viernes, 18 de diciembre de 2015

UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 18




Para la satisfacción de Patricio Owen, el club nocturno de Coral Reef estaba a rebosar. Los viernes por la noche siempre solía haber bastante público, pero aunque habían anunciado aquella actuación especial en la radio local por la mañana y el dueño del local había puesto un llamativo cartel en la puerta para atraer la atención de los viandantes, la respuesta había sido mucho mejor de lo que había esperado. Seguramente el repertorio de canciones, extraídas de los musicales más exitosos, además del relieve que había dado al debut de Paula, había despertado el interés de la gente.


Esperaba que Paula no estuviera teniendo un ataque de nervios en su camerino. Habían estado ensayando toda la tarde, y había estado increíble. Si lo hacía igual de bien, dejaría a todos clavados en sus asientos con la fuerza de su voz. Además, iba a ponerse el mismo vestido que había lucido en la fiesta de la boda. Parecería toda una estrella de la canción.


La única duda que rondaba la mente de Patricio era si debía o no decirle que entre el público se encontraba la familia Alfonso al completo: Isabella y sus tres nietos. Pedro tenía una expresión decididamente malhumorada. Patricio se preguntó si el verlo allí haría que Paula se derrumbara o por el contrario le daría fuerzas.


Con suerte, cuando hubiera salido al escenario, iluminada por la luz de los focos, no lo vería. Tenía que lograr que se concentrara en las canciones. Aunque, por otra parte, si supiera que él estaba allí, tal vez se vería empujada a demostrarle que tenía mayores aspiraciones que estar a su sombra, y aquello podría hacer que su actuación fuera aún mejor. ¿Qué debía hacer?



****

Pedro Alfonso volvió a mirar su reloj de pulsera. El tiempo parecía estar pasando más lentamente que nunca. El debut de Paula estaba previsto para las nueve de la noche, pero todavía faltaban seis minutos. Patricio Owen estaba tocando unas piezas al piano para ir animando a la audiencia, pero Pedro no tenía el humor como para apreciar su talento como pianista en aquel momento. Solo podía pensar en Paula. Quería demostrarle que estaba allí por ella.


Por eso había llevado allí a toda su familia, para hacerlo público, para que supieran quién era la persona que ocupaba su corazón. Por lo que a él concernía, Marcela Banks había dejado de existir, y así se lo había dicho con la mayor claridad posible la noche anterior. Después de la conversación telefónica con Paula, había ido a su apartamento y la había amenazado con acciones legales si volvía a usar la sortija para difundir más mentiras. En aquel instante, mientras esperaba la aparición de Paula en escena, sintió que sus músculos se tensaban aún más al recordar aquello.


Tenía que conseguir demostrar a Paula que para él no era una diversión pasajera. Le presentaría a sus hermanos y le daría a entender que su abuela sabía de su relación y la aprobaba. Hacerlo allí ante toda aquella gente tenía por fuerza que desbaratar las mentiras escupidas por la lengua venenosa de Marcela.



****


Isabella Valeri Alfonso estaba sentada cómodamente, escuchando la virtuosa interpretación al piano de Patricio Owen. Verdaderamente era un pianista magnífico, pero estaba ansiosa por escucharlo cantar con Paula Chaves de nuevo. Claro que el momento estelar de la noche vendría después…


La tensión de Pedro era palpable, al igual que la curiosidad de sus otros dos nietos. Y desde luego, el ramo de rosas rojas que había llevado consigo, les había hecho enarcar las cejas estupefactos. Y es que, aunque tanto Antonio como Mateo habían escuchado cantar a Paula la semana anterior, ninguno de los dos sabía que hubiera ninguna clase de afecto entre la cantante y su hermano mayor. La noticia de su ruptura con Marcela Banks los había pillado totalmente por sorpresa, ¡y qué decir de la actitud de Pedro aquella noche! Parecía que les resultaba cuando menos extraño que los hubiera hecho asistir a ambos y a ella para impresionar a una mujer a la que ni siquiera habían sido presentados. Iba a ser una noche interesante para los tres, se dijo Isabella con una sonrisa divertida en los labios.


Nada le había dado mayor satisfacción en su vida que el saber que Pedro había expulsado para siempre de su vida a aquella falsa de Marcela Banks.


Isabella ya no podía hacer nada más. Tenía que cruzar los dedos y esperar que todo saliera bien.


¿Y si Paula decidía que quería seguir con su carrera como cantante? ¿Seguiría siendo entonces una esposa apropiada para el heredero de los Alfonso? La descendencia seguía siendo una gran preocupación para Isabella, pero no un quebradero de cabeza como había sido la primera elección de su nieto. Aquella noche la anciana mujer sentía que la atracción de Pedro por Paula era una bendición.



