viernes, 22 de febrero de 2019

PAR PERFECTO: CAPITULO 38




Damian siempre había presumido de ser muy rápido con las mujeres, que según él, lo perseguían sin descanso. Pedro sabía que era mentira. Pero allí estaba, bajo la luz de la farola, con Paula entre sus brazos. Bastardo.


Pedro había oído la actuación de su hermano en el piso de arriba poco rato antes. Los había oído llegar por casualidad, no porque estuviera espiando, sino porque las paredes eran muy finas. Como se había puesto a trabajar en lugar de ver la tele, estaba en silencio, y cómo era verano, las ventanas estaban abiertas. Por eso Pedro oyó cómo Paula reprendía a su hermano por su jueguecito. No le importó.


Pero ahora lo apuñalaba por la espalda... Pedro los miraba abrazarse y sonreírse. Lo siguiente sería el beso. 


Entonces Pedro se sintió completamente asqueado y se apartó de la ventana. Unos segundos después, cuando volvió a asomarse, vio que Damian ya no estaba y que Paula caminaba hacia la puerta.


Sin pensarlo dos veces, dejó caer la cortina y salió por la puerta.




PAR PERFECTO: CAPITULO 37




No necesitaba oír lo que decían; verlos era suficiente. Desde luego, tenía que admitir que su hijo mayor tenía buen gusto. Qué piernas tan estupendas.


Jonathan había ido allí el viernes y el sábado por la noche y la mañana del domingo, con la esperanza de ver a la novia de Pedro. Cuando ya había abandonado toda esperanza, encontró a la persona a la que menos esperaba ver. Ni siquiera sabía que Damian vivía en Boston, pero allí estaba, y Jonathan había estado a punto de tragarse el cigarrillo al ver al chico que lo desafió años atrás.


Los había visto juntos, y en público. Además, habían salido del piso. Tal vez su hijo hubiera tenido suerte aquella noche, o había ido a ver a Pedro o... realmente le daba igual. Lo único que le importaba era que había encontrado a sus dos hijos, y de forma bastante casual.


Pero Damian se despidió de la chica y se alejó, lo que quería decir que no vivía en el mismo edificio que Pedro. Ella volvió al portal, abrió con la llave, y Jonathan se apretó más contra la pared del callejón donde se ocultaba, aunque la chica no tenía por qué conocerlo de nada.


Genial. La novia de Damian vivía en el mismo edificio que Pedro y tal vez fueran amigos, lo que también le venía bien. Jonathan había traído viejas fotos de los álbumes familiares de Angélica con la esperanza de que ablandaran el corazoncito hasta a la chica más escéptica con la historia del padre que vuelve de la muerte para encontrar a los hijos que creía perdidos.


Las mujeres se creían esas tonterías y ella podría hacer que su novio se lo tragase también. 


Jonathan se estaba quedando sin dinero y odiaba el agujero en el que vivía. No podía perder el tiempo.


PAR PERFECTO: CAPITULO 36




Ya fue bastante raro el que Damian la llamara para salir juntos a cenar aquella noche, sin Pedro, pero lo fue aún más cuando se vio, unas horas después, luchando para mantener su trasero alejado del suelo, con las piernas abiertas, el pecho mirando hacia arriba y los brazos cruzados sobre una colchoneta multicolor en el suelo de la sala.


—Damian, por favor, date prisa. No voy a aguantar mucho tiempo.


Damian respondió haciéndole cosquillas en la tripa con un dedo. Paula tembló de la risa.


—¡Tramposo! ¡Para, para!


—De acuerdo, de acuerdo... el pie izquierdo en el verde.


—¿Qué? ¿En el verde? Oh, no... Bueno, puedo hacerlo. Ahora verás.


Pero en el intento, su rodilla chocó con la nariz de Damian, que no estaba menos retorcido que ella.


—Oh, lo siento mucho —ella se echó a reír al ver su exagerada expresión de dolor —. Además, esto del Twister ha sido idea tuya.


—Sí, pero es tu piso. ¿Ésta es tu táctica, verdad? Te traes a tus citas a casa con la excusa de una cena mexicana y luego dices: «mira, el Twister, no juego desde que era pequeña».


—¡Y es cierto que no he jugado desde entonces! Mi madre lo trajo cuando quiso librarse de un montón de juguetes y cosas viejas que le daba pena tirar.


—Ya. Seguro que lo has comprado hoy mismo pensando cómo hacer que Damian, ese hombre tan sexy, se tirara literalmente encima de ti —acusó él.


—¡Calla! Quiero ganarte y lo voy a hacer —se estiró y cuando estaba tocando con el pulgar el color verde, el codo derecho le fallo y cayó sobre la colchoneta de una forma muy poco femenina.


