lunes, 18 de mayo de 2015

ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 5






Pedro extendió el sofá-cama con más energía de la necesaria. No había oído la conversación de Paula Chaves con su primo, pero sabía lo persuasivo que Baltazar podía llegar a ser. Sabía también que Paula había dejado el teléfono sin haber conseguido salirse con la suya. Quería que él se marchara, pero él continuaba allí.


Y, porque seguía allí, tenía que dejar de mirar a su cliente como a una mujer. Había trabajado como guardaespaldas al servicio de muchas personas, la mayoría hombres: millonarios que no querían correr el riesgo de un secuestro, magnates en viaje de negocios, estrellas de cine que asistían a algún gran acontecimiento... Había habido también algunas mujeres. Aquella directora ejecutiva que había estado testificando en un proceso de corrupción, una mujer muy bella, pero que él había considerado simplemente como parte de su trabajo. Había habido también una diputada del Congreso muy atractiva, pero él se había limitado a verla sólo desde el punto de vista profesional.


¿Y Paula? Tenía que convencerse de que ella también formaba parte de su trabajo. Cada vez que la miraba y veía aquella expresión en sus ojos, le venía un aluvión de preguntas. ¿Por qué se había hecho modelo? ¿Qué había de verdad en toda esa historia de su relación con el magnate griego? ¿Habían roto su relación como decían las revistas del corazón? Y, si era así, ¿por qué había aparecido él con el brazo sobre el hombro de ella en las fotos que le habían sacado los paparazzi medio desnuda?


Pero no debía preocuparse por eso. Aún amaba a Connie y al niño que habían esperado con tanta ilusión y que habían perdido antes de que naciera. Aunque el dolor y la pena ya no eran tan grandes como entonces, aún sentía su pérdida después de cinco años.


Paula apareció de nuevo, dejando la almohada y la manta sobre el sofá-cama. Pedro sintió un estremecimiento al ver como el caftán se amoldaba a su cuerpo conforme se movía por el salón, con el pelo aún algo húmedo sobre los hombros y con su bello rostro reflejando signos de fatiga.


—No necesitaré la manta —dijo él—. No acostumbro a dormir tapado.


Vio como un leve rubor tiñó las mejillas de ella, y se preguntó si le estaría imaginando desnudo sobre el sofá. Quizá lo mejor sería que Baltazar fuese buscando otra persona para hacer ese trabajo.


—¿Tiene algún compromiso mañana? —le preguntó él adoptando un tono profesional—. No hemos repasado aún su agenda de actividades.


—A menos que Baltazar disponga otra cosa, sólo tengo una conferencia por la tarde.


—Muy bien. Entonces por la mañana nos quedaremos aquí tranquilamente y usted podrá preparar los actos sociales y las fiestas a las que asistirá esta semana.


Paula alzó con arrogancia la barbilla, en un gesto que empezaba ya a resultarle familiar a Pedro.


—No voy a asistir a ninguna fiesta durante mi estancia aquí —dijo ella—. Como ya le dije antes, usted no me conoce como para predecir lo que yo vaya o no vaya a hacer. Le veré por la mañana, señor Alfonso. Buenas noches.


Y, dándose la vuelta, salió del salón, dejando a Pedro mirando extasiado su cabello meciéndose por detrás de su espalda al ritmo de sus pasos.


Paula oyó por la mañana un ligero golpe en la puerta, y, a los pocos segundos, la voz de Pedro.


—Señorita Chaves. ¿Está usted despierta?


Para su sorpresa, él no esperó su respuesta. Abrió directamente la puerta.


Cubriéndose con la colcha hasta la nariz, se quitó la mascarilla que usaba para dormir y parpadeó perpleja al ver a aquel hombre alto y atlético entrando en su habitación. Miró el reloj que tenía sobre su mesita de noche. Eran las siete y media de la mañana.


—Salga de aquí inmediatamente —masculló tapándose la cara con la colcha—. No consiento que nadie me vea así a estas horas de la mañana.


—Ha llamado Baltazar —dijo él ignorando su petición—. Quiere que vaya esta misma mañana a la tienda de Dallas, a las once y media. Ha hecho un comunicado a la prensa y quiere poner en marcha la primera fase de su nueva campaña publicitaria.


—¿Tan pronto?


—Baltazar no es de ésos que deja crecer la hierba bajo sus pies —afirmó el guardaespaldas.


Pedro tenía razón. Baltazar era un hombre decidido que acostumbraba a hacer lo que decía y quería que todo el mundo hiciera lo mismo.


—Quiere que los clientes me envíen por correo electrónico sus preferencias sobre moda y joyas, e incluso que establezca citas personales con ellos —dijo ella como pensando en voz alta.


