sábado, 12 de septiembre de 2015

MARCADOS: CAPITULO 15



Con Emma de la mano, Paula recorrió el festival de vino y música de Raintree el sábado por la tarde. El evento era un mosaico de color, sonido y aromas. Cocineros engalanados ofrecían delicias como langosta, o endivias rellenas de queso de cabra. Los puestos estaban separados por naranjos en miniatura y flores. Los invitados podían probar la comida y los vinos en una atmósfera festiva.


La pequeña también parecía disfrutar y señalaba a un lado y a otro mientras charlaba sin parar. Paula buscaba a Marisa, principal organizadora del festival, cuando sintió una mano sobre su hombro. Volviéndose, se topó con Rodney Herkfeld, un amigo de Claudio.


–Ya me pareció que eras tú –saludó con una enorme sonrisa–. No te había visto desde…


«Desde el funeral de Claudio», Paula concluyó la frase en su mente.


Rodney también se acordaba, pero no lo mencionó.


–Da igual, ha pasado demasiado tiempo. Leí el artículo en el periódico y los comentarios publicados online. Ese es uno de los motivos por los que he venido hoy. Quería ver cómo estás. 


–Supongo que todo el mundo sabe que vivo aquí –los peores temores de Paula se estaban materializando. Más personas de las que esperaba habían leído esos comentarios–. En la cabaña, detrás de la casa principal –añadió para que quedara claro.


–No es fácil mantener nada en secreto en Fawn Grove, lo sabes ¿verdad? Claudio me contó que trabajaste aquí antes de casarte. No eres de aquí de toda la vida, pero esto es un pueblo. Siento lo que le pasó a Claudio –el hombre parecía algo incómodo–. Como contable de su negocio, estaba al corriente de sus dificultades económicas, pero no pude hacer nada para solucionarlo. La empresa se hundió por culpa de los competidores más grandes. Él hizo lo que pudo.


Quizás Claudio había hecho todo lo posible por sacar adelante el negocio, pero Rodney no sabía nada de las mentiras. Rodney no tenía ni idea de lo traicionada que se había sentido porque su marido no había compartido con ella sus problemas.


Catalina apareció caminando como una modelo. Informal y con estilo, llevaba un vestido floreado y sandalias blancas. Los pendientes de oro brillaban al sol. Miró a Paula con expresión inquisitiva y ella la saludó con la mano, animándola a acercarse.


–Quería entregarte mi tarjeta –tras las presentaciones, Rodney se volvió a Paula–. Si necesitas ayuda con las cuentas, los presupuestos o los impuestos, llámame. Lo digo en serio. No pude ayudar a Claudio, pero me gustaría ayudarte a ti.


La banda empezó a tocar música de jazz y Rodney sonrió.


–Esto es lo bueno de los festivales. Tengo entendido que van a empezar por el jazz para continuar con la música de los años cuarenta. Apuesto a que más de uno se queda todo el día solo por escucharlos. Voy a probar más comidas. 
Paula, me alegra haberte visto. Doctora Foster, encantado de conocerla.


–La gente no solo come, también prueba el vino –observó Catalina–. Sin duda estos festivales favorecen las ventas. Los visitantes no solo compran para ellos mismos, también para sus amigos y familiares, para cumpleaños y Navidad –tomó un sorbo de la copa que tenía en la mano–. Hay empresas que embotellan vinos como si fuera gaseosa, pero no es lo mismo. Mientras que Raintree se mantenga fiel a sus orígenes, nunca harán vino corriente.


–Hablas como si supieras mucho de vinos –comentó Paula.


–Mi esposo trabajaba en marketing para unos viñedos rivales.


Era la primera noticia que tenía Paula del pasado de Catalina.


–Vamos a conseguirte un globo –le propuso Catalina a Emma–. Conozco a uno de los chefs y estoy segura de que no le importará que falte un globo de la decoración de su puesto.


Paula condujo a Emma hasta un puesto en el que Catalina conversó con el chef que preparaba unas apetitosas bolas de cangrejo. Después arrancó un globo azul celeste que entregó a la pequeña.


–Aquí tienes.


–Qué buena eres con los niños –sonrió Paula.


Las miradas de ambas mujeres se fundieron y, en esa ocasión, Paula vio tristeza en la de la doctora. Siguieron paseando entre los puestos hasta encontrar un banco vacío en el que sentarse.


–¿Vas a permitir que Pedro te entreviste para el artículo? –le preguntó Paula.


–He estado considerando la posibilidad –habitualmente segura de sí misma, Catalina se mostró indecisa–, pero no me gusta la idea.


–Te entiendo. Pero he llegado a la conclusión de que me gustaría que se supiera la verdad. Además, puede que mi historia ayude a alguien más.


–Todos tenemos una historia, y ninguna es fácil de contar.


–¿Cuentas la tuya a menudo?


–Casi nunca. Ni siquiera Pedro sabe por qué estoy tan implicada en el Club de las Mamás.