***


Paula estaba entre bambalinas, esperando la señal de Patricio para hacer su entrada mientras hacía ejercicios de respiración para controlar los nervios que la estaban devorando. Sus padres debían de estar ahí fuera, entre el público, y también su hermano mayor y su cuñada. Toda la familia estaba muy emocionada por ella y estaba decidida a cantar mejor que nunca. Quería que se sintieran orgullosos de ella. No podía permitirse ningún fallo, ni olvidarse de la letra. Iba a hacerlo lo mejor posible.


Entusiastas aplausos siguieron a los últimos acordes de Patricio al piano, y este se puso de pie, hizo una teatral reverencia y fue hasta el borde del escenario con el micrófono. Tras anunciar a Paula con tal bombo y platillo que todo el mundo parecía verdaderamente expectante, se volvió hacia las bambalinas en medio de los aplausos y extendió la mano hacia ella con una sonrisa animosa para que fuera a su lado.


A Paula le parecía que fuera a salírsele el corazón del pecho, pero logró llegar junto a él sin dar un mal paso. Patricio le apretó la mano mientras esperaban a que los aplausos se extinguieran.


–Isabella Alfonso está aquí con sus tres nietos –le susurró Patricio al oído. Paula se estremeció por dentro. ¿Pedro… con su familia?–. No puedes quejarte del apoyo que te dan, ¿eh? Vamos, Paula, ¡suerte!


Tan atónita estaba la joven, que apenas escuchó una palabra. Jamás hubiera esperado que fuera a hacer algo así. 


Estaba allí, en público, en su debut, con toda su familia… 


¿Qué podía significar? No, no podía ser que él… 


Probablemente Isabella Alfonso había tenido la amabilidad de ir a apoyarla y había obligado a ir a sus nietos con ella. Y aun así…


–Damas y caballeros –dijo Patricio prosiguiendo con el espectáculo–, como saben, uno de los más grandes musicales de los últimos tiempos es West side story. ¿Qué mejor canción para comenzar esta noche que el dúo de los protagonistas, Tony y María? Para todos ustedes… ¡Tonight!


No había tiempo para resolver el caos en que se hallaba sumido su corazón. Tenía que sobreponerse. Patricio le había entregado el micrófono y había vuelto a sentarse frente al piano. Había llegado el momento de la verdad, el momento que separaba a los aficionados de los profesionales. ¡El espectáculo debía continuar! «Olvídate de Pedro y de los Alfonso, Paula», se dijo con severidad.


 «Tu familia está aquí y no vas a defraudarlos».


Estaba sobre un escenario, debía meterse en el papel de la cantante, dejar a un lado a la Paula dolida y apenada. ¿Por qué no imaginarse que ella era en realidad María y que Pedro era Tony, que acababan de conocerse, y que todo era maravilloso?


Cuando Patricio tocó las notas introductorias, Paula sintió que era más fácil de lo que había imaginado, porque solo tenía que recordar cómo se había sentido antes de que aquel sueño hecho realidad se truncara. Paula desplegó toda la potencia de su voz, llenándola con aquellos sentimientos, planeando por aquella felicidad perfecta que había atesorado en su corazón…, y funcionó. Se sentía mejor, liberada, y el público parecía encandilado por las notas que salían de su garganta.


A continuación, cantaron All I ask of you del musical El fantasma de la ópera y después dos de las canciones más conmovedoras de Les miserables: On my own y A little fall of rain. El silencio en la sala mientras las interpretaban era absoluto.


Tal vez fuera porque él estaba allí escuchándola, o por la necesidad de probarse a sí misma que la fe de Patricio en su talento estaba justificada, lo cierto era que la propia Paula pensó que nunca había cantado con tanta fuerza como lo estaba haciendo aquella noche. La última canción del programa, el solo de Gina Love changes everything del musical Aspects of love resultó tan exitoso que, al finalizar, muchos de los presentes se levantaron y la vitorearon con repetidos «¡Bravo!».


Patricio dirigió a la joven una enorme sonrisa y le hizo una señal con los pulgares hacia arriba mientras esperaban a que los estruendosos aplausos se acallaran. Estaba exultante por la increíble acogida que habían obtenido.


–Gracias, muchísimas gracias, damas y caballeros –dijo–. La pieza que completa nuestro programa de esta noche es otra canción del musical West side story, una canción que trata de todo aquello que la mayoría de nosotros ansiamos encontrar en la vida. Se titula En algún lugar, ese lugar mítico en el que incluso los sueños imposibles se convierten en realidad. Me gustaría que se nos unieran a Paula Chaves y a mí en este maravilloso viaje a… ese lugar.


