domingo, 5 de julio de 2015

MI ERROR: CAPITULO FINAL





Durante las Navidades acudieron a una iglesia para darle las gracias a quien fuera por acordarse de ellos. Y después, mientras Miranda y Daniela viajaban por países exóticos explorando las posibilidades del documental, Pedro y Paula pasaron un fabuloso mes solos.


Lo pasaron en grande haciendo planes para su nueva casa, relajados el uno en la compañía del otro, descubriendo los sencillos placeres del matrimonio por primera vez. 


Cocinando juntos, durmiendo juntos, paseando del brazo…


Fue muy duro separarse mientras filmaban el documental, pero emocionante también. La nueva confianza de Paula le daba una madurez que había despertado interés por el documental incluso antes de que se estrenase.


Cuando Miranda y ella estaban ayudando a Daniela en el parto, y dándole la bienvenida al mundo a su nuevo sobrino, ya habían conseguido media docena de nominaciones.


Pero la noche que ganaron el primer premio, Paula estaba en el hospital con contracciones.Pedro a su lado, ayudándola, completamente sereno hasta que el médico le puso a su hija en los brazos.


Entonces, mudo de emoción, sólo pudo mirar a Paula con lágrimas en los ojos.


—Es tan pequeña, tan indefensa… como un cachorro —murmuró cuando por fin pudo hablar.


—Deberíamos llamarla Olivia —sugirió Paula.


—Olivia… bonito nombre. Pero Miranda y Daniela están esperando noticias…


—¿Te importaría llamar también a Clara y Simone? Dijeron que podíamos llamarlas a cualquier hora del día o de la noche.


—Ahora mismo. Quiero contarle a todo el mundo que soy padre —sonrió Pedro, poniendo a la niña en sus brazos—. ¿Te he dicho que te quiero, Paula? —susurró, besando su frente.


—Con cada palabra de ánimo, mi amor —ella tomó su mano y besó la palma, donde le había clavado las uñas—. Y, sobre todo, cuando lloraste.


Pedro miró a su mujer que, agotada, empezaba a cerrar los ojos.


—Te prometo que no hay un solo hombre en la tierra que se sienta más amado, más bendecido que yo en este momento —le dijo, bajito, para no molestarla.



Fin







MI ERROR: CAPITULO 24





Cuando sonó el timbre, Paula apagó el secador.


—Seguro que son los de la mudanza pidiendo una taza de café. ¿Puedes abrir, Daniela?


—Sí, claro.


Paula se pellizcó las mejillas para darles un poco de color y se puso unos pendientes. Y entonces se dio cuenta de que todo estaba en silencio.


—¿Daniela?


—Tu hermana se ha ido con Miranda a comer.


Paula se dio la vuelta, sobresaltada. Pedro estaba en la puerta de la habitación, mirándola.


—En el mensaje decías que querías verme para hablar del futuro.


—Pero si lo envié hace dos segundos…


—Estaba abajo.


—Pero el piso está vacío. Lleva semanas vacío…


—No, ya no. Acabo de tomar posesión de mi última adquisición. ¿Para qué querías verme, Paula?


—¿Has comprado el piso de abajo?


—En realidad, he comprado toda la casa —contestó él, impaciente—. Toda menos este piso. ¿Te molesta?


—Depende de la razón. ¿Piensas venirte a vivir aquí?


—Sí… no… —Pedro sacudió la cabeza—. Mira, si quieres que hablemos del divorcio…


—¿Qué? No, no —Paula tomó una bolsa de seda de la cómoda—. Toma, es para ti.


—¿Qué es?


—Ábrelo y lo verás.


Encogiéndose de hombros, Pedro se aflojó la corbata y colocó la bolsa sobre la cama. En cada compartimento de la bolsa había una barrita de plástico. Cada una, ligeramente diferente a la anterior. Él nunca había visto una de cerca, pero no había que ser un genio para adivinar lo que eran. Lo que no entendía era qué hacía Paula con ellas. Hasta que vio la última. Donde decía una sola palabra.


Embarazada.


Pensaba que sabía lo que era el dolor, que sabía de cuántas maneras podía partirse un corazón. Pero en aquel momento supo que no era así.


—Oh, amor mío… —Pedro cayó de rodillas, abrazado a su cintura—. ¿Qué has hecho?


—¿Yo?


—¿Ha sido un donante? ¿Estabas tan desesperada?


—No… no lo entiendes, Pedro. Esto es un milagro. Tú pediste uno, ¿te acuerdas? Para mí —Paula se puso de rodillas para mirarlo a los ojos—. Es tu hijo, Pedro. Nuestro hijo.


—¿Nuestro hijo? —repitió él, confuso—. Pero yo no…


—Pensé que el médico te había dicho que la vasectomía era irreversible. Que no se podía hacer nada.


—No. Él hizo lo que pudo, pero me advirtió que no podía garantizarme nada.


—Habríamos tenido alguna oportunidad si yo no hubiera estado tomando la píldora durante los últimos tres años, ¿no te parece? —sonrió Paula.


—Pero… tú querías un hijo. ¿Por qué tomabas la píldora?


—Vi tu cara, Pedro. No tenías que decirme que no querías hijos. Pasé veinticuatro horas sola en una isla acostumbrándome a la idea. Y, al final, decidí quedarme contigo. No por dinero ni por seguridad, sino porque te quería.


—Yo no sabía…


Paula lo interrumpió con un beso.


