sábado, 12 de junio de 2021

NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 34

 


Después de hablar con Susy había tomado una decisión: nadie más que ella iba a hacer feliz a su marido mientras estuviera en Red Ridge. Susy no le llevaría ventaja esta vez.


Además, disfrutaba acostándose con Pedro. ¿Por qué no iba a hacerlo? Seguían legalmente casados y cuando volviese a Nashville estaría demasiado ocupada con su trabajo y con Maite como para buscar un romance.


Y Maite estaba dormida, de modo que tenía varias horas para estar a solas con él.


–No es nada y no llevo nada bajo el vestido. Y esta noche me da igual la gala. Te deseo, Pedro Alfonso.


Paula le quitó el sombrero y lo tiró al suelo.


Pedro envolvió su cintura con las manos, atrayéndola hacia él.


–No tienes que esforzarte tanto, cariño. Soy todo tuyo, pero me alegro de que hayas hecho un esfuerzo.


Paula le echó los brazos al cuello y cuando se puso de puntillas para besarlo sus lenguas se encontraron en un baile profundo, erótico.


–Hazme el amor –susurró, tomándole la mano para llevarlo al dormitorio. El embozo de la cama estaba apartado y había dos copas de vino sobre la mesilla, al lado de una vela encendida.


Cuando empujó a Pedro sobre la cama, él se dejó caer sobre ella, riendo.


–Si estoy soñando, no me despiertes –murmuró.


–No estás soñando, es real –Paula se inclinó para besarlo en los labios, consumida de deseo.


Tenía a Pedro a su merced y pensaba aprovecharse de ello. Lo haría feliz. No entendía por qué era tan importante, tal vez porque necesitaba saber que su matrimonio no había sido un fracaso. Había habido mucho amor y deseo entre ellos, a pesar de las desilusiones.


Sus lenguas bailaban, sus bocas encontrándose en fieros y húmedos besos que los hacían gemir a los dos. Sin embargo, Pedro se contuvo lo suficiente como para darle el control y Paula no lo decepcionó.


Siguió besándolo hasta dejarlo sin aliento, desabrochándole la camisa para acariciarle los hombros, el torso… le encantaba tocarlo, sentir su fuerza. Lo miró a la luz de las velas, memorizando cada centímetro de su cuerpo.


Cuando acarició sus tetillas, Pedro se arqueó, intentando tomar el control, pero ella negó con la cabeza, empujándolo suavemente sobre el colchón.


–No te muevas, disfruta.


Los oscuros ojos de su marido se oscurecieron aún más.


–Hecho.





NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 33

 


Al escuchar los pasos de Pedro en el cemento de la entrada, Paula se llevó una mano al corazón. Y cuando miró por la ventana y lo vio a la luz de la luna, con el Stetson ocultándole los ojos, se preguntó qué vería en ellos cuando abriese la puerta…


Maite estaba cómodamente dormida en su parque, en el segundo dormitorio. No sabría que Pedro estaba allí y, si todo iba como había planeado, se habría ido antes de que despertase por la mañana.


Lo había llamado unas horas antes para preguntarle si podían trabajar en la organización de la gala esa tarde y Maite, como si lo supiera, se había quedado dormida justo a tiempo.


Perfecto.


Al escuchar la música country de fondo, Paula tuvo que sonreír. Un minuto antes, el primer éxito de Pedro Alfonso la había ayudado a dormir a Maite. Su voz había madurado desde entonces, pero Perder un amor, la canción que lo había lanzado a la fama cuando tenía dieciocho años, seguía siendo la favorita de sus fans.


Paula esperó que llamase una segunda vez, intentando reunir valor. Luego, respirando profundamente, abrió la puerta con una sonrisa en los labios, escondiendo la mano herida a la espalda.


–Hola, Pedro.


Él miró su vestido y levantó una admirativa ceja. Ese gesto la animó un poco, pero Paula no estaba acostumbrada a coquetear. De hecho, no le gustaba jugar con los hombres. Tal vez no debería haberse puesto aquel vestido rojo con un escote que tentaría a un santo.


Pedro miró el escote y luego sus pies descalzos, con las uñas pintadas de rojo.


–¿Esperas que pueda trabajar contigo vestida así?


La había pillado. Se había vestido deliberadamente para seducirlo.


Paula pasó la mano sana por la falda del vestido.


–Había pensado que podríamos tomar una copa antes. Tengo unos papeles que quiero enseñarte…


–Mentirosa.


–¿Qué?


Él esbozó una sonrisa.


–Quieres sexo.


–¿Qué? Oye, yo no…


Pedro se movió como un tigre acechando a su presa.


–Me deseas.


Paula hizo un esfuerzo para no cerrar los ojos.