–¿Te gustaría contármelo? –propuso Paula. Se preguntaba si Catalina necesitaría una amiga.


–Mi esposo y yo tuvimos un bebé prematuro que no consiguió salir adelante –tras unos instantes de duda, Catalina comenzó su relato–. Preeclampsia. Al ser médico, mi marido pensó que debería haber sabido antes lo que sucedía. Y a lo mejor debería haberme dado cuenta.


–Lo siento mucho –Paula le tomó la mano–. No imagino lo que debe ser perder un bebé.


–Yo tampoco podía imaginármelo. Después de aquello, estaba aterrada por si volvía a suceder y Tomas y yo nos fuimos distanciando poco a poco hasta que él me pidió el divorcio. Yo le propuse acudir a un consejero, pero no quiso saber nada. Echando la vista atrás, lamento muchas cosas.


–Eso nos pasa a todos. Supongo que todos nos arrepentimos de muchas cosas.


–No sé qué habría sido de mí sin el Club de las Mamás. Fui a una reunión de apoyo y alguien me mencionó su existencia. Empecé ayudando a nuevas mamás. Pensé que, si ayudaba a otras me sentiría mejor, y eso fue más o menos lo que sucedió.


–Pero si aceptas ser entrevistada por Pedro, no sabes hasta dónde contar.


–Eso es –asintió Catalina.


Emma saltó del banco y corrió hacia el hombre alto y atlético, vestido con un polo rojo y unos chinos, que se acercaba a ellas con una cámara colgada del cuello.


Pedro sonrió, tomó a la niña en brazos y la hizo girar.


–Ese hombre ha nacido para ser padre –sugirió Catalina con una pícara sonrisa.


¿Era eso cierto?, se preguntó Paula. ¿Estaba preparada para aceptar a otro hombre en su vida cuando su matrimonio, al parecer, había sido tal desastre?


Pedro encontró la mirada de Paula y el festival del vino desapareció. Quizás había llegado el momento de explorar algo más que la posibilidad de concederle una entrevista a Pedro Alfonso.



*****


Pedro abordó a Paula y dejó a Emma en el suelo. Antes de que la niña pudiera pestañear, pasó la mano por detrás de su oreja y sacó un brillante pasador rosa.


–¡Mira, mami! Para mi pelo.


–¿Quieres que te lo ponga?


La pequeña se quedó muy quieta mientras su madre le enganchaba el pasador.


–¿Por qué no vamos al puesto de pinta caras? –Catalina le dio la mano a Emma.


–¿Puedo? –Emma miró a su madre.


–Claro, enseguida voy.


Emma se marchó alegremente con Catalina sin mirar hacia atrás.


–Es muy fácil de complacer –Pedro sonrió.


–Estás haciendo un buen trabajo. Los pasadores rosas van bien con las niñas pequeñas.


–El festival es estupendo –Paula optó por romper el incómodo silencio que se había establecido.


–Marisa es genial organizando eventos. Será mejor que le suba el sueldo si no quiero perderla.


–Se siente en deuda contigo. No creo que la pierdas.


–Lo único que hice fue darle un trabajo y una oportunidad. Ella ha hecho el resto.


De nuevo el incómodo silencio.


–Todavía no sé nada de la compañía de seguros. Quiero empezar a pagarte un alquiler.


–Si eso es lo que quieres… –Pedro la miró como si estuviera a punto de rechazar su oferta.


–No es lo único que quiero hacer. He estado pensando en la entrevista. Estoy de acuerdo.


–¿Qué te ha hecho cambiar de idea? –él la miró con expresión de desconfianza.


–Muchas cosas, pero sobre todo me di cuenta de que no quiero que la gente se haga una idea equivocada de mí. Quiero que se sepa la verdad, al menos lo voy a intentar. Además, es importante dar publicidad al Club de las Mamás. Mucha gente lo conoció a raíz de tu artículo.


–Es el secreto mejor guardado de Fawn Grove. Las personas que ayudan no quieren darse importancia. Y las personas que aceptan ayuda no quieren que se sepa.


–Tiene sentido –Paula no quería separarse de Pedro–. Supongo que tendrás trabajo aquí


–Sí, pero no todo el rato. ¿Tenías algo pensado?


–Pensaba que podríamos disfrutar juntos de la música, dejar que Emma corra y se agote.


–No se me ocurre mejor manera de pasar la tarde –asintió él.


Visitaron los puestos, escucharon la música, probaron la comida sentados en un banco y tomaron helado. Hablaron de todo y Pedro no parecía molesto por las interrupciones de Emma. Ni parecía importarle mancharse de helado. Además, consiguió que Paula se sintiera especial.


–Hay una cosa más que me gustaría probar –anunció con un malicioso brillo en los ojos.


–Estoy llena –protestó Paula mientras Emma se acurrucaba a su lado, visiblemente cansada.


–Enseguida vuelvo.


Al poco rato regresó con unos pastelitos cubiertos de chocolate líquido.


–Me van a estallar los pantalones –gimió Paula.