—Ya lo sé.


—¿Dejaste de tomar la píldora cuando te fuiste de casa?


—Ya no la necesitaba —sonrió ella—. No pensaba acostarme con nadie más.


—Y espero que siga siendo así —dijo Pedro, apartándose luego para mirarla a los ojos—. ¿Nuestro hijo?


Pedro, los niños necesitan padres que los quieran. Sé que esto no era lo que tú deseabas y quiero que sepas que puedo hacerlo sola…


—No tendrás que volver a hacer nada sola, Paula. Tienes razón, esto es un milagro. Pero el mayor milagro no es que me quisieras lo suficiente como para quedarte, sino que encontrases valor para dejarme. Para obligarme a reconocer la verdad. Te quiero, Paula Chaves y quiero a nuestro hijo. ¿O vas a decirme que yo no soy el primero, que tu hermana sigue siendo lo más importante?


—Fue Daniela quien me pidió que te llamara.


—¿En serio?


—Y te advierto que está planeando unas Navidades de película.


—Si estoy contigo me da igual pasar las Navidades en una tienda de campaña en el desierto. Pero mi plan es restaurar la casa poco a poco. Hacerla tan acogedora que te enamores de ella.


—¿Y la casa de Belgravia?


—¿Volverías allí?


—Prefiero una tienda de campaña.


—Entonces, es historia.


—¿Estás seguro?


—No he estado más seguro de nada en toda mi vida. Ojalá pudiera borrar los últimos tres años para empezar de nuevo…


—¿Lo dices de verdad?


—Con todo mi corazón.


Seguían de rodillas en el suelo, cara a cara, y Paula tomó la suya entre las manos.


—Yo, Paula Chaves, te acepto, Pedro Alfonso, como esposo, para amarte y honrarte. En la salud y en la enfermedad, hasta que la muerte nos separe…


Sus ojos se llenaron de lágrimas cuando Pedro repitió la promesa que había hecho tres años antes:
—A partir de este momento —musitó, buscando sus labios— y hasta el fin de nuestros días.







MI ERROR: CAPITULO 23




Paula, sentada en el borde de la bañera, miraba el artilugio que tenía en la mano. Aquella palabra.


Embarazada.


A su alrededor, el mundo seguía adelante. Los ruidos en el piso de abajo, un motorista pasando a toda velocidad por la calle, un niño llorando en alguna parte…


—¿Paula? —la llamó Daniela, nerviosa—. ¿Puedo entrar? —sin esperar respuesta, entró en el cuarto de baño y dejó escapar un suspiro—. Odio decir esto, pero…


—No puede ser.


—Oh, Paula… —Daniela la abrazó—. No pasa nada, de verdad.


—No, no, es imposible.


Ella quería que fuese cierto, anhelaba que lo fuera con toda su alma. Pero no podía ser.


—Tendría que ser un milagro.


Pedro había suplicado uno. Por ella, pensó. Pero nada había cambiado para él.


—Podría ser un error —dijo Daniela, como si estuviera hablando con una niña—. ¿Por qué no compramos otro? De otra clase, de los antiguos.


Una hora después estaban rodeadas de cajitas vacías y todas las pruebas daban el mismo resultado: puntitos rosas, rayitas rosas.


Embarazada. Embarazada. Embarazada.


—Queda uno —dijo Daniela.


—No creo que consiga una gota más.


—¿Y entonces qué? ¿Estás dispuesta a aceptar que es verdad? No es tan horrible, mujer. Y nuestros hijos serán casi gemelos.


—Tú no lo entiendes…


—Yo creo que sí. Rechazaste a Pedro por mi culpa, ¿verdad? Aunque estás loca por él.


—No.


—Entonces, ¿por qué no ha venido a verte?


—Porque está ocupado.


—Si ni siquiera te llama por teléfono…


Paula, incapaz hablar, negó con la cabeza.


—Me marcho a Sudamérica después de Navidad, pero no creo que pueda irme y dejarte sola ahora.


—No seas boba. Yo sé cuidar de mí misma.


—No estoy tan segura. No, vamos a hacer un trato: llama a Pedro o Miranda tendrá que encontrar a otra que le haga los recados.


—Daniela… —Paula tomó su mano—. Tú sabes que yo nunca te dejaría, ¿verdad? Que siempre estaré aquí.


—Sí, Paula, lo sé. Bueno, ¿a qué estamos esperando? Llama a Pedro picapiedra y dile que, le hayan dado un cortecito o no, va a ser papá.



***


Pedro había usado el trabajo desde la época del colegio para olvidar el vacío de su vida. Y, por primera vez, no estaba funcionando.


Había dejado de ir a la oficina, encargando de todo a sus jefes de sección con la excusa de que tenía que reformar la casa de Camden.


Cuando vio el piso en venta le había parecido una señal. 


Qué iba a hacer con él, aún no lo tenía decidido. Pero entonces Daniela apareció y todo le pareció tan simple… Lo convertiría en un apartamento para Daniela y él sería un amigo, un padre…


Estúpido.


Con las llaves en la mano, las habitaciones vacías riéndose de él, no era capaz de hacer que nada le importase.


Entonces sonó su móvil para advertirle de que tenía un mensaje de texto. Su primera reacción fue ignorarlo, pero había gente que dependía de él, de quien era responsable. 


De modo que lo sacó del bolsillo y leyó el mensaje. No se le había ocurrido que aquel día pudiese acabar peor, pero así era.