–No.


–Seguro que no llevas nada debajo del vestido.


La había pillado de nuevo.


–Enséñame la mano –le ordenó Pedro, sin dejar de sonreír.


–¿La mano? –repitió ella. De modo que Susy se lo había contado. –¿Cómo lo sabes?


–Me he encontrado con Pablo.


–Ah.


De modo que Susy no había corrido a contarle su conversación con ella en la enfermería. Aliviada, Paula se relajó todo lo que pudo en aquellas circunstancias.


–¿Te duele? –le preguntó.


–No, pero es irritante llevar una venda –respondió ella.


–¿Maite está dormida?


Paula sonrió.


–En la otra habitación, sí.


Pedro tomó la mano herida y se la llevó a los labios para besarle los dedos.


–Me alegro de que no sea nada.


Paula sintió una punzada en el pecho. Cuando un hombre como Pedro Alfonso se ponía tierno, era irresistible. Y a pesar de la ternura, o quizá por ella, le gustaría arrancarle la ropa.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 32

 


–¿Se encuentra bien señora Alfonso? –le preguntó Pablo, mirándola con cara de susto.


Y cuando Paula bajó la mirada se quedó horrorizada al ver la sangre que corría por su mano.


–Se me ha caído la jarra de cristal…


–Espere un momento, voy a buscar una toalla –Pablo se metió detrás del mostrador para buscar algo, pero al no encontrar nada se quitó la camiseta e hizo una venda con ella. –¿Le duele?


–No, ahora mismo no. Debe ser por el susto –respondió Paula. –Ha debido saltar un trozo de cristal.


–Pues ha tenido suerte de no cortarse la muñeca. Parece un corte limpio, pero podrían tener que darle algún punto. Venga, vamos a la enfermería.


–Pero Maite…


La niña estaba en el cochecito, mirando en dirección contraria.


–Está bien –dijo el chico. –Los cristales no han llegado hasta ahí.


–Gracias a Dios.


–Ponga el brazo hacia arriba para que no sangre tanto, yo empujaré el cochecito. No estará mareada, ¿verdad?


Paula negó con la cabeza.


–Pero me siento como una tonta.


–Ha sido un accidente –dijo Pablo.


–Se te dan bien las emergencias –bromeó ella.


–He hecho un curso de primeros auxilios.


–Deberías ser médico.


El chico sonrió.


–La verdad es que quiero estudiar Medicina.


Era lógico. Los voluntarios eran personas que se preocupaban por los demás, por eso Penny's Song era tan bueno para ellos como para los niños que iban allí.


–Pues seguro que algún día serás un gran médico.


Cuando llegaron a la enfermería y vio a Susy con una bata blanca Paula suspiró, en silencio. Sabía que en algún momento tendría que lidiar con la joven, pero no había esperado que fuese durante una emergencia.


–¿Qué ha pasado?


–Se ha cortado con un cristal –respondió Pablo.


–Siéntate –dijo Susy. –Vamos a ver ese corte.


Paula se sentó, poniendo el brazo sobre la mesa.


–¿Te importa ir a buscar un zumo de naranja para la señora Alfonso?


Pablo dejó el cochecito y Maite sonrió, sin entender lo que pasaba.


–Vuelvo enseguida.


–Has perdido mucha sangre –dijo Susy mientras se ponía unos guantes quirúrgicos. –El zumo te animará un poco.


–La verdad es que estoy un poco mareada.


–Afortunadamente, es un corte limpio.


–Tendré que comprarle una camiseta a Pablo. Menos mal que estaba en la tienda… ha reaccionado enseguida.


–Sí, es verdad –Susy asintió, concentrada en su tarea, y Paula aprovechó para observarla.


Llevaba el pelo largo, sujeto en una coleta aquella mañana, su complexión de alabastro a juego con unos ojos de color ámbar. Tenía un rostro expresivo que no podía esconder las emociones, por eso se delataba cuando miraba a Pedro. Paula odiaba ver eso cuando nadie más se daba cuenta.


Maite lanzó un grito desde el cochecito y ella intentó calmarla:

–No pasa nada, cariño. Estoy bien.


La niña se movió, incómoda.


–Terminaremos en seguida –dijo Susy.


–Espero que pueda aguantar. Lleva un rato en el cochecito y seguramente estará harta.


–Deberías ir al médico –le aconsejó Susy cuando terminó de vendarle la herida. –No necesitas puntos, pero deberías pasar por la consulta, por si acaso.


–Muy bien, lo haré –Paula movió los dedos. La herida estaba en la muñeca derecha, bajo el pulgar, pero la venda le permitía cierta movilidad.


–Es preciosa –murmuró Susy, mirando a Maite. –He oído que el otro día dejaste que Elena cuidase de ella.


