miércoles, 19 de agosto de 2015

SEDUCIDA: CAPITULO 6




–Bueno, chicas, vamos a ver lo que tenemos –Paula vació el contenido de la caja de zapatos sobre la mesa.


–La subasta ha sido una idea estupenda, Pau –dijo Sofia, extendiendo las tarjetas.


–Desde luego –asintió Maria, entusiasmada–. Vamos a recaudar mucho dinero para el proyecto Rainbow Road y, además, lo pasaremos en grande.


–Eso espero –murmuró Sofia, siempre tan cautelosa.


–¿Dónde está tu sentido de la aventura? –exclamó Pau–. ¿Qué puede pasar? Si las cosas no salen bien terminarás en casa a las diez un sábado por la noche. Podrás pedir una pizza por teléfono, abrir una botella de vino y ver una película.


Como había hecho Pedro, pensó. Y, de inmediato, recordó la boca masculina sobre su cuerpo, acariciándole el pelo, besándola por todas partes…


El pulso se le aceleró y debió ponerse colorada, porque cuando por fin volvió a la tierra sus dos amigas la miraban con curiosidad.


Tuvo que aclararse la garganta antes de decir:
–Lo mejor de estar sola es que puedes elegir la película. Tenemos varios premios de cierto valor: masajes, cenas y entradas para el cine. Y los mejores: un viaje en globo con champán francés y un paseo por el puente Harbour seguido de una cena en Doyles.


–Y tu donativo, Pau, un viaje en limusina al escondite de Benjamin y Mariza Jamieson en las montañas. Una cena romántica para dos en medio del bosque –Maria miró a Paula–. Lo triste es que el sábado por la noche tú serás la única que no estará pasándolo bien.


–¿Quién dice que no tengo una cita? ¿Podemos seguir? –Paula sintió que se ponía colorada–. Algunos tenemos que trabajar –siguió–. Nadie conocerá a su pareja hasta el sábado por la noche.


–¿Seguro que no quieres incluirte en el premio, Pau? Un hombre rico con el que pasar la noche…


–Seguro que no –dijo Paula.









SEDUCIDA: CAPITULO 5




Al día siguiente, Pedro conducía el Ferrari entre el tráfico de Sídney pensando que debía llamar a sus padres. Cuando su padre le dijo que era hora de ponerse serio no se refería a la cadena de restaurantes que había convertido en franquicia. 


Se refería a que debía casarse y darle un nieto.


Claudio Alfonso era un hombre testarudo y su madre… Pedro sacudió la cabeza, su madre hacía lo que su padre decía. Aunque la quería, él no podría soportar una esposa tan dócil. Y, por supuesto, Paula era la antítesis de dócil.


¿Qué pensarían de ella sus padres? Su forma de vestir, su desdén por la alta sociedad y sus convenciones…


Una noche le convenció para darse un revolcón en el jardín, frente a una fuente. La sonrisa se le suavizó ante el recuerdo. Su pobre madre nunca sabría quién se había cargado los nenúfares.


Pedro golpeó el volante con el puño y pisó el acelerador. 


Cinco años y el recuerdo seguía haciendo que se excitase.


Era tan diferente a las mujeres que solían atraerlo, tan interesante, tan divertida, tan sexy. Cuando consiguió el puesto en Queensland había pensado pedirle que fuese con él, pero los planes de Paula no incluían marido e hijos.


Pedro detuvo el coche frente a la casa de German.


–Hola –su amigo subió al coche con una boa de plumas al cuello–. ¿Te importa si pasamos por el hospital? Pau ha prometido prestarle esto a una amiga y se le ha olvidado llevársela.


–Te queda muy bien –bromeó Pedro.–Podía oler el perfume de Paula en las plumas como si estuviera en el coche con ellos.


–¿Que hay entre vosotros? –le preguntó German.


–Nos conocimos hace unos años –Pedro miró por el retrovisor–. Fue una aventura intensa.


–Ah, por eso esta mañana estaba tan seria.


Pedro intentó concentrarse en conducir y no en imaginar a Paula con esa boa de plumas.


Cinco minutos después aparcaba frente al hospital y esperó a German en el aparcamiento porque no quería ver a Paula.


Un impresionante trasero redondo llamó entonces su atención. Su propietaria estaba inclinada sobre el motor de un coche…


De repente, la mujer soltó una palabrota.


–¿Algún problema? –le preguntó. Había reconocido el trasero, la voz y el pelo negro cayendo sobre los hombros.


Ella se dio la vuelta.


–¡Pedro! –exclamó–. Estaba esperando a Miguel –dijo luego, mirando el reloj.


–¿Qué pasa?


¿Y quién demonios era Miguel?


–Esta cosa no arranca. Creo que es la batería.


–No pasa nada, Miguel conoce bien mi coche, es mecánico. Imagino que has venido con German. ¿Me ha traído la boa?


–Sí, está en la puerta… –murmuró, sacando el móvil para llamarlo.


Un momento después German se reunió con ellos y Pedro tuvo que controlar una irracional punzada de celos.


–Gracias –dijo Paula, quitándole la boa del cuello.


German miró de uno a otro.


–Bueno, si queréis estar…


–Estamos esperando a Miguel–lo interrumpió ella–. Ah, ahí está. Ya podéis iros, Miguel solucionará el problema.


–¿Quieres que tomemos una copa esta noche? –preguntó German.


–No, esta noche no puedo.


