola con Pedro en su suite, no debería haberse angustiado. En cuanto la puerta se hubo cerrado detrás del abuelo, Pedro tomó el teléfono e hizo una llamada. La conversación fue breve: “Estamos listos”.


Paula se sentó en el borde del sillón.


—¿Puedo saber qué fue todo eso?


Pedro le llenó la copa de vino y se la dio. Su mirada era inesperadamente traviesa.


—Pensé que un poco de relajación nos haría bien.


¿Relajación? “Relajado” sería la última palabra para describir a las mariposas acróbatas en el estómago de Paula. Algo había cambiado entre ellos. O al menos había cambiado en su cabeza. Ella se sentía sorprendentemente nerviosa por estar tan cerca de Pedro. Bebió un poco de vino para evitar hablar. Esa reacción no podía ser solo porque se sentía atraída hacia Pedro, ¿no? No. Claro que no. Se había sentido atraída desde el primer momento en que él había entrado a la capilla. Había algo en él que la hacía sentir cómoda en su presencia. No, era más que sentirse cómoda. 


Se sentía segura. Cuidada. Querida. Se sentía bien estar con Pedro, a pesar de la locura de esos últimos días.


Pero ¿por qué habían cambiado sus sentimientos? ¿Sería posible que su abuelo tuviera razón? ¿Se había enamorado de Pedro? La habitación comenzó a darle vueltas y cerró los ojos ante la sensación de que su mundo acababa de cambiar para siempre.


—¿Paula? —Pedro estaba a su lado con una mano sobre su hombro. Su voz tenía un tono de preocupación—. ¿Qué sucede?


Paula sacudió la cabeza.


—Estoy bien.


Pedro se arrodilló a su lado.


—No te ves bien, te ves demacrada.


—Vaya, gracias. ¿Eso es un cumplido en Inglaterra?


Él sacudió la cabeza.


—Estoy realmente preocupado por ti.


Paula estiró la mano y apoyó la palma sobre la mejilla de él.


—Estoy bien, Pedro. De verdad. Es solo que todo esto ha sido demasiado.


—¿Descubrir que no estamos casados? —preguntó con ojos llenos de preocupación—. ¿O haber tenido que lidiar con mi abuela?


—Ambas. —Sonrió para mostrarle que bromeaba—. Son todo y todos, menos tú.


Pedro tomó la mano de Paula con suavidad y le besó la muñeca.


—Te estoy pidiendo mucho cuando te pido que me ayudes a mantener a mi abuela distraída por unos días más. Lo sé.


—Quiero ayudarte.


Pedro se puso de pie y la ayudó a levantarse. Bajó sus manos hasta la cintura de ella, pero mantuvo la mirada en sus labios. Paula se acercó un poco y levantó la cabeza hacia él. Deseaba sus besos, sus caricias. Lo deseaba a él.


Un llamado discreto a la puerta interrumpió el beso.


—Maldita puerta —gruñó Pedro—. Deberíamos quitarla.


Paula rio.


—Ah, esa es una excelente manera de asegurarnos algo de privacidad. —Retrocedió un poco a regañadientes—. ¿No sería bueno que vieras quién es?


Él le tomó la mano.


—Sé quién es. Tengo algo preparado para nosotros esta noche. Vamos.


—Aguarda, Pedro, primero debo decirte algo.


Él la miró expectante.


Ella respiró profundo.


—Haré lo que sea necesario para ayudarte con tu abuela y con tu proyecto para la fundación. No dejaré que lo enfrentes solo.


La sonrisa de Pedro era sincera.


—No te merezco, Paula Chaves. Pero me alegra sobremanera haberte encontrado.


Él la había encontrado y por eso ella estaba agradecida. 


Pero, en una semana, cuando toda esa farsa terminara y él regresara a Inglaterra, Paula sabía que ella sería la que se sentiría perdida.