Fue sorprendente lo rápidamente que el público se calló para escucharlos. Patricio comenzó a cantar sin acompañamiento musical, en un tono tan suave y con tal emoción, que Paula se notó un nudo en la garganta y tuvo que tragar saliva antes de unirse a él, haciendo eco con su voz del anhelo en la voz de él. Y entonces entró el piano, añadiendo el fondo perfecto, con notas que le cosquilleaban a uno a lo largo de toda la espalda. Y juntos, en una armonía perfecta, llevaron la canción a su clímax, conmoviendo el alma de cuantos escuchaban.


Todavía se mantuvo el silencio unos instantes cuando terminaron, como si el público en el club nocturno hubiera quedado atrapado en la magia de la canción y no quisieran volver al mundo real. Pero la canción había terminado, y también el espectáculo.


Se escucharon primero los aplausos de una única persona, la primera en despertar del trance, y se vieron ahogados al momento por el rugido ensordecedor de más aplausos y silbidos. Patricio se levantó del piano y se unió a Paula en el centro del escenario. Para la joven fue como sentirse bañada por olas de placer. La gente pedía otra canción, pero Patricio le dijo al oído que no iban a hacerlo:
–Es mejor dejarlos con la miel en los labios. Así volverán –le aseguró–. Tú limítate a sonreír.


–¿Es siempre así, Patricio? –le preguntó ella entusiasmada.


–No, es que tú has estado increíble. Y me da la impresión de que Pedro Alfonso opina lo mismo por el regalo que te trae… Acéptalo, Paula, te lo mereces.


¿Pedro Alfonso? ¿Un regalo? Paula había estado escudriñando el resto de la sala con la mirada buscando a su familia y evitando la mesa de los Alfonso. No quería que pareciera que esperaba recibir su aprobación. Por eso mismo, las palabras de Patricio la sobresaltaron y la hicieron temblar por dentro. Antes de que tuviera siquiera tiempo para pensar qué cara poner, sus ojos se fijaron en Pedro Alfonso, que se acercaba a ella en aquel momento. ¿Qué quería decir todo aquello?


Llevaba puesto un esmoquin negro; estaba tan guapo y elegante como siempre. Al igual que aquella noche en la fiesta, la gente se hizo a un lado para dejarlo pasar hasta el escenario. A la pobre Paula las piernas le temblaban y sentía como si una mano invisible le estuviera estrujando el corazón y cien mil mariposas revolotearan dentro de su estómago.


Demasiado asustada como para permitirse pensar que las cosas pudieran cambiar de repente entre ellos, Paula no se atrevió siquiera a mirarlo a los ojos. Su mirada fue a recaer sobre el ramo de flores que llevaba en los brazos. Aquel regalo era la clase de tributo que se solía ofrecer a los cantantes al final de un espectáculo, pero, de algún modo, a ella le daba la sensación de que era algo más. ¿Pretendería tal vez aprovechar aquella oportunidad para pedirle perdón?


Al acercarse más al escenario, Paula pudo ver que eran rosas, ¡montones de rosas rojas! Tal vez simplemente había pensado que las rosas rojas serían la elección más oportuna ya que las canciones que ella y Patricio habían interpretado eran canciones de amor. ¿O quizá representaran en efecto una declaración de sus sentimientos hacia ella? Sintió que se mareaba.


No quería dejarse confundir por descabelladas esperanzas. 


Lo imposible casi nunca se convertía en realidad. Lo mejor sería aceptar el presente con una sonrisa educada y nada más. Una sonrisa, una inclinación de cabeza y un «gracias». 


Sobre el escenario no era Paula, la chica de Cairns, era la estrella del espectáculo, y allí no contaba para nada lo que había sentido por él. No iba a mirarlo, porque sus ojos podrían traicionarla, porque él podría leer en ellos que aún lo quería.


–Para ti, Paula –le dijo Pedro con voz ronca, tendiéndole las rosas.


Paula sonrió y le hizo una ligera inclinación de cabeza.


–Son preciosas, gracias –murmuró con la vista fija en los perfectos capullos, docenas de ellos…


–¿Puedo invitaros a nuestra mesa? –les dijo a ella y a Patricio–. A mi abuela le gustaría daros la enhorabuena personalmente por vuestra maravillosa actuación.


–Lo que sea por Isabella –asintió Patricio–. Siempre he admirado su juicio y le estaré eternamente agradecido por haber descubierto a Paula. Disculpadme un momento, voy a despedirme del público –les dijo retomando el micrófono–. Damas y caballeros, gracias por hacernos acompañado esta noche. Esperamos verlos aquí de nuevo el próximo viernes… para los bises –bromeó.