–Te quedarán estupendamente bien –él la miró de arriba abajo–. Lo mejor no es lo de fuera. El interior es una mezcla de queso mascarpone y manteca de cacahuete. Carlo es famoso por esta creación. La gente va a cenar a su restaurante solo por el postre. Venga, abre la boca.


Sentado frente a ella en el banco, Pedro la miraba con expresión pícara. Paula abrió la boca y él le ofreció una cucharada del postre, sin dejar de mirarla a los ojos en ningún momento. ¿Cómo era posible crear tal intimidad solo con una mirada?


El pulgar de Pedro le rozó el labio y Paula se sintió estremecer. Sin duda él se dio cuenta, pues su mirada se oscureció. Le ofreció otra cucharada y parte del relleno se deslizó por su pulgar. Sin pensárselo, se lo acercó a los labios y ella lo lamió.


–¿Qué te parece? –le preguntó con voz ronca.


–Creo que es completamente pecaminoso.


–¿Te apetece otro? –bromeó él.


–Creo que deberías probarlo tú –Paula tomó un pastelito del plato y se lo acercó a la boca.


–Si seguimos dándonos de comer, podríamos meternos en un buen lío –Pedro le tomó una mano.


–No creo que sea necesario darnos de comer para meternos en un lío.


–Supongo que sabes lo que me apetecería hacer ahora mismo ¿verdad?


–Puede –Paula miró a su hija que dormía a su lado–. Yo estaba pensando en esas aguas termales.


–¿En serio?


–Me gustaría visitarlas contigo.


–¿Tienes traje de baño? –consiguió preguntar Pedro cuando su corazón se hubo calmado.


–Compré uno en la tienda de segunda mano.


–¿Qué te parece mañana? –sugirió él.


–Hablaré con Marisa para ver si puede quedarse con Emma. Te lo confirmaré en cuanto lo sepa.


–Vamos a buscarla los dos. Puedo llevar a Emma a la cabaña, pero tengo que regresar al festival.


–Lo entiendo.


Pedro volvió a mirarla con una expresión que indicaba que las aguas termales podían estar muy calientes.



****


Paula desconocía que Raintree poseía varios todoterrenos, aunque tenía sentido. Facilitaban el traslado por los viñedos. 


Marisa acudió con Julian y la despidió con los pulgares en alto.


Paula se había puesto el traje de baño bajo los vaqueros y una camiseta, pues no sabía si iban a tener que caminar mucho hasta llegar a las termas.


–¿Un picnic? –preguntó al subirse al todoterreno y ver una nevera portátil en la parte trasera.


–Siempre es bueno tener agua fría para beber después de sumergirte en agua caliente. También llevamos pan, fruta y queso.


–¿Vamos a tener que caminar mucho?


–Nos acercaremos bastante. Sin embargo, tendremos que estar de regreso antes de que anochezca. Conozco el camino de vuelta, pero no me arriesgo llevándote conmigo.


–De modo que si no fueras conmigo, sí te arriesgarías… – Paula encontró la afirmación de Pedro a la vez reconfortante e inquietante.


–Creo que estamos hablando de algo más que de un paseo en todoterreno –contestó él.


–Sé que antes solías arriesgar tu vida. Me preguntaba si serías capaz de volver a ponerte de nuevo en esa situación.


–¿Por qué tengo la sensación de que el remojón no va a ser todo lo agradable que prometía?


–¿Acaso el propósito de esta velada no es conocernos mejor?


–¿Aún no me conoces lo suficientemente bien?


Paula no supo qué contestar. ¿Cuánto tiempo iba a necesitar para olvidar todo lo relacionado con Claudio? ¿Cuánto le llevaría atreverse a arriesgarse con Pedro?


Atravesaron los viñedos bajo el sol del atardecer. Al cabo de un rato el paisaje se volvió más rocoso. Esa parte de la propiedad parecía no haber sido tocada jamás. Bordearon formaciones rocosas moldeadas por la meteorología durante siglos.


–Solía venir por aquí a menudo –le contó Pedro–. Hubo un tiempo en que pensé en ser geólogo.


–Y sin embargo acabaste siendo fotógrafo.


–Sí. Sentía curiosidad por las placas tectónicas, las aguas termales y las minerales. Seguramente podríamos montar aquí un complejo vacacional, pero mi padre prefiere
mantenerlo en estado salvaje. El año anterior a mi ingreso en la universidad, construimos el camino que conduce a la poza y también pusimos unas escaleras para llegar al agua. Ya no es tan primitivo.


–¿Alguna vez viene alguien por aquí?


–Casi nunca. Tenemos un servicio de mantenimiento. Cuando terminé la rehabilitación venía a menudo. Sumergirme en el agua caliente me hacía bien. Quizás fuera mi imaginación, pero sentía relajarse los músculos. Después, me resultaba más fácil estirar y hacer los ejercicios.


–Ojalá me hubieras hablado de esto mientras acudías a terapia.


–¿Por qué?


–Porque te habría animado a venir.


