sábado, 6 de marzo de 2021

UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 57

 


—¿Qué pasa? —preguntó John, acariciándole la espalda a Julia.


—Qué llamada tan rara —empezó ella, contándole su conversación con Pedro.


—¿No lo crees?


—No sé. No quiero causarle problemas a Paula.


Llamó a su amiga al teléfono móvil, pero, tal y como Pedro le había dicho, esta no respondió. Le dejó un mensaje en el contestador pidiéndole que le devolviese la llamada.


Y le puso también un mensaje de texto.


—No le he dicho a Pedro dónde está por si es un loco de esos que acosa a las mujeres.


—¿Y si te ha dicho la verdad?


Julia se mordió el labio inferior.


—Me ha dado el número del director de la revista.


—Yo creo que deberías comprobar si te ha dicho la verdad. Si es así, deberías avisar a tu amiga.


Julia saltó de la cama y empezó a vestirse.


—Tienes razón. Vístete. Vas a invitarme a cenar a un restaurante muy caro.



UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 56

 


Pedro se puso tenso al oír el tono de voz de Gabriel, pagó la cerveza y salió a la calle.


—Ya estoy fuera. ¿Qué ocurre?


—¿Te acuerdas de las fotografías que me enviaste? ¿Esas de ese tipo que te parecía sospechoso?


—¿Qué pasa con él?


—Que eres el hombre más intuitivo que he conocido nunca. Patricio Thurgood está buscado por Interpol, la CIA y la Agencia Antidrogas.


—No me digas. ¿Qué ha hecho?


—Es un tipo peligroso. Lo buscan por tráfico de drogas y de armas. ¿Tienes alguna idea de dónde está ahora mismo?


—Cenando con mi chica.


—¿Dónde?


—No lo sé —respondió él, nervioso y preocupado—, pero lo averiguaré.


—Llámame en cuanto lo sepas para que yo informe a las personas adecuadas.


—De acuerdo.


—Y no te hagas el héroe. Deja que se ocupen de él los profesionales.


Pedro colgó el teléfono sin molestarse en contestar. No tenía tiempo.


Llamó a Paula, pero esta no respondió.


Y entonces pensó en su mejor amiga, Julia. Todavía tenía su tarjeta de visita en la cartera.


—Julia, soy Pedro. Paula está en peligro.


—¿Qué?


—Necesito saber dónde está.


Julia guardó silencio unos segundos y luego respondió:

—Si Paula quisiera que supieses dónde está, te lo habría dicho ella misma.


—Escucha. Me acaban de llamar para contarme que el tipo con el que está es un delincuente internacional.


—¿Pedro? ¿Has estado bebiendo?


—No. Te hablo en serio. Por favor.


—No sé dónde está, pero puedo llamarla.


—Ya lo he intentado yo y no responde.


Julia juró al otro lado de la línea, también estaba preocupada por Paula, pero Pedro no sabía si el motivo era el tipo con el que estaba en esos momentos o él.


—Te voy a dar el nombre del director de la revista. El te confirmará lo que te estoy diciendo.


—¿Y cómo sabré que es él?


—¡Míralo en Google! —respondió Pedro con frustración—. Toma el número.


—Lo siento, pero solo estoy pensando en mi amiga.


—Por supuesto que sí, y te aseguro que está en peligro.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 55

 


Pedro se duchó, se puso unos vaqueros y un jersey gris limpios y salió a la calle. Se tomaría una cerveza y cenaría algo.


Como estaba lloviendo, tomó un taxi.


—¿Va a ver el partido? —le preguntó el taxista.


La idea le gustó. Unos minutos después, pagaba al taxista y se metía en un ruidoso bar.


Pidió una cerveza e intentó concentrarse en el partido, pero no pudo evitar pensar en Paula y en lo que le estaba queriendo decir al salir con otro hombre.


¿Qué le había dado a entender él, apartándose de su camino y dejándola marchar?


Entonces se dio cuenta de que se estaba arriesgando a perder a la mujer más increíble del mundo.


—¡Qué idiota! —exclamó.


—Sí, tío —le dijo el tipo que tenía sentado al lado—. Tenía que haberlo visto venir.


Notó que le vibraba el teléfono en el bolsillo y vio que se trataba de Gabriel.


—¿Dónde estás? —le preguntó este.


—En un bar.


—Pues ve a algún sitio donde puedas hablar tranquilo —le dijo su jefe.




UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 54

 


Pedro decidió mantener la calma. ¿Qué más daba que Paula tuviese una cita con un tipo al que no le gustaba la policía? Eso no significaba que fuese a pasar la noche con él, en la habitación de su hotel.


