viernes, 22 de julio de 2016

LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 12




Pedro ayudó a Paula a quitar la mesa y la siguió a la cocina, dejando que Stanley y Donna disfrutaran de unos minutos a solas. El jardín trasero estaba iluminado por las antorchas que Paula había dispuesto por el perímetro, y el repelente para insectos poco hacía para mantener alejadas a las bandadas de mosquitos.


—Tendríamos que haber montado la barbacoa más temprano —dijo Paula, echándose loción sobre el hombro enrojecido—. ¡Me están comiendo viva!


—¿Y los culpas por eso?


Pedro dejó la pila de platos sucios en el fregadero y la agarró por la mano para acercársela. La piel de Paula relucía a la débil luz de la bombilla y de la luna que se filtraba por la ventana. El empalagoso olor del repelente podría haber sido desagradable, pero el olfato de Pedro solo percibía el irresistible aroma femenino que embriagaba sus sentidos. 


Durante las dos últimas horas había intentado reprimirse para no lamer los restos de salsa que manchaban los labios y los dedos de Paula. Se había atiborrado de costillas y cerveza, pero aún seguía hambriento. De ella...


—Tengo que salir a atender a los invitados — protestó, sin hacer ningún esfuerzo por soltarse, de su abrazo. 


—Creo que a Donna y a Stan les gustará tener un momento a solas.


Paula miró por la ventana.


—A diferencia de nosotros, ellos no parecen tener problemas en mantener quietas las manos.


Pedro no podía discutir ese. Stan y Donna coqueteaban un poco, pero no parecían conocerse mucho. Debido a esa falta de confianza, la conversación de la cena había sido bastante reveladora, sobre todo cuando Donna le preguntó a Stanley cómo estaba su hermano.


¡Un hermano! En todos los informes que Pedro había leído, Stanley Davison aparecía como el único hijo de Myma y Stanley Winston Davison. ¿Cómo era posible que la policía desconociera un dato semejante?


Stan tenía un hermano. Alguien de quien no quería hablar delante de Paula y de Pedro, a juzgar por la brevedad de su respuesta y el rápido cambio de tema. Pero Paula había seguido preguntándole, contando además detalles sobre su propia familia. Así se enteró Pedro de que el hermano de Stanley se llamaba Paul y que vivía casi siempre en el extranjero. Tendría que examinar el pasaporte de Stan y comprobar si alguno de sus viajes guardaba relación con su misterioso hermano.


—No creo Stan haya tenido aún la oportunidad de hacer algo con Donna —dijo Pedro—. Pero dales tiempo y verás, —A nosotros no nos llevó mucho tiempo.


—Algunas personas son de naturaleza más apasionada.


—¿Así es como me ves? —preguntó ella apartándose un poco.


—Paula —a Pedro le resultaba increíble que le estuviera preguntado algo tan obvio—, eres la mujer más sensual, apasionada y radiante de erotismo que he conocido —la atrajo a sus brazos, deleitándose con el suave tacto de la piel bajo las manos y el esbelto vientre contra su erección—. Tu sensualidad es parte de ti. El modo en que te mueves, el modo en que alzas la mirada bajo las pestañas, el modo en que te humedeces los labios cuando piensas en algo... Me vuelve loco.


El suspiro de Paula fue señal inequívoca de su rendición, y si no hubiera sido por el repentino golpe en la puerta, Pedro hubiera empezado a devorarla allí mismo.


—Siento interrumpir —dijo Stan asomando la cabeza por la puerta—. Donna quiere ir a escuchar al grupo que toca en Jimmy Mac's. ¿Os apetece venir?


Paula miró a Pedro, pero él no pudo leer su expresión.


Los dos parecían aturdidos. Pedro sabía que no podía desaprovechar una oportunidad para seguir congeniando con Stanley, pero tampoco podía ignorar la necesidad de estar a solas con Paula.


—Es una gran idea —dijo ella—. Dadme un minuto para que ponga los platos en remojo.


—Podemos ir en coches separados —sugirió Pedro—. ¿Qué tal si nos vemos allí?


Stan sonrió y puso una mueca.


—Sí, bueno... Tal vez vayáis, o tal vez no, ¿eh? Bueno, os guardaremos una mesa.