–Bueno, puedes animarme ahora.


La mirada que le dirigió Pedro, provocó un estremecimiento en Paula. Y comprendió que estaba preparada. Necesitaba vivir su vida y olvidar lo sucedido con Claudio. Esa noche era libre para ser mujer, para ser ella misma, para saborear la vida y disfrutarla.


Siguieron por un camino de grava hecho a medida para el coche hasta que Pedro paró junto a unas rocas. Paula vio un camino más pequeño que rodeaba las rocas, y su corazón se aceleró.


–Puede que nos haga falta –Pedro bajó la nevera del coche y le entregó una manta.


Paula se preguntó cómo sería el traje de baño de Pedro y qué aspecto tendría con él. Su mente estaba llena de pensamientos de tocar su piel, olerla, estar cerca de él. La manta, las toallas, los trajes de baño y el agua gritaban intimidad a los cuatro vientos.


–No tenemos por qué hacer nada más que bañarnos en agua caliente –observó Pedro tras mirarla detenidamente–. Relájate, Paula. Cada vez que piensas, se refleja como un cartel luminoso en tu mirada. Me imagino que debes ser una pésima jugadora de póker.


–¿Eso ha sido un cumplido o un insulto?


–Desde luego un cumplido. No olvides que estuve prometido a una mujer que lo ocultaba todo.


Paula no lo había olvidado. Y mucho menos había olvidado el dolor reflejado en la voz de ese hombre cuando le había relatado lo sucedido.


–Te gustan las mujeres que se arriesgan ¿verdad? –preguntó ella con calma. Él era un aventurero y sospechaba que le gustaba esa misma cualidad en las mujeres con las que se relacionaba.


–Solían gustarme así. Pero ahora soy más viejo y más sabio – bromeó.


–Puede que más sabio, pero no tan viejo.


Pedro le dedicó una de sus enigmáticas sonrisas antes de ofrecerle una mano para ayudarla a caminar entre las piedras. Sabía muy bien hacia dónde iba y, seguramente, lo que quería hacer. Y Paula estaba dispuesta a seguirlo. Si empezaban algo, lo terminarían.


–Sigue las señales amarillas –el camino se hizo más estrecho y Pedro le soltó la mano, colocándose detrás de ella–. Iré detrás de ti para sujetarte si te caes.


Era una idea maravillosa. Un hombre que te sujetaba si te caías. Durante la mayor parte de su vida, Paula se había sentido sola, incluso estando casada con Claudio, pues suya
había sido toda la responsabilidad de cuidar a Emma. Y tras su muerte, el peso no había hecho más que aumentar. Por la noche no podía evitar preguntarse si lograría ofrecerle a su hija la vida que necesitaba, la que se merecía. Era una mujer independiente y así quería seguir, pero también era muy agradable sentir que no estaba sola.


Sujetando la manta bajo el brazo, se abrió paso sin demasiada dificultad. Sin embargo, mientras trepaba por una roca un poco más escarpada, resbaló. Oyó un ruido sordo y se encontró atrapada por dos fuertes brazos que parecían saber proteger a una mujer.


Miró a Pedro y quedó hechizada por lo que vio en sus ojos grises. Deseo, hambre y una intensa pasión por la vida que la había atraído hacia él desde un principio.


Pero no debía bajar la guardia del todo si quería proteger a Emma, y a sí misma.


–Espero que ese ruido fuera el de la nevera al caer –bromeó ella.


–Todo está a salvo ahí dentro. Sé cómo empaquetar un picnic.


La pregunta era si ella estaba a salvo, una pregunta que Paula no podía formular.


–Me paso la vida dándote las gracias –murmuró.


–Y yo me paso la vida contestando que no hay de qué. Te dejaré en la cima de la roca.


Tras encontrar el equilibrio sobre la roca, Paula sujetó con fuerza la manta y la toalla bajo el brazo. Pero al dar el primer paso, comprobó que le temblaban las piernas. Estar en brazos de Pedro siempre le hacía sentir así. Sin embargo, siguió adelante para que él no se diera cuenta.


Paula se sorprendió al alcanzar una pequeña cima y encontrar un camino que descendía.


–Ya no está muy lejos –le aseguró Pedro–. A tu derecha se ve el reflejo del agua.


Los rayos del sol del atardecer bailaban sobre el agua de una poza.


–¡Esto es como un territorio virgen, Pedro!


–No tanto. Hemos instalado unas cuantas lámparas solares y suavizado algunas rocas. Tengo fotos a diferentes horas del día, pero jamás las he publicado. No queremos que nadie se pregunte dónde está este lugar y cómo llegar hasta aquí.


–Lo comprendo. ¿Qué profundidad tiene el agua? –
descendieron por la larga escalinata hasta llegar al borde de la poza de agua burbujeante.


–No llega a metro y medio. A un lado hay un saliente de piedra para sentarse.


–Llevo el traje de baño bajo la ropa –Paula evitó mirarlo a los ojos.