—¡Los chicos siempre ganan! —gritó Damian, pero ella le empujó el hombro con el pie y no duró mucho tiempo más en la posición en que estaba.


Los dos, tendidos en el suelo, se rieron tanto que Paula pensó que se había mojado los pantalones. Cuando lograron recomponerse, Damian le pidió algo para beber.


—¿Qué te apetece? ¿Té helado, limonada, café?


—Té helado está bien.


Paula fue a la cocina a preparar las bebidas y Damian metió el juego en su vieja caja. Cuando ella volvió a la sala, le pasó un vaso a Damian. Él miró el vaso y dijo:
—¡Qué mono! Un vaso de Cenicienta. Eres una anfitriona muy chic.


Ella le dio un golpe con un cojín del sofá sonriendo antes de sentarse con las piernas cruzadas en el suelo.


—Oye, ese vaso pertenece a una colección que regalaban en las gasolineras un verano que hice un viaje con mis padres en coche. Mi madre los odia y casi me suplicó que me los llevara. A mí me encantan.


—A mí también. Sólo te estaba tomando el pelo —tomó un trago y se sentó en el suelo con ella, mirando la caja del juego—. Pedro y yo no tenemos recuerdos como ésos de nuestra infancia y me da un vuelco el corazón cada vez que oigo a la gente hablar de sus recuerdos. Fuiste una niña feliz.


Ella asintió, aunque Damian no lo había dicho como una pregunta. Damian levantó la mirada hacia el techo.


—¿Tú no tuviste una infancia feliz? —preguntó ella—. Pedro me ha contado que vuestros padres murieron y que fue duro para vosotros...


—¿Qué? —dijo él, levantando la cabeza—. ¿Pedro te dijo eso?


—Sí —dijo ella, algo desconcertada—. Pedro y yo somos muy... amigos y hemos hablado de algunas cosas. Lo siento, tal vez sea duro para ti hablar de tus padres. Dejémoslo.


—No, sólo me pregunto por qué te ha dicho eso.


—Bueno, nos conocemos desde hace tiempo y no tenemos secretos el uno con el otro. Espero que no creas que ha traicionado tu confianza —empezó a balbucear Paula, pero a la vez pensaba que no era capaz de imaginar qué lo tenía tan preocupado.


—No, no pasa nada si es cierto. Pedro es un gran idiota, si me permites.


—¿Por confiar en mí?


—No, por no confiar en ti.


—No lo entiendo. —Damian dejó escapar un suspiro de exasperación y estudió su rostro. La miró fijamente hasta que Paula se empezó a sentir incómoda.


—Eres una persona estupenda, ¿lo sabías? —dijo por fin—. Eres dulce y comprensiva, lista y bonita como nadie que haya conocido antes.


Ella no imaginaba cómo responder si no era un chiste.


—Oh, no... ¿vas a dejarme?


Damian se echó a reír con todas sus ganas.


—Había olvidado tu gran sentido del humor. Lo que intento decir es que Pedro está mucho más cerca de ti y debe de saber en qué cosas más eres fantástica. Por eso es un idiota.


—Lo siento pero sigo sin enterarme de nada.


Damian le tomó la mano, pero era un gesto de amistad.


—Estoy deseando espiar a Pedro por un agujerito y ver si está de pie sobre el sofá, con la oreja pegada al techo para oír lo que estamos diciendo.


—Oh, no le importa en absoluto.


—¿Eso crees? Entonces dime qué has estado pensando toda la noche, y no me digas que en mí. No tienes que preocuparte por no romperme el corazón. Sé que soy un bombón y no necesito que me lo digan todas las chicas guapas con las que estoy —Paula sonrió—. Vamos, dímelo.


Ella lo miró a los ojos antes de apartar la vista hacia la ventana, donde la oscuridad del exterior hacía que el cristal reflejase el interior de su salón iluminado. Le dolían los ojos, pero no podía mirar a Damian a la cara.


—He estado pensando que es estupendo pasar tiempo contigo, pero no dejo de pensar que podríamos llamar a Pedro, porque a él le encanta la comida mexicana, e invitarlo a jugar al Twister. Te miraba y pensaba que te pareces mucho a él excepto en pequeños detalles, que eres muy divertido y que Pedro no hubiera hecho esa broma, o no hubiera hablado así —volvió a mirarlo y dijo—. Lo siento, no me puedo creer que te esté diciendo esto. Yo....


Damian le puso un dedo sobre los labios.


—No sabes lo feliz que me hace oírte decir eso. Ya pensaba que mi hermano había conseguido liarlo todo y alejarte de él con esa estúpida idea suya de que tú y yo debíamos salir juntos. No tengo ni idea de qué ha pasado entre vosotros hasta ahora, pero tengo la impresión de que le importas más de lo que está dispuesto a admitir ante sí mismo y ante los demás.