–A ver si lo adivino, tienes que lavarte el pelo –bromeó.


–Tengo una cita –dijo ella. ¿Era una simple impresión o los ojos se le habían oscurecido?–. Tengo masaje y depilación a las seis y media.


–Muy bien.


Miguel, un hombre de pelo rubio, se acercó con una batería bajo el brazo y una sonrisa en los labios.


–¿Dónde vamos, German? –preguntó Pedro.


–A algún sitio cómodo y tranquilo donde puedas hablarme de tu relación con Paula Chaves.







SEDUCIDA: CAPITULO 4




Esa noche Paula no podía dormir. Probablemente porque no había sido capaz de cambiar las sábanas. Qué estúpida. Y estaba durmiendo desnuda, respirando el olor de Pedro en la almohada.


¿También él se habría sentido inquieto? ¿Habría dado vueltas en la cama, recordando inconscientemente su aroma?


La sábana le rozaba las partes más sensible del su cuerpo. 


Suspirando, se movió hacia una zona más fresca de la cama, intentando concentrarse en el golpeteo de la lluvia contra los cristales.


Paula suspiró, golpeando la almohada.Pedro Alfonso despertaba a la ninfómana que había en ella. No había estado con otro hombre desde entonces.


Solo la había querido por el sexo. Y no le avergonzaba admitir que ella estaba encantada, pero cuando hablaron de algo más serio él dejó claro que quería una familia. Paula se sentía demasiado joven como para sentar la cabeza y quería algo más que contentarse con vivir a las afueras, tener un par de hijos y hacer el papel de esposa de un hombre rico.


Aunque Pedro no se lo hubiera pedido. Ella sabía qué clase de mujeres prefería para ese papel porque lo había visto con chicas elegantes y guapísimas antes de que se fijase en ella. 


Mujeres de familia rica que le darían hijos refinados.


Se había dicho que daba igual, ¿por qué no disfrutar de la aventura mientras durase? Pero le dolía y mucho, lo había descubierto la última noche.


Hacía calor aquella noche, Pedro se había dado la vuelta en la cama, cubierto de sudor, dejando escapar un suspiro de satisfacción.


–Ha sido…


–Sí, es verdad –lo había interrumpido ella–. Pero parece que ha terminado, ¿no?


–¿Por qué ha terminado? –le había preguntado Pedro.


–No nos hemos hecho promesas. ¿No era eso lo que tú querías? Sexo sin complicaciones.


–¿Sin complicaciones? –había repetido él–. Tú eres la mujer más complicada que conozco –Pedro frunció el ceño mientras se incorporaba–. ¿Qué te pasa?


Paula se incorporó también, tapándose con la sábana.


–He estado trabajando en un cóctel… tu boda va a ser el evento social del año.


Pedro hizo una mueca.


–¿Te importaría decirme quién es la novia? 


–Esa chica, Eleanora, de apellido aristocrático. He visto fotografías de los dos juntos.


–McDonald–Smythe –dijo Pedro–. Son habladurías, Pau. No sabes cómo le gusta a la clase alta extender rumores y mentiras.


–¿Quieres hablar de mentiras? –Paula intentó apartarse, pero él no la dejaba–. ¿Por qué había una foto de los dos en la Copa de Melbourne?


Él cerró los ojos brevemente. ¿Para inventar una excusa?


–Eso fue en noviembre. Tú y yo habíamos empezado a salir juntos una semana antes y sabías que iba a Melbourne para asistir a la Copa. Vi a mucha gente, pero no se me ocurrió hacer un inventario de nombres.


No, pero había habido otras veces en esos cortos tres meses: entrevistas, reuniones, eventos que organizaba su padre. Nunca le había pedido que lo acompañase.


–Una camarera no entra en los planes de tu familia –por fin logró soltar su mano y en esa ocasión Pedro no hizo nada para recuperarla.


De hecho, apartó la mirada, como si aceptase la verdad en sus palabras.


–¿Y mis planes? –el rostro se le oscureció, las venas de su cuello destacando como cuerdas–. Resulta que me han ofrecido un puesto en Queensland y pienso aceptarlo.


Paula contuvo el aliento y él respiró profundamente como a punto de decir algo, pero no dijo nada. ¿Por qué no lo decía? «Ha sido divertido, pero se ha terminado».


Paula apretó los dientes. Así era como debía ser. Entonces, ¿por qué se sentía tan mal?


–Bueno, entonces es el mejor momento –le dijo, mientras buscaba su ropa–. Me han dicho que hay trabajos en el norte, en ese nuevo hotel.


Era mejor dejar que ser dejado. En el fondo, sabía que no había sitio para ella en la vida de Pedro y que no podía competir con las mujeres que lo rodeaban.


–¿No es eso lo que quieres, Pau? –escuchó su voz tras ella.



–Es hora de despedirnos –respondió, intentando esconder su pena tras una sonrisa–. Me he dado cuenta de que somos demasiado diferentes como para que haya algo más entre nosotros. Lo hemos pasado muy bien, pero no puede haber nada serio entre los dos..


–¿De verdad crees eso? –Pedro sacudió la cabeza–. O te he juzgado mal o mientes mejor que nadie.


Paula intentó borrar esas imágenes. Tal vez ella había sido la mentirosa. Se había ido de Sídney al día siguiente, jurando no volver a dejar que un hombre la afectase de ese modo.


Pero ese hombre había vuelto.