Siguió haciendo ejercicio sin pensar en el dolor. Tenía que recuperar la fuerza de sus músculos, no solo para correr un kilómetro en cuatro minutos, sino también para escapar de Fremont, de sus recuerdos, de Bellamy y, sobre todo, de Paula.


Había penetrado en él con la misma fuerza que la bala y había momentos en los que tenía la sensación de que aquella iba a ser una herida mucho más difícil de curar, y mucho más dolorosa.


Volvería a Nueva York y recuperaría su errática vida. Había intentado imaginarse de nuevo con Ramona, pero no había podido. Solo podía pensar en Paula.


Esta le había dicho que tenía miedo a enamorarse y él la había respetado y había retrocedido.


Después de aquello, habían vuelto a acostarse, pero eso había sido algo que había ocurrido sin planearlo.


La ironía era que ambos estaban preocupados por el corazón de Paula.


¿A quién le importaba el suyo?


A nadie. Y allí estaba él, intentando recuperar las fuerzas para poder correr.


Porque lo cierto era que allí el que tenía un problema era él, no Paula.


Era un tipo despreocupado, nómada, que nunca estaba en ninguna parte el tiempo suficiente para que lo atrapasen, pero en esa ocasión lo habían atrapado.


Se había enamorado de Paula, pero eso no cambiaba quién era él.


Se bajó del aparato en el que estaba y se secó el sudor.


Ni tampoco cambiaba quién era ella.


Pedro sabía mejor que nadie que el amor no era suficiente.


Se duchó y volvió a casa. Estaba aparcando cuando sonó su teléfono móvil, era de la revista.


—Ayer corrí a ocho minutos el kilómetro —dijo.


—Hola a ti también.


—¿Mauro? ¿Qué hace mi agente en el despacho de mi director?


—Estábamos hablando de ti.


—Sé que Gabriel quiere que vuelva y yo estoy preparado. De verdad.


Pedro, yo no estoy en el departamento de recursos humanos. Hemos estado hablando de tu fotorreportaje.


—¿Qué fotorreportaje?


—Mi Barrio. Un fotorreportaje que nos tiene a los dos emocionados. Has captado que todos tenemos intereses y preocupaciones parecidas vivamos donde vivamos, sea cual sea nuestra posición social o nuestra situación económica. Fremont es el personaje principal. Y las fotografías que has hecho allí son de las mejores de tu carrera.


—Ah, de acuerdo, me estás hablando de mi idea de publicar un libro.


Casi se le había olvidado que le había enviado a Mauro las fotografías.


—Es mucho más que eso. Gabriel y yo hemos estado pensando en hacer algo interesante, en un libro que tenga además presencia en la revista y una página web.


Pedro apagó el motor, salió del coche y fue hacia el serbal.


—No sé si te estoy entendiendo.


Quería que su abuela oyese aquello. Se sentó en el suelo, con la espalda apoyada en el tronco del árbol y las piernas estiradas.


—Es muy sencillo, Anvil Media, empresa matriz de World Week publica el libro y tú preparas una serie de artículos relacionados para la revista. Podemos dejar alguna fotografía solo para la web.


—Yo no me dedico a eso, sino a cubrir conflictos.


—Hasta hace un par de semanas, tampoco escribías libros.


—¿De cuánto dinero estaríamos hablando?


Mauro se lo dijo y él arqueó las cejas.


—Es una buena cantidad.


—Pues sí, piénsalo. Gabriel dice que seguirá contando contigo para cubrir noticias más duras, pero esto te dará tiempo para seguir recuperándote. Además, así evitarás quemarte.


«O aburrirte», pensó él, sin saber por qué. Habría jurado que había sido su abuela la que había murmurado esas palabras en su mente.


Tal vez tuviese razón. A lo mejor su inquietud estaba basada en el aburrimiento. Y lo cierto era que desde que estaba en Fremont no se había aburrido ni un solo día. Entre Paula y su nuevo proyecto, no había tenido tiempo para vaguear.


Tocó el suelo en el que los tulipanes florecerían en primavera. Él ya no estaría allí para verlo.


Salvo que…


Se dio cuenta de que tenía que darle la buena noticia a Paula.


La llamó.


—Hola, Pedro.


—Hola, necesito hablar contigo. ¿Cenamos juntos?


—¿Cuándo?


—Esta noche.


Hubo un breve silencio.


—Esta noche no puedo. Ya he quedado.


—¿No será con el tal Patricio Thurgood? —preguntó él, desanimado.


—Sí.


—No deberías ir. No es un tipo de fiar.