–Sí, claro –murmuró Paula, sorprendida. –¿Cómo lo sabes?


Pedro me lo contó anoche.


¿Anoche? ¿Pedro había estado con Susy por la noche? Eso la enfureció. Maldita fuera… Pedro y ella seguían casados.


–Y seguro que le hiciste un pastel de cerezas –le espetó, airada.


Susy parpadeó, sorprendida.


–No te gusta que Pedro y yo seamos amigos, ¿verdad?


–Y a ti no te gusta que siga casado conmigo.


La joven se ruborizó, pero seguramente también ella lo estaba.


–Y vuestro matrimonio no funcionó.


Ese comentario hizo que Paula se levantase de golpe.


–Qué amable por tu parte recordármelo.


Susy se levantó también.


–Lo siento –dijo por fin, mirándola a los ojos. –No debía haber dicho eso.


Paula estaba de acuerdo.


–Yo pasé por un divorcio muy difícil y Pedro me ayudó mucho. Siempre hemos sido amigos, tenemos raíces aquí en Red Ridge. Nos parecemos mucho y la verdad es que llevo mucho tiempo esperándolo. Tú tuviste tu oportunidad y te marchaste.


–Tenía razones para hacerlo.


–Sé que no es asunto mío, pero vas a divorciarte de Pedro y te marcharás de aquí. Y entonces Pedro será libre.


Paula sabía que era cierto.


–Pero aún no lo es.


–Ya lo sé y Pedro también. Y yo no soy la razón por la que rompisteis.


No, pero sí había sido el catalizador y la gota que colmó el vaso, pensó Paula, intentando contener su furia. Sin embargo, en los ojos de color ámbar veía que estaba diciendo la verdad: Pedro no la había traicionado con ella. De ser así, Susy se lo habría dado a entender o se lo habría dicho directamente.


–Será mejor que me marche –murmuró, volviéndose hacia el cochecito. –Gracias por curarme la herida.


–Es mi trabajo –Susy se encogió de hombros. –Eres muy afortunada de tener a esa niña.


–Lo sé.


–Te hará la vida feliz.


El anhelo que había en la voz de Susy hizo que Paula se sintiera incómoda. Aquello no era un intercambio: tú te quedas con Maite y yo con Pedro, pero eso era lo que la joven parecía querer decir.


–Yo podría hacer feliz a Pedro. Cuando te marches.


Paula parpadeó. ¿Estaba pidiéndole permiso o aprobación? No, imposible. No estaba dispuesta a hacerlo.


Además, no estaba segura de que Susy pudiese hacer feliz a Pedro. Ya no estaba segura de nada, pero sabía que había hecho feliz a su marido una vez y estaba decidida a demostrárselo.


Durante el tiempo que estuviera en Red Ridge.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 31

 


Mientras iban al baile, charlaron sobre su trabajo en el hospital y sobre el pastel de manzana que pensaba hacer al día siguiente. Susy lo invitó a pasar por su casa después de la entrevista en la radio y Pedro le dijo que tal vez lo haría.


También charlaron sobre el embarazo de Cecilia y cuando salió el tema de los niños, Susy comentó:

–Sé que es un tema que te duele, pero lo que Paula está haciendo por esa niña es admirable.


–Sí, lo es.


–¿Es un tema que te duele o te parece admirable?


–Me parece admirable –dijo Pedro.


–¿Entonces te parece bien que Paula esté aquí?


Él dejó escapar un suspiro. Susy lo sabía todo sobre su ruptura con Paula, salvo que ella lo había acusado de engañarla. No sabía por qué no se lo había contado, por orgullo quizá, o tal vez porque era algo demasiado privado.


Estar con Susy y Paula al mismo tiempo le resultaba incómodo.


–Está aquí por una razón, ya lo sabes.


–Pero verla con la niña debe ser difícil para ti.


–He tardado algún tiempo en hacerme a la idea, pero lo que hubo entre Paula y yo en el pasado no tiene nada que ver con eso.


–¿Entonces no crees que se quede?


En cuanto Susy lo invitó a pasar por su casa para tomar un trozo de pastel, Pedro había imaginado a Paula despertando medio grogui para atender a Maite mientras él hacía un café en la cocina. Harían turnos para darle el biberón mientras el sol empezaba a asomar en el cielo…


Pero esos pensamientos desaparecieron, reemplazados por la realidad.


–No, ella vive en Nashville, su trabajo está allí.


Susy se arrellanó en el asiento, visiblemente satisfecha, y no dijo nada más.


No estuvieron mucho rato en el baile. De hecho, se fueron después de cenar. Pedro la llevó a casa y Susy lo invitó a tomar una copa, pero él le recordó que tenía una entrevista muy temprano.