Cuando Stan se marchó, Pedro se dispuso a retomar lo que habían interrumpido, pero Paula cruzó los brazos al pecho. —Eso no ha sido muy inteligente —le dijo muy seria. 


—¿El qué?


—Stan te acaba de ofrecer una oportunidad de acercamiento. Eso es lo que pretendes, ¿no? Entrar en su círculo de amistades, si es que tiene alguno. No sabías lo de su hermano, ¿verdad?


Pedro le dio un vuelco el corazón. Se había dado cuenta de que Paula sabía mucho más de él de lo que debería saber.


 —¿Verdad?—repitió ella.


—¿Si sabía lo de su hermano? No.


Paula se apartó de la encimera. De repente parecía confundida y nerviosa, y mantuvo la vista fija en la ventana, sin mirarlo a la cara.


Pedro, ¿te importa recoger los vasos de ahí fuera? Tengo que ir arriba a cambiarme. Enseguida bajo.


Desapareció por la puerta. Pedro pensó en seguirla, pero decidió que ambos necesitaban unos minutos para reponerse. Salió al jardín y recogió las latas de cerveza y los vasos. La reacción de Paula lo había dejado perplejo. Con los brazos al pecho, la expresión inescrutable y la voz seria, le había recordado a Jake. Por primera vez desde que la conocía Paula había borrado la sexualidad de su persona.


¿Acaso había intentado decirle algo? ¿Demostrarle algo?


Dejó los vasos en el fregadero y los enjuagó, con el resto de los platos. No podía dejar de pensar en lo que Paula sabría sobre él y su misión secreta. Tras varios minutos de reflexión se dio cuenta de que Paula llevaba ausente demasiado tiempo.


¿Habría salido a escondidas? ¿O estaría esperándolo en el dormitorio? Se secó las manos y caminó hacia la escalera.


—¿Paula?


No hubo respuesta. Lo único que se oía era el aparato de aire acondicionado, y al cabo de unos segundos, Pedro se convenció de que estaba solo en la casa. Entonces se movió al pie de la escalera y vio que una luz emanaba de una puerta abierta en el piso superior.


Hizo el gesto automático de llevarse la mano a la pistola, pero, naturalmente, estaba desarmado. Su arma estaba confiscada en la comisaría.


Maldijo en silencio.


Tal vez Paula tuviera algún secreto, pero no era peligrosa. 


Pedro había tratado con suficientes personas para reconocer las diferencias entre el misterio y el peligro. Su reacción había sido instintiva, una respuesta natural a una situación a oscuras y a la aparente desaparición de Paula.


Al subir vio una nota sujeta al pomo de la puerta. Tenía su nombre escrito en letras mayúsculas. El papel ondulaba por las ráfagas de aire acondicionado que salían de la habitación.


Tú has estado observando a Stan. Yo te he estado observando a ti. Es la hora de la verdad. De toda la verdad.


Pedro empujó la puerta.


Lo primero que vio fue la cama, vacía. Pero la decepción por no encontrar a Paula allí, esperándolo, fue rápidamente desplazada cuando giró la cabeza.


—Santo Dios.


Vio cinco monitores, uno inmenso y plano, flanqueado por dos a cada lado. Luego, vio el sexto, perteneciente a un ordenador portátil que había sobre una silla giratoria.


El monitor superior de la derecha mostraba la imagen de lo que Pedro inmediatamente reconoció como el dormitorio de Stanley, y los otro cuatro ofrecían diversas vistas de su propia casa. En el monitor central, de veinticinco pulgadas, se veía su dormitorio desde lo alto, con el telescopio en un rincón y la decoración blanca tildada de gris plateado. Todas las luces estaban atenuadas, salvo la que salía del cuarto de baño... junto a una nube de vapor.


Y entonces notó el movimiento en el espejo.


Paula.


Pedrolevantó el ordenador portátil de la silla y se sentó. Vio que Paula salía del baño, vestida con el top rosado y los shorts vaqueros, y oyó el ruido metálico de sus frascos de colonia cuando ella tropezó con el aparador.


Su casa estaba plagada de cámaras y micrófonos.


Lo había estado observando, de acuerdo. Pero ¿por qué? ¿Y durante cuánto tiempo?


Entonces Paula alzó la vista y miró directamente a la cámara. Pedro no se podía imaginar dónde estaba instalada. 