La gente se rio y volvió a aplaudir. Patricio enlazó el brazo de Paula con el suyo y le rogó a Pedro que los condujera hasta su mesa.


–¿Necesita mi hermanita pequeña protección del lobo feroz? –murmuró al oído de Paula.


Ella lo miró sorprendida, y los labios de Patricio se curvaron en una sonrisa irónica.


–Los dos sabemos que Pedro Alfonso no ha venido para elogiarte, querida mía.


–¿Y entonces para qué…?


–Para ganar tu corazón –respondió Patricio enarcando una ceja como si fuera obvio–. ¿Te vas a dejar ganar?


–No lo sé, depende…


–«¿Debería hacerme un lado y dejarle tener su oportunidad con ella?» –canturreó remedando una canción de My fair lady–. ¿Es eso lo que quieres?


–Sí –asintió Paula sonriendo ligeramente–, supongo que sí.


–Como quieras –concedió él poniéndose serio–. Pero hazme un favor, recuerda que tú vales mucho, Paula Chaves, no te vendas por menos de lo que vales –le dijo. Paula casi se rio al oír la advertencia de Pedro de labios de Patricio.


La joven alzó la vista hacia Pedro, delante de ellos. ¿Qué buscaba con todo aquello? ¿Querría efectivamente algo más que otra noche con ella? Su corazón ansiaba que así fuera, y así parecían confirmarlo las rosas. «Por favor, Dios mío, haz que sea así…».









UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 17





Cuando Paula llegó a casa tras su cita de negocios con Patricio, su hermano Dany y Marcos estaban tomándose la lasaña que había quedado de la cena y charlando animadamente. Al verlos, la joven se dijo que no necesitaba a Pedro Alfonso. A falta de la figura masculina de un padre, Marcos tenía a sus tíos y también a su abuelo.


–¿Qué tal os ha parecido eso del rafting? –les preguntó forzando una sonrisa de interés.


–¡Ha sido genial, mamá! –exclamó el pequeño Marcos.


–Ya lo creo –asintió Dany–, y parece que a los turistas les encanta, así que estoy pensando en ampliar mis actividades.


–¿Y no es peligroso?


–No si se hace con las medidas de seguridad adecuadas y un monitor experimentado –explicó Dany–. Oye –le dijo señalando los restos de lasaña de su plato–, es mejor que la de mamá.


–No, es que la receta es distinta.


Dany sonrió con malicia. A pesar de sus veinticuatro años, el hermano de Paula tenía una apariencia casi adolescente por su cabello castaño aclarado por el sol, las ropas informales que vestía y la piel morena.


–¿La preparaste para Pedro Alfonso? –preguntó con un brillo travieso en los ojos.


Paula se estremeció por dentro ante la mención de su nombre. Ya no tenía nada que ver con aquel hombre, no quería volver a saber nada más de él.


–Vamos, Paula, cuéntamelo –insistió Dany–, Marcos me ha dicho que estuvo aquí anoche y que le leyó un cuento antes de dormirse.


–Es cierto que vino –respondió ella con sequedad. No podía negarlo con Marcos delante–, pero solo porque me había dejado algo en Alfonso’s Castle –añadió a modo de explicación–. Lo del cuento… Bueno, ya sabes que Marcos convence a todo el que puede para que le lea una historia. Y Pedro tuvo la amabilidad de complacerlo.


–Oooh, ¿ahora lo llamas «Pedro»? –preguntó Dany para picarla.


–Para ya con la broma, Dany –replicó Paula poniendo mala cara–, está comprometido con Marcela Banks.


–Pero todavía no están casados, ¿no? “Del dicho al hecho va un gran trecho”…


–Por lo que a mí concierne es como si lo estuvieran. ¿Podemos cambiar de tema?


–De acuerdo… Bueno, ¿cómo te ha ido con Patricio Owen?


–Tengo una actuación conjunta con él en el local Coral Reef mañana por la noche.


Dany silbó impresionado.


–Caray, ¡si que progresas rápidamente! Y además en Coral Reef… Es un sitio muy exclusivo, ¿no?


–Sí, no te lo puedes ni imaginar. Tengo que preparar un montón de cosas esta noche.


–Pues entonces os dejo –contestó Dany poniéndose en pie–. Cuida de tu madre, pequeño –se despidió de Marcos revolviéndole el cabello rizado–. Van a caerse de espaldas cuando te oigan, hermanita, ya lo verás –animó a Paula besándola en la mejilla–. No podré ir a verte porque no puedo abandonar mis carreras de sapos, pero estaré acordándome de ti, te lo prometo.


–Gracias, Dany, y también por haberte llevado a Marcos contigo hoy.


–Ni lo menciones, Marcos y yo lo pasamos de miedo juntos.