—Quizá nadie quiera una cita —apuntó él frunciendo el ceño—. Iré a preparar un poco de café —añadió saliendo de la habitación.


Paula, sin saber por qué, se sintió molesta y le sacó la lengua cuando él cerró la puerta.






ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 4




Paula sabía que no era el momento más oportuno para llamar a Baltazar. Acababa de enterarse de que Camilo era sólo medio hermano suyo, y de que su madre había tenido una aventura. Pero no podía seguir allí en el hotel con Pedro Alfonso, con todos sus sentidos en estado de alerta máxima cada vez que él se acercaba a ella. Y menos después de la confusión sentimental en que se encontraba tras su ruptura con Miko.


—Chaves—respondió Baltazar secamente.


—Siento molestarte. Soy Paula.


—Paula, no puedo hablar ahora contigo… —dijo él tras unos segundos de vacilación.


—Siento importunarte en este momento. Sé cómo te debes sentir. Pero encontré a… tu agente del Servicio Secreto en mi suite cuando regresé esta noche. Supongo que no le habrás ordenado que se pase todo el tiempo a mi lado, ¿no?


Baltazar era un hombre muy seguro de sí mismo, tanto que a veces bordeaba la arrogancia. Desde pequeño, él había asumido el papel de protector de Paula y, a pesar de que nunca habían tenido demasiado contacto, siempre había estado allí cuando ella le había necesitado.


Sin embargo, en aquel momento, parecía estar a punto de perder la paciencia.


—Confía en Pedro, Paula. En una ocasión recibió un disparo que iba dirigido a un senador al que estaba protegiendo. Pensó que era su deber, que formaba parte de su trabajo. Por eso le elegí a él. Además, quería a alguien que no intentase aprovecharse de ti. Pedro no lo hará, tenlo por seguro. Su trabajo y su reputación lo son todo para él.


—La habitación de al lado está reservada y pretende quedarse a dormir en el sofá de mi suite.


—Tienes un dormitorio individual, ¿no?


—Sí, pero…


—Paula, has tenido dos incidentes graves de acoso en los últimos tres años. Si te reconocen por la calle podrías verte en una situación apurada, y los paparazzi se sentirían felices de conseguir tal reportaje. No quiero que te suceda nada mientras estés con nosotros.
Y nada te sucederá si dejas a Pedro que haga su trabajo


—¿Crees sinceramente que todo esto es necesario?


—Sí, de otro modo no lo hubiera hecho. Y, en el caso de que llegara a intentar algo, con decirle que se aparte bastará. Te obedecerá en el acto.


—La verdad, Baltazar, no me apetece tener a un hombre a mi lado en estos momentos.


—Es un agente del Servicio Secreto, Paula. Procura ignorarle. Se sentirá como en casa.


Eso la hizo sonreír. Hubiera deseado oír también la sonrisa de Baltazar al otro extremo de la línea. Deseaba poder ayudar de alguna forma a la familia.


—Siento lo que ha ocurrido esta noche. Si hay algo que pueda hacer…


La voz de Baltazar se tornó fría y distante.


—No hay nada que podamos hacer ninguno. Lo único que sé es que ya no podremos volver a mirar a nuestra madre igual que antes.


Paula podía percibir el resentimiento en la voz de Baltazar, y deseaba que sus palabras no fuesen verdad.


Sería algo terrible para Elena que todos sus hijos le volviesen la espalda.


—Tengo que dejarte, Patricia me está esperando.
Paula, podría necesitarte en cualquier momento, ¿habría algún problema por tu parte?


—Ninguno, Baltazar, apenas tengo compromisos aquí. Puedes contar conmigo para todo.


—Gracias, Paula. Y confía en Pedro —dijo él de nuevo.
Y tras darle las buenas noches, colgó.


Confiar en Pedro.


¿Sólo porque Baltazar lo dijera? Parecía preocuparse mucho por ella. Tal vez debería haberle pedido consejo sobre Miko. Aunque, ¿le habría escuchado? Al principio, Miko la había adorado, había sido capaz de llenar el vacío que había sentido en su corazón desde que era niña. Pero luego, él había cambiado.


¿O había sido ella la que había cambiado? No, ella no había hecho nada para merecerse ese desprecio. ¿Cómo podía haberse enamorado de un hombre al que no conocía?


Se dirigió al dormitorio para vestirse. Echó una ojeada rápida y se fijó en un caftán largo de tonos rosa y púrpura. Lo descolgó de la percha, y se lo puso dejándolo deslizarse por la cabeza hasta casi tocar el suelo. Alisó la fina tela de seda con las manos y salió de la habitación descalza.


Se encaminó a la sala de estar, donde estaba Pedro sentado cómodamente en una silla, contemplando un cuadro de la pared. Pero, aunque no creía haber hecho el menor ruido, el guardaespaldas se levantó como un resorte.