¿En la rejilla de ventilación? ¿En la instalación eléctrica? Sus únicos conocimientos de alta tecnología eran los que había aprendido en las revistas o en alguna que otra redada. Pero, fuera donde fuera, la instalación de Paula era toda una obra de arte.


Paula agarró el teléfono y marcó siete números. Pedro dio un salto al oír cómo sonaba el teléfono móvil que había sobre el video.


—¿Estás muy enfadado? —le preguntó ella al contestar. La voz llegaba acompañada de un eco irreal, al emitirse tanto por los altavoces como por el auricular.


Pedro dudó unos segundos, viendo cómo se mordía el labio y enrollaba los dedos en un mechón de pelo. 


—Todavía estoy aturdido. ¿De qué va todo esto?


Ella se encogió de hombros.


—Todo comenzó por una equivocación. Se suponía que estaba observando a Stanley, pero las cámaras fueron colocadas por error en tu casa. Pero luego he seguido observándote, Pedro. Antes de conocernos, desde la noche en la que mudé. 


Pedro tragó saliva, sin saber cuál debería ser su reacción. Si hubiera sido otra la persona que lo había espiado, sin duda se habría enfurecido mucho.


Pero se trataba de Paula, su amante, quien sabía demasiadas cosas íntimas de él, y no solo lo que tomaba para desayunar. Sabía cómo le gustaba que lo acariciara, cuánto lo excitaba que le susurrara su nombre... La idea de que lo hubiera estado observando le resultaba increíblemente erótica y misteriosa...


Se alegró de que no pudiera ver su sonrisa.


—No puedo creer que no supiera que estaba siendo observado —dijo, más molesto por su falta de profesionalidad que porque hubieran invadido su intimidad—, ¿Y bien? ¿Qué has aprendido sobre mí?


Ella apartó la vista de la cámara para no mostrarle su expresión. Al ser la imagen en blanco y negro, no había modo de saber si se había ruborizado, salvo por una ligera inclinación de cabeza.


—Sé que te gusta ducharte con agua muy caliente.


—¿Hasta dónde pudiste ver en el baño? —apenas podía verse más que vapor.


Ella se quitó la horquilla que le sujetaba el pelo, y la melena le cayó suelta por los hombros.


—¿Dónde está el ordenador?


—En mi regazo —respondió él—. ¿Dónde si no?


Paula se echó a reír.


—Ponló sobre el escritorio. He bloqueado los controles para que la imagen se mantenga fija en tu dormitorio. Puedes orientar la cámara señalando con el cursor el punto deseado y haciendo clic para aumentar el enfoque. Vamos a hacer una prueba. Enfoca el espejo.


Él obedeció mientras ella se movía, y pudo ver la ducha, de la que salía el agua hirviendo. —Así que me viste en la ducha.


—Sí, aunque tienes la mala costumbre de correr la cortina. También te he visto comer, sobre todo donuts. Y hacer taekwondo, y dormir,..


—¿Ronco?


—En absoluto —respondió ella con una risita—. Cuando duermes eres increíblemente silencioso, como si estuvieras listo para saltar en cualquier momento. Aunque anoche sí que roncaste, como un tren de mercancías. 


—¿Has visto lo que haces conmigo?


La sonrisa de Paula se desvaneció.


—Lo que he hecho ha sido invadir tu intimidad. Por esto intento explicártelo y pedirte disculpas.


Pedro asintió. Estaba seguro de que sus razones para observarlo, a él o a Stanley, estaban justificadas. Desde el principio había confiado en ella. Y rara vez se equivocaba con las personas.


—Menos mal que no tengo muchas malas costumbres.


—Intenté no seguir mirando —dijo ella recuperando la sonrisa.


—Me viste desnudo antes incluso de saber mi nombre.


—No es justo, ¿verdad? —se llevó las manos al cuello, bajo la melena, para desatarse la cinta que sujetaba el top.


Pedro soltó un gemido. Por Dios... ¿iba a desnudarse para él? ¿Ducharse para él? ¿Permitir que la observase igual que ella lo había observado?