Cuando se hubo marchado su hermano, Paula se sentía ya mucho mejor y había logrado apartar un poco a Pedro Alfonso de su mente. Necesitaba cerrar la puerta a los sentimientos traicioneros que la consumían y fingir que todo aquel vergonzante asunto jamás había ocurrido.


Durante las dos horas siguientes, Paula se mantuvo ocupada preparando su ropa para el día siguiente, bañó al pequeño y lo acostó. Después llamó a su madre y a su tía, quienes llevaban toda la tarde en vilo esperando saber qué había ocurrido con la oferta de Patricio Owen.


Dado que Marcos iba a pasar el sábado en casa de sus abuelos, su tía insistió en que pasase la noche con ella el viernes. Aunque agradecida por el apoyo que le prestaban, Paula no pudo evitar sentirse algo culpable por tener a su hijito de un lado a otro por dedicarse a su carrera. Sin embargo, lo cierto era que tenía mucha suerte, porque sabía que estaba en buenas manos, en las manos de la gente que lo quería, y que ella siempre estaría ahí para él.


Estando la joven absorta en esos pensamientos, de pronto oyó sonar el teléfono. Sin duda sería su madre, que tendría algún otro consejo que darle para la actuación. Paula volvió a prepararse para mostrarse excitada por la «maravillosa oportunidad de hacer algo que no tenía nada que ver con las bodas y los concursos regionales».


–¿Mamá, qué se te ha quedado por decirme? –dijo levantando el auricular.


–Paula…


El corazón le dio un vuelco al oír aquella voz, ¡la voz de Pedro Alfonso! Paula cerró los ojos, tratando de expulsar de su mente un millar de evocadoras imágenes de él.


–He estado pensando todo el día en ti –continuó Pedro.


«También yo», respondió su mente con ironía, «pero no con placer». La creciente ira de la joven ante tal desfachatez la sacó de su estupor e hizo que el corazón volviera a latirle con una fuerza inusitada.


–¿Por qué tenemos que esperar hasta el sábado? –le susurró Pedro–. Estaba preguntándome si estarías libre mañana por la noche…


¡Así que aún quería divertirse un poco más con ella antes de volver a los brazos de Marcela! Paula apretó los dientes furiosa.


–No, no estoy libre, Pedro –le espetó–, tengo un compromiso… Una actuación con Patricio Owen –añadió con toda la idea. ¡Que se enterara de que podía arreglárselas muy bien sin él!


Él se quedó callado un instante y suspiró.


–Entonces te pareció bien el trato que te ofreció.


–Pues… Deja que te lo explique. Lo cierto es que con él sé qué terreno estoy pisando, al contrario que contigo.


Al escuchar aquellas duras palabras él volvió a quedarse callado un buen rato.


–Paula…, ¿de qué estás hablando? –respondió visiblemente confuso.


–Esta mañana tuve una visita de tu prometida en la floristería –le informó ella con marcado énfasis.


–¿De mi…? Paula, ya te dije que rompí mi compromiso con Marcela –replicó Pedro.


–Llevaba tu anillo.


Pedro juró entre dientes.


–Solo porque le dejé quedárselo. Me pareció que sería… no sé, poco caballeroso, exigir que me lo devolviera.


–«¿Poco caballeroso?» –repitió Paula con una risa amarga. ¿A quién quería engañar con una excusa tan patética?–, ¿tan caballeroso como hablar con Marcela de tu deseo hacia mí?, ¿como aprovecharte de mí hasta que te hayas hartado, con el consentimiento de ella? ¿Qué soy para ti, Pedro?, ¿un pasatiempo, una forma de romper la monotonía?


–¿Marcela te ha dicho eso? –exclamó él. Su voz sonaba agitada. Agitación sin duda debía sentir, se dijo Paula, al verse desenmascarado de aquel modo.


–¡Sí! –contestó ella furiosa–, y también me explicó cómo ella también se había divertido con otro hombre el sábado por la noche, y cómo esos «deslices» no significan nada porque lo vuestro es muy sólido. Un poco de infidelidad por su parte, y un poco por la tuya… Creo que os va muy bien, ¿no es así? –le dijo con ironía.


–¡Esa… zorra! –exclamó él escupiendo la palabra. Su ira era palpable. Sus intenciones habían quedado al descubierto, pensó Paula. Le estaba bien empleado.


–Oh, no –replicó ella con mucha calma–, lo cierto es que le estoy muy agradecida por abrirme los ojos, por advertirme antes de que me hiciera ilusiones ridículas, ya que al final habría acabado siendo el hazmerreír de todos. ¡Qué lástima que tú no fueras tan honesto como ella!