–Yo también –contestó él antes de sujetarle los hombros y obligarla a volverse–. Va a haber contacto visual ¿verdad que sí? –Supongo que es la mejor manera de mantener una conversación –ella sonrió.


–¿Cómo lo hacemos? –Pedro soltó una carcajada–. ¿Fruta y queso ahora o más tarde?


–Más tarde.


–De acuerdo. Extenderé la manta para podernos tumbar cuando salgamos.


Paula se quitó la ropa mientras Pedro le daba la espalda. 


Llevaba un bikini que apenas constaba de unas cuantas cintas. El color turquesa fluorescente brillaba bajo el sol y se preguntó qué pensaría Pedro al verla.


Pedro se volvió, pero no intentó desviar la mirada. Era evidente que le gustaba lo que veía.


–Haces que me sienta expuesta –observó ella.


–Pues yo ni te digo cómo me haces sentir tú.


Paula se sonrojó, una tontería, pues ya no era una adolescente de instituto y había llevado muchos trajes de baño en su vida. Pero aquella noche parecía diferente…


Pedro se quitó rápidamente las botas, los vaqueros y la camiseta bajo la atenta mirada de Paula mientras soñaba con un beso que no terminaría jamás. Llevaba un traje de baño verde de cinturilla baja. Las cicatrices del hombro y el abdomen eran evidentes, pero Paula se detuvo en ellas solo el tiempo justo antes de deslizar la mirada por las fuertes piernas y la masculina pose.


–Ten cuidado –él le ofreció la mano para ayudarla a bajar a la poza–. Las piedras resbalan.


Paula bajó con cuidado y se sentó en el saliente. Pedro abrió dos botellas de agua y le ofreció una. Quizás solo intentara hacerle sentirse más cómoda, pero ella la aceptó y bebió un largo trago.


El agua estaba deliciosamente caliente y giraba a su alrededor como si saliera a propulsión.


–¿Por qué decidiste venir aquí conmigo hoy? –preguntó él de repente.


Paula no se había esperado esa pregunta, pero, dado lo difícil que le resultaba ocultar sus sentimientos, optó por contestar la verdad.


–En el festival me encontré con alguien de mi antigua vida.


–¿Te refieres a antes de que tu marido falleciera?


–Sí. Era su contable.


–Y supongo que te contó que trató de advertir a tu marido de los problemas financieros –adivinó Pedro tras una breve pausa.


–Sí. Me dijo que Claudio intentó hacer todo lo posible por salvar el negocio, pero no pudo.


–Dijiste que tu marido era mucho mayor que tú.


–Unos quince años mayor que yo.


–¿Cómo te sentiste atraída por alguien tan mayor?


Pedro, no he venido aquí esta noche para hablar de Claudio.


–No, pero querías conocerme y yo quiero conocerte a ti. ¿Te sentías locamente atraída por él?


–No, no fue así –Paula pensó en los sentimientos que había albergado hacia Claudio y los comparó con los que empezaba a albergar hacia Pedro–. Bueno, sí, me sentía atraída por él, pero de una manera calmada. Había perdido a mis padres y no tenía familia. Claudio tampoco tenía a nadie. Empezamos a hablar de la soledad, y de repente estábamos celebrando juntos la Navidad.


–Él representaba la seguridad y la estabilidad que te faltaba.


–Supongo –era la conclusión a la que había llegado ella–. ¿Te puedo preguntar por tu prometida?


–¿Ojo por ojo?


–No, simple curiosidad. ¿Todavía piensas en ella? ¿Te preguntas qué habría sucedido si no te hubiesen herido?


–Hasta hace un año te habría contestado afirmativamente.


–¿Y qué pasó hace un año?


–Uno de nuestros vinos fue galardonado con un premio, y comprendí que mi intervención había sido fundamental, no solo por la mezcla de uvas, también por el proceso de elaboración y la distribución a los restaurantes adecuados. Aquella noche empecé a mirar al futuro.


–Eso es lo que me gustaría hacer.


Pedro la miró detenidamente y Paula sintió que intentaba llegar a su interior más que nadie en su vida. Acercándose a ella, le rodeó los hombros con un brazo y la besó.


Al principio le rozó los labios a la espera de una señal de aceptación.


El agua caliente lamía el estómago de Paula que se acercó a Pedro animándolo a continuar. Y él aceptó la invitación lanzándose en el interior de su boca en cuanto los dulces labios se entreabrieron, besándola como no lo había hecho jamás. El calor, el agua, el aislamiento les protegía del mundo exterior, y todo resultaba muy sensual. Allí no había responsabilidades, no había consecuencias, no había arrepentimiento. Solo Pedro y ella.


Pedro interrumpió el beso, pero no se apartó. Paula llevaba los cabellos recogidos y él aprovechó para besarle el cuello y lamerle la oreja. Las manos se deslizaron hasta el sujetador.