Un sinfín de posibilidades eróticas le inundaron el pensamiento. Pero antes de rendirse al placer que se le ofrecía, tenía que saber una cosa: si la aventura con Paula ponía en peligro su investigación. No se creía capaz de parar a esas alturas, pero aun así tenía que saberlo. 


—¿Para quién trabajas Paula?


—La respuesta no te gustaría —dijo ella terminando de desatar las cintas. El top cayó sobre sus pechos, manteniéndola cubierta. Pedro se quedó con la boca abierta mientras ella se desabotonaba los shorts.


—Ponme a prueba —insistió él.


Paula caminó lentamente hacia la cabecera de la cama, encendió la lámpara de la mesita de noche y sacó algo del bolso. Por un angustioso segundo, Pedro temió que fuera a mostrarle una tarjeta de Asuntos Internos. Tanto él como sus superiores se verían en serios problemas si Asuntos Internos metía las narices en una investigación extraoficial. Pero lo que sacó fue una pequeña bolsa atada a unos cables negros. Sin soltar el top, dejó el auricular del teléfono y se colocó en la oreja un pequeño aparato. Entonces se volvió hacia la cámara y sonrió. —¿Puedes oírme?


—A través del teléfono, no —respondió él.


—Me he colocado el audífono porque necesito las dos manos para demostrarte cuánto siento haberte mentido.


Se abrió la cremallera de los shorts, mostrando un triángulo de rizos oscuros. No llevaba ropa interior.


En ese momento Pedro vio las braguitas rosas. Estaban colgadas de la pared, al lado de un altavoz.Alargó un brazo y tiró de ellas, sin importarle oír una pequeña rasgadura.


—No has respondido a mi pregunta —le recordó—. ¿O acaso estás intentando distraerme? 


Ella se dirigió hacia el cuarto de baño y miró hacia la cámara por encima del hombro.


—¿He conseguido distraerte?


—Casi. ¿Para quién trabajas? Dímelo, Paula. Déjame confiar en ti.


—Digamos que tú eres un policía y yo no.


—¿Cómo sabes que soy policía?


—No ha sido fácil descubrirlo. Ni siquiera sé si estás retirado ni para qué división trabajas. Lo único que mi contacto pudo decirme es que hace cinco años, un hombre llamado Pedro Alfonso recibió un cheque del ayuntamiento a cuenta del departamento de policía de Tampa. Fue una suerte para mí que el encargado de borrar tu identidad se olvidara de ese dato.


—Entonces, ¿no estás con Asuntos Internos?


—No, claro que no —respondió ella riendo—, Los asuntos internos son solo entre nosotros. 


Con una nube de vapor emergiendo a sus espaldas, Paula se desprendió de sus ropas.


Durante un breve instante bajó la mirada con timidez, pero cuando miró de nuevo hacia la cámara, los ojos le ardían con descaro.


—Cuéntame tu secreto, Paula —le pidió Pedro. Se le había formado un nudo en la garganta, al darse cuenta de que ella se estaba exhibiendo solo para él.


—Ya te he contado uno. Te he estado observando.Ahora te toca a ti observarme. Es lo justo. Luego, te revelaré mi último secreto.


—Para entonces tal vez no quiera saberlo. ¿Es esa tu intención?


Ella se quitó el audífono de la oreja, lo dejó en el lavabo y negó con la cabeza mientras esbozaba una enigmática sonrisa. Estaba claro que el audífono no era resistente al agua. Paula dijo algo, pero sus palabras se perdieron en el sonido del agua. Pedro se apresuró a subir el volumen, a tiempo para oírla decir: —Mírame...


Paula se deslizó bajo el chorro con la respiración contenida, y soltó el aire a! mismo tiempo que se libraba de sus inhibiciones. Le había ocultado demasiadas cosas a Pedro


Lo menos que podía hacer era mostrarle sus fantasías. Abrió los ojos y miró hacia la rejilla de ventilación, donde sabía que estaba la cámara. ¿Habría aprendido ya Pedro a enfocar la imagen? ¿La seguiría observando o se habría marchado a denunciarla por vigilancia ilegal?


Pero cuando el agua caliente le cayó por los músculos y le abrasó ta piel, decidió que no podía preocuparse por eso. No en aquellos momentos, cuando tenía la oportunidad de ser la mujer seductora y apasionada que Pedro creía ver en ella. 