–¿Honestidad, dices? ¡Marcela ni siquiera sabe lo que es eso!


–Tendréis un matrimonio maravilloso, saltando de cama en cama cuando os apetezca…


–¿Crees que es eso lo que yo quiero?


–No lo sé, parece que no sé nada de la vida que en realidad llevas. Y, por si estuvieras pensando en recriminarme que lo ocurrido ha sido culpa de los dos, déjame decirte que ya no siento nada por ti y que no quiero volver a verte nunca, ni mañana por la noche, ni ninguna otra noche.


–Paula, lo que Marcela te ha dicho es mentira, ella solo quiere manipularte…


–¿Manipularme? –se rio Paula incrédula–, ¿y con qué propósito?


–¡Solo Dios lo sabe! –exclamó él fuera de sí–, posiblemente solo para fastidiarme porque te preferí a ti.


–Oh, sí, para divertirte en la cama…


–¡No!, ¡porque te preferí a ti en todos los sentidos! –le aseguró Pedro apasionadamente.


–Y no puedes esperar para volver a acostarte conmigo, ¿verdad? ¿No era ese el motivo por el que me llamabas? –lo acusó ella con acritud.


Él volvió a quedarse callado un instante, como dudando. 


¿Por fin tal vez le estaría remordiendo la conciencia?, se preguntó Paula airada.


–Y seguramente seguirías llamándome mientras aún me desearas, ¿no es así? –se burló.


–¡No! Paula, por favor, escúchame, Marcela puede resultar muy convincente cuando está defendiendo sus intereses, pero te ha mentido. Durante mucho tiempo a mí mismo me tuvo engañado. Representaba un papel ante mí todo el tiempo y solo de vez en cuando se mostraba tal y como era. 
Pero ni siquiera en esas ocasiones quise verlo… Lo pasaba todo por alto porque su aura de sofisticación me tenía embrujado. Pero eso se acabó, Paula. Si piensa que arrancándote de mi lado voy a volver con ella está muy equivocada. La sortija solo le ayudó a dar a sus mentiras la apariencia de una falsa verdad.


Pero Paula no quería escuchar sus explicaciones


–Ojalá no nos hubiéramos conocido. Nunca me había sentido tan… tan utilizada.


–Por favor, Paula, no digas eso… Yo no…


–Lo cierto es que me deslumbraste. Paula la pobre, la viuda de los suburbios de Cairns… Caí rendida ante tus encantos. Pero Marcela tenía razón, ¿porqué iba a sentirse el heredero de los Alfonso atraído por una mujer como yo? He sido una ingenua…


–No, Paula, eso no es cierto… Yo encontré en ti a una mujer con corazón, algo de lo que Marcela siempre ha carecido.


–Pues si no estás contento con ella, búscate a otra persona que cumpla todos tus requisitos y déjame en paz. Adiós, Pedro.


–¡Espera, Paula!


La joven ya había apartado el auricular y estaba bajando la mano para colgar, pero aquel desesperado imperativo la hizo dudar un instante. ¿Hasta ese punto la tenía dominada?, ¿hasta el punto de que su sola voz iba a hacerle arrojar por la borda toda su sensatez? Paula cerró los ojos y, haciendo acopio de valor y amor propio, colgó el teléfono. Se había acabado, se había acabado…


Aún temblando, fue a su habitación y extrajo de un cajón una caja de somníferos. Necesitaba estar descansada para el día siguiente.


Sin embargo, estuvo dando vueltas en la cama un buen rato, recordando cada palabra de la conversación. Era imposible sacársela de la cabeza. No podía negar que se había sentido atraída por él, ni que la culpa en parte era suya, por haberlo dejado entrar en su vida, por haberlo invitado a su casa. Se había obcecado con retenerlo a su lado, se había dejado llevar por la absurda fantasía que Marcela había aplastado.


¿Habría mentido Marcela? Ciertamente parecía la clase de persona que haría cualquier cosa por conseguir sus propósitos, pero… Aunque así fuera, aunque le hubiese contado una sarta de mentiras, por primera vez pensó Paula que lo más probable era que Pedro sí se hubiera vuelto hacia ella despechado por las infidelidades de Marcela.


Y aun cuando él estuviera diciendo la verdad, si se había sentido atraído por el contraste entre las dos,Paula era muy consciente de que no bastaba con un buen corazón para que una relación prosperara. Él pertenecía a una clase social distinta y, por amable que él hubiera sido con Marcos, no era su hijo. Isabella Alfonso no permitiría que lo adoptara, que le diera su apellido.


¿Por qué seguía hilando aquellos sueños disparatados? 