—¿Pero por qué? ¿Por qué me tiene miedo? ¿Por qué tiene miedo de lo que pueda pasar entre nosotros? Yo también tenía miedo de perder nuestra amistad, pero ahora, cuanto más lo pienso, más me doy cuenta de que no podemos ser sólo amigos. ¿Tiene miedo él también de eso? ¿O es que ha tenido alguna mala experiencia en el pasado?


—Pedro ha sufrido, pero no del modo que estás pensando.


—Por favor, cuéntamelo para que pueda encontrar el modo de llegar hasta él.


—No puedo —dijo, pasándose la mano por el pelo, igual que hacía Pedro cuando se sentía frustrado—. Si te hablo de por qué es Pedro como es, estaría traicionándolo y no puedo hacer eso, ni siquiera por ti. Lo que sí puedo decirte es que merece la pena seguir luchando.


—¿Para qué? No sirve de nada andar detrás de un hombre a quien ni siquiera le importas.


—Él te quiere.


Paula se quedó helada con aquella revelación. 


Cuando recuperó el habla, dijo:
—¿Cómo lo sabes?


—Pedro ha tenido algunas novias, pero si le decían que querían algo más, él se deshacía de ellas. Contigo, él es diferente. Siempre habla sobre ti y cuando lo hace se le ilumina la cara. Ha sonreído más en este año que en las tres décadas pasadas, y eso pasaba siempre que tú estabas cerca o que hablábamos de ti. Cuando dijiste que querías encontrar un marido...


—¿Te contó eso?


—Sí, y lo que dijo fue que te estabas volviendo loca, cuando realmente era él quien estaba perdiendo la razón al pensar que tendría que compartirte con alguien más.


—Ha rechazado a todos mis pretendientes. Sabía que pasaba algo.


—Está claro. Te quiere.


—¿Y entonces a qué espera?


—No está esperando a nada. Cree que no puede tenerte.


—¿Qué? —exclamó ella al recordar su beso, cómo la había dejado sin aliento. ¿Cómo podía tener dudas de si podría tenerla?


—No te puedo decir el motivo, aunque me gustaría, pero quiero que tú y mi hermano seáis felices. Créeme, por favor —como ella sacudía la cabeza de asombro, añadió—: Ten paciencia con el idiota de mi hermano pequeño. Tiene sus razones para hacerte pasar por esto.


—Sólo tienes que esperar para cuando esté dispuesto. O para cuando yo lo fuerce a estar dispuesto.


Damian se levantó de un salto, sonriendo, y salió corriendo hacia su cuarto. Ella corrió tras él para verlo separar el cabecero de la cama de la pared y empezar a golpearlo contra ésta con la pierna. Cuando hubo encontrado un ritmo constante, empezó a gemir y a hacer teatro, con la cabeza casi fuera de la ventana del cuarto.


—Ven, esto lo matará.


Paula se echó a reír y lo apartó de la cama.


—Para, va a pensar que tú y yo...


—¡Por eso! —tenía los ojos chispeantes de malicia—. Aquí se necesitan medidas drásticas. Subirá los escalones de dos saltos, me dará una patada en el trasero, que estoy dispuesto a tolerar por una buena causa, y te tomará en sus brazos para siempre. ¡Oh, Paula! ¡Oh, nena!


—¡Para! Los vecinos van a pensar que en este piso hay un burdel —se dejó caer en la cama y le sonrió—. No sé si sabes que eres un enfermo mental.


—Me gusta más pensar que soy un buen hermano.


—Desde luego que lo eres. Y también un buen amigo.


—Eso espero —dijo, satisfecho—. Y lo más importante es que ya te tengo en la cama. Otro punto para el casanova Damian Alfonso. Y ahora puedo marcharme sin dejar las cosas a medias. ¿Me acompañas a la puerta?


Ella lo acompañó hasta el portal, y una vez fuera la fresca y salada brisa de la noche los envolvió. 


Fueron juntos hasta la esquina y cuando llegaron a la altura de la farola, ella le dijo:
—Gracias por esta velada maravillosa. Tenemos que repetirlo.


—Me encantaría volver a cenar contigo —replicó él—, pero espero que la próxima vez me invitéis Pedro y tú. Oye, oye., —dijo, levantándole la barbilla—. No te vengas abajo. Tienes que seguir intentándolo. Si te lo digo es porque creo que eres perfecta para él; que sois perfectos el uno para el otro.


Paula se lanzó hacia él para abrazarlo impulsivamente y él le devolvió el abrazo.


—Además —dijo—, me encantaría tener una hermanita. Estoy cansado de tomarle el pelo a Pedro y necesito una nueva víctima.


—Te advierto que doy tanto como recibo —le dijo ella al oído antes de apartarse de él y sonreírle con cariño.


—Eso me han dicho.