Salvaje de deseo; libre para conseguir el placer, para experimentar sus fantasías...


Se apartó el pelo de la cara, arqueando la espalda y exponiendo los pezones al agua caliente. Se le endurecieron al instante. Se preguntó qué le pediría Pedro que hiciera, y se lamentó de que el audífono no fuera resistente al agua. 


Pero no iban a reunirse con Stan y con Donna, de modo que no había prisa. Vertió un chorro de jabón sobre una esponja y empezó a enjabonarse el cuerpo. Se deleitó con los pezones, imaginando que Pedro estaba con ella en la ducha. 


Soltó la esponja y siguió acariciándose con las manos, masajeándose y amasando sus voluptuosas curvas sin apartar la vista de la cámara.


«Esto es lo que quiero que me hagas».


Luego, se enjuagó y cerró el grifo. Se enrolló con una toalla y fue hacia la cama. Recogió el audífono, pero no se lo puso. 


Extendió una segunda toalla sobre el colchón y sacó del bolso un tubo de aceite de baño. Era su marca favorita, Citrus Delight, un delicioso olor a limón que había vuelto íoco a Pedro el día anterior.


Quería compartir ese olor con él, pero antes iba a volverlo loco de necesidad. Desenroscó el tapón, imaginándolo sentado en la silla giratoria, con la boca seca y el corazón desbocado, esperando el siguiente paso... Dejó el tubo abierto sobre la almohada y se colocó el audífono.


—¿Sigues observando? Hubo un silencio -¿Pedro?


—Sigo observando.


—Bien —se reclinó en la cama—. Hemos ido muy deprisa desde que nos conocemos, así que creo que es hora de ir un poco más despacio, ¿no te parece?


—Si esta es tu idea de ir despacio, nena, tómate todo el tiempo que necesites.




LA MIRADA DEL DESEO: CAPITULO 11





Paula se tragó su sorpresa y caminó hacia el telescopio. 


Agarró las braguitas con las uñas, sin saber por qué Pedro las habría dejado allí. ¿Era para asegurarse de que las vería, o porque sabía que lo había estado observando?


—De modo que mis sospechas sobre ti son acertadas —dijo ella cruzando los brazos al pecho.


Pedro se apoyó en el marco de la puerta, igual que ella había hecho abajo, pero Paula no hacía ocupado tanto espacio como él. Dios, aquel hombre era letal. El brillo de sus ojos verdes la dejaba sin respiración. Cuánto deseaba hacerle el amor... Allí mismo, a plena luz del día, sin sombras donde ocultarse.


—¿Tienes sospechas sobre mí? —preguntó él—. Qué casualidad... Yo iba a decirte lo mismo.


Paula lo miró con ojos entrecerrados, intentando leer su expresión. Todo lo que percibió fue deseo masculino.


—No sé a qué te refieres —decidió tomar la iniciativa. Después de la reunión con su tío y con su hermano, no estaba dispuesta a que la siguieran manipulando—. Soy yo quien te vio anoche espiando a Stanley con el telescopio.


—De modo que me estabas observando —dijo él sin pestañear.


Paula soltó un suspiro y cambio el peso de una cadera a otra.


—Miré por la ventana de camino a la cama. No hay ningún delito en eso, supongo. Pero, salvo que Stanley corra los cien metros en mitad de la noche de un extremo a otro de su habitación, no tienes motivos para espiarlo... a menos que no seas quien dices.


—¿Cómo sabes que no observaba las estrellas? 


—Ya te he dicho que trabajo para una agencia de detectives. Hace unos meses estudié este modelo para unas recomendaciones —aquello no era falso. Había hecho algunas comprobaciones cuando la factura pasó por su mesa.


Pedro se pasó la mano por el pelo con una sonrisa libidinosa.Paula tuvo que reprimir el deseo de tocarlo. Aquel hombre no jugaba limpio, al intentar distraerla de la conversación. 


—No puedo negarlo —dijo él.


—Entonces, ¿no eres un explorador de béisbol?


Pedro se rascó la barbilla, ensombrecida por la barba incipiente. —No, no lo soy.


—¿Eres un investigador privado?


—No —respondió con una mueca de desaprobación.


—¿Tu vigilancia es legal?


—Sí.