Tenía que ocupar su mente con otras cosas… ¡Las canciones de la actuación! Eran todas canciones sobre el amor, los recuerdos, las esperanzas, el dolor, la pérdida… 


No le sería difícil interpretarlas, se dijo con ironía. ¿Vendía tal vez una cantante su alma al cantar? No, la música era solo una forma de expresión, nada más.









UNA NOVIA EN UN MILLÓN: CAPITULO 16




Mientras esperaba a Paula Chaves, Patricio Owen estaba sentado en el Bar de Coral Reef sorbiendo un whisky. 


Siempre había pensado que sería divertido que el intachable Pedro Alfonso engañara a Marcela, porque le estaría bien empleado a aquella víbora de dos cabezas, pero… ¿Utilizar a Paula para despecharla?, se dijo sacudiendo la cabeza.


A pesar de su cinismo acerca de las mujeres, para él Paula era diferente. Era una jovencita dulce, de buen corazón, dedicada a su hijito, no la clase de mujerzuela con la que divertirse un rato. Incluso él era capaz de ver eso. Entonces, ¿qué diablos se le había pasado por la cabeza a Pedro Alfonso? ¿Tan obcecado estaría por un arrebato de deseo que no vio que podía hacerle daño? Patricio frunció las cejas. Nunca hubiera creído a Pedro Alfonso capaz de algo así.


Sin embargo, resultaba difícil no dar crédito a la versión de Marcela cuando él lo había visto con sus propios ojos saliendo de casa de Paula el domingo. Y desde luego parecía muy molesto de verlo allí… Y tampoco le extrañaba que Marcela hubiera ido a su apartamento la noche anterior hecha una furia por haber encontrado el coche de Pedro aparcado frente a la casa de Paula.


–Está llevando esto demasiado lejos –le había dicho–, pero ya me encargaré yo de ponerlo en su sitio. Le dejaré muy claro a Paula que él solo está tomándose la revancha por mi flirteo contigo.


–No te atrevas a involucrarme en esto, Marcela –le había amenazado él. Tenía un serio interés profesional en Paula, y no quería que aquello se fuera al diablo por culpa de algo que no había significado nada para él.


Tomando otro trago de whisky, se dijo que, si Marcela fastidiaba el trato que quería hacer con Paula, se acordaría de él. Tenía planes para ella. Paula no solo daría un renovado impulso a su carrera, sino que además, si conseguía el puesto de director de musicales en el teatro Galaxy en Brisbane, se encargaría de promocionarla como una nueva estrella y…


En ese momento vio a Paula entrar en el local. Patricio giró hacia ella la banqueta en la que estaba sentado y le dirigió una sonrisa amable porque parecía bastante tensa, pero ella no se la devolvió. Patricio advirtió que caminaba hacia él como noctámbula, sin la menor vivacidad en su cuerpo, el rostro pálido y sin expresión, los ojos apagados.


Según parecía, Marcela había conseguido su propósito. Por primera vez en su vida, Patricio Owen se sintió avergonzado, avergonzado de tener siquiera la más mínima conexión con aquel resultado. Matar la inocencia en una persona era algo despreciable. Se levantó del taburete y, tomándola suavemente del hombro, la llevó hasta una mesa.


–Te traeré algo de beber, Paula, ¿qué te apetece?


Al escuchar su nombre, ella alzó la vista, los labios entreabiertos, como incapaz de responder a una pregunta tan sencilla en aquel momento.


–¿Qué tal un gintonic? –le propuso Patricio pensando que lo que le hacía falta era un buen trago de alcohol.


Paula asintió despacio con la cabeza y musitó:
–Gracias.



****


Observando a Patricio dirigirse a la barra por las bebidas, Paula se dijo que tenía que tratar de reponerse. Tal vez él pudiera ofrecerle algo real, algo tangible para un futuro menos oscuro que el que entonces se le antojaba. Nada de sueños, nada de fantasías, algo que pudiera lograr por sí misma.


Iba a darle una oportunidad a Patricio Owen, no le importaba que a Pedro no le gustara. Después de lo que le había hecho, no tenía derecho a inmiscuirse en lo que ella hiciera o dejara de hacer. Y, aunque todavía siguiera sintiéndose atraída por él, no iba a volver a permitir que se aprovechara de ella. Lo que le había hecho era demasiado humillante como para perdonarlo.


¡Y pensar que Pedro había criticado a Patricio Owen diciendo que solo utilizaba a las mujeres! Paula sintió que la sangre le hervía en las venas al recordarlo. ¿Y él qué? Por supuesto él se defendería de sus acusaciones diciendo que el deseo había sido mutuo y que no había nada de malo en eso. Absolutamente nada, se respondió Paula, nada…, si ella hubiera sido como Marcela.