—Solo lo has visto cinco minutos. No lo conoces de nada.


—Vi cómo actuaba cuando fue a ver la casa. Se puso de espaldas cuando vio que pasaba un coche de policía.


—¿Nos estuviste espiando? —inquirió ella.


—No. No exactamente. Dio la casualidad de que estaba enfrente, en el parque.


—¿Con un telescopio?


—Con un teleobjetivo. Fue una coincidencia.


—¿Y eso te da motivos para decirme que no salga con él?


—Tuve una mala sensación. Y recuerda que acerté con lo de que iban a intentar engañar a tu amiga.


—Estás paranoico.


—No vayas.


—Dame otro motivo para que no salga con él.


—Quiero hablar contigo. Yo…


Paula suspiró.


—Tengo que colgarte. Hablaremos mañana.


—¿Adónde vais a ir a cenar?


—¿Para presentarte con la cámara? Ni lo sueñes —le respondió ella antes de colgar.





UN EXTRAÑO EN LA CAMA: CAPÍTULO 53

 


Julia estaba deseando ver la casa de John terminada, aunque él tenía todavía más ganas.


Los muebles iban a llegar el sábado y Julia estaba tan emocionada como si hubiesen sido los de su propia casa.


Cuando John la llamó el viernes, pensó que lo hacía para contarle a qué hora iba a llegar el camión al día siguiente, pero se equivocó.


—¿Te apetece que salgamos a cenar? —le preguntó él.


—Estupendo. No tenía ganas de cocinar.


—¿A las siete?


—Perfecto.


—¿Te paso a recoger?


Julia dudó.


—Umm. Tentador. Estoy decorando una casa en el centro, así que no creo que me dé tiempo a pasar por la mía. ¿Por qué no nos vemos directamente en algún sitio?


—¿Te parece bien un indio?


—Sí.


—Eres una mujer muy fácil de complacer.


Ella se echó a reír.


—Has acertado en todo.


Julia terminó de trabajar más tarde de lo previsto y, además, tuvo que retocarse el maquillaje, así que llegó al restaurante un cuarto de hora tarde.


Al entrar, no vio a John. Había dos hombres solos, en dos mesas, pero ninguno de los dos era él. Ambos eran guapos y debían de estar esperando a sus esposas.


Se mordisqueó el labio inferior y vio que uno de los dos hombres le hacía gestos para que se acercara.


—¿John? —preguntó sorprendida—. Estás distinto. ¿Qué te has hecho?


Llevaba los vaqueros que había comprado con ella y un jersey negro.


Pero había más.


—He seguido tu consejo y he ido a cortarme el pelo.


—No puedo creer que un corte de pelo te haya podido cambiar tanto.


—Fue el peluquero el que me recomendó la óptica.


—Eso es lo que ha cambiado. Tus gafas. Son muy bonitas. Tienes unos ojos preciosos.


A él pareció avergonzarle tanto entusiasmo por su nuevo aspecto y no tardó en cambiar de tema:

—¿Qué tal tú en el trabajo?


—Bien. Al agente inmobiliario le ha gustado lo que he hecho. Va a poner fotografías en su página web y mencionará a First Impressions. Siempre está bien conseguir algo de publicidad gratuita.


Mientras charlaban, una mujer pasó por su lado y miró a John. A Julia no le hizo ninguna gracia.


—¿Has tenido alguna cita después del cambio de imagen? —le preguntó.


—Un par de ellas.


Eso volvió a molestarla.


—¿Y?


¿Qué estaba haciendo, ayudando a John a convertirse en un hombre atractivo con una bonita casa para que otra lo disfrutase?


—La primera no estaba mal. Llegó temprano.


Julia pensó que ella siempre llegaba tarde y odió a aquella mujer sin conocerla.


—Seguro que no tiene vida —comentó.


—Supongo, aunque si llegar pronto significa que no tienes vida, entonces yo tampoco la tengo.


—Oh.


—¿Sabes qué es lo más extraño?


—¿El qué?


—Que me he acostumbrado a tener ese tiempo para mí mientras te espero. Me relaja. Me tomo algo, miró el correo en el teléfono, leo la carta. No me gustó que esa mujer llegase a la vez que yo.


Julia se alegró de oír aquello. Estaba empezando a sentirse mejor.


—¿Y la otra cita?


John sacudió la cabeza.


—Yo sugerí tomar un café, pero ella prefirió una copa. No dejó de hablar de sí misma, así que dos horas después la metía en un taxi de camino a su casa. Fueron las dos horas más largas de mi vida.


—Yo soy solo bebedora social —dijo Julia.