Eso solo dejaba una posibilidad. Pedro era un policía. A Paula se le hizo un nudo en el estómago, pero consiguió ocultar la reacción. no le habría importado si Pedro fuera el jefe de policía, de no ser por la prohibición de su tío Noah de cooperar con los representantes de la ley... Alguien que pudiera denunciarlos o detenerlos.


A Paula esa medida de seguridad siempre le había parecido un poco exagerada, pero comprendía el deseo de Naoh de mantener a la empresa fuera de problemas.Tal vez había llegado el momento de que Chaves Group mantuviera todos sus métodos dentro de los límites legales. Tendría que hablar con Patricio de ello.


Pero eso no solucionaba su actual problema. Pedro estaba viviendo en una casa plagada de cámaras y micrófonos que ella usaba para espiarlo a su antojo.


No era extraño que Pedro fuera policía. El departamento de policía de Tampa había sido el último perdedor en el caso de Stanley, y tras el juicio se había ganado muy mala fama. La prensa los acusaba de perseguir a los delincuentes sin la menor consideración hacia el resto de ciudadanos, y se encargaba de airear y exagerar cualquier rumor sobre abuso de autoridad, fuera o no fundado.


Pero tampoco era un procedimiento habitual que la policía de Tampa investigase a Stanley. ¿De qué se trataba todo aquello?


Paula no tenía respuestas. Ni tampoco ningún plan. No se había esperado que Pedro fuera policía, pero aunque no lo fuese, no tenía defensas contra su irresistible atracción.


Pedro se apartó de la puerta y caminó lentamente por la habitación. Parecía un depredador, dispuesto a lanzarse sobre su presa. Pero Paula no sentía miedo, sino un irreprimible deseo de sentir su tacto.


—No quiero volver a mentirte —le dijo él—. Pero acordamos que no hablaríamos de nuestros trabajos, ¿recuerdas? 


Paula retrocedió un paso. No podía permitir que aquella sonrisa ni aquel fragmento de la verdad ocultaran todo el asunto. No en esos momentos, cuando estaba en juego el respeto de su tío y de su hermano. No podía permitir que las actividades de Pedro, fueran o no legales, arruinaran su caso, demostrando el fraude de Stanley antes que ella. Si Pedro sabía algo, tenía que compartirlo.Y pronto.


Pero no tan pronto como para arriesgar lo que ambos habían comenzando la noche anterior en la cocina. Pedro la había hecho sentirse una mujer viva, y le había demostrado algo de ella misma que creía muerto y olvidado.


Le había llegado al corazón. Con sus ojos, sus palabras y sus caricias le había prometido y transmitido un placer y una confianza absoluta.


—Ayer dejaste muy claro que no buscabas nada permanente —le recordó él—. ¿Has cambiado de opinión?


Ella negó con la cabeza. Tenía que atenerse a su plan original, si no quería arriesgar su carrera y su corazón al mismo tiempo.Y sin embargo... le había parecido oír un ligero tono de esperanza en la pregunta.


—Entonces cree todo lo que te diga —si se sentía decepcionado, lo ocultó muy bien—.Y cuando te toque, convéncete de que es verdad lo que sentimos.


Le acarició la mejilla con ternura, provocándole una explosión de anhelo por todo el cuerpo. Pedro no quería mentirle, por eso no hablaba de lo que no podía revelar. Pero la atracción era un asunto distinto.Algo que podía confiarle y demostrarle sin tapujos.


Era la oportunidad de Paula.


—Dime solo una cosa —le pidió, intentando sofocar la corriente de excitación que le traspasaba el cuello—. La verdad. Lo que estás haciendo... ¿puede hacerle daño a alguien?


La empresa de Paula se había saltado alguna que otra ley en la búsqueda de la verdad, pero si Pedro no era policía, ella no podía permanecer callada si Stanley corría un peligro
serio.Tal vez Pedro estaba trabajando para algún enemigo de Stanley.Alguien que quisiera vengarse.


Pero Pedro soltó un silbido y negó con la cabeza, y Paula se olvidó al instante de las conspiraciones y las tramas de espionaje.


En cuanto sintió sus manos sobre los hombros desnudos, perdió la capacidad mental de analizar y relacionar los casos.


—Lo único que pretendo es observar a Stan de vez en cuando. Nadie va a arrestarme por ello, y nadie resultará herido. 