¿Y qué si Patricio Owen era un manipulador? Gracias a la «valiosa» lección que había aprendido con Pedro Alfonso ya no tenía nada que temer, no sería tan estúpida como para dejarse embaucar de nuevo.


Si lo que le fuera a proponer no interfería con sus deberes de madre, aceptaría sin dudarlo dos veces. Al menos sería algo en lo que concentrar sus energías, y era posible que la condujera a algo bueno en los días, semanas o años por venir de ese futuro que se le antojaba tan vacío en aquel momento.


«No te vendas por menos de lo que vales», le había dicho Pedro… ¡Qué irónico viniendo de alguien como él, que la había utilizado como si no fuera nada, como si no valiera nada!


En ese instante, Paula vio a Patricio que volvía con las bebidas y acalló su alma envenenada. Fuera cual fuera su oferta, siempre sería mejor que nada. Iba a escucharlo, se ordenó a sí misma, y si su propuesta era razonable dentro de sus circunstancias, si no tenía que desatender a Marcos, diría que sí.


Si las condiciones eran justas o no… Tendría que confiar en Patricio en aquel respecto. De cualquier forma, siempre ganaría más dinero que con las bodas o las flores. Iba a aceptar, necesitaba algo positivo en su horizonte antes de volver a casa.


Su sueño de compartir su vida con Pedro Alfonso, de que se convirtiera en el padre de Marcos, de que tuvieran más hijos, se había desvanecido y no podía imaginar en ese momento a ningún otro hombre sustituyéndolo. Había llegado el momento de empezar a forjar otros sueños.


–Aquí tienes, Paula, un delicioso gintonic.


Patricio colocó las bebidas en la mesa y tomó asiento frente a ella. No parecía que hubiera la más mínima intención de flirteo en sus ojos aquel día. Por el contrario, parecía estar mirándola con lástima. ¿Tan obvia resultaba su desazón?


–Hay algo que quiero que dejemos claro antes de nada, Patricio–comenzó Paula. Había ciertos puntos que necesitaba establecer para sentirse cómoda trabajando con él. Patricio asintió con la cabeza para animarla a continuar.


–Esto es solo trabajo, ¿verdad? –prosiguió Paula. Patricio volvió a asentir–. Bueno, tú… Sueles coquetear con las mujeres y yo…, yo no quiero ninguna relación en este momento. Lo único que me interesa en cantar.


Patricio dejó escapar un profundo suspiro y le dirigió una sonrisa de cínico desencanto.


–Escucha, Paula, yo no voy detrás de cualquier mujer que se me pone delante. Simplemente, cuando veo que tengo posibilidades, lo aprovecho –dijo encogiéndose de hombros como si fuera algo que no pudiera evitar–. No se me dan bien las relaciones personales, pero tampoco me va el celibato –se quedó callado un momento y la miró a los ojos–. Soy consciente de que tú no estás interesada en mí, Paula, y créeme, yo tampoco, interferiría con los negocios. No quiero correr ese riesgo –le aseguró. Se inclinó hacia delante, descansando los antebrazos sobre la mesa y le mostró las palmas de la mano queriendo subrayar su sinceridad–. En este mundillo te ayuda ser un poco seductor, te vendes mejor, crea una complicidad con el público, es una herramienta más de mi personaje cuando me subo a un escenario. Pero, si llegamos a un acuerdo, y deseo de corazón que así sea, te prometo que te trataría en todo momento como si fueras mi hermana pequeña. No quiero roces entre nosotros, quiero que estemos en armonía el uno con el otro.


–¿Como una hermana? –repitió Paula sonriendo un poco. 


Resultaba difícil imaginarse a Patricio Owen en el papel de hermano mayor. Los labios de él se curvaron con ironía.


–Nunca he tenido familia, así que tendrás que enseñarme cómo comportarme.


–¿No tienes a nadie? –preguntó Paula. Para ella la familia era algo tan esencial que le resultaba difícil imaginar algo así.


–Me crié en un orfanato, y desde que salí de allí tuve que buscarme la vida por mí mismo –explicó él mirando su copa pensativo. Entonces alzó la vista y le dijo–. He aprendido a proteger mis intereses por encima de todo, y tú te has convertido en uno de ellos. Si aceptas mi propuesta, estarás bajo mi protección, Paula, no te causaré daño alguno ni permitiré que te lo causen.


Parecía sincero, y a la vez verdaderamente interesado en convencerla.


–Gracias, Patricio, te creo –murmuró Paula conmovida–. ¿Qué es lo que has pensado?


Patricio le explicó sus planes, y a la joven le gustaron. ¿Cómo no iba a acceder?, resultaba consolador tener algún proyecto cuando todo parecía derrumbarse a su alrededor.