—¿Consiguió hablar con Baltazar?


—Sí. Me dijo que le necesito. No quiere ser responsable de lo que me pueda pasar mientras esté aquí.


La sonrisa de satisfacción que había esperado ver en la cara de él no llegó a producirse.


—Así que, Baltazar es de la opinión de que usted debería escucharme —dijo Pedro.


—No, no dijo eso. Sólo dijo que usted era muy bueno en su trabajo y que era necesario.


—¿Y la convenció?


—No, no lo hizo. No me gusta que me vigilen y menos aún que me digan lo que tengo que hacer. Me gustaría que eso quedase claro desde el principio.


—No esperaba otra cosa de alguien como usted.


Paula se sintió muy irritada al oír esas palabras.


Avanzó unos pasos hacia él.


—¿Alguien como yo? ¿Me puede usted explicar qué quiere decir con eso?


—No debería haber dicho nada —masculló él.


—Pero lo hizo.


—Acostumbro a mantener la boca cerrada —se excusó Pedro, sorprendido él mismo de haber quebrado sus principios.


—Usted no sabe nada de mí.


—Sé que es usted la hija de Jose Chaves y de una actriz italiana que desciende de la realeza. Sé que comenzó su carrera de modelo a los diecisiete años y en seguida se vio catapultada a las portadas de todas las revistas de moda. Tengo entendido que las mujeres imitan su forma de vestir, su forma de andar y sus peinados. Los fans la persiguen a todas partes y los paparazzi creen que tienen derecho a seguirla a donde quiera que vaya, a escuchar cualquier cosa que diga, y a fotografiar cualquier cosa que haga. Imagino que se sentirá como una estrella… como una princesa. Eso es lo que quería decir con lo de alguien como usted.


Aquel análisis sobre su persona tuvo el efecto de llenarla de lágrimas por dentro. No podía permitir que su guardaespaldas notase como le había afectado lo que le acababa de decir. Desafortunadamente, le vinieron entonces a la mente las palabras de Miko que tanto le habían afectado hacía ya un mes… palabras que le habían herido en lo más profundo del alma.


—Señor Alfonso… —dijo ella, tratando de interrumpir el examen.


—Me llamo Pedro —le interrumpió él—. Después de todo, voy a estar pegado a usted durante unas semanas, así que debería llamarme como lo hace todo el mundo. ¿Cómo prefiere que la llame yo? ¿Señorita Chaves?


Paula lo observó detenidamente. Andaría cerca de los cuarenta. Sus ojos indicaban astucia e inteligencia.
Pero, sobre todo, transmitía fuerza y virilidad. Sintió una gran zozobra en el corazón. ¿Cómo podía sentir eso, después del desengaño que había sufrido con Miko? ¿Cómo podía sentirlo cuando ni siquiera sabía si podía confiar en su propio juicio?


—Señorita Chaves está bien —respondió ella, tratando de mantener las distancias—. Le sacaré una manta y una almohada del armario de mi habitación. Si va a dormir en el sofá, las necesitará.






ANTE LAS CAMARAS: CAPITULO 3





En cuanto Paula llegó al lujoso vestíbulo del Sky Towers, se le acercó una persona del servicio de seguridad.


—¿Señorita Chaves? Se me han encargado escoltarla hasta su suite.


Paula echó una mirada rápida a lo largo y ancho del hall, tratando de hallar por alguna parte a Pedro Alfonso. Le había dicho que se reuniría allí con ella, pero no parecía haber llegado todavía.


—¿Ha visto usted a un hombre alto con el pelo negro cortado estilo militar? Tiene los hombros anchos y los ojos castaño oscuros. Había quedado con él aquí.


—Oh, sí, estuve con él esta noche. Fue él quien me pidió que la acompañase a usted a su suite.


Al parecer, Pedro Alfonso tenía algún sitio más importante a donde ir. Eso le agradaba. Así no tendría que tratar con él hasta el día siguiente. Le apetecía meterse en una bañera llena de espuma y relajarse un poco. Había sido una jornada estresante. En el trayecto hacia el hotel, había llamado al servicio de habitaciones por teléfono y había ordenado que le tuvieran el baño preparado para cuando ella llegara. Todo lo que tendría que hacer sería añadir un poco más de agua caliente y estaría en el paraíso.


En compañía de Joel, tomó el ascensor, que la llevó directamente a la suite. El hombre no trató en ningún momento de entablar conversación, y ella se lo agradeció. 


Estaba demasiado cansada.


Cuando entró en la suite, todo estaba en silencio. Estaba en el piso más alto de la torre principal, tenía un salón de estar muy espacioso, con un piano de cola, unas puertas francesas que daban a la terraza, un elegante y moderno sofá y unas sillas de color crema con discretos motivos en verde. El salón comedor tenía una mesa de caoba con sillas para ocho personas.