Paula suspiró de alivio, y dejó que los dedos de Pedro le aliviaran la tensión de los hombros y el cuello. No iba a hacerle daño a Stanley. No era un investigador rival. Y no podía confirmar si era policía hasta hablar con los contactos de su tío Noah.


Pero hasta entonces, nada era tan interesante como la presión y la pasión con la que Pedro le deslizaba las manos por los brazos,


—Nada de arrestos, ¿eh? —dijo ella—. Eso es muy tranquilizador. Y decepcionante. Pensaba que iba a suceder algo interesante.


La risita de Pedro se transformó en un gruñido al presionar los labios contra su cuello.


—Si te sirve de consuelo, lo que estoy pensando ahora mismo no solo haría que me detuvieran, sino que me condenarán a muerte en más de un Estado.


Ella le puso las manos en el pecho, pero sin intentar apartarlo. Él expandió los pectorales al tomar una profunda inspiración y aspirar su olor.


—Y eso que estás pensando... ¿hará que recupere mís braguitas?


—¿Llevas puestas algunas?


—¿Tú qué crees? —preguntó ella humedeciéndose los labios.


Pedro no sabía qué pensar, salvo que en todos sus años de trabajo en secreto nunca había estado tan cerca de revelar la verdad sobre su profesión.


Paula se había presentado allí después de haberlo visto fisgonear con un telescopio, y se había formado toda clase de hipótesis para encontrar una explicación.


Y sin embargo no estaba enfadada. Había confiado en él y había aceptado sus respuestas con tranquilidad, no con los ataques de furia que le habían dado a Marisel al sospechar que él no era quien decía ser. Sorprendente. Paula Chaves estaba llena de sorpresas.Y la fascinación que creaba en él estaba alcanzando cotas peligrosas. Tal vez ella pudiera ayudarlo.Tal vez no le importara que fuese un policía de incógnito, que estaba empezando a ver la diferencia entre el hombre que era y el que quería ser.


En sus primeros casos, misiones oficiales en las que había trabajado durante meses e incluso años, nunca había sido Pedro Alfonso. Había sido joe Dawson, traficante de drogas, Mike Riley, ladrón de coches, Lanzo Diez, estafador. 


En aquella investigación extraoficial tenía la oportunidad de llevar su verdadero nombre, pero lo único que quería ser era el amante de Paula Chaves.


—Creo que eres increíble —le dijo.


—¿Por qué? —preguntó ella echándose a reír, pero Pedro supo que la declaración no le había hecho más gracia que a él. Su atracción por Paula trascendía de la mera lujuria, y aunque sabía que ella le ocultaba tanto como él, odiaba mentirle y quería protegerla.


Tal vez aquella fuera la clave de la atracción. Había seducido a muchas mujeres que conocían muchos secretos, pero ninguna ocultaba nada personal, puesto que no había nada que ocultar. Eran personas sencillas, sin complicaciones, simples marionetas en el oscuro mundo de los timos, los robos y las estratagemas ilegales.


Pero, aunque sabía muy poco sobre Paula, presentía que no era la marioneta de ningún hombre. Los secretos que guardaba eran propios.


—Eres sexy, sensual y muy lista.


—No es una combinación tan extraña —su voz ronca y el calor de su respiración lo sedujeron más aún—. Conozco a muchas mujeres que lo son.


—Yo no.


—Quizá no hayas salido con la gente adecuada.


Pedro entrelazó los dedos con los suyos y se llevó las manos a la boca. La besó suavemente en los nudillos, sonriendo al notar el olor a salsa que impregnaba la piel.


—Me muero de impaciencia por probar esa salsa.


Paula apartó la mano con delicadeza.


—No tendrás que esperar mucho —se metió las braguitas en el bolsillo del delantal, y tras mirar su reloj, se dirigió hacia la puerta—. Una hora.


—¿Te marchas?


Ella se mordió los labios. Allí estaba. En sus ojos. El secreto...


—No querrás que se me queme el postre, ¿verdad? —dijo, pero Pedro no era tonto. Paula había conseguido lo que quería. La confesión de que él le había mentido acerca de su trabajo... y sus braguitas.


—¿No eres tú el postre? —le preguntó él.