Decir aquello fue una tontería, sobre todo, porque ya habían decidido que solo iban a ser amigos.


—Ya me he dado cuenta.


Ella levantó la vista y sus miradas se cruzaron un instante. Y Julia tuvo la sensación de que lo estaba viendo por primera vez. Lo conocía y, al mismo tiempo, esa noche estaba diferente. Más sexy. Más seguro de sí mismo, tal vez.


Bajó la vista y el momento pasó.


Según fue transcurriendo la cena, Julia tuvo la sensación de que aquello era una cita. Empezó a coquetear con John y le dio la impresión de que él hacía lo mismo.


Las dudas la asaltaron. Habían decidido que no había química entre ambos. ¿Podían haberse equivocado?


¿O era solo que no se habían dado una oportunidad? Lo estudió con la mirada y no vio a un modelo ni a un dios griego, sino a un hombre de carne y hueso. Ya sabía de él que era puntual y ordenado, cualidades que ella no tenía.


Le gustaba probar restaurantes nuevos. Como a ella. Podían hablar casi de cualquier cosa, desde viajes y música, a política.


Se había convertido en un buen amigo. ¿Podía ser algo más?


Una vez fuera del restaurante, se entretuvieron un poco. Julia no quería marcharse y él tampoco parecía tener prisa.


—Es curioso, lo de esas páginas de Internet —dijo John—. Uno juzga a las personas demasiado pronto.


—Tal vez —respondió ella.


—Tengo que confesarte algo —admitió él, acercándose.


A Julia se le aceleró el pulso.


—¿El qué? —preguntó, con la esperanza de que no fuese algo malo.


—Me sentí atraído por ti la primera vez que te vi.


—¿Sí?


—Pero tú no sentiste lo mismo por mí, así que pensé que solo podíamos ser amigos.


—Yo estaba atrapada en mi ridícula fantasía —dijo ella, cerrando los ojos—. Era tan ingenua…


—¿Sigues queriendo que seamos solo amigos o estás abierta a algo más?


Como respuesta, Julia se acercó a él hasta poder ver los pequeños puntos negros que había en sus ojos azules y se puso de puntillas con la intención de besarlo, pero de repente John tomó el control de la situación y la besó apasionadamente.


Cuando se apartó, Julia le acarició el rostro.


—Yo… creo que estoy abierta a algo más.


—Bien.


Buscó las llaves del coche.


—Tengo unas sábanas que he escogido para ti.


—Los muebles del dormitorio han llegado hoy. ¿Quieres venir a verlos?


La estaba mirando con ternura y Julia no pudo contestar. Así que se limitó a asentir.


Él asintió también. En ocasiones, sobraban las palabras.


Julia subió a su coche y lo siguió hasta su casa. Se sentía rara, nerviosa, pero también estaba emocionada. Estaba segura de que iban a hacer algo más que poner las sábanas nuevas en la cama. Por suerte llevaba la bolsa del gimnasio en el maletero, así que tenía un neceser con lo básico, algún maquillaje, cepillo de dientes y un cambio de ropa interior.


Al entrar en la casa se dio cuenta de que los muebles del dormitorio no eran los únicos que habían llegado un día antes.


—¿Qué te parece todo? —le preguntó a John.


—Precioso —respondió él, mirándola a ella—. ¿Te gustaría ver el dormitorio?


—Mucho.


Entraron en el dormitorio y Julia casi no se fijó en la decoración. Solo vio la enorme cama, que ya estaba hecha.


—Ha quedado estupendamente.


—Todavía no he dormido en ella.


—Está bien empezar de cero —comentó Julia.


Él la abrazó, la besó y, de repente, la tomó en brazos.


—¿Qué haces? Si peso una tonelada.


—No es verdad —respondió John, dejándola en la cama sin ningún esfuerzo.


Dejó la luz de la lamparita encendida y, por una vez, Julia no insistió en que la apagase.


John se tomó su tiempo para desnudarla y gimió de placer al ver sus generosos pechos salir de debajo del sujetador. Tomó uno de ellos con la boca y mientras exploraba su cuerpo con las manos. Metió una de ellas entre sus muslos y la hizo gritar su nombre de placer.


—Estás vestido —le dijo Julia cuando consiguió tranquilizarse.


—No por mucho tiempo.


Ella lo observó mientras se desnudaba.


—No te importa que tenga unos kilos de más, ¿verdad? —le preguntó mientras tanto.


—Me gustas tal y como eres —le respondió él.


Julia suspiró y alargó las manos hacia él.


—Deja que te demuestre lo que es capaz de hacer con su cuerpo una mujer con unos kilitos de más.