Se fue derecha al dormitorio y luego al cuarto de baño, quitándose la ropa según avanzaba. Corrió hacia la bañera, llena de maravillosas pompas de espuma, subió los dos peldaños de mármol y se sumergió hasta la barbilla. Abrió el grifo del agua caliente para que el baño resultase más relajante.


Pensó que se trataría de alguna equivocación cuando escuchó a alguien llamándola por su nombre. Pensó, incluso, que se había quedado dormida y estaba soñando. 


Pero volvió a oír aquella voz de nuevo.


—Señorita Chaves.


¡Pedro Alfonso! ¿Qué estaba haciendo él allí en su cuarto de baño?


Abrió lentamente los ojos, deseando que todo fuera un sueño. Pero no, él estaba allí.


—¿Por qué está usted en mi cuarto de baño? —preguntó cerrando inmediatamente el grifo del agua caliente y deseando que no desapareciese de su cuerpo ninguna de las pompas de espuma que tenía por encima.


Él debió percatarse también de ello, y retrocedió unos pasos.


—Teníamos una cita, ¿recuerda?


—Oh sí, claro que recuerdo. Estuve buscándole por el vestíbulo, pero usted debía de estar perdido en alguna otra parte. ¿Cómo se las arregló para entrar aquí?


—He estado todo el rato aquí. Baltazar me autorizó a tener una llave. Cuando llegué, no estaba usted en el vestíbulo y yo tenía trabajo que hacer.


—¿Qué trabajo?


No podía creer que estuviera teniendo una conversación con un guardaespaldas totalmente vestido mientras ella estaba completamente desnuda. Las pompas de jabón se iban rompiendo poco a poco en el aire y ella se dio cuenta de que debía zanjar cuanto antes aquella conversación.


—Tuve que inspeccionar la suite en busca de posibles micrófonos y cámaras.


—¿Y encontró algo? —preguntó ella.


—No.


—Baltazar me dijo que no tengo que preocuparme de nada mientras esté aquí.


—Siempre hay algún motivo de preocupación cuando se trata de una celebridad como usted.


Paula no estaba muy segura de si le gustaba el tono con que él había pronunciado esa palabra.


—¿Podríamos tener esta conversación mañana? —le preguntó ella.


—Me temo que no. En primer lugar, debo informarle de que la habitación contigua a esta suite está reservada durante las próximas noches. Eso quiere decir que tendré que dormir en el sofá.


—No entiendo —dijo ella sentándose en la bañera, teniendo cuidado de seguir cubierta de espuma—. ¿Por qué tendría usted que dormir en mi sofá?


—Porque soy su guardaespaldas.


Por unos segundos, sus miradas se cruzaron, y Paula se dio cuenta de que no se sentía en absoluto molesta por su presencia. Todo lo contrario, se sentía algo excitada. Sentía el corazón latiéndole dentro del pecho a mayor velocidad de la habitual.


—Muy bien, mi guardaespaldas. Usted me llevará a mis actos sociales y de trabajo, y se asegurará de que esté a salvo.


—No, señorita Chaves. Yo no soy su chófer, soy su guardaespaldas personal, y Baltazar desea que yo permanezca dentro de esta suite.


—¡No lo creo!


Pedro se cruzó de brazos con gesto de resignación.


—Yo sí. Y si tiene alguna duda sobre ello, puede llamar a su primo.


—Lo haré inmediatamente —dijo ella, asomando airada por encima de las pompas de jabón, pero hundiéndose en seguida de nuevo—. ¿Sería usted tan amable de salir un momento para que pueda arreglarme?


—La estaré esperando en el salón —respondió secamente, dándose la vuelta y mirándola por encima del hombro—. Tenga cuidado al poner los pies en el mármol, puede resbalarse.


Y salió del cuarto de baño.


Paula estaba que echaba humo. Se incorporó en la bañera y dejó que las burbujas de jabón se deslizaran por su cuerpo. 


¿Cómo se atrevía a entrar allí de esa forma? ¿Cómo se atrevía a decir que pensaba dormir esa noche en su sofá?


Salió de la bañera, puso los pies sobre el suelo de mármol, tomó una de las toallas que había sobre la repisa y se la enrolló alrededor del cuerpo.


No iba a resbalar, lo que iba a hacer era dejar en claro aquella situación inmediatamente.


Se dirigió hacia el teléfono que había colgado en la pared, y marcó el número del móvil de Baltazar. ¿Qué pasaría si fuese voluntad de Baltazar que Alfonso se quedase allí en la suite?


No podía ser. Tenía que ser una equivocación. Antes de quince minutos, estaría acostada tranquilamente en su cama y Pedro Alfonso se habría ido de allí.