sábado, 3 de octubre de 2020

EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO FINAL



Separándose únicamente lo necesario para hablar con Mauro, Pedro y Paula miraron a éste de reojo, un tanto aturdidos.


—¿Y? —preguntó Pedro.


Mauro rió con pesar.


—La policía se ha llevado a Tierney. Supongo que ahora me tocará ir a comisaría para contestar algunas preguntas. Bueno, lo menos que puedo decir de lo ocurrido es que ha sido interesante.


Pedro  le estrechó la mano con calor, le palmeó la espalda y le dio las gracias. Paula lo abrazó, le prometió eterna gratitud y le hizo prometer que iría a visitarlos.


Mauro se dirigía hacia su moto, llaves en mano, cuando de pronto se volvió hacia ellos.


—Ah doctor... —comenzó a decir.


—¿Sí? —lo interrumpió Pedro  al momento.


—No, en realidad me dirigía a Paula.


Pedro lo miró con extrañeza.


—¿Ibas a llamarla doctora?


Paula se mordió el labio para disimular una sonrisa mientras revoloteaba por su mente un nuevo recuerdo.


—¿No te lo ha dicho? —preguntó Mauro divertido—. Es psicóloga de animales.


Pedro sonrió de oreja a oreja, inclinó la cabeza y se quedó mirándola con admiración.


—¿Y por qué será que no me sorprende?


—¿Estás seguro de que no te importa? —bromeó Paula—. Seremos el doctor y la doctora Alfonso.


Rieron al unísono, mirándose con inmensa ternura.


Mauro sacudió la cabeza con expresión burlona.


—Antes de que volváis a ignorarme, sólo quería decirle a Paula que mi caimán está mucho mejor desde la última vez que hablamos de él.


—¡Magnífico! —Paula lo miró con renovado interés—. ¿Quieres decir que ha dejado de desafiar a los coches?


—No, pero han cerrado la playa al tráfico, así que problema resuelto —alzó la mano para despedirse con una radiante sonrisa y montó en su moto.


—Eh, Mauro—lo llamó Pedro—. Sólo por curiosidad, ¿tú a qué te dedicas?


Mauro se puso el casco antes de contestar: —Soy cirujano —y, con una radiante sonrisa, bajó la visera del casco y se alejó con la moto.


Pedro se volvió hacia Paula con expresión de absoluta perplejidad.


—¿Es cirujano?


—¿No te lo había dicho?


Pedro la arrastró hacia el con fingido enfado.


—No, señora —deslizó las manos por su espalda, para estrecharla más íntimamente contra él—. Hay unas cuantas cosas que te has olvidado de mencionar.


Completamente entregada a sus caricias y al fuego de su mirada, Paula apenas consiguió susurrar: —¿Como qué?


—Como tu verdadero nombre —rozó su boca—. De dónde eres —le susurró al oído—. O cuánto tendré que esperar para estar de nuevo dentro de ti.


Para entera satisfacción de Pedro, Paula contestó con hechos, en vez de con palabras.


Tenían toda una vida por delante para dedicarla a detalles menos importantes.





EL DOCTOR ENAMORADO: CAPÍTULO 65

 


Sin embargo, la pelea terminó tan rápidamente como había empezado. Cuando Paula alzó la cabeza, vio a Pedro con la rodilla apoyada en la espalda de Gastón y retorciéndole el brazo.


—Nunca, absolutamente nunca, vuelvas a hablarle a Paula de esa forma. No vuelvas a ponerte en contacto con ella, no la llames. Porque como vuelva a encontrarme contigo, te mataré, ¿lo has entendido?


Gastón se rindió al momento.


Mauro, mientras tanto, había liberado a Paula, que al incorporarse vio un objeto oscuro y brillante en la hierba.


Era una pistola.


Mauro la recogió, se acercó a la moto y metió la pistola en una cartuchera. Sacó un teléfono móvil y llamó a la policía.


—Yo me ocuparé de todo —dijo Mauro—. Será para mí el más grande de los placeres —y se acercó a Gastón para retenerlo.


Pedro corrió entonces hacia Paula y le tendió la mano para ayudarla a levantarse.


—¿Te has hecho daño, Paula? —le preguntó mientras sacudía las briznas de hierba del vestido y al mismo tiempo buscaba alguna posible herida.


—Estoy perfectamente, doctor. Te lo juro.


Pedro la miró con inmensa ternura y sonrió:—Entonces espera en el coche hasta que venga la policía.


 


Mientras se dirigía hacia el coche, acompañada por Pedro, oyó aullar a Gaston: —¡Ya no vamos a celebrar ninguna boda, Paula! ¡Lo has echado todo a perder! ¡Ya no puedo casarme contigo! ¡Puedes quedártela, jefe! —le gritó a Pedro.


Pedro apretó los puños furioso, pero Paula intentó tranquilizarlo inmediatamente.


—En realidad, no es una mala sugerencia, ¿no crees?


Pedro fijó en ella su belicosa mirada, que inmediatamente se suavizó. Incluso en sus labios comenzó a formarse una sonrisa.


—Sólo si puede hacerse realidad —contestó con voz ronca, mirándola a los ojos—. ¿Tú lo ves posible?


Paula contuvo la respiración.


—No sé por qué no. Ahora sé que no estoy casada. Todavía me cuesta comprender cómo pude olvidar lo que había ocurrido en la iglesia, pero...


Pedro la hizo apoyarse en el coche y la besó. Ella le rodeó el cuello con los brazos y se estrechó contra él. Pedro cerró los ojos y disfrutó extasiado de su sabor hasta que el deseo de hacer el amor con ella se hizo tan intenso que tuvo que separarse y alzar la cabeza para recordarse dónde estaba.


En la gloria, se dijo, perdido en las profundidades grises de aquellos ojos que había temido no volver a ver.


—¿Y de lo otro que Tierney ha dicho? Me parece que no has contestado cuando te ha preguntado si estabas enamorada de mí.


—Estoy enamorada de ti desde la primera vez que me miraste a los ojos —contestó Paula.


Pedro sonrió, sintiendo cómo echaba raíces la felicidad en su corazón.


—Y yo estoy enamorado de ti desde la primera vez que dijiste «aahh», —la besó en la nariz—. Y la segunda —cubrió sus ojos de besos—. Y la tercera —buscó su boca—. Y estoy deseando oírlo muchas más veces.


Se fundieron de nuevo en un apasionado beso.


—Te amo, Paula. Has llegado a formar de tal manera parte de mi ser que moriría sin ti. Quiero que te cases conmigo.


—De acuerdo Pedro, me casaré contigo —susurró Paula casi sin aliento y volvieron a perderse el uno en el otro.


—Esto... ¡Caray! —murmuró Mauro de pronto tras ellos—. Apostaría la cabeza a que ni siquiera os habéis dado cuenta de que acaban de llegar media docena de coches de policía.