sábado, 19 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO FINAL

 


Estaban a la orilla del lago Mariane poco antes de que el sol se escondiera tras las montañas Red Ridge, el cielo era una sinfonía de naranjas y rosas.


El clan Alfonso: Federico, Hector y Cecilia, junto con Julián y Elena, miraba mientras Pedro hacía sus promesas matrimoniales. Era el lugar perfecto, el sitio donde todos los Alfonso habían propuesto matrimonio a sus esposas desde que se fundó el rancho.


Paula renovó sus promesas de amor eterno incluyendo a Maite, a la que su marido iba a adoptar. Pedro nunca se había sentido más orgulloso y más feliz y se emocionó cuando llegó el momento de sellar esas promesas con un anillo de rubíes y diamantes que había encargado para Paula un año antes.


–Para la mujer a la más quiero en el mundo, mi esposa –murmuró, poniéndoselo en el dedo.


Paula tuvo que hacer un esfuerzo para contener las lágrimas.


–Te quiero, Pedro –le dijo, con voz temblorosa. –Y te querré siempre. Maite, tú y yo seremos una familia.


Pedro sonrió. Eran una familia.


Federico le entregó entonces la antigua caja de cuero que contenía el más importante legado familiar: el collar de rubíes que una vez perteneció a la mujer que había dado nombre al lago: Maria Alfonso.


Con dedos temblorosos, Pedro puso el collar de oro con un rubí en forma de perla a Maite en el cuello porque esa era la tradición; el collar pasaba siempre al primer hijo del primogénito.


–Para la otra mujer a la que más quiero en el mundo.


Y luego besó a su esposa y a su hija, el amor que sentía por ellas era una emoción tan poderosa que era imposible expresarla en palabras. Pero Paula lo sabía y Maite también.


Los tres juntos formaban una hermosa imagen.


Pedro no tenía la menor duda.



NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 51

 


Paula no daba crédito. Quería creerlo, pero estaba Susy… siempre estaba Susy.


–Te fuiste con Susy después de la gala. Sin decirme adiós siquiera.


–Lo sé y te pido disculpas –dijo Pedro –Quería estar contigo esa noche, te lo juro. Pensaba pedirte que te quedases, pero el padre de Susy sufrió un infarto y ella estaba inconsolable… murió esa misma noche.


–Lo siento, no lo sabía.


–No quiero que pienses que no me importas, Paula –siguió Pedro. –Si pudiese dar marcha atrás en el tiempo iría a buscarte para decirte lo que pasaba. Siento mucho no haberlo hecho.


Paula pensó en Susy y en lo terrible que debía haber sido para ella.


–¿Ella está bien?


–Es una chica fuerte, lo superará. Le he dicho que venía a verte, que te quiero. Entre Susy y yo nunca ha habido nada. Tú eres la persona más importante en mi vida.


Era el momento que Paula había esperado, por el que había rezado durante tanto tiempo. Pedro había ido a buscarla para decir que la quería.


–He dejado que mi amistad con Susy se interpusiera en nuestro matrimonio –le confesó él– pero no volverá a pasar. Susy se apoyaba demasiado en mí y tú, en cambio, no me necesitabas para nada… o yo creía que no me necesitabas. Pero quiero que sepas que movería cielo y tierra por ti y por Maite. Y que no os defraudaré nunca.


Paula tenía que hacer un esfuerzo para que la esperanza no la abrumase.


–Susy parecía la mujer adecuada para ti, por eso no podía soportarla. Ella es todo lo que yo no soy.


Pedro la tomó entre sus brazos, con fuerza, como diciendo que no iba a dejarla escapar.


–Estoy mirando a la mujer perfecta para mí ahora mismo, no tengo la menor duda.


–¿De verdad?


Él sonrió y el corazón de Paula estalló de alegría.


–No debería haberte presionado para tener hijos. No entendía por qué no querías, pero ahora lo entiendo. Tu hermano me hizo ver lo que no había visto antes. Lo siento, de verdad. Siento mucho todo lo que has sufrido por mi culpa. Tú mereces lo mejor y yo quiero dártelo. Espero que puedas perdonarme por ser tan cabezota.


–Te perdonaré si tú me perdonas a mí por irme del rancho. Debería haber hablado contigo, haberte contado la verdad.


–No, es culpa mía. He sido un imbécil –dijo él con los ojos brillantes. –Pero pasaré el resto de mi vida intentando hacerte feliz, te lo prometo. ¿Qué me dices? ¿Puedo quemar los papeles del divorcio?


–Yo encenderé la cerilla –respondió Paula.


Pedro suspiró, aliviado, antes de buscar sus labios en un beso lleno de cariño.


–Te quiero.


–Yo también a ti –Paula recordó algo entonces. –Pero acabo de comprar una casa y mi trabajo está en Nashville.


–Podemos vender la casa y puedes seguir trabajando desde el rancho, ¿no?


–Sí, supongo que sí. Aunque me gustaría estar con Maite todo lo posible y hacer algo más por Penny's Song. He estado pensando que podría hacer socia a Jorgelina, mi ayudante, así tendría menos trabajo.


–Lo que tú decidas me parecerá bien. Y si te gusta mucho tu casa en Nashville, podemos conservarla. Haremos lo que tú quieras.


Paula quería estar con su marido, quería que fuesen una familia, el resto se iría solucionando poco a poco.


Pedro sacó a Maite de la trona y la niña le echó los bracitos al cuello.


–¿Confías en mí, Paula?


–Del todo –respondió ella.


–Entonces, tenemos que volver al rancho ahora mismo.


–¿Ahora mismo?


–Has dicho que confías en mí.


Y, de repente, Paula supo que confiaba en aquel hombre por completo.






NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 50

 


Pedro entró en el apartamento sin esperar a ser invitado y cuando vio a Maite sus ojos se iluminaron.


La niña estuvo a punto de lanzarse de la trona al verlo y Paula se puso furiosa. No podía aparecer allí de repente. No podía entrar y salir de su vida a voluntad.


–¿Qué haces aquí, Pedro? –repitió.


Él sacó unos papeles del bolsillo de la chaqueta y Paula reconoció inmediatamente el documento de divorcio que había firmado.


–Tú sabes que soy un hombre rico. Mi parte en el rancho Alfonso vale millones, por no hablar del dinero que gané con mis discos.


–¿Y qué?


Cuando se acercó a la trona de Maite, Paula contuvo el aliento.


«No la tomes en brazos. No hagas que se encariñe más contigo».


Pedro acarició el pelito de la niña y luego se inclinó para darle un beso, el beso más dulce del mundo.


El corazón de Paula no podía romperse más.


–¿Por qué no me pides nada, Paula? –le preguntó. –Yo quiero darte el mundo entero.


¿Estaba ofreciéndole dinero por Maite?


–No te entiendo.


Pedro sonrió, una sonrisa enorme, brillante.


–Sé que no lo entiendes. Ese es nuestro problema, que tú no me entiendes y yo no te entiendo a ti. Pero te quiero, Paula. Os quiero a ti y a Maite. Es lo único que entiendo de verdad.