Soltó la parte superior del bikini, dejándolo flotar en el agua y, mientras la miraba a los ojos, le acarició el pecho. La sensación de mirarse mientras la acariciaba resultaba muy erótica. Pedro le cubrió un pecho con la palma de la mano y pellizcó un pezón. Paula gimió y él rio, cualquier rastro de contención desapareció.


Sin dejar de concentrarse en el pecho, volvió a besarla. Paula se preguntaba cómo era posible sentir tanta pasión y tanto deseo. ¿Dónde se habían escondido esos sentimientos toda su vida? ¿Por qué hasta ese momento sus necesidades sensuales no habían sido una prioridad? Cuando estaba con Pedro solo podía pensar en estar pegada a él, tocarlo, besarlo.


Pedro la levantó para sentarla sobre su regazo. Su excitación era más que evidente y Paula se dejó llevar, perdida en el momento. La otra mano de Pedro se deslizó hasta la braguita del bikini.


Pedro.


–No te pasará nada –murmuró él–. Relájate y confía en mí.


La mano se deslizó por el muslo de Paula y, sin dejar de besarla, la tocó haciendo crecer el placer. Ella se sintió paralizada, incapaz de hacer nada salvo disfrutar de la
siguiente caricia, el siguiente beso. El pulgar de Pedro se había convertido en un instrumento de placer.


Paula deslizó las manos por el fuerte torso hasta los hombros. La excitación aumentaba por momentos, tensándole los músculos a la espera de la liberación final. La sensación era embriagadora y empezó a respirar agitadamente hasta que él la tocó allí donde más deseaba ser tocada. No la había llenado, pero la…


El orgasmo la alcanzó por sorpresa, llevándola a la cima hasta que no pudo hacer otra cosa que sujetarse a Pedro con fuerza. Intentó recobrar el aliento y, al mirarlo a los ojos, se sintió más vulnerable de lo que se había sentido jamás. Pero no le importó. Poco a poco recuperó el sentido y regresó flotando a la realidad.


–¿Y tú qué? ¿No…?


–Me ha gustado mirarte –la voz de Pedro era ronca y ardiente como las aguas termales–. Además, aquí dentro no sería fácil protegerse.


Instintivamente, ella desvió la mirada hacia la manta.


–Ya habrá tiempo, Paula –él le acarició la mejilla–. Anoche estuvimos hablando del pasado. Creo que ambos sabemos cuándo estaremos listos para pasar página.


Y cuando volvió a besarla, ella supo que ya estaba dispuesta a pasar página. Porque, lo quisiera o no, se estaba enamorando de Pedro Alfonso.







MARCADOS: CAPITULO 14




Las palabras de su amiga seguían resonando en la mente de Paula por la noche cuando Pedro se acercó a la cabaña.


Empezaba a darse cuenta de la tentación que representaba Pedro Alfonso. Ella no era mujer de saltar de una relación a otra. En realidad, Claudio había sido su primera relación seria, aunque la pasión no había sido el motor. Lo que había buscado era amar y ser amada. En Claudio había encontrado una estabilidad.


Quizás se había casado con él por los motivos equivocados.


Pero nunca se arrepentiría de haberse casado con Claudio, pues gracias a eso tenía a Emma.


–A ver qué te parece –Pedro le entregó un sobre.


–¿Te apetecen unas galletas con un vaso de leche? –le ofreció ella–. ¿O quizás una copa de vino?


–Las galletas con leche estarán bien –Pedro soltó una carcajada–. Por cierto, a mi padre le encantaron. Le sugerí que te lo agradeciera en persona, pero… –Pedro se encogió de hombros–. Los padres son tan difíciles de controlar como los hijos.


Se sentaron en el sofá y Paula abrió el sobre. Había seis hojas de papel fotográfico con dos fotos en cada una. Junto a ellas, el artículo que había sido publicado en el periódico.


La expresión de Emma mientras jugaba a rayuela, corría alrededor de la manguera y sonreía a Paula como si fuera la mejor madre del mundo, no tenía precio.


–¡Son preciosas, Pedro!


–Han salido bien ¿verdad? –asintió él satisfecho–. Supongo que no he perdido del todo mi toque.


–No lo has perdido en absoluto, y lo sabes. Haces unas fotos maravillosas de paisajes, pero tu especialidad son las personas, sobre todo los niños.


–Tengo más fotos de Emma y de ti. Voy a enviarlas a revelar. Cuando las tengas podrás empezar un nuevo álbum. También tendrás que conseguirte una cámara.


–Eres un buen hombre –Paula volvió a repasar las fotos que tanto significaban para ella.


–Puede que lo sea. O puede que esconda alguna intención.


–¿Cuál?


–No es lo que piensas –la sonrisa de Pedro tenía un punto libertino–. Si alguna vez nos acostamos, será porque ambos lo deseemos. Supongo que lo que pretendía era devolverte parte de lo que perdiste, del mismo modo que tú me devolviste parte de lo que yo perdí. Tienes una sonrisa maravillosa, Paula. Y también la veo en Emma. Pero otras veces solo veo tristeza.


–Te equivocas.