Pero en lugar de ir directamente a su casa se encontró parando frente a la casa de invitados. La lámpara del salón estaba encendida, de modo que Paula seguía despierta.


Pedro se preguntó si Maite lo estaría también o si estaría tomando un biberón con los ojitos cerrados. Le gustaría llamar a la puerta para terminar lo que había empezado con Paula. Quería verla, quería hacer el amor con ella otra vez.


Pero no era real. No eran una familia.


En realidad, tanto Paula como Maite estaban a punto de marcharse de su vida para siempre. Después del divorcio no volverían a verse.


Pedro se dio la vuelta. No era sensato llamar a su puerta esa noche y enredar la situación aún más.


De modo que lo dejaría. Por el momento.




NO TODO ESTÁ PERDIDO: CAPITULO 30

 


Cuando el sol empezaba a ponerse en el horizonte, Pedro detuvo la camioneta frente a la casa de Susy. Suspirando, guardó las gafas de sol en la guantera y miró la puerta durante unos segundos mientras escuchaba el canto de un pájaro. Debía estar en las ramas del árbol más cercano y Pedro intentó buscarlo con la mirada…


Pero hizo mueca al percatarse de lo que estaba haciendo.


Retrasar el momento.


¿Qué le pasaba últimamente? Antes de que Paula apareciese había sabido exactamente lo que quería de la vida y cómo conseguirlo.


Susy era la mujer perfecta para él. Había pasado por un divorcio difícil y había llorado muchas veces sobre su hombro. Pero ahora era libre y él lo sería pronto.


Además, Susy era como de la familia.


Pedro no dejaba de recordarse a sí mismo las virtudes de la joven: le gustaba, era fácil estar con ella y quería tener hijos.


«Paula tiene una hija».


No podía dejar de pensar en ello.


Paula tenía una hija, una niña encantadora y cariñosa. Él no tenía experiencia con bebés, pero había pensado que aprendería cuando Hector y Cecilia tuviesen a su hijo.


Sin embargo, Maite estaba allí y sentía una extraña conexión con ella. Cuando se agarró a su cuello esa mañana y lo miró con sus ojitos azules, supo que le daría la luna si eso la hacía feliz.


Pedro se pasó una mano por la frente. Susy lo esperaba esa noche. Un mes antes se había ofrecido a llevarla al baile de los ganaderos de Red Ridge. Era algo a lo que iban todos los años, una manera de honrar a los mayores, cuyas tradiciones y formas de hacer las cosas empezaban a perderse. Y el padre de Susy acudiría también.


Qué demonios, pensó, bajando de la camioneta.


Susy acababa de salir al porche y la vio cerrar la puerta con una sonrisa en los labios. Era una chica guapa de larga melena oscura y expresivos ojos de color ámbar. Su vestido de flores se movía con la brisa mientras bajaba los escalones del porche, pero en cuanto se acercó a la camioneta su sonrisa desapareció.


–¿Qué ocurre?


–Mi padre no irá con nosotros, no se encuentra bien.


–¿Qué le pasa?


–Está cansado. Dice que tiene un resfriado y no quiere contagiárnoslo.


–Pero tú no lo crees.


Susy negó con la cabeza.


–Yo creo que es algo más. Últimamente siempre está cansado… dice que se pondrá bien en un par de días, pero yo no estoy tan segura.


–Pareces preocupada.


–Mentiría si dijera que no lo estoy.


–¿Quieres quedarte con él? No tenemos por qué ir al baile.


Susy inclinó a un lado la cabeza.


–Mi padre se enfadaría si no fuese. Me ha dicho que vaya al baile y me entere de todos los cotilleos del pueblo para contárselos luego.


Pedro sonrió.


–Muy bien, entonces vamos. No te preocupes por tu padre, es un tipo duro.


–Gracias –dijo ella, apretándole el brazo. –No sé qué haría sin ti –añadió, poniéndose de puntillas para darle un beso en la cara.


Lo había hecho más de una vez y Pedro siempre se había tomado la libertad de devolverle el beso. En alguna ocasión habían estado a punto de hacer algo más, pero siempre era él quien pisaba el freno. Era como si entre ellos hubiese un acuerdo tácito para que las cosas no llegasen más lejos hasta que estuviera divorciado.


No era fácil rechazar a una mujer como Susy, pero durante todo ese tiempo había pensado que estaba haciendo lo que debía hacer. Nunca le había sido infiel a Paula, ni siquiera cuando estaba furioso con ella, porque las promesas del matrimonio eran importantes. Pero empezaba a preguntarse si había algo más. Tal vez lo único que podía haber entre Susy y él era una amistad.