—Me refiero al pastel de chocolate que se está cociendo en el horno. Si vienes pronto te dejaré probar el dulce de mantequilla antes de rociarlo sobre la masa.


Él se encogió de hombros. —Podría decirte otras muchas cosas que quiero probar antes que el dulce. 


—No te he dicho dónde estará el dulce cuando lo pruebes...


Se marchó sin decir más. Pedro se quedó inmóvil, hasta que la oyó cerrar la puerta, y entonces se dejó caer en la cama. 


Su mente era un hervidero de deseos. Quería atrapar a Stanley. Quería volver al servicio activo. Pero lo que más quería era conquistar a Paula... y no creía que los tres deseos pudieran darse a la vez sin destruirse mutuamente.


Se tumbó de espaldas e intentó ignorar el olor a champú de limón que aún impregnaba la cama, aunque tal vez persistiera solo en su recuerdo. Miró a su alrededor, el dormitorio de una casa que no era suya, y se preguntó a quién demonios le gustaría tanta luz en una habitación. Todo era blanco, desde las paredes hasta el cabecero de la cama. 


No se había fijado en la decoración cuando se mudó, interesándose únicamente en la disposición de las ventanas para observar a Stanley, pero tras ver a Paula allí, se sorprendió pensando en la estancia de otra maneta.


Sacudió la cabeza. ¿Qué le estaría ocultando? ¿Algo sobre su divorcio, sobre su trabajo...? A no ser que fuera cómplice de Stanley en el fraude, a Pedro no se le ocurría
ningún motivo por el que pudiera romperse la conexión tan intensa que existía entre ambos.


Y esa conexión necesitaba atención exclusiva, sin distracciones por el deber o por la necesidad de conseguir la gloria en el departamento. Tal vez, cuando acabara la investigación de Stanley, podría tomarse las vacaciones que llevaba acumulando tanto tiempo, y llevarse a Paula a alguna parte. 


Los dos solos.


Sin secretos ni mentiras.


Maldijo en voz alta. En una hora estaría intentando ganarse la confianza de Stanley, y lo único en lo que podía pensar era en estar tumbado en alguna playa desierta junto a una mujer que le ocultaba tantos secretos como él a ella.


Y lo peor era que no veía ninguna posibilidad de que la situación cambiase. La única opción era atrapar a Stanley en el acto.



****


Paula removió la salsa que hervía en la cocina, y se apartó con la mano el sudor de la frente. No podía creer que hubiera salido así de casa de Pedro. Había deseado hacerle el amor con desesperación, enterrar los secretos y las mentiras bajo un manto de lujuria y deseo... pero cuando le surgió la oportunidad, la había rechazado.


Antes de conocer a Pedro, su gran temor era volver a enamorarse de un hombre que le partiera el corazón, como había pasado con Leonel. Pero con Pedro se había vuelto a entregar por completo, sin mirar atrás.


Además, había aprendido que los secretos y las mentiras solo servían de algo cuando las únicas emociones eran el deseo y la lujuria, porque protegían al corazón y mantenían cierta distancia.


Pero Paula ya no estaba preparada para ese juego. Se preocupaba por Pedro Alfonso. Lo admiraba y lo respetaba, y, fuera de toda sospecha, intuía que si observaba a Stanley era por una buena causa.


Él le había mentido, pero también lo había reconocido. Ella pensaba que podía espera un poco más para ser sincera, pero sus caricias y besos la habían convencido de lo contrario. Antes de que volvieran a hacer el amor, tenía que hablarle del equipo que tenía en el dormitorio, en especial de los medios que tenía para observarlo. No tenia por qué revelar para quién trabajaba, ni tampoco el objeto de su investigación, pero al menos tenía que darle la oportunidad de perdonarla por haber invadido su intimidad.


Le debía una explicación, y si se enojaba con ella, lo comprendería. El tiempo de saltarse las leyes, especialmente las de la honestidad, se había acabado.


Pero ¿cómo decirle a un hombre que lo había estado observando en secreto sin traicionar su confianza?


Entonces se le pasó una idea por la cabeza, y, antes de que pudiera negarla, agarró un cuaderno de notas y empezó a escribir. ¿Cómo decirle a un hombre algo así sin provocar su frialdad? Muy fácil. Excitándolo antes.