–No lo creo. No solo lamentas lo sucedido en tu matrimonio, creo que lamentas haberte casado.


–Amaba a Claudio. Tuvimos a Emma. ¿Cómo podría lamentar eso?


–A lo mejor no me he expresado bien. ¿Nunca te has preguntado qué habría sucedido si te hubieras casado con otra persona?


–El césped del vecino siempre se ve más verde –ella se encogió de hombros.


–Paula, no es un pecado preguntarse cómo podría haber sido tu vida.


–No, no lo es –ella lo miró–, pero no puedo cambiar mi pasado. Lo mejor que puedo hacer es aprender de él y pasar página.


–¿Estás pasando página?


Sus miradas se fundieron durante diez larguísimos segundos. Paula se sentía agotada.


Y si ya se había equivocado en el pasado, podría volver a hacerlo.


–¿Has venido a hacerme más preguntas personales o a entregarme las fotos?


–He venido porque quería verte, porque me apetecía hacer esto.


Rápidamente, Pedro la tomó en sus brazos sin darle tiempo para reaccionar. El beso fue apasionado y hambriento y ella respondió sin darse cuenta hasta oír sus propios gemidos.
Pedro era más que una tentación. Era pasión en estado puro. 


Lo que siempre había deseado sin saberlo. Por eso resultaba tan difícil resistirse a él. Por eso le correspondía como si su vida dependiera de ello.


Cuando Pedro se apartó, Paula intentó aclarar sus ideas, pero seguía presa en su abrazo.


–El mundo tiembla cada vez que me besas –murmuró ella.


–¿Y estallan fuegos artificiales? –preguntó él con una risa gutural y muy sexy.


Al no recibir respuesta, Pedro le sujetó la barbilla y le volvió el rostro para mirarla.


–¿En qué piensas?


–Me estaba preguntando hacia dónde iremos a partir de ahora.


–¿Siempre necesitas un plan?


–Tengo una hija.


–No lo he olvidado. Y es cierto que he venido por otra razón –Pedro se pasó una mano por el rostro–. ¿Has pensado sobre lo de la entrevista?


–Llevo toda la tarde pensando en ello. He leído los comentarios en la página web del periódico.


–Marisa no ha cambiado de idea y Catalina está entre dos aguas. Tengo alguna otra madre. Ann Custer, cuyo marido está en Afganistán. La entrevistaré mañana.


–Podemos tratar el tema del incendio y mi traslado a la cabaña –sugirió ella.


–Sí, pero también me gustaría mencionar tu condición de viuda y madre soltera. Me gustaría que contaras cómo te sentiste al perder tus cosas, y luego al ver llegar a las voluntarias.


–Lo que quieres es que desnude mi alma.


–Quizás una parte, pero no toda.


No, toda no. Para el artículo no. Aunque quizás para él sí. 


Pedro la miraba como si deseara hacerle el amor allí mismo.


Pedro


–¿Por qué no empiezas a hablar? Intenta recordar el miedo que sentiste al oler el humo y cuéntame qué pasó después –Pedro abrió un aplicación del móvil, seguramente una grabadora.


Y ella empezó con el humo.


Una hora después se sentía más agotada de lo que hubiera estado jamás. Recordó haberse despertado incapaz de respirar, aterrorizada porque Emma le parecía estar muy lejos. Únicamente la voz de Pedro y su siguiente pregunta evitaron que le diera un ataque de pánico. Revivió el momento en que la casa había ardido ante sus ojos. 


Después todo resultó más fácil.


Pedro guardó el móvil en el bolsillo y la tomó entre sus brazos.


Si la hubiera besado de nuevo, se habría apartado de él, pues no podría resistirse a la tentación de hacer el amor.


Hacer el amor con todas sus consecuencias.


–Tranquilízate –le aconsejó él–. Sé lo que es contar tu historia. Yo lo hice contigo.


Paula apoyó la cabeza sobre el hombro de Pedro y se sintió mejor que nunca.


Y esa idea la asustó tanto como contar su historia al mundo entero.



****


Paula acudió temprano al trabajo por la mañana, todavía saboreando la sensación del abrazo de Pedro, del consuelo y la tentación que había representado para ella. No había vuelto a besarla, aunque sí había parecido desear hacerlo. Y ella había deseado que lo hiciera. Pero, llegados a un punto, ninguno de los dos podría parar y debían prepararse antes para las consecuencias.


Dado que había llegado pronto a la clínica, decidió consultar la página web del periódico y el artículo de Pedro. Había nuevos comentarios, y Paula quedó abrumada ante la cantidad.


Una persona escribía sobre el incendio de su casa y mencionaba que el Club de las Mamás había reunido muebles para ella.


Otra se preguntaba adónde se habían enviado esos muebles.


Un nuevo comentario hablaba del rumor de que se alojaba en los viñedos Raintree.


Paula sabía que debía apagar el ordenador, que no debería importarle lo que se decía. Pero aquello afectaba a Emma tanto como a ella misma, y también podría afectar a Pedro y al negocio de Raintree. ¿Habría considerado Pedro esa posibilidad? ¿Formaría parte de su plan de publicidad para los viñedos?


No, él no era así.


Había un link que dirigía hacia la página social del viñedo y continuó leyendo los correos que se habían publicado allí.


Alguien llamado «Orange Maiden», se preguntaba exactamente en qué parte del viñedo se alojaba Paula Chaves.


«SunnyGirl’s», respondía que quizás en la casa principal, y que quizás tenía en mente un lugar más permanente para vivir. A fin de cuentas, Pedro Alfonso era un soltero muy apetecible…


Ese comentario bastaría para ratificar la idea de Hector Alfonso de que era una cazafortunas.


Dejó de leer y llamó a Pedro.


–Has leído los comentarios –contestó él de inmediato.


–Sí, los he leído, y no me gustan. ¿Qué vamos a hacer al respecto?


–No veo que podamos hacer nada, excepto seguir adelante con la entrevista.


–Supongo que estarás de broma.


–Lo digo en serio, Paula. Todas las dudas serán resueltas con la publicación de la entrevista.


Pedro, yo… –no sé qué hacer. No quiero que la gente se lleve una impresión equivocada de mí.


–No lo hará. Deja que escriba el artículo y que el periódico lo publique.


–Necesito pensarlo. ¿Puedes darme algo de tiempo?


–Retendré el artículo por ahora. Pero no creo que sea una decisión acertada.


Sin embargo, Paula no estaba dispuesta a que su vida se hiciera pública. Iban a tener que acostumbrarse a estar en desacuerdo sobre ese tema.



****


Al lunes siguiente, Paula recogió a Emma y a Julian en el centro de día. Llevó a Julian al despacho de Marisa y lo dejó de pie en el suelo.


–Ven aquí, cariño –lo animó Marisa.


Julian había dado sus primeros pasos durante el fin de semana, y balbuceaba sonriente mientras avanzaba hacia su madre con pasos titubeantes.


–En el centro dijeron que se ha pasado todo el día andando de un lado a otro –explicó Paula.


Marisa tomó a su hijo en brazos.


–¿Puedo hacer un dibujo? –Emma miró a su madre.


–Quédate un ratito –le sugirió Marisa a Paula–. No hemos hablado desde lo del artículo de Pedro.


La puerta de la oficina se abrió y Leonardo entró y le entregó a Marisa unos cuantos folletos.


–Esto es lo que están haciendo nuestros competidores.


–¿Puedo hacer un dibujo, mami? –Emma tiró del brazo de su madre.


–Creo que puedes dibujar en casa –sugirió Paula a la pequeña.


Casa. No debería pensar así en la cabaña.


–¿He interrumpido algo? –preguntó Leonardo.


–Íbamos a hablar de los comentarios online sobre Paula – respondió Marisa con franqueza.


Paula sacudió la cabeza, indicando que no deseaba hablar del tema.


Pedro me contó que te había entrevistado –Leonardo se incorporó a la conversación–. ¿Cuándo se publica?


–No estoy segura de que quiera que siga adelante con eso.


–¿Quieres que continúen los rumores sobre ti y tus motivos para vivir aquí? –preguntó Leonardo con una mirada penetrante que la sorprendió.


–Claro que no, pero tampoco me apetece alimentar más rumores.


–Si no permites que el artículo de Pedro acalle los rumores, todo serán suposiciones, Paula –añadió Marisa con dulzura–. Con el trabajo que tienes ¿es eso lo que quieres realmente?


¿Podrían afectar esos rumores a su trabajo?


–La gente seguirá diciendo lo que quiera sin importar cuál sea la verdad –aseguró Leonardo–. Hablan y extienden rumores. Así es la vida en una ciudad pequeña como Fawn Grove. ¿Crees que no sé que la gente habla de mí de un modo poco halagador? No soy el mujeriego que todos creen que soy –admitió con pesar.


–¿No? –Paula sonrió.


–No –insistió él con gesto severo–. Cierto que no estoy mucho tiempo con la misma mujer, no soy de esa clase de hombre. Pero si fuera el Casanova que todos dicen que soy, estaría demasiado agotado para fabricar vino. La cuestión es que entre tú y yo hay una diferencia. A mí me da igual lo que piensen los demás. Pero a ti no te da igual ¿verdad?


Era verdad, porque necesitaba que sus pacientes confiaran en ella, porque quería que Emma estuviera orgullosa de su madre, porque no quería que le pasara nada malo a su hija.


–Así lo veo yo –continuó Leonardo–. Tu única opción es contar la verdad. No te hará daño y puede que ayudes a otras mujeres. Pedro es un periodista maravilloso. Si hay alguien capaz de vender tu historia, es él. A lo mejor deberías darle una oportunidad.


–Estoy de acuerdo con Leonardo –Marisa asintió–. Pedro sabe cómo presentar una entrevista. Tú lo sabes. Dale una oportunidad con la tuya.